6 Marea estival menos veintinueve

El Umbilical y las cápsulas que lo recorrían llevaban allí al menos cuatro millones de años cuando los humanos colonizaron Dobelle. Al igual que cualquier otra obra de los Constructores, había sido hecha para durar. El sistema funcionaba a la perfección. Había sido estudiado en profundidad pero, aunque los análisis habían revelado bastante sobre los métodos de fabricación de los Constructores, no se sabía nada sobre su psicología o sus hábitos.

¿Los Constructores respiraban? Los coches eran abiertos, hechos en materiales transparentes y sin ninguna clase de esclusa neumática.

¿Los Constructores dormían y hacían ejercicios? No había nada que pudiese ser identificado con una cama, un lugar donde descansar o algún medio de recreo.

Sin duda al menos tenían que comer y excretar. No obstante, aunque el viaje de Ópalo a Sismo tardaba muchas horas, no había instalaciones para almacenar o preparar alimentos, ni tampoco para la evacuación de los desechos.

La única conclusión provisional alcanzada por los ingenieros humanos era la de que los Constructores eran grandes. A pesar de que cada cápsula era un monstruo, un cilindro de más de veinte metros de largo y casi otro tanto de ancho, su interior no era más que espacio vacío. Por otro lado, no había evidencia de que los coches hubiesen sido utilizados por los mismos Constructores… Tal vez habían sido pensados sólo como transportes de carga. Pero si eso era cierto, ¿por qué estaban equipados con controles internos que permitían modificaciones de velocidad a lo largo del Umbilical?

Mientras los investigadores de la historia discutían sobre la naturaleza y el carácter de los Constructores, y los teóricos se preocupaban por los inexplicables principios de su ciencia, las mentes más prácticas se ponían a trabajar para hacer que el Umbilical fuese útil a los colonizadores. Sismo tenía minerales y combustibles. Ópalo no tenía ninguna de las dos cosas, pero poseía lugares habitables y un clima decente. El sistema de transporte entre los dos era demasiado valioso para desperdiciarlo.

Comenzaron con las reformas necesarias para viajar con comodidad entre los componentes del doblete planetario. No podían modificar el tamaño y la forma de las cápsulas; como casi todas las obras de los Constructores, los coches eran módulos integrados, casi indestructibles e incapaces de sufrir modificaciones estructurales. Pero fue sencillo volverlos herméticos, agregarles esclusas de aire y equiparlos con reguladores de presión. Se instalaron unas cocinas simples junto con retretes, salas de atención médica y lugares de descanso. Finalmente, considerando la incomodidad de los humanos ante las grandes alturas, las paredes transparentes fueron cubiertas con paneles que podían ser polarizados a un gris opaco. La portilla de observación se encontraba sólo en el extremo superior de la cápsula.

Rebka maldecía esta última modificación a medida que su coche se acercaba a Sismo. Mientras ascendían hacia la Estación Intermedia e incluso después, había disfrutado con la vista del planeta que tenían delante lo suficiente para estar dispuesto a postergar la exploración de la propia Estación, artefacto que también era obra de los Constructores. Había supuesto que continuaría viendo más y más detalles de Sismo hasta que aterrizaran. En lugar de ello, inexplicablemente, el coche giró sobre sí mismo cuando todavía faltaban unos kilómetros para alcanzar la superficie. En vez de ver Sismo, de pronto se encontró con una tediosa vista de las nubes que rodeaban Ópalo.

Rebka se volvió hacia Max Perry.

—¿No puede hacer que viremos otra vez? No logro ver nada.

—No, a menos que quiera que nos arrastremos lentamente el resto del camino. —Perry ya estaba nervioso con la expectativa de la llegada—. En cualquier momento entraremos en la atmósfera de Sismo. La estabilidad aerodinámica requiere que el coche tenga la cola hacia abajo. De otro modo, nuestro avance sería muy lento. En realidad… —Se detuvo, y su rostro se tornó tenso de concentración—. Escuche.

