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Christchurch es la ciudad más encantadora de este planeta.

Digamos «de todos lados», puesto que todavía no existe una ciudad realmente encantadora fuera de la Tierra. Luna City es subterránea. Ele-Cinco parece desde fuera un depósito de chatarra y posee tan sólo una sección que parece bonita desde dentro.

Las ciudades marcianas son meras colmenas, y la mayor parte de las del lado de la Tierra sufren de un erróneo intento de parecerse a Los Angeles.

Christchurch no tiene la magnificencia de París o el ambiente de San Francisco o el puerto de Río. En cambio, tiene cosas que hacen a una ciudad encantadora en vez de sorprendente: el manso Avon serpenteando a través de nuestras empinadas calles. La suave belleza de la Plaza de la Catedral. La fuente del Ferrier frente al ayuntamiento. La lujuriante belleza de nuestros mundialmente famosos jardines botánicos plantada en medio de la ciudad antigua.

«Los griegos loan Atenas». Pero yo no soy nativa de Christchurch (si «nativa» puede significar algo para alguien como yo). Ni siquiera soy una neozelandesa. Encontré a Douglas en Ecuador (eso fue antes de la catástrofe del Enganche Celeste de Quito), me sentí encantada con una frenética aventura amorosa compuesta a partes iguales de acideces de pisco y dulzura de sábanas, luego me asusté ante su proposición, me calmé cuando me hizo comprender que no estaba proponiéndome un juramento ante ningún oficial sino únicamente una visita a prueba a su grupo-S… saber si me gustaba, saber si yo les gustaba a ellos.

Aquello era algo distinto. Zumbé de vuelta al Imperio e informé, y le dije al Jefe que iba a tomarme algunas vacaciones acumuladas… ¿o prefería que le enviara mi renuncia?

Gruñó algo acerca de que siguiera adelante y dejara que mis gónadas se enfriaran, y que volviera a ponerme en contacto con él cuando me sintiera de nuevo apta para el trabajo.

Así que regresé a toda prisa a Quito, y Douglas estaba aún en la cama.

Por aquel entonces no había realmente ninguna forma de ir de Ecuador a Nueva Zelanda… así que tomamos el tubo hasta Lima y allí un SB directamente por encima del Polo Sur hasta el Puerto de Perth en Australia Occidental (con la sorprendente desviación en forma de S debida a Coriolis), luego el tubo hasta Sydney, un salto a Auckland, y luego flotando hasta Christchurch, tomándonos cerca de veinticuatro horas y el más extraño de los trayectos el cruzar simplemente el Pacífico. Winnipeg y Quito se hallan aproximadamente a la misma distancia de Auckland — no se dejen engañar por un mapa plano; consulten a su computadora —, de hecho Winnipeg está tan sólo una octava parte más alejada.

Cuarenta minutos contra veinticuatro horas. Pero no me había importado lo prolongado del viaje; estaba con Douglas y tontamente enamorada.

Al cabo de otras veinticuatro horas estaba tontamente enamorada de aquella familia.

No lo había esperado. Había previsto unas encantadoras vacaciones con Douglas, y él me había prometido algo de esquí además de un montón de sexo… y yo no había insistido en el esquí. Sabía que tenía una obligación implícita de irme a la cama con sus hermanos de grupo si ellos me lo pedían. Pero eso no me preocupaba porque una persona artificial simplemente no puede tomarse la copulación tan en serio como parecen tomársela la mayor parte de los humanos. La mayoría de las hembras de mi clase en la inclusa habían sido entrenadas como prostitutas desde la menarquía y luego habían sido adjudicadas como mujeres de compañía a una u otra de las multinacionales de la construcción. Yo misma había recibido entrenamiento básico para la prostitución antes de que apareciera el Jefe, comprara mi contrato, y cambiara el rumbo de mi vida. (Y yo me salté el contrato y desaparecí durante varios meses… pero eso es otra historia).

