10 Marea estival menos dieciocho

—Entre —dijo Darya Lang de forma automática cuando escuchó unos golpes vacilantes sobre la puerta. Vio cómo se abría de par en par—. Entre —repitió. Entonces notó que el visitante ya estaba adentro, al menos parcialmente. Apenas a cuarenta centímetros del suelo, una cabeza negra rodeada de ojos brillantes espiaba hacia el interior.

—Ella no le entiende nada —explicó una voz ronca—. Sólo conoce unas pocas órdenes en el idioma humano. Entra allí.

Un hombre moreno, regordete y con el ceño fruncido, traspuso la puerta empujando a un ser diminuto. Una cuerda gruesa rodeaba el tórax de la hymenopt y estaba conectada a un bastón negro en la mano del hombre.

—Soy Louis Nenda. Ésta —agregó con un tirón del bastón— es Kallik. Me pertenece.

—Hola. Yo soy Darya Lang.

—Lo sé. Tenemos que hablar.

Él era peor aún. Darya comenzaba a impacientarse con los modales de la gente del Círculo Phemus. Pero era contagioso.

—Puede que usted tenga que hablar. Yo no, se lo aseguro. ¿Así que por qué no se va ahora mismo?

Inesperadamente, él sonrió.

—Espere y verá. ¿Dónde podemos hablar?

—Aquí mismo. Pero no veo por qué habríamos de hacerlo.

Él sacudió la cabeza y apuntó el pulgar hacia J’merlia. El lo’tfiano se había recuperado lo suficiente para abandonar el arnés de apoyo, pero todavía prefería permanecer allí donde podía elevarse para dormir a ratos.

—¿Qué hay de ese insecto?

—Está bien. —Darya se inclinó para mirar la membrana ocular—. Sólo descansa. No será un problema.

—No me importa lo que esté haciendo. No puedo decirle lo que quiero frente a ese bicho.

—Entonces creo que tampoco quiero escucharlo. J’merlia no es un bicho. Es un lo’tfiano y es tan racional como usted.

—Lo cual no me impresiona demasiado. —Nenda volvió a sonreír—. Hay gente que dice que estoy tan loco como un varniano. Vamos, hablemos.

—¿Puede darme una razón por la cual deba aceptar?

—Claro que sí. Puedo darle mil doscientas treinta y siete razones.

—¿Se refiere a los artefactos de los Constructores? —preguntó Darya, mirándole con fijeza—. Sólo se han descubierto mil doscientos treinta y siete de ellos.

—He dicho razones. Y apuesto a que ambos podremos encontrar una buena razón que no sea un artefacto para hablar.

—No sé a qué se refiere. —Pero Darya pudo sentir que, como de costumbre, su rostro la traicionaba.

—Kallik, quieta. —Louis Nenda agregó varios silbidos y gruñidos a las palabras. Luego, se volvió hacia Darya—. ¿Habla algo de hymenopt? Supongo que no. Le he dicho que vaya hasta allí y vigile al bicho. Salgamos. Ella saldrá a buscarnos si se despierta y la necesita.

Nenda soltó el bastón del collar y abandonó la habitación para luego continuar hasta el exterior del edificio. Ni siquiera se volvió para comprobar si ella le seguía.

¿Qué sabía él? ¿Qué podía saber? La lógica indicaba que nada. Pero Darya se encontró siguiéndolo por la superficie empapada de la Eslinga.

La Central Meteorológica de Estrellado pronosticaba otra tormenta de importancia en las próximas horas, pero por el momento los vientos se habían calmado y sólo había algunas ráfagas cálidas y húmedas. Mandel y Amaranto estaban juntos en el cielo, unas borrosas manchas brillantes sobre la capa de nubes. Amaranto crecía rápidamente. Las plantas verdes tenían un borde cobrizo, y hacia el este, el cielo mostraba un vestigio de ocre. Louis Nenda avanzó con confianza entre los matorrales. A él no le preocupaban las tortugas gigantes, pensó Darya. De todos modos, para entonces ya debían encontrarse a salvo en el mar, listas para pasar la Marea Estival.

