17

Fuimos a los dos lados, y terminamos en Vicksburg.

La frontera Texas-Chicago resultó estar cerrada a todo lo largo desde ambos lados, así que decidí intentar primero la ruta del río. Por supuesto Vicksburg es todavía Texas, pero para mis propósitos su situación como el más importante puerto fluvial justo fuera del Imperio era lo que importaba… especialmente el hecho de que era el puerto principal de los contrabandistas, en ambas direcciones.

Como la antigua Galia, Vicksburg está dividida en tres partes. Está la ciudad baja, el puerto, inmediatamente sobre el agua y algunas veces inundada, y está la ciudad alta, montada sobre un risco a un centenar de metros de altura y dividida a su vez en la ciudad vieja y la ciudad nueva. La ciudad vieja está rodeada por los campos de batalla de una guerra largo tiempo olvidada (¡pero no para Vicksburg!). Esos campos de batalla son sagrados; nada puede ser edificado en ellos. Así que la ciudad nueva está fuera de ese recinto sagrado, y los enlaces entre ella y la ciudad vieja se realizan por un sistema de túneles y tubos. La ciudad alta está unida a la ciudad baja mediante escaleras mecánicas y funiculares.

Para mí, la ciudad alta es únicamente un lugar para dormir. Tecleamos nuestra inscripción en el Vicksburg Hilton (gemelo del Bellingham Hilton incluso en el Desayunos Bar en el sótano), pero mis asuntos estaban abajo en el río. Fue un momento triste-feliz, puesto que Georges sabía que yo no iba a dejarle venir hasta más lejos conmigo y había dejado de discutir al respecto. No le permití que viniera conmigo a la ciudad baja… y le advertí que cualquier día podía no volver, podía ni siquiera tener tiempo de teclearle un mensaje para que le fuera entregado en nuestra suite del hotel. Cuando llegara el momento de saltar, saltaría.

La ciudad baja de Vicksburg es un lugar sensual y libertino, tan hormigueantemente vivo como un estercolero. A la luz del día la policía de la ciudad va por parejas; de noche dejan el lugar solo. Es una ciudad de embaucadores, prostitutas, contrabandistas, traficantes de drogas, haraganes, alcahuetes, proxenetas, mercenarios militares, reclutadores, peristas, pordioseros, cirujanos clandestinos, mirlos blancos, estafadores pequeños, estafadores grandes, drogadictos, travestís, pongan el nombre que quieran, todos ellos habitan en la ciudad baja de Vicksburg. Es un lugar maravilloso, asegúrense de efectuarse un análisis de sangre después de pasar por ahí.

Es el único lugar que conozco donde un artefacto viviente, marcado con su diseño (cuatro brazos, sin piernas, ojos en la parte de atrás del cráneo, lo que quieran) puede caminar (O reptar) a un bar, pedir una cerveza, y no recibir ninguna atención especial a sus peculiaridades. En cuanto a los de mi clase, ser artificial no significa nada… no en una comunidad donde el 95 por ciento de los residentes no se atreven a subir a una de las escaleras mecánicas que conducen a la ciudad superior.

Me sentí tentada a quedarme allí. Había algo tan cálido y amistoso en todos aquellos desheredados, ninguno de los cuales te señalaría nunca con un dedo burlón. De no haber sido por el Jefe por una parte y por Georges y el recuerdo de los lugares que olían mejor por otra parte, quizá me hubiera quedado en el (bajo) Vicksburg y encontrado algo que se ajustara a mis talentos.

«Pero tengo promesas que mantener. Y kilómetros que recorrer antes de dormir». El Maestro Robert Frost sabía por qué una persona sigue avanzando cuando desearía más bien detenerse. Vestida como si fuera un soldado sin trabajo y buscando el más provechoso reclutamiento, frecuenté la ciudad del río en busca de un capitán de barco fluvial dispuesto a contrabandear una carga viva. Me sentí decepcionada al saber cuán poco tráfico había por el río. No llegaba ninguna noticia del Imperio y no llegaba ningún barco río abajo, de modo que muy pocos capitanes estaban dispuestos a arriesgarse a ir río arriba.

