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Frontera no es gran cosa. Su sol es una estrella G8, lo cual la sitúa bastante por debajo de las estrellas tipo sol, puesto que el sol es una G2. Es notablemente más fría que la estrella de nuestro sistema solar. Pero la estrella no es algo tan importante mientras sea una estrella tipo sol (tipo G). (Puede que algún día sea posible colonizar planetas en torno a otros tipos de estrellas, pero parece razonable de momento limitarse a estrellas cuya distribución espectral encaje con el ojo humano y no emitan demasiadas radiaciones letales… estoy citando a Jerry. De todos modos, hay más de cuatrocientas estrellas tipo G no tan lejos de la Tierra como lo está El Reino — eso al menos dice Jaime López —, las cuales pueden mantenernos ocupados durante unos cuantos años).

Pero supongamos una estrella tipo G. Entonces necesitas un planeta a la distancia correcta de ella para que sea cálido pero no demasiado caliente. Luego su gravedad superficial debe ser lo suficientemente intensa como para sujetar firmemente su atmósfera en su lugar. Esa atmósfera tiene que haber tenido tiempo de cocerse en conexión con la evolución de la vida, el tiempo suficiente como para ofrecer un aire adecuado a la vida-talcomo— la-conocemos. (La vida-tal-como-no-la-conocemos es un tema fascinante pero no tiene nada que ver con la colonización por parte de la gente de la Tierra. No esta semana.

No estamos discutiendo colonias de artefactos vivientes o de cyborgs. Se trata de colonos de Dallas o Tashkent).

Frontera apenas justifica todo esto. Su relación es pobre. El oxígeno al nivel del mar es tan escaso que una tiene que caminar lentamente, como en la cima de una montaña. Está tan lejos de su estrella que tiene dos tipos de clima, frío y helado. Su eje se mantiene casi derecho; sus estaciones provienen de la excentricidad de su órbita… así que no se vayan ustedes al sur durante el invierno porque el invierno llega hasta usted, esté donde esté.

Hay una especie de estación estival aproximadamente en unos veinte grados a cada lado del ecuador, pero el invierno es mucho más largo que el verano… por supuesto. Ese «por supuesto» se refiere a las leyes de Kepler, aquella acerca de los vectores de radio y áreas iguales. (He tomado todo esto del periódico de a bordo). Cuando fueron dados los premios, Frontera estaba detrás de la puerta.

Pero yo me sentía frenéticamente ansiosa por verlo.

¿Por qué? Porque nunca había ido más lejos de casa que la Luna… y la Luna es casi el propio hogar. Frontera está a más de cuarenta años luz de la Tierra. ¿Saben ustedes cuántos kilómetros es esto? (Yo tampoco). Ahí están.

300.000 x 40’7 x 31.557.600= 385.318.296.000.000 kilómetros.

Redondeemos. Cuatrocientos millones de millones de kilómetros.

El tiempo de la nave nos indicaba que completaríamos nuestra órbita estacionaria (22’1 horas de período orbital, esta es la duración del día en Frontera) a las dos cuarenta y siete, y las nave de desembarco saldría de estribor a primera hora de la mañana («mañana» tiempo de la nave) a las tres en punto. No se apuntaron muchos a la excursión — en realidad ningún pasajero parecía tener el menor interés en poner el pie en aquel suelo —, tal vez debido a que la media guardia no es una hora muy popular para la mayoría de nuestros pasajeros.

Pero yo estaba dispuesta a ir hasta el final. De modo que abandoné una buena fiesta y me fui a la cama a las veintidós, con la intención de dormir algunas horas antes del descenso. Me levanté a las dos y me metí en el cuarto de baño, cerrando con llave la puerta detrás de mí… si no la cierro con llave, Shizuko viene inmediatamente detrás; lo aprendí en mi primer día en la nave. Estaba ya levantada y vestida cuando yo me desperté.

Cerré la puerta con llave tras de mí, y vomité casi inmediatamente.

