12

— Aquí los tenéis, queridos — dijo Georges —. Tomad uno. Una teocracia gobernada por quemadores de brujos. O un socialismo fascista diseñado por escolares retardados. O una masa de inflexibles pragmáticos que están a favor de pegarle un tiro al caballo que no salte el obstáculo. ¡Cada vez vamos mejor! Elegid el que más os convenga.

— Ya basta, Georges — dijo Ian —. Esto no es ninguna broma.

— Hermano, no estoy bromeando; estoy llorando. Una pandilla planea pegarme un tiro a primera vista, otra simplemente pone fuera de la ley mi arte y mi profesión, mientras que la tercera me amenaza sin especificar, o así me lo parece, lo cual aún es más de temer.

Mientras tanto, a menos que encuentre consuelo simplemente en el refugio físico, este benéfico gobierno, el alma mater de mi vida, me declara enemigo juramentado apto únicamente para ser encerrado. ¿Qué es lo que debo hacer? ¿Reírme? ¿O derramar lágrimas en tu hombro?

— Puedes dejar de ser tan condenadamente irónico, eso es lo que puedes hacer. El mundo se está volviendo loco en nuestro regazo. Será mejor que empecemos a pensar en lo que podemos hacer al respecto.

— Callaos, los dos — dijo Janet firme pero suavemente —. Una cosa que saben todas las mujeres pero pocos hombres aprenden nunca es que hay veces en que la única acción juiciosa es no actuar sino esperar. Os conozco a los dos. A ambos os gustaría echar a correr a la oficina de reclutamiento, alistaros durante la emergencia, y así volcar vuestras conciencias sobre los sargentos. Eso sirvió a vuestros padres y abuelos, y lamento que no pueda serviros a vosotros. Nuestro país está en peligro y con él nuestra forma de vida, eso resulta claro. Pero si alguien sabe de algo mejor que hacer aparte sentarse inquietos y esperar, que hable. Si no… no echemos a correr en círculos. Se acerca lo que debería ser la hora de la comida. ¿Hay alguien que pueda pensar en algo mejor que hacer?

— Hemos desayunado muy tarde.

— Y tendremos una comida tardía. Una vez la veas en la mesa, la comerás, y lo mismo hará Georges. Una cosa que podemos hacer: sólo para el caso de que las cosas vayan peor de lo que van ahora, Marj tendría que saber dónde ir para protegerse de las bombas.

— O de cualquier otra cosa.

— O de cualquier otra cosa. Sí, Ian. Como de la policía buscando enemigos. ¿Habéis tenido en cuenta vosotros dos, oh bravos hombres de la casa, qué hacer en caso de que alguien llame a nuestra puerta?

— Ya había pensado en eso — respondió Georges —. Primero entregar a Marj a los cosacos. Eso los distraerá, y me dará tiempo de escapar muy, muy lejos. Ese es un plan.

— Lo es — admitió Janet —. ¿Pero implicas con ello que tienes otro?

— No con la simple elegancia de ése. Pero, de todos modos, es un segundo plan. Me entrego a la Gestapo, un caso en el que hay que determinar si yo, un distinguido huésped y alguien que paga religiosamente sus impuestos y nunca ha dejado de contribuir a las campañas benéficas de la policía y de los bomberos, puedo ser arrestado sin ninguna razón aparente. Mientras estoy sacrificándome por un principio, Marj puede correr al refugio y permanecer oculta. Ellos no saben que está aquí. Lamentablemente, sí saben que yo estoy aquí. «Es mejor, mucho mejor…» — No seas tan noble, querido; no te va. Combinaremos los dos planes. Si… No, cuando… Cuando vengan en busca de uno o de los dos, ambos os ocultáis en el refugio y os quedáis allí tanto tiempo como sea necesario. Días. Semanas. Lo que sea.

Georges agitó la cabeza.

— Yo no. Aquello está húmedo. Es insalubre.

— Y además — añadió Ian — le prometí a Marj que la protegería de Georges. ¿De qué sirve salvar su vida si la pones en manos de un canadiense maníaco sexual?

— No le creas, querida. Mi debilidad es el alcohol.

— Muchacha, ¿deseas ser protegida de Georges?

Respondí sinceramente que creía que Georges debía ser protegido de mí. No exageraba.

— En cuanto a tus quejas acerca de la humedad, Georges, el Agujero tiene exactamente la misma humedad que el resto de la casa, un benigno RH de cuarenta y cinco; así lo planeé. Si es necesario te meteremos a la fuerza en el Agujero, pero no vamos a entregarte a la policía. — Janet se volvió hacia mí —. Ven conmigo, querida; vamos a hacer un pequeño viaje de exploración.

