31

Durante el viaje a Botany Bay rumié eso una y otra y otra vez, intentando descubrir algún fallo en ello. Recordé el clásico caso de J. F. Kennedy. Su asesino putativo fue muerto (asesinado) demasiado rápidamente incluso para las audiencias preliminares.

Luego hubo ese dentista que disparó contra Huey Long… y luego se disparó a sí mismo unos pocos segundos más tarde. Y todo el gran número de agentes durante la larga Guerra Fría que apenas vivieron lo suficiente como para llevar a cabo sus misiones y luego «simplemente ocurrió» que cruzaron la calle delante de vehículos que arrancaban.

Pero la imagen que venía una y otra vez a mi mente era tan vieja que resulta casi mitológica: una playa solitaria y un jefe pirata supervisando cómo es enterrado su tesoro.

Se hace el agujero, los arcones con el botín son depositados en él… y los hombres que han practicado el agujero reciben sendos disparos; sus cuerpos ayudan a cubrir el hueco.

Sí, me estoy poniendo melodramática. Pero es de mi barriga de la que estamos hablando, no de la de ustedes. Todo el mundo en el Universo Conocido sabe que el padre del actual Primer Ciudadano trepó al trono sobre incontables cadáveres, y su hijo permanece en ese trono por ser incluso más despiadado que su padre.

¿Se está preparando para darme las gracias por mejorar su dinastía? ¿O se está preparando para enterrar mis huesos en su más profunda mazmorra?

No te engañes a ti misma, Viernes; saber demasiado es un delito capital. Siempre lo ha sido en política. Si alguna vez hubieran tenido intención de llevar este asunto lealmente, ahora no estarías embarazada. Por lo tanto estás obligada a suponer que no van a tratarte lealmente después de que te hayan sacado el feto real.

Era obvio lo que tenía que hacer.

Lo que no era obvio es cómo podía hacerlo.

Ya no me parecía un error administrativo el que mi nombre no apareciera en la lista de los que iban a bajar a la superficie de Frontera.

A la hora del cóctel a la tarde siguiente vi a Jerry y le pedí que bailara conmigo. Era un vals clásico, lo cual me permitió mantener mi rostro lo suficientemente cerca del suyo como para hablarle privadamente.

— ¿Cómo van los mareos? — me preguntó.

— Las píldoras azules hicieron su efecto — le tranquilicé —. Jim, ¿quién más sabe esto, aparte usted y yo?

— Esa es una curiosa pregunta. He estado tan ocupado que no he tenido tiempo de entrar nada de eso en su historial médico. Las notas están en mi caja.

— ¿De veras? ¿Qué hay de los técnicos de laboratorio?

— Han estado tan abrumados de trabajo que realicé los tests yo mismo.

— Estupendo, estupendo. ¿Cree usted que hay alguna posibilidad de que estas notas se pierdan? ¿Resulten quemadas, tal vez?

— Nunca quemamos nada en la nave; irrita al ingeniero del aire acondicionado. En vez de ello las hacemos pedazos y las reciclamos. No tema, muchachita; su vergonzoso secreto esta seguro conmigo.

— Jerry, es usted mi amigo. Querido, de no haber sido por mi doncella, creo que hubiera podido echarle la culpa de este bebé a usted. Mi primera noche en la nave… ¿recuerda?

— No es fácil que la olvide. Sufrí un ataque de frustración aguda.

— Llevar siempre una doncella al lado no es idea mía; mi familia me lo impuso, y se agarra a mí como una sanguijuela. Una llegaría a creer que mi familia no confía en mí simplemente porque sabe que no puede hacerlo… como usted sabe demasiado bien.

¿Puede pensar usted alguna forma de evitar su tutela? Me estoy sintiendo muy doblegable. Con usted. Un hombre a quien se le pueden confiar secretos.

— Hum. Tendré que pensar algo. Mi camarote no sirve; tiene que pasar usted por delante de las habitaciones de otras dos docenas de oficiales y cruzar el comedor de oficiales para alcanzarlo. Espere; ahí viene Jimmy.