Pero yo nunca me sentiría aprensiva acerca del sexo en amistad ni siquiera aunque no hubiera recibido ningún entrenamiento como prostituta; tales tonterías no son toleradas en las APs; nunca aprendemos eso.

Pero nunca aprendemos tampoco nada acerca de formar una familia. El primer día que estuve allí les hice tomar tarde el té rodando por el suelo con siete chiquillos que iban desde los once años para abajo hasta los puros pañales… más dos o tres perros y un joven gato que se había ganado el nombre de Mister Tropezones debido a su inhabitual talento para hallarse siempre entre los pies de todo el mundo.

Nunca había experimentado nada como aquello en toda mi vida. No deseaba que terminara.

Brian, no Douglas, me enseñó a esquiar. Los refugios de la estación de esquí en Monte Hutt son encantadores, pero se corta la calefacción en las habitaciones después de las diez de la noche y una tiene que arrimarse para conservarse caliente. Luego Vickie me llevó consigo a ver las ovejas de la familia y conocí formalmente a un perro perfeccionado que podía hablar, un gran collie llamado Lord Nelson. Lord tenía una muy baja opinión del buen sentido de las ovejas, cosa en la que, creo, estaba completamente justificado.

Bertie me llevó a Milton Sound vía lanzadera a Dunedin («el Edimburgo del Sur»), y pasamos la noche allí… Dunedin tiene fama pero no es Christchurch. Tomamos un desvencijado vaporcito para dar una vuelta allí por el país de los fiordos, uno con pequeñísimas cabinas apenas lo bastante grandes para dos sólo porque hace frío allí en el extremo sur de la isla, y de nuevo me arrimé para mantenerme caliente.

No hay ningún otro fiordo en ningún otro lugar que pueda compararse con Milford Sound. Sí, he hecho el viaje a las Islas Lofoten. Muy hermosas. Pero esto es otra cosa.

Si piensan ustedes que estoy ciegamente obcecada con la Isla del Sur como una madre lo está con su hijo primogénito, les diré simplemente que es verdad; lo estoy. La Isla del Norte es un lugar estupendo, con sus paisajes termales y la maravilla mundial de las Cuevas Glowworm. Y la Bahía de las Islas parece como un país de Hadas. Pero la Isla del Norte no tiene los Alpes del Sur, y no tiene Christchurch Douglas me llevó a ver su mantequería, y vi enormes barriles de hermosa mantequilla siendo preparados para enviar. Anita me presentó a la Hermandad del Altar. Empecé a darme cuenta de que quizá, sólo posiblemente, pudiera ser invitada a hacer aquello permanente. Y me descubrí derivando del Oh-Dios-qué-voy-a-hacer-si-me-lo-piden al Oh— Dios-qué-voy-a-hacer-si-no-me-lo-piden y luego simplemente al Oh-Dios-qué-voy-a-hacer.

Entiendan, nunca le dije a Douglas que no soy humana.

He oído a humanos vanagloriarse de que pueden descubrir a una persona artificial en cualquier momento. Tonterías. Por supuesto, cualquiera puede identificar a un artefacto viviente que no se conforme a la apariencia humana… digamos una criatura masculina con cuatro brazos o a un enano kobold. Pero si los diseñadores genéticos se han restringido intencionalmente a la apariencia humana (esta es la definición técnica de «persona artificial» más que de «artefacto viviente»), ningún humano puede decir la diferencia… no, ni siquiera otro ingeniero genético.

Soy inmune al cáncer y a la mayoría de las infecciones. Pero no llevo ninguna señal que lo diga. Tengo reflejos poco comunes. Pero no los muestro, más allá de atrapar una mosca en pleno vuelo con el índice y el pulgar. Nunca compito con otra gente en juegos de habilidad.

