23

Rebka despertó como un animal nervioso, saltando bruscamente de un sueño profundo. En ese primer momento sus sentimientos fueron de pánico.

Había cometido el error fatal de permitir que decayese su concentración. ¿Quién pilotaba la nave?

La única persona capacitada para hacerlo era Max Perry, y éste estaba demasiado herido para hacerse cargo de los controles. Podían estrellarse contra Ópalo, volver a caer sobre la superficie de Sismo o perderse para siempre en el espacio.

Entonces, antes de que sus ojos se abrieran, supo que todo debía de estar bien.

Nadie pilotaba la nave. Nadie tenía que hacerlo. Ya no se encontraba en la Nave de los Sueños Estivales… No podía estar allí. Porque no experimentaban una caída libre ni las fuerzas que actuaban eran las violentas y turbulentas del reingreso a la atmósfera. El descenso era uniforme, y la aceleración de una fracción de ge indicaba la presencia de una cápsula que se movía por el Umbilical.

Rebka abrió los ojos y recordó las horas finales de su vuelo. Habían viajado hasta la Estación Intermedia como marineros ebrios, la colección de humanos y alienígenas más lamentable que jamás hubiese visto el sistema Dobelle. Recordaba haberse mordido los labios y los dedos hasta hacerlos sangrar, para obligarse a permanecer despierto y a mantener los ojos abiertos. Había seguido las instrucciones algo incoherentes de Perry lo mejor posible, recorriendo durante cinco largas horas la línea del Umbilical. Con los últimos vestigios de potencia que quedaban en la Nave de los Sueños Estivales, había logrado acoplar en la mayor puerta de la estación.

Recordaba la forma en que se había acercado… Un oprobio para cualquier piloto.

Había tardado cinco veces más que lo normal. Y, cuando recibió la última confirmación para el acoplamiento, se había reclinado en el asiento y cerrado los ojos… para descansar un momento.

¿Y entonces?

A partir de entonces le fallaba la memoria. Rebka miró a su alrededor.

Debía de haberse quedado dormido en el mismo instante de su contacto final. Alguien lo había llevado al interior de la Estación Intermedia, colocándolo en una cápsula del Umbilical. Después de sujetarlo a un arnés, lo habían dejado allí.

No estaba solo. Max Perry, con los antebrazos embadurnados por un gel protector amarillo, flotaba sujeto a una correa a pocos metros de distancia. Estaba inconsciente. Darya Lang estaba suspendida sobre él, con su ondeada cabellera castaña atada a la espalda. La ropa había sido desgarrada de su pierna izquierda bajo la rodilla, y una piel plástica cubría su tobillo y su pie quemado. Su respiración era tranquila. De cuando en cuando murmuraba algo en voz baja como a punto de despertar. Con el rostro tan relajado y libre de pensamientos, parecía tener doce años de edad. Junto a Darya flotaba Geni Carmel. A juzgar por su aspecto, también había sido sedada, aunque no tenía heridas visibles.

Rebka miró su reloj: habían pasado veintitrés horas desde la Marea Estival. Todos los fuegos artificiales de Ópalo y Sismo debían de formar parte del pasado. Durante diecisiete horas, él había estado completamente alejado de todo.

Se frotó los ojos, notando que su rostro ya no estaba cubierto de ceniza y suciedad. ¿Quién lo había llevado hasta la cápsula, también había hecho eso? ¿Y quién había proporcionado los cuidados médicos a Perry y a Lang?

Eso lo devolvió a su primera pregunta: con los cuatro en estado de inconsciencia, ¿quién se ocupaba del viaje?

Primero tuvo problemas para bajar los pies al suelo; luego descubrió que no podía soltar el arnés que los sujetaba. Incluso después de descansar diecisiete horas, se sentía débil y sus manos funcionaban con torpeza. Si Darya Lang tenía el aspecto de una adolescente, él se sentía como un viejo centenario.

Por fin se liberó y pudo abandonar el improvisado hospital. Consideró la posibilidad de despertar a Perry y a Lang —ella todavía murmuraba en tono de protesta—, pero decidió no hacerlo. Seguramente había sido anestesiado antes de que les curaran las heridas y les aplicaran la piel sintética.

Muy despacio, subió la escalera hasta la cubierta de observación y control de la cápsula. El techo transparente de la cabina superior mostraba la Estación Intermedia a la distancia. Encima de ella, confirmando que la cápsula descendía hacia Ópalo, Rebka pudo ver la silueta nublada y sombría de Sismo.

En la cubierta de observación, las paredes tenían diez metros de altura y estaban cubiertas de monitores. Sentado ante la consola de control, flanqueado por J’merlia y Kallik, Julius Graves observaba en un pensativo silencio. La emisión que Graves estaba recibiendo mostraba una superficie planetaria…, pero era Ópalo, no Sismo.

Rebka observó durante un rato antes de anunciar su presencia. Con su atención puesta sobre Sismo, había sido fácil olvidar que Ópalo también había experimentado la Marea Estival más importante en la historia humana. Unas tomas aéreas y de radares orbitales, atravesando las capas de nubes del planeta, mostraban amplias franjas de lecho marino desnudado por mareas milenarias. El fangoso fondo del océano mostraba unos grandes lomos verdes: Dowsers muertas, del tamaño de montañas, se encontraban varadas y aplastadas bajo su propio peso.

Otros vídeos mostraban las Eslingas de Ópalo que se desintegraban cuando olas encontradas de kilómetros de altura se abatían sobre la superficie del océano.

Una voz impasible enumeraba las bajas desde Ópalo: la mitad de la población muerta, en su mayor parte durante las últimas veinticuatro horas; otro quinto todavía estaba desaparecido. Pero, antes de que se hubiesen determinado todos los daños, ya se estaba iniciando la reconstrucción. Cada humano de Ópalo tenía un plan de trabajo continuo.

Al ver las transmisiones, a Rebka le quedó claro que la gente de Ópalo tenía las manos muy ocupadas. Cuando aterrizase con su grupo, no debía buscar asistencia.

