24

Ni Rubia ni Anna aparecieron al día siguiente para el desayuno. Comí sola, y en consecuencia rápidamente; me demoraba con la comida tan sólo cuando la compartía con alguien. Por eso estaba ya levantándome, una vez hube terminado, cuando la voz de Anna brotó por el sistema de altavoces:

— Atención, por favor. Tengo el triste deber de anunciar que durante esta noche nuestro Presidente ha muerto. Cumpliendo con su voluntad, no habrá ningún servicio funerario. El cuerpo ha sido incinerado. A las nueve horas, en la sala de conferencias grande, habrá una reunión para liquidar los asuntos de la compañía. Se ruega que todo el mundo asista y sea puntual.

Pasé el tiempo hasta las nueve llorando. ¿Por qué? Sintiendo pena por mí misma, supongo. Estoy segura de que eso es lo que pensaría el Jefe. No sentiría pena por sí mismo, no sentiría pena por mí, y me regañaría más que nunca por mis sentimientos. La compasión por uno mismo, diría, es el más desmoralizador de todos los vicios.

No importaba, yo sentía pena por mí misma. Yo siempre había reñido con él, incluso mucho antes de que rompiera mi contrato e hiciera de mí una Persona Libre después de que yo me escapara de él. Me encontré lamentando cada vez que le había respondido mal, había sido desvergonzada, le había llamado cosas feas.

Luego me recordé a mi misma que el Jefe no me hubiera apreciado en absoluto si yo hubiera sido un gusano, siempre obediente, sin opiniones propias. Él tenía que ser lo que era y yo tenía que ser lo que era y habíamos vivido durante años en una íntima asociación que nunca, ni una sola vez, había implicado el contacto de nuestras manos. Para Viernes, eso es un récord. Uno que no estoy interesada en superar.

Me pregunté si había llegado a saber alguna vez, hacía años, cuando acudí por primera vez a trabajar para él, lo rápido que me hubiera sentado en su regazo si él me hubiera invitado a ello. Probablemente sí que lo sabía. Como sabía que, aunque yo nunca había llegado a tocar su mano, él era el único padre que había tenido nunca.

La gran sala de conferencias estaba realmente atestada. Nunca había visto ni la mitad de tanta gente en las comidas, y algunos de los rostros me eran completamente desconocidos. Llegué a la conclusión de que algunos habrían sido llamados de fuera y habían podido llegar rápidamente. En una mesa en la parte delantera de la habitación, Anna estaba sentada con una completa desconocida. Anna tenía junto a sí un montón de hojas de papel, una formidable terminal de computadora, y utensilios de oficina. La desconocida era una mujer de aproximadamente la misma edad que Anna pero con la severa mirada de una maestra de escuela en vez de la calidez de Anna.

A las nueve y dos segundos la desconocida golpeó fuertemente sobre la mesa.

— ¡Silencio, por favor! Soy Rhoda Wainwright, Vicepresidente Ejecutivo de esta compañía y Consejero Jefe del difunto doctor Baldwin. Como tal soy ahora Presidente pro tem y liquidadora de todos nuestros asuntos. Cada uno de ustedes sabe que estaba ligado a esta compañía a través de un contrato personal con el doctor Baldwin…

¿Había firmado yo alguna vez un tal contrato? Me sentía absorta por lo de «el difunto doctor Baldwin». ¿Era ese realmente el nombre del Jefe? ¿Cómo era que este nombre era idéntico al de mi más común nom de guerre? ¿Lo había elegido él? Hacía tanto tiempo de eso.

— …por lo que todos ustedes son a partir de ahora agentes libres. Somos un equipo de élite, y el doctor Baldwin anticipó que cualquier compañía libre de Norteamérica estaría dispuesta a reclutarnos para sus filas en el momento mismo en que su muerte nos dejara libres. Hay agentes reclutadores en cada una de las salas de conferencias pequeñas y en el salón. A medida que vayan siendo llamados sus nombres, por favor vengan hasta aquí para recibir su paquete correspondiente y firmar por él. Luego examínenlo inmediatamente pero no, repito no, se queden delante de esta mesa e intenten discutirlo.

Para discutirlo deberán aguardar hasta que todos los demás hayan recibido su paquete.

Por favor, recuerden que he permanecido en vela toda la noche…

¿Contratarme en alguna otra compañía libre inmediatamente? ¿Debía hacerlo?

¿Estaba sin un céntimo? Probablemente, excepto lo que quedara de aquellos doscientos mil oseznos que había ganado en aquella estúpida lotería… y probablemente la mayor parte de esa suma se la debía a Janet de su tarjeta Visa. Veamos, había ganado 230,4 gramos de oro fino, depositados en la MasterCard como 200,00 oseznos pero acreditados como oro al cambio del día. Había retirado treinta y seis gramos en efectivo y… pero debía contar también mi otra cuenta, la del Banco Imperial de Saint Louis. Y el dinero en efectivo y la tarjeta de crédito Visa que le debía a Janet. Y Georges debía dejarme pagar la mitad de…

Alguien estaba llamando mi nombre.

Era Rhoda Wainwright, y parecía molesta.

— Por favor esté atenta, señorita Viernes. Aquí está su paquete, y firme el recibí. Luego échese a un lado para comprobarlo.

