4

Algún día voy a ganar en alguna discusión con el Jefe.

Pero no contengan la respiración.

Había días en los que no perdía en mis discusiones con él… los días en que no me visitaba.

Empecé con una diferencia de opinión acerca de cuánto tiempo iba a tener que permanecer todavía bajo terapia. Me sentía lista para irme a casa o de vuelta al trabajo, cualquiera de las dos cosas, al cabo de cuatro días. Puesto que no deseaba meterme en cosas serias todavía, podía ocuparme de alguna misión ligera… o realizar un viaje a Nueva Zelanda, mi primera elección. Todas mis heridas estaban sanando.

Habían sido bastantes: montones de quemaduras, cuatro costillas rotas, fracturas simples en la tibia y el peroné izquierdos, fracturas compuestas múltiples en los huesos de mi pie derecho y en tres dedos del izquierdo, una fractura craneana bajo el cuero cabelludo sin complicaciones, y (chapucero pero no grave), alguien había rebanado mi pezón derecho.

Esto último y las quemaduras y los dedos de los pies rotos eran todo lo que recordaba; lo demás debía haber ocurrido mientras yo estaba distraída con otros asuntos.

El Jefe dijo:

— Viernes, sabes que se necesitarán al menos seis semanas para regenerar ese pezón que te falta.

— Pero la cirugía plástica, para un trabajo puramente cosmético, sana en una semana.

El doctor Krasny me lo dijo.

— Joven, cuando alguien en esta organización resulta lisiado en el cumplimiento de su deber, su restauración corporal se efectúa de un modo tan perfecto como el arte terapéutico es capaz de lograr. Además de tratarse de nuestra política permanente, en tu caso hay otra razón, necesaria y suficiente. Todos nosotros tenemos la obligación de conservar y preservar la belleza en este mundo; no podemos malgastarla. Tú posees un cuerpo sorprendentemente hermoso; dañarlo es deplorable. Debe ser reparado.

— Ya he dicho que acepto la cirugía cosmética. Pero no espero llegar a tener nunca leche en ese botijo. Y a nadie que esté en la cama conmigo le importará.

— Viernes, puede que te hayas convencido a ti misma de que nunca tendrás necesidad de lactar. Pero estéticamente un pecho funcional es muy diferente de una imitación modelada quirúrgicamente. Ese hipotético compañero de cama puede que no lo sepa…

pero tú lo sabrás y yo lo sabré. No, querida. Serás restaurada a tu anterior perfección.

— ¡Hum! Entonces, ¿cuándo te harás regenerar tú ese ojo?

— No seas cruel, niña. En mi caso, no se conseguiría ninguna solución estética.

Así que tuve mi pezón de vuelta, tan bueno como siempre, o quizá incluso aún más. La siguiente discusión fue acerca del reentrenamiento que creía necesitar para corregir mi impulsivo reflejo asesino. Cuando saqué de nuevo el tema, el Jefe pareció como si acabara de morder algo podrido.

— Viernes, no recuerdo que hayas matado nunca a nadie que luego se revelara había sido un error. ¿Has matado a alguien más que yo no sepa?

— No, no — dije apresuradamente —. Nunca he matado a nadie excepto trabajando para ti, y siempre te he informado de ello.

— En ese caso todas tus muertes han sido en defensa propia.

— Todas menos la de ese tipo «Belsen». Aquello no fue defensa propia; nunca me puso ni un dedo encima.

— Beaumont. Al menos ese era el nombre que utilizaba habitualmente. La defensa propia adopta a veces la forma del «Haz a los otros lo que ellos querrían hacerte a ti, pero hazlo primero». De Camp, creo. O algún otro de la escuela de filósofos pesimistas del siglo XX. Te haré traer el dossier de Beaumont para que puedas ver por ti misma que estaba en la lista de «mejor-muerto» de casi todo el mundo.

— No importa. Cuando miré su bolso supe que no estaba siguiéndome para darme un beso. Pero eso fue después.

El Jefe tardó varios segundos en responder, cosa inhabitual en él.

— Viernes, ¿deseas cambiar de departamento y pasar a ser un asesino profesional?

Se me cayeron la mandíbula y los ojos. Esa fue toda la respuesta que di.

