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¿Qué pecados debe cometer un hombre, y en cuántas vidas pasadas, para nacer en Teufel?

Para un niño de siete años, las tareas con el agua eran precisas e implacables.

Ponerse el traje, revisar el tanque de aire, cerrar el casco, caminar hasta la esclusa. Advertencia: la apertura se lleva a cabo cuando amaina el viento de superficie, cinco minutos y medio antes de las primeras luces, cuando los depredadores de la noche se retiran a sus cuevas. Debes estar allí a tiempo o, como castigo, te quedarás un día sin comer.

Afuera. Vacía los desperdicios de ayer (tiempo asignado, 24 segundos); sube los veinticuatro peldaños de piedra hasta el arroyo de aguas puras que corre por el despeñadero (33 segundos); lava los recipientes de plástico (44 segundos); enjuaga los filtros (90 segundos); llena los botes de agua (75 segundos); desciende (32 segundos); vuelve a entrar por la esclusa y ejecuta la secuencia de cierre (25 segundos).

Margen de error: siete segundos. Si te retrasas en la escalera o permaneces con la esclusa abierta, eres azotado por el Remouleur: el Pulverizador, el terrible viento que sopla sobre Teufel al alba. Y entonces estás perdido.

Rebka lo sabía. Y de pronto comprendió que se había retrasado. Apenas si podía creerlo. Por lo general, cuando llegaba su turno para ocuparse del agua, descendía por el despeñadero antes de tiempo, siendo el único con la confianza suficiente como para detenerse unos segundos en la esclusa abierta y observar el desolado paisaje de Teufel, con su excéntrica y espigada vegetación, antes de que comenzara a cerrarse.

Aún estaba demasiado oscuro para ver el estrato del despeñadero, pero él sabía que era de un color púrpura combinado con gris y rojos descoloridos. Sobre el canon, la franja de cielo ya mostraba los signos del inminente amanecer. Podía observar cómo las estrellas comenzaban a desvanecerse y las nubes altas iban cambiando del negro al gris rosado. El panorama era de una belleza indescriptible. Le emocionaba.

Pero hoy no. En el arroyo, el chorro de agua era mas débil, y los botes se negaban a llenarse al ritmo habitual Ya había perdido casi cinco minutos. Todavía estaba en el peldaño superior, y el cristal del casco que cubría su rostro comenzaba a empañarse. Tenía que partir, con los recipientes a medio llenar. Ahora mismo.

El tiempo adjudicado para el descenso es de 32 segundos; vuelta a entrar por la esclusa y secuencia de cierre, 25 segundos. Bajó la escalera cegado y rápido, corriendo el nesgo de caer El conocía por experiencia las posibilidades. Si el Remouleur soplaba cuando estaba en los escalones superiores, sería arrastrado por el cañón como una hoja seca y nadie volvería a verlo. Eso le había ocurrido a Rosamunde. A mitad de camino, el viento era menos fuerte, pero hacia que sus víctimas cayesen por el cañón y se estrellasen contra los respiraderos de roca. De allí habían recobrado el cuerpo de Joshua; lo que quedaba de él cuando hubieron acabado los depredadores del día. Si casi había llegado, digamos a los últimos tres o cuatro peldaños, el viento no lo arrastraría por completo. Pero todavía podría arrancarle el casco, hacer que se soltase por más fuerte que estuviese aferrado a las rocas y empujarlo hacia las aguas ponzoñosas e hirvientes de la caldera que se agitaba y bullía bajo el arroyo. Lee había flotado allí durante nueve horas antes de que pudiesen sacarla. Parte de ella se había perdido para ante. Y enmarcado por el agua, con la boca abierta y jadeante por el esfuerzo, había un rostro polvoriento y mojado. Era Darya Lang.

Cuando comprendió lo que había hecho, Darya estuvo a punto de sentarse y comenzar a llorar otra vez.

