32

Eran las dos de la madrugada, tiempo de la nave. La salida al espacio normal se había producido a su debido tiempo, aproximadamente a las once de la mañana, y las cifras de aproximación habían sido tan buenas que la Adelantado se esperaba que completara su órbita estacionaria en torno a Botany Bay a las siete y cuarenta y dos, varías horas antes de lo estimado antes de salir del hiperespacio. Aquello no me gustó porque una partida de las naves de aterrizaje a primera hora de la mañana incrementaba las posibilidades (creía yo) de que la gente estuviera merodeando por los corredores en las horas tranquilas de la noche.

No había elección. Los acontecimientos se precipitaban, no habría segunda oportunidad. Terminé los preparativos de último minuto, le di a Tilly el beso de adiós, le hice una seña con un dedo para que no hiciera ruido, y me deslicé fuera de la cabina BB.

Tenía que ir hacia proa y bajar tres cubiertas. En dos ocasiones tuve que pararme y esconderme para evitar las guardias nocturnas haciendo su ronda. En otra ocasión tuve que meterme por un corredor lateral para evitar a un pasajero, seguir hacia popa por el siguiente pasillo paralelo al eje de la nave, luego regresar hacia estribor. Finalmente alcancé el corto pasillo sin salida que desembocaba en la compuerta estanca de pasajeros de la nave de aterrizaje de estribor.

Descubrí a Mac-Pete-Percival aguardando allí.

Avancé rápidamente hacia él, sonriendo, apliqué un dedo a mis labios reclamando silencio, y le golpeé debajo del oído.

Se derrumbó al suelo, lo aparté de en medio, y me dediqué a la cerradura de combinación…..y descubrí que era casi imposible leer las marcas en el dial, ni siquiera con mi visión nocturna perfeccionada. No había ninguna luz excepto los pilotos en los pasillos, y aquel corto pasillo sin salida no tenía ninguna. Dos veces fallé la combinación.

Me detuve y pensé en el asunto. ¿Volver a la cabina BB en busca de una linterna? Yo no tenía ninguna, pero quizá Tilly si tuviera. Si no, ¿debía aguardar hasta que se encendieran las luces matutinas? Eso sería hilar demasiado fino; la gente estaría levantándose. ¿Pero tenía alguna otra elección?

Comprobé a Pete: aún sin sentido, pero su corazón latía fuerte… afortunadamente para ti, Pete; si me hubiera disparado completamente, estarías muerto. Lo registré.

Descubrí, sin excesiva sorpresa, una pluma linterna en él… su trabajo (seguirme los pasos) podía necesitar del auxilio de una linterna, mientras que la Señorita Mucho Dinero no tenía por qué preocuparse por esas cosas.

Unos segundos más tarde tenía la puerta abierta.

Arrastré a Pete a su través, cerré y aseguré la puerta, haciendo girar la rueda tanto en sentido de las manecillas del reloj como en sentido contrario. Me di la vuelta, noté que los párpados de Pete aleteaban… le di otro golpe.

Entonces siguió una tarea realmente espantosa. Pete debe pesar como unos ochenta y cinco kilos, no demasiado para un hombre. Pero son veinte kilos más que yo, y es mucho más grande. Sabía por Tom que los ingenieros estaban manteniendo la gravedad artificial a 0’97 para igualarla a la de Botany Bay. En ese momento hubiera deseado caída libre o un mecanismo antigrav, puesto que no podía dejar a Pete detrás, ni vivo ni muerto.

Conseguí echármelo encima del hombro, entonces descubrí que la mejor forma para mí de ver hacia adelante y al mismo tiempo tener una mano libre para manejar puertas y hacer frente a cualquier sorpresa que pudiera presentarse era sujetar la linterna pluma de Pete con la boca, como un cigarro. Realmente necesitaba esa luz… pero, de tener que escoger, hubiera preferido encontrar mi camino en la oscuridad, sin el inconsciente cuerpo a cuestas.

Con sólo una vuelta en falso llegué finalmente a aquella enorme cala de carga… que parecía aún más enorme con sólo el rayo de la linterna pluma cortando la total oscuridad.

No había anticipado una oscuridad total; había visualizado la nave de aterrizaje débilmente iluminada con pilotos nocturnos como la propia nave, desde la medianoche hasta las seis.