Tengo una memoria poco común, una poco común retentiva para los números y espacios y relaciones, una poco común habilidad con los idiomas. Pero, si ustedes piensan que lo que define al genio es el CI, entonces déjenme añadir que, en la escuela donde fui entrenada, el objetivo de un test de CI es alcanzar precisamente un cociente determinado… no mostrar tus talentos. En público nadie me atrapará nunca mostrándome más lista que los que haya a mi alrededor… a menos que haya alguna emergencia relativa a mi misión o a mi cuello o a ambas cosas.

El complejo de todos esos perfeccionamientos y algunos otros trae consigo evidentemente una intensificación de las performances sexuales pero, afortunadamente, la mayor parte de los hombres se muestran inclinados a considerar cualquier mejora en este campo como un simple reflejo de su propia excelencia. (Observada convenientemente, la vanidad masculina es una virtud, no un vicio. Tratada correctamente, hace enormemente placentero lidiar con ella. Lo que hace al Jefe tan irritante es su total falta de vanidad. ¡No hay forma de echarle mano por ninguna parte!).

No tenía miedo de ser descubierta. Con toda la identificación de producción del laboratorio retirada de mi cuerpo, incluso el tatuaje del paladar, simplemente no hay ninguna forma de decir que fui diseñada en vez de concebida a través de la biorruleta de mil millones de espermatozoides compitiendo ciegamente por un óvulo.

Pero una esposa de un grupo-S se espera que añada parte a aquel enjambre de chicos en el suelo.

Bueno, ¿por qué no?

Por un montón de razones.

Yo era un correo de combate en una organización cuasimilitar. Imagínenme intentando salirme de un repentino ataque empujando ante mí a un crío de ocho meses.

Nosotras las mujeres PA somos remitidas o comercializadas en una condición estéril reversible. Para una persona artificial al ansia de tener bebés — creciendo y desarrollándose dentro de tu cuerpo — no parece «natural»; parece ridículo. In vitro parece mucho más razonable — y limpio, y más conveniente — que in vivo. Era casi tan alta como soy ahora antes de ver de cerca a una mujer embarazada… y pensé que estaba mortalmente enferma. Cuando descubrí lo que iba mal en ella, sentí una especie de retortijón en el estómago. Cuando pensé en ello mucho tiempo después en Christchurch, seguí sintiendo náuseas. ¿Hacerlo como los gatos, con sangre y dolor, por los clavos de Cristo? ¿Por qué? ¿Y por qué hacerlo, simplemente? Pese a la forma en que estamos llenando el cielo, este mareante planeta tiene ya demasiada gente en él… ¿por qué hacer las cosas peor?

Decidí, no sin cierto pesar, que iba a tener que zambullirme de cabeza en el asunto del matrimonio diciéndoles que era estéril… nada de niños. Bastante cierto, si no totalmente cierto.

No me preguntaron.

No acerca de bebés. Durante los siguientes días tendí ambas manos para saturarme de las alegrías de la vida familiar tanto como me fue posible mientras la tenía a mi disposición; el cálido placer de la charla de las mujeres mientras lavaban las tazas después del té; las divertidas algarabías de los chicos y animales domésticos; el tranquilo placer de los chismorreos mientras se cuidaba el jardín… todo ello bañaba cada minuto de mis días con la sensación de ser aceptada.

Una mañana Anita me invitó afuera al jardín. Le di las gracias mientras le señalaba que estaba atareada ayudando a Vickie. Pese a ello me encontré al cabo de un momento sentada en el rincón más alejado del jardín con Anita, mientras los niños eran firmemente alejados.

Anita dijo:

— Marjorie, querida. — Soy «Marjorie Baldwin» en Christchurch porque ese era mi nombre público cuando conocí a Douglas en Quito —, ambas sabemos por qué Douglas te invitó aquí. ¿Eres feliz con nosotros?

— ¡Terriblemente feliz!

— ¿Lo bastante feliz, crees, como para desear hacerlo permanente?