En cuanto despertó había salido para inspeccionar el generador de señales. Cuando en medio del polvo vio una figura acurrucada sobre el montón de piedras, su primera reacción fue de puro placer. ¡Eso le serviría de lección a Atvar H’sial! La cecropiana no volvería a hacer algo semejante: abandonar a alguien sin mostrar ninguna sensibilidad, para que viviese o muriese, sin siquiera decirle por qué.

Al acercarse, Darya comprendió que no se trataba de una cecropiana. Era un ser humano…, un hombre… ¡Por Dios, era Hans Rekra.

Darya gritó y corrió hacia delante. El polvo de Sismo era tan mortal para él como lo hubiese sido para ella. Si estaba muerto, nunca se perdonaría a sí misma.

—Hans. Oh, Hans, lo siento…

Él estaba desmayado y no la escuchaba. Pero era inconsciencia, no muerte. Darya encontró las fuerzas para alzarlo sobre su hombro —pesaba menos que ella— y llevarlo a través de la cascada. Y, mientras lo tendía con suavidad sobre la roca, sus ojos se abrieron. Esa mirada confundida que le dirigió fue la expresión humana que más satisfacción le causó en su vida. Durante veinte minutos tuvo el placer de atenderlo, observándolo maldecir, escupir polvo y expulsarlo por la nariz. Se deleitaba sólo con saber que estaba vivo. Y antes de que Darya pudiese creer que estaba en condiciones de funcionar, él se encontraba de pie y la obligaba a volver a la superficie.

—No estás a salvo aquí, aunque creas lo contrario. —Su mano y su brazo todavía se retorcían por el dolor que había causado en sus nervios el enrollador neural—. Unas horas más, y es posible que la cascada esté hirviendo. Se aproxima la Marea Estival, Darya, y sólo hay un camino para ponerse a salvo. Vamos.

Él la condujo rápidamente por la superficie árida. Al llegar al coche, realizó una breve inspección. Un par de minutos después, negó con la cabeza y se sentó en cuclillas.

—No importa adonde haya ido Atvar H’sial, ni tampoco si regresará. No llegaremos lejos en esto. —Se inclinó bajo el coche para frotar la mano sobre las unidades de admisión—. Míralo tú misma.

La tormenta de polvo estaba amainando, pero el interior de los respiraderos seguía obstruido. Peor que eso, cuando Rebka les sacudió el polvo, el revestimiento apareció brillante y erosionado.

—Eso fue por volar hasta aquí y aterrizar. —Volvió a colocar la rejilla en su lugar—. Supongo que podremos realizar un viaje más sin una reparación general, pero luego no intentaría ninguna otra cosa. Y no podemos arriesgarnos a volar en otra tormenta de polvo. Si nos topamos con una, tendremos que elevarnos y calcular el momento para bajar. Suponiendo que no nos quedemos sin potencia ni nos encontremos con un viento de frente. De otro modo, estaremos perdidos.

—¿Pero qué hay de las gemelas Carmel? Se supone que debes estar buscándolas.

Darya permaneció agachada junto a los orificios de entrada del coche. Ya le había explicado a Rebka por qué había colocado la trampa y cómo Atvar H’sial la había abandonado. Él pareció aceptar lo que decía, sin hacer demasiado caso, como si se tratara de un detalle sin importancia. Pero ella tenía problemas para mirarle a los ojos.

Darya sabía por qué. La trampa había sido algo más que un deseo de protegerse cuando Atvar H’sial regresara. Estaba buscando venganza por lo que le había hecho la cecropiana. Y entonces su misil se había desviado hiriendo a la persona equivocada.

—No podemos hacer nada para ayudar a las gemelas —respondió Rebka—. Esperemos que Graves y Perry hayan tenido más suerte que yo. Quizás ellos las encuentren; tal vez puedan utilizar la nave espacial que visteis tú y J’merlia. Aunque lo dudo, si es quien creo que es.

—¿Louis Nenda?