Finalmente alcancé el escondite que había detectado el día antes: el gigantesco turbogenerador Westinghouse.

Suponía que aquella enorme masa funcionaria con gas o algo parecido, o quizá a vapor… ciertamente no parecía preparada para Shipstones. Hay un montón de ingeniería obsoleta que aún resulta útil en las colonias, pero ya no es usada en ningún lugar donde las Shipstones estén disponibles. Nada de aquello me resultaba familiar pero no estaba preocupada por como funcionaba la cosa; mi interés residía en el hecho de que la mitad de aquel conjunto era algo parecido a un tronco de un cono gigantesco colocado de lado… y aquello formaba un espacio en el medio bajo la parte más estrecha del tronco de cono, un espacio de aproximadamente un metro de alto. Lo suficientemente grande para un cuerpo. El mío. Incluso para dos, afortunadamente, puesto que traía conmigo ese huésped indeseado al que no podía matar ni dejar atrás.

Aquel espacio había sido hecho aún más acogedor puesto que los hombres de la carga habían echado por encima de aquel monstruo una enorme lona embreada antes de atarlo y asegurarlo. Tuve que deslizarme entre las cuerdas de sujeción y culebrear un poco para meterme, luego sudé a chorros para arrastrar a Pete detrás de mí. Me dejé algo de su piel por el camino.

Comprobé de nuevo su estado, luego lo desnudé. Con un poco de suerte podría dormir un poco… cosa imposible si hubiera dejado a uno de mis guardias suelto detrás de mí.

Pete llevaba pantalones, cinturón, camisa, calzoncillos, calcetines, zapatillas, y un suéter. Se lo quité todo, luego le até las muñecas a la espalda con su camisa, até sus tobillos con las perneras de su pantalón, sujeté sus tobillos a sus muñecas por la espalda con su cinturón… es una postura infernal, que me enseñaron en básica como una forma muy efectiva de desanimar intentos de fuga.

Luego empecé a amordazarle, utilizando sus calzoncillos y suéter. Dijo suavemente:

— No necesita hacer eso, señorita Viernes. Llevo un rato despierto. Hablemos.

Me detuve.

— Imaginé que estaba despierto. Pero estaba dispuesta a seguir adelante con esto tanto como usted. Supuse que se daría cuenta de que, si me causaba algún problema, iba a arrancarle sus gónadas y metérselas por la garganta.

— Imaginé algo así. Pero no esperaba que fuera usted tan drástica.

— ¿Por qué no? Ya tuve algo que ver con sus gónadas antes. No favorablemente. Son mías, puedo arrancarlas si quiero. ¿Algo que decir?

— Señorita Viernes, ¿me dejará hablar?

— Seguro, ¿por qué no? Pero un piído más allá de un suspiro y esos jueguecitos desaparecen. Me aseguré de que sabía a qué me refería.

— ¡Uf! Tranquilícese… por favor. El sobrecargo nos puso en doble guardia esta noche.

Yo…

— ¿Doble guardia? ¿Cómo es eso?

— Normalmente Tilly… Shizuko… es la única que permanece de guardia durante el tiempo que está usted en su cabina, hasta que se levanta por la mañana. Cuando usted se levanta, ella teclea algo en la terminal, y eso me dice que debo empezar la guardia.

Pero el sobrecargo, o quizá el capitán, está preocupado con usted. Teme que pueda saltar de la nave en Botany Bay…

Abrí mucho los ojos.

— ¡Dios misericordioso! ¿Cómo puede alguien tener tan retorcidos pensamientos acerca de una niñita como yo?

— No puedo imaginarlo — respondió él solemnemente —. ¿Pero qué está haciendo usted en esta nave de desembarco?

— Estoy buscando un buen asiento para tener la mejor vista. ¿Y usted?

— Yo también. Espero. Señorita Viernes, me di cuenta de que, si pretendía abandonar la nave en Botany Bay, la hora más probable en que intentaría meterse en la nave de desembarco sería esta noche, durante la media guardia. No sabía cómo se las iba a arreglar para penetrar en la nave de aterrizaje, pero tenía confianza en usted… y veo que mi confianza estaba justificada.

