El ruido significaba mal funcionamiento. Lo mismo ocurría con las vibraciones mecánicas. Los motores de un coche aéreo en buen estado eran casi silenciosos; su marcha era suave como la seda.
Darya Lang escuchó el resollante estertor de muerte a sus espaldas y sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. No cabían dudas al respecto. Las sacudidas empeoraban. Empeoraban rápido y se notaban fácilmente sobre los embates del viento.
—¿Cuánto falta? —Tuvo que gritar la pregunta.
Hans Rebka meneó la cabeza, sin alzar la vista de los controles.
—Catorce kilómetros. Tal vez sea demasiado. Cuestión de suerte.
Avanzaban a no más de mil metros sobre la superficie; apenas a una altura suficiente para no agregar más polvo a los respiraderos de admisión. El suelo era escasamente visible, borroso y fantasmal bajo una niebla de polvo turbulento.
Lang miró más arriba. Había una delgada hebra vertical que se alzaba a la distancia.
—Lo veo, Hans! —gritó—. ¡Allí está el pie del Umbilical!
—De nada sirve. Estamos perdiendo altura —gritaba Rebka casi simultáneamente.
El motor del coche aéreo comenzó a producir ruidos más fuertes. Momentos de vuelo normal eran seguidos por intensas vibraciones y segundos de brusco descenso. Se internaron en la capa de polvo. La hebra plateada del Umbilical desapareció de la vista.
—Seis kilómetros. Cuatrocientos metros. —Rebka había echado una última mirada antes de entrar en la tormenta; ahora se guiaba por los instrumentos—. No puedo ver para elegir el lugar donde aterrizar. Revisa tu arnés y asegúrate de tener bien firmes la máscara y el respirador. Podemos tener dificultades.
Los coches aéreos eran máquinas resistentes. Habían sido diseñados para volar en condiciones extremas; pero lo que no podían garantizar era un aterrizaje suave con un motor despedazado por el polvo de corindón. El último estertor de potencia se produjo cuando los instrumentos mostraban una altitud de veinte metros. Rebka cambió la aleta hipersustentadora para evitar un desenganche y disminuyó a la mitad la velocidad de aterrizaje acostumbrada. En el último instante le gritó a Darya que se sujetase fuerte. Tocaron tierra violentamente, rebotaron sobre un afloramiento rocoso lo bastante grande para abrir la panza del coche y se deslizaron hasta detenerse.
—¡Eso es! —Rebka, que había soltado su propio arnés, se inclinó para ayudar a Darya cuando todavía estaban en movimiento. Echó un último vistazo al sensor de onda ultracorta y se volvió hacia ella con una sonrisa triunfante—. Vamos. Tengo el rumbo. El pie del Umbilical está a menos de medio kilómetro.
Las condiciones en tierra eran mucho mejores de lo que Darya había esperado. Aunque la visibilidad se limitaba a unas decenas de metros y los sonidos del viento estaban acompañados por explosiones distantes, la superficie estaba en calma y navegable, excepto donde hileras de piedras grandes como casas saltaban por el aire como dientes rotos. Darya siguió a Rebka entre dos de ellas, pensando en que había sido una suerte que el motor fallara cuando lo había hecho y no unos segundos después. Hubiesen seguido volando para estrellarse contra esas rocas.
Darya todavía no estaba convencida de que Sismo fuese tan peligroso como aseguraba Perry, y conservaba un cierto deseo de permanecer allí y explorar. Pero, después de haber volado desde tan lejos para alcanzar el Umbilical, lo sensato era utilizarlo. Miró hacia delante. Sin duda habían caminado al menos medio kilómetro.
Al no mirar por dónde iba, Darya resbaló sobre una gruesa capa de polvo, lisa y traicionera como el aceite. Frente a ella, Rebka cayó en medio de una nube de polvo, rodó y se levantó con dificultad. En lugar de seguir avanzando, se detuvo y señaló hacia arriba.
Habían emergido en una región protegida del viento. La visibilidad había mejorado notablemente. Un disco circular, velado por el polvo en suspensión, pendía sobre ellos en el cielo. Mientras lo observaban, se elevó aún más y su tamaño pareció encogerse un poco.
El grito de Rebka coincidió con el momento en que ella comprendió lo que veía.
—El pie del Umbilical. Se está levantando.
—Pero llegamos antes de lo que esperábamos.