Sí, naturalmente, estaba intentando comprar su silencio. Pero además me sentía agradecida y tenía la impresión de que le debía algo. Si lo que deseaba (y lo deseaba) era una relación carnal con mi pellejo no virgen, estaba dispuesta a ofrecérsela… y dispuesta de buen grado, además; últimamente me había sentido completamente desamparada, y Jerry es un hombre atractivo. No me sentía absolutamente molesta por el hecho de estar embarazada (aunque la idea me resultaba decididamente nueva), pero deseaba mantener en secreto mi condición (si era posible… ¡si no había ya todo un pelotón de gente en la nave que lo supiera!)… mantenerlo en secreto, mientras pensaba en lo que podía hacer.

Era probable que el estado de mi situación no estuviera demasiado claro; quizá fuera mejor trazar un diagrama. Si seguía hasta El Reino, era de esperar que fuera asesinada en una sala de operaciones, todo tranquilo y legal y propio. Si ustedes no creen que estas cosas puedan pasar, entonces no estamos viviendo en el mismo mundo y no tiene objeto que ustedes sigan leyendo nada más de estas memorias. A lo largo de la historia, el método convencional de librarse de un testigo molesto ha sido siempre el hacer que deje de respirar.

Puede que esto no me ocurriera a mí. Pero todos los indicios sugerían que sí ocurriría… si iba a El Reino.

¿Simplemente quedarme a bordo? Pensé en ello… pero las palabras de Pete-Mac resonaron en mis oídos: «Cuando lleguemos, un oficial de la guardia de palacio subirá a bordo, y a partir de entonces usted será su problema». Aparentemente ni siquiera iban a aguardar a que yo bajara al suelo y pretendiera ponerme enferma.

Ergo, tenía que abandonar la nave antes de que alcanzáramos El Reino… es decir, Botany Bay, no había otra elección.

Sencillo. Simplemente salir de la nave.

¡Oh, seguro! Bajar por la plancha y decirles adiós desde el suelo.

Esta no es una nave oceánica. Lo más cerca que llega nunca la Adelantado de un planeta es su órbita estacionaria… en el caso de Botany Bay eso es aproximadamente treinta y cinco mil kilómetros. Es un largo trecho para recorrerlo en un vacío casi perfecto.

La única forma posible de bajar a la superficie de Botany Bay sería en una de las naves de aterrizaje, tal como había hecho en Frontera.

Viernes, no te van a permitir que subas a bordo de esa nave de aterrizaje. En Frontera conseguiste meterte. Eso los alertó; no van a permitírtelo una segunda vez. ¿Qué ocurrirá? El señor Woo o alguien estará en la compuerta estanca con una lista… y de nuevo tu nombre no figurará en ella. Pero esta vez tendrá a un maestro de armas armado a su lado. ¿Qué podrás hacer tú?

Bueno, desarmarlo, golpear sus cabezas entre sí, saltar por encima de sus inconscientes cuerpos, y ocupar un asiento. Puedes hacerlo, Viernes; has sido entrenada para ello y diseñada genéticamente para ese tipo de trabajo rudo.

¿Y luego que ocurrirá? La nave de desembarco no partirá a su tiempo. Aguardará en su alojamiento mientras una escuadra de ocho hombres penetra en ella y por la fuerza bruta y con dardos tranquilizantes te sacan de ella y te encierran en tu cabina BB… donde no te quedará más remedio que permanecer hasta que ese oficial de la guardia de palacio tome a su cargo tu pellejo.

Este no es un problema que la acción bruta pueda resolver.

Eso deja las palabras dulces, el sex appeal y el soborno.

¡Espera! ¿Qué hay acerca de la honestidad?

¿Eh?

Por supuesto. Ve directamente al Capitán. Cuéntale lo que el señor Sikmaa te prometió, dile cómo te engañaron, haz que Jerry le muestre los tests de embarazo, dile que estás asustada y que has decidido esperar en Botany Bay hasta que pase alguna nave que se dirija de vuelta a la Tierra, no hacia El Reino. Es un viejo bondadoso y paternal; has visto fotos de sus hijas… ¡él cuidará de ti!

¿Cuál sería la opinión del Jefe sobre eso?

