20

Me desperté mucho tiempo después, y el suelo estaba por supuesto duro y frío. Pero me sentía tan enormemente descansada que no me importaba. Me puse en pie y me froté mis tortícolis y me di cuenta de que ya no me sentía impotente… sólo hambrienta.

El túnel estaba ahora bien iluminado.

Aquel cartel resplandeciente seguía advirtiéndome de que no fuera más allá, pero el túnel ya no estaba oscuro; la iluminación parecía casi igual a la de un bien iluminado salón. Miré a mi alrededor en busca de la fuente de la luz.

Entonces mi cerebro encajó. La única iluminación procedía del cartel resplandeciente; mis ojos se habían ajustado a ella mientras dormía. Sé que la gente humana experimenta también este fenómeno, aunque posiblemente en un grado menor.

Empecé a buscar el interruptor.

Luego me detuve, y en vez de ello empecé a usar mi cerebro. Es un trabajo más duro que utilizar los músculos, pero es más tranquilo y quema menos calorías. Es lo único que nos separa de los monos, aunque no demasiado. Si había algún interruptor oculto, ¿dónde estaría?

Los parámetros significativos de ese interruptor debían ser que tenía que estar lo suficientemente escondido como para frustrar a los intrusos, pero lo suficientemente poco escondido como para salvar la vida de Janet y sus maridos. ¿Qué me decía esto?

No podía estar demasiado alto a fin de que Janet pudiera alcanzarlo; por lo tanto yo debía poder alcanzarlo también, puesto que más o menos éramos de la misma altura. De modo que ese interruptor debía estar al alcance de mi mano, sin tener que utilizar ninguna herramienta.

Esas letras flotantes y resplandecientes estaban a unos tres metros hacia el interior. El interruptor no podía estar mucho más allá de ese punto porque Janet me había dicho que una segunda advertencia, la que prometía la muerte, estaba preparada para dispararse no mucho más adentro… «unos pocos metros», había dicho. «Unos pocos» raramente es más de diez.

Janet no ocultaría el interruptor tan sofisticadamente que uno de sus esposos, luchando por su vida, tuviera que recordar exactamente donde estaba. El simple conocimiento de que había un tal interruptor tenía que ser suficiente pista como para permitir encontrarlo. Pero cualquier intruso que no supiera que existía ni siquiera se daría cuenta de él.

Avancé túnel adentro hasta que me detuve inmediatamente debajo de aquel signo luminoso, y alcé la vista. La luz de aquellas palabras de advertencia hacían fácil verlo todo a su alrededor menos una pequeña parte del arco del túnel inmediatamente encima de las letras. Incluso con mi visión perfeccionada ajustada a la oscuridad no podía ver el techo directamente encima del signo.

Alcé la mano y encontré el techo allá donde no podía verlo. Mis dedos tantearon y encontraron algo que parecía como un botón, probablemente el final de un solenoide. Lo pulsé.

Las palabras de advertencia parpadearon y se apagaron; las luces del techo se encendieron, brillando túnel adentro.

Alimentos congelados y medios para cocinarlos y enormes toallas y agua corriente caliente y fría y una terminal en el Agujero por la cual podría seguir las noticias y repasar lo ocurrido los últimos días… libros y música y dinero en efectivo guardado en el Agujero para emergencias y armas y células de energía y municiones y ropas de todas clases que me iban bien porque le iban bien a Janet y un reloj calendario en la terminal que me decía que había dormido trece horas antes de que la dureza de la «cama» de cemento me despertara y una confortable y suave cama que me invitaba a terminar la noche durmiendo de nuevo después de bañarme y comer y satisfacer mi hambre de noticias…

una sensación de total seguridad que me permitía calmarme hasta que ya no tuviera que utilizar el control mental para reprimir mis auténticos sentimientos a fin de seguir funcionando…

Las noticias me dijeron que el Canadá Británico había clasificado la emergencia, rebajándola, como «emergencia limitada». La frontera con el Imperio seguía cerrada. La frontera con Quebec seguía aún fuertemente controlada pero se permitía el paso para asuntos legítimos y demostrables. Le disputa entre las dos naciones residía ahora en el importe de la reparación que Quebec debía pagar por lo que ahora era admitido como un ataque militar producido a causa del error y/o la estupidez. La orden de internamiento seguía aún vigente, pero un 90 % de los quebequeses internados habían sido dejados libres bajo palabra… y aproximadamente un 20 % de los internados del Imperio. Así que había hecho bien en escurrir el bulto, puesto que, de cualquier modo, yo era un personaje sospechoso.

Pero parecía como si Georges pudiera volver a casa cuando deseara. ¿O había allí algunos aspectos que yo no comprendía?

El Consejo para la Supervivencia había prometido una tercera serie de asesinatos «educativos» diez días después, más-menos dos días, de la última ronda. Los Estimuladores siguieron al otro día con una afirmación igual, una que condenaba de nuevo al autoproclamado Consejo para la Supervivencia. Esta vez los Angeles del Señor no hicieron ningún anuncio, o al menos ninguno que fuera retransmitido por la red de datos britocanadiense.

