Un silencio de noventa y siete años estaba finalizando.
Durante casi un siglo, el interior de la nave no había escuchado una voz humana ni sentido pisadas. El vehículo avanzaba con un susurro entre las estrellas, y sus pasajeros se aproximaban a la nada absoluta en un sueño parecido a la muerte. Una vez al año sus cuerpos se entibiaban a las temperaturas del nitrógeno líquido, mientras el banco de datos central de la nave les transmitía experiencias compartidas: recuerdos de cien años de viaje interestelar, para cuerpos que envejecerían menos de un día.
Al encontrarse en las últimas semanas de desaceleración, era tiempo de comenzar con la operación de despertar. Cuando se alcanzara el lugar de destino, podrían ser necesarias decisiones que excediesen el criterio de la máquina… Concepto que para el ordenador principal de la nave, el primero de su clase equipado con los circuitos emocionales Karlan, era a la vez insultante e improbable.
Primero se inició el calentamiento. Los sensores internos recogieron el regreso de los latidos cardíacos, el suspiro inicial y el murmullo de los pulmones en funcionamiento. Se despertaría en primer lugar a la tripulación de emergencia, de dos en dos; sólo mediante su aprobación comenzarían a emerger los demás.
La primera pareja recuperó la conciencia con una pregunta grabada en la mente: ¿Habían llegado… o se habían pasado de la meta?
El ordenador había sido programado para despertarlos por sólo tres motivos. Serían molestados si la nave finalmente se acercaba a su destino, Lacoste-32B, una estrella enana G-2 que se encontraba a tres años luz del faro estelar rosado que era Aldebarán. Se les despertaría si dentro del elipsoide de medio kilómetro de la nave se suscitaba algún problema, un desastre demasiado grande para que el ordenador lo manejase sin intervención humana.
También serían sacados de la hibernación si se había hecho realidad uno de los sueños más antiguos de la humanidad en lo que se refería a viajes espaciales:
T/I-Transferencia Inmediata, Transición Interestelar, Travesía Instantánea, el sistema de transporte superluminal que acabaría con la exploración palmo a palmo.
Durante más de mil años las naves de exploración y colonizadoras se habían desplazado lentamente, ampliando el campo de influencia de la Tierra. El milenio había producido cuarenta colonias esparcidas en una esfera cuyo diámetro era de setenta años luz. Pero cada centímetro de esa esfera había sido recorrido a menos de un quinto de la velocidad de la luz. Y cada colonia, por más pequeña y aislada que estuviese, tenía un programa de investigaciones que buscaba el transporte superluminal…
Los dos primeros en ser despertados fueron un hombre y una mujer. Lucharon contra la lasitud de un siglo, estudiaron los tableros internos del ordenador y compartieron una sensación de alivio. No había habido ningún desastre a bordo. En el centro de mensajes no había ningún registro urgente, ninguna novedad de importancia. No habría ningún grupo de viajeros superluminales aguardando en Lacoste para recibir a los colonizadores tardíos.
Frente a la nave, la estrella a la cual se dirigían ya era visible como un disco. Hacía mucho tiempo que las alteraciones gravitatorias del astro habían pronosticado la presencia de al menos dos planetas gigantescos en su órbita. Ahora su existencia podía ser confirmada por observación directa, junto con cinco cuerpos más pequeños y más cercanos al primero.
La mujer se recuperaba más rápido que el hombre. Fue ella la primera en abandonar la unidad de hibernación Schindler. Se detuvo con las piernas temblorosas en el campo de una décima de g y observó los monitores externos. Tras emitir un sonido bajo, un gruñido de satisfacción, intentó aclararse la garganta.
—¡Lo hemos logrado! Allí está.
Y allí estaba. Como un disco de oro fundido, Lacoste lucía en el centro exacto de la pantalla delantera. Dos minutos después el hombre se acercó a ella limpiándose el gel protector que cubría su rostro. Tocó su brazo en señal de congratulación, alivio y amor. Eran compañeros de vida.
—Es hora de despertar a los demás.
—Espera un poco —replicó ella—. Recuerda lo de Kapteyn. Debemos cerciorarnos de que tenemos algo aquí.
El ejemplo de la estrella Kapteyn estaba grabado en la memoria de cada explorador: ocho planetas, todos supuestamente con un maravilloso potencial pero, al inspeccionarlos de cerca, inservibles para la vida humana o para suministros. La primera nave colonizadora que llegó a Kapteyn había estado demasiado agotada para seguir su viaje en busca de otra meta.
