25

Las Vegas es un circo de tres pistas con suplemento.

Me gustó el lugar al principio. Pero después de haber visto todos los espectáculos alcancé un punto en el que las luces y la música y el ruido y la frenética actividad fueron demasiado. Cuatro días son suficientes.

Llegamos a Las Vegas a las diez, después de salir tarde porque todos teníamos cosas que hacer… todo el mundo excepto yo tenía que hacer arreglos para recoger el dinero del testamento del Jefe, y yo debía depositar la libranza de mi liquidación con la MasterCard.

Es decir, empecé a hacerlo. Me detuve bruscamente cuando el señor Chambers dijo:

— ¿Desea usted que nos encarguemos nosotros de pagar por usted el impuesto sobre la renta de esto?

¿Impuesto sobre la renta? ¡Vaya sugerencia obscena! No podía creer en mis oídos.

— ¿De qué se trata, señor Chambers?

— Su impuesto sobre la renta de la Confederación. Si nos encarga el trámite a nosotros (aquí está el formulario), nuestros expertos lo prepararán y nosotros lo pagaremos y lo deduciremos de su cuenta, y usted no tendrá que preocuparse por ello. Cargamos solamente los gastos nominales. De otro modo tendrá que calcularlo usted por sí misma y rellenar todos los formularios y luego hacer los pasos necesarios para pagarlo.

— Usted no me habló para nada de ese impuesto cuando hice mi depósito el día que abrí esta cuenta.

— ¡Pero eso era un premio de la lotería nacional! ¡Era suyo, completamente libre de impuestos… esa es la Vía Democrática! Además, el gobierno ya se cobra su parte en la misma lotería.

— Entiendo. ¿Cuánto se cobra el gobierno exactamente?

— Realmente, señorita Baldwin, esa pregunta debería ser dirigida al gobierno, no a mí.

Si usted simplemente firma al final, yo llenaré el resto.

— Espere un momento. ¿Cuánto son esos «gastos nominales»? ¿Y cuánto es el impuesto?

Me fui sin depositar la libranza, y de nuevo el pobre señor Chambers se sintió vejado conmigo. Aunque los oseznos están lo suficientemente sometidos a inflación como para que tengas que poner un buen montón de ellos para comprar cualquier cosa, no considero un millar de oseznos un «gasto nominal»… es más de un gramo de oro, 37 dólares britocanadienses. Con su 8 % de recargo encima, la MasterCard hace un buen negocio actuando como recaudador para el Servicio de Impuestos Eternos de la Confederación.

No estaba segura de que yo tuviera que pagar ningún impuesto ni siquiera bajo las extrañas leyes de California… la mayor parte de aquel dinero ni siquiera había sido ganado en California, y no veía cómo California podía reclamar parte de mi salario.

Deseaba consultar a un buen picapleitos.

Regresé al Cabaña Hyatt. Rubia y Anna estaban aún fuera pero Burt estaba allí. Le expliqué el asunto, sabiendo que él había estado en logística y contabilidad.

— Es un punto discutible — dijo —. Los contratos de servicio personales con el Presidente fueron firmados todos «libres de impuestos», y en el Imperio el soborno era negociado cada año. Aquí el soborno debió ser pagado a través del señor Esposito… es decir, a través de la señora Wainwright. Puedes preguntarle a ella.

— ¡Y una mierda!

— Exactamente. Ella hubiera debido notificar a Impuestos Eternos y pagar todos los impuestos necesarios… tras la correspondiente negociación, ya me entiendes. Pero puede que ella esté saltándose alegremente todo eso; no lo sé. De todos modos… tú tienes un pasaporte de reserva, ¿no?

— ¡Oh, por supuesto! Siempre.

— Entonces utilízalo. Eso es lo que yo haría. Luego transferiría mi dinero tras saber dónde voy a estar. Mientras tanto, lo dejaría a salvo en la Luna.

— Oh, Burt, estoy casi segura de que Wainwright tiene todos los pasaportes de reserva convenientemente listados. Pareces querer decir que puede que estén esperándonos a la salida.

— ¿Y qué si Wainwright los tiene listados? No va a entregar la lista a los Confederados sin haber arreglado sus cuentas de los impuestos, y dudo que haya tenido tiempo de hacer sus cambalaches. Así que paga únicamente la extorsión habitual y levanta bien la nariz al aire y cruza dignamente la barrera.