De nuevo saqué conclusiones tentativas, todas ellas tambaleantes: los Estimuladores eran una organización fantasma, todo propaganda, sin operadores de campo. Los Angeles del Señor estaban muertos y/o fuera de circulación. El Consejo para la Supervivencia tenía que disponer de un respaldo fabulosamente rico dispuesto a pagar por más secuaces no profesionales para ser sacrificados en los más fútiles intentos… pero eso era simplemente una suposición, a olvidar apresuradamente si la tercera ronda de ataques resultaba eficiente y profesional… lo cual no esperaba, pero tengo unos buenos antecedentes como para equivocarme.

Seguía sin poder decidir quién estaba detrás de este estúpido reinado del terror. No podía ser (estaba segura de ello) una nación territorial; tenía que ser una multinacional, o un consorcio, aunque no le podía ver ningún sentido a ello. Podía ser incluso uno o varios individuos extremadamente ricos… si tenían agujeros en sus cabezas.

Bajo «recuperación», tecleé también «Imperio» y «Río Mississippi» y «Vicksburg», separados, por parejas y los tres. Negativo. Añadí los nombres de los dos barcos e intenté todas las combinaciones. Negativo también. Aparentemente, lo que me había ocurrido a mí y a cientos de otras había sido suprimido. ¿O era considerado trivial?

Antes de irme le escribí a Janet una nota diciéndole qué ropas había tomado, cuántos dólares britocanadienses me había llevado conmigo, y añadí esa cantidad a la que ella me había dado antes, y detallé lo que había cargado en su tarjeta Visa: un viaje en cápsula de Winnipeg a Vancouver, un viaje en lanzadera de Vancouver a Bellingham, y nada más. (¿Había pagado mi viaje a San José con su tarjeta, o era entonces cuando Georges empezó a mostrarse dominante? Mis notas de gastos estaban en el fondo del Mississippi).

Habiendo tomado el suficiente dinero en efectivo de Janet como para permitirme abandonar el Canadá Británico (¡esperaba!), me sentía fuertemente tentada a dejarle su tarjeta Visa junto con mi nota. Pero una tarjeta de crédito es algo insidioso… sólo una pequeña ficha de plástico… que puede equipararse a grandes montones de lingotes de oro. Me correspondía a mí proteger personalmente aquella tarjeta a cualquier coste, hasta que pudiera depositarla personalmente en manos de Janet. Cualquier otra cosa no era honesto.

Una tarjeta de crédito es una correa en torno a tu cuello. En el mundo de las tarjetas de crédito una persona no tiene intimidad… o en el mejor de los casos protege su intimidad únicamente con grandes esfuerzos y muchas trapacerías. Además de eso, ¿saben ustedes alguna vez lo que está haciendo la red de computadoras cuando meten su tarjeta en una ranura? Yo no. Me siento mucho más segura con dinero en efectivo. Nunca he oído de nadie que haya tenido mucha suerte discutiendo con una computadora.

Tengo la impresión de que las tarjetas de crédito son una maldición. Pero no soy humana, y probablemente me falte el punto de vista humano del asunto (en esto como en tantas, tantas otras cosas).

Partí a la mañana siguiente, vestida con un maravilloso traje pantalón de tres piezas color azul polvo vitrificado (estoy segura de que Janet debe lucir hermosa con él, y me hizo sentir hermosa también a mí, pese a la evidencia de los espejos), con la idea de alquilar un coche de caballos cerca de Stonewall, sólo para descubrir que tenía la opción de un ómnibus tirado por caballos o un VMA de los Ferrocarriles Canadienses, ambos partiendo de la estación del tubo, Perimeter y McPhillips, donde Georges y yo habíamos iniciado nuestra informal luna de miel. Aunque prefiero los caballos, elegí el medio más rápido.

Ir a la ciudad no significaba que pudiera recuperar mi equipaje, aún en tránsito en el puerto. ¿Pero era posible recogerlo de la consigna de tránsito sin ser detectada como una extranjera procedente del Imperio? Decidí reclamarlo desde fuera del Canadá Británico.

Además, esos bultos habían sido facturados en Nueva Zelanda. Si había podido vivir sin ellos durante tanto tiempo, podía vivir sin ellos indefinidamente. ¿Cuánta gente ha muerto porque no ha sido capaz de abandonar su equipaje?

Poseo este moderadamente eficiente ángel guardián que se sienta en mi hombro.

Hacía apenas unos días Georges y yo habíamos pasado directamente por el molinete adecuado, habíamos metido las tarjetas de crédito de Janet e Ian en la correspondiente ranura sin siquiera parpadear, y habíamos ido sin problemas a Vancouver.

Esta vez, aunque había allí una cápsula cargando pasajeros, me descubrí caminando más allá de los molinetes en dirección a la oficina de viajes del Turismo Britocanadiense.

El lugar estaba atestado, así que no había peligro de ningún empleado vigilando lo que yo estaba haciendo… pero aguardé hasta que pude conseguir una consola en un rincón.

Quedó una disponible; me senté y tecleé una cápsula para Vancouver, luego metí la tarjeta de Janet en la ranura.

Mi ángel guardián estaba despierto aquel día; arranqué la tarjeta de un tirón, la oculté rápidamente fuera de la vista de todo el mundo, y esperé que nadie se hubiera dado cuenta del olor a plástico quemado. Me alejé de allí, el paso rápido y el gesto conspicuo.