— No intento asustarte para que salgas del nido — dijo el Jefe fríamente —. Habrás deducido que esta organización incluye asesinos. No deseo perderte como correo; eres el mejor que tengo. Pero siempre hemos necesitado asesinos hábiles, pues su índice de desgaste es alto. Sin embargo, esta es la mayor diferencia entre un correo y un asesino:

un correo mata solamente en defensa propia y a menudo por reflejo… y, admito, siempre con alguna posibilidad de error… y no todos los correos tienen tu supremo talento para integrar instantáneamente todos los factores y alcanzar una necesaria conclusión.

— ¡Uf!

— Me has oído correctamente. Viernes, una de tus debilidades es tu falta de un orgullo apropiado. Un asesino profesional honorable no mata por reflejo; mata por un intento planeado. Si el plan fracasa hasta tal punto que necesita utilizar la defensa propia, está casi seguro de convertirse en un estadístico. En sus muertes planeadas, siempre sabe a quién y acepta la necesidad de su acto… o yo no lo enviaría.

(¿Muerte planificada? Asesinato, por definición. ¿Levántate por la mañana, toma un buen desayuno, ve a la cita con tu víctima, hazla rodajitas a sangre fría? ¿Vete a comer y luego duerme plácidamente?).

— Jefe, no creo que ese sea mi tipo de trabajo.

— No estoy seguro de que tengas el temperamento necesario para él. Pero, por si acaso, mantén tu mente abierta al respecto. No me siento muy ansioso acerca de la posibilidad de frenar tu reflejo defensivo. Además, puedo asegurarte que, si intentáramos refrenarte en ese sentido que tú pides, no volvería a utilizarte como correo. No. Arriesgar tu vida es asunto tuyo… en tu tiempo libre. Pero tus misiones siempre son críticas; nunca usaría un correo cuyo agudo filo ha sido desafilado deliberadamente.

El Jefe no me convenció, pero me hizo sentirme insegura de mí misma. Cuando le dije de nuevo que no estaba interesada en convertirme en un asesino profesional, no pareció estar escuchándome… sólo dijo algo acerca de dejarme algo para leer.

Esperé — fuera lo que fuese — verlo aparecer por la pantalla de la terminal de la habitación. En vez de ello, unos veinte minutos después de que se fuera, un joven — bueno, más joven que yo — apareció con un libro, un auténtico libro con páginas de papel.

Tenía un número seriado, y varios sellos decían «SÓLO PERSONAL AUTORIZADO», y «Necesario autorización especial» Y «Alto secreto AUTORIZACIÓN ESPECIAL AZUL».

Lo miré, tan ansiosa de cogerlo como si fuera una serpiente.

— ¿Eso es para mí? Creo que tiene que haber algún error.

— El Viejo no comete errores. Firme el recibí.

Le hice esperar mientras leía la letra menuda.

— Ese párrafo acerca de «nunca fuera de mi vista». De tanto en tanto duermo.

— Llame a Archivos, pida por el encargado de documentos clasificados… soy yo… y estaré aquí inmediatamente. Pero intente no dormirse hasta que yo haya llegado.

Inténtelo con todas sus fuerzas.

— De acuerdo. — Firmé el recibí, alcé la vista, y lo descubrí mirando con unos brillantes ojos interesados.

— ¿Qué es lo que está mirando?

— Oh… esto, señorita Viernes, es usted hermosa.

Nunca sé qué decir a ese tipo de cosas, puesto que no lo soy. Mis formas no están mal, por supuesto… pero iba completamente vestida.

— ¿Cómo sabe usted mi nombre?

— ¿Eh? Oh, todo el mundo sabe quién es usted. Ya sabe. Hace dos semanas. En la granja. Usted estuvo ahí.

— Oh. Sí, estuve. Pero no lo recuerdo — ¡Yo sí lo recuerdo! — Sus ojos lanzaban chispas —. Es la única vez que he tenido la oportunidad de formar parte de una operación de combate. ¡Me alegro de haber participado en ello!

(¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar?).

Tomé su mano, lo atraje hacia mí, sujeté su rostro con mis dos manos, y lo besé cuidadosamente, a medio camino entre el cálido beso fraternal y el ¡hagámoslo ahora mismo! Quizá el protocolo requería algo más fuerte, pero él estaba de servicio y yo aún en la lista de convalecientes… y no es honesto hacer promesas implícitas que luego no pueden cumplirse, especialmente a jóvenes con estrellas en sus ojos.