Miré el recibí.

— Firmaré después de haber comprobado.

— ¡Señorita Viernes! Está obstaculizando el procedimiento.

— Me echaré a un lado. Pero no voy a firmar hasta que compruebe que el paquete coincide con lo listado en el recibí.

— Coincide — dijo Anna conciliadoramente —. Yo misma lo he comprobado.

— Gracias — respondí —. Pero lo haré de la misma forma que tú manejas los documentos clasificados… mirar y tocar.

La vieja bruja parecía dispuesta a hacerme hervir en aceite, pero yo simplemente me aparté un par de metros y empecé a comprobar… un paquete de regular tamaño: tres pasaportes con tres nombres, un surtido de documentos de identidad, papeles de aspecto muy sincero correspondiendo con cada una de esas identidades, y una libranza a nombre de «Marjorie Viernes Baldwin» contra el Ceres & South África, Luna City, por un importe de 297’3 gramos de oro de 0’999… lo cual me sorprendió aunque no tanto como lo hizo el siguiente articulo: los documentos de adopción por parte de Hartley M. Baldwin y Emma Baldwin de la niña Viernes Jones, rebautizada Marjorie Viernes Baldwin, extendidos en Baltimore, Maryland, Unión Atlántica. Nada acerca de la Inclusa de Landsteiner o de Johns Hopkins, pero la fecha era del día en que abandoné la Inclusa de Landsteiner.

Y dos certificados de nacimiento: uno era un certificado de nacimiento extendido con posterioridad a nombre de Marjorie Baldwin, nacida en Seattle, y el otro era a nombre de Viernes Baldwin, nacida de Emma Baldwin, Boston, Unión Atlántica.

Dos cosas eran ciertas acerca de cada uno de esos documentos: ambos eran falsos, y ambos eran de completa confianza; el Jefe nunca hacía las cosas a medias. Dije:

— Correcto, Anna — y firmé.

Anna aceptó el recibo, y añadió suavemente:

— Nos veremos luego.

— Correcto. ¿Dónde?

— Ve en busca de Rubia.

— ¡Señorita Viernes! ¡Su tarjeta de crédito, por favor! — de nuevo Wainwright.

— Oh. — Bien, sí, con el Jefe desaparecido y la compañía disuelta, no podía volver a usar mi tarjeta de crédito de Saint Louis —. Aquí está.

Alargó la mano; se la tendí.

— Rómpala, por favor. O córtela a trozos. Lo que acostumbre.

— ¡Oh, vamos! Será incinerada junto con todas las demás, una vez haya comprobado los números.

— Señora Wainwright, si tengo que entregar una tarjeta de crédito librada a mi nombre, y lo estoy haciendo, no discuto nada al respecto, debe ser destruida o inutilizada, completamente, en mi presencia.

— ¡Es usted realmente pesada! ¿No confía en nadie?

— No.

— Entonces tendrá que aguardar aquí hasta que todo el mundo haya terminado.

— Oh, no lo creo así. — Creo que la MasterCard de California utiliza un laminado de plástico fenólico; en cualquier caso sus tarjetas son duras, como debe ser una buena tarjeta de crédito. Yo me había preocupado mucho de no mostrar ninguno de mis perfeccionamientos en el cuartel general, no porque importara allí, sino porque no es educado. Pero esta era una circunstancia especial. Rompí la tarjeta en sus dos sentidos, le tendí los trozos —. Creo que aún puede comprobar usted los números de identificación.

— ¡Muy bien! — Sonaba tan irritada como me sentía yo. Me di la vuelta. Ella restalló: — ¡Señorita Viernes! ¡Su otra tarjeta, por favor!

— ¿Qué tarjeta? — Estaba preguntándome quién entre mis queridos amigos estaba siendo repentinamente privado de esa absoluta necesidad de la vida moderna, una tarjeta de crédito válida, y siendo arrojado con una libranza y un poco de moneda menuda.

Torpe. Inconveniente. Estaba segura de que el Jefe no lo había planeado de este modo.

— La MasterCard… de… California, señorita Viernes, extendida en San José. Démela.

— La compañía no tiene nada que ver con esa tarjeta. Arreglé ese crédito por mí misma.

— Considero eso difícil de creer. Su crédito ahí está garantizado por el Ceres & South África… es decir, por la compañía. Cuyos asuntos están siendo liquidados. Así que déme la tarjeta.

— Está usted confundida, consejero. Aunque el pago se hace a través del Ceres & South África, el crédito es exclusivamente mío. No tiene nada que ver con sus asuntos.

— ¡Pronto descubrirá de cuáles asuntos se trata! Su cuenta será cancelada.

— Bajo su propia responsabilidad, consejero. Si desea usted un proceso legal que va a dejarla sin zapatos. Mejor que antes compruebe los hechos. — Me di la vuelta, ansiosa de no decir ninguna otra palabra. Me había irritado tanto que, en aquel momento, no sentía ninguna pena por el Jefe.

Miré a mi alrededor, y descubrí que Rubia había pasado ya por aquello. Estaba sentada, esperando. Capté su mirada, y ella palmeó una silla vacía a su lado; me senté.

— Anna me dijo que te viera.

