22 Marea estival

Diez segundos después de que su pie se introdujera en ese hirviente fango negro, el sistema nervioso de Darya Lang quedó afectado por una muerte aparente. No sentía dolor, no sentía preocupación, no sentía tristeza.

Aunque de forma vaga sabía que Max Perry estaba más quemado que ella y que de alguna manera los guiaba por la pendiente rocosa, no alcanzaba a comprender ese nivel de esfuerzo y compromiso. Si permanecía consciente, era sólo porque no encontraba la forma de desvanecerse. Y si subió hasta la nave con el resto, fue sólo porque Kallik y J’merlia no le dejaron alternativa. La alzaron y la transportaron, cuidando de que su pie y su tobillo no tocasen el suelo.

Por desgracia, su estado de aislamiento finalizó cuando se acercaron a la compuerta de la nave. Unas punzadas de dolor comenzaron a clavarse en su pie y su tobillo mientras Kallik la depositaba suavemente en el suelo.

—Nos disculpamos con gran pesar —dijo J’merlia con suavidad, acercando sus mandíbulas oscuras al oído de Darya—. Pero la entrada sólo permite el paso de uno. Tendrás que entrar sola.

¡Le estaban pidiendo que caminase, justo cuando el dolor se volvía insoportable! Su pie quemado tendría que tocar el suelo. Comenzó a suplicarles a los alienígenas, a decirles que no podría soportarlo. Era demasiado tarde. Se encontró balanceándose sobre una pierna frente a la compuerta.

—Apresúrese —gritó Max Perry desde el interior de la nave.

Ella le dirigió una mirada de odio. Entonces vio sus manos y antebrazos, llenos de ampollas y abiertos hasta el hueso por el contacto con los guijarros y piedras durante el ascenso. Perry debía sentirse peor que ella. Darya apretó los dientes, alzó el pie izquierdo, se aferró al marco de la compuerta y saltó al interior. Apenas si había espacio para la gente que ya estaba allí. De alguna manera logró avanzar hasta la ventanilla lateral de la nave y permaneció junto a ella apoyada en una pierna.

¿Qué debía hacer? No podía permanecer así indefinidamente y no soportaba la idea de que algo tocase su pie.

El anuncio de Rebka de que los elevaría al espacio a tres ges fue una respuesta para eso. Sus palabras la llenaron de consternación. Ella apenas si podía permanecer de pie en un campo de menos de un ge. Tendría que tenderse y soportar que los tres ges de aceleración apretaran su pie dañado contra el suelo implacable.

Antes de que pudiera decir nada, el cuerpo regordete de Kalhk se abrió paso hasta ella. La hymenopt colocó su abdomen suave junto al pie herido de Darya y emitió unos dulces silbidos.

—¡No! ¡No lo toques! —gritó Darya invadida por el pánico.

Mientras trataba de apartar la pierna, el brillante aguijón amarillo emergió del cuerpo de Kallik y se clavó varios centímetros en su pantorrilla. Darya gritó y cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza al chocar contra la caja de pertrechos detrás del asiento del piloto.

El despegue comenzó antes de que pudiera volver a moverse.

Darya descubrió que estaba aplastada contra el suelo con el pie apretado sobre el metal. ¡Su pie herido! Tenía que gritar. Cuando abrió la boca, notó que las únicas partes del cuerpo que no le dolían eran el pie y la pantorrilla. El aguijón de Kallik los había despojado de toda sensación.

Darya se tendió y giró la cabeza para apoyar su peso acrecentado sobre la mejilla y la oreja. Una maraña de cuerpos cubría el suelo. Podía ver a Kallik, justo frente a ella, acojinando la cabeza de Geni Carmel sobre la piel de su abdomen. Julius Graves se encontraba al otro lado de ellas; todo lo que Darya podía ver era la parte superior de su calva junto al brillante cráneo negro de J’merlia. Rebka, que pilotaba la nave, y Max Perry, que se sentaba a su lado, estaban ocultos tras la caja de pertrechos y el respaldo del asiento.