Te haría la observación de que te sientas a la derecha del capitán… ¿por qué?

Se te entregó una de las más lujosas cabinas de la nave en el último minuto… ¿por qué?

Se halló alojamiento para otras siete personas, gente que pasa todo su tiempo vigilándote… ¿crees que el capitán no sabe todo esto?

Alguien retiró tu nombre de la lista del viaje al suelo en Frontera… ¿quién?

¿Quién es el propietario de las Líneas Hiperespaciales? El treinta por ciento corresponde a la Interworld, que a su vez es controlada por varios segmentos del grupo Shipstone. Y supiste también que tres bancos de El Reino eran propietarios de un 11 por ciento… lo supiste porque los propietarios de otros segmentos de las compañías Shipstone eran también de El Reino.

Así que no esperes demasiado del gentil y viejo capitán van Kooten. Puedes casi oírle decir: «Oh, no lo creo. El señor Sikmaa es un viejo amigo mío; lo conozco desde hace años. Sí, le prometí que tomaría medidas acerca de su seguridad; por este motivo no quiero que visite planetas salvajes y no civilizados. Pero cuando volvamos, le mostraré yo personalmente Halcyon, se lo prometo. Ahora tiene que ser usted buena chica y no causarme más problemas, ¿eh?» Puede que incluso lo crea.

Lo que sí es casi seguro es que sabe que tú no eres «la Señorita Mucho Dinero», y probablemente se le haya dicho que has sido contratada como madre huésped (probablemente sin decirle que era para la Familia Real… aunque puede que se lo imagine), y simplemente piense que estás intentando aprovecharte de un contrato legal y equitativo. Viernes, no tienes ninguna palabra por escrito que pueda demostrar que has sido engañada.

No esperes ayuda del capitán. Viernes, tienes que arreglártelas por ti misma.

Faltaban sólo tres días para el tiempo previsto de nuestra llegada a Botany Bay sin que se hubiera producido ningún cambio. Había estado rumiando mucho, aunque la mayor parte eran divagaciones… fútiles imaginaciones que no servían más que para perder el tiempo acerca de lo que haría si no podía conseguir subir a la nave de desembarco en Botany Bay. Como esto: «¡Ya me ha oído, capitán! Voy a encerrarme en mi cabina hasta que abandonemos El Reino. Si fuerza usted la puerta para poder entregarme a ese oficial de la guardia de palacio no podré impedirlo… ¡pero un cadáver es todo lo que encontrará!» (Ridículo. Gas adormecedor a través de los conductos de aire es todo lo que necesita para vencerme).

O… «Capitán, ¿ha presenciado usted algún aborto practicado con una aguja de hacer media? Está usted invitado a verlo; aunque comprendo que puede ser algo desagradablemente sangriento».

(Más ridículo aún. Puedo hablar de aborto; soy incapaz de hacerlo. Aunque esto que hay dentro de mí no pertenece a mi propia carne, es sin embargo mi huésped inocente).

Intenté no perder el tiempo en tales pensamientos inútiles sino concentrar mi mente en buscar una solución mientras seguía comportándome normalmente. Cuando la oficina del sobrecargo anunció que los pasajeros podían apuntarse para las excursiones a Botany Bay, yo fui una de las primeras en aparecer, agotando todas las posibilidades, haciendo preguntas, llevándome folletos a mi cabina, y apuntándome y pagando en efectivo para todos los mejores y más caros viajes.

Aquella noche en la cena charlé con el capitán acerca de los viajes que había elegido, le pedí su opinión sobre cada uno de ellos, y me quejé de nuevo de que mi nombre hubiera desaparecido de la lista en Frontera, y le pedí que esta vez lo comprobara por mí… como si el capitán de una gigantesca nave de línea no tuviera nada mejor que hacer que actuar de recadero de la Señorita Mucho Dinero. Por todo lo que pude ver, no se inmutó por nada de eso… y por supuesto no dijo que no podía bajar al suelo. Pero puede que estuviera tan hundido en el pecado como yo; aprendí a mentir sin inmutarme mucho antes de abandonar la inclusa.