— Gracias por rescatarme — le dije seriamente, antes de soltar sus mejillas.

El pobre chico enrojeció. Pero pareció muy complacido.

Permanecí despierta hasta tan tarde leyendo aquel libro que la enfermera de noche me regañó. De todos modos, las enfermeras necesitan a alguien a quien regañar de tanto en tanto. No voy a hacer ninguna acotación de aquel increíble documento… pero escuchen el índice de temas.

En primer lugar, el titulo: Las únicas armas mortíferas. Y luego…

El asesinato como una de las bellas artes.

El asesinato como herramienta política.

El asesinato por beneficio.

Asesinos que cambiaron la historia.

La Sociedad para la Eutanasia Creativa.

Los dogmas del Gremio de Asesinos Profesionales.

Asesinos aficionados: ¿deben ser exterminados?

Los honorables asesinos a sueldo… algunos casos históricos.

«Prejuicio extremo»… «Trabajo sangriento»… ¿Son necesarios los eufemismos?

Documentos de los seminarios de trabajo: técnicas y herramientas.

¡Huau! No había ninguna buena razón para que lo leyera todo hasta el final. Pero lo hice. Sentía una sacrílega fascinación. Algo sucio.

Resolví no mencionar nunca la posibilidad de cambiar de actividad y no volver a hablar del tema del reentrenamiento. Dejemos que el Jefe saque el asunto a colación por sí mismo si desea discutirlo. Tecleé en la terminal, conseguí Archivos, y transmití que necesitaba al encargado de documentos clasificados para que aceptara la custodia del documento clasificado número tal-y-tal, y que por favor me devolviera mi recibí.

— Inmediatamente, señorita Viernes — respondió una mujer.

La celebridad…

Aguardé con considerable intranquilidad a que aquel joven se mostrara. Me siento avergonzada de decir que aquel venenoso libro había tenido los más infortunados efectos en mí. Era ya plena noche, faltaba poco para amanecer: el lugar estaba absolutamente tranquilo… y si el querido muchacho avanzaba una mano hacia mí, estaba horriblemente segura de que iba a olvidar el que técnicamente era una inválida. Necesitaba un cinturón de castidad con un gran candado.

Pero no era él; el dulce muchacho estaba fuera de servicio. La persona que se presentó con mi recibí era la mujer que había respondido en la terminal. Sentí a la vez alivio y decepción… y pesar por sentirme decepcionada. ¿Acaso la convalecencia trae consigo a todo el mundo una sensualidad irresponsable? ¿Tienen los hospitales problemas de disciplina? No he estado enferma tan a menudo como para saberlo.

La encargada de noche cambió mi recibí por el libro, luego me sorprendió con un:

— ¿No me da un beso, también?

— ¡Oh! ¿Estuvo usted ahí?

— En cuerpo y alma, querida; estábamos horriblemente faltos de efectivos aquella noche. No soy lo mejor del mundo, pero he recibido mi entrenamiento básico como todos.

Sí, estaba ahí. No me lo hubiera perdido por nada.

— Gracias por rescatarme — dije, y la besé. Intenté hacer de ello simplemente un símbolo, pero ella tomó el mando y controló qué tipo de beso debía ser. Es decir, ansioso y brusco. Estaba diciéndome de una forma más clara que cualquier palabra que en cualquier ocasión que quisiera pasar al otro lado de la acera la encontraría a ella esperando.

¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar? Parecen existir situaciones humanas para las cuales no hay establecidos protocolos. Estaba empezando a darme cuenta de que ella había arriesgado su vida para salvar la mía… de que aquella incursión de rescate no había sido exactamente el pastel que el relato del Jefe había dado a entender. La habitual modestia del Jefe es tal que describiría la total destrucción de Seattle como «una alteración sísmica». Habiendo arriesgado su vida por mí, ¿cómo podía rechazarla?

No podía. Dejé que mi mitad del beso respondiera a su mensaje sin palabras… al tiempo que cruzaba los dedos para nunca tener que cumplir la implícita promesa.

Entonces ella interrumpió el beso pero siguió sujetándome.

— Querida — dijo —, ¿quiere saber algo? ¿Recuerda cómo trató a ese asqueroso al que ellos llamaban el Mayor?