— Gracias. En cierto modo, al menos. ¿Quién está vigilando la nave de babor? Si es que hay alguien.

— Graham. El tipo pequeño del pelo color arena. Quizá lo haya observado alguna vez.

— Demasiadas veces.

— Yo ocupé este lado porque usted examinó esta nave con el señor Udell ayer. O anteayer, según como se lo mire usted.

— No importa como me lo mire. Pete, ¿qué ocurrirá cuando lo echen en falta?

— Puede que no sea echado en falta. Joe Estúpido… perdón, Joseph Steuben… le he dejado instrucciones de que me releve después del desayuno. Si conozco a Joe, no se hará preguntas al no encontrarme en la puerta; simplemente se sentará en el suelo con la espalda apoyada contra la pared y se dormirá hasta que venga alguien y la abra. Luego se quedará ahí hasta que la nave parta… tras lo cual volverá a su habitación y se meterá en la cama hasta que yo lo envíe a buscar. Joe es de confianza pero no muy brillante.

Supongo que se habrá dado cuenta.

— Pete, esto suena como si usted lo hubiera planeado.

— No planeé el dolor del cuello y el dolor de cabeza. Si usted hubiera esperado lo suficiente como para dejarme hablar, no hubiera tenido que llevarme a cuestas.

— Pete, si está intentando embaucarme para que le desate, está ladrándole a la verja equivocada.

— ¿No querrá decir más bien «al árbol equivocado»?

— Equivocado, sea lo que sea, y no está usted mejorando precisamente sus posibilidades criticando mi forma de hablar. Está en un buen problema, Pete. Déme una buena razón por la cual no deba matarle y deba dejarle aquí. Porque el capitán está en lo cierto: voy a abandonar la nave. Y no quiero que usted pueda molestarme.

— Bien… una razón es que ellos encontrarán mi cuerpo esta mañana, mientras aún estén descargando. Entonces la buscarán.

— Estaré a muchos kilómetros al otro lado del horizonte. ¿Pero por qué deberían buscarme? No voy a dejar mis huellas dactilares en usted. Sólo algunas señales púrpura en torno a su cuello.

— Motivo y oportunidad. Botany Bay es una comunidad escrupulosamente observadora de la ley, señorita Viernes. Usted probablemente pueda salirse de sus problemas abandonando la nave aquí… otros lo han hecho. Pero si es buscada por asesinato a bordo de la nave, la gente local cooperará.

— Apelaré defensa propia. Un conocido violador. Por los clavos de Cristo, Pete, ¿qué voy a hacer con usted? Es un engorro. Sabe que no voy a matarle; no puedo matar a sangre fría. Tiene que ser forzada por las circunstancias. Pero si lo mantengo atado…

déjeme ver… cinco más tres son ocho, luego añádale al menos dos horas más antes de que le descubran aquí y le desaten… en total diez horas como mínimo… y tendré que amordazarle… y está empezando a hacer frío…

— ¡Y que lo diga que está empezando a hacer frío! ¿No podría envolverme un poco con mi propio suéter?

— De acuerdo, pero tendré que utilizarlo luego para amordazarle.

— Y además del frío, mis manos y mis pies están empezando a dormírseme. Señorita Viernes, si me deja usted atado de esta forma durante diez horas, mis manos y mis pies se van a gangrenar… y voy a perderlos. Aquí afuera no existe la regeneración. Y cuando volvamos ya no será tiempo, me convertiré en un tullido permanente. Mejor máteme.

— ¡Maldita sea, está usted intentando ganarse mi simpatía!

— No estoy seguro de que tenga usted ninguna.

— Mire — le dije —, si le desato y le dejo ponerse sus ropas para que no se congele, ¿me dejará luego que le ate y le amordace sin organizar escándalo al respecto? ¿O deberé golpearle más fuerte de lo que lo he hecho antes? ¿Corriendo el riesgo de romperle el cuello? Puedo hacerlo, y usted lo sabe. Me ha visto luchar…

— No la he visto; sólo vi los resultados. Oí acerca de ello.

— Es lo mismo. Entonces lo sabe. Y tiene que saber por qué puedo hacer esas cosas.