En los molinetes, cuando pedí un billete para Vancouver, el empleado estaba atareado leyendo la página deportiva del Winnipeg Free Press. Bajó ligeramente el periódico, me miró por encima de él.

— ¿Por qué no usa su tarjeta como todo el mundo?

— ¿No tiene billetes a la venta? ¿No es este dinero de curso legal?

— Ese no es el asunto.

— Lo es para mí. Por favor, véndame un billete. Y déme su nombre y número de empleado, según ese cartel que hay puesto a su espalda. — Le tendí el importe exacto.

— Aquí está su billete. — Ignoró mi petición de que se identificara; yo ignoré su falta de no cumplir con las especificaciones. No deseaba tener un careo con su supervisor; simplemente deseaba crear una diversión del hecho de mi conspicua excentricidad utilizando efectivo en vez de una tarjeta de crédito.

La cápsula estaba llena, pero no tuve que ir de pie; un Galahad surgido del siglo pasado se puso en pie y me ofreció su asiento. Era joven y no mal parecido, y claramente estaba mostrándose amable debido a que me había clasificado como poseyendo todas las cualidades femeninas apropiadas.

Acepté con una sonrisa, y él se quedó de pie junto a mí, y yo hice todo lo posible por pagarle su atención inclinándome un poco hacia adelante y dejándole mirar por la abertura de mi escote. El pareció sentirse pagado — no dejó de mirar durante todo el trayecto —, y a mí no me costó nada, y no hubo ningún problema. Aprecié su interés y la comodidad que me había proporcionado… sesenta minutos es mucho tiempo para permanecer de pie con las bruscas arrancadas de una cápsula exprés.

Cuando salimos en Vancouver me preguntó si tenía algún plan para comer. Porque, si no lo tenía, él conocía un lugar realmente grande, el Bayshore Inn. Y si me gustaba la comida china o japonesa…

Le dije que lo sentía, pero que tenía que estar en Bellingham al mediodía.

En vez de aceptar el rechazo, su rostro se iluminó.

— ¡Vaya feliz coincidencia! Yo también voy a Bellingham, aunque pensé que podía demorarme hasta después de comer. Podemos comer juntos en Bellingham. ¿Trato hecho?

(¿No hay algo en las leyes internacionales acerca de cruzar fronteras internacionales para propósitos inmorales? ¿Pero puede clasificarse realmente como «inmoral» el claro y directo estado de celo de este joven? Una persona artificial nunca comprende los códigos sexuales de la gente humana; todo lo que podemos hacer es memorizarlos e intentar no meternos en líos. Pero no es tan fácil; los códigos sexuales humanos son tan retorcidos como un plato de spaghettis).

Fracasado mi intento de echarlo, me vi obligada a decidir rápidamente si ser ruda con él o seguir adelante con sus evidentes propósitos. Me regañé a mí misma: Viernes, ya eres una chica crecida; deberías saberlo mejor. Si tu intención era no darle ninguna esperanza respecto a llevarte a la cama, el tiempo de echarte atrás era cuando te ofreció ese asiento en Winnipeg.

Hice un nuevo intento:

— Trato hecho — respondí —, si me permite pagar la cuenta, sin ninguna discusión. — Era un sucio truco por mi parte, y los dos sabíamos que, si él me dejaba pagar la comida, aquello cancelaba su inversión de una hora de estar de pie agarrándose y luchando contra las arrancadas de la cápsula. Pero el protocolo no le permitía reclamar su inversión; este acto de galantería se suponía que era desinteresado, caballeroso, sin expectativas de ninguna recompensa.

El sucio, rastrero, mañoso, concupiscente bribón procedió a saltarse el protocolo.

— De acuerdo — respondió.

Me tragué mi sorpresa.

— ¿Nada de discusiones después? ¿Es mi invitación?

— Ninguna discusión — aceptó —. Obviamente no desea usted hallarse bajo la obligación nominal del importe de una comida aunque yo fui quien primero hizo la invitación y por lo tanto debería esgrimir el privilegio del anfitrión. No sé lo que habré hecho para irritarla pero no voy a forzarla ni siquiera a la más trivial obligación. Hay un McDonald’s en el nivel de superficie cuando lleguemos a Bellingham; yo tomaré un Big Mac y una coca. Usted paga. Luego podremos ser amigos.

— Soy Marjorie Baldwin — respondí —; ¿cuál es su nombre?

— Me llamo Trevor Andrews, Marjorie.

— Trevor. Es un bonito nombre. Trevor, es usted sucio, tortuoso, rastrero y despreciable.

Así que lléveme al mejor restaurante en Bellingham, doblégueme con finos licores y comida de gourmet, y usted pagará la factura. Le daré una honesta oportunidad de cumplir sus sucios designios. Pero no creo que consiga llevarme a la cama; no me siento receptiva.

Eso último era una mentira; me estaba sintiendo receptiva y muy lanzada… si él hubiera poseído mi perfeccionado sentido del olfato se hubiera sentido seguro de ello. Del mismo modo que yo estaba seguro de que él estaba lanzado con respecto a mí. Un macho humano no puede disimular ante una hembra PA que tiene sus sentidos perfeccionados. Aprendí esto en la menarquía. Pero por supuesto nunca me siento ofendida por la lascivia del macho. Como máximo imito a veces el comportamiento de las mujeres humanas pretendiendo sentirme ofendida. No lo hago muy a menudo, y tiendo a evitarlo; no soy tan convincente como actriz.

