11 Marea estival menos trece

La resistencia violenta es un problema, pero la no resistencia puede resultar más difícil de manejar.

Hans Rebka se sentía como un boxeador, preparado para un golpe que nunca llegaba. Y, en cierta forma, todavía aguardaba.

—¿No lo han discutido? —preguntó.

—Claro que sí —asintió Max Perry—. Al menos Louis Nenda lo hizo. Pero entonces dijo que ya estaba harto del sistema Dobelle, que podíamos comernos su solicitud de acceso y que pensaba irse de aquí en cuanto pudiese. Y ya lo ha hecho.

—¿Qué hay de Darya Lang y Atvar H’sial?

—Lang no dijo una palabra. No hay forma de saber qué piensa Atvar H’sial; con todo, lo que tradujo J’merlia no demostró mucha furia. Se fueron con su resentimiento a otra Eslinga. No los he visto en dos días… Para ser honesto, debo confesar que no he tenido tiempo para preocuparme por ellos. ¿Cree que deberíamos hacerlo?

Los dos hombres estaban en los últimos momentos de espera mientras la cápsula que los llevaría a Sismo era unida al Umbilical. Cada uno llevaba una pequeña bolsa como todo equipaje. Julius Graves estaba junto al coche aéreo que los había traído desde Estrellado, maniobrando con sus dos pesados cajones.

Rebka consideró con cuidado la pregunta de Perry. Su misión en Dobelle sólo involucraba la rehabilitación de Max Perry. En principio no tenía nada que ver con miembros de otras especies o con la forma en que éstos eran tratados. Pero en lo que atañía a todos los de Ópalo, él era un oficial superior y tenía los deberes correspondientes a su posición. Justo antes de abandonar Estrellado, había recibido un nuevo mensaje en clave de las oficinas centrales del Círculo, pero, dijera lo que dijese, no albergaba grandes esperanzas de que le fuese de mucha utilidad. A la distancia, los consejos e instrucciones solían servir más para causar nuevos problemas que para ayudar a resolverlos.

—La gente debería estar protestando mucho más —dijo al fin.— En especial Louis Nenda. ¿Qué probabilidades tendría si abandona Ópalo e intenta un aterrizaje directo en Sismo desde el espacio? El vino en su propia nave.

—No tendríamos forma de impedirle intentarlo. Pero, a menos que su nave esté diseñada para despegar sin los medios de un espaciopuerto, se encontraría en problemas. Aunque podría descender en Sismo, tal vez nunca lograría salir de allí.

—¿Qué hay de Darya Lang y Atvar H’sial?

Imposible. No cuentan con una nave y no podrán alquilar una que realice vuelos interplanetarios. Podemos olvidarnos de ellas.

Entonces Perry vaciló. No estaba seguro de lo que acababa de decir. Había algo en el aire, una sensación de calma previa a una gran tormenta. Y no se trataba sólo de los aguaceros pronosticados sobre Ópalo en un lapso de veinticuatro horas.

Era la Marea Estival, pendiendo sobre todo. Faltando trece días de Dobelle, Mandel y Amaranto se veían más grandes y brillantes. La temperatura promedio ya había subido cinco grados, bajo unas nubes furiosas como cobre fundido. El aire de Ópalo había cambiado en las últimas doce horas. Estaba cargado con un sabor metálico que combinaba con el cielo encapotado. El polvo resecaba los labios, hacía llorar los ojos y producía picazón en las narices, como a punto de estornudar. Mientras las grandes marejadas acercaban el lecho marino a la superficie, los terremotos y erupciones submarinas proyectaban sus irritantes vapores y cenizas bien alto en la atmósfera.

—Se acerca otra tormenta. Es un buen momento para abandonar Ópalo.

—Pero es un mal momento para llegar a Sismo —replicó Perry.

Subieron al coche. Perry extrajo su identificación personal y comenzó a ejecutar una compleja secuencia de comandos.

Los tres hombres mantuvieron una inquieta formalidad mientras se iniciaba el ascenso. Cuando Perry informó a Graves que el acceso a Sismo estaba cerrado hasta que hubiese pasado la Marea Estival, Graves sacó a relucir la autoridad del Consejo. El iría a Sismo de todos modos.

Perry había señalado que Graves no podía impedir que los funcionarios planetarios lo acompañasen. Ellos tenían la responsabilidad de impedir que se suicidase.

Graves había asentido con la cabeza. Todos eran amables; nadie se sentía feliz.

La tensión cedió cuando la cápsula emergió de entre las nubes de Ópalo. Los tres hombres tenían otra cosa en qué ocupar sus mentes. El coche contaba con portillas corredizas en el nivel superior, al igual que una gran ventanilla, directamente sobre sus cabezas. Los pasajeros gozaban de una vista excelente de todo lo que les rodeaba. Cuando Sismo apareció entre las nubes, se desvaneció cualquier intento de mantener una conversación.

Julius Graves miró a su alrededor con la boca abierta, mientras que Max Perry echó un vistazo hacia arriba y se encerró en sí mismo. Hans Rebka trató de ignorar lo que le rodeaba y concentrar su mente en la tarea que le aguardaba. Perry podía saberlo todo sobre Sismo, y Graves podía ser una fuente de información sobre todos los temas y sobre miles de soles; sin embargo, Rebka tenía la sensación de que tendría que conducirlos a ambos.