Esto lo comprendía. Me había sentido tan indignada por aquel sucio asunto que por un momento había dejado de pensar como un correo.

Cruzamos la frontera hacia el Estado Libre de Las Vegas en Dry Lake; la cápsula se detuvo tan sólo el tiempo preciso para que la Confederación sellara la salida en los pasaportes. Cada uno de nosotros utilizó un pasaporte alternativo con la extorsión estándar doblada dentro… no hubo ningún problema. Y nadie selló la entrada, porque el Estado Libre no se preocupa por esas cosas; cualquier visitante solvente es bienvenido.

Diez minutos más tarde nos registrábamos en el Las Dunas, con muchas de las mismas comodidades que habíamos tenido en San José, excepto que aquí la habitación era descrita como «suite para orgías». No pude ver por qué. Un espejo en el techo y aspirinas y Alka-Seltzer en el baño no son suficientes para justificar esa designación; mi instructor en mi entrenamiento como prostituta se hubiera reído despectivamente. Sin embargo, supongo que la mayor parte de los tipos y tipas que pasaban por allí no tenían las ventajas de una instrucción avanzada… se me ha dicho que la mayor parte de la gente ni siquiera tiene ningún entrenamiento formal. A menudo me he preguntado quién les enseña. ¿Sus padres? ¿Acaso ese rígido tabú del incesto entre las personas humanas es realmente un tabú sobre hablar de ello pero no sobre hacerlo?

Algún día espero descubrir todas esas cosas, pero nunca he conocido a nadie que pudiera hablarme de ellas. Quizá Janet me lo diga. Algún día…

Quedamos en encontrarnos para cenar, luego Burt y Anna fueron al salón y/o casino mientras Rubia y yo salíamos al Parque Industrial. Burt tenía intención de buscar trabajo también pero expresó su intención de divertirse un poco antes de volver a sentar la cabeza. Anna no dijo nada pero creo que deseaba saborear los placeres de la carne antes de sumergirse en la vida que le corresponde a una abuela. Sólo Rubia estaba tremendamente decidida acerca de ir a buscar trabajo aquel mismo día. Yo pretendía encontrar un trabajo también, sí… pero antes tenía que pensar un poco.

Probablemente — casi seguramente — iba a emigrar fuera de la Tierra. El Jefe pensaba que debía hacerlo, y esta era una razón suficiente. Pero además de eso, el estudio que me había hecho iniciar respecto a los síntomas de decadencia en las culturas había enfocado mi mente en cosas que había conocido desde hacía mucho pero que nunca había analizado. Nunca he sido crítica con las culturas en las que he vivido y por las que he pasado… por favor entiendan que una persona artificial es un extranjero permanente allá donde esté, no importa cuánto tiempo permanezca. Ningún país podría ser el mío, así que, ¿para qué pensar en él?

Pero cuando inicié aquel estudio, vi que este viejo planeta está en un lamentable estado. Nueva Zelanda es un lugar bastante bueno, y también lo es el Canadá Británico, pero incluso esos dos países mostraban signos importantes de decadencia. Pese a que eran los dos mejores del lote.

Pero no apresuremos las cosas. Cambiar de planeta es algo que una persona no puede hacer dos veces… a menos que sea fabulosamente rica, y yo no lo era. Estaba subvencionada para una emigración fuera del planeta… así que debía elegir muy cuidadosamente el planeta correcto porque ningún error podría ser corregido una vez emprendida la marcha.

Además… Bien, ¿dónde estaba Janet?

El Jefe había tenido una dirección de contacto o un código de llamada ¡No yo!

El Jefe había tenido un escucha en el cuartel general de la policía en Winnipeg. ¡No yo!

El Jefe había tenido su propia red de Pinkerton por todo el planeta. ¡No yo!

Podía intentar telefonearles de tanto en tanto. Lo haría. Podía comprobar con la ANZAC y con la Universidad de Manitoba. Lo haría. Podía comprobar ese código de Auckland y también el departamento de biología de la Universidad de Sydney. Lo haría.