De modo que me senté en los bares de la ciudad fluvial, bebiendo vasos pequeños de cerveza y dejando filtrarse la noticia de que estaba dispuesta a pagar un buen precio por un billete río arriba.

Estudié los anuncios. Había estado siguiendo los Anuncios de Oportunidades, que eran considerablemente más francos que aquellos que había observado en California…

aparentemente cualquier cosa era tolerada mientras se ciñera a la ciudad inferior:

¿Odia usted a su familia?¿Se siente usted frustrado, agotado, hastiado? ¿Es su esposo/esposa una pérdida de espacio? ¡¡¡Déjenos que hagamos un nuevo hombre/mujer de usted!!! Plasticización — Reorientación — Reubicación — Transexualización — Discreción máxima. Consulte al doctor Frank Frankenstein Grill del Bar de Sam Aquella fue la primera vez que vi el asesinato a sueldo flagrantemente anunciado. ¿O lo interpreté mal?

¿Tiene usted un PROBLEMA? Nada es ilegal… no lo es lo que usted haga; no lo es la forma en que lo haga. Disponemos de los más hábiles picapleitos en el Estado de la Estrella Solitaria. SINUOSOS, Inc. (Tarifas especiales para solteros) Teclee LEV 10101 Visto el texto, era un alivio saber que los códigos de llamada «LEV» sólo eran asignados a usuarios que querían mantener su identidad en un discreto anonimato.

Artistas, Ltd. Documentos de todas clases, instrumentos negociables, monedas de todas las naciones, diplomas, certificados de nacimiento, documentos de identidad, pasaportes, fotografías, licencias de negocios, licencias de matrimonio, tarjetas de crédito, hologramas, cintas audio/video, comisiones, indultos, testamentos, sellos, huellas dactilares… todos los trabajos garantizados con garantía firmada por Lloyd’s Asociados — LEV 10111 Evidentemente todos los servicios arriba mencionados estaban disponibles en cualquier gran ciudad, pero raramente eran abiertamente anunciados. En cuanto a la garantía, simplemente no creía en ella.

Decidí no anunciar mi necesidad debido a que dudaba de que nada tan público pudiera ayudar en un asunto esencialmente clandestino… tenía que seguir confiando en comerciantes y camareros y encargadas de prostíbulos. Pero seguí observando los anuncios con la esperanza de descubrir algo que me fuera útil… y llegué a uno que probablemente no podía usar pero que decididamente me interesó. Me sentí helada y llamé la atención de Georges:

W.K. — Haga su testamento. Le quedan tan sólo diez días de vida. A.C.B.

— ¿Qué te parece esto, Georges?

— El primero que vimos le daba a W.K. solamente una semana. Ha pasado más de una semana desde entonces, y ahora tiene diez días. Si las cosas siguen así, W.K. va a morir de viejo.

— No crees eso.

— No, mi amor. No lo creo. Es un código.

— ¿Qué tipo de código?

— El más simple, y sin embargo imposible de descifrar. El primer anuncio le dijo a la persona o personas interesadas que retuvieran el número siete o esperaran al número siete, o les dijo algo acerca de algo señalado como siete. Este dice lo mismo respecto al código clave número diez. Pero el significado de los números no puede ser deducido a través del análisis estadístico porque el código puede ser cambiado mucho antes de que pueda ser alcanzado cualquier universo estadístico útil. Es un código idiota, Viernes, y un código idiota no puede ser descifrado nunca si el usuario tiene el buen sentido de no utilizarlo demasiado a menudo.

— Georges, suenas como si hubieras efectuado alguna vez algún trabajo militar sobre códigos y/o su descifrado.

— Lo he hecho, pero no es ahí donde aprendí esto. El análisis de código más difícil jamás intentado, uno que aún sigue hoy en día sin que haya sido aún completado, es la interpretación de los genes vivos. Todo él es un código idiota… pero repetido tantos millones de veces que finalmente podemos asignar significado a sílabas sin sentido.