Aquello me sorprendió. No soy inmune al mareo, pero durante aquel viaje no había sentido la menor molestia. Subir y bajar por el Tallo había hecho diabluras con mi estómago y las náuseas habían durando interminables horas. Pero en la Adelantado había notado únicamente una arcada cuando penetramos en el hiperespacio, luego otra la noche pasada justo antes de cenar cuando surgimos de nuevo al espacio normal, pero el breve temblor de la nave me había prevenido.

¿Acaso la gravedad (artificial) había sufrido alguna sacudida ahora? No podía estar segura. Me sentía completamente mareada pero eso podía ser una consecuencia del haber vomitado… porque el vómito había sido tan completo como si hubiera estado subiendo y bajando por aquel maldito Tallo.

Me lavé la boca, me cepillé los dientes sin dentífrico, me lavé de nuevo la boca, y me dije a mí misma: «Viernes, ese ha sido tu desayuno; no vas a permitir que un caso inesperado de mareo del Tallo te impida ver Frontera. Además, has engordado dos kilos y ya es hora de cortar las calorías».

Habiéndome peleado así verbalmente con mi estómago, y luego empleado un poco de disciplina de control mental, salí, dejé que Tilly-Shizuko me ayudara a meterme en un grueso mono, y luego me dirigí hacia la nave de aterrizaje de estribor, con Shizuko correteando detrás, llevando gruesos abrigos para cada una de nosotras. Al principio me había sentido inclinada a mostrarme amigable con Shizuko, pero tras deducir, y luego confirmar, su auténtico papel, tendía a sentirme irritada hacia ella. Mezquina de mí. Pero se supone que un espía no merece la misma amistosa consideración que se gana siempre un sirviente. No era ruda con ella; simplemente la ignoraba la mayor parte del tiempo. Y esta mañana no me sentía sociable en absoluto.

El señor Woo, el ayudante del sobrecargo al mando de las excursiones a tierra, estaba en la compuerta estanca con una tablilla.

— Señorita Viernes, su nombre no está en mi lista.

— Le aseguro que me anoté. Pero de todos modos no tiene importancia; añádame a su lista, o llame al capitán.

— No puedo hacer eso.

— ¿No? Entonces voy a quedarme sentada aquí en medio de su compuerta estanca. No me gusta esto, señor Woo. Y si está intentando sugerirme usted que no debería estar aquí porque se ha producido algún error administrativo en su oficina, todavía me gusta menos.

— Hummm, supongo que debe tratarse de algún error administrativo. No queda mucho tiempo, así que ¿por qué no pasa, me deja que le indique su asiento, y arreglamos esto después de que haya comprobado todo lo demás?

No puso ninguna objeción a que Shizuko me siguiera. Avanzamos por un largo pasillo — incluso las naves de aterrizaje de la Adelantado eran enormes — lleno de flechas que indicaban «al puente», y llegamos a una estancia bastante grande, algo parecida al interior de un autobús VMA: controles dobles al frente, asientos para los pasajeros detrás, un enorme ventanal panorámico… y por primera vez desde que abandonamos la Tierra me hallé contemplando la «luz del sol».

La luz del sol de Frontera, por supuesto, iluminando una blanca, muy blanca, curva del planeta delante, con el negro espacio detrás. El sol en sí no estaba a la vista. Shizuko y yo nos acomodamos en un par de asientos y nos sujetamos nuestros cinturones, del mismo tipo de cinco anclajes utilizados en los SBs. Sabiendo que íbamos a viajar con antigrav tenía intención de sujetarme simplemente el cinturón del regazo. Pero mi pequeña sombra se inclinó sobre mí y los aseguró todos.

Tras un rato el señor Woo apareció mirando a todos lados, y finalmente me descubrió.

Se inclinó por encima del hombre situado entre yo y el pasillo y dijo:

— Señorita Viernes, lo lamento, pero sigue sin estar usted en la lista.

— ¿De veras? ¿Qué ha dicho el capitán al respecto?

— No he podido comunicarme con él.

— Entonces la respuesta está en sus manos. Me quedo.

— Lo siento. No.

— ¿De veras? ¿Cómo piensa sacarme de aquí? ¿Y quién es el que va a ayudarle a sacarme? Porque va a tener que sacarme chillando y pateando y, se lo aseguro, voy a chillar y a patear.