Aquella noche (tiempo de la nave), me encontré en El Agujero Negro con mis primeros tres amigos: el doctor Jerry Madsen, Jaime «Jimmy» López, y Tom Udell. Tom es el primer ayudante del sobrecargo, y yo no había llegado a saber nunca por completo qué era eso. Todo lo que sabía realmente era que llevaba un galón más que los otros dos.

Aquella primera noche a bordo Jimmy había dicho solemnemente que Tom era el portero mayor.

Tom no lo había negado. Respondió:

— Olvidas «transportamuebles».

Esta noche, a menos de setenta y dos horas de Botany Bay, descubrí parte de lo que hacía Tom. La nave de desembarco de estribor estaba siendo cargada con artículos para Botany Bay.

— La nave de babor fue cargada en el Tallo — me dijo —. Pero tuvimos que cargar la nave de estribor para Frontera. Necesitamos las dos naves para suministrar a Botany Bay, así que ahora tenemos que trasladar la carga ese trecho. — Sonrió —. Montones de sudoroso trabajo.

— Eso es bueno para ti, Tommy; te estás poniendo gordo.

— Habla por ti mismo, Jaime.

Pregunté cómo lo hacían para cargar la nave de desembarco.

— Esas compuertas estancas me parecen más bien demasiado pequeñas.

— No metemos la carga por ellas. ¿Te gustaría ver cómo lo hacemos?

Así obtuve una cita para la mañana siguiente. Y aprendí cosas.

Las calas de la Adelantado son tan enormes que dan agorafobia en vez de claustrofobia. Pero las calas de las naves de desembarco también son grandes. Algunos de los artículos embarcados en ellas eran enormes también, especialmente maquinaria.

Botany Bay iba a recibir un turbogenerador Westinghouse… grande como una casa. Le pregunté a Tom cómo demonios iban a mover aquello.

Sonrió.

— Magia negra. — Cuatro de sus cargadores situaron una red metálica en su torno y ataron a ella una caja metálica del tamaño de un maletín. Tom lo inspeccionó, luego dijo —:

Adelante, conéctalo.

El jefe — el «conectador» — lo hizo… y aquel monstruo de metal se estremeció y se alzó un poco: una unidad antigrav portátil, no muy distinta de la de un VAM, pero abierta en vez de metida en un cascarón.

Con extremo cuidado, a mano, utilizando cuerdas y pértigas, movieron aquella masa a través de una enorme puerta y en la cala de la nave de estribor. Tom señaló que, aunque aquel enorme monstruo estaba flotando ahora, libre de la gravedad artificial de la nave, seguía siendo tan poderosamente masivo como siempre, y podía aplastar a un hombre tan fácilmente como un hombre puede aplastar a un insecto.

— Ellos dependen los unos de los otros, y yo tengo que confiar en todos. Yo soy el responsable… pero a un hombre muerto no le sirve de nada el que yo asuma la culpabilidad; tienen que confiar entre ellos.

De lo que sí era realmente responsable, me dijo, era de asegurarse de que cada artículo fuera colocado planificadamente y fuera sujeto con solidez con vistas a la aceleración, y asegurarse también absolutamente de que las enormes puertas de carga, de ambos lados, eran cerradas herméticamente cada vez después de haber sido abiertas.

Tom me mostró también el espacio de la nave de desembarco destinado a los emigrantes-pasajeros.

— Tenemos más nuevos colonos para Botany Bay que para ningún otro sitio. Cuando abandonemos este lugar, la tercera clase quedará casi completamente vacía.

— ¿Todos ellos son australianos? — pregunté.

— Oh, no. Muchos de ellos lo son, pero aproximadamente una tercera parte no. Pero una cosa sí tienen en común; todos hablan un inglés fluido. Es la única colonia que exige un idioma. Están intentando asegurarse de que todo su planeta posea una sola lengua.

— He oído hablar algo de ello. ¿Por qué?

— Tienen la idea de que así es menos probable que haya guerras. Quizá sí… pero las más sangrientas guerras en la historia fueron guerras fratricidas. Sin ningún problema de idioma.