Perdóname por hablar de mi oficio en las comidas.

— Tonterías, yo empecé. ¿No hay ninguna forma de adivinar lo que significa A.C.B.?

— Ninguna.

Aquella noche los asesinos golpearon por segunda vez, de acuerdo con lo previsto. No digo que las dos cosas estuvieran relacionadas.

Golpearon a los diez días, casi a la misma hora, de su primer ataque. Esa exactitud no nos dijo nada acerca de qué grupo era el responsable, puesto que encajaba con las predicciones tanto de los autollamados Consejo para la Supervivencia como de sus rivales los Simuladores, mientras que los Angeles del Señor no habían ofrecido ninguna predicción acerca de su segundo golpe.

Había diferencias entre la primera oleada de terror y la segunda, diferencias que parecían decirme algo… o decirnos algo, puesto que Georges y yo lo discutimos mientras llegaban las noticias:

a) Ninguna noticia en absoluto del Imperio de Chicago. Ningún cambio aquí, y ninguna noticia había salido del Imperio desde los informes iniciales de la carnicería de demócratas… luego ni una palabra durante más de una semana, lo cual me hacía sentirme cada vez más ansiosa.

b) Ninguna noticia de la Confederación de California relativa a un segundo golpe… sólo noticias de rutina. N.B.: unas pocas horas después de las noticias iniciales de una segunda oleada de asesinatos por todas partes, llegó una noticia «de rutina» procedente de la Confederación de California. El Jefe «Grito de Guerra» Tumbril, siguiendo el consejo de sus médicos, había nombrado un consejo ejecutivo de regencia de tres personas con poderes plenipotenciarios para gobernar la nación mientras él era sometido a un durante mucho tiempo pospuesto tratamiento médico. Se había trasladado a su retiro, el Nido del Águila, cerca de Tahoe, para este fin. Los boletines llegaban de San José, no de Tahoe.

c) Georges y yo estuvimos de acuerdo en el muy probable — casi seguro — significado de esto. El tratamiento médico que aquel pobre presuntuoso necesitaba era el embalsamamiento, y su «regencia» no daría al público ninguna noticia hasta que hubieran arreglado sus luchas intestinas por el poder.

d) Esta segunda vez no había informes de fuera de la Tierra.

e) Cantón y Manchuria no informaban de ataques. Corrección: tales informes no llegaban a Vicksburg, Texas.

f) Por lo que podía decir comprobando con una lista, los terroristas habían golpeado en todas las demás naciones. Pero mi verificación tenía agujeros. De las cuatrocientas y pico de «naciones» en las Naciones Unidas, algunas producen noticias únicamente durante los eclipses totales de sol. No sé lo que había ocurrido en Gales o en las Islas del Canal o en Swazilandia o en Nepal o en la Isla del Príncipe Eduardo, y no veo por qué nadie (que no viva en alguno de esos lugares perdidos) debería preocuparse por ello. Al menos trescientas de esas proclamadas naciones soberanas que votan en las Naciones Unidas no cuentan para nada, aptas únicamente para ayudas económicas y alimenticias…

importantes para sí mismas, sin lugar a dudas, pero totalmente sin significado en geopolítica. Pero en todos los países importantes, excepto los señalados más arriba, los terroristas habían golpeado, y sus golpes eran informados excepto donde eran claramente censurados.

g) La mayoría de los golpes habían fracasado. Esta era la evidente diferencia entre la primera oleada y la segunda. Diez días antes la mayor parte de los asesinos habían matado a sus víctimas y la mayor parte de los asesinos habían escapado. Ahora esto se había invertido: la mayor parte de los blancos habían sobrevivido, la mayor parte de los asesinos habían muerto. Unos pocos habían sido capturados, menos aún habían escapado.

Este último aspecto de la segunda oleada de asesinatos me tranquilizó respecto a algo que me había tenido enormemente preocupada: el Jefe no estaba detrás de esos asesinatos.