— Señorita Viernes, no podemos hacer eso.

El pasajero que estaba a mi lado dijo:

— Joven, ¿no se da cuenta de que está haciendo el idiota? Esta joven dama es un pasajero de primera clase; la he visto en el comedor… en la mesa del capitán. Ahora saque esta estúpida tablilla de delante de mi rostro y encuentre algo mejor que hacer.

Pareciendo preocupado — los sobrecargos subalternos siempre parecen preocupados —, el señor Woo se alejó. Tras un instante se encendió una luz roja, sonó una sirena, y una voz grave anunció:

— ¡Abandonamos la órbita! Prepárense para aceleración.

Fue un día miserable.

Tres horas para bajar a la superficie, dos horas en el suelo, tres horas para subir de vuelta a la órbita estacionaria… el viaje de descenso tuvo música variada con horribles parlamentos de Frontera; el viaje de vuelta tuvo únicamente música, lo cual fue mejor. Las dos horas en el suelo hubieran podido ser estupendas si hubiera podido abandonar el aparato de aterrizaje. Pero tuvimos que quedarnos a bordo. Se nos permitió soltarnos los cinturones e ir a proa, a lo que era denominado el salón pero que era tan sólo un espacio con un bar con café y bocadillos en el lado de babor y portillas transparentes en la parte de atrás. A través de ellas podíamos ver a los inmigrantes saliendo por la cubierta inferior y la nave siendo descargada.

Colinas bajas cubiertas de nieve… una especie de plantas a media distancia… cerca de la nave edificios bajos conectados con cobertizos cubiertos de nieve. Los inmigrantes iban todos bien arropados pero no perdieron tiempo en apresurarse hacia los edificios. La carga estaba siendo retirada en una hilera de carromatos planos tirados por una máquina de algún tipo que exhalaba nubes de humo negro… ¡exactamente el tipo de cosa que se puede ver pintada en los libros de historia de los niños! Pero esto no era un dibujo ni una foto.

Oí a una mujer decirle a su compañera:

— ¿Cómo puede decidir alguien instalarse aquí?

Su compañera hizo una piadosa observación sobre «la voluntad del Señor», y yo me aparté. ¿Cómo puede alguien alcanzar los setenta años de edad (esa era la edad que como mínimo tenía esa mujer) sin saber que uno no «decide» establecerse en Frontera…

excepto en el limitado sentido en que uno «decide» aceptar el transporte como una alternativa a la muerte o a la prisión de por vida?

Mi estómago aún no se sentía en forma, de modo que no me arriesgué con los bocadillos, pero pensé que una taza de café ayudaría… hasta que me llegó el olor.

Entonces corrí rápidamente a los servicios en la parte delantera del salón, y me gané el título de «Mandíbula de Hierro Viernes». Me lo gané honesta y merecidamente aunque nadie más lo sepa excepto yo… encontré todas las cabinas ocupadas y tuve que esperar… y esperé, con los músculos de la mandíbula encajados. Tras un siglo o dos una de las cabinas se desocupó y entré, y vomité de nuevo. Principalmente baba… no debía haber olido el café.

El viaje de vuelta fue interminable.

Una vez en la Adelantado llamé a mi amigo Jerry Madsen, el cirujano subalterno de la nave, y le pedí que me examinara profesionalmente. Según las reglas de la nave el departamento médico visita únicamente a las nueve de la mañana, el resto del día atiende tan sólo emergencias. Pero sabía que Jerry acudiría de buen grado a visitarme, fuera cual fuese la excusa. Le dije que no era nada serio; sólo deseaba obtener de él alguna de esas píldoras que receta a las viejas damas con problemas de vértigos… las píldoras contra el mareo. Me pidió que fuera a verle a su oficina.

En vez de tener las píldoras preparadas, me condujo a la habitación de exámenes y cerró la puerta.

— Señorita Viernes, ¿debo llamar a una enfermera? ¿O prefiere que la examine una doctora? Puedo llamar a la doctora García, pero no me gustaría despertarla; ha estado trabajando toda la noche.