— Estupendo. He hecho una reserva en el Cabaña Hyatt de San José para Anna y para mí por esta noche, y les he dicho que quizá hubiera un tercer huésped. ¿Deseas venir con nosotras?

— ¿Tan pronto? ¿Ya tenéis hecho vuestro equipaje? — ¿Qué equipaje tenía yo? No mucho, puesto que mis cosas de Nueva Zelanda estaban todavía en la consigna en el puerto de Winnipeg porque sospechaba que la policía de Winnipeg había puesto vigilancia sobre ellas… de modo que allí se quedarían hasta que la situación de Janet e Ian estuviera arreglada —. Esperaba quedarme aquí esta noche, aunque realmente no había pensado demasiado en ello.

— Cualquiera puede quedarse a dormir aquí esta noche, aunque no es aconsejado. El directorio (el nuevo directorio) desea dejar todas las cosas arregladas hoy. El almuerzo será la última comida que se sirva. Si queda alguien todavía esta noche a la hora de la cena, deberá contentarse con bocadillos fríos. Desayuno para mañana, nada.

— ¡Por los clavos de Cristo! Esto no suena como lo que el Jefe hubiera planeado.

— Efectivamente. Esta mujer… El Jefe había hecho todos los arreglos necesarios con el accionista principal, que murió hace seis semanas. Pero no importa, simplemente nos vamos y ya está. ¿Vienes con nosotras?

— Supongo que sí. Sí. Pero sería mejor que viera a esos reclutadores antes; voy a necesitar un trabajo.

— No lo vas a necesitar.

— ¿Por qué no, Rubia?

— Yo también estoy buscando otro trabajo. Pero Anna me advirtió. Los reclutadores que hay aquí hoy tienen todos tratos con la Wainwright. Si alguno de ellos tiene algo bueno, podemos entrar en contacto con él en el Mercado de Trabajo de Las Vegas… sin tener que darle a esa tortuga mordedora una comisión. Sé lo que quiero… enfermera jefe en un hospital de campaña o un buen contrato como mercenario. Lo mejor de ambas cosas está representado en Las Vegas.

— Imagino que es el lugar donde debo mirar yo también. Rubia, nunca antes tuve que ir en busca de un trabajo. Me siento confusa.

— Todo irá bien.

Tres horas más tarde, tras un rápido almuerzo, estábamos en San José. Habían sido previstos dos VMAs para hacer el trayecto entre Pájaro Sands y la Plaza Nacional; Wainwright deseaba librase de nosotros lo más rápidamente posible… vi dos enormes carromatos de caja plana, cada uno tirado por seis caballos, siendo cargados mientras nos íbamos, y a papá Perry con aspecto preocupado. Me pregunté que iba a ocurrirle a la biblioteca del Jefe… y sentí una privada y egoísta tristeza al pensar que nunca más iba a tener una posibilidad tan ilimitada de alimentar mi elefantiasis mental. Nunca seré un gran cerebro, pero me siento curiosa hacia todo, y una terminal conectada directamente a todas las mejores bibliotecas del mundo es un lujo que no tiene precio.

Cuando vi lo que estaban cargando recordé de pronto algo y me sentí presa del pánico.

— Anna, ¿quién era la secretaria del Jefe?

— No tenía ninguna. A veces yo le ayudaba si necesitaba que alguien le echara una mano. Muy raras veces.

— Tenía una dirección para contactar con mis amigos Ian y Janet Tormey. ¿Qué habrá sido de ella?

— A menos que esté aquí — tomó un sobre de su bolso y me lo tendió —, ha desaparecido… porque hace mucho tiempo que tengo órdenes estrictas de ir a su terminal particular tan pronto como él fuera declarado muerto y teclear un cierto programa. Era una orden de borrado, lo sé, aunque él nunca me lo dijo. Cualquier cosa personal que hubiera en los bancos de memoria ha sido borrada. ¿Era personal ese dato?

— Muy personal.

— Entonces ya no está. A menos que lo tengas aquí.

Miré a lo que me había entregado: un sobre cerrado con sólo la palabra «Viernes» escrita en él. Anna añadió:

— Eso hubiera debido estar en tu paquete, pero yo lo tomé y lo retiré. Esa tipa ruidosa estaba leyendo todo lo que caía en sus manos. Yo sabía que esto era una cosa privada entre tú y el señor Dos Bastones… el doctor Baldwin, tendría que decir ahora. No estaba dispuesta a dejar que ella le echara las zarpas encima. — Anna suspiró —. Trabajé con ella durante toda la noche. No la maté. No comprendo por qué no lo hice.

— La necesitábamos para firmar todos estos papeles — dijo Rubia.

Junto a nosotras había uno de los oficiales de estado mayor, Burton McNye… un hombre tranquilo que raramente expresaba sus opiniones. Pero esta vez habló:

— Lamento que se contuviera. Míreme; no tengo dinero en efectivo, siempre he utilizado mi tarjeta de crédito para todo. Esa irritable picapleitos se negó a entregarme mi cheque de liquidación hasta que yo le hube devuelto mi tarjeta de crédito. ¿Qué ocurre con una libranza sobre un banco lunar? ¿Puede uno cobrarla, o tiene que guardarla para su colección? Puede que esta noche tenga que dormir en la Plaza.

— Señor McNye…

— ¿Sí, señorita Viernes?