—Sólo nos encontramos a dos días luz —continuó ella—. Podemos comenzar con las comprobaciones. Averigüemos si existe oxígeno en las atmósferas antes de despertar a alguien más.
El ordenador de a bordo recibió su orden y respondió a ella.
«Un planeta con oxígeno», dijo su voz suave. «Probabilidad de vida, 0.92.» El campo de visión se acercó rápidamente a Lacoste y ésta creció en tamaño hasta desaparecer de la parte superior de la pantalla, mientras un nuevo astro aparecía en el centro y crecía hasta ocuparla por completo.
«Cuarto planeta», continuó el ordenador. «Valor de isomorfismo terrestre, 0.86. Distancia promedio, 1.22; temperatura promedio, 0.89 a 1.04; inclinación axial…»
—¿Qué diablos es eso?
El ordenador se detuvo. La pregunta del hombre no tenía ningún sentido.
En el centro de la pantalla había un planeta, una esfera azul grisácea donde ya se veían las bandas y remolinos de la circulación atmosférica. Pero también mostraba una red de líneas difusas y espirales brillantes que rodeaban al planeta y lo cobijaban en múltiples hebras de luz.
—Alguien se nos ha adelantado… —La voz de la mujer se apagó antes de que la oración fuese completada.
El sistema informativo entre los planetas deshabitados operaba continuamente. Aunque estaba limitado por la velocidad de la luz, ella no podía creer de ningún modo que alguna nave de exploración hubiese sido enviada a Lacoste sin su conocimiento. Y si otra nave había llegado allí, la dimensión de lo que estaban viendo excedía cualquier cosa que una colonia de exploración pudiese realizar en unos cuantos años.
O en unos cuantos siglos.
—Vista panorámica.
El ordenador escuchó sus palabras y ajustó la imagen. El planeta se contrajo al tamaño de un guisante, una cuenta luminosa en el centro de la pantalla. El nimbo de construcción espacial quedó a la vista, un engaste nacarado dentro del cual el planeta descansaba como una perla en una ostra. Los delicados zarcillos de construcción se extendían infinitamente, más y más delgados, hasta que los sensores de observación ya no alcanzaban a detectarlos.
—No pertenecen a nuestra especie, Támara —dijo el hombre con suavidad —. Ésos no somos nosotros.
Ninguna obra humana, ni siquiera las ciudades en anillo que rodeaban la misma Tierra, se aproximaba a esto en tamaño y complejidad. Algunos de los filamentos en espiral que circundaban el planeta debían tener más de cuatrocientos mil kilómetros de largo y muchos de ancho. Debían de haber sido inestables ante las fuerzas gravitatorias del planeta, los cambios de las mareas y sus propias interacciones. Sin embargo, evidentemente no lo eran.
—Es hora de despertar a los demás —anunció Támara.
—¿Y entonces?
—Entonces… —Támara suspiró—. Entonces no sé. Por fin lo hemos logrado, Damon. Hemos encontrado otra especie inteligente. Y tecnológicamente avanzada, además. Pero, si fueron capaces de construir eso… —señaló la deslumbrante estructura en la pantalla, y su voz se tornó ronca—, ¿por qué no nos encontraron ellos a nosotros? Bueno, supongo que conoceremos la respuesta dentro de pocos días.
Tres semanas después, las pinazas de la nave recorrían las venas y arterias del artefacto espacial. Durante quince días la nave principal se había cernido a una distancia de cinco millones de kilómetros, esperando que el planeta estableciese contacto en respuesta a sus señales de láser y de radio. Al ser recibidos por el más completo silencio, finalmente se habían acercado para comenzar con la exploración directa.
Los confusos filamentos de la pantalla resultaron ser la trama de un artefacto colosal. Se extendían hasta la superficie del planeta, un mundo deshabitado y aparentemente apropiado para la colonización humana; pero los zarcillos también se extendían hacia el espacio exterior con propósitos imposibles de adivinar.
Y resultaba imposible averiguar aquellos propósitos interrogando a sus creadores. Al igual que el planeta, el artefacto estaba deshabitado.
Támara y Damon Savalle viajaron en su pinaza a lo largo de uno de los filamentos, un tubo hecho en metal y polímero, de tres kilómetros de ancho y cincuenta mil de largo. Las máquinas de mantenimiento se desplazaban por el interior, con movimientos tan lentos que su avance era apenas perceptible. Las máquinas ignoraron por completo a la pequeña pinaza.
Támara, que se encontraba ante el tablero de comunicaciones, en contacto con la nave principal, dijo:
—Confirman nuestros análisis de corrosión meteorítica. Su antigüedad es de al menos diez millones de años, y ha estado deshabitado durante más de tres. Y no veo ningún motivo para sonreír.