— Jerry, ¿qué ocurre? — dije —. ¿Cuándo he dejado de ser Marj para usted? ¿Y por qué este remilgado protocolo? Simplemente deseo un puñado de esas píldoras contra el mareo. Esas pequeñas y rosadas.

— Siéntese, por favor. Señorita Viernes… de acuerdo, Marj… no recetamos ese medicamento o sus derivados a mujeres jóvenes… para ser preciso, a mujeres en edad fértil… sin asegurarnos de que no están embarazadas. Podrían causar defectos en el feto.

— Oh. Tranquilícese, muchacho; no estoy embarazada.

— Eso es lo que vamos a comprobar. Marj. Si lo está… tenemos otra medicación que aliviará sus molestias.

¡Oh, bueno! El muchacho estaba simplemente preocupándose por mí.

— Mire, suponga que le digo, Muchacho Explorador honorífico, que ningún hombre se me ha llevado a la cama en mis últimos dos períodos. Aunque algunos lo han intentado.

Usted entre ellos.

— Naturalmente, ahora lo que tengo que decir yo es: «Tome este frasco y tráigame una muestra de orina, y luego yo tomaré una muestra de sangre y una muestra de saliva. He tratado antes con mujeres a las que nadie se ha llevado a la cama».

— Es usted un cínico, Jerry.

— Estoy intentando cuidar de usted, querida.

— Sé que lo está haciendo. De acuerdo, seguiré con las tonterías. Si el ratón chilla…

— Es un jerbo.

— Si el jerbo dice que sí, entonces puede usted notificar al Papa en el Exilio que por fin ha ocurrido, y yo compraré una botella de champán. Ha sido la explicación más tonta de mi vida.

Jerry tomó sus muestras e hizo diecinueve otras cosas, y me dio una píldora azul para que la tomara antes de cenar y una píldora amarilla para dormir y otra píldora azul para tomar antes del desayuno.

— Esas no tienen la fuerza de las que usted había pedido, pero servirán, y no harán que un futuro bebé pueda nacer con los pies al revés o algo así. Le llamaré mañana por la mañana tan pronto como sean horas de oficina — Creía que los tests de embarazo eran hoy en día un servicio mientras-usted-espera.

— Oh, vamos. Su bisabuela utilizaba el método de esperar a que la cintura se le ensanchara. Está usted muy mimada. Desee solamente que yo no tenga que repetir el test.

De modo que le di las gracias y le besé, lo cual pretendió evitar pero sin demasiada insistencia. Jerry es un inocente.

Las píldoras azules me permitieron cenar y luego desayunar.

Me quedé en mi cabina hasta después del desayuno. Jerry llamó a su debido tiempo.

— Felicidades, Marj. Me debe una botella de champán.

— ¿Qué? — Me dominé por Tilly —. Jerry, está usted rematadamente loco. Fuera de sus cabales.

— Por supuesto — admitió —. Pero eso no es ningún handicap en este asunto. Venga a verme y discutiremos un régimen para usted. ¿Digamos a las catorce?

— Digamos ahora mismo. Deseo hablar con ese jerbo.

Jerry me convenció. Enumeró los detalles, mostrándome cómo se había realizado cada uno de los tests. Los milagros ocurren y yo estaba demostrablemente embarazada… de modo que era por eso por lo que mis pechos se habían puesto algo blandos últimamente.

Tenía un pequeño folleto para mí, diciéndome lo que tenía que hacer, lo que tenía que comer, cómo debía bañarme, qué tenía que evitar, qué esperar, y cosas así de aburridas.

Le di las gracias, lo tomé y me fui. Ninguno de los dos mencionó la posibilidad de un aborto, y él no hizo comentarios chistosos acerca de las mujeres «que no se han llevado a nadie a la cama».

Sólo que yo no lo había hecho. Burt había sido el último, y eso había sido dos períodos atrás, y de todos modos yo había sido esterilizada quirúrgicamente en la menarquía y nunca había utilizado anticonceptivos de ninguna clase en toda mi ajetreada vida social.

Todos esos centenares y centenares de veces, ¡y ahora él me dice que estoy embarazada!

