Todo lo que decía la placa en la puerta era DESCUBRIDORES, INC. y ESPECIALISTAS EN PROBLEMAS EXTRAPLANETARIOS. Entré, y una recepcionista viva me dijo:
— El puesto ya está cubierto, querida, yo lo conseguí.
— Me pregunto cuánto tiempo vas a conservarlo. Tengo una cita para ver al señor Mosby.
Me miró atentamente, sin apresurarse.
— ¿Acaso ha pedido una prostituta por teléfono?
— Gracias. ¿Dónde te tiñen el pelo, encanto? Mira, he sido enviada aquí por las Líneas Hiperespaciales, oficina de Las Vegas. Cada segundo le está costando a tu jefe oseznos.
Soy Viernes Jones, Anúnciame.
— Estás bromeando. — Tecleó en su consola, habló en un interfono. Tendí el oído —.
Frankie, aquí afuera hay una callejera que dice que tiene una cita contigo. Dice que viene de parte de las Hiper de Las Vegas.
— Maldita sea. Te he dicho que no me llames Frankie en el trabajo. Hazla pasar.
— No creo que venga de parte de Fawcett. ¿Acaso me estás engañando con otras?
— Cállate y hazla pasar.
Cortó el interfono.
— Siéntate por ahí. El señor Mosby está en una conferencia. Te avisaré tan pronto como esté libre.
— Eso no es lo que él te ha dicho.
— ¿Eh? ¿Desde cuándo sabes tanto?
— Te ha dicho que no le llames Frankie en el trabajo, y que me hagas pasar. Tú le has dicho unas cuantas tonterías y él te ha ordenado que cerraras la boca y me hicieras pasar. Así que voy a pasar. Mejor anúnciame.
Mosby pareció tener unos cincuenta años e intentaba aparentar treinta y cinco. Lucía un costoso bronceado, un traje lujoso, una enorme y dentona sonrisa, y unos fríos ojos.
Me indicó un sillón destinado a los visitantes.
— ¿Qué la ha demorado tanto? Le dije a Fawcett que deseaba verla antes del mediodía.
Me miré el dedo, luego el reloj de su escritorio. Las doce y cuatro minutos.
— Vengo desde cuatrocientos cincuenta kilómetros, y me he pasado cruzando la ciudad en la lanzadera desde las once. ¿Debo volver a Las Vegas y ver si puedo batir el récord?
¿O vamos directamente al asunto?
— Le dije a Fawcett que se preocupara de que cogiera el de las diez. Oh, bueno. Tengo entendido que necesita usted un trabajo.
— No estoy tan hambrienta como eso. Me dijeron que necesita usted un correo para un trabajo fuera del planeta. — Tomé una copia de mi curriculum, se la tendí —. Aquí están mis cualificaciones. Mírelas y, si soy lo que usted desea, hábleme del trabajo. Escucharé y le diré si estoy interesada o no.
Echó un vistazo a la hoja.
— Los informes que tengo me dicen que está usted hambrienta.
— Sólo cuando se acerca la hora de comer. Mis tarifas están en esa hoja. Son sujetas a negociación… hacia arriba.
— Está usted muy segura de sí misma. — Miró de nuevo mi currículum —, ¿Cómo anda Tripagorda?
— ¿Quién?
— Aquí dice que trabajó usted para las Empresas System. Le he preguntado: ¿cómo está Tripagorda? Tripagorda Baldwin.
(¿Era aquello una prueba? ¿Había estado calculándolo todo cuidadosamente desde el desayuno para hacerme perder los nervios? Si era así, la respuesta adecuada era no perder los nervios pasara lo que pasara).
— El Presidente de las Empresas System era el doctor Hartley Baldwin. Nunca le he oído llamar Tripagorda.
— Sí, creo que tiene algún tipo de doctorado. Pero todo el mundo en el negocio le llama Tripagorda. Le he preguntado como está.
(¡Cuidado, Viernes!) — Está muerto.
— Sí, lo sé. Me preguntaba si usted lo sabía. En este negocio te encuentras con montones de sosías. De acuerdo, déjeme ver su bolsa marsupial.
— ¿Perdón?
— Mire, tengo prisa. Muéstreme su ombligo.
(¿Dónde se produjo esa filtración? Oh… No, liquidamos a toda esa banda. A todos ellos… o al menos eso creyó el Jefe. Y no es probable que la filtración se produjera antes de que acabáramos con ellos. No importa… hubo filtración… como el Jefe dijo que la habría).