De Vicksburg a Winnipeg no había sentido ninguna urgencia sexual. Pero, con una doble noche de sueño, un baño muy caliente con montañas de espuma, llena de comida, mi cuerpo estaba ahora recuperado y volvía a su comportamiento normal. Así que, ¿por qué tenía que mentirle a ese inofensivo desconocido? ¿«Inofensivo»? En cualquier sentido racional, sí. A menos de una intervención quirúrgica correctiva, soy estéril. No soy propensa a pillar ni siquiera un romadizo, y estoy específicamente inmunizada contra las cuatro enfermedades venéreas más comunes. En la inclusa me enseñaron a clasificar el coito junto con el comer, beber, respirar, dormir, jugar, hablar, acariciar… las placenteras necesidades que hacen de la vida una felicidad en vez de una carga.

Le mentí porque las reglas humanas exigen una mentira en este punto del baile… y yo estaba pasando por humana y no me atrevía a ser demasiado honesta.

Me miró parpadeando.

— ¿Cree que voy a perder mi inversión?

— Me temo que sí. Lo siento.

— Está equivocada. Yo nunca intento llevar a una mujer a la cama; si ella me desea en su cama, es ella quien ha de encontrar alguna forma de hacérmelo saber. Si ella no me desea allí, entonces gozaré teniéndola aquí. Pero usted parece no ser consciente del hecho de que vale el precio de una buena comida simplemente el estar sentada junto a usted y mirarla, ignorando todas las tontas palabras que salen de su boca.

— ¡Tontas palabras! Entonces será mejor que sea un muy buen restaurante. Tomemos la lanzadera.

Pensé que iba a tener que discutir mi paso a través de la barrera de llegada.

Pero el oficial de Aduanas, Sanidad e Inmigración pareció sentirse muy atraído por los documentos de Trevor antes de sellar su carta de turista, luego apenas echó una ojeada a mi MasterCard de San José y me hizo seña de que siguiera. Aguardé a Trevor justo al otro lado de la barrera de ASI y miré al cartel DESAYUNOS BAR mientras sentía una doble sensación de déjà vu.

Trevor se me unió.

— Si hubiera visto — murmuró tristemente — esa tarjeta dorada que acaba de exhibir, no hubiera ofrecido pagar la comida. Es usted una rica heredera.

— Mire, amigo — respondí —, un trato es un trato. Usted me dijo que valía el precio simplemente sentarse a mi lado y babear mirándome. Pese a mis «tontas palabras».

Estoy dispuesta a cooperar hasta el punto de bajar un poco mi escote. Soltar un botón, quizá dos. Pero no voy a dejarle ir más allá. Incluso a una rica heredera le gusta sacar algún provecho aquí y allá.

— ¡Oh, qué lástima, qué vergüenza!

— Deje de quejarse. ¿Dónde está ese restaurante para gourmets?

— Bueno… Marjorie, me veo obligado a admitir que no conozco los restaurantes de esta deslumbrante metrópoli. ¿Quiere nombrar el que usted prefiera?

— Trevor, su técnica de seducción es terrible.

— Eso es lo que dice mi esposa.

— Y yo que pensé que era usted un conquistador irresistible. Vaya sacando su foto.

Vuelvo en seguida; voy a enterarme de dónde podemos comer.

Regresé junto al oficial de Aduanas, Sanidad e Inmigración entre dos lanzaderas, le pregunté por el nombre del mejor restaurante. Se quedó pensativo.

— Esto no es París, ya sabe.

— Me he dado cuenta.

— Ni siquiera Nueva Orleans. Si yo fuera usted, acudiría al comedor del Hilton.

Le di las gracias, regresé junto a Trevor.

— Comeremos en el comedor del hotel, dos pisos más arriba. A menos que prefiera usted enviar a sus propios espías. Ahora déjeme ver su foto.

Me mostró una foto que llevaba en su cartera. La miré atentamente, luego lancé un silbido respetuoso. Las rubias me intimidan. Cuando era pequeña, pensaba que podía conseguir ese color si me lavaba el pelo frotando muy fuerte.

— Trevor, ¿con eso en casa se dedica usted a perseguir a las mujeres solitarias por las calles?

— ¿Está usted solitaria?

— No intente cambiar de tema.

— Marjorie, no me creería, y seguiría diciendo palabras tontas. Vayamos al comedor antes de que se les acaben todos los martinis.

La comida fue estupenda, pero Trevor no tenía la imaginación de Georges, su conocimiento de la cocina, y su habilidad capaz de intimidar a un maître d’hôtel. Sin el estilo de Georges, la comida era cocina buena, estándar, norteamericana, la misma en Bellingham que en Vicksburg.

Estaba preocupada; descubrir que la tarjeta de crédito de Janet había sido invalidada me había trastornado casi más que la horrible decepción de no encontrar a Ian y Janet en casa. ¿Estaba Janet en problemas? ¿Estaba muerta?