A Rebka le costó un momento captarlo; entonces comenzó a escuchar un silbido suave y agudo que atravesaba las paredes de la cápsula. Era la primera evidencia del contacto con Sismo, del aire enrarecido que se resistía al paso de la cápsula. Su velocidad de descenso ya debía de estar disminuyendo.

Cinco minutos después se agregó otra señal. Estaban lo suficientemente bajos para iniciar la compensación de presión. El aire de Sismo comenzaba a penetrar. Un ligero olor sulfuroso invadió el interior. Al mismo tiempo, la cápsula comenzó a sacudirse y temblar con el embate de los vientos. Rebka sintió una fuerza que lo apretaba contra el asiento acojinado.

—Tres minutos —dijo Perry—. Estamos en la desaceleración final.

Rebka lo miró. Estaban a punto de aterrizar en el planeta que Perry consideraba demasiado peligroso para recibir visitantes, pero no había ninguna señal de temor en su voz ni en su rostro. Aunque se le veía nervioso, bien hubiese podido ser el entusiasmo de un hombre que regresaba a casa después de una ausencia demasiado larga.

¿Cómo era posible eso, si Sismo era una trampa mortal tan peligrosa?

La velocidad fue disminuyendo hasta que el coche se detuvo y la puerta se abrió en silencio. Al seguir a Perry hasta el exterior, Rebka vio confirmadas sus sospechas. Se encontraban en una superficie llana, una planicie gris azulada y polvorienta, cubierta de arbustos verde oscuros y de líquenes de color ocre. El lugar era seco y caluroso; el olor a azufre era más fuerte en el aire de la tarde. A menos de un kilómetro, Rebka pudo ver el brillo del agua, con plantas más altas en sus orillas. Cerca de ellos había una manada de animales bajos y de movimientos lentos. Parecían herbívoros, pastando en silencio.

No había volcanes en erupción, temblores terrestres ni monstruosas violencias subterráneas. Sismo era un planeta pacífico, amodorrado con el calor, donde sus habitantes se preparaban para soportar las temperaturas más altas que llegarían con la Marea Estival.

Antes de que Rebka pudiera decir algo, Perry ya miraba a su alrededor y sacudía la cabeza.

—No sé qué está ocurriendo aquí. —Su rostro estaba confundido—. Cuando dije que encontraríamos problemas, no bromeaba. Esto está demasiado tranquilo. Y faltan menos de treinta días para la Marea Estival, la mayor que jamás haya ocurrido.

Rebka se encogió de hombros. Si Perry tenía alguna intención oculta, él no alcanzaba a adivinarla.

—A mí todo me parece tranquilo.

—Lo está. Y eso es lo que anda mal. —Perry agitó un brazo para abarcar todo el paisaje a la vez—. No debería verse así. He estado aquí muchas veces en esta época del año. Ya tendríamos que estar viendo temblores y erupciones… de las grandes. Deberíamos sentirlas bajo nuestros pies. Tendría que haber diez veces más polvo en el aire. —Su voz mostraba verdadera confusión.

Rebka asintió con la cabeza, luego giró lentamente trescientos sesenta grados y se tomó mucho tiempo para inspeccionar los alrededores.

Justo frente a ellos estaba el pie del Umbilical, que tocaba la superficie, pero no estaba unido por una ligadura mecánica. La unión era efectuada de forma electromagnética, sujetada al manto rico en metales de Sismo. Perry le había dicho que era necesaria a causa de la inestabilidad en la superficie cuando estaba próxima la Marea Estival. Eso era posible y resultaba compatible con las afirmaciones de Perry sobre la violencia de los fenómenos. ¿Por qué otro motivo hubiesen evitado los Constructores una verdadera ligadura? Pero una simple posibilidad no hacía que la afirmación fuese cierta.