Mediante un gran esfuerzo, Darya giró la cabeza hacia el otro lado. Podía ver lo de fuera por la portilla lateral de la nave, que se hallaba a escasos centímetros de ella. Era increíble —sin duda habían pasado minutos desde que iniciaran el ascenso—, pero la nave todavía se encontraba bajo la capa de nubes de Sismo. A la luz de los relámpagos, tuvo un vivido panorama de la superficie; se había quebrado en una red intrincada de fallas, sobre las cuales se esparcía la lava al rojo como las olas del mar. Todo el planeta estaba envuelto en llamas, una antigua escena del infierno. Entonces la nave entró en las oscuras nubes de polvo, tan densas que las señales de mando de la nave, a pocos centímetros de la portilla, se hicieron invisibles.

La turbulencia se triplicó. Darya rodó contra Kallik, y ambas se deslizaron por el piso hasta chocar contra Julius Graves. Un momento después, los tres regresaban dando tumbos, para aplastar a Darya contra la pared. Seguía en esa posición, inmovilizada por el peso de todos, a excepción de Rebka y Perry, cuando la Nave de los Sueños Estivales emergió inesperadamente de entre las nubes de Sismo. La portilla dejó pasar un instante de intolerable radiación dorada antes de que el fotoprotector comenzara a operar.

Darya fue afortunada. Tenía la cabeza vuelta hacia el otro lado y estaba protegida por el abdomen de Kallik cuando la intensa luz inundó la nave. En el compartimiento trasero, todos los demás quedaron cegados durante varios segundos.

Rebka y Perry, que habían estado protegidos en el asiento delantero, miraban hacia arriba y luchaban para poner en órbita la nave bajo unas circunstancias para las que jamás había sido diseñada. Por lo tanto, fue Darya sola, girando la cabeza para mirar afuera, quien vio todo lo que ocurrió después.

La Nave de los Sueños Estivales se remontaba sobre el hemisferio de Sismo que no enfrentaba a Ópalo. Los discos de Mandel y Amaranto se cernían bajos en el cielo, a su izquierda. Reducidas a unos círculos resplandecientes por el fotoprotector, las estrellas gemelas mostraban sus rostros brillantes cubiertos de manchas solares. Las fuerzas de las mareas las desgarraban, al igual que lo hacían con Ópalo y Sismo. Directamente sobre ellas, Gargantúa brillaba pálido y espectral, un gigante cuya luz reflejada era reducida por el fotoprotector a un incorpóreo mundo fantasmagórico.

Desde un punto muy cercano al borde de Gargantúa —Darya no alcanzó a divisar con certeza si se encontraba sobre el planeta o no—, un rayo azul se proyectó repentinamente hacia Sismo, brillante de energía controlada.

Darya lo siguió con la mirada. No podía ser un rayo de luz ordinaria. Eso resultaría invisible en el espacio abierto, y ella podía verlo en todo su alcance. Donde ese rayo latiente de Gargantúa atravesaba las nubes, la capa protectora de polvo se desintegraba de inmediato. En la superficie de Sismo, una zona circular de unos cien kilómetros de ancho quedó expuesta a la radiación combinada de Mandel y Amaranto. El suelo, que ya bullía con la lava ardiente, comenzó a deformarse y a abrirse en un cráter. Se formó un túnel oscuro que rápidamente se fue ensanchando. Pronto pudo ver Darya las rocas fundidas del interior del planeta que surgían en oleadas para formar un borde filoso en la abertura.

El movimiento de la nave alejaba a Darya del túnel; su ángulo de visión no le permitía ver el fondo del foso. Darya se inclinó hacia la portilla, sin hacer caso del dolor de su cuerpo y su rostro golpeados. Mientras la nave ganaba altura, Sismo pendía debajo como una gran cuenta nublada, enhebrada en ese haz de luz brillante y azul. Donde se clavaba el rayo, el orificio oscuro a través de la cuenta era iluminado por un borde resplandeciente de lava fundida.

Los acontecimientos siguientes se produjeron en una sucesión tan rápida que, más tarde, Darya tuvo problemas para narrarlos en su exacta secuencia.

Mientras la rotación de Sismo dejaba primero a Mandel y luego a Amaranto bajo el horizonte, un segundo rayo cayó desde el espacio para fusionarse con el de Gargantúa. No provenía de ningún objeto que Darya pudiese hallar en el cielo, aunque sus ojos podían seguirlo hasta que se convertía en una línea demasiado tenue como para ser vista.