—Lo sé. No debería ocurrir. ¡Está subiendo mucho antes de lo programado!
El Umbilical se desvanecía frente a sus ojos. Su base circular se alejaba hacia las nubes y el polvo que volaba. A su alrededor se hallaba la plataforma con los coches aéreos. Ella conocía su tamaño y trató de calcular la altura a la que se encontraban. La base debía de estar casi a un kilómetro de la superficie.
Darya se volvió hacia Rebka.
—¡Hans, nuestro coche! Si pudiéramos regresar allí y hacerlo subir…
—No funcionará. —Acercó su cabeza a la de ella—. Aunque lográramos elevar el coche, no hay ningún sitio donde aterrizar en la base del Umbilical. Lo siento, Darya. Todo esto es culpa mía. Yo hice que viniéramos, y ahora estamos varados aquí.
Hablaba más fuerte de lo necesario… Como para convertir sus palabras en un desatino, el viento había cesado por completo. El polvo del aire comenzó a atenuarse. La superficie estaba en calma. Darya alcanzó a ver el coche aéreo.
Sobre ellos, el pie de Umbilical se cernía provocativamente cerca.
Aunque era el peor momento posible para tener semejante pensamiento, Darya decidió que, con un poco de angustia en la voz, Hans Rebka se volvía más agradable que nunca. La confianza en uno mismo y la aptitud eran virtudes…, pero también lo era la dependencia mutua.
Darya señaló.
—No continúa subiendo, Hans. ¿Quién lo controla?
—Tal vez nadie. —Ya no gritaba—. Las secuencias de control pueden estar prefijadas. Tal vez se trate de Perry y Graves… Quizá lo hayan elevado para alejarse de la superficie. Es posible que lo mantengan allí; que estén esperando para ver si aparecemos. ¡Pero no podemos alcanzarlos!
—Tendremos que intentarlo. —Sin dejar de mirar al Umbilical, Darya comenzó a caminar hacia el coche resbalando sobre la capa de talco—. Vamos. Si logramos elevar nuestro coche hasta la plataforma, es posible que logremos saltar sobre ella.
Darya escuchó con asombro sus propias palabras. ¿Era realmente ella la que proponía eso? En Puerta Centinela solía evitar las alturas. Tanto a sus amigos como a su familia les decía con estremecimiento que se sentía aterrorizada por ellas. En ese momento, la perspectiva de saltar desde un coche aéreo en movimiento al Umbilical, a un kilómetro o más del suelo, no la preocupaba lo más mínimo.
Hans Rebka la siguió, pero sólo para cogerla por el brazo y obligarla a girar.
—Espera un minuto, Darya. Mira.
Otro coche aéreo se acercaba por el noroeste, justo bajo el nivel de las nubes. Venía descendiendo, hasta que, aparentemente, su piloto alcanzó a ver el Umbilical. Entonces el coche se ladeó y comenzó a ascender en una lenta y trabajosa espiral.
El pie del Umbilical había comenzado a subir de nuevo y a más velocidad. Los dos observaron con impotencia desde el suelo cómo se desvanecía entre las nubes, seguido por el coche que se elevaba tras él. Cuando ambos desaparecieron, parecía que el coche estaba perdiendo la carrera.
Darya se volvió hacia Hans Rebka.
—Pero si Graves y Perry se encuentran en el Umbilical, ¿quién está en el coche?
—Debe de ser Max Perry. No son él y Graves quienes están en el Umbilical. Éste está efectuando su retirada automática programada para la Marea Estival; sólo que la realiza antes de tiempo. Ha sido reprogramado. —Meneó la cabeza—. Pero eso tampoco tiene sentido. Perry es el único que conoce los códigos que controlan el Umbilical. —Rebka la vio palidecer—. ¿No es así?
—No. —Darya apartó la vista—. Atvar H’sial los conocía. Todos. Ya te dije que así fue como vinimos desde Ópalo. Todo esto es culpa mía. Nunca debí haber aceptado trabajar con ella. Ahora estamos varados aquí, mientras que ella se encuentra a salvo en el Umbilical.
Hans Rebka alzó la vista con furia.
—Apuesto a que sí. Esa maldita cecropiana. Mientras volábamos, me preguntaba si todavía estaría sobre Sismo. Y J’merlia debe de estar con ella. Así que los del coche deben de ser Perry y Graves.
—O tal vez las gemelas Carmel.