— Frankie, muchacho, si desea jugar usted a los ombligos conmigo, debo advertirle que esa rubia oxigenada de la oficina de afuera está escuchando y casi con toda seguridad grabando todo lo que pasa aquí.
— Oh, no está escuchando. Tiene sus instrucciones al respecto.
— Instrucciones que cumple de la misma forma que cumple su prohibición de no llamarle Frankie durante las horas de trabajo. Mire, señor Mosby, ha empezado usted a discutir asuntos clasificados bajo condiciones de no seguridad. Si desea usted que ella pase a formar parte de esta conferencia, hágala entrar. Si no, sáquela del circuito. Pero no siga abriendo más brechas en seguridad.
Trasteó algo en su escritorio, luego se puso repentinamente en pie, se dirigió hacia la oficina de afuera. La puerta no era totalmente a prueba de sonido: oí voces irritadas, en tono apagado. Volvió a entrar, furioso.
— Se ha ido a comer. Ahora dejemos a un lado las patrañas. Si es usted quien dice que es, Viernes Jones, conocida también como Marjorie Baldwin, antiguo correo para Tripagorda… para el doctor Baldwin, director ejecutivo de las Empresas System, tiene usted una bolsa creada quirúrgicamente en la parte de atrás de su ombligo. Muéstremela.
Pruebe su identidad.
Pensé en ello. La exigencia de que probaba mi identidad no era irrazonable. La identificación por las huellas dactilares es un chiste, al menos dentro de la profesión.
Evidentemente, la existencia de mi bolsa correo era ahora un secreto a voces. Ya no volvería a ser útil nunca más… excepto en el sentido de que podía ser usada para probar que yo era yo. ¿Lo era? Sonaba estúpido, lo mirara por donde lo mirar.
— Señor Mosby, ha pagado usted un kilodólar para entrevistarse conmigo.
— ¡Por supuesto que lo he hecho! Y hasta ahora, no he conseguido nada de usted excepto estática.
— Lo siento. Nunca hasta ahora se me había pedido que mostrara el truco de mi ombligo, porque hasta hace poco había sido un secreto muy bien guardado. O al menos eso es lo que yo creía. Evidentemente ya no es un secreto, puesto que usted lo conoce.
Eso me indica que ya no puedo volver a utilizarlo para un trabajo clasificado. Si el trabajo para el que usted me necesita requiere su utilización, quizá será mejor que reconsidere el asunto. Un secreto ligeramente difundido es como una muchacha ligeramente embarazada.
— Bueno… sí y no. Muéstremelo.
Se lo mostré. Siempre llevaba una esfera lisa de nailon de un centímetro de diámetro en mi bolsa para evitar que se cerrara entre trabajos. Extraje la esfera, dejé que la examinara, luego volví a meterla en su sitio… luego dejé que él comprobara que mi ombligo no podía ser distinguido de cualquier otro ombligo normal. Lo estudió cuidadosamente.
— No tiene mucha capacidad.
— Quizá sería mejor que contratara usted a un canguro.
— Es suficiente para lo que lo necesitamos… casi. Va a llevar usted la carga más valiosa de toda la galaxia, pero no ocupará mucho espacio. Abróchese y arréglese las ropas; vamos a ir a comer y no debemos… no debemos… llegar tarde.
— ¿De qué se trata?
— Se lo diré por el camino. Apresúrese.
Ya había un carruaje esperándonos. Allá en Beverly Hills, en las colinas que dan nombre a la ciudad, hay un hotel muy antiguo que es a la vez muy elegante. Huele a dinero, un olor que nunca me ha desagradado. Entre incendios y el Gran Terremoto ha sido reconstruido varias veces, siempre de modo que tuviera el mismo aspecto que tenía antes (o así he oído decir), y la última vez fue reconstruido a prueba de incendios y de terremotos.
Nos tomó unos veinte minutos llegar, a paso de trote, del Edificio Shipstone hasta el hotel; Mosby los utilizó para ponerme al corriente.
— Durante este trayecto es prácticamente el único momento en que los dos podemos estar seguros de que no tenemos un Oído plantado sobre nosotros…
(Me pregunté si realmente lo creía. Podía pensar en tres lugares obvios para un Oído:
mi mono, sus bolsillos, y el acolchado del carruaje. Y siempre había interminables lugares menos obvios. Pero este era su problema. Yo no tenía secretos. Ninguno, ahora que mi ombligo era una ventana abierta al mundo).