Él asintió con la cabeza y se volvió. Tenía sus propios motivos para querer parecer tranquilo e indiferente. Primero, había caído tan fácilmente en la trampa de Darya Lang que se sentía desalentado. Se suponía que él era el inteligente y cauteloso, pero se había vuelto emotivo e improvisador. Cinco años atrás, lo hubiese probado todo en busca de trampas. Y en ésta había caído como un bebé.

Segundo, a lo largo de los años había descubierto que los sueños sobre su niñez en Teufel eran un indicador muy útil. Eran su propio inconsciente, tratando de decirle algo importante. Sólo experimentaba aquellos sueños cuando atravesaba desesperados problemas, y siempre cuando no sabía cuáles podían ser aquellos problemas.

Tercero —y tal vez la causa principal de las otras dos preocupaciones—, Sismo había cambiado desde que aterrizó frente al generador de señales. Superficialmente el cambio era para bien. Los vientos habían amainado, la arena que volaba había quedado reducida a una irritante capa de medio centímetro que lo cubría todo y hasta el gruñido constante de la actividad volcánica había desaparecido.

Pero eso era imposible. Faltaban menos de cuarenta horas para la Marea Estival. Amaranto estaba directamente sobre sus cabezas, como un enorme ojo inyectado de sangre que miraba desde el cielo en un ángulo de cinco grados. Mandel, hacia el oeste, tenía la mitad de tamaño, y Gargantúa resultaba lo bastante brillante para ser visto en el mediodía de Mandel. La energía de las mareas que afectaba el interior de Sismo y de Ópalo era prodigiosa, suficiente para producir severas distorsiones planetarias.

¿Y dónde estaban entonces?

Aunque la energía debía ser conservada, incluso en Sismo, podía estar adoptando otra forma. ¿Estaría siendo acumulada por algún proceso físico desconocido en las profundidades del planeta?

—Creo que podríamos permanecer aquí y resistir —decía Darya Lang, mirando a su alrededor—. Hacía mucho que no estaba tan tranquilo. Si no se vuelve mucho peor que antes…

—No. Se pondrá peor.

—¿Cuánto?

—No estoy seguro.

Eso era una subestimación de la realidad. Él no tenía idea de cuánto empeoraría; no importaba. Debemos salir de Sismo, decía una voz suave en su cabeza, o moriremos. Se alegraba de que Darya no pudiese escuchar esa voz, pero él había aprendido a no ignorarla jamás.

—Tenemos que partir —agregó—. En este instante, si estás lista.

—¿Para ir adonde?

—Al Umbilical y luego a la Estación Intermedia. Allí estaremos a salvo. Pero no podemos aguardar demasiado. El Umbilical está programado para elevarse de la superficie antes de la Marea Estival.

Ella subió al coche y consultó el cronómetro.

—Se eleva doce horas antes de la Marea Estival Máxima. Todavía faltan veintisiete horas. Podemos llegar allí en un día de Dobelle. Tenemos suficiente tiempo.

Rebka cerró la puerta del coche.

—Me agrada tener suficiente tiempo. Vamos.

—Está bien. —Darya le sonrió—. Tú has visto más de Sismo que yo. ¿Qué crees que ocurrirá aquí durante la Marea Estival?

Rebka inspiró profundamente. Aunque ella trataba de ser amable con él, se notaba que suponía que estaba tenso e intentaba calmarlo. Y lo peor era que tenía razón. Estaba demasiado tenso. No podía explicárselo…, salvo por el hecho de que había sido engañado una vez en Sismo, al suponer que algo era inofensivo cuando no lo era. No quería que volviese a ocurrirle. Cada nervio de su cuerpo le exhortaba a alejarse de Sismo, pronto.

—Darya, me encantaría intercambiar impresiones sobre la Marea Estival. —No estaba molesto porque lo había atrapado, se dijo; estaba impresionado—. Preferiría hacerlo cuando estemos en el Umbilical, encaminados hacia la Estación Intermedia. Puedes pensar que soy un cobarde, pero este lugar me asusta. Así que si te apartas un poco y me permites sentarme frente a esos controles…

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