Rebka avanzó y tocó a Graves en el hombro. El consejero se sobresaltó, giró en su silla y le sonrió.

—¡Aja! Veo que ha vuelto del Mundo de los Sueños. Como verá, capitán —dijo señalando los monitores—, nuestra decisión de pasar la Marea Estival en Sismo y no en Ópalo no fue tan imprudente después de todo.

—De haber permanecido en la superficie de Sismo durante la Marea Estival, consejero, nos hubiésemos convertido en cenizas. Fuimos afortunados.

—Más de lo que usted piensa. Y mucho antes de la Marea Estival. —Graves señaló a Kallik, quien manejaba monitores con una pata mientras que con otra introducía números en una computadora de bolsillo—. Según nuestra amiga hymenopt, Ópalo ha sufrido más que Sismo. Kallik ha estado realizando cálculos de equilibrio energético en cada momento libre desde que abandonamos la superficie. Está de acuerdo con el comandante Perry… en que la superficie debió haberse encontrado mucho más activa durante la Gran Conjunción. La energía completa no fue liberada mientras estábamos allí. Había en funcionamiento algún mecanismo de almacenamiento y liberación de energía. Sin él, el planeta habría sido inhabitable para los seres humanos mucho antes de que lo dejáramos. Pero con él, la mayor parte de la energía sirvió para algún otro propósito.

—Consejero, Sismo me pareció lo bastante inhabitable. Elena Carmel está muerta. Es posible que Atvar H’sial y Louis Nenda también.

—Lo están.

—Me alegra escucharlo. No sé si lo había notado, pero se encontraban en órbita alrededor de Sismo durante la Marea Estival y trataron de destruirnos. Merecieron lo que les ocurrió. ¿Por qué está tan seguro de que han muerto?

—Darya Lang vio cómo la nave de Nenda era arrastrada hacia Gargantúa, con una aceleración demasiado grande para permitir la supervivencia de cualquier humano o cecropiano. Debieron de quedar aplastados dentro.

—La nave de Nenda tenía un propulsor para viajes interestelares. No pudo quedar atrapada por ningún campo de fuerza local.

—Si desea discutir ese punto, capitán, tendrá que hacerlo con Darya Lang. Fue ella quien vio lo que ocurría, no yo.

—Está dormida.

—¿Todavía? Volvió a quedar inconsciente cuando J’merlia comenzó a trabajar con su pie, pero me sorprende que aún no haya despertado. —Graves se volvió con fastidio—. Bueno, ¿y tú qué quieres ahora?

J’merlia le tocaba la manga con incertidumbre, mientras a su lado Kallik saltaba y silbaba con entusiasmo.

—Con gran respeto, consejero Graves. —J’merlia se hincó frente a él—. Kallik y yo no hemos podido evitar escuchar lo que le ha dicho al capitán Rebka: que el amo Nenda y Atvar H’sial escaparon de Sismo, para luego ser arrastrados hasta Gargantúa y aplastados por la aceleración.

—Hacia Gargantúa, mi lo’tfiano amigo. Tal vez no hasta Gargantúa mismo. La profesora Lang fue bastante insistente sobre ese punto.

—Mis disculpas. Debí haber dicho hacia Gargantúa. Honorable consejero, ¿sería posible que Kallik y este humilde servidor fuésemos disculpados de nuestras tareas por unos momentos?

—Oh, vayan. Y no se arrastren, saben que lo detesto. —Graves los despidió agitando una mano. Cuando los alienígenas se dirigieron al nivel inferior de la cápsula, Graves se volvió nuevamente hacia Rebka—. Bien, capitán. A menos que desee volver a dormirse, le propongo que nosotros también bajemos y veamos cómo se encuentran el comandante Perry y la profesora Lang. Tenemos mucho tiempo. Faltan varias horas para que el Umbilical nos ofrezca el acceso a Ópalo, y nuestra tarea oficial en el sistema Dobelle ha finalizado.

—La suya puede ser. La mía, no.

—Lo estará, capitán, muy pronto. —El esqueleto sonriente se veía más seguro de sí mismo que nunca.

—Ni siquiera sabe cuál es mi verdadera tarea.

—Ah, claro que lo sé. Fue enviado para averiguar qué le ocurría al comandante Perry, qué lo mantenía en este puesto sin futuro en el sistema Dobelle… y curarlo.

Rebka se dejó caer en un asiento frente a la consola de controles.

—¿Cómo diablos lo averiguó? —Su voz sonaba más confundida que molesta.

—En el lugar obvio… con el comandante Perry. Él tiene sus propios amigos en las oficinas centrales del Círculo Phemus. Supo que había sido enviado aquí.

—Entonces también debe saber que nunca lo averigüé. Se lo he dicho: mi trabajo aún no ha finalizado.

—No es cierto. Su trabajo oficial acabará muy pronto. Verá, capitán, yo sé lo que le ocurrió a Max Perry hace siete años. Lo sospeché antes de que viniéramos a Sismo y lo confirmé al interrogar al comandante bajo el efecto de los sedantes. Sólo tuve que formular las preguntas adecuadas. Y sé qué hacer. Confíe en mí y escuche. —Julius Graves inclinó su largo cuerpo hacia un monitor, extrajo del bolsillo una unidad de datos del tamaño de un terrón de azúcar, y lo insertó en la máquina—. Esto no contiene más que sonido, por supuesto. Pero reconocerá la voz a pesar de que parece más joven. Hice que su memoria volviera atrás siete años. Sólo le enseñaré un fragmento. No se obtiene nada convirtiendo el sufrimiento privado en un hecho público.

… Amy todavía actuaba de forma juguetona, incluso bajo el calor. Reía mientras corría frente a mí hacia el coche que nos llevaría de regreso al Umbilical. Sólo estaba a unos cientos de metros, pero yo comenzaba a cansarme.

—Oye, más despacio. Soy yo quien lleva todo el equipo.