Más allá del Umbilical, en la dirección del disco poniente de Mandel, se alzaba una cadena de montañas bajas, de color gris morado en el aire polvoriento. Los picos tenían un tamaño regular y una separación curiosamente uniforme. Por su forma y su perfil escarpado, debían de ser volcánicos. Pero él no alcanzaba a ver ninguna nube de humo sobre ellos, ni tampoco evidencia alguna de que hubiese fluido lava. Miró con más atención. Bajo sus pies, el suelo era uniforme y estaba libre de fisuras, sin que el crecimiento de las plantas mostrase brechas que diesen testimonio de un reciente fracturamiento de la superficie.

¿Así que éste era el grandioso y terrible Sismo? Rebka había dormido tranquilo en lugares diez veces más peligrosos. Sin decir palabra, comenzó a caminar hacia el lago.

Perry corrió tras él.

—¿Adonde va? —Estaba nervioso, y no era una tensión disimulada.

—Quiero echar un vistazo a esos animales. Si es prudente hacerlo.

—Debería serlo. Pero permítame ir delante. —La voz de Perry sonaba agitada—. Yo conozco el terreno.

Muy considerado de tu parte, pensó Rebka. Aunque en este terreno no veo nada que requiera conocerse. A intervalos, el suelo estaba marcado por afloramientos ígneos y grava basáltica, señal segura de antigua actividad volcánica, por lo que resultaba difícil caminar. Pero Rebka no tendría más problemas que Perry para recorrerlo.

A medida que se acercaban al agua, las condiciones del suelo fueron mejorando. Allí se extendía un manto de césped verde oscuro que había logrado crecer sobre las rocas secas. Unos animales pequeños, todos invertebrados, se escabulleron para ocultarse de los dos extraños. Los herbívoros se mantuvieron firmes hasta que los hombres estuvieron a unos pocos metros de distancia. Entonces se marcharon hacia el lago sin ninguna prisa. Eran criaturas de lomos redondeados con una simetría radial, de múltiples patas y con bocas ubicadas alrededor de toda su periferia.

—Usted sabe qué es lo que me confunde, ¿verdad? —preguntó Rebka de pronto. Perry meneó la cabeza—. Todo esto. —Señaló la vida vegetal y animal que los rodeaba—. Usted insiste en que los humanos no deben venir a Sismo estando próxima la Marea Estival. Dice que no podremos sobrevivir aquí. Y se supone que yo debo informar a Julius Graves y a los demás de que no les está permitido efectuar la visita, con lo que se perderá una fuente de ingresos para Dobelle. Pero ellos sí permanecen aquí. —Señaló a los animales que se dirigían lentamente a la orilla—. Al parecer ellos no tienen problemas para sobrevivir. ¿Qué hacen que no podamos hacer nosotros?

—Dos cosas. —Habían llegado a la costa del lago. Por algún motivo, Perry había perdido su nerviosismo—. Antes que nada, evitan la superficie de Sismo durante la Marea Estival. Los animales del planeta o bien mueren antes de que llegue la Marea Estival, y sus huevos se abren cuando el verano ha pasado, o bien pasan el estío en estado de letargo. Todos esos herbívoros son anfibios. En pocos días más se internarán en los lagos, excavarán el lodo del fondo y dormirán hasta que sea prudente volver a salir. Nosotros no podemos hacer eso. Ni usted ni yo, al menos. Tal vez puedan los cecropianos.

—Podríamos hacer algo parecido… Crear habitats bajo los lagos.

—Muy bien. Es posible. Pero no creo que Darya Lang y los demás estén de acuerdo con ello. De todos modos, eso es sólo la mitad de la historia. He dicho que hacen dos cosas. La otra es que se reproducen rápido. Una gran carnada nueva cada estación. Nosotros podríamos aparearnos todo lo que quisiéramos, todos los días, y nunca lograríamos equiparar eso. —La sonrisa de Perry no mostraba ningún humor—. Para ellos eso es imprescindible aquí. En Sismo la tasa de mortalidad de animales y plantas es de un noventa por ciento al año. La evolución ha hecho que se adaptaran al máximo. De todos modos, nueve de cada diez morirán durante la Marea Estival. ¿Está dispuesto a correr un riesgo semejante? ¿Está dispuesto a permitir que Darya Lang y Julius Graves lo corran?