«Mi madre fue un tubo de ensayo…» — «…y mi padre fue un cuchillo» — interrumpió él —. Señorita Viernes, no va a tener que golpearme de nuevo. Es usted rápida… pero yo soy igual de rápido y mis brazos son más largos. Sabía que estaba usted perfeccionada, pero usted no sabe que yo también lo estoy. Así que nos encontramos en tablas.

Yo estaba sentada en la posición del loto, haciéndole frente, cuando hizo esa sorprendente afirmación. Me sentí mareada y me pregunté si iba a vomitar de nuevo.

— Pete — dije, casi suplicando —, ¿no me estará usted mintiendo?

— He tenido que mentir durante toda mi vida — respondió —, y usted también. Sin embargo… — Hizo una pausa y retorció sus muñecas; sus ligaduras se rompieron. ¿Han comprobado ustedes alguna vez la resistencia a la rotura de la manga enrollada de una buena camisa? Es superior a la de una cuerda de cáñamo de igual grosor… pruébenlo.

— No me importa arruinar la camisa — dijo en tono conversacional —. El suéter la cubrirá.

Pero preferiría no tener que arruinar también mis pantalones; espero tener que aparecer en público con ellos antes de poder conseguir otros. Usted puede alcanzar los nudos más fácilmente que yo; ¿querrá desatarlos, señorita Viernes?

— Deja de llamarme señorita Viernes, Pete; los dos somos PAs. — Empecé a trabajar con los nudos —. ¿Por qué no me lo dijiste mucho antes?

— Hubiera debido hacerlo. Pero otras cosas se interpusieron en mi camino.

— ¡Ya está! ¡Oh, tus pies están fríos! Déjame masajearlos. Eso te restablecerá la circulación.

Dormimos un poco, o yo dormí un poco. Pete me estaba sacudiendo el hombro y diciendo en voz muy baja:

— Mejor despierta. Debemos estar a punto de aterrizar. Se han encendido algunas luces.

Una débil claridad penetraba por debajo, alrededor y a través de la lona embreada que cubría el dinosaurio bajo el cual habíamos dormido. Bostecé.

— Tengo frío.

— Tonterías. Tú estabas en la parte interior. Es más cálida que la exterior. Yo estoy helado.

— Exactamente lo que te mereces. Violador. Estás demasiado delgado; tienes poca cosa entre la piel y los huesos. Pete, vamos a poner un poco de grasa en este cuerpo. Lo cual me recuerda que no hemos desayunado. Y el pensar en la comida… creo que voy a devolver.

— Oh… Pasa por aquí al lado y procura hacerlo ahí en aquel rincón. No aquí, donde tendremos que estar chapoteando en ello. Y manténte tan silenciosa como puedas; es posible que haya alguien en la cala ahora.

— Bruto. Bruto insensible. Sólo por eso no voy a vomitar.

En conjunto me sentía bastante bien. Había tomado una de las pequeñas píldoras azules justo antes de abandonar la cabina BB, y parecía estar haciendo efecto. Sentía como una mariposa o dos revoloteando por mi estómago, pero no eran unas mariposas muy musculares… no de la clase que gritan: «¡Apártate que voy!». Llevaba conmigo el resto de la provisión que me había dado el doctor Jerry.

— Pete, ¿cuáles son los planes?

— ¿Y tú me lo preguntas? Tú planeaste esta escapatoria, no yo.

— Sí, pero tú eres un hombre alto, fuerte, masculino, que ronca. Supuse que te harías cargo y lo tendrías todo planeado mientras yo dormía. ¿Estoy equivocada?

— Bueno… Viernes, ¿cuáles son tus planes? Los planes que hiciste cuando no esperabas tenerme a tu lado.

— No era exactamente un plan. Una vez tomáramos tierra iban a tener que abrir una puerta, quizá una puerta para la gente o una gran puerta de carga; no me importaba cuál, puesto que cuando lo hicieran, iba a salir a escape de aquí como un gato asustado, atropellando sin contemplaciones a cualquiera o cualquier cosa que se interpusiera en mi camino… y no pensaba pararme hasta estar a una buena distancia de la nave. No deseo herir a nadie, pero espero que nadie intente con demasiada vehemencia detenerme…

porque no me voy a detener.

— Es un buen plan.