— Ya no soy «señorita» Viernes. Simplemente Viernes.

— Entonces yo soy Burt.

— De acuerdo. Burt, tengo algunos oseznos en efectivo y una tarjeta de crédito que Wainwright no puede tocar, aunque lo ha intentado. ¿Cuánto necesita?

Sonrió, y alargó una mano y me palmeó la rodilla.

— Todas las cosas agradables que he oído de usted son ciertas. Gracias, querida, pero me las arreglaré. Primero llevaré esto al Banco de América. Si no lo hacen efectivo inmediatamente, quizá puedan darme un adelanto mientras gestionan el cobro Si no, iré a la oficina de ella en el Edificio CCC y me plantaré ante su escritorio y le diré que es problema suyo encontrarme una cama. Maldita sea; el Jefe hubiera hecho las cosas de modo que cada uno de nosotros recibiera al menos unos cuantos cientos de billetes en efectivo; ella lo ha hecho así a propósito. Quizá para obligarnos a firmar con sus compinches; yo no estoy dispuesto a hacerlo. Si ella intenta algo conmigo, voy a probar si recuerdo o no todas las cosas que me enseñaron en el entrenamiento básico.

— Burt — respondí —, nunca meta las manos encima de un picapleitos. La forma de luchar contra un picapleitos es con otro picapleitos, uno más listo. Mire, nosotras vamos a estar en el Cabaña. Si no puede hacer efectiva esta libranza, será mejor que acepte mi oferta.

A mí no me causará ningún perjuicio.

— Gracias, Viernes. Pero voy a estrangularla hasta que suelte el dinero.

La habitación que Rubia había reservado resultó ser una pequeña suite, una habitación con una gran cama de agua y un saloncito con un sofá que se abría hasta convertirse en una cama doble. Me senté en el sofá para leer la carta del Jefe mientras Anna y Rubia utilizaban el baño… luego fui a usarlo yo misma cuando ellas salieron. Cuando salí yo, estaban en la gran cama, al parecer dormidas… cosa que no resultaba sorprendente; ambas habían estado en pie durante toda la noche realizando un trabajo agotadoramente nervioso. Me mantuve muy quieta y me senté, y seguí leyendo la carta:

Querida Viernes, Puesto que ésta es mi última oportunidad de comunicarme contigo, tengo que decirte algunas cosas que no he sido capaz de decirte cuando estaba con vida y aún era tu patrón.

Tu adopción: no la recuerdas porque no ocurrió de esa forma. Descubrirás que todos los documentos son legalmente correctos. Eres desde todos los ángulos mi hija adoptiva.

Emma Baldwin posee el mismo tipo de realidad que tus padres de Seattle, es decir, real para todos los efectos prácticos y legales. Necesitas ser cuidadosa únicamente en una cosa: no dejes que tus distintas identidades tropiecen entre sí. Pero ya has actuado de ese modo en muchas ocasiones, profesionalmente.

Asegúrate de estar presente o representada en la lectura de mi testamento. Puesto que soy ciudadano lunar, (¿Eh?) este testamento estará en Luna City inmediatamente después de mi muerte, puesto que la República de la Luna no sufre todos los retrasos provocados por los abogados que uno encuentra en casi todos los países de la Tierra. Llama a Fong, Tomosawa, Rothschild, Fong y Finnegan, Luna City. No te precipites demasiado; mi testamento no te librará de la necesidad de aprender a vivir.

Tu origen: siempre te has mostrado curiosa al respecto, comprensiblemente. Puesto que tus virtudes genéticas fueron reunidas a partir de muchas fuentes, y puesto que todos los archivos al respecto han sido destruidos, puedo decirte muy poco. Déjame mencionar dos fuentes de tu esquema genético de las cuales puedes sentirte orgullosa, conocidas por la historia como señor y señora Joseph Green. Hay un monumento conmemorativo de ellos en un cráter cerca de Luna City, pero no vale la pena el viaje hasta allí porque no hay mucho que ver. Si preguntas a la Cámara de Comercio de Luna City en relación a ese monumento, puede que obtengas una cassette con un relato razonablemente exacto de lo que hicieron. Cuando lo oigas, sabrás por qué te dije que suspendieras tus juicios acerca de los asesinos. El asesinato es normalmente un negocio sucio… pero los asesinos a sueldo honorables pueden llegar a ser héroes. Escucha la cassette y juzga por ti misma.

Los Green fueron colegas míos hace muchos años. Puesto que su trabajo era muy peligroso, conseguí que los dos depositaran material genético, cuatro óvulos de ella, una provisión de esperma de él. Cuando resultaron muertos, hice efectuar un análisis de esos genes con vistas a un hijo póstumo… sólo para descubrir que eran incompatibles; la fertilización simple hubiera ocasionado un reforzamiento de los alelos perniciosos.

En vez de ello, cuando la creación de personas artificiales se hizo posible, sus genes fueron utilizados selectivamente. El tuyo fue el único diseño que tuvo éxito; otros intentos que los incluían fueron o no viables o tuvieron que ser destruidos. Un buen diseñador genético trabaja de la misma forma que un buen fotógrafo: un resultado perfecto deriva de la voluntad de rechazar drásticamente cualquier intento que no alcance la perfección. Ya no habrá más intentos utilizando a los Green; los óvulos de Gail han desaparecido, y la esperma de Joe probablemente ya no es utilizable.