Era un argumento muy fuerte, siempre y cuando Rebka aceptase las afirmaciones de Perry sobre la violencia de la Marea Estival. Y hasta el momento no estaba convencido. Una gran aproximación con Mandel provocaría enormes terremotos sobre Sismo. Nadie podía dudar de eso. Pero no estaba claro hasta qué punto aquellos terremotos cansarían daños en la superficie. La flora y la fauna de Sismo habían sobrevivido durante más de cuarenta millones de años. Y eso incluía a una docena de Grandes Conjunciones, aunque no hubiese habido humanos para observarlas. ¿Por qué motivo no habrían de sobrevivir a otra más sin problemas?

—Vamos.

Hans Rebka había tomado su decisión. Mandel estaba a punto de ocultarse, y él quería abandonar el planeta antes de que tuviesen que depender del tenue resplandor de Amaranto. Estaba convencido de que Perry no le había dicho todo; de que el hombre tenía sus propios motivos para mantener a la gente alejada de Sismo. Pero, aunque Max Perry tuviese razón, Rebka no podía justificar el cierre del planeta. No existían suficientes evidencias de peligro para enviarlas al gobierno del Círculo Phemus. Todos los argumentos parecían indicar lo contrario. Era posible que los animales autóctonos tuviesen problemas para soportar la Marea Estival; pero ellos no contaban con los conocimientos y los recursos humanos. A juzgar por lo que Rebka veía, él mismo hubiese estado dispuesto a pasar allí la Marea Estival.

—Tenemos el deber de comunicar a la gente los riesgos que existen —continuó—. Pero no somos sus guardianes. Si ellos deciden venir aquí, conociendo los peligros, no deberíamos impedírselo.

Perry no parecía escucharlo. Miraba a su alrededor con el ceño fruncido, del cielo al suelo y de allí a las colmas distantes.

—Es imposible que esto ocurra, ¿sabe? —dijo. Su voz sonaba perpleja—. ¿Adonde está yendo?

—¿Adonde está yendo qué? —Rebka se encontraba listo para partir.

—La energía. Las fuerzas de las mareas bombean energía… de Mandel, Amaranto y Gargantúa. Y ni un ápice de ella se está liberando. Lo que significa que debe de haber una monstruosa acumulación interna…

Fue interrumpido por un destello de luz rojiza al oeste. Ambos hombres se volvieron hacia allí y vieron que entre ellos y la esfera poniente de Mandel había aparecido una línea oscura de fuentes que despedían fuego y se alzaban de las montañas distantes.

Segundos después llegó la onda sonora; aunque el temblor de tierra vino más tarde, los animales no esperaron. Ante el primer destello, avanzaron hacia el agua, moviéndose mucho más rápido de lo que Rebka había imaginado que pudiesen.

—¡Cuidado! ¡Comenzarán a volar las piedras! —Perry gritaba por encima de un rugido parecido a un trueno. Señaló las montañas—. Algunas de ellas están fundidas. Aquí somos un blanco fácil. Vamos.

Comenzó a correr hacia el Umbilical mientras Rebka vacilaba. La hilera de erupciones era curiosamente ordenada. La nube oscura irrumpía con precisión de cada tercer pico. Echó un rápido vistazo en el otro sentido —¿sería el agua un mejor refugio?— y luego siguió a Perry. El suelo comenzó a sacudirse, a oscilar de un lado a otro hasta que Rebka estuvo a punto de perder el equilibrio. Sintió que debía ir más despacio hasta que una masa de eyección ardiente, una roca semifundida del tamaño de un coche aéreo, voló por el aire y cayó siseando a veinte metros de él.

Perry ya estaba en la cápsula al pie del Umbilical y sostenía abierta la portilla de ingreso.

