Apenas había comenzado el segundo turno de día laboral, y Birdie Kelly ya estaba seguro de que sería un mal día. Tal vez el nuevo supervisor todavía estuviese a medio mundo de distancia de Estrellado, pero el jefe ya estaba fastidiado por la inminente llegada del hombre.
—¿Cómo es posible que alguien que ni siquiera ha visitado este sistema sea competente para controlar los viajes entre Ópalo y Sismo? —Max Perry miró a Birdie con ojos tristes y apagados. Birdie observó el aspecto demacrado de su rostro y pensó en lo bien que le vendría una comida abundante y un par de días de descanso—. El tráfico hacia Sismo es asunto nuestro —continuó Perry—. Lo hemos estado haciendo durante seis años. ¿Cuánto sabe al respecto este Rebka, un completo extraño? Nada. ¿En las oficinas centrales del Círculo pensarán que no es nada importante, que cualquier idiota puede comprender a Sismo? Nosotros sabemos la importancia de prohibir el acceso a Sismo, especialmente ahora con la Marea Estival a punto de llegar. ¿Pero lo saben ellos?
Birdie escuchó el torrente de quejas de Max Perry y asintió con complacencia. Había algo que era seguro: Perry era un buen hombre y un jefe concienzudo, pero tenía sus obsesiones. Y sin duda el capitán Hans Rebka, quienquiera que fuese, haría más difícil la vida de Birdie.
Birdie suspiró y se reclinó en su silla de mimbre. La oficina de Perry se encontraba en el piso superior del edificio más alto de Ópalo, en Sísmico, una estructura experimental de cuatro plantas que había sido construida según las especificaciones del mismo Perry. Birdie Kelly todavía se sentía incómodo allí. Los cimientos descendían a través de capas de lodo y raíces enmarañadas, tanto vivas como muertas. Atravesaban la Eslinga hasta el fondo y se introducían en las aguas salobres del océano de Ópalo. Se mantenía a flote mediante una cámara hueca justo bajo la superficie, y esta elevación hidrostática soportaba la mayor parte del peso.
Ni siquiera un edificio tan bajo resultaba seguro para Birdie. Las Eslingas eran precarias; sin cimientos firmes, casi todos los edificios de Ópalo se limitaban a una o dos plantas. Aunque durante los últimos seis meses esta Eslinga había estado trabada en un punto, con la proximidad de la Marea Estival aquello resultaría demasiado peligroso. Perry había ordenado que en el plazo de ocho días se soltase la Eslinga para que se moviera a merced de las mareas… ¿Pero sería eso lo suficientemente pronto?
El comunicador sonó. Max Perry no le prestó atención. Estaba sentado en su silla reclinada, mirando el cielo raso. Birdie sacudió su gastada chaqueta blanca, se inclinó hacia delante y leyó el brillante indicador.
Birdie hizo una mueca. El mensaje no colaboraría para mejorar el humor de Max Perry.
—El capitán Rebka se encuentra más cerca de lo que pensábamos, señor —le dijo—. En realidad abandonó Estrellado hace horas. Su coche aéreo debe de estar a punto de aterrizar en unos pocos minutos.
—Gracias, Birdie. —Perry no se movió—. Solicite que nos mantengan al tanto de las novedades.
—Lo haré, comandante. —Kelly sabía que había sido despedido por el momento, pero hizo como si no lo supiera—. Antes de que llegue el capitán Rebka debería echarle un vistazo a esto, señor. Lo más pronto que le sea posible.
Kelly apoyó una carpeta sobre la mesa de junquillos trenzados que había entre ellos. Luego volvió a reclinarse en su silla y aguardó. En su actual estado de ánimo, Max Perry no podía ser presionado.