El nuevo haz de luz se clavó en el túnel formado en la corteza de Sismo, y el orificio se agrandó en un violento estallido de materia desplazada. Como respuesta, unos rayos rojos y azules se proyectaron hacia el cielo, siguiendo el centro exacto de los incidentes. En el mismo instante, dos esferas plateadas se elevaron de las profundidades del túnel.

Parecían idénticas, aproximadamente de un kilómetro de diámetro. Después de elevarse sobre Sismo, se cernieron inmóviles, una bajo la otra, bamboleándose como dos globos transparentes llenos de mercurio.

Los rayos azules cambiaron de color. El que provenía de Gargantúa se volvió de un brillante azafranado; el otro, de un resplandeciente magenta. Sus pulsaciones cambiaron de frecuencia. Entonces la esfera más alta comenzó a acelerar, moviéndose a lo largo del rayo magenta. Al principio se trasladó con lentitud, pero de pronto avanzó a gran velocidad, permaneció visible durante una fracción de segundo y desapareció. Darya no alcanzó a discriminar si había sido impulsada fuera del alcance de la vista —a una enorme velocidad— o si se había desvanecido mediante algún otro mecanismo. Cuando la esfera desapareció, también lo hizo el rayo magenta.

La segunda esfera todavía se cernía inmóvil cerca de Sismo. Después de unos momentos, comenzó a avanzar muy despacio a lo largo del haz azafranado. Darya pudo seguir su desplazamiento sin problemas. Era una bola de plata trepando por el rayo azafranado como una araña metálica que subiera por su propia tela. Siguió con la vista al globo brillante que se elevaba.

Entonces, de repente, sus ojos no pudieron enfocar bien. Alrededor de la bola brillante el cielo se había distorsionado. La esfera desapareció para convertirse en un vacío negro, mientras a su alrededor convergían las estrellas en forma anular. La bola difuminada conformaba un centro negro para ese brillante anillo estelar.

Mientras ella miraba ese agujero en el espacio, la Nave de los Sueños ejecutó un vertiginoso giro. Darya escuchó el grito de Hans Rebka, en el asiento del piloto. El brillante chorro violeta de una nave espacial apareció entre las estrellas y avanzó hacia la Nave de los Sueños Estivales.

Al girar la cabeza, Darya vio las líneas contundentes de una embarcación perteneciente a la Comunión Zardalu. En el extremo de la nave se abrieron unas portillas por las cuales aparecieron armas ocultas.

La Nave de los Sueños Estivales era el blanco… Y, a esa distancia, no tenían forma de fallar.

Darya observó, horrorizada, cómo disparaban todas las armas, segura de que la nave se desintegraría a su alrededor. Pero, de forma increíble, los rayos atacantes se desviaban de sus esperadas líneas rectas. Sin tocar a la Nave de los Sueños Estivales, se curvaron en el espacio, atraídos hacia la esfera negra que pendía suspendida sobre su hilo de luz dorada.

Los rayos disparados por la nave permanecieron visibles como brillantes trayectorias en el espacio, uniendo a la embarcación zardalu con el oscuro globo que ascendía. Las líneas curvas se acortaron. La otra nave se acercaba a la distorsionada región oscura, como si la esfera la hubiese arrastrado por los hilos brillantes de las armas.

La nave zardalu no iba por su voluntad. Su propulsor lanzaba un chorro violeta a su máxima intensidad, resistiendo a la peculiaridad oscura de la esfera. Darya pudo percibir la lucha de inmensas fuerzas opuestas.

Y la nave estaba perdiendo. Atrapada en la curvatura del campo, era atraída irresistiblemente hacia la esfera que se elevaba, más y más rápido. A Darya le pareció que la nave zardalu era absorbida por ese vacío negro. Un momento después, la esfera ascendió de forma vertiginosa por el hilo amarillo hasta desaparecer.

Entonces la Nave de los Sueños Estivales siguió su marcha alrededor de Sismo. Gargantúa se hundió bajo el horizonte y con él todo rastro del latiente rayo amarillo.

—No sé si a alguien todavía le importa. —Era la voz lacónica de Rebka, haciendo que Darya volviera a tomar conciencia de dónde estaba—. Pero acabo de mirar el cronómetro. La Marea Estival Máxima tuvo lugar hace unos pocos segundos. Y estamos en órbita.