Y Trevor había perdido algo del alegre entusiasmo que un buen semental debe desplegar cuando el juego está en pleno desarrollo. En vez de estar mirándome lúbricamente, él también parecía preocupado. ¿Por qué el cambio de actitud? ¿Mi petición de ver una foto de su esposa? ¿Había sido esto lo que lo había vuelto pensativo? Tengo la impresión de que un hombre no debería lanzarse a la caza a menos que estuviera en tales relaciones con su esposa o esposas que pudiera contarles todos los vívidos detalles al llegar a casa y reírse todos juntos de ellos. Como Ian. No espero un hombre que «proteja mi reputación» porque, por todo lo que sé y creo, nunca lo hacen. Si deseo a un hombre para abstenerme de discutir mi sudorosa torpeza en la cama, la única solución es permanecer fuera de la cama con él.

Además, Trevor había sido el primero en mencionar a su esposa, ¿no? Lo repasé… sí, así había sido.

Tras la comida se animó un poco. Yo estaba diciéndole que fuera a sus citas de negocios y volviera luego puesto que estaba tecleándome como huésped a fin de tener algo de comodidad al mismo tiempo que intimidad para hacer algunas llamadas vía satélite (cierto) y que me quedaría allí aquella noche (también cierto), de modo que cuando volviera podía llamarme y nos encontraríamos en el salón (condicionalmente cierto… me sentía tan sola y trastornada que sospechaba que le diría que subiera directamente).

Respondió:

— Primero llamaré para que tenga tiempo a echar fuera al otro hombre, pero subiré directamente. No necesita hacer dos veces el viaje. Pero enviaré el champán; no voy a llevarlo yo personalmente.

— Alto ahí — dije —. Todavía no ha comprado sus inicuos propósitos. Todo lo que le prometí fue la oportunidad de que me hable de cómo le han ido sus negocios. En el salón.

No en mi dormitorio.

— Marjorie, es usted una mujer difícil.

— No, usted es un hombre difícil. Sé lo que estoy haciendo. — Un repentino estremecimiento me dijo que sí lo sabía —. ¿Qué opina usted de las personas artificiales?

¿Dejaría que su hermana se casara con una?

— ¿Cómo sabe que lo haría? A mi hermana está empezando a pasársele la edad; no puede permitirse ser demasiado exigente.

— No intente eludir la pregunta. ¿Se casaría usted con una?

— ¿Qué dirían los vecinos? Marjorie, ¿cómo sabe que no lo estoy ya? Ha visto la foto de mi esposa. Se supone que los artefactos resultan ser las mejores esposas, horizontal o verticalmente.

— Concubinas, querrá decir. No es necesario casarse con ellas. Trevor, usted no sólo no está casado con una; no sabe nada de ellas excepto los mitos populares… o no diría «artefactos» cuando el nombre es «personas artificiales».

— Soy tortuoso, rastrero y despreciable. Equivoqué el término a propósito para que usted no sospechara que soy una de ellas.

— ¡Oh, deje de decir tonterías! No lo es, o yo lo sabría. Y aunque usted probablemente estaría dispuesto a irse a la cama con una, ni siquiera soñaría en casarse con ella. Esta es una discusión fútil; cortémosla. Necesito unas dos horas; no se sorprenda si la terminal de mi habitación está ocupada. Teclee un mensaje y espere con una buena bebida al lado; bajaré tan pronto como pueda.

Tecleé mi reserva en recepción y subí, no a la suite nupcial — en ausencia de Georges esa encantadora extravagancia me hubiera hecho sentirme triste — sino a una encantadora habitación con una estupenda, grande, amplia cama, un lujo que ordené con la profunda sospecha de que los ignotos (casi etéreos) negocios de Trevor iban a hacer que se creciera en ella. El complicado canalla.

Dejé a un lado el pensamiento y me puse a trabajar.

Llamé al Vicksburg Hilton. No, el señor y la señora Perreault se habían marchado. No, no habían dejado ninguna dirección. ¡Lo sentían!

Yo también, y aquella sintética voz de computadora no animaba en absoluto. Llamé a la Universidad McGill en Montreal y malgasté veinte minutos «enterándome» de que sí, el doctor Perreault era miembro de aquella universidad, pero ahora estaba en la Universidad de Manitoba. El único hecho nuevo era que aquella computadora de Montreal sintetizaba el inglés o el francés con la misma facilidad y siempre respondía en el idioma en el cual se le hablaba. Muy ingeniosos, esos chicos de la electrónica… demasiado ingeniosos, en mi opinión.

Probé el código de llamada de Janet (Ian) en Winnipeg, supe que su terminal estaba fuera de servicio a petición del interesado. Me pregunté por qué había sido capaz de recibir noticias en la terminal en el Agujero un poco antes aquel mismo día. «Fuera de servicio», ¿significaba únicamente «no se reciben llamadas»? ¿Era ese arcano un secreto celosamente guardado de las Telecomunicaciones?

La ANZAC en Winnipeg me paseó por toda su computadora destinada al público viajero antes de conseguir una voz humana que me admitiera que el capitán Tormey estaba de permiso debido a la Emergencia y a la interrupción de los vuelos con Nueva Zelanda.