—Ya nos hemos alejado lo suficiente —le dijo—. Dígame lo que quiere.

El se volvió y regresó hasta ella.

—Muy bien, lo haré. Sólo que no quiero público de más. Y supongo que usted tampoco.

—A mí no me importa. No tengo nada que ocultar.

—¿De veras? —Él sonreía media cabeza más abajo—. Qué curioso. Pensaba que tal vez sí. Usted es Darya Lang, la experta de la Cuarta Alianza en la tecnología e historia de los Constructores.

—No soy una experta, pero estoy muy interesada en los Constructores. Eso no es ningún secreto.

—Es cierto. Y es lo suficientemente famosa para que los especialistas en Constructores de la Comunidad Zardalu conozcan todo su trabajo y el catálogo Lang. ¿No es verdad que la invitan a conferencias y reuniones sin cesar? En doce años usted nunca ha viajado, según dicen. El que desea ver a Darya Lang, tiene que trasladarse a Puerta Centinela. Sólo que desde hace un par de meses no puede ser localizada allí. De pronto se marchó. Hacia Dobelle.

—Quiero explorar el Umbilical.

—Claro. Excepto que según el catálogo Lang, UAC279…

—UAC 269 —dijo Darya automáticamente.

—Perdón, UAC 269. De todos modos, ¿le importa si la cito?, dice que «el Umbilical es uno de los más simples y comprensibles de todos los artefactos de los Constructores y que por ello despierta un interés menor en casi todos los estudiosos de su tecnología». ¿Recuerda haber escrito eso?

—Por supuesto que sí. ¿Y qué pasa con eso? Trabajo de forma independiente; puedo cambiar de idea. Y puedo ir a donde me plazca.

—Es cierto. Tan sólo que sus jefes allá en Miranda han cometido un gran error. Cuando alguien les preguntaba por usted, debían haber dicho que estaba en Tántalo, en Capullo, en Antorcha o en alguno de los artefactos verdaderamente importantes. O tal vez simplemente que había salido de vacaciones.

—¿Y qué fue lo que dijeron? —No debía haberlo preguntado, pero tenía que saberlo. ¿Qué le habían hecho aquellos imbéciles del gobierno central?

—No dijeron nada. Se negaron a hablar. A todo aquel que preguntó le respondieron que dejase de molestar y volviera en un par de meses. No hay que decirle eso a la gente si uno quiere que dejen de husmear.

—Pero usted me encontró sin problemas. —Darya se sentía muy aliviada. Él era un pesado, pero no sabía nada; y no era culpa suya que se encontrase allí.

—Seguro que sí. La encontramos. No fue difícil una vez que estuvimos en marcha; se guarda información de cada transferencia en las Transiciones Bose.

—Así pues que me han seguido hasta aquí. ¿Y ahora qué quieren de mí?

—¿Yo he dicho que la hemos seguido, profesora? —Convirtió el título en un insulto—. No es así. Verá, ya nos encontrábamos en camino. Pero, cuando me enteré de que usted también estaba aquí, supe que debíamos unirnos. Ven, querida.

Louis Nenda cogió a Darya del brazo y la condujo entre las malezas. Llegaron a una loma de enredaderas mezcladas con ramitas caídas, formando un banco largo y desparejo. Ante una presión de Nenda, Darya se sentó, hundiéndose entre las hojas. Tenía las piernas temblorosas.

—Debíamos reunimos —repitió él—. Y tú sabes por qué, ¿verdad? Finges no saberlo, Darya Lang, pero estoy seguro de que lo sabes. —Se sentó a su lado y le palmeó la rodilla amistosamente—. Vamos, es hora de confesarse. Tú y yo tenemos cosas que decirnos, dulzura. Cosas verdaderamente íntimas. ¿Quieres que comience yo?

Si los resultados son tan obvios para mí, ¿por qué otros no han sacado las mismas conclusiones?