¿Conducirlos a través de qué? Miró a su alrededor y descubrió un panorama que desplazó todo pensamiento racional. Apenas hacía unos días que había recorrido el trayecto hacia Sismo, pero nada estaba igual. A la izquierda se asomaba Mandel, groseramente henchida. El casco del coche, diseñado por los Constructores, detectaba y filtraba las radiaciones peligrosas, convirtiendo el rostro resplandeciente de la estrella en una imagen oscura, rayada y picada con fáculas, manchas solares y grandes llamaradas. El disco era tan grande que Rebka sintió que podría extender la mano y tocar su superficie color ocre.

Amaranto —que ya no era una estrella enana— pendía detrás de Sismo. La compañera estaba transformada. Hasta su color había cambiado. Rebka lo reconoció como un efecto artificial. Cuando las ventanillas del coche alteraban sus propiedades de transmisión para detener la radiación de Mandel, también modificaban el espectro transmitido por Amaranto. El anaranjado rojizo se convertía en un púrpura brillante.

Hasta Gargantúa estaba bien encaminado hacia su punto de reunión. Reflejando la luz de Mandel y Amaranto, el gigante gaseoso se había henchido de una chispa distante a una mancha anaranjada brillante, del tamaño de una uña de pulgar.

Los participantes estaban allí; la gravedad producía los cambios, y la danza cósmica estaba a punto de comenzar. En las últimas horas antes de la Marea Estival, Mandel y Amaranto pasarían a una distancia de cinco millones de kilómetros la una de la otra, el grosor de una uña en términos estelares. Gargantúa se abalanzaría hacia Mandel sobre el lado opuesto a Amaranto, impulsado en su órbita por el campo combinado de ambas compañeras estelares. Y el pequeño Dobelle, atrapado en esa sicigia de gigantes, giraría con impotencia en la urdimbre y la trama de un tapiz gravitatorio dinámico.

La órbita de Dobelle era estable; Ópalo y Sismo no corrían peligro de separarse, ni de que el doblete fuese lanzado hacia el infinito. Pero ésa era la única garantía que proporcionaban los astrónomos. Durante la Marea Estival, las condiciones en la superficie de Ópalo y Sismo no podían calcularse.

Rebka alzó la vista hacia Sismo. La bola gris azulada se había convertido en el rasgo más familiar del cielo. No había cambiado en forma perceptible desde su último viaje por el Umbilical.

¿O sí? Miró con más atención. ¿El limbo del planeta era un poco más borroso? ¿La delgada capa de aire que lo cubría se había vuelto más ancha?

La mente de un viajero tenía pocas distracciones aparte de la vista. Ascendían a una velocidad constante, sin ninguna sensación de movimiento en el interior del coche. Sólo un observador muy atento notaría que el punto dorado de la Estación Intermedia crecía lentamente, mientras que en el interior de la cápsula la gravedad aparente disminuía de forma gradual. El viaje no se realizaba en caída libre. Las fuerzas de masas decrecían con rapidez, pero la única parte ingrávida del trayecto eran los dos mil kilómetros después de la Estación Intermedia, donde todas las fuerzas centrífugas y gravitatorias se hallaban en equilibrio. Después de eso venía el verdadero descenso hacia Sismo, cuando la cápsula caía en verdad hacia el planeta.

Rebka suspiró y se levantó. Sería sencillo permitir que el paisaje del cielo lo hipnotizase, así como Sismo hipnotizaba a Max Perry. Y no sólo a él. Rebka se volvió hacia Graves. El consejero estaba totalmente absorto en sus propios ensueños.

Rebka se dirigió a la rampa y bajó al nivel inferior de la cápsula. La cocina era primitiva, pero no habían podido comer nada desde que abandonaran Estrellado. Como tenía hambre y no estaba muy exigente, escogió sin mirar. El sabor y el contenido de la sopa que encargó no tenían importancia.

Con sus paredes opacas, el nivel inferior de la cápsula resultaba deprimente. Rebka se acercó a la mesa y eligió un segmento musical privado. La música Pre-Expansión, compleja y polifónica, sonó en el interior de su cabeza. Las voces al estilo de fuga sugerían la inminente influencia de Mandel y su séquito. Durante diez minutos, Rebka comió y escuchó, disfrutando con dos de los placeres más básicos y antiguos de la humanidad. Una pregunta surgió en su mente. Al carecer de música, ¿tendrían los cecropianos alguna forma de arte propia en compensación?

Al terminar la pieza, le sorprendió advertir que Julius Graves se encontraba allí y le miraba.

—¿Puedo? —El consejero se sentó ante la mesa y señaló el tazón vacío—. ¿Es recomendable?

Rebka se encogió de hombros. De las cosas que Julius Graves podía querer de él, su opinión sobre la sopa no ocupaba los primeros puestos de la lista.