No es posible definir tu relación con ellos pero es equivalente a algo entre nieta y bisnieta; el resto de ti procede de varias fuentes pero puedes sentirte orgullosa del hecho de que toda tú fuiste seleccionada con el máximo cuidado para maximizar los mejores rasgos del Homo sapiens. Este es tu potencial; el que consigas o no realizarlo por completo ya es cosa tuya.

Antes de que los archivos relativos a ti fueran destruidos, satisfice en una ocasión mi curiosidad listando las fuentes que intervinieron en tu creación. Por todo lo que puedo recordar, son:

Fineses, polinesias, amerindias, danesas, irlandesas, swazis, coreanas, germanas, hindúes, inglesas… y detalles y trozos de otros lugares, puesto que ninguna de las mencionadas más arriba eran puras. Nunca podrás permitirte ser racista; ¡te morderías la cola!

Todo lo dicho más arriba significa que fueron empleados los mejores materiales para diseñarte, independientemente de su fuente. Es una gran suerte que, con todo ello, salieras además hermosa.

(«¡Hermosa!» Jefe, tengo un espejo. ¿Es posible que pensaras realmente eso? De acuerdo, fui bien construida; pero eso simplemente refleja el hecho de que soy una buena atleta… lo cual a su vez refleja el hecho de que fui planeada, no nací. Bueno, es hermoso que pensaras eso si realmente lo pensabas… porque es el único juicio que me importa; de todos modos, yo soy yo, piensen lo que piensen los demás).

Hay un punto en el que te debo una explicación, si no una disculpa. Estaba previsto que fueras educada por unos padres seleccionados como su hija natural. Pero cuando tú aún pesabas menos de cinco kilos, fui enviado a prisión. Aunque fui capaz, finalmente, de escapar, no pude volver a la Tierra hasta después de la Segunda Rebelión Atlántica. Las cicatrices de esto aún están en ti, lo sé. Espero que algún día te purgues de tus temores y de tu desconfianza hacia las personas «humanas»; no te favorece en nada, sino que más bien te perjudica. Algún día, de algún modo, deberás darte cuenta emocionalmente de lo que sabes intelectualmente, de que todos los demás están atados a la Rueda como lo estás tú.

En cuanto a los demás, ¿qué puedo decirte en un último mensaje? Esa desafortunada coincidencia, mi convicción en el momento precisamente menos adecuado, te ha dejado demasiada herida, demasiado sentimental. Querida, debes curarte completamente por ti misma de todos los temores, culpabilidades y vergüenzas. Espero que hayas desenraizado la autocompasión, (¡Un infierno he hecho!) pero, si no, debes trabajar en ello. Creo que eres inmune a las tentaciones de la religión. Si no lo eres, no puedo ayudarte, del mismo modo que no puedo impedirte adquirir un hábito hacia las drogas. Una religión es algunas veces una fuente de felicidad, y yo jamás privaría a nadie de la felicidad. Pero es un consuelo apropiado para los débiles, no para los fuertes… y tú eres fuerte. El gran problema con la religión — con cualquier religión — es que una persona religiosa, habiendo aceptado ciertas proposiciones por la fe, no puede aceptar tales proposiciones por la evidencia. Uno puede calentarse al fuego de la fe o elegir vivir en la desolada inseguridad de la razón… pero no puede vivir con ambas cosas.

Tengo una última cosa que decirte… para mi propia satisfacción, para mi propio orgullo.

Yo soy uno de tus «antepasados»… no uno de los importantes, pero algo de mi esquema genético vive en ti. Tú eres no sólo mi hija adoptiva sino también en parte mi hija natural.

Para mi gran orgullo.

Así que déjame terminar esta carta con dos palabras que no te podía decir mientras estaba vivo.

Te quiero, HARTLEY M. BALDWIN Devolví la carta a su sobre y me acurruqué y me dejé llevar por el peor de los vicios, la autocompasión, y lo hice completamente, con abundancia de lágrimas. No veo nada malo en llorar; lubrica la psique.

Luego lo desterré de mí y me levanté y me lavé la cara y decidí que ya era bastante de llorar por el Jefe. Estaba complacida y halagada de que él me hubiera adoptado y reconfortada por el hecho de saber que una parte de él había sido usada para diseñarme… pero seguía siendo el Jefe. Pensé que podía permitirme una sesión catártica de pesar, pero me lo impedí: él se hubiera irritado conmigo.

Mis compañeras seguían durmiendo a pierna suelta, agotadas, así que cerré la puerta que las aislaba, me complació el darme cuenta de que era una puerta a prueba de ruidos, y me senté ante la terminal, metí mi tarjeta en la ranura, y tecleé Fong, Tomosawa y todo lo demás, tras dar unas cuantas vueltas por el servicio de información para obtener el código, y luego tecleándolo directamente; es más barato de este modo.

Reconocí a la mujer que respondió. Realmente la baja gravedad es mejor que un sujetador; si yo viviera en Luna City, llevaría tan sólo un monokini también. Y algún detalle complementario. Una esmeralda en el ombligo tal vez.