Darya recordaba haber pensado eso mucho antes de su partida hacia Dobelle. Finalmente pudo responder a la pregunta. Otros habían sacado las mismas conclusiones. El único misterio era que alguien tan grosero e inculto como Louis Nenda hubiese sido capaz de hacerlo.

Él no se había andado con rodeos.

—Artefactos de los Constructores, por todo el brazo espiral. Algunos en tu territorio, allá en la Alianza, algunos en la Federación Cecropia y otros donde yo vivo, en tierras Zardalu. Sí, también hay uno aquí, el Umbilical.

»Tu catálogo Lang enumera cada uno de ellos. Y utilizas una efeméride astronómica universal para marcar cada vez que se produce algún cambio en un artefacto. En su aspecto, tamaño, función o cualquier cosa.

—Lo mejor que he podido. —Darya no admitía nada que no estuviese escrito en el mismo catálogo—. Algunas veces las cifras no fueron lo suficientemente significativas para ser registradas. Estoy segura de que algunas cosas ocurrieron sin ser detectadas. Y sospecho que se registraron otras que no fueron verdaderos cambios.

—Pero encontraste un promedio de treinta y siete cambios por artefacto, basándote en observaciones realizadas durante un lapso de tres mil años…, nueve mil en territorio cecropiano, porque ellos han estado vigilando durante más tiempo que los demás. Y sin correlación en los tiempos.

—Es cierto. —A Darya no le gustaba su sonrisa. Asintió con la cabeza y apartó la vista.

Nenda le apretó la rodilla con fuerza. Su mano era gruesa y velluda.

—Me acerco demasiado al punto crucial, ¿verdad? No te sientas mal, dulzura. Aguarda… Estaremos allí en un minuto. Los sucesos no tenían correlación de tiempo, ¿verdad? Pero tú escribiste una sugerencia que hiciste circular. ¿La recuerdas?

¿Cuánto tiempo más lograría rehuirle? Aunque las instrucciones de la delegada Pereira habían sido bastante específicas. Fuera la de Alianza, no debía hablar con nadie sobre lo que había descubierto…, ni aunque pareciese que ya lo sabían.

Darya le empujó la mano fuera de su pierna.

—He hecho muchas sugerencias en mi trabajo.

—Eso he oído. Y también he oído que no olvidas las cosas. De todos modos te refrescaré la memoria. Has dicho que la forma correcta de examinar posibles correlaciones de tiempo en los cambios de los artefactos era a través del examen de momentos en los que ocurrieron sucesos galácticos. Se podía pensar en los efectos de un cambio como en algo que se propagaba hacia fuera desde su punto de origen, viajando como una señal de radio, a la velocidad de la luz. Por lo tanto, diez años luz después de que ocurriera algo en un artefacto, la información sobre el cambio estaría disponible en cualquier parte de la superficie de una esfera de diez años luz de radio y con centro en el artefacto. ¿Recuerdas haber escrito eso?

Darya se encogió de hombros.

—Y dos esferas siempre se expanden hasta encontrarse. —Louis Nenda continuó—. Primero se tocan en un punto, y entonces, a medida que crecen, se cortan en un círculo que sólo se agranda más y más. Pero se vuelve más complicado con tres esferas. Cuando crecen y se encuentran, lo hacen en dos puntos. Por lo general, cuatro o más esferas no tienen ningún punto en común. Y cuando tienes mil doscientos treinta y seis artefactos, con un promedio de treinta y siete cambios por cada uno, tienes casi cincuenta mil esferas… cada una expandiéndose a la velocidad de la luz con un artefacto en el centro de la esfera. ¿Qué probabilidades hay de que mil doscientas treinta y siete de esas esferas, una por cada artefacto de los Constructores, se encuentren en un punto? El número debería ser demasiado pequeño para calcularlo. Pero suponiendo que sí se encontraran, en contra de todas las probabilidades, ¿cuándo ocurriría?