Ella se dio la vuelta riéndose de mí.

—Oh, vamos, Max. Aprende a divertirte un poco. No necesitas nada de eso. Déjalo aquí. Nadie notará que ha desaparecido.

Me hizo sonreír, a pesar del ruido que crecía a nuestro alrededor y del sudor que cubría mi cuerpo. En Sismo hacía calor.

—No puedo hacer eso, Amy… Es propiedad oficial. Debo rendir cuentas de todo. Espérame.

Pero ella sólo rió. Y siguió bailando… más y más sobre el suelo resplandeciente y frágil de la Marea Estival…

… antes de que pudiera acercarme a ella, había desaparecido. Así de simple, en una fracción de segundo. Tragada por Sismo. Lo único que pude llevar de vuelta conmigo fue el dolor…

—Hay más, pero no agrega nada. —Graves detuvo la grabación—. Nada que no pueda adivinar o que deba escuchar. Amy murió en la lava fundida, no en fango hirviente. Max Perry volvió a ver ese resplandor de aire recalentado en la Depresión Pentacline…, pero fue demasiado tarde para salvar a Elena Carmel.

Hans Rebka se alzó de hombros.

—Aunque uno sepa lo que hizo que Max Perry se encerrara en su caparazón, ésa no es la parte más difícil de mi trabajo. Se supone que debo curarlo, y no sé por dónde comenzar.

Rebka sabía que su sensación de fracaso e ineptitud sólo sería pasajera. Era un efecto de la fatiga y la tensión. Pero eso no lo volvía menos real.

Miró uno de los monitores, donde se veía una Eslinga flotando al revés, destrozada por el impacto de inmensas olas. Sólo se veía el fango negro y resbaladizo del cual emergían marañas de raíces. Se preguntó si alguien habría podido sobrevivir cuando la Eslinga se dio la vuelta.

—¿Cómo? —continuó—. ¿Cómo se saca a alguien de una depresión que dura siete años? Yo no lo sé.

—Por supuesto que no. En eso soy yo quien tiene experiencia, no usted. —Graves se volvió abruptamente y se dirigió a la escalera—. Vamos —le dijo—. Es hora de ver qué está ocurriendo en las cubiertas inferiores. Creo que esos molestos alienígenas están planeando un motín, pero por el momento no les prestaremos atención. Ahora debemos hablar de Max Perry.

¿Graves se estaría volviendo loco otra vez? Rebka suspiró. Oh, extrañaba los buenos días, cuando volaba entre las nubes de Sismo y se preguntaba si lograrían sobrevivir a otro segundo de turbulencia. Sin decir nada, siguió al consejero hasta el segundo nivel de la cápsula.

J’merlia y Kallik no estaban a la vista.

—Se lo dije —continuó Graves—. Están en la bodega de carga. Esos dos planean algo, puede estar seguro. Écheme una mano.

Con la ayuda de Rebka, quien no comprendía lo que hacían, el consejero llevó a Max Perry y luego a Geni Carmel hasta el nivel superior de la cápsula. Darya Lang, que todavía murmuraba al borde de la consciencia, fue dejada en su arnés.

Graves colocó a Max Perry y a Geni Carmel en asientos a noventa grados el uno del otro y los fijó en su posición.

—Asegure bien esos arneses —ordenó a Rebka—. Cuídese de no tocar los brazos quemados de Perry…, pero recuerde que no quiero que ninguno de los dos pueda soltarse. Volveré dentro de un minuto. —Hizo un último viaje al nivel inferior. Cuando volvió a aparecer, traía dos hipodérmicas en la mano derecha—. Aunque Darya Lang se está despertando —le dijo—, primero acabemos con esto. No tardaremos mucho. —Inyectó a Perry en el hombro con una jeringa y a Geni Carmel con la otra—. Ahora, podemos comenzar. —Empezó a contar con voz alta.

La inyección para despertar a Max Perry era muy potente. Antes de que Graves contara hasta diez, Perry suspiró, giró la cabeza de un lado al otro y abrió los ojos lentamente. Miró la cabina de la cápsula sin mostrar ningún interés, hasta que su mirada se posó sobre Geni Carmel, que todavía continuaba inconsciente. Entonces gimió y volvió a cerrar los ojos.

—Está despierto —observó Graves con tono reprobatorio—. Así que no vuelva a dormirse. Tengo un problema y necesito su ayuda. —Perry meneó la cabeza; sus ojos permanecieron cerrados—. Estaremos de regreso en Ópalo dentro de unas horas —continuó Graves—. La vida irá volviendo a la normalidad. Yo soy responsable de la rehabilitación de Geni Carmel. Habrá audiencias formales en Shasta y en Miranda, pero no se puede permitir que eso interfiera con el programa de rehabilitación. Este debe comenzar de inmediato. La muerte de Elena vuelve muy difícil el programa. Creo que sería desastroso permitir que Geni volviera a Shasta, con todos los recuerdos de su hermana gemela, antes de que se encuentre encaminada hacia la recuperación. Por otro lado, yo debo volver a Shasta y luego ir a Miranda para la audiencia formal por el genocidio.

Se detuvo. Perry todavía no había abierto los ojos.

Graves se inclinó hacia él y bajó la voz.

—Eso me deja con dos preguntas por responder. ¿Dónde debería comenzar la rehabilitación de Geni Carmel? ¿Y quién supervisará el proceso de rehabilitación si yo no estoy aquí? Ahí es donde necesito su ayuda, comandante. He decidido que el programa de rehabilitación de Geni debería comenzar en Ópalo. Y me propongo nombrarlo su guardián mientras se lleva a cabo.

Al fin Graves había logrado abrirse paso. Perry se enderezó en el arnés. Sus ojos inyectados en sangre se abrieron de par en par.

—¿De qué diablos está hablando?

—Pensaba que había sido lo suficientemente claro. —Graves sonreía—. Permítame decírselo otra vez. Geni permanecerá en Ópalo durante al menos cuatro meses. Usted será responsable de su bienestar mientras se encuentre aquí.