Él techo de la habitación era transparente y se asomaba directamente al cielo de Ópalo, que como de costumbre estaba nublado. El emplazamiento había sido escogido con gran cuidado. Estaba cerca del centro de Sísmico, en una región donde las pautas de circulación atmosférica aumentaban la probabilidad de áreas despejadas. En ese momento había una breve apertura en las nubes, por la que se veía Sismo. Con su superficie a sólo doce mil kilómetros del punto más cercano de Ópalo, la esfera reseca ocupaba más de treinta y cinco grados del cielo como un gran fruto, gris violáceo y extremadamente maduro, suspendido como a punto de caer. Aunque desde aquella distancia parecía apacible, el oscuro limbo del planeta ya mostraba los contornos suaves que revelaban las borrascas de polvo.
Sólo faltaban treinta y seis días para la Marea Estival, menos de dos semanas oficiales. En diez días Perry ordenaría la evacuación de la superficie de Sismo, que supervisaría personalmente. En cada éxodo de los últimos seis años había sido la última persona en abandonar Sismo y el primero en regresar después de la Marea Estival.
Era una compulsión en Perry. Y, a pesar de lo que Rebka pudiese desear, Birdie Kelly sabía que Max Perry trataría de mantenerlo de ese modo.
La noche ya estaba avanzando sobre la superficie de Ópalo. Su sombra oscura pronto crearía la breve noche falsa del eclipse de Mandel sobre Sismo. Pero Perry y Kelly no lograrían verlo. La apertura entre las nubes se estaba cerrando rápidamente. Hubo un último destello de plata en el cielo: la luz que se reflejaba en la brillante Estación Intermedia y en la parte inferior del Umbilical. Y Sismo desapareció de la vista. Minutos después aparecieron las primeras gotas de lluvia sobre el techo.
Perry suspiró, se inclinó hacia delante y cogió la carpeta. Kelly sabía que el otro hombre había registrado sus palabras sin que realmente las escuchara. Pero Perry estaba seguro de que, si su mano derecha decía que debía revisarla de inmediato, tenía que haber una buena razón para ello.
La carpeta verde contenía tres largos sumarios, cada uno de los cuales era una solicitud para visitar la superficie de Sismo. No había nada extraordinario en aquello. Birdie había estado a punto de dar la aprobación de rutina después de examinar los planes de viaje… hasta que vio el origen de las solicitudes. Entonces supo que Perry tendría que verlos y que querría estudiarlos con detalle.
El comunicador volvió a sonar mientras Perry comenzaba a concentrarse en el contenido de la carpeta. Birdie Kelly echó un vistazo al nuevo mensaje y abandonó la habitación en silencio. Rebka estaba llegando, pero no era necesario que Perry estuviera en la pista para recibirlo. Birdie podía ocuparse de eso. Perry tenía suficientes preocupaciones con las solicitudes de visita. Ninguna provenía del interior del sistema Dobelle… En realidad eran de mundos del Círculo Phemus. Una pertenecía a la Cuarta Alianza; otra, a una remota región de la Comunión Zardalu, tan lejana que Birdie no había oído hablar de ella jamás; y otra, la más extraña de todas, había sido enviada por la Federación Cecropia. Eso no tenía precedentes. Hasta donde Birdie sabía, ningún cecropiano se había acercado nunca a años luz de Dobelle.
Y lo más extraño era que cada visitante deseaba estar en la superficie de Sismo durante la Marea Estival.
Cuando regresó, Birdie Kelly hizo algo que sólo reservaba para las emergencias. Golpeó la puerta antes de entrar. Aquello hizo que Perry le prestara atención de inmediato.
Kelly traía otra carpeta más y no estaba solo. Junto a él había un hombre delgado y humildemente vestido, que lo miraba todo con brillantes ojos oscuros y que parecía más interesado en los escasos muebles viejos que en el mismo Perry.
Sus primeras palabras parecieron confirmar esa idea.
—Comandante Perry, me alegra conocerle. Soy Hans Rebka. Sé que Ópalo no es un planeta rico. Pero sin duda su situación aquí debería justificar algo mejor que esto.
Perry dejó la carpeta y siguió la dirección de su mirada por la habitación. Era al mismo tiempo una alcoba y una oficina. No tenía más muebles que una cama, tres sillas, una mesa y un escritorio, todos viejos y desvencijados.