»Suena como una pregunta imposible, ¿verdad? Pero no es difícil de programar y examinar las intersecciones. Y tú conoces la respuesta del programa, ¿no es así, profesora Lang?

—¿Por qué iba a hacerlo? —Era demasiado tarde, pero de todos modos continuaba rehuyéndole.

—Porque te encuentras aquí. Maldición, dejemos de fingir. ¿Quieres que te lo diga con todas las letras?

Había vuelto a posar la mano sobre su muslo, pero fue su tono de voz lo que finalmente la enfureció lo suficiente como para hacerla reaccionar.

—¡Usted no tiene que decirme nada con todas las letras, maldito enano lascivo! Puede haber deducido hasta aquí, pero eso es todo lo que ha hecho: ¡deducirlo! La idea fue mía. ¡Y saque su mano mugrienta de mi pierna!

Él esbozaba una sonrisa triunfal.

—Nunca he dicho que no fuera idea tuya. Y, si no quieres ser amistosa, no insistiré. Todas las esferas coinciden, ¿no es verdad?, en más cifras significativas de lo que permiten los datos. Un lugar y un momento, que ambos sabemos. La superficie de Sismo, durante la Marea Estival.

Por eso estás aquí, y por eso estoy aquí… y Atvar H’sial y todos, a excepción de tu tío Jack.

Nenda se levantó.

—¡Y ahora esos sujetos dicen que no podemos ir! Ninguno de nosotros.

—¿Qué? —Darya se levantó de un salto.

—¿Aún no lo sabes? Ese viejo cabeza dura de Perry ha venido y me lo ha dicho hace una hora. No habrá Sismo para ti, para mí ni para los bichos. Viajamos mil años luz para sentarnos aquí, sobre nuestros traseros, y perdernos todo el espectáculo.

Golpeó el bastón negro del arnés de Kallik contra un enorme tronco de bambú.

—¡Ellos dicen que no voy, y yo digo que se mueran! ¿Ves ahora por qué tenemos que hacer algo, Darya Lang? Tenemos que unir nuestros conocimientos, a menos que quieras sentarte aquí sobre tu trasero y aceptar órdenes de unos mequetrefes.

La matemática es universal. Pero prácticamente nada más lo es.

Darya alcanzó esa conclusión después de otra media hora de hablar con Louis Nenda. El era un hombre horrible; ella hubiese hecho cualquier cosa por evitarlo. No obstante, cuando intercambiaron sus análisis estadísticos —de mala gana, con cautela, cada uno asegurándose de que no entregaba más de lo que recibía—, el acuerdo fue muy extraño. En cierto sentido también era inevitable. Comenzando del mismo patrón de sucesos y el mismo patrón de ubicación de artefactos, sólo había un punto en el espacio y el tiempo que coincidía con los datos. Cualquier pequeña diferencia en el tiempo computado y en la ubicación del resultado final provenía de criterios disyuntivos para minimizar el residual de la coincidencia o de diferentes tolerancias en la convergencia de los cálculos no lineales.

Habían seguido deducciones casi idénticas, utilizando tolerancias y factores de convergencia similares. Ella y Louis Nenda coincidieron en los resultados en quince cifras significativas.

O más bien, concluyó Darya después de otros quince minutos, ella y quienquiera que hubiese hecho los cálculos por Nenda habían coincidido. Esto no podía ser trabajo suyo. No tenía más que un conocimiento superficial de los procedimientos.

Aunque él estaba a cargo, alguien más había efectuado el análisis.

—Por lo tanto, estamos de acuerdo en el momento, y éste se encuentra a pocos segundos de la Marea Estival —dijo él. Otra vez su aspecto era ceñudo—. ¿Y todo lo que sabemos es que se encuentra en alguna parte de Sismo? ¿Por qué no puedes precisarlo más? Es lo que esperaba que hicieras cuando comparamos nuestras anotaciones.