¿Por qué afirmo eso? Porque la segunda oleada fue un desastre para aquél encargado de ella.

Los operadores de campo, incluso los soldados vulgares, son caros; quien los mueve no puede permitirse el lujo de gastarlos alegremente. Un asesino entrenado cuesta como mínimo diez veces más que un soldado común: no se espera que se deje matar… ¡Dios me ampare, no! Se espera que cometa el asesinato y desaparezca, libre.

Pero quien fuera que estaba detrás de todo aquello, se había ido a la quiebra en una sola noche.

No profesional.

En consecuencia, no era el Jefe.

Pero seguía sin poder imaginarme quién estaba detrás de toda aquella estúpida gymkhana porque no podía ver a quién beneficiaba. Mi anterior idea, la de que las naciones corporativas la estaban financiando, ya no parecía tan atractiva porque no podía concebir a ninguno de los grandes (la Interworld, por ejemplo) contratando a nadie excepto a los mejores profesionales.

Pero era más difícil todavía imaginar a una de las naciones territoriales planeando un intento tan grotesco de conquista mundial.

En cuanto a un grupo de fanáticos, como los Angeles del Señor o los Estimuladores, el trabajo era simplemente demasiado grande. Sin embargo, en su conjunto, la cosa parecía tener un aroma a fanatismo… no racional, no pragmático.

No está escrito en las estrellas que yo siempre tenga que comprender lo que está ocurriendo… una perogrullada que a menudo considero malditamente irritante.

A la mañana siguiente de ese segundo golpe, la ciudad baja de Vicksburg zumbaba de excitación. Acababa de entrar en un bar para hablar con el dueño cuando un mensajero se puso a mi lado.

— Buenas noticias — dijo el joven en un susurro de prisión —. Las Raiders de Rachel están reclutando gente… Rachel dijo que se lo dijera especialmente a usted.

— Mierda de cerdo — respondí educadamente —. Rachel no me conoce y yo no conozco a Rachel.

— ¡Palabra de Boy Scout!

— Tú nunca fuiste Boy Scout, y no puedes dar tu palabra sobre nada.

— Mire, jefe — insistió —, hoy no he conseguido nada para comer. Simplemente venga conmigo; no tiene que firmar. Es al otro lado de la calle.

Estaba realmente delgado, pero eso probablemente reflejaba el que acababa de dar el estirón de la adolescencia; la ciudad baja no es un lugar donde la gente pase hambre.

Pero el dueño del bar eligió aquel momento para hacer restallar sus dedos.

— ¡Lárgate, chico! Deja de molestar a mis clientes. ¿Quieres que alguien te parta los pulgares?

— Está bien, Fred — intervine —. Hablaré contigo luego.

— Dejé un billete sobre el mostrador, no pedí el cambio —. Vamos, chico.

La oficina de reclutamiento de Rachel resultó ser un cuchitril bastante más allá que al otro lado de la calle, y otros dos reclutadores intentaron apartarme del chico antes de que llegáramos allí. No tuvieron ninguna posibilidad, ya que mi único propósito era ver que aquel muchacho obtuviera su comisión.

La sargento reclutador me recordó la vieja vaca que tenía la concesión en los servicios del Palacio de San José. Me miró y dijo:

— Nada de putas de campo, tetas de azúcar. Pero quédate por aquí e igual te invito a una copa.

— Paga a tu mensajero — dije.

— ¿Pagarle por qué? — respondió —. Leonard, te lo dije. Nada de holgazanes, te dije.

Ahora vuelve allá y trae algo que valga la pena.

Avancé y agarré su muñeca izquierda. De un modo casual, su cuchillo apareció en su mano derecha. De modo que reordené las cosas quitándole el cuchillo y clavándolo en el escritorio que tenía frente a ella, mientras cambiaba mi presa sobre su garra izquierda a una presa mucho más molesta.

— ¿Puedes pagarle con una mano? — pregunté —. ¿O tengo que romperte este dedo?