Perry se alzó de hombros.
—Tengo necesidades sencillas. Esto es más que suficiente.
—Estoy de acuerdo —replicó el recién llegado sonriendo—. Aunque otros hombres y mujeres no lo estarían.
A pesar de cualquier otro sentimiento que su sonrisa pudiese ocultar, la aprobación de Rebka era en parte bastante genuina. En los primeros diez segundos con Max Perry, había podido desechar una idea que le había surgido después de leer la historia de aquel sujeto. Hasta el planeta más pobre estaba en condiciones de proporcionar grandes lujos para una persona, y algunos hombres y mujeres permanecían en un planeta porque allí habían encontrado riquezas y un alto nivel de vida, sin ninguna posibilidad de exportarlos. Pero, fuera cual fuese el secreto de Perry, no podía ser ése. Vivía de un modo tan simple como el mismo Rebka.
¿El poder entonces?
Difícilmente. Perry controlaba el acceso a Sismo y casi nada más. Aunque los permisos para visitantes de otros mundos pasaban a través de él, cualquiera que tuviese verdaderas influencias podía apelar a autoridades más altas en el consejo del sistema Dobelle.
¿Cuál era entonces el motivo que lo impulsaba? Debía existir alguno; siempre lo había. ¿Pero cuál era?
Durante las presentaciones oficiales y el intercambio de cortesías superficiales en nombre del gobierno de Ópalo y del ministerio de Coordinadores Oficiales del Círculo Phemus, Rebka concentró toda su atención en Perry.
Lo hizo con un sincero interés. Hubiese preferido estar explorando Paradoja, pero, a pesar de su desprecio por la nueva misión, no podía contener su curiosidad. El contraste entre la historia de Perry y su posición actual era demasiado llamativo. Antes de los veinte años, Perry ya había sido coordinador de sección en uno de los ambientes más inhóspitos que el Círculo podía ofrecer. Había manejado los problemas con sutileza y, sin embargo, había sido inflexible. La última misión, por la cual debía pasar un año en Ópalo, era casi una formalidad, el templado final del metal antes de que Perry fuese considerado listo para trabajar en el ministerio de los Coordinadores.
Había venido y se había quedado. ¿Por qué todos aquellos años en un trabajo sin ninguna posibilidad de progreso, negándose a partir, perdiendo todo su ímpetu anterior?
Perry mismo no daba ningún indicio para averiguar el origen del problema. Era un hombre de rostro pálido y ardiente, pero Rebka podía encontrar esa misma palidez y ese ardor con sólo mirarse en el espejo. Ambos habían pasado sus primeros años en planetas donde la supervivencia era un logro, y la prosperidad, un imposible. El bocio prominente en el cuello de Perry hablaba de un mundo en donde el yodo era escaso; sus piernas delgadas y algo torcidas sugerían un temprano caso de raquitismo. No resultaba sencillo aclimatarse a Mundohirviente. Al mismo tiempo, Perry parecía encontrarse en un excelente estado de salud…, cosa que Rebka se ocuparía de verificar a su debido tiempo. El buen estado físico aún apoyaba más la certeza de que debían existir problemas mentales. Eso resultaría más difícil de examinar.
La inspección no era unilateral. Mientras se intercambiaban los saludos formales, Rebka sabía que Perry estaba efectuando su propia evaluación.
¿Pensaría que el nuevo supervisor debía de ser un hombre desprestigiado por algún servicio anterior o tal vez un pensionista holgazán? El gobierno del Círculo tenía su cuota de personas que buscaban prebendas, perezosos dispuestos a dejar que hombres como Perry hiciesen lo que quisieran, siempre y cuando el jefe no tuviera que trabajar.
Al parecer, Perry tenía prisa por saber con quién estaba tratando, ya que, en cuanto terminaron de intercambiarse los saludos, pidió a Kelly que saliese e invitó a Rebka a sentarse.
—Tengo entendido que se hará cargo de sus funciones muy pronto, capitán.