— …así que hablemos rápido. Estoy de acuerdo con su precio. Habrá además una bonificación al terminar el trabajo. El viaje es de la Tierra a El Reino. Para eso se le paga; el viaje de vuelta es de vacío, pero puesto que todo el viaje ocupa cuatro meses, se le pagarán cuatro meses. Recibirá usted su bonificación al otro lado, en la capital imperial.
Salario: un mes por anticipado, el resto a su vuelta. ¿De acuerdo?
— De acuerdo. — Tenía que evitar sonar demasiado entusiasmada. ¿Un viaje de ida y vuelta a El Reino? Querido muchacho, sólo ayer estaba dispuesta a hacer este viaje por el salario más ridículo —. ¿Qué hay de los gastos?
— No va a tener mucho que anotar en el capitulo de gastos. Esos cruceros de lujo funcionan con todos los gastos pagados.
— Propinas, extorsiones, excursiones a tierra, diversiones, bingos, y todas esas cosas…
como mínimo estos gastos ascienden a un veinticinco por ciento del precio del billete. Si tengo que aparentar que soy una turista rica, debo comportarme como tal. ¿Es esa mi identidad ficticia?
— Oh… bueno, sí. De acuerdo, de acuerdo… nadie se va a llevar las manos a la cabeza si gasta usted unos cuantos miles pretendiendo ser la Señorita Mucho Dinero. Haga una nota de los gastos, y le serán pagados al final.
— No. Adelante el dinero, un veinticinco por ciento del precio del billete. Si llevo cuenta de gastos no estaré en mi papel; la Señorita Mucho Dinero no se preocupa de tales fruslerías.
— ¡De acuerdo! Cállese y déjeme hablar; pronto vamos a llegar. Usted es un artefacto viviente.
Llevaba mucho tiempo sin sentir ese frío estremecimiento. Me repuse inmediatamente y decidí hacerle pagar caro esa brusca y cruda observación.
— ¿Está siendo usted intencionadamente ofensivo?
— No, en absoluto. No se confunda. Usted y yo sabemos que una persona artificial puede ser tomada, sin preparación, por una persona natural. Llevará usted, en estasis, un óvulo humano modificado. Lo llevará usted en su bolsa del ombligo, donde la temperatura constante y lo blando de las paredes protegerán la estasis. Cuando llegue usted a El Reino, atrapará usted un resfriado o algo así y será llevada al hospital. Mientras esté usted en ese hospital, lo que lleve será transferido a donde corresponde para seguir su proceso. Recibirá usted la bonificación y abandonará el hospital… con la feliz seguridad de que habrá hecho que una pareja joven tenga un perfecto bebé allá donde están seguros de que van a tener un bebé tarado. La enfermedad navideña.
Decidí que la historia era cierta en su mayor parte.
— La delfinitis.
— ¿Qué? ¡No sea estúpida!
— Y es considerablemente peor que la enfermedad navideña, la cual, por sí misma, puede ser ignorada en una persona real. El propio Primer Ciudadano está preocupado por eso debido a que su sucesión deberá pasar a su hija en vez de a su hijo. Este trabajo es mucho más importante y mucho más peligroso de lo que usted me ha dicho… así que el precio sube.
Aquel par de hermosos bayos recorrió un centenar de metros Rodeo Drive arriba antes de que Mosby respondiera.
— De acuerdo. Dios la ayude si habla. No vivirá mucho tiempo. Incrementaremos la bonificación. Y…
— Doblarán la bonificación y la depositarán en mi cuenta antes de que empecemos. Este es el tipo de trabajo en el que la gente se muestra desmemoriada una vez ha terminado todo.
— Bien… veré lo que puedo hacer. Vamos a comer con el señor Sikmaa… y se supone que no debe saberse el hecho de que es el representante personal del Primer Ciudadano con el rango interplanetario de Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario.
Ahora compórtese y recuerde sus modales en la mesa.
Cuatro días más tarde estaba de nuevo recordando mis modales en la mesa a la derecha del capitán de la H. S. Adelantado. Mi nombre era ahora señorita Marjorie Viernes y era tan ofensivamente rica que había sido conducida del suelo a la Estación Estacionaria en el propio yate antigrav del señor Sikmaa e introducida en la Adelantado sin tener que molestarme en pasar por algo tan plebeyo como el control de pasaportes, sanidad, y todas esas cosas. Mi equipaje había sido subido a bordo al mismo tiempo — caja tras caja de caros y elegantes trajes, con sus joyas correspondientes —, pero otros se ocuparon de ello; yo no tenía que molestarme por nada.