— Sí, pero… — Nunca tuve la oportunidad de decir Sí-pero-soy-estéril; Anita me interrumpió firmemente:

— Quizá sea mejor que primero te diga algunas cosas, querida. Debemos discutir la dote. Si dejo esto a nuestros hombres, el dinero no será mencionado nunca; Albert y Brian están encandilados contigo como Douglas, y lo comprendo perfectamente. Pero este grupo es una corporación familiar de negocios al mismo tiempo que un matrimonio, y alguien debe llevar las cuentas… y es por eso por lo que yo soy la presidente del consejo de administración y la jefa ejecutiva; nunca me siento tan emocional como para dejar de observar los negocios. — Sonrió, y sus agujas de hacer calceta resonaron —. Pregúntale a Brian… él me llama Ebenezer Scrooge… pero nunca ha ofrecido ocuparse él de esos asuntos.

«Puedes quedarte con nosotros como huésped durante tanto tiempo como quieras.

¿Qué es una boca más que alimentar en una mesa tan larga como la nuestra? Nada.

Pero si deseas unirte a nosotros formal y contractualmente, entonces debo convertirme en Ebenezer Scrooge y descubrir qué contrato podemos redactar. Porque no voy a permitir que la fortuna de la familia se diluya. Brian tiene tres participaciones y por ello le corresponden tres votos. Albert y yo tenemos dos participaciones y dos votos cada uno.

Douglas y Victoria y Lispeth tienen una participación y un voto cada uno. Como puedes ver, sólo poseo dos votos de diez… pero desde hace años, si amenazo con dimitir, recibo repentinamente un fuerte voto de confianza. Algún día alguien me ganará y entonces podré retirarme y ser Alice Sentada-Junto-Al-Fuego. — (¡Y el funeral será un poco más tarde aquel mismo día!).

«Mientras tanto, yo llevo los asuntos. Cada uno de los niños tiene una participación pero ningún voto… y un niño nunca votará su participación porque ésta le es pagada a él o a ella en efectivo cuando abandonan la casa, como dote o como capital inicial… o para gastársela, aunque prefiero pensar que no. Tales reducciones en el capital deben ser planeadas; si tres de nuestras chicas se casan el mismo año la situación puede ser embarazosa si no es anticipada.

Le dije que todo aquello sonaba como algo realmente sensible y acogedor, puesto que no creía que la mayoría de los niños fueran tan cuidadosamente dotados para el día de mañana. (De hecho, no sabía absolutamente nada acerca de tales cosas).

— Intentamos darles lo mejor — admitió —. Después de todo, los niños son la finalidad de la familia. De modo que estoy segura de que comprenderás que un adulto que se una a nuestro grupo debe comprar una participación, o el sistema no funcionará. Los matrimonios se arreglan en el cielo, pero las facturas deben ser pagadas aquí en la tierra.

— Amén. — (Podía ver que mis problemas estaban solucionados para mí. Negativamente.

No podía estimar la riqueza del Grupo Familiar Davidson. Eran ricos, eso era seguro, pese a que vivían sin sirvientes y en una casa automatizada de estilo antiguo. Fuera como fuese, yo no podía comprar una participación).

— Douglas nos dijo que no tenía la menor idea de si tenías o no dinero. Dinero en capitales, me refiero.

— No tengo.

No perdió ni una puntada.

— Yo tampoco cuando tenía tu edad. Eres una empleada, ¿verdad? ¿No podrías trabajar en Christchurch y comprar tu participación con tu salario? Sé que encontrar trabajo puede ser un problema en una ciudad extraña… pero nosotras conocemos gente.

¿A qué te dedicas? Nunca nos lo has dicho.

(¡Y no voy a hacerlo!) Tras eludirla y luego decirle claramente que mi trabajo era confidencial y que me negaba a discutir ningún aspecto de los asuntos de quienes me empleaban, añadí que no, que no podía abandonarlo y buscar un trabajo similar en Christchurch, de modo que no había ninguna forma en que la cosa pudiera funcionar, pero que había sido algo maravilloso mientras había durado, y que esperaba…

Ella me cortó en seco.