Si nada de eso funcionaba, ¿qué otra cosa podía hacer? Podía ir a Sydney e intentar sonsacar con halagos a alguien la dirección de la casa del profesor Farnese o su dirección sabática o cualquier otra cosa. Pero eso no iba a ser barato, y de pronto me vi obligada a admitir que la forma de viajar que había dado por sentada en el pasado iba a ser a partir de ahora difícil y quizá imposible. Un viaje a Nueva Gales del Sur antes de que los semibalísticos empezaran a funcionar era algo terriblemente caro. Podía hacerse, por tubo y por aerodeslizador y por barco y recorriendo tres cuartas partes de la superficie del mundo… pero no era ni fácil ni barato.

Quizá pudiera firmar como prostituta de a bordo en un barco que saliera de San Francisco hacia Abajo. Eso sería fácil y barato… pero consumiría mucho tiempo aunque embarcara en un carguero movido por Shipstones fuera de Watsonville. ¿Un carguero impulsado a vela? Oh, no.

Quizá fuera mejor contratar a un Pinkerton en Sydney. ¿Cuánto me cobraría? ¿Podría pagarlo?

Había necesitado menos de treinta y seis horas desde la muerte del Jefe para meter mi nariz en el hecho de que nunca había aprendido el auténtico valor de un gramo.

Consideren esto: Hasta entonces mi vida había tenido solamente tres tipos de economía:

a) En una misión gastaba todo lo que era necesario.

b) En Christchurch gastaba algo pero no mucho… casi todo regalos para la familia.

c) En la granja, en el otro cuartel general, luego en Pájaro Sands, no gastaba nada de dinero, difícilmente. Comida y cama estaban en mi contrato. No debía ni jugaba. Si Anita no hubiera estado chupándome la sangre, hubiera podido haber acumulado una bonita cantidad.

Había llevado una vida protegida y nunca había aprendido realmente el valor del dinero.

Pero podía hacer simple aritmética sin necesidad de usar una terminal. Había pagado en efectivo mi parte en el Cabaña Hyatt. Utilicé mi tarjeta de crédito para mi viaje al Estado Libre, pero anoté el costo. Anoté el gasto diario en Las Dunas y anoté también todos los demás gastos, ya los pagara con la tarjeta o en efectivo o vinieran incluidos en la factura del hotel.

Pude ver inmediatamente que comida y cama en hoteles de primera clase acabarían muy rápidamente con cada gramo de oro que poseía, aunque no gastara nada, cero, en viajes, vestidos, lujos, amigos, emergencias. L.Q.Q.D. O encontraba rápidamente un trabajo, o me embarcaba en un viaje de ida a un planeta colonial.

Adquirí la horrible sospecha de que el Jefe había estado pagándome mucho más de lo que realmente me merecía. Oh, soy un buen correo, no hay ninguno mejor… ¿pero cuál es la tarifa habitual de los correos?

Podía enrolarme como soldado, y luego (estaba completamente segura) ascender rápidamente a sargento. No me atraía demasiado, pero era lo que más me convenía. La vanidad no es uno de mis defectos; carezco de habilidad para otros trabajos más civilizados… lo sé.

Había algo más empujándome, había algo más tirando de mí. No deseaba ir sola a un planeta extraño Me asustaba. Había perdido a mi familia neozelandesa (si es que alguna vez la había tenido), el Jefe había muerto, y me sentía como el Pollito cuando el cielo empieza a caer, mis auténticos amigos entre mis colegas se habían esparcido por los cuatro vientos — excepto esos tres, y se irían muy pronto —, y había conseguido perder a Georges y a Janet y a Ian.

Incluso con Las Vegas tentándome a mi alrededor, me sentía tan sola como Robinson Crusoe.

Deseaba que Janet e Ian y Georges emigraran fuera conmigo. Entonces no tendría miedo. Entonces podría sonreír durante todo el camino.

Además… la Peste Negra. La Plaga estaba llegando.

Sí, si, yo le habla dicho al Jefe que mi predicción de medianoche era una tontería. Pero él me había dicho que su sección analítica había predicho lo mismo, dentro de cuatro años en vez de tres. (¡Vaya consuelo!).

Me veía obligada a tomar mi propia predicción en serio. Debía advertir a Ian y a Janet y a Georges.

No esperaba asustarlos con ello… no creo que ninguno de los tres sea capaz de asustarse por nada. Pero deseaba decirles:

— Si no emigráis, al menos tomad en serio mi advertencia en el sentido de permanecer alejados de las grandes ciudades. Si es posible vacunaros, hacedlo. Pero tened en cuenta mi advertencia.

El Parque Industrial está en la carretera a Hoover Dam; el Mercado Laboral está allí.