No tenía ninguna opinión al respecto, y no hice ningún comentario. Abandonamos la nave a través de la escotilla de pasajeros, y Tom la cerró tras nosotros. Entonces recordé que había dejado un pañuelo atrás.

— Tom, ¿quieres ir a buscármelo? Recuerdo que lo dejé en la cala de los inmigrantes.

— Yo no lo recuerdo, pero iré a ver. — Se volvió y abrió la compuerta estanca.

El pañuelo estaba allá donde yo lo había dejado caer, entre dos bancos, en el espacio destinado a los inmigrantes. Lo pasé en torno al cuello de Tom y tiré de su rostro hacia el mío y le di las gracias, y dejé que mi agradecimiento prosiguiera hasta donde él se atrevió a llegar… lo cual fue bastante lejos pero no demasiado lejos puesto que aún estaba de servicio.

Se merecía todo mi agradecimiento. Aquella puerta tenía una cerradura a combinación.

Ahora yo podía abrirla.

Cuando regresé de inspeccionar las calas de carga y la nave de aterrizaje, era casi la hora del almuerzo. Shizuko, como de costumbre, estaba atareada en algo (no puedo comprender que una mujer dedique todo su tiempo a ver que otra mujer esté bien atendida).

Le dije:

— No deseo ir al comedor. Tengo ganas de tomar una ducha rápida, ponerme algo encima, y comer aquí.

— ¿Qué es lo que desea la señorita? Lo encargaré.

— Ordena algo para los dos.

— ¿Para mí?

— Para ti. No quiero comer sola, lo que no deseo es tener que vestirme y bajar al comedor. No discutas; simplemente teclea el menú. — Me dirigí al baño.

La oí empezar a encargar la comida, pero cuando cerré la ducha ella ya estaba preparada con una enorme y mullida toalla, con otra más pequeña envolviendo su cuerpo, la perfecta chica para el baño. Cuando estuve seca y me hubo ayudado a meterme un traje, el montacargas zumbó. Mientras abría la gaveta de entrega, yo arrastré una pequeña mesa hacia el rincón donde había hablado con Pete-Mac. Shizuko alzó las cejas pero no discutió; empezó a colocar la comida en ella. Dispuse la terminal para música y de nuevo tecleé una cinta con una canción fuerte, rock clásico.

Shizuko había dispuesto solamente un lugar en la mesa. Le dije, mirándola directamente de modo que mis palabras pudieran llegarle por encima de la música:

— Tilly, pon tu plato aquí, también.

— ¿Cómo dice, señorita?

— Oh, ya basta, Matilda. La farsa ha terminado. He preparado todo esto así para que podamos hablar.

Apenas vaciló.

— De acuerdo, señorita Viernes.

— Mejor llámame Marj, de modo que yo no tenga que llamarte señorita Jackson. O llámame Viernes, mi auténtico nombre. Las dos podemos quitarnos la peluca.

Incidentalmente, tu actuación como doncella es perfecta, pero ya no necesitas preocuparte por ello cuando estemos en privado. Puedo secarme yo misma después del baño.

Casi sonrió.

— Me gusta ocuparme de usted, señorita Viernes. Marj. Viernes.

— ¡Oh, gracias! Comamos. — Le serví sukiyaki en su plato.

Tras masticar unos segundos — la conversación no encaja con la comida — dije:

— ¿Qué vas a sacar de esto?

— ¿Sacar de qué, Marj?

— De vigilarme durante todo el camino. De entregarme a la guardia de palacio en El Reino.

— Lo estipulado en el contrato. Pagadero a mi jefe. Se supone que hay también una bonificación para mí, pero sólo creo en las bonificaciones cuando me las gasto.

— Entiendo. Matilda, voy a marcharme en Botany Bay. Y tú vas a ayudarme.

— Llámeme Tilly. ¿Estoy en condiciones de hacerlo?

— Lo estás. Porque voy a pagarte mucho más de lo que recibirías del otro modo.

— ¿Cree realmente que puede hacerme cambiar tan rápidamente?

— Sí. Porque tienes solamente dos elecciones. — Entre nosotras había una larga cuchara de servir de acero inoxidable. La tomé, apreté la cazoleta, la aplasté —. Puedes ayudarme.