— ¿Lo crees realmente? No es exactamente un plan. Sólo una determinación. Una puerta se abre, yo salgo a escape.

— Es un buen plan porque no tiene muchas posibilidades de salir mal. Y tiene una gran ventaja. No se atreverán a herirte.

— Me gustaría poder estar segura de eso.

— Si resultas herida, será por accidente, y el hombre que lo haga va a ser colgado de sus pulgares. Como mínimo. Después de oír el resto de tu historia comprendo ahora por qué las instrucciones que me dieron fueron tan enfáticas. Viernes, ellos no te desean viva o muerta, te desean en perfecto estado de salud. Te dejarán escapar antes de hacerte ningún daño.

— Entonces va a ser fácil.

— No estés demasiado segura de ello. Por indomable que seas, ya ha quedado demostrado que un número suficiente de hombres puede sujetarte e inmovilizarte; los dos sabemos eso. Si descubren que te has ido… y creo que lo han hecho; esta nave se retrasó más en una hora en su partida de la órbita…

— ¡Oh! — Miré a mi dedo —. Sí, ahora hubiéramos debido de haber aterrizado. ¡Pete, me están buscando!

— Eso es lo que creo. Pero no tenía ningún objeto despertarte hasta que las luces se encendieran. En estos momentos han dispuesto ya de cuatro horas para asegurarse de que no estabas en la cubierta superior con los excursionistas de primera clase. También deben haber comprobado con todos los emigrantes. De modo que, si estás aquí y no simplemente escondida en la nave propiamente dicha, tienes que estar en la sala de carga. Todo esto es una simplificación extrema del asunto, pues hay todo tipo de formas de jugar al escondite en un espacio tan grande como el de esta nave. Pero ellos vigilarán los dos cuellos de botella, la puerta de carga en este nivel y la puerta de pasajeros en el nivel de arriba. Viernes, si utilizan la gente suficiente, y lo harán, y esos tipos van equipados con redes y fuertes cuerdas y lazos, y lo irán, te atraparán sin herirte apenas salgas de esta nave.

— Oh. — Pensé en ello —. Pete… si esto ocurre, antes habrá algunos muertos y heridos.

Puede que resulte muerta yo misma… pero ellos van a pagar un alto precio por mi pellejo.

Gracias por avisarme.

— Puede que no lo hagan de esta forma. Puede que hagan aparecer como muy evidente el que las puertas están vigiladas a fin de que tú te escondas y no salgas. Así sacarán a los inmigrantes… supongo que sabes que salen por la puerta de carga.

— No, no lo sabía.

— Lo hacen. Los sacan y los comprueban… luego cierran las grandes puertas e inundan el lugar con gas del sueño. O con gases lacrimógenos, y te obligan a salir llorando y tosiendo.

— ¡Brrr! Pete, ¿están realmente equipados con esos gases en la nave? Me pregunto.

— Esos, y peores. Mira, el capitán de esta nave opera a varios años luz de la ley y el orden, y tiene tan sólo un puñado de gente en la que puede confiar en cualquier disturbio.

En cuarta clase esta nave lleva, casi en cada viaje, una pandilla de criminales desesperados. Por supuesto, está equipada para gasear cada compartimiento, selectivamente. Pero, Viernes, tú no estarás aquí cuando usen el gas.

— ¿Eh? Sigue hablando.

— Los inmigrantes caminan por el pasillo central de esta cala. Casi trescientos este viaje; estarán apiñados en su compartimiento más allá del límite de seguridad. Hay tantos en este viaje que cabe suponer que no es posible que se conozcan todos los unos a los otros en el corto tiempo que han tenido. Utilizaremos esto. Además es un método antiguo, muy antiguo, Viernes; el mismo que utilizó Ulises con Polifemo…

Pete y yo habíamos retrocedido hasta un rincón bastante oscuro formado por el alto extremo del generador y algo parecido a una enorme grúa. La luz cambió, y oímos el murmullo de muchas voces.

— Están viniendo — susurró Pete —. Recuerda, tu mejor apuesta es alguien que lleve muchos bultos. Hay montones de ellos. Nuestras ropas son adecuadas… no parecemos de primera clase. Pero tenemos que llevar algo. Los emigrantes van cargados; lo sé muy bien.

— Intentaré tomar el bebé de alguna de las mujeres — le dije.