El código de Ian en Auckland respondía únicamente con música y una invitación a dejar grabado un mensaje, lo cual no me sorprendió puesto que Ian no podría estar allí hasta que se reanudara el servicio del semibalístico. Pero había pensado que tal vez podría encontrar a Betty y/o Freddie.

¿Cómo puede una ir a Nueva Zelanda con el SB fuera de servicio? No puedes ir cabalgando en un caballito de mar; son demasiado pequeños. ¿Acaso esos enormes cargueros marítimos a motor llevan pasajeros? No creía que estuvieran acondicionados para ello. ¿Había oído en algún lugar que algunos de ellos ni siquiera llevaban tripulación?

Creía poseer un detallado conocimiento de las formas de viajar superior al conocimiento profesional de los agentes de viaje debido a que, como correo, a menudo me trasladaba de un lado a otro por medios que los turistas no pueden utilizar y normalmente los viajantes comerciales ni siquiera conocen. Me irritaba darme cuenta de que nunca había pensado en cómo vencer al destino cuando todos los SB estaban en tierra. Pero hay una forma, siempre hay una forma. La archivé en mi mente como un problema a resolver… más tarde.

Llamé a la Universidad de Sydney, hablé con una computadora, pero finalmente conseguí una voz humana que admitió conocer al profesor Farnese pero que estaba en vacaciones sabáticas. No, los códigos privados de llamada y las direcciones particulares no eran facilitadas nunca… lo sentían. Quizá el servicio de información pudiera ayudarme.

La computadora del servicio de información de Sydney parecía sentirse sola, pues estaba dispuesta a charlar indefinidamente conmigo… de cualquier cosa menos admitir que Federico o Elizabeth Farnese estaban en su red. Escuché un vigoroso discurso publicitario acerca del Mayor Puente del Mundo (no lo es) y del mayor Teatro de Opera del Mundo (lo es) así que venga Aquí Abajo y… corté la comunicación reluctantemente; una computadora amistosa es mejor compañía que mucha gente, humana o de mi clase.

Entonces me puse en comunicación con quienes había esperado poder evitar:

Christchurch. Había una posibilidad de que el cuartel general del Jefe hubiera dejado algún mensaje con mi anterior familia cuando se efectuó el traslado… si había sido un traslado y no un desastre total. Había una muy remota posibilidad de que Ian, incapaz de enviarme un mensaje al Imperio, hubiera enviado uno a mi anterior casa con la esperanza de que se me hiciera llegar. Recordé que le había dado mi código de llamada de Christchurch cuando él me dio el código de su piso en Auckland. Así que llamé a mi antiguo hogar…

… y recibí la misma impresión que cuando alguien baja un peldaño que no está ahí:

— El servicio de la terminal que ha señalado usted está interrumpido. Les llamadas no son retransmitidas a otro lugar. En caso de emergencia, por favor teclee Christchurch… — siguió un código que reconocí como el de la oficina de Brian.

Me encontré haciendo hacia atrás las correcciones horarias para obtener una respuesta equivocada que me señalara que no valía la pena llamar… luego me di una patada a mí misma. Aquí era por la tarde, apenas pasadas las quince, de modo que en Nueva Zelanda era mañana por la mañana, poco después de las diez, la mejor hora del día para que Brian estuviera allí. Tecleé su código de llamada, un satélite lo transmitió en unos pocos segundos, y me encontré mirando a un sorprendido rostro.

— ¡Marjorie!

— Sí — dije —. Marjorie. ¿Cómo estás?

— ¿Por qué me llamas?

— ¡Brian, por favor! — dije —. Hemos estado casados siete años; ¿no podemos al menos hablarnos educadamente el uno al otro?

— Le siento. ¿Qué puedo hacer por ti?

— Lamento molestarte en tu trabajo, pero he llamado a la casa y he encontrado la terminal fuera de servicio. Brian, como sin duda sabes por las noticias, las comunicaciones con el Imperio de Chicago han quedado interrumpidas por la Emergencia. Los asesinatos. Lo que los periodistas están empezando a llamar el Jueves Rojo. Como resultado de todo ello estoy en California; nunca conseguí llegar a mi destino en el Imperio. ¿Puedes decirme algo acerca de correo o mensajes que hayan podido llegar para mí? No me ha llegado nada.

— Realmente no sabría decirte. Lo siento.

— ¿Ni siquiera puedes decirme si algo ha sido reexpedido? Sólo saber que un mensaje ha sido reexpedido me ayudaría a rastrearlo.

— Déjame pensar. Hubo todo ese dinero que nos sacaste… no, te lo llevaste contigo.

— ¿Qué dinero?

— El dinero que nos exigiste que te devolviéramos… o ibas a organizar un escándalo público. Un poco más de setenta mil dólares. Marjorie, me siento sorprendido de que tengas el descaro de mostrarte… cuando tu mal comportamiento, tus mentiras, y tu fría codicia destruyeron nuestra familia.

— Brian, ¿de qué demonios estás hablando? No he mentido a nadie. No creo haberme comportado mal, y no le he sacado ni un centavo a la familia. «Destruido a la familia», ¿cómo? Fui echada a puntapiés de la familia, arrojada de un claro cielo azul… pateada y con mi equipaje facturado en cosa de minutos. Evidentemente no he «destruido a la familia». Así que explícate.