—¿Quiere milagros? Hablamos sobre distancias de miles de años luz, millones de millones de kilómetros y lapsos de miles de años. Por fin tenemos una incertidumbre de menos de doscientos kilómetros en la ubicación y menos de treinta segundos en el tiempo. Eso me parece lo suficientemente preciso. En realidad, ya es un milagro.

—Tal vez estemos lo bastante cerca. —Golpeó el bastón contra su propia pierna—. Con toda seguridad se encuentra en Sismo, no en Ópalo. Creo que eso responde a otra de mis preguntas.

—¿Sobre los Constructores?

—Al diablo con los Constructores. Sobre los insectos. El motivo por el que quieren ir a Sismo.

—Atvar H’sial dice que quiere estudiar el comportamiento de las formas de vida bajo condiciones ambientales extremas.

—Sí. Condiciones ambientales… ¡Un cuerno! —Comenzó a caminar de regreso a los edificios—. Si crees en eso, puedes creer en el Arca Perdida. Ella está tras lo mismo que nosotros. Su interés son los Constructores. No olvides que también es una especialista en ellos.

Aunque Louis Nenda era ordinario, bárbaro y desagradable, una vez que lo dijo, se convirtió en obvio. Atvar H’sial había venido a Dobelle demasiado bien preparada con planes para cualquier contingencia, como si hubiese sabido que los permisos para viajar a Sismo serían denegados.

—¿Qué hay de Julius Graves? ¿Él también?

—¿Ese viejo loco? —Nenda meneó la cabeza—. No. Él es un misterio. De cualquier otro, yo hubiese respondido que sin duda, que está aquí por la misma razón que nosotros. Pero él es miembro de un Consejo, y, aunque no creas ni la mitad de lo que escuchas sobre ellos —cosa que yo no hago—, jamás he sabido de uno que mintiese. ¿Y tú?

—Nunca. Además, al llegar a Ópalo, él no pretendía ir a Sismo. Pensaba que esas gemelas que buscaba estarían aquí.

—De todos modos, podemos olvidarlo. Si desea ir a Sismo, lo hará. Esos tíos no podrán detenerlo. —Ya se encontraban junto al edificio. Nenda se detuvo al llegar a la puerta—. Muy bien, ya hemos mantenido nuestra pequeña charla. Ahora la mejor pregunta de todas. ¿Exactamente qué es lo que ocurrirá en Sismo durante la Marea Estival?

Darya lo miró. ¿Esperaba él que le respondiese a eso?

—No lo sé.

—Vamos, estás rehuyendo la pregunta otra vez. Tú lo debes saber… De otro modo, no hubieses viajado desde tan lejos.

—En realidad es al revés. Si supiera lo que va a ocurrir o si al menos tuviese una idea razonable, jamás hubiese abandonado Puerta Centinela. Me gusta estar allí. Usted también ha viajado desde muy lejos. ¿Qué cree usted que ocurrirá?

—Dios sabe —respondió, mirándola furioso—. Oye, tú eres el genio. Si no lo sabes tú, puedes estar segura de que yo tampoco. ¿Realmente no tienes idea?

—No. Pero creo que será algo significativo. Ocurrirá sobre Sismo. Y nos dirá más sobre los Constructores. Aparte de eso, no tengo ni idea.

—Diablos. —Nenda golpeó el suelo húmedo con el bastón. Darya tuvo la sensación de que si Kallik hubiese estado allí, habría sido ella quien recibiera el impacto—. Y entonces, ¿ahora qué, profesora?

Darya Lang había estado formulándose la misma pregunta. Nenda parecía dispuesto a cooperar, y ella se había dejado llevar por su sed de hechos y teorías relacionadas con los Constructores. Pero, al parecer, él no tenía nada; o, al menos, nada que estuviese dispuesto a entregar. Y ella ya había comenzado a hablar con Atvar H’sial y J’merlia para trabajar con ellos. No podía hacerlo con ambos. Aunque no se había comprometido a nada aún, no podía mencionar sus otras conversaciones con Louis Nenda.