— Disculpe — dije —. De alguna forma debo haber tecleado el código del Ceres & South África cuando pretendía teclear el de Fong, Tomosawa, Rothschild, Fong y Finnegan. Mi subconsciente me está gastando jugarretas. Lamento haberla molestado, y gracias por la ayuda que me dispensó hace algunos meses.

— ¡Espere! — respondió —. No ha tecleado mal. Soy Gloria Tomosawa, accionista de la Fong, Tomosawa y demás, ahora que el abuelo Fong se ha retirado. Pero eso no interfiere con el hecho de ser vicepresidenta del Ceres & South África; somos también el departamento legal del banco. Y soy la jefa del fideicomiso también, lo cual significa que voy a tener tratos con usted. Todos aquí lamentamos terriblemente la noticia de la muerte del doctor Baldwin, y espero que eso no la haya afligido demasiado… señorita Baldwin.

— ¡Hey! ¡Vuelva atrás y empiece de nuevo!

— Lo siento. Normalmente, cuando la gente llama a la Luna desea que su comunicación sea lo más breve posible debido al coste. ¿Desea que se lo repita todo, palabra por palabra?

— No. Creo que lo he asimilado. El doctor Baldwin me dejó una nota diciéndome que estuviera presente en la lectura de su testamento, o que estuviera representada. No puedo estar ahí. ¿Cuándo será leído, y puede usted aconsejarme cómo puedo conseguir a alguien en Luna City que me represente?

— Será leído tan pronto como tengamos notificación oficial de la muerte por parte de la Confederación de California, lo cual debería ser en cualquier momento a partir de ahora puesto que nuestro representante en San José ha pagado ya los correspondientes sobornos. Alguien que la represente… ¿serviría yo? Quizá debiera decir que el abuelo Fong fue el abogado de su padre en Luna City durante muchos años… y yo heredé sus asuntos, y ahora que su padre ha muerto, he heredado también los suyos. A menos que usted me diga lo contrario.

— Oh, ¿podría usted? Señorita… señora Tomosawa… ¿es señorita o señora?

— Puedo y me encantará hacerlo. Y es señora. Tiene que serlo; tengo un hijo de más o menos la edad de usted.

— ¡Imposible! — (¿Aquella belleza capaz de ganar cualquier concurso de misses, dos veces mi edad?).

— Completamente posible. Aquí en Luna City somos chapados a la antigua, no como en California. Nos casamos y tenemos niños, y siempre por ese orden. No me atrevería a ser una señorita con un hijo de su edad, nadie me miraría a la cara.

— Quiero decir la idea de que usted tenga un hijo de mi edad. Parece como si hubiera tenido el bebé a la edad de cinco años. Cuatro.

Dejó escapar una risita.

— Dice usted cosas encantadoras. ¿Por qué no viene aquí y se casa con mi hijo? El siempre ha deseado casarse con una heredera.

— ¿Soy una heredera?

Se puso seria.

— Hum. No puedo romper los sellos de ese testamento hasta que su padre esté oficialmente muerto, lo cual no es así, al menos en Luna City, todavía no. Pero lo será dentro de poco, y no tiene ningún sentido hacerla llamar a usted de nuevo. Yo redacté ese testamento. Lo comprobé por si se habían producido cambios cuando lo recibí de vuelta.

Luego lo sellé y lo puse en mi caja fuerte. Así que sé lo que dice. Lo que voy a decirle ahora no lo sabrá usted hasta última hora de hoy. Es usted una heredera, pero los cazadores de fortuna no van a correr detrás de usted. No va a recibir ni un gramo en efectivo. En vez de ello, el banco (ese soy yo) tiene instrucciones de subvencionarla a usted en el momento mismo en que emigre fuera de la Tierra. Si elige usted la Luna, pagaremos su Pasaje. Si elige usted un planeta con prima de enganche, le daremos un cuchillo de explorador y rezaremos por usted. Si elige usted un planeta de alto precio de enganche como Kaui o Halcyon, pagaremos su viaje y su contribución y la ayudaremos con un capital inicial. Si usted no emigra nunca de la Tierra, a su muerte los fondos previstos para ayudarla revertirán a otras finalidades del fideicomiso. Pero su emigración tiene que ser primero confirmada. Una excepción: si emigra usted a Olympia, entonces tendrá que pagárselo todo. No recibirá nada del fideicomiso.

— El doctor Baldwin me dijo algo al respecto. ¿Qué es lo que tiene tan malo Olympia?

No puedo recordar ningún mundo colonial llamado así.

— ¿No? No, imagino que es usted demasiado joven. Allí fue donde se marcharon aquellos supuestos superhombres. De todos modos, no tiene ninguna utilidad prevenirla contra él; la corporación no envía naves allí. Querida, va a encontrarse con una factura terrible.

— Supongo que sí. Pero me costaría más si tuviera que volver a llamar. Lo que me sabe mal es tener que pagar por todo ese tiempo muerto de la velocidad de la luz. ¿Puede usted cambiarse de sombrero y ser por un momento Ceres & South África? O quizá no, tal vez necesite un consejo legal.

— Llevo puestos los dos sombreros al mismo tiempo, así que adelante. Pregunte lo que quiera; hoy es gratis. Publicidad de la casa.

— No, pagaré mi consulta.