— Perfecto, si puedes conseguirlo. Cuidado, ahí vienen.

Iban por supuesto muy cargados… debido a lo que me parece que es una inconsecuente política de la compañía: un inmigrante puede llevar por el precio de su billete todo lo que quepa en esos cuartos trasteros que llaman camarotes en tercera clase… siempre y cuando pueda sacarlo de la nave sin ayuda; esa es la definición que la compañía da a «equipaje de mano». Pero cualquier cosa que deba ser depositada en la cala paga aparte sus tasas de embarque. Sé que la compañía lo que desea es sacar un beneficio… pero no tiene por qué gustarme esta política. De todos modos, hoy íbamos a intentar convertirla en una ventaja para nosotros.

Mientras pasaban junto a nosotros la mayoría de ellos ni siquiera nos dirigían una mirada, y el resto no parecía excesivamente interesado. Parecían cansados y preocupados y supongo que lo estaban, ambas cosas. Había montones de bebés y la mayoría estaban llorando. El primer par de docenas en la columna se apresuraron hacia el exterior. Luego la fila avanzó más lentamente — más bebés, más equipajes — y se arracimó. Aquel era el momento de pretender ser una «oveja».

Luego, repentinamente, en aquella mezcolanza de olores humanos, de sudor y suciedad y preocupación y miedo y almizcle y pañales sucios, un olor llegó hasta mí tan claro como el tema del Gallo Dorado en el Himno al Sol de Rimsky-Korsakov o un tema principal wagneriano en el Ciclo de los Anillos… y grité:

— ¡Janet!

Una mujer muy cargada al otro lado de la hilera se volvió y me miró, y dejó caer dos maletas y me agarró.

— ¡Marjie!

Y un hombre con una barba estaba diciendo:

— ¡Os dije que estaba en la nave! ¡Os lo dije!

E Ian dijo acusadoramente:

— ¡Estabas muerta!

Y yo extraje mi boca de la de Janet el tiempo suficiente para decir:

— No, no lo estoy. La Oficial Piloto Subalterna Pamela Heresford te envía sus más cálidos saludos.

— ¡Esa perra! — dijo Janet — Vamos, Jan — dijo Ian.

Y Betty me miró atentamente y dijo:

— Realmente es ella. Hola, chica. Dichosos los ojos. ¡Y que lo jures! — mientras Georges decía incoherencias en francés e intentaba separarme suavemente de Janet.

Naturalmente, habíamos detenido el avance de la cola. Otras personas, espantosamente cargadas y algunas de ellas quejándose, empujaron por nuestro lado, entre nosotros. Dije:

— Será mejor que avancemos de nuevo. Podemos hablar más tarde. — Miré hacia el lugar donde Pete y yo nos habíamos ocultado; no estaba. De modo que dejé de preocuparme por él; Pete es listo.

Janet parecía distinta, algo más corpulenta… hacía simplemente varios meses que no la veía. Intenté tomar una de sus maletas; no me dejó.

— Mejor ir con dos; van bien para el equilibrio.

Así que cogí una jaula para viaje con un gato dentro… Mamá Gata. Y un largo paquete de papel marrón que Ian llevaba bajo el brazo.

— Janet, ¿qué pasó con los gatitos?

— Ellos — respondió Freddie por ella — consiguieron, gracias a mi influencia, escalar excelentes posiciones con magníficas perspectivas de mejora como ingenieros de control de roedores en una gran estación ganadera en Queensland. Y ahora, Helen, por favor dinos cómo ocurre que tú, que sólo ayer, según todas las apariencias, te sentabas a la diestra del señor y dueño de una gran supernave de línea, te encuentras hoy compartiendo el destino del paisanaje en las entrañas de este cacharro.

— Más tarde, Freddie. Una vez hayamos pasado por ahí.

Miró hacia la puerta.

— ¡Oh, sí! Más tarde, con amistosas libaciones y muchas historias que contar. Mientras tanto aún nos queda pasar por Cerbero.

Dos perros guardianes, ambos armados, estaban en la puerta, uno a cada lado.