— Lo recuerdo.

— Hay un trozo de cinta grabado bajo mano flotando por ahí con esa secuencia. Lo que le dijo usted y cómo se lo dijo está siendo muy admirado por todos. Especialmente por mí.

— Interesante. ¿Es usted el duendecillo travieso que copió ese fragmento de cinta?

— Vamos, ¿cómo cree usted que se me ocurriría algo así? — Sonrío —. ¿Le importa?

Pensé en ello durante tres milisegundos completos.

— No. Si la gente que me rescató disfruta oyendo lo que le dije a ese bastardo, no me importa que lo escuchen. Pero normalmente no hablo de esa forma.

— Nadie piensa que lo haga. — Me dio una palmada cariñosa —. Pero lo hizo cuando era necesario, y ha hecho que todas las mujeres de la compañía se sientan orgullosas de usted. Y nuestros hombres también.

No parecía dispuesta a marcharse, pero la enfermera de noche apareció y me dijo firmemente que me fuera a la cama y que iba a administrarme una inyección para que me durmiera… Formulé tan sólo la correspondiente protesta formal. La encargada dijo:

— Hey, Rubia. Buenas noches. Buenas noches, querida. — Se fue.

Rubia (no es su nombre… es por su pelo) dijo:

— ¿La quiere en el brazo? ¿O en la pierna? No se preocupe por Anna; es inofensiva.

— Está bien. — Se me ocurrió que probablemente Rubia tenía contacto tanto audio como visual con la habitación. ¿Probablemente? ¡Seguro! — ¿Estuvo usted también ahí? ¿En la granja? ¿Cuándo la casa fue incendiada?

— No mientras la casa estaba ardiendo. Estaba en un VMA, trayéndola a usted hacia aquí tan rápido como podíamos flotar. Tenía usted muy mal aspecto, señorita Viernes.

— Apuesto a que sí. Gracias. ¿Rubia? ¿Me dará un beso de buenas noches?

Su beso fue cálido y no exigente.

Supe más tarde que ella había sido uno de los cuatro que habían subido corriendo las escaleras para agarrarme y llevarme abajo… un hombre llevando un cortador a rayos, otros dos armados y disparando… y Rubia llevando ella sola una camilla. Pero ella nunca me lo mencionó, ni entonces ni luego.

Recuerdo aquella convalecencia como la primera vez en mi vida — excepto unas vacaciones en Christchurch — en que estuve tranquila, cálidamente feliz, cada día, cada noche. ¿Por qué? ¡Porque era aceptada!

Por supuesto, como cualquiera puede adivinar por este relato, hacía años que había ascendido de categoría. Ya no llevaba un documento de identidad con una gran «AV» (o incluso una «PA») cruzándolo. Podía entrar en unos lavabos sin que nadie me dijera que utilizara el reservado del fondo. Pero un documento de identidad falso y un falso árbol genealógico no te sirven; lo único que hacen es impedir que seas denigrada y discriminada. Sigues siendo consciente de que no hay ninguna nación en ninguna parte que te considere apta para la ciudadanía, y hay montones de lugares donde te deportarían o incluso te matarían — o te venderían — si alguna vez descubrieran tu verdadera naturaleza.

Una persona artificial echa de menos no tener un árbol familiar mucho más de lo que ustedes pueden pensar. ¿Dónde nacieron ustedes? Bien, pues yo no nací, no exactamente; fui diseñada en los Laboratorios de Ingeniería Vital de la Tri-Universidad de Detroit. Oh, ¿de veras? Mi concepción fue formulada por Mendelianos Asociados de Zurich. Maravilloso, ¿no? Pero nunca oirán hablar de ello; no se corresponden con nuestros antepasados de la Mayflower ni con el Registro de Empadronamiento de Tierras.

Mis antecedentes (o uno de ellos) indican que «nací» en Seattle, una ciudad destruida que resulta un excelente lugar para situar archivos perdidos. Un gran lugar para perder a tus familiares más directos, también.

Puesto que nunca estuve en Seattle, tuve que estudiar muy atentamente todos los documentos y fotos que pude encontrar sobre ella; un buen nativo de Seattle no podría pillarme en ningún fallo. Creo. Por ahora.