—No puede hacer eso.

—Me temo que se equivoca. Pregúntele al capitán Rebka si duda de mí. En cuestiones como ésta, un miembro del Consejo tiene toda la autoridad para proceder con una rápida rehabilitación. Y cualquiera puede ser puesto al servicio de ello. Eso le incluye a usted.

Perry miró a Rebka con furia y luego se volvió hacia Graves.

—No lo haré. Tengo mi propio trabajo… de tiempo completo. Ella necesita a un especialista. Yo no tengo idea de cómo tratar su problema.

—Puede aprender, sin duda. —Graves señaló la otra silla con un movimiento de cabeza. Geni despertaba lentamente respondiendo a su inyección menos fuerte—. Ya comienza a oír. Para empezar, podría hablarle sobre Ópalo. Recuerde que ella nunca ha estado allí, comandante. Será su hogar durante algún tiempo, y usted sabe tanto como cualquiera sobre él.

—¡Espere un minuto! —Perry se retorcía en su arnés y llamaba a Graves, quien ya empujaba a Rebka fuera de la cabina—. Estamos atados. ¡No puede dejarnos así! Mírela.

Aunque Geni Carmel no hacía ningún esfuerzo para liberarse del arnés, las lágrimas corrían por sus mejillas pálidas, mientras observaba con horror o con fascinación las manos y antebrazos mutilados de Perry.

—Lo siento —dijo Graves por encima del hombro mientras él y Rebka comenzaban a bajar hacia el nivel inferior de la cápsula—. Lo discutiremos más tarde; no puedo hacerlo ahora. El capitán Rebka y yo debemos ocuparnos de algo muy importante en la cubierta de abajo. Regresaremos.

Rebka aguardó hasta que se hubieron alejado lo suficiente para volver a dirigirse a Graves.

—¿Algo de lo que ha dicho iba en serio?

—Todo iba en serio.

—No funcionará. Geni Carmel no es más que una niña. Con Elena muerta, ni siquiera desea vivir. Usted sabe lo unidas que estaban: tanto que preferían morir antes de ser separadas. Y Perry es un caso perdido; no está en condiciones de cuidarla.

Julius Graves se detuvo al pie de la escalera. Se volvió para mirar a Hans Rebka. Por primera vez su rostro no aparecía sonriente ni haciendo muecas.

—Capitán, cuando necesite a un hombre capaz de volar una nave recargada y escasa de potencia como la Nave de los Sueños Estivales, abandonando un planeta que se desmorona bajo los pies, para dirigirme al espacio, iré a buscarlo a usted. Es muy bueno en su trabajo…, en su verdadero trabajo. ¿No puede hacerme el favor de admitir que yo también lo soy en el mío? ¿No le parece concebible que pueda cumplir bien con mi trabajo?

—Pero esto no es su trabajo.

—Lo cual sólo demuestra, capitán, lo poco que sabe sobre las obligaciones de un miembro del Consejo. Puede creerme. Lo que estoy haciendo funcionará. ¿O preferiría una apuesta? Digo que Max Perry y Geni Carmel tienen más posibilidades de curarse uno al otro que nosotros de hacer algo útil por cualquiera de ellos. Tal como usted dijo, ella no es más que una niña que necesita ayuda; y Perry es un hombre que necesita desesperadamente brindar ayuda. Durante siete años ha estado haciendo penitencia por su pecado de permitir que Amy fuera con él a Sismo durante la Marea Estival. ¿No comprende que haberse quemado los brazos de ese modo ayudará a su condición mental? Ahora tiene la posibilidad de obtener la absolución total. Y su trabajo en Ópalo ha finalizado. Podría irse hoy mismo. Perry estará bien. —Graves chasqueó los dedos y le tendió la mano—. ¿Quiere apostar? Diga la cifra.

Rebka se salvó de responder porque una voz furiosa sonó cerca de ellos.

—No sé a quién agradecerle esto, ni pienso preguntarlo. ¿Pero alguien quiere sacarme de aquí. Tengo trabajo que hacer.

Era Darya Lang, completamente consciente y luchando para liberarse del arnés. Aunque no se parecía a la tímida científica teórica que había arribado a Ópalo, su destreza práctica todavía no había mejorado. En sus esfuerzos por liberarse, había logrado enredar las correas, por lo que pendía boca abajo y apenas si podía mover los brazos.

—Es toda suya, capitán —dijo Graves de forma inesperada—. Yo iré en busca de J’merlia y de Kallik. —Traspasó el escotillón que había a un costado de la cabina y desapareció de la vista.

Rebka se acercó a Darya Lang y estudió la forma en que el arnés se había enredado. Cada vez entendía menos lo que ocurría. Habiendo escapado de Sismo, todos podían haberse relajado salvo él. Sin embargo, cada uno parecía tener sus propias ocupaciones. Darya Lang se mostraba impaciente y furiosa.

Rebka tiró con suavidad de un punto del arnés y con fuerza de otro. El resultado fue satisfactorio. Las correas se soltaron por completo, y Darya Lang fue depositada suavemente sobre el suelo. El la ayudó a ponerse de pie y fue recompensado con una sonrisa vergonzosa.

—¿Por qué no he podido hacerlo sola? —Apoyó su pie herido en forma tentativa, se alzó de hombros y pisó con más fuerza—. Lo último que recuerdo es que llegamos al Umbilical y que Graves me atendía junto con Kallik. ¿Cuánto tiempo he estado dormida? ¿Cuándo llegaremos a Ópalo?

—No sé cuánto tiempo has dormido, pero han pasado unas veintitrés horas desde la Marea Estival. —Rebka consultó su reloj—. Ya casi son veinticuatro. Deberíamos aterrizar en Ópalo en un par de horas. Si podemos aterrizar. Han soportado una buena paliza allí abajo. De todos modos, no hay prisa. Tenemos suficiente comida y agua a bordo. Podríamos vivir en esta cápsula durante semanas… Incluso volver a subir hasta la Estación Intermedia y permanecer allí indefinidamente.