Me llevó a la habitación que me había sido asignada, tomó mi neceser de vuelo.

— ¿Qué es lo que llevas en él?

— No mucha cosa. Ropa interior de repuesto y algunas medias. Mi pasaporte. Una tarjeta de crédito que no me sirve para nada. Algo de dinero. Mis documentos de identidad. Un pequeño bloc de notas. Mi auténtico equipaje está en tránsito en la consigna del puerto.

— Estupendo. Porque todo rastro de ti va a ser depositado en mi habitación. Si son ropas, tú y yo tenemos aproximadamente la misma talla. — Rebuscó en un cajón y extrajo un cinturón con bolsa incorporada… uno de esos cinturones con bolsa para el dinero que normalmente llevan las mujeres. Lo reconocí aunque yo nunca he tenido ninguno… no sirven en mi profesión. Demasiado obvios —. Pon ahí todo lo que no puedas permitirte perder, y luego colócatelo. Y séllalo. Porque vas a empaparte toda. ¿Te importa mojarte el pelo?

— Dioses, no. Simplemente me lo envuelvo con una toalla y me lo seco. O lo ignoro.

— Estupendo. Llena la bolsa y quítate las ropas. No tiene objeto dejar que se mojen.

Aunque, si los gendarmes se presentan antes, simplemente puedes ir por delante de ellos y mojarte, y luego secarte en el Agujero.

Unos momentos más tarde estábamos en el enorme baño, yo vestida con aquel cinturón con bolsa impermeable, Janet solamente con una sonrisa.

— Querida — dijo, señalando a aquella enorme bañera-piscina —, mira bajo el asiento del fondo, ahí.

Avancé un poco.

— No puedo ver muy bien.

— Así lo planeé. El agua está clara y puedes ver el fondo por todas partes. Pero desde el único lugar donde puedes ver debajo de aquel asiento las luces del techo se reflejan en el agua y te ciegan. Hay un túnel bajo ese asiento. No puedes verlo te sitúes donde te sitúes, pero si metes la cabeza en el agua puedes palparlo. Tiene un poco menos de un metro de ancho, aproximadamente medio metro de alto, y unos seis metros de largo.

¿Cómo te sientes en lugares cerrados? ¿Te preocupa la claustrofobia?

— No.

— Estupendo. Porque la única forma de llegar al Agujero es inspirar profundamente, meterte en el agua, y atravesar ese túnel. Es bastante fácil impulsarte por él porque puse asideros en el fondo para tal fin. Pero tienes que creer que no es demasiado largo, que puedes alcanzar el lugar donde vuelve a abrirse sin respirar, y que simplemente poniéndote en pie allí hallarás de nuevo aire. Te encontrarás en la oscuridad pero las luces se encenderán rápidamente; hay un interruptor accionado térmicamente. Esta vez yo iré delante. ¿Lista para seguirme?

— Creo que sí. Sí.

— Adelante pues. — Janet se metió en el agua y avanzó hacia el asiento, apoyando los pies en el suelo de la bañera-piscina. El agua le llegaba un poco más arriba de la cintura —. ¡Una profunda inspiración! — La hizo, sonrió, y se metió bajo el agua y bajo aquel asiento.

Me metí también en el agua, hiperventilada, y la seguí. No podía ver el túnel pero era fácil de localizar por el tacto, fácil avanzar por él a lo largo de los asideros en el fondo.

Pero tuve la impresión de que su longitud era varias veces seis metros.

Repentinamente brotó una luz justo delante mío. La alcancé, me puse en pie, y Janet me tendió una mano y me ayudó a mantener el equilibrio fuera del agua. Me hallé en una habitación muy pequeña, con un techo a no más de dos metros de altura sobre el suelo de cemento. Parecía tan agradable como una tumba, pero no más.

— Date la vuelta, querida. A través de aquí.

«A través de aquí» era una pesada puerta de acero, por encima del suelo, pero no demasiado por encima; la cruzamos sentándonos en el umbral y pasando los pies por encima. Janet la cerró a nuestras espaldas e hizo un whuff como una compuerta estanca.

— Una puerta a prueba de presión — explicó —. Si cae una bomba cerca de aquí, la ola de concusión empujará el agua directamente a través del pequeño túnel. Esto la detendrá.