— Tranquila — respondió, sin intentar desasirse —. Toma, Leonard. — Rebuscó en un cajón, le tendió un billete texano de a dos. Él lo tomó y desapareció.

Aflojé la presión sobre su dedo.

— ¿Es eso todo lo que pagas? ¿Con todos los reclutadores que están pescando hoy por la calle?

— Recibirá toda su comisión cuando tú firmes — respondió —. Nunca pago hasta que entrego la mercancía. No me gusta que me engañen. Ahora, ¿te importaría soltar mi dedo? Lo necesito para llenar tus papeles.

Solté su dedo; casi inmediatamente el cuchillo estuvo de nuevo en su mano y avanzando hacia mí. Esta vez rompí la hoja antes de devolvérselo.

— Por favor, no vuelvas a hacerlo — dije —. Por favor. Y deberías utilizar un acero mejor.

Ese no es Solingen.

— Deduciré el precio del cuchillo de tu prima de enganche, querida — respondió, imperturbable —. Tienes un lanzarrayos apuntándote desde que cruzaste esa puerta.

¿Debo decir que aprieten el gatillo? ¿O dejamos de jugar?

No la creía, pero su proposición me convenía.

— No más juegos, sarge. ¿Cuál es la proposición? Tu mensajero no fue muy concreto.

— Café y pastelillos y la prima de enganche. Una prima generosa. Noventa días con la compañía, con opción de reenganche por otros noventa días. El abrigo de madera a pagar mitad y mitad, tú y la compañía.

— Los reclutadores están ofreciendo por toda la ciudad la prima de enganche más un cincuenta. — (Eso era un palo de ciego; la atmósfera parecía tan tensa como eso).

Se alzó de hombros.

— Si lo hacen, que les aproveche. ¿Qué armas conoces? No estamos buscando reclutas inexpertos. No esta vez.

— Puedo enseñarte el manejo de cualquier arma que creas conocer. ¿Dónde es la acción? ¿Dónde vamos primero?

— Hummm, muy ingenioso. ¿Pretendes firmar como directora de operaciones? No me interesa.

— ¿Dónde es la acción? — pregunté de nuevo —. ¿Vamos a ir río arriba?

— ¿Aún no has firmado y ya estás preguntando por información clasificada?

— Para la cual estoy dispuesta a pagar. — Saqué cincuenta estrellas solitarias, en billetes de a diez, las deposité frente a ella —. ¿Dónde es la acción, sarge? Te compraré un buen cuchillo para reemplazar ese acero al carbón que he tenido que romperte.

— Tú eres una PA.

— No volvamos con los juegos. Simplemente deseo saber si vamos a ir o no río arriba.

Digamos hasta tan lejos como Saint Louis.

— ¿Esperas firmar como sargento instructor?

— ¿Qué? ¡Cielos, no! Como oficial de estado mayor. — No hubiera debido decir eso… o al menos no tan pronto. Aunque los rangos tienden a ser vagos en la organización del Jefe, yo era sin lugar a dudas un oficial de alto rango en el sentido que informaba y recibía órdenes directamente del Jefe y sólo del Jefe, y esto quedaba confirmado por el hecho de que yo era la señorita Viernes para todo el mundo excepto para el Jefe, hasta y a menos que yo solicitara un trato más informal. Ni siquiera el doctor Krasny se había dirigido a mí en tutoyant hasta que yo le pedí que lo hiciera. Pero nunca había pensado mucho en mi rango real, puesto que no tenía a nadie encima mío excepto el Jefe, y tampoco había nadie trabajando por debajo de mí. En un organigrama formal (nunca había visto ninguno de la organización del Jefe), yo debía ser uno de esos pequeños cuadraditos que salen horizontalmente del tallo principal a la jefatura de mando… es decir, un especialista de estado mayor de alto rango, si a ustedes les gusta la terminología burocrática.

— ¡Oh, disparates! Si puedes trepar hasta tan arriba, deberás hacerlo con la coronela Rachel, no conmigo. La espero a las trece. — Como maquinalmente, tendió la mano para recoger el dinero.

