13 Marea estival menos diez

… el resplandor anaranjado sobre el horizonte era continuo y el suelo ardiente se reflejaba sobre altas nubes de polvo. Mientras ellos observaban, se elevó una nueva erupción color carmesí, a no más de un kilómetro de donde se encontraban. Las columnas de humo se hicieron más altas. Pronto se extendieron de la tierra al cielo. Mientras la lava burbujeaba hacia la cima del cráter, él se volvió hacia Amy. A pesar de su advertencia, ella todavía estaba fuera del coche. Cuando el destello de la explosión fue reemplazado por un resplandor de lava al rojo, batió las palmas extasiada por los colores y las formas. Los tronidos retumbaban desde las colinas distantes a sus espaldas. El río de fuego alcanzó el cono y comenzó a deslizarse hacia ellos, rápido como el agua. Donde tocaba la tierra más fría, un flujo blanco borboteaba y chisporroteaba.

Max miró su rostro. No vio ningún temor, sólo el embeleso extasiado de un niño en una fiesta de cumpleaños.

De eso se trataba. Ella lo veía todo como una exhibición de fuegos artificiales. La cautela debía provenir de él. Max se inclinó hacia delante desde el asiento del coche y le dio un tirón de la manga.

—Entra. —Se vio obligado a gritar para que le escuchara—. Tenemos que regresar al Umbilical. Sabes que es un viaje de cinco horas.

Amy le miró con ira y se apartó. El conocía muy bien su expresión enfurruñada.

—Ahora no, Max. —Leyó en sus labios, pero no pudo escucharla—. Quiero esperar hasta que la lava llegue al agua.

—¡No! —Max estaba gritando—. Definitivamente no. ¡No pienso correr más riesgos! Está hirviendo allá fuera y dentro del coche se pone cada vez peor.

Ella se alejaba sin escucharlo. Max sintió el pecho cerrado y recalentado a pesar del aire acondicionado que soplaba en el interior del coche. Lo peor transcurría en su mente… Notaba que el horno ardiente de sus propias preocupaciones le consumía. Sin embargo, el calor externo era lo suficientemente real. Max bajó del coche y la siguió por la superficie humeante.

—Deja de fastidiarme. Iré enseguida. —Amy había girado para observar toda aquella escena infernal. Afortunadamente aún no había ninguna señal de una nueva erupción; pero ésta podía llegar en cualquier momento—. Max, tienes que calmarte. —Amy se acercó, gritando junto a su oído—. Aprende a divertirte. Todo el tiempo has estado sentado sin hacer nada. Debes soltarte…, dejarte llevar por el ritmo de las cosas.

El le cogió la mano y comenzó a arrastrarla hacia el coche. Después de resistirse unos momentos, ella se lo permitió. Tenía los ojos fijos en la furia brillante del volcán y no miraba por dónde iban.

Entonces, cuando se encontraban a unos pocos metros del coche, se soltó y corrió riendo por la superficie llana y humeante de la roca recalentada. Para cuando Max pudo reaccionar, ella ya estaba a diez pasos de él. Era demasiado tarde.


* * *

Graves y Perry hacían que sonase simple. Rebka aseguraba que era imposible.

—Miren la aritmética —dijo mientras la cápsula del Umbilical descendía lentamente sobre la superficie de Sismo—.

Tenemos un radio planetario de cinco mil cien kilómetros y una superficie que está cubierta de agua en menos de un tres por ciento. Eso deja más de trescientos millones de kilómetros cuadrados de tierra. ¡Trescientos millones! Ahora piensen en cuánto tiempo se necesitaría para registrar un kilómetro cuadrado. Podríamos buscar durante años y no encontrarlas nunca.

—No disponemos de años —replicó Perry—, y sé que es un área muy grande. Pero usted parece suponer que buscaremos al azar, y por supuesto que no será así. Yo puedo descartar la mayoría de las áreas antes de comenzar.

—Y yo sé que las gemelas Carmel evitarán los espacios abiertos —agregó Rebka.