Pero lo que me ofrecieron mientras estaba recuperándome de aquella estúpida violación y del no tan divertido interrogatorio no era falso en absoluto, y no tuve que preocuparme de seguir manteniendo mis mentiras. No solamente Rubia y Anna y el joven (Terence), sino más de otras dos docenas de personas antes de que el doctor Krasny me diera de alta. Esos fueron solamente los que entraron en contacto conmigo. Hubo más en aquella incursión; no sé cuántos. La doctrina establecida del Jefe impide a los miembros de su organización entrar en contacto los unos con los otros excepto cuando sus misiones los unen necesariamente. Del mismo modo que él rechaza tajantemente las preguntas.

No puedes dejar escapar secretos cuando no los conoces, y no puedes traicionar a una persona cuya misma existencia te es desconocida.

Pero el Jefe no dicta las reglas simplemente por el hecho de dictarlas. Una vez has conocido a un colega a través de una misión, puedes seguir socialmente en contacto con él. El Jefe no anima tales confraternizaciones, pero no es estúpido y no pretende prohibirías. En consecuencia, Anna me llamaba a menudo a última hora de la noche, inmediatamente antes de entrar de servicio.

Nunca intentó cobrarse su deuda de carne. No había muchas oportunidades, pero hubiéramos podido encontrar una si lo hubiésemos intentado. Yo no intenté desanimarla…

infiernos, no; si ella hubiera presentado en alguna ocasión su factura al cobro, yo la hubiera pagado no sólo alegremente sino que hubiera intentado convencerla de que en realidad había sido idea mía.

Pero no lo hizo. Creo que era como el hombre sensitivo (y más bien raro) que nunca le mete mano a una mujer cuando ella no desea que le metan mano… puede darse cuenta de ello y ya ni siquiera inicia la aproximación.

Una tarde, poco antes de ser dada de alta, me sentía especialmente feliz — había adquirido dos nuevos amigos ese día; «amigos de beso», personas que habían luchado en la incursión que me había salvado — e intenté explicarle a Anna por qué aquello significaba tanto para mí, y me descubrí empezando a decirle cómo no era exactamente lo que parecía ser.

Me interrumpió.

— Viernes, querida, escucha a tu hermana mayor.

— ¿Eh? ¿He hecho algún disparate?

— Quizá has estado a punto. ¿Recuerdas la noche que nos conocimos, en que me devolviste un documento clasificado? Hace años que el propio señor Dos-Bastones en persona me puso al cargo del departamento de alto secreto. Ese libro que me devolviste está allí a mi alcance, puedo tomarlo en cualquier momento. Pero nunca lo he abierto, ni nunca lo haré. Le portada dice «De conocimiento necesario», pero a mí nunca se me ha dicho que tenga necesidad de conocerlo. Tú lo leíste pero yo ni siquiera conozco ni el título ni el tema… únicamente su número.

«Los asuntos personales son también así. Hubo en un tiempo una élite militar, una legión extranjera, que se vanagloriaba de que un legionario no tenía historia antes del día de su alistamiento. El señor Dos-Bastones desea que nosotros seamos así. Por ejemplo, si tuviéramos que reclutar a un artefacto viviente, a una persona artificial, el personal administrativo debería saberlo. Yo debería saberlo, puesto que he formado parte del personal administrativo. Un historial que forjar, posiblemente algo de cirugía plástica necesaria, en algunos casos identificaciones de laboratorio que borrar de la piel y luego regenerar la zona…

«Cuando hemos acabado con esa persona, ya nunca más tendrá que preocuparse acerca de unas palmaditas en el hombro o de ser sacada de un codazo de una cola.

Puede incluso casarse y tener hijos sin temor de que algún día eso pueda causarles problemas. Ni siquiera tendrá que preocuparse de mí tampoco, puesto que soy una olvidadiza entrenada. Ahora, querida, no sé lo que tienes en tu mente. Pero, si es algo que normalmente no le dices a la gente, no me lo digas. O te odiarás a ti misma mañana.

— ¡No, no lo haré!

— De acuerdo. Si aún deseas decírmelo dentro de una semana, te escucharé. ¿De acuerdo?

Anna tenía razón; una semana más tarde no sentía la necesidad de decírselo. Estoy segura en un noventa y nueve por ciento de que ella lo sabía. De todos modos, es bueno ser querida por lo que es una misma, por alguien que no piensa que las PA son monstruos, subhumanos.