Las Vegas no permite VMAs dentro de la ciudad, pero hay carreteras secundarias por todas partes, y una de ellas cruza el Parque Industrial. Para ir más allá de allí, al dique o a Boulder City, hay una línea regular de VMAs. Planeé utilizarla, puesto que la Shipstone Valle de la Muerte tiene alquilada una franja de desierto entre Las Vegas Este y Boulder City donde tiene instalada una estación de carga, y deseaba verla para complementar mi estudio.

¿Era posible que el complejo Shipstone fuera la corporación estado que había detrás del Jueves Negro? No podía ver ninguna razón para ello. Pero tenía que ser una potencia lo suficientemente grande para cubrir todo el planeta y llegar hasta Ceres en una sola noche. No había muchas de esas potencias. ¿Podía tratarse de un hombre super rico o de un grupo de hombres? De nuevo, aquí, las posibilidades no eran muchas. Con el Jefe muerto probablemente no llegaría a saberlo nunca. Acostumbraba a irritarme con él…

pero era a quien me dirigía cuando no comprendía algo. No me había dado cuenta de cuánto había aprendido de él hasta que perdí su apoyo.

El Mercado del Trabajo es un largo paseo cubierto, conteniendo de todo, desde las llamativas oficinas del Wall Street Journal hasta los exploradores que tienen sus oficinas en sus propios sombreros y nunca se sientan y apenas paran de hablar. Hay carteles por todas partes y gente por todas partes y me recuerda la ciudad fluvial de Vicksburg pero huele mejor.

Las compañías independientes militares y cuasimilitares están todas juntas en su extremo. Rubia fue de una a otra, y yo fui con ella. Dejó su nombre y una copia de su currículum en cada una. Nos detuvimos en la ciudad para hacer imprimir las copias de su currículum, y contrató un apartado postal en una oficina pública, y me indujo a pagar yo también por una dirección postal y telefónica.

— Viernes, Si nos quedamos aquí más de un día o dos, voy a irme de Las Dunas. Has observado la tarifa de la habitación, ¿no? Es un lugar encantador, pero nos están vendiendo cada día la cama. No puedo afrontar este gasto. Quizá tú puedas…

— No puedo.

Así que establecimos algo parecido a una dirección, y envié un memorándum a mi cerebro para comunicársela a Gloria Tomosawa. Pagué una año por anticipado… y descubrí que aquello me daba una extraña sensación de seguridad. No era ni siquiera una cabaña de paja… pero era una base, un domicilio, que no quedaría perdido por ahí.

Rubia no firmó ningún enganche aquella tarde, pero no parecía decepcionada. Me dijo:

— No hay ninguna guerra en curso en estos momentos, eso es todo. Pero la paz nunca dura más de un mes o dos. Entonces empezarán a enrolar gente de nuevo, y mi nombre estará en sus archivos. Mientras tanto me inscribiré en los registros de la ciudad y buscaré trabajos sustitutivos. Una cosa acerca de los asuntos sanitarios, Viernes: una enfermera nunca se muere de hambre. La actual falta de enfermeras durante la emergencia es algo que se ha estado produciendo durante más de un siglo, y no va a terminar ahora.

El segundo reclutador al que acudimos — representante de los Rectificadores de Royer, la Columna de César, y los Segadores de la Parca, todas ellas importantes organizaciones de reputación mundial — se volvió hacia mí después de que Rubia hubiera firmado su solicitud.

— ¿Y tú? ¿Eres también enfermera diplomada?

— No — dije —. Soy un correo de combate.

— No hay mucha demanda de eso. Hoy en día la mayor parte de las organizaciones utilizan el correo urgente si no pueden disponer de una terminal.

Me sentí algo picada… el Jefe me había advertido contra eso.

— Soy de élite — respondí —. Voy a cualquier lugar… y lo que llevo llega a su destino cuando el correo está cerrado. Como en la última Emergencia.

— Eso es cierto — dijo Rubia —. No está exagerando.

— Pero sigue sin haber mucha demanda para tus talentos. ¿Sabes hacer alguna otra cosa?

(¡No tendría que alardear!).

— ¿Cuál es tu mejor arma? Te desafío a un duelo con ella, bajo las reglas normales de competición, o a sangre. Telefonea a tu viuda, y empecemos.