Brian lo hizo, con fríos y deprimentes detalles. Mi mal comportamiento era del mismo tipo que mis mentiras, por supuesto, ese ridículo alegato de que yo era un artefacto viviente, no humano, y por ello había obligado a la familia a solicitar una anulación. Yo intenté recordarle que le había probado que estaba perfeccionada; barrió la observación con un gesto de la mano. Lo que yo recordaba, lo que él recordaba, no se correspondía.

En cuanto al dinero, estaba mintiendo de nuevo; había visto el recibo con mi firma.

Le interrumpí para decirle que cualquier firma que pareciera ser la mía en un recibo de esta naturaleza tenía que ser una falsificación, puesto que yo no había recibido ni un solo dólar.

— Estás acusando a Anita de falsificación. Vuelves a mentir descaradamente de nuevo.

— No estoy acusando a Anita de nada. Pero no recibí ningún dinero de la familia.

Yo estaba acusando. a Anita, y ambos lo sabíamos. Y posiblemente estaba acusando a Brian también. Recordé una ocasión en que Vickie había dicho que los pezones de Anita sólo se ponían erectos ante un buen balance económico… y yo la había hecho callar y le había dicho que no fuera maliciosa. Pero había alusiones de los demás respecto a que Anita era frígida en la cama… una condición que una PA no puede comprender. En retrospectiva parecía posible que su pasión total fuera por la familia, su éxito financiero, su prestigio público, su poder en la comunidad.

Si eso era así, debía odiarme. Yo no había destruido a la familia, pero echarme fuera a patadas parecía ser el primer dominó que hace caer toda la hilera. Casi inmediatamente después de que yo me fuera, Vickie fue a Nuku’alofa… y dio instrucciones a un abogado para que iniciara los trámites de un divorcio y de un arreglo económico. Luego Douglas y Lispeth abandonaron Christchurch, se casaron entre ellos separadamente, luego iniciaron el mismo tipo de demanda.

Una pequeña migaja de consuelo: supe por Brian que el voto contra mí no había sido de seis contra nada, sino de siete contra nada. ¿Una mejora esto? Sí. Anita había dispuesto que la votación se efectuara por participaciones; los mayores tenedores de ellas, Brian, Bertie y Anita, habían votado primero, reuniendo siete votos contra mí, una clara mayoría para expulsarme… mientras que Doug, Vickie y Lispeth se habían abstenido de votar.

Una muy pequeña migaja de consuelo, de todos modos. Ellos no se habían enfrentado a Anita, no habían intentado detenerla, ni siquiera me habían advertido de lo que se estaba preparando. Se habían abstenido… luego se habían echado a un lado y habían dejado que la sentencia fuera ejecutada.

Le pregunté a Brian por los chicos… y recibí la cruda contestación de que no eran asunto mío. Luego dijo que estaba muy atareado y que tenía que cortar, pero yo lo retuve para una nueva pregunta: ¿Qué había pasado con los gatos?

Pareció a punto de estallar.

— Marjorie, ¿tan completamente sin corazón eres? Cuando tus actos han causado tanto dolor, tanta auténtica tragedia, ¿quieres saber lo que les ha pasado a unos triviales gatos?

Contuve mi ira.

— Quiero saberlo, Brian.

— Creo que fueron entregados a la Sociedad Protectora de Animales. O quizá fueron a parar a la escuela médica. ¡Adiós! Por favor, no vuelvas a llamarme.

— La escuela médica… — ¿Mister Tropezones atado a una mesa de operaciones mientras un estudiante médico lo abría en canal con un cuchillo? No soy vegetariana y no voy a discutir el uso de animales en la ciencia y en la enseñanza. Pero si hay que hacer esto, querido Dios si es que hay Uno en algún lugar, no permitas que sea hecho con animales que han sido llevados a creer que son personas.

La Sociedad Protectora de Animales o la escuela médica, Mister Tropezones y los cachorrillos debían estar probablemente muertos. No obstante, si los SBs hubieran funcionado todavía, hubiera corrido el riesgo de volver al Canadá Británico para tomar la siguiente trayectoria a Nueva Zelanda con la triste esperanza de salvar a mi viejo amigo.

Pero sin transportes modernos Auckland estaba más lejos que Luna City. Ni siquiera quedaba una triste esperanza…

Me sumergí profundamente en control mental, y puse las cosas sobre las que no podía hacer nada fuera de mi mente…

…y descubrí que Mister Tropezones estaba todavía restregándose contra mis piernas.

Una luz roja estaba parpadeando en la terminal. Comprobé la hora, observé que habían transcurrido casi las dos horas que había estimado; aquella luz era casi seguramente Trevor.

Así que decide, Viernes. ¿Te echas agua fría en los ojos y bajas y dejas que te persuada? ¿O le dices que suba, lo llevas directamente a la cama, y lloras en su hombro?

En principio, por supuesto. Seguro que no te sentirás lasciva en ese instante… pero deja que hunda el rostro en su atractivo y cálido hombro masculino y eso hará que tus sentimientos se ablanden y pronto te sentirás mejor. Tú lo sabes. Se dice que las lágrimas femeninas son un poderoso afrodisiaco para la mayoría de los hombres, y tu propia experiencia lo confirma. (¿Criptosadismo? ¿Machismo? ¿A quién le importa? Funciona).