—De ninguna manera. —Darya meneó la cabeza—. Yo no puedo esperar. Aunque sólo he estado consciente durante algunos minutos, los he pasado maldiciendo al hombre que me llenó de drogas. Tenemos que descender sobre la superficie de Ópalo. Tienes que conseguirme una nave.

—¿Para volver a casa? ¿Qué prisa tienes? ¿Hay alguien en Puerta Centinela que sepa cuándo vas a regresar?

—Nadie. —Cogió a Hans Rebka por el brazo y se apoyó contra él mientras se dirigían a la diminuta cocina de la cápsula. Allí se sentó y se tomó su tiempo mientras se servía una bebida caliente. Finalmente se volvió hacia él—. Pero te equivocas, Hans. No iré a Puerta Centinela. Iré a Gargantúa. Necesitaré ayuda para llegar allí.

—Supongo que no la esperarás de mi parte. —Rebka apartó la vista, muy consciente de la mano de Darya sobre sus bíceps—. Mira, yo sé que la nave de Nenda fue arrastrada hacia allí y que ellos resultaron muertos. Tú no querrás morir también. Gargantúa es un gigante gaseoso, un mundo helado… No podemos vivir allí, ni tampoco los cecropianos.

—No dije que la nave y la esfera fueran directamente hacia Gargantúa. No creo que haya sido así. Es posible que se trate de una de sus lunas. Pero no lo sabré hasta que llegue allí.

—¿Llegar allí para hacer qué? Recuperar un par de cadáveres. ¿A quién le importa lo que ocurrió con sus cuerpos? Atvar H’sial te dejó para que murieses; junto con Nenda, abandonó a J’merlia y a Kallik. Aunque estuvieran con vida, y tú misma dices que no es así, no merecen ayuda.

—Estoy de acuerdo. No es por eso por lo que debo seguirlos. —Darya le entregó una taza—. Cálmate, Hans. Bebe esto, y escúchame un minuto. Sé que en el Círculo Phemus piensan que los de la Alianza somos unos soñadores incompetentes, así como nosotros pensamos que vosotros sois unos bárbaros que no os molestáis en lavaros…

—¡Uf!

—Pero tú y yo hace tiempo que nos conocemos… lo suficiente para saber que esas ideas son tonterías. Al menos reconoces que soy una buena observadora. No invento cosas. Por lo tanto, déjame decirte lo que vi, no lo que pienso. Es posible que nadie más lo entienda aquí, pero confío en que tú sacarás las conclusiones correctas.

«Recuerda: primero escucha, luego piensa y entonces reacciona; no al revés. —Se acercó a Rebka y adoptó una posición en la que a él le resultaba difícil hacer otra cosa que escucharla—.

«Cuando nos elevamos sobre las nubes de Sismo, tú estabas demasiado ocupado pilotando la nave como para mirar hacia atrás, y en el compartimiento posterior todos habían quedado cegados por Mandel y Amaranto. Por lo tanto, nadie más vio lo que yo vi: cómo se abría el interior de Sismo y los dos objetos que salían de él. Uno de ellos se alejó y salió del plano de la galaxia. Lo perdí de vista en menos de un segundo. Tú viste el otro. Partió hacia Gargantúa, arrastrando con él la nave de Louis Nenda. Aunque eso fue significativo, ¡no fue lo importante! Todos dijeron que Sismo estaba demasiado tranquilo tan cerca de la Marea Estival. Sé que nos pareció muy violento cuando nos encontrábamos allí. Pero no lo era. Max Perry no dejaba de decirlo: ¿adonde va toda la energía?

»Pues bien, ahora conocemos la respuesta a eso. Estaba siendo transformada y almacenada para que, cuando llegara el momento indicado, el interior de Sismo pudiese abrirse y expulsar a esos dos cuerpos… Naves espaciales, si piensas que eso eran.

»Yo vi cómo ocurría y tuve el atisbo de una respuesta a algo que me había tenido desconcertada durante meses, mucho antes de abandonar Puerta Centinela.

»¿Por qué Dobelle?

»¿Por qué un lugar tan insignificante para un acontecimiento de tanta importancia?

»La idea de visitar Dobelle se me ocurrió cuando calculaba el tiempo y el lugar convergentes para los influjos que emanaban de todos los otros artefactos. Sólo había una respuesta: Sismo durante la Marea Estival. Cuado lo propuse, los especialistas en Constructores de la Alianza se rieron de mí. Dijeron: “Mira, Darya. Aceptamos que existe un artefacto en el sistema Dobelle: el Umbilical. Pero es una pieza menor en la tecnología de los Constructores. Es algo que comprendemos; algo que no es misterioso ni grande ni complejo. No tiene sentido que el foco de toda la actividad de los Constructores se encuentre en una estructura tan inferior, en un lugar tan despreciable y poco importante de la galaxia…” Lo siento, Hans, pero es así como la gente de la Alianza ve a los mundos del Círculo Phemus.

—No te disculpes —respondió de mal humor, alzándose de hombros—. Muchos de nosotros también vemos así a los mundos del Círculo y vivimos aquí. Intenta pasar un fin de semana en Teufel alguna vez, si puedes soportarlo.

—Bueno, no importa lo que dijeran sobre el Círculo Phemus y el Umbilical; no podían discutir contra un análisis estadístico. Ellos mismos lo repitieron y descubrieron que en verdad todo señalaba hacia Dobelle y hacia Sismo durante la Marea Estival. Tuvieron que aceptar que tenía razón. El problema fue que me vi obligada a estar de acuerdo con ellos. No tenía sentido que Dobelle fuese el sitio escogido para un suceso importante. Quiero decir que fui yo quien había escrito la descripción del Umbilical en el catálogo: “Uno de los más simples y comprensibles de todos los artefactos de los Constructores”. La gente sólo repetía mis propias palabras.