—¿Cómo puede saberlo? —Rebka era el pesimista.

—Porque, por lo general, Sismo está libre de nubes. —Graves no parecía afectado por su escepticismo—. Shasta, el mundo donde nacieron, tiene un sistema espacial de alta resolución que proporciona una observación continua de la superficie.

—Pero no es así en Sismo.

—Ah, pero las gemelas no lo saben. Supondrán que si están en campo abierto, serán divisadas y atrapadas. Deben haber corrido a ocultarse.

—Y yo puedo decirle que eso acota mucho el problema —dijo Perry—. En Sismo sólo hay tres lugares donde un humano sensato podría refugiarse. Empezaremos con esas tres zonas… y tendremos que terminar con ellas también.

—Pero, si no las encontramos allí —comenzó Graves—, podremos ampliar…

—No, no podremos —le interrumpió Perry—. La Marea Estival, consejero. Alcanzará su punto culminante en menos de ochenta horas. Será mejor que para entonces no estemos allí… ni usted ni yo ni las gemelas.

Max Perry enumeró las tres zonas más probables donde podían estar: en los bosques altos de las Mesetas Morgenstern; sobre —o probablemente dentro de— uno de los Mil Lagos; o entre la tupida vegetación de la Depresión Pentacline.

—Lo cual reduce miles de veces la zona que se ha de explorar —concluyó.

—Y sigue dejando decenas de miles de kilómetros cuadrados sin examinar —respondió Rebka— en detalle. Y no lo olvide. Éste no es el problema corriente de búsqueda y rescate. Por lo general, la persona perdida desea ser encontrada. Coopera en la medida de sus posibilidades Pero las gemelas no enviarán señales de auxilio hasta que las condiciones se hayan vuelto intolerables. Para entonces, probablemente sea demasiado tarde.

Si aquellos argumentos impresionaron a Julius Graves, su rostro sonriente no lo demostró. Mientras Max Perry estaba ocupado inspeccionando la fila de coches aéreos, Graves se llevó a Rebka en dirección a las humeantes colinas volcánicas.

—Necesito hablar con usted en privado, capitán —dijo en tono confidencial—. Sólo unos momentos.

Las cenizas tibias caían como una nieve grisácea, posándose sobre su cabeza y sus hombros. El suelo ya tema una capa de un centímetro. De las plantas y los pacíficos herbívoros que Rebka viera en su primera visita no había ni rastro.

Hasta el mismo lago se había desvanecido oculto bajo una capa espumosa de cenizas volcánicas En lugar de los truenos y rugidos de la violencia sísmica, el planeta parecía oprimido por un caluroso silencio.

—Usted comprenderá —continuó Graves— que no es necesario que permanezcamos juntos. Hay suficientes coches para que nos separemos.

—Sé que de ese modo podríamos cubrir el triple de territorio —respondió Rebka—. Pero no estoy seguro de querer hacerlo. Perry es el único que conoce Sismo. Usted nunca había estado aquí antes.

—Sus pensamientos coinciden con los míos. —Graves se quitó una paresa de ceniza de la nariz—. El curso de acción lógico es bastante claro. Perry ha identificado tres zonas de Sismo donde cualquier fugitivo podría buscar refugio. Aunque esas regiones se encuentran muy separadas, hay suficientes coches para que cada uno de nosotros se lleve uno. Por lo tanto, podríamos separarnos y examinar una zona cada uno. Eso es lo que dice la lógica. Pero yo me pregunto: ¿quién quiere la lógica? Ni usted ni yo. Nosotros queremos resultados. —Se acercó a Rebka—. Y, francamente, me preocupa la estabilidad del comandante. Cuando uno le dice «Sismo» o «Marea Estival», los ojos parecen salírsele de las órbitas. No podemos dejarlo solo. ¿Usted qué piensa?