Invítalo a que suba. Haz subir también algo de licor. Quizá ponte incluso un poco de lápiz de labios, intenta parecer sexy. No, al infierno con el lápiz de labios, no va a durar mucho de todos modos. Invítalo a que suba; llévalo a la cama. Anímate haciendo todo lo que malditamente puedas para animarlo a él. ¡Dale todo lo que tienes!

Planté una sonrisa en mi rostro y respondí a la terminal.

Y me encontré hablando con la voz del robot del hotel.

— Tenemos una caja de flores para usted. ¿Podemos subírsela?

— Por supuesto. — (No importa cómo o quién, una caja de flores siempre es mejor que una palmada en la barriga con un pescado chorreante).

Poco después el timbre de la puerta zumbó; acudí, y tomé una caja de flores casi tan grande como un ataúd de niño, la deposité en el suelo, y la abrí.

¡Rosas rojas con largos tallos! Decidí que Trevor se merecía unos momentos mejores que los que había conseguido ofrecer Cleopatra en sus mejores días.

Tras admirarlas, abrí el sobre que iba con ellas, esperando simplemente una tarjeta con quizá unas líneas pidiéndome que llamara al salón, o algo así.

No: una nota, casi una carta:

Querida Marjorie, Espero que estas rosas sean al menos tan bien recibidas cómo lo he sido yo.

(«¿…como lo he sido yo?» ¿Qué demonios?).

Debo confesar que he salido huyendo. Ha ocurrido algo que me ha hecho darme cuenta de que debo desistir de mis intentos de obligarte a mi compañía.

No estoy casado. No sé quién es esa encantadora damita que te enseñé, recorté la foto de un anuncio. Como tú dijiste muy bien, los de mi clase no son aptos para el matrimonio.

Soy una persona artificial, querida amiga. «Mi madre fue un tubo de ensayo; mi padre fue un cuchillo». De modo que no debo hacer avances con una mujer humana. Paso por humano, sí, pero prefiero decirte la verdad antes que seguir intentando pasar por lo que no soy contigo… terminarías sabiendo la verdad más tarde o más temprano. Como puedes fácilmente imaginar, soy de la clase que terminaría diciéndotelo finalmente.

Así que mejor decírtelo ahora que hacerte daño más tarde.

Mi nombre de familia no es Andrews, por supuesto, y los de mi clase no tienen familia.

Pero no puedo esperar que tú también seas una PA. Eres realmente tan dulce (y tan extremadamente sexy), y tienes una tendencia tal a hablar de asuntos tales como las PAs, de las que no sabes nada…. aunque probablemente eso no es culpa tuya. Me haces recordar a un pequeño fox terrier que tuve en una ocasión. Era encantador y muy cariñoso, pero siempre dispuesto a luchar por sí mismo contra todo el mundo. Confieso que me gustan más los perros y los gatos que la mayoría de las personas; ellos nunca se ponen contra mí por el hecho de que no soy humano.

Espero que te gusten las rosas, TREVOR.

Me sequé los ojos y me soné la nariz, y bajé rápidamente y recorrí todo el salón y luego todo el bar y luego un piso más abajo hasta la terminal de la lanzadera, y me quedé junto a los molinetes que conducían a los andenes… y me quedé allí, y esperé, y esperé, y esperé un poco más, y un policía empezó a mirarme y finalmente se me acercó y me preguntó qué deseaba y si necesita alguna ayuda.

Le dije la verdad, o parte de ella, y me dejó quedarme allí. Aguardé y aguardé, y él estuvo observándome durante todo el tiempo. Finalmente se me acercó de nuevo y dijo:

— Mire, si insiste en tratar esto como cosa particular suya, voy a tener que pedirle que me muestre su licencia y su certificado médico, y llevármela conmigo si alguna de las dos cosas no está en orden. No deseo hacer eso; tengo en casa una hija aproximadamente de su misma edad y me gusta pensar que un policía le va a dar siempre una oportunidad.

De todos modos, no parece estar usted en el negocio; cualquiera puede ver por su rostro que no está lo suficientemente curtida como para ello.

Pensé en mostrarle esa tarjeta de crédito dorada… dudo que ninguna callejera lleve una tarjeta de crédito dorada, en ningún lugar. Pero el hombre realmente parecía estar preocupándose por mí, y yo ya había humillado a suficientes personas por un día. Le di las gracias y subí a mi habitación.

La gente humana es tan engreída que cree que siempre puede descubrir a una PA…

¡bah! Ni nosotras mismas podemos descubrirnos mutuamente. Trevor era el único hombre que jamás hubiera encontrado con el que hubiera podido casarme con la conciencia completamente tranquila… y lo había echado de mi lado.

¡Pero era demasiado sensitivo!

¿Quién es demasiado sensitivo? Tú lo eres, Viernes.

Pero, maldita sea, la mayoría de los humanos ejercen la discriminación contra nosotros. Patea a un perro las suficientes veces, y se volverá terriblemente asustadizo.

Observen mi dulce familia neozelandesa, los malditos detestables. Probablemente Anita se sentía muy orgullosa de haberme engañado… al fin y al cabo yo no soy humana.

Tanteo del día: Humanos 9 — Viernes 0.

¿Dónde está Janet?

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