— ¡Vaya, eres una tipa realmente brillante! Me haces recordar a un fox terrier que tuve en una ocasión. Mira, querida, no puedo jugar contigo; tengo que mantener esta oficina abierta. Ahora dime la verdad, y pondré tu nombre en los archivos.

— Lo siento, jefe. No hubiera debido salirme del asunto. De acuerdo, soy un correo de élite. Si me encargo de algo, este algo llega a su destino, y mi tarifa es alta. O mi salario, si soy contratada como oficial especialista de estado mayor. En cuanto a lo demás, por supuesto que tengo que ser la mejor, con las manos desnudas o con armas, porque lo que llevo siempre debe pasar. Puedes listarme como luchadora si lo deseas… con armas o sin ellas. Pero no estoy interesada en los combates a menos que la paga sea alta.

Prefiero el trabajo de correo.

Tomó notas.

— De acuerdo. Pero no mantengas muchas esperanzas. La gente para quien trabajo no acostumbra a usar más correos que los correos de campo de batalla…

— También lo soy. Lo que llevo siempre llega a su destino.

— O tú resultas muerta. — Sonrió —. Generalmente utilizan superperros. Mira, cariño, una corporación tiene más necesidad de los mensajeros de tu clase que una organización militar. ¿Por qué no dejas tu nombre a cada una de las multinacionales? Todas las principales están representadas aquí. Y suelen tener más dinero. Mucho más dinero.

Le di las gracias, y nos fuimos. A petición de Rubia, me detuve en la oficina local de correos y saqué copias de mi propio currículum. Estuve a punto de borrar el salario que figuraba en él, segura de que el Jefe me había favorecido en ello… pero Rubia no me lo permitió.

— ¡Déjalo! Este es tu mejor tanto. Las compañías que te necesiten te lo pagarán sin parpadear… o al menos te llamarán e intentarán negociar. ¿Para qué rebajar tu precio?

Mira, querida, nadie compra un artículo de rebajas si puede permitirse lo mejor.

Envié uno a cada multinacional. No esperaba en realidad ningún resultado, pero si alguien deseaba el mejor correo del mundo, tal vez estudiaran mis cualificaciones.

Cuando las oficinas empezaron a cerrar, regresamos al hotel para cumplir con nuestra cita para la cena, y encontramos a Anna y a Burt ligeramente achispados. No borrachos, sólo alegres, y una pizca demasiado deliberados en sus movimientos.

Burt adoptó una pose y declamó:

— ¡Damas! ¡Miradme y admiradme! Soy un gran hombre…

— Estás achispado.

— Eso también, Viernes, mi amor. ¡Pero mira antes de hablar! Soy el hombre que hizo saltar la banca en el Monte Carlo. Soy un genio, la admiración de todo el mundo, el auténtico, el genio financiero. Puedes tocarme.

Había planeado tocarlo, pero más tarde. Ahora pregunté:

— Anna, ¿ha hecho saltar realmente la banca?

— No, pero estuvo a punto. — Se detuvo para eructar discretamente, tapando su boca con una mano —. Disculpad. Estuvimos jugando un poco por aquí, luego fuimos al Flamingo para cambiar nuestra suerte.. Volvimos aquí justo antes de que cerraran las apuestas para la tercera de Santa Anita y Burt apostó un superdólar a una yegua con el nombre de su madre… y ganó. Aquí detrás hay una mesa de ruleta y Burt apostó sus ganancias al doble cero…

— Estaba borracho — afirmó Rubia.

— ¡Soy un genio!

— Ambas cosas. Salió el doble cero, y Burt puso su enorme suma en el negro y salió, y la dejó allí y salió, y luego la trasladó al rojo y salió… y el croupier envió a buscar al encargado. Burt deseaba seguir hasta hacer saltar la banca, pero el encargado limitó sus apuestas a cinco kilodólares.

— Palurdos. Gestapo. Rastreros de alquiler. No hay un caballero deportista en todo este casino. Llevaré todo mi dinero a otro sitio.

— Y lo perdió todo — dijo Rubia.

— Rubia, mi vieja amiga, deberías mostrarme el respeto debido.

— Hubiera podido perderlo todo — admitió Annie —, pero yo velé para que siguiera el consejo del encargado. Con seis de los controladores del casino siguiéndonos los pasos, nos fuimos directamente a la oficina en el casino del Lucky Strike State Bank y lo depositamos todo allí. De otro modo yo no le hubiera dejado marcharse ¿Imagináis llevar consigo medio megadólar desde el Flamingo hasta el Dune en efectivo? No hubiera vivido lo bastante como para cruzar la calle.