Pienso que tanto Perry como tú necesitáis guardianes, pero no quiero decírtelo, dijo para sí Rebka, que sabía lo que le aguardaba. Él tendría que cargar con Perry —la misma misión estúpida que lo había traído a Dobelle— mientras Graves partía por su cuenta y muy probablemente se mataba.

—Estoy de acuerdo, consejero. Perry no debería quedar solo. Pero no quiero desperdiciar…

—Entonces estamos de acuerdo en que yo debo ir con Perry —continuó Graves, sin prestarle atención—. Verá, si él se mete en problemas, yo podré ayudarle. Nadie más estaría en condiciones de hacerlo. Por lo tanto, él y yo registraremos las Mesetas Morgenstern, mientras usted inspecciona los Mil Lagos… Según Perry, es la zona más rápida y sencilla. Si ninguno de nosotros encuentra a las gemelas, el que termine primero se dirigirá a la Depresión Pentacline.

¿Qué hacía uno cuando un loco sugería una idea atractiva? Se preocupaba, pero probablemente la aceptaba. En todo caso, Graves no estaba de humor para discusiones. Cuando Rebka volvió a señalarle las pocas posibilidades que tenían de encontrar a las gemelas, el consejero chasqueó los dedos.

—Tonterías. Yo sé que las encontraremos. Piense de forma positiva, capitán Rebka. ¡Sea optimista! Es la única forma de vivir.

Y una forma probable de morir, pensó Rebka. Pero se rindió. No podría disuadir a Graves, y tal vez él y Perry se merecían uno al otro.

También era una de las primeras reglas de la vida, algo que Rebka había aprendido a los seis años en las calurosas cavernas salinas de Teufel. Cuando alguien te da lo que quieres, vete… antes de que tenga tiempo para volver a pensarlo y quitártelo.

—Muy bien, consejero. En cuanto el coche esté listo, me marcharé.

Rebka partió media hora antes que los otros dos. En los coches más rápidos, el sector de carga no estaba diseñado para transportar cosas muy pesadas. Julius Graves vaciló un buen rato con su equipaje antes de decidirse a dejarlo y llevarse sólo un pequeño bolso. El resto volvió a colocarlo en una cápsula del Umbilical. Finalmente declaró que estaba listo para partir.

Después de despegar, Max Perry activó el piloto automático de la nave y se dirigió hacia las Mesetas Morgenstern. Cuando estuvieron en un radio de exploración, ambos hombres se inclinaron sobre las pantallas.

—Un hombre primitivo —dijo Graves. Su rostro se contorsionaba mientras observaba las imágenes con gran concentración. La inspección de los indicadores era un trabajo largo y tedioso—. Si éste fuera un coche de la Alianza, no tendríamos que mirar. Nos reclinaríamos en nuestros asientos y esperaríamos a que el sistema nos avisase cuando encontrara a las gemelas. Aquí es al revés. Tengo que estar mirando esta cosa para avisarle lo que está viendo. ¡Primitivo!

—Es lo mejor que tenemos en Ópalo o en Sismo.

—Le creo. ¿Pero alguna vez se ha preguntado por qué todos los mundos del brazo espiral no son tan ricos corno la Tierra y las otras antiguas regiones? ¿Por qué cada planeta no utiliza lo último en tecnología? ¿Por qué todos los mundos no tienen más robots de servicio que personas, como la Tierra? ¿Por qué cada persona de cada colonia no es igual de rica? Sabemos cómo fabricar equipos avanzados. ¿Por qué sólo unos pocos planetas los poseen?

Perry no tenía respuestas, pero emitió un gruñido para demostrar que estaba escuchando.

No era él. Con Julius Graves ocupado en mirar las imágenes, debía ser Steven el que parloteaba. Perry también estaba ocupado con el equipo de recepción por radio. Graves no creía que las gemelas Carmel enviasen una señal de auxilio. Perry no estaba de acuerdo. A medida que se acercaba la Marea Estival, la gemelas debían de estar ansiosas de que las arrestasen y rescatasen.