—No. Ellas no tenían acceso a un coche aéreo. De todos modos podemos dejar de especular. Aquí viene.
El coche emergía de entre las nubes en espiral, buscando un buen lugar donde aterrizar. Darya corrió hacia él y agitó los brazos frenéticamente. El piloto la vio y se dirigió hacia ella. El coche efectuó un brusco aterrizaje a no más de cincuenta metros, creando una pequeña tempestad de polvo con sus chorros de aire descendente.
La puerta del coche se abrió. Hans Rebka y Darya Lang observaron con asombro cómo descendían dos humanas idénticas e idénticamente vestidas, seguidas por un lo’tfiano y una polvorienta hymenopt. Los últimos en bajar fueron Julius Graves y Max Perry.
—¡Pensamos que estabas muerta!
—¡Pensamos que erais vosotros los del Umbilical!
—¿Dónde las encontraron?
—¿Cómo llegasteis aquí?
Perry, Rebka, Lang y Graves hablaban al mismo tiempo, reunidos en un estrecho círculo junto a la puerta del coche. Los dos alienígenas y las gemelas Carmel se encontraban a un costado, observando el desolado panorama que los rodeaba.
—No detectamos ninguna señal de radio en el camino —continuó Graves. Miró a Darya Lang—. ¿Tiene idea de lo que ha ocurrido con Atvar H’sial?
—No estoy segura, pero pensamos que probablemente esté allá arriba, en el Umbilical.
—No. No hay nadie allí. Aunque logramos alcanzarlo, llegamos a ver que no había cápsulas en funcionamiento. Ya se encuentra fuera del alcance de un coche aéreo. ¿Pero qué hay de usted? Pensé que Atvar H’sial la había dejado abandonada.
—Así fue. Hans Rebka me rescató. No obstante, Atvar H’sial debe de planear volver a buscarme, porque me dejó provisiones y un generador de señales.
—No fue ella. Eso fue obra de J’merlia. —Graves señaló al lo’tfiano—. Dice que Atvar H’sial no le prohibió ayudarla. Por eso lo hizo. Dice que estaba muy preocupado por usted cuando la dejaron allí y que parecía estar muy mal equipada para sobrevivir en Sismo. Luego pensó que habría muerto, porque no logramos escuchar ninguna señal de su generador. Estoy seguro de que Atvar H’sial no se proponía volver por usted. Fue abandonada para que muriera en Sismo.
—¿Pero dónde está Atvar H’sial ahora? —les preguntó Rebka.
—Acabamos de formularles a ustedes esa pregunta —dijo Perry—. Debe de estar con Louis Nenda.
—¡Nenda!
—Él vino aquí en su propia nave —observó Graves—. ¿Sabían que es capaz de hablar con un cecropiano directamente? Kallik le dijo a J’merlia que Nenda tiene incorporada una técnica zardalu que le permite emplear la comunicación por feromonas. Él y Atvar H’sial dejaron atrás a J’merlia y a Kallik, para irse solos a alguna parte.
—Creemos que vinieron aquí. De alguna manera, Atvar H’sial obtuvo la secuencia de controles y debió programar el Umbilical para que se retirara antes de tiempo. —Hans Rebka dirigió a Darya una mirada de «no digas más» y continuó—. Quiere que todos muramos, varados en Sismo durante la Marea Estival. Por eso dejó atrás a J’merlia y a Kallik… No quería testigos.
—Pero nosotros escuchamos su señal de auxilio y los recogimos. —Perry señaló a los dos seres silenciosos—. Creo que Nenda y H’sial pueden haber pensado volver por ellos, pero deben haber llegado demasiado tarde. La zona estaba cubierta de lava fundida. Hemos tenido que mantener a J’merlia y a Kallik con nosotros.
—Pero, si Nenda ha logrado llegar a su propia nave —dijo Graves—, él y Atvar H’sial podrán abandonar el planeta.
—Lo cual es más de lo que podemos hacer nosotros. —Pasada su anterior depresión, Rebka se había animado y estaba lleno de energía—. El Umbilical se ha ido y no regresará hasta después de la Marea Estival. Sólo disponemos de un coche aéreo para todos… El nuestro feneció al llegar aquí. De cualquier modo, los coches no están preparados para entrar en órbita; así que no nos servirá de nada. Comandante Perry, necesitamos un plan para sobrevivir aquí. Estamos varados en Sismo hasta que regrese el Umbilical.