No sé si algunos de los demás de mis queridos amigos lo sabían o sospechaban. (No me refiero al Jefe; él lo sabía, por supuesto. Pero no era un amigo; era el Jefe). No me importaba si mis nuevos amigos sabían que yo no era humana; porque había llegado a comprender que no les importaba o no les importaría. Todo lo que les importaba era si tú eras o no parte del equipo del Jefe.

Una tarde apareció el Jefe, haciendo resonar sus bastones y bamboleándose, con Rubia sujetándole. Se sentó pesadamente en la silla de los visitantes, y le dijo a Rubia:

— Ya no la necesito, enfermera. Gracias… — Y luego, a mí —: Sácate las ropas.

Viniendo de cualquier otro hombre aquello hubiera sido ofensivo o bienvenido, depende. Viniendo del Jefe simplemente significaba que deseaba que me sacara las ropas. Rubia también lo interpretó así, puesto que simplemente asintió y se fue… y Rubia es el tipo de profesional que hubiera saltado sobre Siva el Destructor si éste hubiera intentado interferir con alguno de sus pacientes.

Me saqué las ropas rápidamente y aguardé. Él me miró de arriba a abajo.

— Han vuelto a hacer un buen trabajo.

— Así me lo parece.

— El doctor Krasny dice que ha efectuado una prueba respecto a la función lactante.

Positiva.

— Sí. Hizo algún truco con mi equilibrio hormonal y ambos rezumaron un poco. Algo curioso. Luego volvió a equilibrar y me sequé.

El Jefe gruñó.

— Date la vuelta. Muéstrame la planta de tu pie derecho. Ahora la del izquierdo. Ya basta. Las cicatrices de las quemaduras parecen haber desaparecido.

— Todas las que puedo ver. El doctor dice que las otras se han regenerado también. El picor ha desaparecido, así que debe ser cierto.

— Vuelve a vestirte. El doctor Krasny me ha dicho que ya estás bien.

— Si estuviera más bien, tendríais que sangrarme.

— Bien es un absoluto; no tiene comparativo.

— De acuerdo, estoy bien de bien.

— Eres una desvergonzada. Mañana por la mañana acudirás a un entrenamiento de refresco. Estáte preparada y con tus cosas a punto a las cero nueve cero cero.

— Puesto que llegué sin ni siquiera una sonrisa feliz, recoger mis cosas me llevará once segundos. Pero necesito un nuevo documento de identidad, un nuevo pasaporte, una nueva tarjeta de crédito, y un poco de dinero en efectivo…

— Todo lo cual te será entregado antes de las cero nueve cero cero.

— …porque no voy a ir a un entrenamiento de refresco; voy a ir a Nueva Zelanda. Jefe, te lo he dicho una y otra vez. Estoy harta de Descanso y Recuperación, e imagino que me merezco algún pago para compensar el tiempo que me he pasado aquí. Eres un esclavista.

— Viernes, ¿cuántos años necesitarás para aprender que cuando desbarato uno de tus caprichos, siempre tengo en mente tu bienestar además de la eficiencia de la organización?

— Humildemente lo reconozco, Gran Padre Blanco. Me inclino ante ti. Y te mandaré una postal desde Wellington.

— De una hermosa maorí, por favor; ya he visto los géiseres. Tu curso de refresco estará pensado para cubrir tus necesidades, y tú decidirás cuando está completo. Aunque estás «bien de bien», necesitas entrenamiento físico de una dificultad elaboradamente creciente para devolverte a esta soberbia condición de músculos e impulsos y reflejos que es tu derecho de nacimiento.

— «Derecho de nacimiento». No hagas chistes, Jefe; no tienes talento para ello. «Mi madre fue un tubo de ensayo; mi padre fue un cuchillo».

— Estás preocupándote demasiado, y tontamente además, de un defecto que fue extirpado hace años.

— ¿De veras? Los tribunales dicen que no puedo ser un ciudadano; las iglesias dicen que no tengo alma. No soy «nacida de hombre y mujer», al menos no a los ojos de la ley.

— «La ley es un asno». Los antecedentes relativos a tu origen han sido eliminados de los archivos del laboratorio de producción, y sustituidos por un juego falso relativo a un hombre PA perfeccionado.

— ¡Nunca me lo dijiste!