— Querida, no he sido comisionada para negociar este contrato sobre las bases de un fracaso. Lo que no puede hacerse no es aceptable; debemos descubrir lo que puede hacerse. Brian ha ofrecido hacerte donación de una de sus tres participaciones… y Douglas y Albert están dispuestos a colaborar también, pro rata, aunque no pueden pagarle inmediatamente. Pero yo he vetado esta solución; es un mal precedente y se lo he dicho, utilizando una cruda y vieja expresión campesina acerca de la lucha entre carneros. En vez de ello estoy dispuesta a aceptar una de las participaciones de Brian como garantía del cumplimiento por tu parte de tu contrato.

— ¡Pero yo no tengo ningún contrato!

— Lo tendrás. Si continúas con tu actual empleo, ¿cuánto puedes pagar al mes? No te pilles los dedos pero págalo tan rápido como te sea posible, porque eso funciona exactamente igual que la amortización de una hipoteca: parte de cada pago cubre los intereses de la deuda pendiente, parte reduce esa deuda… así que cuanto mayor sea el pago, mejor para ti.

(Yo nunca había pagado en mi vida ninguna hipoteca).

— ¿Podemos hacer los cálculos en oro? Puedo convertirlo a dinero, por supuesto, pero generalmente me pagan en oro.

— ¿En oro? — De pronto Anita pareció ponerse alerta. Rebuscó en su bolsa de calceta y extrajo una extensión portátil de la terminal de su computadora —. Puedo ofrecerte un trato mejor para el oro. — Tecleó durante unos instantes, aguardó, y asintió —.

Considerablemente mejor. Aunque no estoy acostumbrada realmente a manejar lingotes.

Pero podemos arreglarlo.

— Dije que podía convertirlo. Las libranzas son en gramos, pureza nueve nueve nueve, extendidas en Aceptaciones del Ceres & South África Ltd., Luna City. Pero pueden ser pagadas en moneda de Nueva Zelanda, directamente aquí, a través de un depósito bancario automático aunque yo no esté en la Tierra en aquel momento. ¿El Banco de Nueva Zelanda, oficina de Christchurch?

— Esto, el Canterbury Land Bank. Yo soy uno de sus directores.

— Manténlo por todos los medios en la familia.

Al día siguiente firmamos el contrato, y un poco después, aquella misma semana, se casaron conmigo, todo legal y conveniente, en una capilla lateral de la catedral, con toda yo de blanco, por el amor de Dios.

A la semana siguiente volví al trabajo, triste y cálidamente feliz al mismo tiempo.

Durante los siguientes diecisiete años iba a estar pagando 858,13 dólares neozelandeses al mes, a menos que pudiera pagar más aprisa. ¿Para qué? No podía vivir en casa hasta que hubiera terminado de pagar porque tenía que conservar mi trabajo para mantener esos pagos mensuales. ¿Para qué, entonces? No por el sexo. Como le dije al capitán Tormey, el sexo está en todas partes; es una tontería pagar por él. Por el privilegio de meter mis manos en la jabonosa agua de lavar platos, supongo. Por el privilegio de rodar por el suelo y recibir meadas de los cachorros y de los bebés adiestrados en el hábito de la limpieza sólo nominalmente.

Por la cálida seguridad de que, estuviera donde estuviese, había un lugar en este planeta donde podía hacer estas cosas por derecho propio, porque era aceptada.

Me parecía una auténtica ganga.

Tan pronto como la lanzadera inició el viaje, telefoneé, conseguí a Vickie, y una vez dejó de lanzar exclamaciones le comuniqué mi hora estimada de llegada. Había calculado llamar desde el salón de las Líneas Kiwi en Auckland, pero mi rizado lobo, el capitán Ian, había ocupado todo mi tiempo. No importaba… aunque la lanzadera flota apenas un poco por debajo de la velocidad del sonido, una parada en Wellington y una parada en Nelson emplean el tiempo suficiente como para que alguien pudiera acudir a buscarme.

Esperaba.