— ¡Tonterías! Las Vegas tiene mucho menos crimen que cualquier otra ciudad en Norteamérica. Anna, mi auténtico amor, eres una mujer dominante y maniática. Una fastidiosa. No me casaría contigo ni que cayeras de rodillas ante mí y me suplicaras que lo hiciera. En vez de ello te quitaría los zapatos y te pegaría y te daría de comer tan sólo mendrugos.

— Sí, querido. Ahora puedes ponerte tus propios zapatos porque vas a llevarnos a cenar a las tres, y mendrugos precisamente. Mendrugos de pan con caviar y trufas.

— Y champán. Pero no porque me estés fastidiando con ello. Damas. Viernes, Rubia, mis auténticos amores… ¿me ayudaréis a celebrar mi genio financiero? ¿Con libaciones y faisán en gelée y espléndidas chicas ataviadas con extravagantes sombreros?

— Sí — respondí.

— Sí antes de que cambies de opinión. Anna, ¿has dicho «medio megadólar»?

— Burt. Muéstraselo.

Burt extrajo una nueva libranza, nos dejó verla mientras se frotaba las uñas contra su estómago y adoptaba un aire relamido. 504.000 dólares. Más de medio millón en la única moneda fuerte en Norteamérica. Oh, algo más de treinta y un kilos de oro fino. No, yo tampoco desearía tener que llevar esa suma cruzando la calle… no en lingotes. No sin una carretilla. Pesaba casi la mitad que yo. Un depósito bancario es más conveniente.

Sí. Bebería el champán de Burt.

Lo cual hicimos, en el anfiteatro del Stardust. Burt supo cuánta propina darle al encargado de los camareros para que nos dieran una primera fila (o le dio demasiada, no lo sé), y nos remojamos en champán y tuvimos una cena encantadora y nos centramos en torno a las mesas de juego y en el espectáculo y las chicas eran jóvenes y hermosas y alegres y sanas y olían a recién bañadas, y los chicos llevaban sucintos taparrabos para que nosotras las mujeres pudiéramos mirar, sólo que yo no lo hice, no demasiado, porque no olían bien y tuve la sensación de que estaban más interesados los unos en los otros que en las mujeres. Era asunto suyo, por supuesto, pero en su conjunto prefería a las chicas.

Y en el espectáculo tenían también a un buen mago que sacaba palomas del aire de la forma en que la mayoría de los magos sacan monedas. Me encantan los magos y nunca he comprendido cómo lo hacen y siempre me los quedo mirando con la boca muy abierta.

Este hizo algo que forzosamente tenía que tener algo que ver con el Diablo. En un momento determinado hizo que una de las animadoras reemplazara a su atractiva ayudante. Su ayudante no es que fuera muy vestida pero la animadora llevaba únicamente los zapatos en un extremo y un sombrerito en el otro, y tan sólo una sonrisa en medio.

El mago empezó a sacar palomas de ella.

No podía creer lo que veía. No había mucho sitio para ocultarlas y debían picar una enormidad. Pero lo hizo.

Voy a volver atrás para observarlo desde otro ángulo distinto. Aquello simplemente no podía ser cierto.

Cuando volvimos a Las Dunas, Rubia quería presenciar el espectáculo del salón pero Anna deseaba irse a la cama. De modo que yo acepté quedarme con Rubia. Burt dijo que le reserváramos un asiento puesto que regresaría inmediatamente una vez hubiera dejado a Anna arriba.

Sólo que no volvió. Cuando subimos no me sorprendió descubrir la puerta de la otra habitación cerrada; antes de la cena mi nariz me había avisado de que era poco probable que Burt calmara mis nervios dos noches consecutivas. Al fin y al cabo nuestros asuntos seguían distintos caminos. Y Burt se había portado noblemente conmigo cuando yo lo había necesitado realmente.

Pensé que quizá a Rubia no le hiciera gracia la cosa, pero no dio muestras de ello.

Simplemente nos fuimos a la cama, nos reímos de la imposibilidad de que aquellas palomas hubieran salido de ningún lado, y nos dormimos. Rubia estaba roncando suavemente cuando yo me dormí.

De nuevo fui despertada por Anna, pero esta vez no parecía seria; estaba radiante.