Rebka se introdujo por ella de cabeza, sacrificando la dignidad por la velocidad.

—Muy bien. Ya estoy. ¡Adelante!

Perry corrió escaleras arriba hasta la cabina de control y observación, y el coche comenzó a elevarse antes de que Rebka hubiese recobrado la calma. Pero, en lugar de asegurar la compuerta y seguir a Perry, regresó a la portilla de entrada y la dejó abierta unos centímetros para mirar el exterior.

Las rocas siseantes y la lava continuaban cayendo sobre la zona que acababan de dejar. Se veían fuegos donde la eyección incendiaba los arbustos y la tierra seca y, a intervalos, se escuchaban los golpes de fragmentos que chocaban contra el Umbilical. No causarían ningún daño, a menos que alguno entrara por la portilla abierta. Tendría tiempo suficiente para verlo venir y cerrar la puerta.

Los objetos más vulnerables eran los coches aéreos que se encontraban en fila al pie del Umbilical. Habían sido construidos por humanos y traídos desde Ópalo para uso local. Mientras Rebka miraba, un trozo de roca humeante se precipitó sobre uno de ellos. Cuando rebotó sin tocarlo, Rebka comprendió que los coches estaban bajo una cubierta transparente fabricada por los Constructores, que probablemente habría sido obtenida desarmando parte de la Estación Intermedia.

Rebka observó el horizonte. Desde la altura de doscientos o trescientos metros a la cual se encontraban, podía ver una buena extensión del aire oscurecido de Sismo. Toda la superficie, hasta los picos distantes, estaba cubierta de pequeños fuegos. El humo que se elevaba llevó un aroma acre y resinoso hasta su nariz. Abajo, el suelo brillaba por el calor, nublado por el polvo.

Era evidente que todo aquello provenía de la cadena de volcanes que se alzaba entre ellos y el rostro resplandeciente de Mandel, muy bajo sobre el oeste. De cada tercer pico se elevaba una columna oscura coronada por el humo. Pero la fuerza de la erupción ya estaba menguando. Las nubes de humo ya no eran disparadas con destellos rojos y anaranjados, y volaban menos rocas en dirección al coche. Los herbívoros habían desaparecido hacía mucho y presuntamente se habrían ocultado en las profundidades del lago. Ellos sabrían cuándo volver a salir.

Perry había dejado los controles y estaba agachado junto a Rebka. El coche había dejado de subir por el Umbilical.

—Muy bien. —Rebka se dispuso a cerrar la portilla—. Estoy persuadido. No quiero ser responsable por permitir que la gente venga aquí durante la Marea Estival. Regresemos a Ópalo.

Pero Perry mantenía la puerta abierta y meneaba la cabeza.

—Quisiera volver a bajar.

—¿Por qué? ¿Quiere resultar muerto?

—Por supuesto que no. Me gustaría echar un vistazo a lo que ocurre y comprenderlo.

—Sismo se aproxima a la Marea Estival, comandante. Eso es lo que ocurre. Las erupciones volcánicas y los terremotos están comenzando, tal como usted dijo que ocurriría.

—No. —Perry parecía más contemplativo que alarmado—. Hay algo misterioso aquí. Recuerde que he venido antes a Sismo durante esta época del año, muchas veces. Lo que acabamos de ver no es nada; sólo unos pocos fuegos artificiales. Debimos haber encontrado más actividad, muchísima más. La superficie se hallaba en calma cuando llegamos; debía haberse estado sacudiendo sin parar. Aunque las erupciones parecían impresionantes, los temblores de tierra no eran nada. Ya vio lo rápido que cesaron. —Señaló al exterior—. Mírelo ahora. Ya todo se está calmando otra vez.