—La causa de la pobreza en Dobelle tiene una razón muy simple —continuó Graves—. Pertenece a la naturaleza de la humanidad. Una especie racional se hubiese asegurado de que un mundo estuviese completamente desarrollado y fuese perfecto para los humanos antes de continuar hacia otro. ¡Pero nosotros no sabemos cómo hacer eso! Somos impacientes. Antes de que un planeta esté colonizado a medias, parten las nuevas naves, listas para explorar el siguiente. Y muy poca gente dice: «Espera un momento; terminemos con éste antes de continuar.»

Miró con más atención un par de falsas alarmas en la imagen y meneó la cabeza.

—Somos demasiado curiosos, comandante —continuó—. La mayoría de los humanos tienen un nivel de paciencia demasiado bajo. Los cecropianos son iguales que nosotros. Por lo que casi toda la riqueza del brazo espiral —y todo el lujo— se queda con las personas hogareñas. Es la antigua paradoja, que data de antes de la Expansión: los grupos que no hacen nada por crear riqueza logran cobrar posesión de su mayor parte. Mientras tanto, los que hacen todo el trabajo se quedan con muy pocas posesiones. Tal vez algún día eso cambie. Quizás en otros diez mil años…

—Una señal de radio —le interrumpió Perry—. Es débil, pero allí está.

Graves se paralizó y no alzó la vista.

—Imposible. —Su voz era cortante. Julius Graves volvía a hacerse cargo—. Ellas no anunciarían su presencia en Sismo. No después de escapar durante tanto tiempo.

—Mírelo usted mismo.

Graves se deslizó sobre el asiento.

—¿Cuan lejos está?

—Mucho. —Perry estudió el alcance y los vectores de información—. En realidad, demasiado. Esa señal no proviene de las Mesetas Morgenstern. La fuente se encuentra a al menos cuatro mil kilómetros más allá. Si no fuera por el rebote de la ionosfera, no lo percibiríamos.

—¿Tal vez de los Mil Lagos?

—Podría ser. La dirección no es justamente la indicada, pero hay mucho ruido en la señal y la trayectoria es la correcta.

—Entonces es Rebka. —Graves golpeó la mano contra el tablero—. Tiene que serlo. Apenas acabamos de salir y ya está en problemas. Incluso antes…

—No es Rebka.

—¿Cómo lo sabe?

—No es su coche. —Perry estaba comparando los calibres de las señales—. Ni ninguno de los nuestros. Tanto la frecuencia como el formato de la señal son diferentes. Parece una unidad de señales portátil, de baja potencia.

—¡Entonces son las gemelas Carmel! Deben de estar en grandes problemas para pedir ayuda. ¿Puede llevarnos hasta allí?

—Es sencillo. No tenemos más que seguir la señal.

—¿Cuánto tardaremos en llegar?

—Seis o siete horas, a velocidad máxima.

Mientras hablaba, Perry miraba el cronómetro del coche.

—¿Cuánto falta? —Graves había seguido su mirada.

—Poco más de ocho días de Sismo para la Marea Estival; digamos que sesenta y siete horas a partir de ahora.

—Siete horas hasta los Mil Lagos, ocho más para regresar al Umbilical. Entonces iremos. Tenemos tiempo suficiente. Habremos escapado de Sismo mucho antes de que llegue lo peor.

—Usted no comprende —replicó Perry, meneando la cabeza—. Sismo no es homogéneo, y su estructura interna es muy variable. Los terremotos pueden irrumpir por cualquier parte, mucho antes de la Marea Estival. Aquí, en las Mesetas, no vemos mucha actividad, pero la zona de los Mil Lagos podría ser una pesadilla.

—Vamos, hombre, es tan pesimista como Rebka. No puede ser tan terrible si las gemelas Carmel todavía están con vida.

—Usted lo ha dicho. Si todavía están con vida. —Perry maniobró los controles y el coche comenzó a girar—. Se olvida de una cosa, consejero. Las señales de radio son resistentes…, mucho más resistentes que los seres humanos.

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