Tres de esos días los había pasado en Florida en lo que parecía un hospital pero era (¡lo sabía!) un soberbiamente equipado laboratorio de ingeniería genética. Podía inferir cuál era, pero me guardé mis suposiciones para mí misma porque cualquier especulación respecto a cualquier cosa era rápidamente desanimada. Mientras estuve allí fui sometida al más completo examen físico del que haya oído hablar nunca. No sabía por qué estaban comprobando mi salud de una forma que normalmente se reserva tan sólo a los jefes de estado y a los presidentes de las multinacionales pero supuse que querían asegurarse de que estaba en perfecto estado de salud quien iba a proteger y entregar el óvulo que iban a convertirse, con el transcurso de los años, en el Primer Ciudadano del fabulosamente rico El Reino. Era una buena ocasión de mantener mi boca cerrada.
El señor Sikmaa no utilizó ninguna de las marrullerías que tanto Fawcett como Mosby habían intentado. Una vez decidió que yo era apta para hacer el trabajo, envió a Mosby a casa y complació todos mis deseos tan espléndidamente que no tuve necesidad de regatear nada. ¿Un veinticinco por ciento para dinero de bolsillo?… insuficiente; tome el cincuenta por ciento. Aquí está, guárdeselo… en oro y en certificados de oro de Luna City.
Y si necesita más, simplemente pídaselo al sobrecargo y firme una libranza a mi nombre.
No, no vamos a utilizar un contrato escrito; esta no es ese tipo de misión… simplemente dígame lo que desea y haré que lo tenga. Y aquí hay un pequeño opúsculo que le dice quién es usted y dónde estudió y todo lo demás. Tendrá todo el tiempo que necesite durante los próximos tres días para memorizarlo y, si se olvida de quemarlo luego, no se preocupe; las fibras están impregnadas de modo que se autodestruirá dentro de otros tres días… no se sorprenda si las páginas se vuelven amarillentas y algo quebradizas al cuarto día.
El señor Sikmaa había pensado en todo. Antes de que abandonáramos Beverly Hills, hizo traer a un fotógrafo; me tomó varias fotos desde distintos ángulos, yo vestida con una sonrisa, con tacones altos, con tacones bajos, descalza. Cuando mi equipaje estuvo instalado en la Adelantado, todos los artículos me encajaban perfectamente, todos los estilos y colores, y los vestidos llevaban etiquetas de diseñadores famosos de Italia, París, Bei-Jing, etc.
No estoy acostumbrada a la alta costura y no sé como llevarla, pero el señor Sikmaa había previsto eso también. En la esclusa estanca fui presentada a una pequeña y preciosa criatura oriental llamada Shizuko que me dijo ser mi doncella personal. Puesto que yo me había bañado y vestido sola desde que tenía cinco años, no sentía la necesidad de ninguna doncella, pero de nuevo había que representar el papel.
Shizuko me condujo a la cabina BB (un poco más pequeña que un campo de balonvolea). Una vez allí, pareció que (en la opinión de Shizuko), apenas había el tiempo suficiente para prepararme para la cena.
Con la cena a tres horas por delante, me pareció algo excesivo. Pero ella se mantuvo firme, y decidí seguir sus sugerencias… no necesitaba ningún diagrama para comprender que el señor Sikmaa era quien la había puesto allí.
Me bañó. Mientras lo estaba haciendo, hubo una repentina alteración en el control de gravedad cuando la nave inició su viaje. Shizuko me sujetó e impidió que aquello se convirtiera en un desastre acuático, y lo hizo con tanta habilidad que me convenció de que estaba acostumbrada a los despegues de las naves. No parecía tan mayor como eso.
Se pasó toda una hora con mi pelo y mi rostro. En el pasado yo me lavaba la cara cuando creía que lo necesitaba y me arreglaba el pelo con enérgicos golpes de cepillo únicamente para mantenerlo desenredado. Aprendí lo palurda que era. Mientras Shizuko estaba reencarnándome como la Diosa del Amor y de la Belleza, la pequeña terminal de la cabina zumbó. Aparecieron unas letras en la pantalla, mientras el mismo mensaje surgía de la impresora, una desvergonzada lengua:
El Capitán de la nave hiperespacial Adelantado solicita el placer de la compañía de la señorita Marjorie Viernes para un jerez y un poco de charla en la mesa del Capitán a las diecinueve horas mis excusas Me sorprendí. Shizuko no. Ya había sacado y preparado un traje de cóctel. Me cubrió completamente con él, y nunca me vi tan indecentemente vestida.