—¿Debo decirlo una vez más? Eso es imposible. —Aunque Perry habló con suavidad, su tono sombrío transmitió más agobio que un alarido—. He estado tratando de hacerles entender una cosa desde el día en que arribaron a Dobelle: LOS humanos no pueden sobrevivir a la Marea Estival sobre la superficie de Sismo. Ni siquiera a una Marea Estival corriente. Mucho menos a ésta. No importa lo que piensen. No existe ningún «plan de supervivencia» que pueda salvarnos si permanecemos en Sismo. Esto todavía está bastante tranquilo, y no comprendo por qué. Pero no puede durar mucho más. Cualquiera que esté sobre la superficie de Sismo durante la Marea Estival morirá.
Como si el planeta le hubiera escuchado, un rugido distante de tierra solevantada y rocas trituradas siguió a sus palabras. Unos momentos después, una serie de temblores oscurecieron el aire y sacudieron el suelo bajo sus pies. Todos miraron a su alrededor y, de forma instintiva, se dirigieron al interior del coche con la ilusión de que allí estarían a salvo.
Darya Lang, que fue la última en entrar, observó a los siete que la habían precedido.
No era un grupo muy prometedor para quemar los últimos cartuchos con un plan de supervivencia. Las gemelas Carmel se veían como dos personas que ya habían sido derrotadas y quebrantadas. Habían pasado por demasiadas cosas en Sismo; a partir de ahora, sólo seguirían instrucciones. Graves y Perry estaban sucios y desaliñados, con las ropas rotas y cubiertas de polvo y sudor. Ambos tenían heridas inflamadas en las pantorrillas, y Graves tenía una serie de costras en el cuero cabelludo. Y, lo que era peor, actuaba alegremente y sonreía a todos como si sus propias preocupaciones se hubiesen acabado. Tal vez era cierto. Si alguien tenía posibilidades de salvarlos era Max Perry, y no Julius Graves. Después de su siniestro pronóstico, Perry había vuelto a su introvertido silencio, en el que veía algo que resultaba invisible para todos los demás.
J’merlia y Kallik parecían bastante normales…, porque Darya no sabía interpretar las señales de tensión y dolor en sus cuerpos extraños. J’merlia eliminaba meticulosamente el polvo blanco de sus patas, utilizando las suaves almohadillas de sus miembros delanteros. No parecía muy preocupado por nada que no fuese su higiene personal. Después de un rápido estremecimiento que eliminó una buena cantidad del polvo que cubría su cuerpo, provocando las protestas de los demás ocupantes del coche, Kallik se irguió a su máxima estatura y lo observó todo con ojos brillantes. Si alguien conservaba el optimismo, tal vez fuese la pequeña hymenopt. Por desgracia, sólo J’merlia podía comunicarse con ella.
Darya miró a Hans Rebka. Aunque era evidente que estaba exhausto, seguía siendo su mayor esperanza. Tenía profundas marcas rojas en el rostro, producidas por la máscara y el respirador, y alrededor de sus ojos lucía unos círculos de polvo blanco que le otorgaban un aspecto de búho. Sin embargo, al notar que lo miraba, esbozó una pequeña sonrisa y le guiñó un ojo.
Cuando entró Darya, apenas quedó el espacio suficiente para cerrar la puerta. Nunca había esperado ver tantos seres, humanos o alienígenas, en el interior de un coche pequeño. La capacidad estipulada era para cuatro personas. Las gemelas Carmel habían logrado caber en un asiento; J’merlia estaba agazapado en el suelo, donde podía ver o escuchar muy poco; y tanto Darya Lang como Max Perry habían quedado de pie.
—¿Qué hora es? —preguntó Rebka de pronto—. Me refiero a cuántas horas faltan para la Marea Estival.
—Quince. —La voz de Perry era inexpresiva.
—¿Y entonces qué haremos? No podemos permanecer sentados esperando la muerte. Cualquier cosa sería mejor que eso. Nos resultaría imposible alcanzar el Umbilical, aunque no continúe subiendo. Y no hay ningún sitio sobre Sismo al que podamos ir para estar seguros. ¿Y si nos elevamos todo lo que podemos y tratamos de pasarla dentro de este coche?
Kallik emitió una serie de silbidos roncos que a Darya Lang le sonaron como una burla, mientras Perry salía de sus ensueños y negaba con la cabeza.