»Por lo tanto, quedé muy desconcertada al llegar aquí. Todavía lo estaba cuando tú nos llevaste sobre las nubes, tratando de salir de Sismo en una pieza. No lograba comprender el hecho de que Dobelle fuese el punto de convergencia.

»Pero entonces vi ese pulsante rayo de luz proyectado desde Gargantúa, y observé cómo Sismo se abría entero frente a mis ojos. Justo antes de desvanecerme, comprendí que todos nos habíamos estado olvidando de algo obvio.

»Todas las referencias a la estructura de la galaxia hacen el mismo comentario: “El sistema Dobelle es una de las maravillas naturales del brazo espiral.” ¿No es maravilloso, dicen los libros, la forma en que interactúan los campos gravitatorios de Amaranto, Mandel y Gargantúa, arrojando a Dobelle en una órbita de exquisito equilibrio, una órbita tan exacta que una vez cada trescientos cincuenta mil años todos los intérpretes se alinean exactamente para la Marea Estival y la Gran Conjunción? ¿No es sorprendente?

»Bueno, sí es sorprendente… si tú lo crees. Pero hay otra forma de ver las cosas. El sistema Dobelle no sólo contiene un artefacto, el Umbilical. ¡El sistema Dobelle es un artefacto! —Volvió a coger el brazo de Rebka, arrebatada por su propia visión—. Toda su órbita y su geometría fueron creadas por los Constructores, diseñadas para que una vez cada trescientos cincuenta mil años Mandel, Amaranto y Gargantúa se acerquen tanto a Sismo que pueda tener lugar una interacción especial entre ellos. En el interior de Sismo algo captura y utiliza esas energías producidas por las mareas.

«Antes de venir a Sismo, pensé que los mismos Constructores podían encontrarse aquí… Tal vez incluso aparecer en esta Marea Estival particular. Me equivoqué. La Gran Conjunción sirve como gatillo para la partida de esas esferas, naves, o lo que sean, de Dobelle. No sé dónde fue la primera… Fuera de la galaxia, me pareció. Pero tenemos la suficiente información para rastrear la otra, la que fue hacia Gargantúa. Si queremos saber más sobre los Constructores, es allí adonde debemos dirigirnos.

»¡Y pronto! Antes de que finalicen con lo que hayan ido a hacer cerca de Gargantúa, y tengamos que esperar otros trescientos cincuenta mil años para una nueva oportunidad.

Al fin Rebka pudo tomar la palabra y formular una pregunta.

—¿Estás sugiriendo que Sismo se abre y que algo sale de su interior en cada Gran Conjunción?

—No me cabe duda. Ése es el propósito de la Gran Conjunción: proporciona el disparador y la energía necesarias para abrir el interior de Sismo. Así que cuando éste se abre…

—Darya, yo no soy ningún teórico —pudo intervenir de nuevo Rebka—. Pero te equivocas. Si quieres una prueba, ve a hablar con Perry.

—Él no estaba mirando lo que ocurría cuando abandonamos Sismo.

—Ni yo tampoco. Max y yo teníamos otras cosas en mente. Cuando llegué a Ópalo, pedí información sobre la historia del doblete. La historia de Ópalo es difícil de determinar, porque el planeta no posee ninguna superficie permanente. Pero Perry me enseñó el análisis de un fósil descubierto en Sismo. La gente lo ha estudiado en los primeros años de la colonización de Dobelle, porque necesitaban saber si la superficie de Sismo era lo suficientemente estable para sobrevivir durante la Marea Estival.

»No lo es para los humanos. Nosotros mismos lo hemos probado bastante bien. Sin embargo, ha existido vida nativa en Sismo durante cientos de millones de años, desde mucho antes de que el planeta entrara en su órbita actual. Y cualquier apertura reciente del interior de Sismo, como la que tú viste, aparecería claramente como una anomalía en el registro de fósiles.

Conectó un monitor y buscó una imagen del espacio sobre la cápsula. Mandel y Amaranto eran visibles, todavía enormes en el cielo, aunque habían perdido brillo. La certeza de que estarían en mengua durante un año más era confortante. A medida que se apagaban las compañeras estelares, Gargantúa resplandecía más en el cielo a su derecha. Pero el planeta gigante había pasado su propio periastro, y el disco castaño anaranjado ya se veía más pequeño. Ningún rayo cegado se proyectaba desde Gargantúa ni desde ninguno de sus satélites. Sismo pendía sobre la cápsula; su superficie se veía oscura y pacífica.

—¿Lo ves, Darya? En todo el registro de fósiles no hay evidencias de profundas perturbaciones en Sismo, de nada comparable a lo que tú viste. Ni hace tres años, ni trescientos, ni trescientos cincuenta mil. Hasta donde la gente puede rastrear la historia de su superficie, el interior de Sismo ha estado cerrado. Y eso se remonta a, al menos, cinco millones de años.

Esperaba que Darya quedase aplastada por sus argumentos. Sin embargo, ella volvió más fuerte que nunca.

—Esta Gran Conjunción ha sido especial. Lo que vuelve más importante averiguar por qué. Hans, permíteme decirte esto. Tú puedes regresar a tu trabajo en el Círculo Phemus mañana. Pero yo no puedo volver a Puerta Centinela. Todavía no. Tengo que seguir adelante y echar un vistazo a Gargantúa. No he pasado toda mi vida adulta estudiando a los Constructores y luego he venido hasta aquí para detenerme cuando las cosas comienzan a ponerse interesantes. Tal vez los Constructores no se encuentren cerca de Gargantúa…

—Estoy seguro de que no es así. La gente los hubiese descubierto cuando exploraron por primera vez el sistema Mandel.

—Pero hay algo allí. La esfera que se llevó la nave de Nenda no sólo estaba abandonando Sismo. Se dirigía a alguna parte. Debo conseguir una nave y apresurarme en llegar allí. De otro modo podría perder el rastro por completo.

Ella todavía se aferraba a su brazo, con la suficiente fuerza como para causarle dolor.