—Más que pronto, comandante. Mis funciones en Ópalo y Sismo ya han comenzado. Me han dicho que empezaban en el mismo instante en que la nave se posara sobre la pista de Estrellado.
—Bien. —Perry sostenía la carpeta verde junto con el último documento que Kelly le había entregado—. Justamente estaba revisando esto. Le agradecería que les echase un vistazo y me diese su opinión.
En otras palabras, demuéstrame lo listo que eres. Rebka cogió los documentos y los hojeó en silencio durante un minuto o dos. No estaba seguro de qué se trataba la prueba, pero no quería fallar.
—Todo parece estar dentro del formato oficial correcto —dijo al fin.
—¿No nota nada raro en ellos?
—Bueno, tal vez la variedad de los solicitantes. ¿Con frecuencia reciben solicitudes de visita que no provienen del sistema Dobelle?
—Pocas veces. —Perry asentía con la cabeza mostrando respeto y fastidio a la vez—. Ahora hemos recibido cuatro solicitudes, capitán, en un día. Todos quieren visitar Ópalo y Sismo. Individuos de tres grupos importantes y además el miembro de un consejo de la Alianza. ¿Sabe cuántos visitantes anuales solemos recibir en Dobelle? Tal vez unos cincuenta… Y todos pertenecen a nuestros pueblos, mundos del Círculo Phemus. Nunca nadie desea ir a Sismo.
Max Perry volvió a coger la carpeta. Al parecer, Rebka había recibido cierta aprobación inicial, porque el trato de Perry había perdido un poco de rigidez.
—Mire ésta. Es de una cecropiana, por amor de Dios. En Dobelle nunca nadie ha visto a una cecropiana viva, ni siquiera yo. Aquí no hay nadie que sepa cómo comunicarse con ellas.
—No se preocupe por eso. —Rebka volvió a fijar la vista en las hojas que tenía delante—. Contará con su propio intérprete. Pero usted tiene razón. Si sólo reciben cincuenta por año, cuatro en un día exceden ampliamente las estadísticas. —Y no me lo has dicho, pensó, pero en lo que a ti se refiere son cinco en un día, ¿verdad? Estas solicitudes llegaron al mismo tiempo que yo, y para ti no soy más que otro intruso—. ¿Entonces qué es lo que quieren todos ellos, comandante? No he leído sus motivos.
—Diferentes cosas. Ésta… —Perry señaló la página con un dedo enflaquecido—. Ésta acaba de llegar. ¿Alguna vez ha oído hablar de un hombre llamado Julius Graves? Representa al Consejo Ético de la Cuarta Alianza y, según esto, desea venir a Ópalo para investigar un caso de asesinato múltiple en el que de alguna manera están complicadas unas mellizas de Shasta.
—Un mundo rico Shasta. Se encuentra muy lejos de Dobelle, en más de un sentido.
—Pero según mi interpretación de los reglamentos, él puede oponerse a cualquier cosa que digamos aquí.
—Oponerse a nosotros o a cualquier otra persona de Dobelle. —Rebka cogió el documento en sus manos—. Nunca he oído hablar de Julius Graves, pero los consejos éticos tienen autoridad sobre todos los grupos. Nos resultará muy difícil discutir con él.
—¡Y no dice por qué viene hacia aquí!
—No tiene por qué hacerlo. —Rebka volvió a mirar el formulario—. En su caso, esta solicitud es una formalidad. Si desea venir, nadie puede detenerle. ¿Pero qué hay de los otros? ¿Por qué quieren ir a Sismo?
—Atvar H’sial, la cecropiana, dice que su especialidad es la evolución de los organismos bajo circunstancias ambientales extremas. Sin duda Sismo cumple los requisitos. Dice que quiere ir allí y ver cómo se adaptan las formas de vida nativas durante la Marea Estival.
—¿Viaja sola?
—No. Con alguien o algo llamado J’merlia. Un lo’ftiano.