— Suena usted como su difunto padre. Creo que él inventó el toma y daca.

— No es realmente mi padre, ya sabe, y nunca pensé en él como tal.

— Conozco la historia, querida; yo misma redacté algunos de los documentos relativos a usted. Él pensaba en usted como su hija. Estaba sorprendentemente orgulloso de usted.

Me sentí de lo más interesada cuando usted llamó la otra vez… teniendo que mantener el secreto de muchas cosas que sabía pero velando al mismo tiempo por usted. ¿Qué es lo que tiene en mente?

Le expliqué el problema que había tenido con Wainwright acerca de las tarjetas de crédito.

— Realmente, la MasterCard de California me entregó una tarjeta de crédito con un techo mucho más allá de mis necesidades o posibilidades. ¿Pero es esto asunto suyo? Ni siquiera he utilizado mi depósito, y ahora voy a aumentarlo con la libranza de mi liquidación. Doscientos noventa y siete coma tres gramos de oro fino.

— Rhoda Wainwright nunca valió un pepino como abogada; cuando murió el señor Espósito, su padre hubiera debido cambiar la representación. Por supuesto no es asunto suyo el crédito que la MasterCard haya podido extenderle a usted, y no tiene ninguna autoridad sobre ese banco. Señorita Baldwin…

— Llámeme Viernes.

— Viernes, su difunto padre era uno de los directores de este banco y es, o era, uno de los principales accionistas. Aunque usted no reciba nada de su capital directamente, podría acumular usted una enorme deuda no asegurada y olvidarse de reducirla por bastante tiempo y negarse a responder a todas sus cuestiones antes de que su cuenta fuera bloqueada. Así que olvídelo. Pero, ahora que Pájaro Sands está siendo cerrada, necesito otra dirección suya.

— Oh, precisamente ahora, usted es la única dirección que tengo.

— Entiendo. Bien, facilítemela tan pronto como tenga una. Hay otros con el mismo problema, un problema empeorado innecesariamente por Rhoda Wainwright. Hay otros que deberían ser representados en la lectura del testamento. Ella hubiera debido notificárselo, no lo hizo, y ahora han abandonado Pájaro Sands. ¿Sabe usted dónde puedo encontrar a Anna Johansen? ¿O a Sylvia Havenisle?

— Conozco a una mujer llamada Anna que estaba en el Sands. Era la encargada de los documentos clasificados. El otro nombre no lo conozco.

— Debe ser la Anna que yo digo; la tengo listada como «encargada del departamento confidencial». Havenisle es una enfermera.

— ¡Oh! Las dos están al otro lado de la puerta a la que estoy mirando en este momento.

Durmiendo. Han permanecido en pie toda la noche. La de la muerte del doctor Baldwin.

— Hoy es mi día de suerte. Por favor, dígales (cuando despierten) que deberían estar representadas en la lectura del testamento. Pero no las despierte; puedo arreglar eso más tarde. Aquí no somos tan exigentes.

— ¿Puede representarlas usted?

— Si usted lo autoriza, sí. Pero haga que me llamen. Necesitaré también las nuevas direcciones de ellas. ¿Dónde están ahora?

Se lo dije, nos despedimos, y corté la comunicación. Luego me quedé completamente inmóvil y dejé que mi cabeza fuera asimilando los acontecimientos. Pero Gloria Tomosawa lo había hecho todo más fácil. Sospecho que hay dos clases de picapleitos:

aquellos que dedican todos sus esfuerzos a hacer la vida más fácil a los demás… y los parásitos.

Un leve zumbido y una luz me hicieron ir de nuevo a la terminal. Era Burton McNye. Le dije que subiera pero que lo hiciera de puntillas. Le di un beso sin pararme a pensarlo, luego recordé que no era amigo de beso. ¿O lo era? No sabía si había ayudado a rescatarme del «Mayor» o no… pero podía preguntárselo.

— No ha habido ningún problema — me dijo —. El Banco de América lo aceptó como un depósito salvo buen fin pero me avanzó unos cuantos centenares de oseznos para sobrevivir mientras tanto. Me dijeron que una libranza en oro podía ser hecha efectiva a través de Luna City en veinticuatro horas. Eso, combinado con el hecho de que nuestro difunto patrón tiene buena reputación financiera, me ha sacado del apuro. Así que no tiene que dejarme dormir aquí esta noche.

— ¿Se supone que debo alegrarme? Burt, ahora que es usted solvente de nuevo, puede llevarme a cenar. Fuera. Porque mis compañeras de habitación son zombies. Están como muertas. Las pobres estuvieron en vela toda la noche.

— Es demasiado pronto para cenar.

No era demasiado pronto para lo que hicimos a continuación. Yo no lo había planeado, pero Burt afirmó que él sí, en el VMA; y yo no le creí. Le pregunté acerca de aquella noche en la granja y, por supuesto, él formaba parte del grupo de combate. Afirmó que había sido metido como reserva y así simplemente había estado marginado de la confrontación, pero nadie hasta entonces había admitido aún haber hecho algo peligroso aquella noche… pero recuerdo al Jefe diciéndome que todo el mundo había participado porque los efectivos eran muy escasos… incluso Terence, que aún no se afeita.

No protestó cuando empecé a desnudarlo.