—Darya, no puedes correr a Gargantúa de ese modo. Al menos no por tu cuenta. Te matarías. La parte externa del sistema Mandel es fría y hostil. No es un sitio fácil, ni siquiera para exploradores expertos. En cuanto a ti, proviniendo de un mundo bonito y civilizado como Puerta Centinela…

Hans Rebka se detuvo. Primero lo había sorprendido haciéndole perder el conocimiento por accidente. Luego lo había llevado a su caverna bajo la cascada, cuidándolo como nadie lo había cuidado jamás. Y ahora quería volver a sorprenderlo. Debía tener mucho cuidado y no comprometerse a nada.

—No sé cómo conseguir una nave —le dijo—. Es pedirle demasiado a la gente de Ópalo… No tendrán recursos de sobra después de la Marea Estival. Veré qué puedo hacer.

Darya Lang le soltó el brazo, pero sólo porque tenía otras cosas en mente. Su abrazo de oso fue interrumpido por una tos en la escalera. Julius Graves había reaparecido en la cabina. Detrás de él venían J’merlia y Kallik.

Graves hizo una seña para que J’merlia se adelantase.

—Ve. Dilo tú mismo… —Se volvió hacia Rebka—. Le dije que planeaban algo. Y les he dicho a ellos que estas cosas no dependen de mi decisión, aunque sí tengo una opinión al respecto.

J’merlia vaciló hasta que Kallik le dio un fuerte empujón con uno de sus puntiagudos codos, acompañado por un silbido que sonaba como:

—D-ddd-diii-lo.

—Ya lo creo que lo haré, honorable capitán. —J’merlia se disponía a hincarse frente a Rebka, pero un gruñido de advertencia de Graves le detuvo—. Distinguidos humanos, la hymenopt Kallik y yo hacemos frente a un grave problema. Suplicamos su ayuda, a pesar de que no hemos hecho nada para merecerla. Jamás lo haríamos, si encontráramos una forma de proceder sin solicitarla. Ya hemos sido una carga para ustedes. De hecho, por nuestra propia estupidez, en el planeta Sismo hemos puesto en peligro las vidas de…

Esta vez tanto el gruñido como el codazo provinieron de Julius Graves.

—¡Dilo de una vez!

—Sí, por supuesto, honorable Consejero —J’merlia miró a Rebka y se encogió de hombros en un gesto de disculpa casi humano—. El asunto, distinguido capitán, es que, al abandonar Sismo, la hymenopt Kallik y este humilde servidor creímos que Louis Nenda y Atvar H’sial estaban muertos, o bien que habían decidido, con todo su derecho, no volver a hacer uso de nuestros servicios. Aunque ambas posibilidades nos resultaban terriblemente inquietantes, no vimos ninguna alternativa salvo aceptarlas. De ese modo nos veríamos obligados a regresar a nuestros mundos y buscar nuevos amos a quienes brindar servicio. Sin embargo, hace unos pocos minutos, escuchamos que los amos Nenda y Atvar H’sial habían escapado de la superficie de Sismo.

—Es cierto —Rebka miró a Darya—. Pero la profesora Lang vio lo que ocurrió, y tanto Nenda como Atvar H’sial resultaron muertos.

—Sé que piensan eso. Sin embargo, Kallik señala que podría no ser así. Dice que, si la nave fue gravitatoriamente acelerada en su partida, los seres vivos de su interior no habrían sentido ninguna fuerza actuando sobre ellos… Habría sido como una caída libre. Así pues, habían sido llevados con vida hacia Gargantúa, en contra de su voluntad, y podrían estar necesitando ayuda en este momento. De ser así, el deber de la hymenopt Kallik y de este humilde servidor es ir tras ellos. Son nuestros dueños. No podemos abandonar el sistema Mandel hasta estar seguros de que o bien no desean o bien no pueden hacer uso de nuestros servicios. Por lo tanto, teniendo todo esto en mente y con la debida consideración hacia la posibilidad de que… ¡Ufff!

J’merlia había recibido otro codazo de Kallik. La punta del aguijón de la hymenopt apareció y tocó uno de sus miembros traseros. J’merlia se estremeció y dio un paso adelante.

—¿Sabías que durante un tiempo —dijo Julius Graves con tono afable— la profesora Lang estuvo convencida de que tú eras incapaz de mantener una conversación independiente? Ahora es probable que lamente haberse equivocado.

—Lo siento, consejero. Estoy acostumbrado a traducir los pensamientos, no a crearlos. Pero, en resumen, Kallik y yo solicitamos que nos presten una nave y que se nos permita seguir al amo Nenda y a Atvar H’sial hasta Gargantúa o a donde quiera que conduzca su rastro.

—No —respondió Rebka de inmediato—. Definitivamente no. Rechazo su petición. Ópalo está demasiado ocupado saliendo de la Marea Estival para perder el tiempo buscando naves espaciales.

Kallik chasqueó y silbó con impaciencia.

—Eso no será necesario —replicó J’merlia—. Tal como señala Kallik, no necesitamos descender a Ópalo. Contamos con una nave disponible: la Nave de los Sueños Estivales. Se encuentra en la Estación Intermedia. Sería sencillo regresar allí y devolverle toda su potencia. Encontraremos provisiones suficientes en la estación. Y Kallik y yo estamos seguros de poder pilotar la nave.

—Con una pasajera —dijo Darya Lang—. Yo también iré.

—Estás herida —protestó Rebka, mirándola con ira—. Estás demasiado enferma para viajar.

—Estoy lo suficientemente bien. Terminaré de curarme de camino a Gargantúa. ¿Me estás diciendo que un pie quemado te impediría a ti cumplir con tu trabajo, si estuvieras en mi posición?

—Pero la Nave de los Sueños Estivales no es propiedad del sistema Dobelle. —Hans Rebka evitó responder a su pregunta y lo intentó por otro camino—. Ni Max Perry ni yo tenemos autoridad para permitirles utilizar esa nave.