—Muy bien. Ése debe de ser su intérprete. Los lo’ftianos son otra forma de vida de la Federación Cecropia. ¿Quién más?
—Otra mujer, Darya Lang, de la Cuarta Alianza.
—¿Humana?
—Eso supongo. Asegura estar interesada en ver los artefactos de los Constructores.
—Pensaba que sólo había uno en el sistema Dobelle.
—Es verdad. El Umbilical. Darya Lang quiere echarle un vistazo.
—No tiene que llegar hasta Sismo para hacerlo.
—Dice que quiere ver cómo está fijado el Umbilical a la superficie de Sismo. Nunca nadie ha entendido cómo hicieron los Constructores para programar su retracción al espacio durante la Marea Estival. La historia de Lang es verosímil. Créala si lo desea.
A juzgar por su tono de voz, era evidente que Perry no la creía. A Rebka se le ocurrió pensar que al menos tenían una cosa en común: su cinismo.
—También está Louis Nenda —continuó Perry—. De la Comunión Zardalu. ¿Cuándo escuchó hablar de ellos por última vez?
—Cuando mantuvieron su última escaramuza con la Alianza. ¿Qué alega él?
—No se molesta en explicarlo detalladamente, pero tiene que ver con su interés en estudiar nuevas fuerzas físicas.
Quiere investigar los terremotos en Sismo durante la Marea Estival. Hay una nota a pie de página, que habla sobre la teoría de la estabilidad de las biosferas, aplicándola a Sismo y a Ópalo. Oh, y Nenda trae a un hymenopt consigo, como mascota. Los únicos hymenopt que se han visto en Ópalo están embalsamados en el Museo de las Especies. Júntelos a todos, capitán, ¿y qué es lo que obtiene?
Rebka no respondió a eso. A menos que todos los expedientes de Perry fuesen falsos, detrás de aquellos ojos apagados y tristes había una inteligencia flexible y sutil. Ni por un momento pensó que Perry le estuviese pidiendo consejo porque creyera que lo necesitaba. Lo estaba sondeando. Probaba su propia intuición y su sentido del equilibrio.
—¿Cuándo pretenden arribar?
—Según esto, Darya Lang traspuso el último Nodo Bose hace tres días. Eso significa que se encuentra en el último tramo subluminal antes del Aeropuerto de Estrellado. La petición de aterrizaje podría llegar en cualquier momento. El resto se encuentra a unos días de distancia.
—¿Qué recomienda que hagamos?
—Le diré lo que recomiendo no hacer. —Por primera vez, la emoción apareció en el rostro delgado de Max Perry—. Podemos permitirles visitar Ópalo —aunque eso no será ninguna broma durante esta Marea Estival—, pero no podemos, bajo ninguna circunstancia, dejar que pongan un pie sobre Sismo.
Lo cual significa, pensó Rebka, que mis instintos tuvieron razón allá en Estrellado. Si quiero averiguar qué es lo que retiene a Max Perry en Dobelle, es probable que tenga que hacer exactamente eso: visitar Sismo durante la Marea Estival. Qué diablos. No puede ser más peligroso que el descenso a Paradoja. Pero examinemos las cosas un poco antes de saltar demasiado lejos.
—No estoy convencido de lo que dice —respondió, y observó cómo la aprensión aparecía en los ojos apagados de Perry—. Esta gente viene desde muy lejos para ver Sismo. Estarán dispuestos a pagar muy bien a Dobelle por el privilegio, y este sistema necesita todo lo que pueda obtener. Antes de negarles el acceso, quiero hablar por lo menos con Darya Lang. Y tal vez necesite ver con mis propios ojos la superficie de Sismo cerca de la Marea Estival… pronto.
Sismo cerca de la Marea Estival. Ante aquellas palabras apareció otra expresión en el rostro de Max Perry. Pena. Culpa. ¿Anhelo tal vez? Podía ser cualquiera de ellas. Rebka lamentó no conocerlo mejor. Sin duda el semblante de Perry revelaba las respuestas a cien preguntas… para aquel que supiera leerlo.