Burt era precisamente lo que necesitaba. Habían ocurrido demasiadas cosas y yo me sentía emocionalmente apaleada. El sexo es un tranquilizante mejor que cualquiera de esas drogas y mucho mejor para tu metabolismo. No veo por qué la gente humana efectúa todos esos fuertes viajes fuera del sexo. No es en absoluto complejo; es simplemente lo mejor de la vida, incluso mejor que la comida.

El baño de aquella suite podía ser alcanzado sin tener que pasar por el dormitorio. y había sido instalado así, probablemente, porque el salón podía convertirse en caso de necesidad en un segundo dormitorio. Así que nos aseamos un poco y yo me puse ese mono de superpiel tan llamativo que había sido el cebo con el que había pescado a Ian la última primavera… y me di cuenta de que me lo había puesto pensando sentimentalmente en Ian pero que ya no estaba preocupada por Ian y Jan… y Georges. Los encontraría, ahora estaba serenamente segura de ello. Incluso si nunca volvían a casa, en el peor de los casos los rastrearía a través de Betty y Freddie.

Burt emitió los apropiados ruidos animales acerca de mi aspecto con el atuendo de superpiel, y le dejé mirar y me meneé un poco y le dije exactamente por qué lo había comprado, porque era una lasciva que no me sentía avergonzada en lo más mínimo de ser mujer, y porque deseaba darle las gracias por lo que había hecho por mí; mis nervios habían estado tensos como cuerdas de un arpa y ahora estaban tan relajados que se arrastraban por el suelo y había decidido pagar yo la cena para demostrarle mi aprecio.

Él se ofreció a luchar conmigo por esto. Yo no le dije que tenía que ser muy cuidadosa en mis momentos de pasión para no romper los huesos del hombre; simplemente dejé escapar una risita. Imagino que reírse así suena estúpido en una mujer de mi edad, pero así son las cosas… cuando soy feliz, no puedo impedir el reírme.

Dejé una nota a mis compañeras.

Cuando volvimos, un poco tarde, se habían ido, de modo que Burt y yo nos fuimos a la cama, esta vez parándonos a abrir la cama doble plegable. Me desperté cuando Anna y Rubia entraron de puntillas, regresando de cenar. Pero pretendí seguir durmiendo, imaginando que por la mañana podría decirles todo lo que les tenía que decir.

En algún momento a la mañana siguiente me di cuenta de que Anna estaba de pie junto a nosotros y no parecía feliz… y, realmente, aquella fue la primera vez en que se me ocurrió que tal vez Anna se sintiera disgustada viéndome en la cama con un hombre.

Realmente me había dado cuenta ya de qué pie cojeaba desde hacía tiempo; realmente sabía que se sentía inclinada hacia mí. Pero ella misma había sido quien había enfriado las cosas y yo había dejado de pensar en ella como en un asunto pendiente al que debería enfrentarme algún día; ella y Rubia eran simplemente mis compañeras, amigas que confiaban las unas en las otras.

Burt dijo como disculpándose:

— No me frunza el ceño, señorita; simplemente entré para resguardarme de la lluvia.

— No estaba frunciendo el ceño — respondió demasiado secamente —. Tan sólo estaba intentando imaginar cómo rodear la cama hasta la terminal sin despertarles. Deseo encargar el desayuno.

— ¿Para todos? — pregunté.

— Por supuesto. ¿Qué es lo que quieren?

— Algo de todo con patatas fritas a un lado. Anna cariño, ya me conoces: si no está muerto lo mataré y me lo comeré crudo, huesos incluidos.

— Y lo mismo para mí — confirmó Burt.

— Unos vecinos ruidosos. — Rubia estaba de pie en la puerta, bostezando —.

Parlanchines. Volved a la cama. — La miré, y me di cuenta de dos cosas: nunca antes la había contemplado realmente, ni siquiera en la playa. Y segundo, si Anna estaba irritada conmigo por dormir con Burt, no tenía ninguna excusa para sentirse así; Rubia parecía casi indecentemente saciada.

— Significa «isla puerto» — estaba diciendo Rubia —, y realmente tendría que llevar un guión puesto que nadie puede deletrear o siquiera pronunciar el nombre. Así que simplemente llamadme Rubia… como lo hacíamos en el equipo del Jefe, donde siempre preferíamos prescindir de los apellidos. Pero no es un nombre tan difícil como el de la señora Tomosawa… después de pronunciarlo mal por cuarta vez, me dijo que la llamara simplemente Gloria.

Estábamos terminando un enorme desayuno, y mis dos amigas habían hablado con Gloria y el testamento había sido leído y las dos (y Burt también, para mi sorpresa y la de él) eran ahora un poco más ricas y estábamos preparándonos para irnos a Las Vegas, tres de nosotros para buscar otro trabajo, Anna simplemente para estar con nosotros y visitar el lugar hasta que nosotros nos fuéramos, o lo que sucediera.

Luego, Anna se dirigiría a Alabama.

— Quizá termine cansándome de holgazanear. Pero le prometí a mi hija que me retiraría, y este es el momento adecuado. Quiero que mis nietos me conozcan antes de que sean demasiado grandes.

¿Anna una abuela? ¿Ha visto nunca nadie algo así?

Загрузка...