Todos acudieron a buscarme. Bueno, no exactamente todos. Teníamos licencia para poseer un VMA porque criamos ovejas y ganado y necesitamos transporte motorizado.

Pero no se supone que lo utilicemos por la ciudad. Brian lo hizo, de todos modos, y la mayor parte de los miembros representativos de nuestra gran familia se apiñaba en los laterales de aquel enorme carromato agrícola flotante.

Más de un año desde mi última visita a casa, más del doble de tiempo que cualquier otra ausencia anterior… malo. Los niños pueden haber crecido sin ti durante tanto tiempo.

Fui terriblemente cuidadosa con los nombres y me aseguré de que los recordaba a todos.

Todos presentes excepto Ellen, que era apenas una niña… once años cuando me casé con ellos, y que ahora era una joven dama, yendo ya a la universidad; Anita y Lispeth estaban en casa, preparando a toda prisa mi fiesta de bienvenida… y de nuevo fui gentilmente reconvenida por no haberles avisado antes, y de nuevo tuve que intentar explicarles que, en mi trabajo, cuando podía tomarme un permiso, era mejor agarrar el primer SB que intentar llamarles… ¿o acaso necesitaba pedir hora para acudir a mi propia casa?

Poco después estaba tirada por el suelo, enteramente rodeada de niños. Mister Tropezones, un delgaducho cachorro de gato cuando lo conocí la primera vez, aguardaba ahora su oportunidad de darme la bienvenida con la dignidad correspondiente a su status del gato mayor de la casa, el más viejo, el más gordo y el más lento. Me estudió atentamente, se restregó contra mí, y ronroneó. Estaba en casa.

Al cabo de un rato pregunté:

— ¿Dónde está Ellen? ¿Aún en Auckland? Pensé que la universidad habría empezado ya sus vacaciones. — Miré directamente a Anita cuando dije esto, pero ella pareció no oírme. ¿Se estaba volviendo sorda? Seguramente no.

— Marjie… — La voz de Brian… miré a mi alrededor. No dijo nada, y su voz no mostró ninguna expresión. Apenas agitó la cabeza.

(¿Ellen un tema tabú? ¿Qué ocurre, Brian? Lo archivé hasta que pudiera hablar con él en privado. Anita siempre ha sostenido que ama a todos nuestros hijos por igual, sean o no sus propios biohijos. ¡Oh, seguro! Salvo que su especial interés en Ellen siempre le resultó claro a todo el mundo al alcance de su voz).

Más tarde aquella noche, cuando la casa estaba apaciguándose y Bertie y yo íbamos a irnos a la cama (de acuerdo con un cierto tipo de sistema de lotería según el cual nuestros bromistas queridos siempre insistían en que el perdedor debía pasar la noche conmigo), Brian llamó a la puerta y entró.

— Todo está bien — dijo Bertie —. Puedes irte. Soy capaz de soportar mi castigo.

— Tranquilo, Bert. ¿Le has hablado a Marj sobre Ellen?

— Todavía no.

— Entonces hazlo. Amorcito, Ellen se ha casado sin la bendición de Anita… y Anita está furiosa al respecto. Así que es mejor no mencionar a Ellen por los alrededores de Anita.

Quien no oye no siente, ¿sabes? Ahora debo irme antes de que ella me eche en falta.

— ¿No se te permite venir a darme un beso de buenas noches? ¿O quedarte aquí un rato? ¿No eres también mi marido?

— Sí, por supuesto, querida. Pero Anita está muy susceptible últimamente, y no es conveniente incitarla sin motivo.

Brian me dio el beso de buenas noches y se fue. Dije:

— ¿Qué ocurre, Bertie? ¿Por qué no puede Ellen casarse con quien desee casarse? Es ya lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones.

— Bueno, sí. Pero Ellen no procedió juiciosamente en esto. Se casó con un tongano y se fue a vivir a Nuku’alofa.

— ¿Anita piensa que debería vivir aquí? ¿En Christchurch?