—Yo no soy ningún geólogo planetario, pero es justo lo que uno podría esperar. —Rebka no lograba comprender lo que pasaba por la cabeza de Perry. ¿Quería que la gente viniese durante la Marea Estival o no? Ahora que había buenos argumentos en contra de ello, Perry parecía estar cambiando de idea—. La tensión aumenta y es liberada. Las fuerzas internas se intensifican durante algún tiempo, hasta que alcanzan un punto crítico y comienzan a ceder. Hay períodos de calma y períodos de violencia.

—No aquí. —Perry cerró por fin la portilla—. No durante la Marea Estival. Piénselo, capitán. Esto no es un vulcanismo planetario normal. Ópalo y Sismo giran uno alrededor del otro cada ocho horas. Las mareas de Mandel y Amaranto actúan con fuerza sobre ellos en cada vuelta. Si en una Marea Estival normal esas fuerzas son enormes, la Gran Conjunción las vuelve aún más grandes…, cientos de veces más poderosas que durante el resto del año.

Se sentó en la bodega de carga inferior y miró la pared. Después de unos momentos, Rebka subió a la cabina de controles y recomenzó el ascenso por su cuenta. Cuando volvió a bajar, Perry no se había movido.

—Vamos, deje de preocuparse. Yo le creo. Las fuerzas de las mareas son poderosas. Pero eso es tan cierto para Ópalo como para Sismo.

—Es verdad. —Perry reaccionó y al fin se puso de pie—. No obstante, los efectos están mitigados en Ópalo. La superficie del océano se modifica libremente y cada cuatro horas alcanza nuevas mareas altas y bajas. Cualquier cambio del lecho marino, maremotos y erupciones, se mitiga mediante la profundidad del agua encima de él. Pero los terremotos de Sismo no tienen océanos que reduzcan sus efectos. En esta época del año, Sismo debería estar activo todo el tiempo. Y no es así. ¿Adonde va entonces toda esa energía?

Perry volvió a dejarse caer en su asiento y permaneció allí, con el ceño fruncido mirando la nada.

Rebka sintió un extraño desagrado mientras la velocidad ascendente del coche se incrementaba y comenzaba el suave silbido del viaje a través de la atmósfera de Sismo. Había visto el planeta con sus propios ojos. El lugar parecía ser tan peligroso como decía Perry y, sin embargo, el mismo Perry no le temía en absoluto. Quería regresar allí… ¡mientras todavía continuaba la erupción!

Rebka llegó a una conclusión. Si quería comprender a Perry, necesitaba más datos. Se sentó frente a él.

—Muy bien, comandante Perry. Así que no se ve tal como usted había esperado. Yo no puedo juzgar eso. Entonces dígame: ¿cómo suele verse Sismo durante esta época del año?

Esa era exactamente la pregunta que no debía formular. La expresión concentrada de Perry se desvaneció, y en su rostro apareció una tristeza indefinible. Rebka permaneció sentado aguardando una respuesta, hasta que un par de minutos después comprendió que no la recibiría. En lugar de sacar a Perry de su arrobamiento, la pregunta lo había sumido más profundamente en él. El hombre se encontraba muy lejos, sumergido en sus recuerdos desdichados.

¿Recuerdos de qué? Tal vez de Sismo durante la Marea Estival.

Rebka no volvió a hablar. En lugar de ello se hizo un juramento. Miró hacia el punto distante que era la Estación Intermedia y admitió una desagradable verdad. Él no había querido este trabajo, una tarea de niñera que había interrumpido el proyecto más fascinante de su vida. Como había detestado que lo alejasen de Paradoja, detestaba ahora haber sido asignado a Dobelle, detestaba a Max Perry y detestaba tener que preocuparse por la carrera interrumpida de un burócrata sin importancia.

Pero su orgullo no le permitiría abandonar el trabajo hasta saber con certeza qué era lo que había destruido a ese hombre. Porque Perry estaba destruido, aunque no se notara en la superficie.

Una cosa estaba clara. Lo que fuese que había destruido a Perry residía en Sismo, cerca de la Marea Estival.