O puedes caer muerta. Más bien rápidamente. ¿Qué decides?

Tomó la mutilada cuchara.

— Marj, no es necesario ser tan dramática. Veamos qué podemos hacer. — Volvió a poner bien con sus pulgares la deformada cazoleta —. ¿Cuál es el problema?

Me quedé mirando la cuchara.

— «Tu madre fue un tubo de ensayo…» — «… y mi padre un cuchillo». Lo mismo que usted. Por eso fui reclutada. Hablemos.

¿Por qué quiere salirse de la nave? Me va a poner en un aprieto infernal si lo hace.

— Estoy muerta si no lo hago. — Sin intentar disimular nada, le conté acerca del trato que había hecho, cómo me había descubierto embarazada, por qué pensaba que mis posibilidades de sobrevivir a una visita a El Reino eran escasas —. Así que, ¿qué puede hacerte persuadir de que mires hacia otro lado?

— No soy la única que está vigilándola.

— ¿Pete? Manejaré a Pete. Los otros tres hombres y las otras dos mujeres creo que podemos ignorarlos. Si cuento con tu ayuda activa. Tú… tú y Pete… sois los únicos profesionales. ¿Quién reclutó a esos otros? Fue una torpeza.

— No lo sé. Incidentalmente, ni siquiera sé quién me reclutó a mí; fue hecho a través de mi jefe. Quizá podamos olvidar a los otros… depende de su plan.

— Hablemos de dinero.

— Hablemos primero de planes.

— Oh… ¿crees que puedes imitar mi voz?

Tilly respondió:

— «Oh… ¿crees que puedes imitar mi voz?» — ¡Hazlo de nuevo!

— «¡Hazlo de nuevo!» Suspiré — De acuerdo, Tilly, puedes hacerlo. El periódico de a bordo dice que la salida cerca de Botany Bay se producirá en algún momento mañana y, si las cifras son tan aproximadas como lo fueron con Frontera, nos situaremos en órbita estacionaria y las naves bajarán aproximadamente al mediodía de pasado mañana… a menos de cuarenta y ocho horas de este momento. Así que mañana me pondré enferma. Muy triste. Porque tenía puesto todo mi corazón en bajar a la superficie para todas esas maravillosas excursiones. El funcionamiento exacto de mi plan depende de cuándo sea fijada la hora de partida de las naves de aterrizaje, lo cual deberá esperar, si he comprendido bien el asunto, hasta que salgamos al espacio normal y podamos predecir exactamente cuándo alcanzaremos la órbita estacionaria. Sea como sea, la noche antes de que las naves partan, alrededor de la una de la madrugada, cuando los corredores estén vacíos, yo me iré. Desde aquí, tú serás nosotras dos. No dejarás entrar a nadie; estoy demasiado enferma.

«Si alguien me llama por la terminal, cuida de no conectar el vídeo… yo nunca lo hago.

Tú eres las dos en todo lo que puedas manejar, o, si no puedes, yo estoy dormida. Si empiezas a sustituirme y las cosas se ponen difíciles, bueno, simplemente estás tan atribulada con la fiebre y las medicinas que no eres coherente.

«Ordenarás el desayuno para las dos… tu desayuno habitual para ti, y té con leche y tostadas y zumo para la inválida.

— Viernes, puedo darme cuenta de que está planeando escapar de la nave en una de las naves de aterrizaje. Pero las puertas de las naves de aterrizaje están siempre cerradas cuando no están en uso. Lo sé.

— Yo también lo sé. Pero no te preocupes, Tilly.

— De acuerdo. No me preocuparé. Bien, puedo cubrirla durante un tiempo después de que usted se haya ido. ¿Qué debo decirle al capitán cuando usted ya no esté aquí?

— Así que el capitán está en esto. Lo imaginé.

— Sabe de qué se trata. Pero recibimos nuestras órdenes del sobrecargo.