— ¿Eh? ¡No, no! Es al matrimonio en sí a lo que pone objeciones.

— ¿Hay algo malo en el hombre?

— Marjorie, ¿acaso no me oyes? Es un tongano.

— Sí, te he oído. Puesto que él vive en Nuku’alofa, cabe imaginar que lo sea. Ellen va a encontrar que allí hace un terrible calor, después de haber vivido en uno de los pocos climas perfectos. Pero ese es su problema. Sigo sin ver lo que trastorna a Anita. Debe ser algo más que yo no sé.

— ¡Oh, tienes que saberlo! Bueno, quizá no lo sepas. Les tonganos no son como nosotros. No son gente blanca; son bárbaros.

— ¡Oh, no lo son! — Me senté en la cama, poniendo con ello un alto a lo que aún no había empezado realmente. Nunca hay que mezclar sexo y discusión. No según mis creencias, al menos —. Son el pueblo más civilizado de toda la Polinesia. ¿Por qué crees que los primeros exploradores llamaron a ese grupo «las Islas Amistosas»? ¿Has estado alguna vez allí, Bertie?

— No, pero…

— Yo sí. Aparte el calor, es un lugar de ensueño. Espera a verlo. Ese hombre… ¿a qué se dedica? Si simplemente se limita a estar sentado y tallar caoba para los turistas, comprenderé la intranquilidad de Anita. ¿Es eso?

— No, pero dudo que pueda permitirse una esposa. Y Ellen no puede permitirse un marido; aún no ha terminado su carrera. Él es biólogo marino.

— Entiendo. No es rico… y Anita respeta el dinero. Pero él tampoco será pobre…

probablemente consiguió su título en Auckland o Sydney. Incluso un biólogo puede hacerse rico hoy en día. Puede diseñar una nueva planta o animal que lo llene fabulosamente de dinero — Querida, sigues sin comprender.

— Evidentemente. Así que cuéntamelo.

— Bien… Ellen debería haberse casado con uno de nuestra propia clase.

— ¿Qué quieres decir con eso, Albert? ¿Alguien que viviera en Christchurch?

— Eso hubiera ayudado.

— ¿Rico?

— No es una exigencia necesaria. Aunque normalmente las cosas son más fáciles si los asuntos financieros no están todos a un solo lado. Chico de playa polinesio se casa con heredera blanca es algo que siempre huele mal.

— ¡Oh, oh! Él no tiene ni un céntimo, y ella se ha limitado a recoger la parte de la familia que le corresponde… ¿correcto?

— No exactamente. Maldita sea, ¿por qué no pudo casarse con un hombre blanco? La criamos y educamos para algo mejor que eso.

— Bertie, ¿qué demonios pasa? Suenas como un danés hablando de un sueco. Pensé que Nueva Zelanda estaba libre de ese tipo de cosas. Recuerdo a Brian señalándome que los maoríes son los iguales políticos y sociales de los ingleses, en todos los aspectos.

— Y lo son. No es lo mismo.

— Imagino que soy estúpida. — (¿O era Bertie el estúpido? Los maoríes son polinesios, al igual que los tonganos… ¿dónde dolía entonces?) Abandoné el asunto. No había hecho todo aquel camino desde Winnipeg para discutir los méritos de un yerno al que nunca había visto. «Yerno…» Qué extraña idea. Siempre me había parecido delicioso cuando uno de los pequeños me llamaba Mamá en vez de Marjie… pero nunca había pensado en la posibilidad de tener alguna vez un yerno.

Y sin embargo él era evidentemente mi yerno bajo las leyes neozelandesas… ¡y yo ni siquiera sabía su nombre!

Me mantuve tranquila, intenté dejar mi mente en blanco, y permití que Bertie se dedicara a hacerme sentir bienvenida. Es bueno en eso.

Al cabo de un rato yo estaba atareada también en hacerle sentir cuán feliz era de estar en casa, tras olvidar por completo la indeseada interrupción.

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