Empecé a recitar mantras mentalmente mientras charlaba tonterías de doble sentido con Freddie. Los dos maestros de armas me miraron, ambos parecieron considerar que mi apariencia no era digna de mención. Posiblemente un rostro sucio y un pelo enmarañado adquiridos durante la noche ayudaban mucho, sobre todo teniendo en cuenta que hasta entonces nunca había salido ni una sola vez de la cabina BB sin que Shizuko hubiera trabajado concienzudamente para hacerme alcanzar altos precios en la subasta social.

Cruzamos la puerta, bajamos una corta rampa, y fuimos alineados junto a una mesa situada justo al final de la rampa. Tras ella había sentados dos empleados con papeles.

Uno de ellos llamó en voz alta:

— ¡Frances, Frederick J.! ¡Adelántese!

— ¡Aquí! — respondió Federico, y avanzó junto a mí para dirigirse a la mesa. Entonces una voz detrás mío gritó:

— ¡Aquí está! — y dejé caer a Mamá Gata al suelo con excesiva brusquedad y eché a correr hacia la línea del cielo.

Fui vagamente consciente de mucha excitación detrás mío, pero no presté atención a ello. Simplemente deseaba salirme fuera del radio de acción de cualquier pistola atontadora o lazo o mortero de gases lacrimógenos lo más rápido que fuera posible. No podía superar a una pistola radar o a un rifle de proyectiles… pero esos no me preocupaban, si Pete estaba en lo cierto. Simplemente me limitaba a poner un pie delante del otro. Había un poblado a mi derecha y algunos árboles directamente delante. Por el momento llegar a los árboles parecía la mejor apuesta; seguí corriendo.

Una mirada hacia atrás me mostró que la mayor parte de mis perseguidores habían quedado atrás… lo cual no era sorprendente. Puedo recorrer mil metros en dos minutos escasos. Pero parecía que dos de ellos estaban manteniendo la distancia y posiblemente acortándola. Así que controlé mi velocidad, con la intención de golpear sus dos cabezas juntas o hacer cualquier cosa que fuera necesario.

— ¡Sigue adelante! — jadeó Pete —. Se supone que estamos intentando atraparte.

Seguí adelante. El otro corredor era Shizuko. Mi amiga Tilly.

Una vez estuve bien metida entre los árboles y fuera de la vista de la nave de aterrizaje, me detuve para vomitar. Llegaron a mi lado; Tilly me sujetó la cabeza y luego secó mi boca… intentó besarme. Aparté el rostro.

— No lo hagas, debe saber horrible. ¿Cómo conseguiste salir de la nave así? — Iba vestida con unos leotardos que la hacían parecer más alta, más esbelta, más occidental, y mucho más femenina que lo que estaba acostumbrada a ver en mi «doncella».

— No. Salí con un kimono formal con obi. Está ahí atrás, por algún sitio. Me impedía correr bien.

— Dejad de charlotear — dijo Pete irritadamente —. Tenemos que salir de aquí. — Me sujetó del pelo, me besó —. ¿Qué importa el sabor? ¡Sigamos adelante!

Así lo hicimos, permaneciendo entre los árboles y alejándonos de la nave de aterrizaje.

Pero rápidamente se hizo evidente que Tilly se había torcido un tobillo y cada vez cojeaba más. Pete gruñó de nuevo.

— Cuando tú echaste a correr, Tilly estaba apenas a medio camino del pasadizo que baja de la cubierta de primera clase. Así que saltó, e hizo un mal aterrizaje. Til, eres torpe.

— En esos malditos zapatos nipones; no proporcionan ningún apoyo. Pete, toma a la muchacha y sigue adelante; esos tipos no tienen nada contra mí.

— Y un infierno — dijo Pete amargamente —. Los tres estamos juntos en esto. ¿Correcto, señorita… correcto, Viernes?

— ¡Infiernos, sí! «¡Uno para todos, y todos para uno!» Ponte a la derecha, Pete; yo me pondré a la izquierda.

Iniciamos así una exitosa carrera a cinco piernas, no batiendo ningún récord pero sin embargo poniendo más árboles entre nosotros y nuestros perseguidores. En algún momento más tarde Pete pretendió tomar a Tilly sobre sus hombros. Nos detuvimos.

— Escucha.