— Hasta que empezaste con esta neurótica debilidad, no vi ninguna necesidad de hacerlo. Pero una impostura de esa naturaleza debía hacerse de forma tan hermética que desplazara por completo la verdad. Y así se hizo. Si tú intentaras, el día de mañana, proclamar tu auténtico linaje, no conseguirías encontrar en ningún lado ninguna autoridad que te creyera. Puedes decírselo a todo el mundo; no importa. Pero querida, ¿por qué estás tan a la defensiva? Eres no solamente tan humana como la Madre Eva, sino que eres una humana mejorada, tan cercana a la perfección como consiguieron hacerlo tus diseñadores. ¿Por qué crees que me salí de mis normas para reclutarte, cuando no tenías ninguna experiencia ni el menor interés consciente en esta profesión? ¿Por qué me gasté una pequeña fortuna educándote y entrenándote? Porque lo sabía. Aguardé algunos años a estar seguro de que te desarrollabas realmente tal como tus arquitectos te habían planeado… luego casi te perdí cuando de pronto desapareciste del mapa. — Hizo una mueca que supongo pretendía ser una sonrisa —. Me diste problemas, muchacha. Ahora hablemos de tu entrenamiento. ¿Estás dispuesta a escuchar?

— Sí, señor. — (No intenté hablarle de la inclusa del laboratorio; la gente humana cree que todas las inclusas son como esas que ellos ven. No le hablé de la cuchara de plástico que fue todo lo que tuve para comer hasta que alcancé los diez años, porque no deseaba decirle cómo, la primera vez que intenté utilizar un tenedor, me atravesé el labio y empecé a sangrar, y ellos se rieron de mí. No es sólo una cosa; son un millón de pequeñas cosas las que crean la diferencia entre ser tratado como un niño humano y ser criado como un animal).

— Tomarás un curso de refresco de combate a mano limpia, pero lo harás únicamente con tu instructor; no habrá mancha en ti cuando visites a tu familia en Christchurch.

Recibirás entrenamiento avanzado en armas manuales, incluyendo algunas de las que quizá nunca hayas oído hablar. Si cambias de especialidad, las vas a necesitar.

— ¡Jefe, no voy a convertirme en un asesino!

— Las necesitarás de todos modos. Hay momentos en que un correo puede llevar armas y debe saber utilizarlas de todos los modos posibles. Viernes, no desprecies indiscriminadamente a los asesinos. Como cualquier otra herramienta, el mérito o el demérito reside en cómo es usada. El declive y la caída de los antiguos Estados Unidos de Norteamérica derivó en parte de los asesinatos. Pero sólo en una pequeña parte puesto que las muertes no tenían planificación ni finalidad. ¿Qué puedes decirme de la guerra pruso-rusa?

— No mucho. Principalmente que los prusianos se vieron atrapados por todos lados cuando todos los chicos listos imaginaban que habían ganado.

— Supón que te digo que doce personas ganaron esa guerra… siete hombres, cinco mujeres… y que el arma más pesada que se utilizó fue una pistola de seis milímetros.

— No creo que me hayas mentido nunca. ¿Cómo?

— Viernes, la capacidad intelectual es el don más escaso y el único de auténtico valor.

Cualquier organización humana puede inutilizarse, reducirse a la impotencia, convertirse en un peligro para sí misma, extirpando selectivamente sus mejores mentes mientras se deja cuidadosamente a los estúpidos en su lugar. Se necesitaron tan sólo algunos bien cuidados «accidentes» para arruinar por completo la gran máquina militar prusiana y convertirla en una desconcertada chusma. Pero esto no se hizo patente hasta que la lucha estuvo en su apogeo, porque los más crasos estúpidos se parecen exactamente a los mejores genios militares hasta que la lucha empieza.

— ¿Sólo una docena de personas… Jefe? ¿Hicimos nosotros ese trabajo?

— Sabes que este es el tipo de pregunta que no me gusta responder. No lo hicimos. Fue un contrato de trabajo con una organización tan pequeña y tan especializada como nosotros. Pero yo no me mezclo voluntariamente con guerras nacionalistas; el lado de los ángeles raras veces es evidente por sí mismo.

— Sigo sin desear ser un asesino.

— No permitiré que seas un asesino, y no vamos a discutir más al respecto. Estáte preparada para irte a las nueve, mañana.

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