Retiré los billetes, los puse bien juntos, volví a dejarlos de nuevo frente a ella, pero más cerca de mí.

— Eso nos deja un poco de tiempo para charlar antes de que llegue. Toda criatura viviente en la ciudad está firmando para uno o para otro hoy; tiene que haber alguna buena razón para firmar con uno en vez de hacerlo con el vecino. Le acción esperada, ¿es corriente arriba, o no? ¿Y cuán lejos? ¿Será contra auténticos profesionales? ¿O simples patanes locales? ¿O posiblemente payasos de ciudad? ¿Será una auténtica batalla? ¿O un ataca y corre? ¿O ambas cosas? Charla un poco, sarge.

No respondió, no se movió. No apartó sus ojos del dinero.

Al cabo de un momento saqué otro billete de diez estrellas solitarias, lo puse cuidadosamente encima de las cincuenta anteriores… aguardé.

Las aletas de su nariz se dilataron, pero no tendió la mano hacia el dinero. Tras varios minutos añadí otro billete texano de a diez.

Dijo roncamente:

— Saca esto de mi vista o dámelo, alguien puede entrar.

Lo recogí y se lo tendí.

— Gracias, señorita — dijo, y lo hizo desaparecer —. Calculo que iremos río arriba al menos hasta tan lejos como Saint Louis.

— ¿Dónde vamos a luchar?

— Bueno, repite esto, y no solo lo negaré, sino que te cortaré el corazón a rodajas y lo daré de comer a los peces. Puede que no vayamos a luchar. Lo más seguro es que sí lo hagamos, pero no en una auténtica batalla. Bien, todos nosotros vamos a constituirnos en el cuerpo de escolta del nuevo Presidente. Del novísimo Presidente, debería decir; aún está por estrenar.

(¡Premio!) — Interesante. ¿Por qué hay otros grupos en la ciudad buscando reclutas? ¿Acaso el nuevo Presidente está contratando a todo el mundo? ¿Sólo para su guardia de palacio?

— Señorita, me gustaría saberlo. Simplemente me gustaría saberlo.

— Quizá será mejor que intente averiguarlo por mí misma. ¿Cuánto tiempo tengo?

¿Cuándo levamos anclas? — Rápidamente lo rectifiqué a —: ¿Vamos a levar realmente anclas? Quizá la coronela Rachel tenga a mano algunos VMAs.

— Oh maldita sea, ¿cuánta información clasificada esperas por setenta miserables estrellas?

Pensé en ello. No me importaba gastar dinero, pero necesitaba estar segura de la mercancía. Con tropas moviéndose río arriba los contrabandistas no darían ni un paso, al menos no esta semana. Así que necesitaba moverme con el tráfico disponible.

¡Pero no como oficial! Había hablado demasiado. Saqué otros dos billetes de a diez, los agité ante ella.

— Sarge, ¿vas a ir tú también río arriba?

Clavó sus ojos en los billetes; dejé caer uno frente a ella. Desapareció.

— No me lo perdería por nada del mundo, querida. Una vez cierre esta oficina, soy sargento de un pelotón.

Dejé caer el otro billete; fue a unirse con su gemelo.

— Sargento, si espero y hablo con tu coronela, si ella me recluta, será como ayudante personal, o como jefe de suministros y logística, o algo igual de aburrido. No necesito el dinero y no deseo preocupaciones; quiero unas vacaciones. ¿Puedes utilizar un soldado bien entrenado? ¿Uno al que puedas conferir el grado honorario de cabo o incluso de sargento cada vez que tengas que sacudir un poco a tus reclutas y así él pueda conseguir esas vacaciones que desea?

La cosa no pareció gustarle mucho.

— ¡Eso es lo último que necesito, un millonario en mi pelotón!

Sentí simpatía hacia ella; ningún sargento desea a alguien así en sus filas.

— No voy a jugar al millonario; simplemente deseo ser uno de tus soldados. Si no confías en mí, ponme en otro pelotón.