—Estamos de acuerdo —asintió J’merlia con amabilidad—. El permiso tendrá que provenir de Geni Carmel, por supuesto, ya que ella es la dueña.

—¿Y qué les hace pensar que dirá que sí?

Julius Graves tosió con suavidad.

—Bueno, capitán, en realidad ya he discutido la cuestión con la pobre Geni. Ella dice que nunca quiere volver a ver la nave ni escuchar hablar de ella. Le pertenece a usted, siempre y cuando desee utilizarla.

Rebka miró al otro hombre. ¿Por qué todos parecían suponer que él también iría?

—Sigue siendo no, consejero. Así pues, tenemos una nave. Eso no cambia las cosas.

J’merlia inclinó la cabeza y se agachó, mientras Kallik silbaba decepcionada. Fue Julius Graves quien asintió con la cabeza y dijo suavemente:

—Sin duda la decisión es suya, capitán. ¿Estaría dispuesto a compartir conmigo la lógica de su pensamiento?

—Por supuesto que sí. Permítame comenzar con una pregunta. Usted conoció a Louis Nenda y a Atvar H’sial. ¿Iría usted a Gargantúa en busca de sus cuerpos?

Rebka tenía bastante clara su propia posición. La idea de ir en busca de gente que había tratado de destruirte era un error, a menos que uno se propusiese ir a matarlos.

—¿Yo? ¿Ir a Gargantúa? —Graves alzó las cejas—. Claro que no. En primer lugar, es imperativo que regrese a Miranda. Aquí ya he cumplido mi misión. Además, considero que Atvar H’sial y Louis Nenda son dos criminales peligrosos. Si fuese a Gargantúa —cosa que no pienso hacer, ya que creo que están muertos—, sería sólo para arrestarlos.

—Muy bien. Yo siento lo mismo, consejero. —Rebka señaló a Kallik—. ¿Sabe cómo hacía Louis Nenda para controlarla? Se lo diré. Utilizaba un látigo y una correa. Decía que Kallik era su mascota, pero nadie debería tratar a una mascota de ese modo. Aunque no era una igual para él, tampoco era una mascota. Era una esclava oprimida y desechable. Estuvo dispuesto a dejarla para que muriese en Sismo. Antes de venir a Ópalo, Kallik comprendía muy poco del idioma humano; sólo porque él la había privado de la posibilidad de aprender. Sin embargo, fue Kallik quien realizó todos los cálculos que indicaban que algo único ocurriría durante la Marea Estival. Fue ella, y no Nenda, quien lo hizo. Es mucho más inteligente que él. ¿No es cierto?

—Muy cierto. —Julius Graves tenía una pequeña sonrisa en el rostro—. Por favor, continúe.

—Y J’merlia no estaba mucho mejor. La forma en que era tratado al llegar a Dobelle era un absoluto disparate. Me sorprende que usted, que es el especialista en cuestiones éticas, no lo haya notado antes que nadie. Atvar H’sial convertía a J’merlia en una nulidad. Ahora habla libremente…

—Eso es una forma de definirlo.

—Cuando la cecropiana estaba cerca, J’merlia se sentía demasiado asustado como para pronunciar una palabra. Era totalmente pasivo. Todo lo que hacía era interpretar sus pensamientos para nosotros. Él tiene un cerebro, pero nunca se le permitió utilizarlo. Le preguntaré algo, consejero. ¿Cree que Louis Nenda y Atvar H’sial han hecho algo para merecer su lealtad?

—No.

—¿Y no es un error que seres racionales y razonables como ellos sean tratados de ese modo, que todas sus acciones sean controladas por otros?

—Es más que un error, capitán, es intolerable. Y estoy encantado de ver que usted y yo tenemos opiniones idénticas. —Julius Graves se volvió hacia los alienígenas—. El capitán Rebka está de acuerdo. Ustedes son seres maduros y racionales. El capitán dice que sería un error permitir que sean controlados por otras personas. Por lo tanto, no podemos mandar sobre sus acciones. Si desean coger una nave para buscar a Louis Nenda y Atvar H’sial, están en su perfecto derecho.

—Espere un minuto. —Rebka vio la sonrisa en el rostro de Julius Graves y oyó un silbido triunfante de Kallik—. ¡Yo no he dicho eso!

—Sí, Hans, lo has dicho. —Darya Lang también se reía de él—. Yo te he oído, al igual que el consejero Graves. Él tiene razón. Si no estaba bien que Nenda y Atvar H’sial controlasen a Kallik y a J’merlia, tampoco estaría bien que lo hiciéramos nosotros. En realidad, sería peor, ya que lo haríamos de forma más consciente.

Rebka miró al grupo que lo rodeaba; de los dementes y empañados ojos azules de Julius Graves, pasando por los rostros inescrutables de J’merlia y Kallik, hasta llegar a la sonrisa de Darya Lang.

Había argumentado y perdido en todos los frentes. Y, curiosamente, no le importaba. Comenzaba a sentir el cosquilleo de curiosidad que había experimentado cuando planeaban un descenso sobre Paradoja. Sin duda se encontrarían con problemas; pero éstos requerirían acción, no los manipuleos psicológicos que a Graves le resultaban tan sencillos y naturales.

¿Y qué podían llegar a encontrar en Gargantúa? Esa pregunta quedaba abierta. ¿Estarían vivos o muertos Atvar H’sial y Louis Nenda?

Hans Rebka suspiró mientras la atmósfera comenzaba a silbar a lo largo de las pulidas paredes de la cápsula.

—Muy bien, consejero. Los dejaremos a usted, a Max y a Geni en Ópalo. El resto de nosotros volverá a subir por el Umbilical hasta la Estación Intermedia. Allí abordaremos la Nave de los Sueños Estivales. Lo que nos espera allá en Gargantúa…

—Nadie lo sabe —interrumpió Darya—. Anímate, Hans. Es como la Marea Estival y un poco como la vida. Si supieras exactamente lo que va a ocurrir, no valdría la pena hacer el viaje.


FIN
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