Darya se volvió para mirar hacia Sismo. Lo único que se veía era la interminable y oscura capa de nubes y, más allá de ellas, sobre el horizonte, la esfera gris azulada de Ópalo.

La Marea Estival. Había pasado y no se había parecido a nada que ella hubiera imaginado. Darya miró a los demás, quienes todavía se frotaban los ojos tendidos en el piso de la nave, y experimentó una enorme frustración. ¡Verlo todo y no comprender nada! Toda la visita a Sismo durante la Marea Estival era un misterio sin resolver, una pérdida de tiempo y de vidas humanas.

—La buena noticia es que hemos entrado en órbita.

—Rebka estaba hablando otra vez. Darya pudo escuchar la fatiga en su voz—. La mala noticia es que la pirueta que acabamos de dar consumió la poca potencia que nos quedaba. Es probable que eso debamos agradecérselo a Louis Nenda y a Atvar H’sial. No tengo idea de lo que ocurrió con la otra nave, ni en realidad me importa. Espero que Nanda y H’sial hayan tenido su merecido, pero en este momento no tengo tiempo para preocuparme por ellos. Estoy preocupado por nosotros. Sin potencia, no podremos aterrizar en Ópalo, en Sismo ni en ninguna otra parte. El comandante Perry está elaborando una trayectoria que nos llevaría a la Estación Intermedia. Si tenemos suerte, tal vez podamos abordar el Umbilical desde allí.

¿Elaborando una trayectoria?, pensó Darya. ¿Cómo puede? Perry no tiene manos, sólo trozos de carne quemada. Pero él lo hará, con o sin manos. Y si su pie estuviese quemado como el mío, caminaría sobre él. También correría, si tuviese que hacerlo. Hans Rebka habla de suerte, pero ellos no han tenido mucha. Tuvieron que fabricarse la suya. Nunca volveré a burlarme del Círculo Phemus. Su gente es sucia, desagradable, pobre y primitiva, pero Rebka, Perry y el resto de ellos poseen algo que hace parecer medio muertas a las personas de la Alianza. Ellos tienen la voluntad de vivir, no importa lo que ocurra.

Y entonces, porque comenzaba a sentirse más relajada y algo lenta en respuesta al fluido anestésico y ligeramente tóxico que Kallik le había inyectado y porque Darya Lang nunca podía dejar de pensar, ni siquiera cuando lo deseaba, su mente le dijo: al Umbilical. Nos dirigimos al Umbilical.

El menor de los artefactos de los Constructores. Ella lo sabía; todos lo sabían. En la escala de los Constructores, esa estructura era insignificante. Pero era hacia allí, al menor de todos los artefactos, y a ese momento, la Marea Estival Máxima, hacia donde habían señalado todos los otros artefactos de los Constructores.

¿Por qué? ¿Por qué no señalar a uno de los artefactos impresionantes como Paradoja, Centinela, Elefante, Capullo o Lupa?

Ése sí que es un misterio, pensó Darya, un rompecabezas que vale la pena examinar. Olvidemos el lío en que nos encontramos y pensemos en eso por un rato. No puedo ayudar a Rebka y a Perry. De todos modos, no necesito hacerlo. Ellos se ocuparán de mí. Así que pensemos.

Pensemos en las dos esferas que emergieron de las profundidades de Sismo. ¿Cuánto tiempo habían estado allí? ¿Por qué estaban allí? ¿Adonde fueron? ¿Por qué eligieron este momento para emerger y por qué la negra se llevó a la nave zardalu consigo?

Las preguntas quedaron sin respuesta. A medida que la ponzoña narcótica de Kallik se esparcía por su torrente sanguíneo, Darya comenzó a sumirse en la inconsciencia. Le quedaba demasiado poco tiempo para pensar. Su concentración había desaparecido junto con su energía, y su cerebro divagaba de un tema a otro. Sólo faltaban momentos para que cayese en el sueño de la droga.

A pesar de todo, en el último instante, en el segundo antes de que su cerebro se desvaneciera en el vacío, Darya tuvo un destello de comprensión. ¡Entendió el significado de Sismo y de la Marea Estival! Supo cuál era su función y tal vez su propio papel en ella. Trató de aferrarse al pensamiento, de fijarlo con firmeza en su memoria.

Era demasiado tarde. Sin dejar de luchar, Darya flotó irresistiblemente hacia el sueño.

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