Suspiró.

— Tendría que hacer que me examinaran la cabeza. No, te pondré allá donde pueda verte. — Rebuscó en un cajón, extrajo un formulario encabezado «Contrato limitado».

— Lee esto. Fírmalo. Luego te tomaré juramento. ¿Alguna pregunta?

Lo miré por encima. La mayor parte de él era rutina trivial acerca de uniformes y formas de pago y beneficios médicos y prima de enganche… pero entre líneas había un párrafo posponiendo el pago de la prima de enganche hasta el día después del alistamiento.

Comprensible. Para mí era una garantía de que realmente iban a partir e inmediatamente… cabía suponer que río arriba. La pesadilla que quita el sueño a todo reclutador de mercenarios es el pensamiento de los recolectores de primas de enganche.

Hoy, con todos los reclutadores activos, le era posible a un soldado veterano firmar cinco o seis enganches, cobrar la prima de cada uno, luego dirigirse a cualquier estado bananero… a menos que los formularios de enganche hubieran previsto esta contingencia.

El contrato era con la coronela Rachel Danvers personalmente o con sus herederos legales en caso de muerte o incapacidad suya, y requería que el firmante obedeciera sus órdenes y las de todos los oficiales y suboficiales que ella pusiera por encima de él.

Aceptaba luchar lealmente y no reclamar ningún botín, de acuerdo con la ley y los usos internacionales de la guerra.

Estaba tan vagamente redactado que se necesitaría todo un pelotón de leguleyos de Filadelfia para definir las áreas oscuras… lo cual no importaba en absoluto, puesto que cualquier diferencia de opinión, cuando se presentara, podía solucionarse fácilmente con un tiro a la espalda del firmante.

El período, como había informado la sargento, era de noventa días, con la opción por parte de la coronela de extenderlo noventa días más previo pago de otra prima de enganche.

No estaba prevista una nueva extensión del contrato, lo cual me hizo detenerme un momento. ¿Qué tipo de contrato para una guardia personal para un político podía ser ese que funcionaba durante seis meses y luego se cortaba en seco?

O bien la sargento de reclutamiento estaba mintiendo, o alguien le había mentido a ella y ella no era lo suficientemente lista como para darse cuenta de las incongruencias. No importaba, no valía la pena seguir interrogándola. Alcancé una pluma.

— ¿Debo ver al oficial médico ahora?

— ¿Estás bromeando?

— ¿De qué modo? — Firmé, luego dije —: Sí, lo estaba — mientras ella leía rápidamente un juramento que más o menos seguía el formulario.

Observó mi firma.

— Jones, ¿qué significa esa V?

— Viernes.

— Vaya nombre estúpido. De servicio, serás Jones. Fuera de servicio, serás Jonesie.

— Lo que tú digas, sargento. ¿Ahora estoy de servicio o fuera de él?

— Estarás fuera de servicio dentro de un momento. Estas son tus órdenes: Al pie del Callejón de la Gamba hay un almacén oriental. El letrero dice WOO FONG Y LEVY HERMANOS, INK. Estáte allí a las cuatro, preparada para la marcha. Utiliza la puerta de atrás. Estás libre desde ahora hasta entonces para arreglar tus asuntos particulares. Eres libre de decirle a quien quieras lo de tu alistamiento, pero se te advierte severamente bajo pena de acción disciplinaria que no debes sacar conjeturas respecto a la naturaleza de la misión en que te has embarcado. — Terminó de leer rápidamente el final del juramento, como si fuera una grabación —. ¿Necesitas dinero para comer? No, estoy segura de que no. Eso es todo, Jonesie. Me alegra tenerte a bordo. Vamos a hacer un buen viaje. — Avanzó hacia mí.

Yo avancé hacia ella; puso sus manos en mis caderas, me sonrió. Me estremecí interiormente mientras decidía que no era el momento de ponerme a malas con el sargento de mi pelotón. Le devolví la sonrisa, me incliné, y la besé. No fue tan malo como eso. Su aliento era suave.

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