Por supuesto, no en caso de un impacto directo… Bueno, si ocurre eso ni siquiera nos daremos cuenta, así que no planeé nada al respecto. — Añadió —: Mira a tu alrededor, siéntete como en casa. Iré a buscar una toalla.

Estábamos en una habitación larga y estrecha con un techo abovedado. Había literas a lo largo de la pared de la derecha, una mesa con sillas y una terminal más allá y, en el extremo más alejado, una pequeña cocina a la derecha y una puerta que evidentemente conducía a un baño o ducha, puesto que Janet entró por ella, y regresó con una gran toalla.

— Quédate quieta y deja que mamá te seque — dijo —. Aquí no hay ningún secador de aire. Todo es tan sencillo y poco automatizado como me fue posible sin que las cosas dejaran de funcionar por ello.

Me frotó concienzudamente, luego yo tomé la toalla y trabajé sobre ella… un placer, pues Janet es toda una belleza. Finalmente dijo:

— Ya basta, muchacha. Ahora déjame que te haga un apresurado recorrido turístico del lugar, puesto que no es probable que estés aquí de nuevo a menos que tengas que utilizarlo como refugio… y puede que tengas que estar sola (oh, sí, puede ocurrir), y tu vida dependa de saberlo todo acerca de él.

«En primer lugar, ¿ves ese libro colgado de la pared encima de la mesa? Es el libro de instrucciones y el inventario, y la cadena que lo sujeta no es ninguna broma. Con ese libro no necesitarás el recorrido turístico: todo está en él. Aspirinas, municiones o zumo de manzana, todo está listado ahí.

Pero hicimos, rápidamente, el circuito turístico al menos en sus tres cuartas partes:

reservas de alimentos, congelador, reservas de aire, bomba de mano para el agua si fallaba la presión, ropas, medicinas, etc.

— Lo planeé — me dijo — para tres personas durante tres meses.

— ¿Cómo se renuevan las reservas?

— ¿Cómo lo harías tú?

Pensé en ello.

— Bombearía el agua fuera de la bañera.

— Sí, exacto. Hay aquí un tanque contenedor, oculto y no reflejado en los planos de la casa… nada de esto lo está. Naturalmente, muchos artículos pueden traerse aunque se mojen o pueden ser introducidos en envolturas a prueba de agua. Por cierto, ¿ha resistido bien el viaje tu bolsa?

— Creo que sí. Saqué todo el aire antes de sellarla. Jan, este lugar no es tan sólo un refugio antibombas, o no te hubieras tomado tantos problemas y gastos para ocultar su existencia.

Su rostro se ensombreció.

— Querida, eres muy perspicaz. No, nunca me hubiera molestado en construirlo si fuera tan sólo un refugio antibombas. Si alguna vez somos atacados con bombas H, no me siento demasiado ansiosa por sobrevivir. Lo diseñé primariamente para protegernos de lo que llamamos pintorescamente «desórdenes civiles».

Hizo una pausa, y luego prosiguió:

— Mis abuelos acostumbraban a contarme que había un tiempo en que la gente era educada y nadie dudaba en salir de noche y la gente a menudo ni siquiera cerraba sus puertas… y mucho menos rodeaba sus casas con rejas y muros y alambradas y lásers.

Quizá fuera cierto; no soy lo suficientemente vieja como para recordarlo. Me parece que, a lo largo de mi vida, las cosas han ido yendo de mal en peor. Mi primer trabajo, una vez acabé mis estudios, fue diseñar defensas ocultas en otros edificios que estaban siendo remodelados. Pero los artilugios utilizados entonces (¡y no era hace tantos años!) son obsoletos hoy. Entonces la idea era detenerlos y aterrorizarlos fuera. Ahora se utiliza una defensa en dos estadios. Si el primer estadio no los detiene, el segundo estadio es diseñado para matarlos. Estrictamente ilegal, pero cualquiera que puede permitírselo lo hace así. Marj, ¿qué hay que no te haya mostrado? No miremos el libro; ya lo estudiarás cuando sea necesario. Mira dentro de tu cabeza. ¿Qué característica importante del Agujero no te he mostrado?

(¿Deseaba realmente que se lo dijera?) — A mí me parece completo… una vez me has mostrado las Shipstones principal y auxiliar que proporcionan la energía.

— Piensa, querida. La casa de arriba ha estallado en torno a nuestras orejas. O quizá está ocupada por invasores. O incluso por nuestra policía, buscándoos a ti y a Georges.

¿Qué otra cosa necesitas aquí?