No soy totalmente estúpida. Una vez aceptado el hecho, la vieja regla de Sherlock Holmes me dijo cuándo y dónde y cómo había ocurrido. Una vez de vuelta en la cabina BB me dirigí al cuarto de baño, cerré la puerta con llave, me quité las ropas, y me tendí en el suelo… apreté ambas manos en torno a mi ombligo, tensé mis músculos, y empujé.

Una pequeña esfera de nailon salió fuera, y la cogí.

La examiné cuidadosamente. No había la menor duda; era la misma pequeña bola que había llevado allí desde que me había sido practicado el truco quirúrgico, la que había llevado siempre excepto cuando transportaba algún mensaje. No era un contenedor para un óvalo en estasis, no era un contenedor para nada… sólo una pequeña, lisa, translúcida esfera. La miré de nuevo, y volví a introducirla en su sitio.

Así que me habían mentido. Me había sorprendido en su momento lo de la «estasis» a temperatura corporal debido a que la única estasis para tejidos vivos de la que había oído hablar implicaba temperaturas criogénicas, nitrógeno liquido o más bajo aún.

Pero eso era problema del señor Sikmaa y yo no pretendía ser una biofísica… si él tenía confianza en sus científicos, no era misión mía discutir. Yo era un correo; mi única responsabilidad era entregar el paquete.

¿Qué paquete? Viernes, tú sabes condenadamente bien qué paquete. No uno en tu ombligo. Uno de aproximadamente diez centímetros, mucho más profundo. Uno que fue implantado en ti una noche en Florida cuando fuiste inducida a un sueño mucho más profundo de lo que esperabas. Uno que tarda nueve meses en ser entregado. Eso pospone tus planes de completar el Grand Tour, ¿no? Si este feto es lo que tiene que ser, entonces no van a dejarte abandonar El Reino hasta que efectúes la entrega final.

Si deseaban una madre huésped, ¿por qué demonios no lo dijeron? Hubiera sido razonable al respecto.

¡Esperen un momento! La Delfina tiene que dar a luz su propio hijo. Para eso se ha organizado toda esa manipulación: un heredero para el trono, libre de todo defecto congénito, de la Delfina… indiscutiblemente de la Delfina, nacido en presencia de al menos cuatro médicos de la corte y tres enfermeras y una docena de miembros de la corte. ¡No de ti, híbrida PA con tu falso certificado de nacimiento!

Lo cual me llevaba de vuelta al escenario original con sólo una ligerísima variación: la señorita Marjorie Viernes, riquísima turista, toma tierra en El Reino para gozar de las glorias de la capital imperial… y atrapa un mal resfriado y tiene que ir al hospital. Y la Delfina es llevada al mismo hospital y… ¡no, alto! ¿Haría la Delfina algo tan plebeyo como ser una paciente en un hospital abierto a los turistas?

De acuerdo, probemos esto: tú entras en el hospital con un mal resfriado, tal como se te ha instruido. Aproximadamente a las tres de la madrugada sales por la puerta trasera en un carro de provisiones con una manta echada encima tuyo. Vas a Palacio. ¿Cuánto tiempo pasas allí? ¿Cuánto tiempo necesitan los médicos de Palacio para disponer la química del cuerpo real de modo que sea receptivo al feto? Oh, olvídalo, Viernes; no lo sabes ni necesitas saberlo. Cuando ella está lista, os sitúan a las dos en sendas mesas de operaciones y abren tus piernas y te lo sacan y lo implantan en ella, mientras aún es pequeño y no presenta ningún problema.

Luego tú recibes un buen premio y te vas. ¿Te da las gracias el Primer Ciudadano?

Probablemente no en persona. Pero posiblemente sí de incógnito, si… ¡Alto, Viernes! No sueñes despierta; tendrías que saberlo mejor. En una conferencia en tu entrenamiento básico, una de las conferencias orientativas del Jefe, te dijeron…

«El problema con este tipo de misiones es que, después de que un agente la ha completado satisfactoriamente y con éxito, algo permanente le ocurre a ese agente, algo que le impide hablar, entonces o más tarde. No, no importa cuán tentadora sea la oferta monetaria, es bueno evitar ese tipo de misiones».

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