—¿Me está proponiendo que trabajemos juntos? Porque si es así…

No tuvo necesidad de terminar. Él había echado la cabeza hacia atrás y reía a carcajadas.

—Señora, ¿por qué iba yo a hacer algo semejante? ¡Si acabas de decirme que no sabes un comino!

—Bueno, hemos estado intercambiando información.

—Es cierto. En eso eres buena; por eso eres famosa. Información y teorías. ¿Y qué tal eres mintiendo y timando? ¿Cómo eres en acción? Apuesto a que no tan buena. Pero eso es lo que necesitarás para llegar hasta Sismo. Por lo que he oído, Sismo no será ningún día de campo. Mi tarea no será tan sencilla allí. ¿Crees que querré ser tu niñera, dulzura, y decirte cuándo debes correr a esconderte? No, gracias, querida. Arréglatelas por tu cuenta.

Antes de que Darya pudiera responder, entró en el edificio y fue a la habitación donde habían comenzado. Kallik y J’merlia todavía estaban allí, agazapados en el suelo con sus múltiples patas extendidas y entrelazadas. Intercambiaban ominosos silbidos y gruñidos.

Louis Nenda cogió bruscamente a la hymenopt por su collar, enganchó el bastón negro y tiró.

—Vamos. Te he dicho que nada de peleas. Tenemos trabajo que hacer. —Se volvió hacia Darya—. Encantado de conocerte, profesora. ¿Te veré en Sismo?

—Me verá, Louis Nenda. —La voz de Darya temblaba de ira—. Puede contar con ello.

—Bien —replicó él con una risita burlona—. Te guardaré un trago allí. Si Perry está en lo cierto, es posible que ambos lo necesitemos.

Tiró con fuerza del bastón y arrastró a Kallik fuera de allí. Bullendo por dentro, Darya se acercó al lugar donde J’merlia se levantaba lentamente.

—¿Cómo está Atvar H’sial?

—Mucho mejor. Podrá reanudar su trabajo dentro de un día.

—Estupendo. Dile que he tomado la decisión de cooperar con ella. Haré todo aquello sobre lo que hemos conversado. Estoy lista para partir hacia Sismo y el Umbilical en cuanto ella se haya recuperado.

—Se lo diré de inmediato. Es una buena noticia. —J’merlia se acercó más a ella y estudió su rostro—. Veo que has sufrido una mala experiencia, Darya Lang. ¿Ha tratado ese hombre de hacerte daño?

—No. No un daño físico. —Pero de todos modos me ha lastimado, se dijo—. Me ha enfadado mucho. Lo siento, J’merlia. Él quería hablar, así que salimos. Creí que estabas dormido. No pensé que te verías amenazado por ese horrible animal que tiene.

J’merlia la miraba y sacudía su delgada cabeza de mantis en un gesto que había aprendido de los humanos.

—¿Amenazado? ¿Por eso? —Señaló la puerta—. ¿Por la hymenopt?

—Sí.

—No he sido amenazado. Kallik y yo intercambiábamos una primera clase de nuestros respectivos idiomas.

—¿Idioma? —Darya pensó en el bastón de azote y el collar—. ¿Me estás diciendo que puede hablar} ¿No es un simple animal?

—Honorable profesora Lang, no cabe duda de que Kallik puede hablar. Nunca ha tenido ocasión de conocer otra cosa que el idioma hymenopt, porque no ha conocido casi a nadie y a su amo no le ha interesado que aprendiese. Pero está aprendiendo. Hemos comenzado con menos de cincuenta palabras en común; ahora tenemos más de cien. —J’merlia se dirigió hacia la puerta, todavía arrastrando su pata herida—. Discúlpame, honorable profesora. Ahora debo partir en busca de Atvar H’sial. Es una pena que Kallik se vaya de aquí. Tal vez tengamos ocasión de hablar y seguir aprendiendo cuando lleguen.

—¿Llegar? ¿Adonde van?

—Adonde van todos, según parece. —J’merlia se detuvo en la entrada—. A Sismo. ¿Adonde si no?

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