Shizuko se negó a dejarme marchar a la hora. Me envió a la mesa del capitán con el tiempo calculado exactamente para que llegase siete minutos después de la hora. La maestra de ceremonias ya conocía mi nombre (actual), y el capitán inclinó su cabeza sobre mi mano. Tengo la impresión de que ser una VIP en una nave espacial es un oficio mejor que ser una maestro de armas.
El «jerez» incluía licores, cócteles, Muerte Negra islandesa, Lluvia de Primavera procedente de El Reino (mortal… no tocar), cerveza danesa, algo de color rosado procedente de Fiddler’s Green, y, no tengo la menor duda, Sudor de Pantera si una lo pedía. También incluía treinta y una clases diferentes (las conté) de pequeños canapés que se comían cogiéndolos con los dedos. Cumplí con el señor Sikmaa; tomé solamente jerez y únicamente un vaso pequeño, y rechacé amablemente los ofrecimientos, una y otra y otra y otra y otra vez, de probar aquellas pequeñas treinta y una tentaciones.
Y realmente tuve que resistir mucho. En aquella nave se acudía al pesebre ocho veces al día (de nuevo las conté); el café de primera hora de la mañana (café complet… es decir, con pastas), el desayuno, un refrigerio a media mañana, el almuerzo, el té de la tarde con bocadillos y más pastas, un cóctel con hors d’oeuvre (esas treinta y una trampas pecadoras), la cena (siete platos, si una era capaz de resistirlos), y un bufet frío a medianoche. Claro que, si una sentía una punzada de hambre en cualquier hora, siempre podía ordenar algunos bocadillos y snacks a la cocina.
La nave tenía dos piscinas, un gimnasio, unos baños turcos, una sauna sueca, y una clínica de «control de peso». Dos paseos y un tercio de punta a punta de la nave es un kilómetro. Creo que no es suficiente; algunos de nuestros compañeros de viaje estaban haciendo el recorrido de la galaxia comiendo. Mi principal problema una vez llegados a la capital imperial podía ser el encontrar mi ombligo.
El doctor Jerry Madsen, el Oficial Médico Subalterno, que no parecía lo suficientemente viejo como para ser un matasanos, me libró de la multitud en el jerez del capitán, luego me estaba aguardando después de la cena. (No come en la mesa del capitán, ni siquiera en el comedor, lo hace con los demás oficiales jóvenes en el comedor de oficiales). Me llevó al Salón Galáctico, donde bailamos, y luego hubo un espectáculo de cabaret…
cantantes, danzas acrobáticas, y un prestidigitador que hizo toda una serie de trucos mágicos (que me hicieron pensar en aquellas palomas, y en Rubia, y me sentí de pronto melancólica pero lo reprimí).
Luego hubo más baile y otros dos oficiales jóvenes, Tom Udell y Jaime López, se turnaron con Jerry, y finalmente el salón cerró y los tres me llevaron a un pequeño cabaret llamado El Agujero Negro, y yo decliné firmemente emborracharme pero bailé todas las veces que me lo solicitaron. El doctor Jerry consiguió librarme de los otros dos y me llevó de vuelta a la cabina BB a una hora más bien tardía de acuerdo con el tiempo de la nave pero no especialmente tardía de acuerdo con el tiempo de Florida por el que me había guiado aquella mañana al embarcar.
Shizuko estaba esperando, vestida con un hermoso y formal kimono, unas zapatillas de seda, y maquillada de otra forma. Nos hizo una reverencia, indicó que nos sentáramos al fondo del salón — el dormitorio queda cerrado por una puerta corredera —, y nos sirvió té y pastelillos.
Al cabo de poco rato Jerry se puso en pie, me deseó buenas noches, y se fue.
Entonces Shizuko me desvistió y me metió en la cama.
No había hecho ningún plan preciso acerca de Jerry, aunque no dudo de que él hubiera podido persuadirme de hacerlos… mis inclinaciones son muy precisas, lo sé. Pero ambos éramos plenamente conscientes de que Shizuko estaba sentada allí, las manos cruzadas, observando, aguardando. Jerry ni siquiera me dio un beso de buenas noches.
Tras meterme en la cama, Shizuko fue a su cama al otro lado de la puerta corredera… e hizo algo con unas ropas de cama que sacó de un armario.
Nunca antes había estado vigilada tan de cerca, ni siquiera en Christchurch. ¿Formaba eso parte de mi contrato no escrito?