— Bien… cualquier criatura que vive bajo tierra… zorros, conejos, topos… tiene una puerta trasera.

— ¡Buena chica! ¿Dónde está?

Hice como que miraba a mi alrededor e intentaba descubrirla. Pero de hecho una picazón derivada de todo mi entrenamiento («No te relajes hasta que hayas descubierto tu camino de escape») había hecho que la buscara antes.

— Si es factible un túnel en esa dirección, creo que la puerta trasera debería estar dentro de esa alacena para ropas.

— No sé si felicitarte o estudiar cómo no la oculté mejor. Sí, a través de ese guardarropa y girando a la izquierda. Las luces se encienden automáticamente ante una radiación de treinta y siete grados, del mismo modo que lo hicieron cuando salimos de aquel túnel a través de la piscina. Esas luces están alimentadas por sus propias Shipstones, y deberían funcionar siempre, prácticamente, pero creo que es juicioso llevarse una linterna nueva, y ya sabes dónde están. El túnel es bastante largo, puesto que sale mucho más allá de nuestros muros, en medio de un grupo de arbustos espinosos. Allí hay una puerta camuflada, más bien pesada, pero puedes empujarla a un lado, y luego volver a dejarla caer.

— Suena terriblemente bien planeado. Pero, Jan, ¿y si alguien la descubre y penetra por aquel lado? ¿O si lo hago yo? Después de todo, soy prácticamente una extraña.

— No eres una extraña; eres una vieja amiga a la que conocemos desde hace mucho tiempo. Sí, es posible que alguien pueda llegar a descubrir nuestra puerta de escape, pese a su localización y la forma en que está oculta. En primer lugar, una horrible alarma sonaría por toda la casa. Entonces observaríamos a lo largo del túnel por control remoto, con la imagen mostrándose en uno de los terminales de la casa. Luego serían tomadas medidas, la más suave de las cuales sería gases lacrimógenos. Pero si no estuviéramos en casa cuando nuestra puerta de escape fuera forzada, entonces lo lamentaría mucho por Ian o por Georges, o por los dos.

— ¿Cómo puedes decirlo de ese modo?

— Porque no iba a ser necesario sentirlo por mí. Sufriría un súbito ataque de debilidad femenina y me desmayaría. Yo no me hago cargo de los cadáveres, especialmente de los que llevan varios días muertos.

— Hummm… sí, entiendo.

— Aunque es posible que no sea un cadáver si el propietario del cuerpo es lo suficientemente listo como para no seguir meando fuera del tiesto. Recuerda, soy una diseñadora de defensas profesional, Marj, y observa la política habitual de los dos estadios. Suponte que alguien se abre paso a través de los arbustos espinosos, encuentra nuestra puerta, y se deshace las uñas abriéndola… en este punto no está muerto todavía. Si es uno de nosotros (concebible, pero poco probable), acciona un interruptor oculto a poca distancia de la entrada, te mostraré dónde está. Pero si realmente es un intruso, verá inmediatamente un letrero: PROPIEDAD PRIVADA, PROHIBIDO EL PASO. Lo ignora y sigue adelante, y a los pocos metros una voz le lanza la misma advertencia y le avisa de que la propiedad posee defensas activas. El idiota sigue adelante. Sirenas y luces rojas… y él persiste… y entonces los pobres Jan y Georges tienen que sacar la hedionda basura de nuevo fuera del túnel. No fuera de la puerta, sin embargo, ni dentro de la casa. Si alguien se mata insistiendo en penetrar a través de nuestras defensas, su cuerpo no será hallado nunca; pasará a engrosar la lista de personas desaparecidas. ¿Sientes alguna necesidad de saber cómo?

— Estoy completamente segura de que «no necesito saberlo». — (Un túnel lateral camuflado, Janet, y un pozo de cal… y me pregunto cuántos cuerpos habrá ya en él.

Janet parece tan gentil como un rosado amanecer… y si alguien sobrevive a estos locos años, ella será uno de ellos. Es casi tan idealista como una Medici).

— Yo también lo creo así. ¿Alguna otra cosa que desees saber?

— Creo que no, Jan. Especialmente teniendo en cuenta que confío en no tener que usar nunca tu maravilloso escondite. ¿Volvemos?

— Dentro de un momento. — Recorrió la distancia que nos separaba, colocó sus manos sobre mis hombros —. ¿Qué es lo que me susurraste?

— Creí que lo habías entendido.

La terminal en la mesa se iluminó.

— ¡La comida está lista!

Jan pareció disgustada.

— ¡Aguafiestas!

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