— ¡Buenos días, queridas! Id a hacer vuestras necesidades y cepillaos los dientes; el desayuno estará aquí en un momento. Burt está saliendo del baño, así que no os demoréis.

Mientras tomábamos la segunda taza de café, Burt dijo:

— ¿Y bien, querida?

Anna dijo:

— ¿Debo?

— Adelante, amor.

— De acuerdo. Rubia, Viernes… esperamos que podáis dedicarnos algo de vuestro tiempo esta mañana porque los dos os queremos y deseamos que estéis con nosotros.

Vamos a casarnos esta mañana.

Rubia y yo hicimos una auténtica exhibición de absoluto asombro y gran placer, al tiempo que saltábamos en pie y los abrazábamos y besábamos. En mi caso el placer era sincero; la sorpresa falsa. Con Rubia creo que las cosas eran al revés. Me guardé mis sospechas para mí misma.

Rubia y yo salimos a comprar flores para que fueran llevadas a la Capilla de Esponsales Para Menores Fugados de Sus Casas más tarde… y me sentí aliviada y complacida al descubrir que Rubia parecía estar tan alegre por lo ocurrido como de estar presente en el acontecimiento. Me dijo:

— Creo que eso va a ser bueno para los dos. Nunca creí que los planes de Anna de convertirse en una abuela profesional funcionaran: es una forma de suicidio. — Y añadió —:

Espero que eso no te disguste.

— ¿Eh? — respondí —. ¿A mí? ¿Por qué tendría que hacerlo?

— El durmió contigo la pasada noche; luego durmió con ella. Hoy se casa con ella.

Algunas mujeres se sentirían más bien defraudadas.

— Por los clavos de Cristo, ¿por qué? No estoy enamorada de Burt. Oh, le quiero porque fue uno de los que salvaron mi vida una ajetreada noche. Por eso la otra noche intenté darle las gracias.. y él fue muy pero que muy dulce conmigo también. Cuando yo más lo necesitaba. Pero esa no es razón para que yo espere que Burt me dedique todas sus noches o siquiera una segunda noche.

— Tienes razón, Viernes. Pero no muchas mujeres de tu edad pueden pensar de esta forma.

— Oh, no sé; yo creo que es obvio. ¿Tú no te sientes dolida? Por lo mismo.

— ¿Eh? ¿Qué quieres decir?

— Exactamente lo mismo que tú me has dicho a mí. La otra noche ella durmió contigo; la noche siguiente durmió con él. Eso no parece preocuparte.

— ¿Por qué debería hacerlo?

— No debería hacerlo. Pero los casos son paralelos. — (Rubia, por favor no me tomes por una estúpida, querida. No sólo vi tu rostro, sino que también te olí) —. De hecho, me sorprendiste un poco. No sabía que te inclinaras hacia ese lado. Por supuesto sí sabía que Anna lo hacía… por eso me sorprendió un poco llevándose a Burt a la cama. No era consciente de que le gustaran. Los hombres, quiero decir. Ni siquiera sabía que se hubiera casado alguna vez.

— Oh. Sí, supongo que puede verse de esa forma. Pero me alegra lo que has dicho de Burt: Anna y yo nos queremos mucho, nos hemos querido durante años… y a veces lo expresamos en la cama. Pero no estamos «enamoradas». Anna prácticamente te robó a Burt de entre los brazos, y yo me alegré de ello… pese a que me preocupé un poco por ti.

Pero no me preocupé demasiado tampoco porque tú siempre has tenido a un montón de hombres husmeando a tu alrededor, mientras que Anna y yo no podemos decir ni con mucho lo mismo. Por eso me alegré. No esperaba que la cosa terminara en boda, pero es estupendo que así sea. Aquí está la Orquídea Dorada… ¿qué es lo que compramos?

— Espera un momento. — La detuve en el exterior de la tienda de flores —. Rubia… con gran riesgo de su vida, alguien entró a paso de carga en la habitación de la granja donde yo estaba, llevando consigo una camilla portátil. Y lo hizo por mí.

Rubia pareció irritada.

— Alguien habla demasiado.

— Hubiera debido hablar antes. Te quiero. Más de lo que quiero a Burt, porque te he querido desde hace más tiempo. No necesito casarme con él, no puedo casarme contigo.

Simplemente te quiero. ¿De acuerdo?

Загрузка...