— Tiene sentido. Supongamos que arreglo las cosas para que seas atada y amordazada… y tu historia sea la de que salté sobre ti y te inmovilicé. Yo no puedo hacerlo, por supuesto, porque tienes que ser las dos desde esta mañana hasta que los botes inicien su viaje. Pero puedo arreglar las cosas para que luego seas atada y amordazada. Creo.

— Eso seguramente mejoraría mi coartada. ¿Pero quién es el filántropo?

— ¿Recuerdas nuestra primera noche en la nave? Volví tarde, con una cita. Tú nos serviste té y pastel de almendra.

— El doctor Madsen. ¿Cuenta usted con él?

— Creo que sí. Con tu ayuda. Esa noche estaba un tanto ansioso.

Se echó a reír.

— Su lengua iba arrastrándose por la moqueta.

— Sí. Todavía sigue arrastrándose. Mañana me pondré enferma; él vendrá a verme, profesionalmente. Tú estarás aquí, como de costumbre. Tendremos las luces apagadas en el dormitorio. Si el doctor Jerry tiene los nervios templados como creo que los tiene, tomará lo que yo le ofreceré. Luego cooperará. — La miré —. ¿De acuerdo? Luego vendrá a verme de nuevo a la mañana siguiente… y te atará. Sencillo.

Tilly permaneció sentada y pensativa durante un largo momento.

— No.

— ¿No?

— Hagámoslo realmente sencillo. No mezclemos a nadie más en ello. A nadie. No necesito que me aten; eso simplemente ocasionaría sospechas. He aquí mi historia: en algún momento, no mucho antes de que las naves de desembarco partan, usted decide que se encuentra bien; se levanta, se viste, y abandona la cabina. No me comunica sus planes; yo soy simplemente la pobre doncella torpe… usted nunca me cuenta esas cosas.

O quizá ha cambiado de opinión y decide ir con la excursión al suelo de todos modos. No importa. Yo no estoy encargada de mantenerla dentro de la nave. Mi única responsabilidad es mantenerla vigilada mientras está aquí en la cabina. No creo que sea responsabilidad de Pete tampoco el mantenerla en la nave, probablemente la única persona que salga un poco escaldada sea el capitán. Y no voy a llorar por él.

— Tilly, creo que tienes razón, en todos los puntos. Había supuesto que deseabas una coartada. Pero estarás mejor sin ninguna.

Me miró y sonrió.

— No deje que eso la impida llevarse, al doctor Madsen a la cama. Aprovéchese de él.

Uno de mis trabajos era mantener a los hombres alejados de su cama… como creo que ya debe saber…

— Me lo imaginé — admití secamente.

— Pero estoy cambiando de lado, así que ya no es ese el caso. — Repentinamente se formaron hoyuelos en sus mejillas —. Quizá yo debiera ofrecerle al doctor Madsen una bonificación. Cuando llame a su paciente a la mañana siguiente y yo le diga que ya está usted bien y que se ha ido a la sauna o a algún otro lugar.

— No le ofrezcas ese tipo de bonificación a menos que sea por motivo de negocios. Tal como sé que él entiende los negocios. — Me estremecí —. Estoy segura.

— Si lo anuncio, lo hago. ¿Está todo correcto? — Se puso en pie, yo la imité.

— Todo menos lo que te debo.

— He pensado en eso. Marj, usted conoce sus circunstancias mejor que yo. Lo dejo en sus manos.

— Pero ni siquiera me has dicho lo que van a pagarte por eso.

— No lo sé. Mi amo no me lo ha dicho.

— ¿Tienes propietario? — Sentí una súbita aflicción. Cualquier PA puede tenerlo.

— Ya no. O no del todo. Fui vendida con un contrato por veinte años. Faltan solamente trece. Luego seré libre.

— Pero… Oh, Dios, Tilly, ¡sal tú también de la nave!

Puso una mano sobre mi brazo.

— Tranquilícese. Usted me ha hecho pensar en eso. Esa es la razón principal por la que no deseo ser atada. Marj, no estoy registrada en la nave como sujeta a ningún contrato.

En consecuencia puedo apuntarme a una excursión al suelo si puedo pagarla… y puedo.

Quizá la vea ahí abajo.

— ¡Sí! — La besé.