Ningún sonido de persecución. Nada excepto los extraños sonidos de un extraño bosque. ¿Llamadas de pájaros? No estaba segura. El lugar era una curiosa mezcla de cosas amistosas y extravagantes… hierba que no era exactamente hierba, árboles que parecían haber sido dejados por alguna otra era geológica, clorofila fuertemente veteada de rojo… ¿o estábamos en otoño? ¿Cuánto frío haría esta noche? No parecía ser aconsejable buscar a gente durante los próximos tres días, hasta que la nave se hubiera ido definitivamente. Podíamos resistir todo este tiempo sin comida o agua… ¿pero y el frío?

— De acuerdo — dije —. A caballito. Pero nos turnaremos.

— ¡Viernes! Tú no puedes llevarme.

— Llevé a Pete la pasada noche. Díselo, Pete. ¿Crees que no puedo cargar con una pequeña muñeca japonesa como tú?

— Una muñeca japonesa, mis doloridos pies. Soy tan americana como tú.

— Más, probablemente. Porque yo no lo soy mucho. Te lo contaré más tarde. Súbete.

La llevé unos cincuenta metros, luego Pete la cargó durante unos doscientos, y así, pues esta era la noción de Pete del mitad-y-mitad. Tras una hora de esto llegamos a una carretera… simplemente un camino entre la vegetación, pero se podían ver marcas de ruedas y cascos de caballos. A la izquierda la carretera se alejaba de la nave de aterrizaje y de la ciudad, así que tomamos a la izquierda, con Shizuko caminando de nuevo pero apoyándose pesadamente en Pete.

Llegamos a una granja. Quizá hubiéramos debido rodearla, pero por aquel entonces yo deseaba beber algo de agua más de lo que anhelaba estar completamente a salvo, y deseaba vendar el tobillo de Tilly antes de que se hinchara y se le pusiera más grande que su cabeza.

Había una mujer vieja, de pelo gris, muy limpia y formal, sentada en una mecedora en el porche delantero, tejiendo. Alzó la vista cuando nos acercamos, nos hizo señas de que nos aproximáramos a la casa.

— Soy la señora Dundas — dijo —. ¿Sois de la nave?

— Sí — admití —. Soy Viernes Jones y esta es Matilda Jackson y este es nuestro amigo Pete.

— Pete Roberts, señora.

— Venid y sentaos, los tres. Disculpad que no me levante; mi espalda ya no es lo que acostumbraba ser. Sois refugiados, ¿no? ¿Habéis saltado de la nave?

(Directo al blanco. Pero era mejor ser sinceros).

— Sí. Lo somos.

— Naturalmente. Casi la mitad de los que saltan de las naves vienen a parar primero aquí, con nosotros. Bien, según las noticias de la radio de esta mañana, necesitaréis ocultaros al menos durante tres días. Sois bienvenidos aquí, y a nosotros nos gustan los visitantes. Por supuesto, podéis ir directamente a las barracas de tránsito; las autoridades de la nave no podrán tocaros allí. Pero os van a hacer sentiros miserables con sus interminables argumentos legales. Podéis decidirlo después de la cena. De momento, ahora, ¿no os apetecería una buena taza de té?

— ¡Sí! — acepté.

— Estupendo. ¡Malcolm/ ¡Hey, Malcoooolm!

— ¿Sí, Mamá?

— ¡Pon la tetera al fuego!

— ¿El qué?

— ¡El pote! — la señora Dundas añadió, dirigiéndose a Tilly —: Niña, ¿qué te has hecho en el pie?

— Creo que me he torcido el tobillo, señora.

— ¡Por supuesto que lo has hecho! Tú… ¿has dicho que te llamabas Viernes?… ve a buscar a Malcolm, dile que quiero el barreño más grande lleno de hielo picado. Luego puedes hacer tú el té, si quieres, mientras Malcolm pica el hielo. Y usted, señor… señor Roberts… puede ayudarme a levantarme de esta silla porque hay más cosas que vamos a tener que hacer por el pie de esa pobre niña. Debemos vendárselo después de que consigamos hacer bajar la hinchazón. Y tú… Matilda… ¿eres alérgica a la aspirina?

— No, señora.

— ¡Mamá! El pote está hirviendo!

— Tú… Viernes… ve, querida.

Fui a preparar el té, con una canción en mi corazón.

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