—He repasado todas esas ideas hace mucho —dijo con tono funesto—. Sólo nos resta potencia para ocho horas, y eso con una carga normal. Si logramos despegar —cosa que no puedo asegurar con tantos a bordo—, volveremos a descender antes de la Marea Estival Máxima.
—Supongamos que permanecemos aquí sentados hasta que falten cuatro o cinco horas para la Marea Estival —sugirió Rebka—, y entonces despegamos. Estaríamos fuera de la superficie durante lo peor.
—Lo siento. Eso tampoco funcionaría. —Perry dirigió una mirada furiosa a Kallik, quien se sacudía de arriba abajo con un acompañamiento de chasquidos y silbidos—. Nunca lograríamos permanecer en el aire. Los volcanes y terremotos convierten toda la atmósfera en una sola masa de turbulencia. —Se volvió hacia el lo’tfiano—. J’merlia, dile a Kallik que guarde silencio. Ya resulta bastante difícil pensar sin ese ruido.
La hymenopt saltó aún más alto y silbó.
—Sh-sh-shiiip.
—Con gran respeto —dijo J’merlia—, Kallik me pide que les advierta que todos se están olvidando de la nave.
—¿La de Louis Nenda? —preguntó Rebka—. ¿La nave en la que vino Kallik? No sabemos dónde está. De todos modos, Nenda y Atvar H’sial deben de habérsela llevado.
Kallik emitió una serie de silbidos más fuertes y su cuerpo se retorció angustiado.
—No, no. Kallik dice humildemente que está hablando de la Nave de los Sueños Estivales, la que trajo a Sismo a las gemelas Carmel. Sabemos con exactitud dónde se encuentra.
—Pero su propulsor está exhausto —objetó Perry—. Recuerda, Kallik. Lo inspeccionamos tan pronto como la encontramos.
—Un momento, por favor. —J’merlia se abrió paso entre Julius Graves y las gemelas Carmel, hasta que estuvo agazapado cerca de la hymenopt. Los dos gruñeron y silbaron entre ellos durante medio minuto. Finalmente, J’merlia alzó la cabeza y se enderezó—. Kallik se disculpa ante todos por su extrema estupidez, ya que no logró ser lo suficientemente clara cuando examinó la nave. La potencia del Propulsor Bose está agotada, es cierto, y la nave no podría ser utilizada para viajes interestelares. Pero tal vez conserve la suficiente potencia para una travesía local… Tal vez para dar un salto y ponerse en órbita.
Rebka ya se abría paso hacia el asiento del piloto antes de que J’merlia terminase de hablar.
—¿A qué distancia se encuentra esa nave y hacia dónde está? —preguntó mientras examinaba el tablero del coche.
—A siete mil kilómetros, cerca de la Depresión Pentacline. —Perry había salido de su abatimiento y se abría paso entre las gemelas Carmel para reunirse con Rebka—. Sin embargo, estando tan próximos a la Marea Estival, seguramente nos encontraremos con un fuerte viento de costado. Eso nos desviará al menos mil kilómetros.
—Por lo tanto, no hay margen. —Rebka hacía unos cálculos rápidos—. Tenemos suficiente potencia para unos ocho mil, pero no si lo intentamos a toda velocidad. Si vamos más despacio, nos acercaremos más a la Marea Estival y las condiciones serán peores.
—Es lo mejor que podemos hacer. —Graves habló por primera vez desde que entrara en el coche—. ¿Pero lograremos despegar con tanta carga? Nos ha resultado bastante difícil llegar aquí, y eso que éramos dos personas menos.
—Y lograremos permanecer en el aire, tan cerca de la Marea Estival? —preguntó Perry—. Los vientos son increíbles.
—E incluso aunque Kallik tenga razón —dijo Graves— y todavía quede un poco de potencia en la nave, ¿podrá ponerse en órbita la Nave de los Sueños Estivales! Pero Rebka ya estaba encendiendo el motor. —No es lo mejor que podemos hacer, consejero —sentenció mientras los chorros hacían volar una nube de polvo blanco que cubría las ventanas—. Es lo único que podemos hacer ¿Qué quieren? ¿Una garantía por escrito? Acomódense y contengan el aliento. A menos que alguien tenga una idea mejor, en los próximos cinco minutos voy a forzar este coche hasta el límite. Sujétense fuerte, y esperemos que el motor esté dispuesto a cooperar.