—Lo siento. —Damon no estaba mirando—. Estaba pensando en la antigua paradoja de antes de la Expansión. Si existen seres diferentes, ¿dónde están? Hace veinte días creíamos tener la respuesta: no los había. Ahora volvemos a formularnos las preguntas. ¿Dónde están, Tammy? ¿Quién construyó todo esto? ¿Y dónde están los Constructores?
Ella se encogió de hombros. La pregunta de Damon permanecería sin responder durante más de tres mil años.
Pero mientras ellos observaban y se maravillaban con lo que veían, en la nave principal se estaba recibiendo una señal débil de una pequeña y pujante colonia establecida en Eta Casiopea. Hablaba de una nueva y fascinante teoría relacionada con la mecánica estadística de Bose-Einstein, junto con la sugerencia de un complejo experimento espacial que excedía largamente los limitados recursos de la pequeña colonia.
Pero en Lacoste todo el mundo tenía la atención puesta en los Constructores, y nadie reparó en el nuevo mensaje.
Sin embargo, los Constructores habían partido hacía mucho, y el viaje a velocidad superior a la luz estaba en camino.
ARTEFACTO: CAPULLO
UAC#: 7
Coordenadas galácticas: 26.223,489 / 14.599,029 / +112,58
Nombre: Capullo
Asociación estrella/planeta: Lacoste/Savalle
Nodo de Acceso Bose: 99
Antigüedad estimada: 10,464 ± 0,41 Megaaños
Historia de su exploración: Capullo conserva un lugar especial en la historia humana por ser el primer artefacto descubierto por sus exploradores, así como Cuerno (véase Registro 300) fue el primero en ser descubierto por la especie Cecropian. Capullo fue descubierto en E. 1086 por una primitiva nave colonizadora que buscaba planetas habitables en el sistema Lacoste.
Descripción física: La forma de Capullo es un desarrollo tridimensional de las conocidas ciudades en anillo encontradas alrededor de muchos mundos deshabitados. Sin embargo, excede al modelo plano ecuatorial, tanto en su extensión como en sus supuestas funciones. Este artefacto emplea cuarenta y ocho Troncos Básales que conectan a Capullo con la superficie ecuatorial del planeta, extendiéndose hasta la estructura continua en anillo a una altura estacionaria. Cuatrocientos treinta y dos mil filamentos se extienden a quinientos mil kilómetros del planeta. No hay dos filamentos que sean idénticos, pero las dimensiones típicas de los tubos cilíndricos huecos varían de dos a cuatro kilómetros de radio externo. Vista desde diversas posiciones, la superficie de Savalle se encuentra completamente oscurecida por Capullo.
En el interior de Capullo, los corredores se encuentran extensamente patrullados por Fagias (véase Registro 1.067). Los exploradores deben vigilar continuamente para advertir su presencia.
Naturaleza física: La construcción de Capullo emplea los habituales polímeros de gran resistencia utilizados en casi todos los artefactos de los Constructores. Aunque la investigación de fósiles muestra claramente que hasta hace doce millones de años ocurrían mareas producidas por dos satélites, la ausencia de un segundo satélite natural en Savalle sugiere que una de las lunas fue la fuente principal de materiales en la construcción de Capullo.
Los filamentos de Capullo se mantienen en una posición estable por medio de la gravedad, estructuras giratorias de referencia y la presión de la radiación estelar. No se necesita ninguna ciencia desconocida para explicar esa estabilidad, aunque el diseño del sistema requeriría la solución de importantes problemas de optimización discreta que superan a los mejores ordenadores disponibles entre las Especies. Elefante (véase Registro 859) fue aplicado al problema y alcanzó una solución restringida (que se llamó Problema Capullo Restricto) en un tiempo de cálculo de cuatro años oficiales.
Objetivo propuesto: Existen pocos secretos con relación a Capullo, si exceptuamos la necesidad de un sistema tan colosal. Los Troncos Básales permiten que los materiales lleguen y abandonen la superficie planetaria de Savalle con un coste ínfimo; los Filamentos Exteriores posibilitan que las naves de carga se trasladen a cualquier punto del sistema estelar Lacoste, utilizando el principio del momento angular. La capacidad de Capullo es enorme: en principio, un cincuenta milésimo de la masa de Savalle podría ser transferido al espacio cada año, lo suficiente para retardar considerablemente la velocidad de rotación planetaria y modificar en dos segundos la duración del día en Savalle.