Lo cual significaba que él mismo tendría que regresar a un lugar y una época en la cual todas las evidencias demostraban que los humanos no podían sobrevivir.


ARTEFACTO: UMBILICAL

UAC #:269

Coordenadas galácticas: 26.837,186 / 17.428,947 / 363,554

Nombre: Umbilical

Asociación estrella/planeta: Mandel/Dobelle (doblete)

Nodo de Acceso Bose: 513

Antigüedad estimada: 4,037 ±0,15 Megaaños


Historia de su exploración: Descubierto mediante observación sensora a distancia durante el vuelo de inspección sin tripulantes efectuado sobre Mandel en E.1446. Primera exploración directa efectuada en un vuelo tripulado en E.1513 (Dobelle y Hinchcliffe). Primera visita de nave colonizadora en E.1668 (Wu y Tanaka). Primera vez en ser utilizado por pobladores de Dobelle en E. 1742. Empleado de forma habitual como sistema operante desde E. 1778.


Descripción física: El Umbilical conforma un sistema de transporte que une a los planetas gemelos del sistema Dobelle, Ópalo (originalmente, Ehrenknechter) y Sismo (originalmente, Castelnuovo). Con doce mil kilómetros de largo y entre cuarenta y sesenta de ancho, el Umbilical forma un cilindro unido de forma permanente a Ópalo (ligadura con el lecho del mar), y conectado de forma electromagnética a Sismo. El acoplamiento con Sismo se interrumpe cuando la órbita altamente excéntrica del sistema Dobelle alcanza su punto más próximo con la estrella primaria Mandel. Este punto más próximo ocurre cada 1,43 años estándar.

Las variaciones en la longitud del Umbilical se obtienen mediante «el Montacargas», empleando una peculiaridad local de espacio y tiempo (estimada como un artefacto), que permite que el Umbilical se adapte automáticamente a las variaciones de separación entre Ópalo y Sismo. El Montacargas también lleva a cabo una remoción automática del Umbilical de la superficie de Sismo durante las mareas máximas en Mandel («Marea Estival»). Las técnicas de control que ejecutan las operaciones han sido comprendidas, pero no ha sido determinada la señal disparadora (como señal de tiempo, de fuerzas o alguna otra). La Estación Intermedia (a 9.781 kilómetros de la masa central de Ópalo, a 12.918 kilómetros de la masa central de Sismo) permite que las cargas útiles entren en el Umbilical o sean lanzadas al espacio.


Nota: El Umbilical es uno de los más simples y comprensibles de todos los artefactos de los Constructores. Es por ello que despierta un interés menor en casi todos los estudiosos de su tecnología. Sin embargo, también oculta su propio misterio, ya que a pesar de su simpleza es una de las proezas más recientes de los Constructores (menos de cinco millones de años). Algunos arqueo-analistas han conjeturado que este hecho indica el comienzo de una declinación en la sociedad de los Constructores, culminando con el derrumbe de su civilización hasta su desaparición de la escena galáctica hace más de tres millones de años.


Naturaleza física: Cables de sostén hechos de hidrógeno sólido, libres de defectos, con empalmes de muón estabilizado. Los tensores de los cables rivalizan con otros empleados por los humanos y cecropianos, pero no los superan.

La propulsión de los coches se realiza por medio de motores sincrónicos lineales, con trenes de potencia convencionales. La técnica para la fijación entre los cables y los coches no es clara, pero tiene relación con el sistema de retículos en el espacio abierto postrado por Capullo (véase Capullo, Registro 1).

La naturaleza del Montacargas también es debatida, pero probablemente se trate de un artefacto de los Constructores, en lugar de ser una peculiaridad natural del sistema Dobelle.


Objetivo propuesto: Sistema de transporte. Hasta la arribada de los humanos, este sistema había permanecido inutilizado durante al menos tres millones de años. Actualmente se encuentra en funcionamiento. No existe ningún indicio de aplicaciones anteriores.


Del Catálogo Universal de Artefactos Lang, cuarta edición.

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