Ella me abrazó fuertemente, y el beso ganó velocidad. Gimió contra mi lengua, y sentí su mano introducirse entre mis ropas.

Finalmente deshice el beso y la miré directamente a los ojos.

— ¿Es así como están las cosas, Tilly?

— ¡Infiernos, sí! Desde la primera vez que la bañé.

Aquella tarde los emigrantes que abandonaban la nave en Botany Bay montaron un espectáculo en el salón para los pasajeros de primera clase. El capitán me dijo que tales representaciones eran tradicionales y que los pasajeros de primera clase contribuían habitualmente con una colecta para los colonos… pero que esto no era obligatorio. Él mismo acudió al salón aquella noche — también tradicional —, y me encontré sentada a su lado. Aproveché la ocasión para mencionar que no me sentía demasiado bien. Añadí que quizá tuviera que cancelar mis reservas para las excursiones por la superficie del planeta.

Me quejé un poco por ello.

Él me dijo que, si no me sentía perfectamente bien, lo mejor era evidentemente que no me expusiera a la superficie de un planeta extraño… pero que no me preocupara por perderme Botany Bay, que no era ni con mucho de los mejores. El resto del viaje era la parte más maravillosa. Así que, ¿por qué no es una buena chica? ¿O tendré que encerrarla en su habitación?

Le dije que, si mis náuseas no cesaban, iba a ser necesario que me encerrara en mi habitación. El viaje a Frontera había sido horrible — mareada durante todo el camino —, y no quería arriesgarme de nuevo a algo parecido. De todos modos había empezado a prepararme picando apenas en la cena.

El espectáculo era de aficionados pero alegre… algunas sátiras pero casi todo grupos cantando: Tie Me Kangaroo Down, Waltzing Matilda, Botany Bay, y, por supuesto, The Walloping Window Blind. Me gustó, pero no hubiera pensado nada más al respecto de no ser por un hombre en la segunda hilera del grupo de cantantes, un hombre que me pareció familiar.

Lo miré y pensé: Viernes, ¿te has vuelto del tipo de mujeres descuidadas y desordenadas que no pueden recordar si han dormido con un hombre o no?

Me recordaba al profesor Federico Farnese. Pero este hombre llevaba una tupida barba, mientras que Freddie se afeitaba cada día… lo cual no prueba nada puesto que había transcurrido tiempo suficiente para que a un hombre le pudiera crecer una barba y casi todos los hombres se sienten presas de la manía de dejarse crecer la barba en una u otra ocasión de sus vidas. Pero me resultaba imposible asegurarlo simplemente mirándolo. Aquel hombre no cantaba ningún solo, así que la voz tampoco ayudaba.

El olor corporal… a una distancia de treinta metros no había forma de distinguirlo de entre varias docenas.

Me sentí grandemente tentada de no ser una dama… de levantarme, caminar directamente hacia el escenario a través de la pista de baile, y enfrentarme a él: «¿Es usted Freddie? ¿No me llevó usted a la cama en Auckland el mayo pasado?» ¿Y si decía que no?

Soy una cobarde. Lo que hice fue decirle al capitán que creía haber descubierto a un antiguo conocido de Sydney entre los emigrantes y, ¿cómo podía comprobarlo? Aquello dio como resultado que escribí el nombre de «Federico Farnese» en un programa y el capitán se lo pasó al sobrecargo, el cual se lo pasó a uno de sus ayudantes, que se marchó y regresó al cabo de poco con el informe de que había varios hombres italianos entre los emigrantes pero ningún nombre, italiano o de los otros, que se pareciera vagamente a «Farnese».

Le di las gracias, y le di las gracias al sobrecargo, y le di las gracias al Capitán… y pensé en preguntar por los nombres de «Tormey» y «Perreault», pero decidí que era una locura; evidentemente no había visto ni a Betty ni a Janet… y ellas no podían dejarse barba. Había visto un rostro detrás de una tupida barba… lo cual quería decir que no había visto ningún rostro. Pon una barba tupida a un hombre, y todo lo que verás serán pelos.

Decidí que todos los cuentos de viejas acerca de las mujeres embarazadas eran probablemente ciertos.

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