—¿Alguna vez se le ha ocurrido pensar en lo increíble que es el hecho de que, con muy poca ayuda, seamos capaces de comer y digerir los alimentos de mil mundos diferentes? —preguntó Graves—. Los ingredientes de esa sopa fueron producidos en Ópalo, pero su estómago no tendrá ningún problema para procesarlos. En el sentido biológico, nosotros, los cecropianos y los hymenopt somos completamente distintos. Ninguno de ellos está basado en el ADN. Sin embargo, con la ayuda de unas pocas bacterias unicelulares implantadas en nuestro organismo, podemos comer los mismos alimentos que ellos. Sorprendente, ¿verdad?

—Supongo que sí.

Rebka detestaba los diálogos a solas con Graves. Aquellos dementes ojos azules le asustaban. Incluso cuando la conversación parecía general, sospechaba algo oculto; y, para mayor confusión, nunca estaba seguro de cuánto de lo que decía provenía del gemelo mnemotécnico. Steven era amigo de los datos interminables y las bromas estúpidas; Julius, de la sutileza y los rodeos. La presente conversación podía ser una simple especulación del primero o un engañoso tanteo del segundo.

—Lo sé —replicó Graves, esbozando una sonrisa—. No le parece importante que podamos comer los alimentos de Ópalo o los de Sismo. Pero lo es. Para comenzar, ha originado una teoría popular sobre el motivo por el cual cecropianos y humanos no pelearon cuando se encontraron. La gente dice que evitaron el combate porque no competían por los mismos recursos. Pero eso es una tontería. No sólo compiten por los mismos recursos inorgánicos de metales y materias primas, sino que también, con un poco de ayuda en el nivel bacteriano, están en condiciones de comer los mismos alimentos. Un humano podría comerse a un cecropiano, si tuviera necesidad de hacerlo. O viceversa. Y eso presenta un nuevo misterio.

Rebka asintió con la cabeza para demostrar que estaba escuchando. Era mejor jugar al hombre amable que hablar demasiado.

—Miramos a un cecropiano —continuó Graves—, a un lo’tfiano o a un hymenopt y decimos: ¡qué extraños que son! ¡Cuan diferentes a nosotros! Pero el misterio está justamente en lo opuesto. Deberíamos decir: ¿por qué somos todos tan similares? ¿Cómo es posible que seres derivados de distintas especies, evolucionados en mundos diferentes, calentados por soles de otros tipos estelares, con biologías totalmente diversas, sin un solo punto de historia en común…, cómo puede ser que se parezcan tanto como para poder comer los mismos alimentos? Que las formas de sus cuerpos sean tan similares que podamos utilizar análogos de la Tierra, cecropianos, hymenopt, chrysemides, en seres de las más distantes estrellas. Que podamos hablar entre nosotros, de un modo o de otro, y comprendernos sorprendentemente bien. Llega hasta tal grado que un solo consejo ético puede ponerse de acuerdo en reglas que serán aplicadas a lo largo de todo el brazo espiral. ¿Cómo pueden ser esas cosas? Aunque, claro, el brazo espiral está lleno de misterios.

Rebka estaba seguro de que Graves se dirigía a alguna parte. Pero tendría que andar un buen rato antes de que aquello cobrase sentido. Por el momento, sólo parecía estar ofreciendo un discurso filosófico.

—Muchos misterios —continuó Graves—. Los Constructores, por supuesto. ¿Qué ocurrió con ellos? ¿Cuál era su psicología, su historia, su ciencia? ¿Cuál es la función de la Lupa, de Paradoja, de Antorcha o de las Fagias? De todas las creaciones de los Constructores, sin duda las Fagias son las más inútiles. Si se lo permito, Steven podría disertar varias horas sobre este tema.

Rebka volvió a asentir con la cabeza mientras rezaba para que no lo hiciera.

—Y existen otros misterios más recientes, sobre los cuales siento una gran curiosidad. Piense en los zardalu. Hace unos pocos milenios reinaban sobre más de mil mundos. Según la especie sometida, eran tiránicos, despiadados, crueles. Pero cuando el imperio se desmoronó, esas mismas especies esclavas se rebelaron y exterminaron a todos los zardalu. Un genocidio. ¿No fue ésa una acción más bárbara que cualquiera de las practicadas por los mismos zardalu? ¿Y por qué ellos decidieron gobernar de ese modo? ¿Tenían una idea diferente de la conducta ética, algo que nosotros no podríamos reconocer? De ser así, ellos eran seres verdaderamente extraños, pero nunca sabremos de qué forma. ¿Qué hubiese hecho un consejo ético con los zardalu?

… un solo consejo ético puede ponerse de acuerdo en reglas… Rebka vio la repentina angustia en el rostro envejecido de Graves, y su mente recordó ese comentario anterior. Al hablar sobre la moral de los zardalu, ¿estaría Graves cuestionando las reglas establecidas por su propio consejo? ¿Se prepararía para desobedecer sus instrucciones?

El consejero no le miraba a los ojos.

—Algunas veces me pregunto si la ética que favorecemos no será tan localista y limitada como nuestro patrón común de formas corporales y modelos de pensamiento. Los Constructores tuvieron una ciencia que resulta verdaderamente extraña para nosotros. No coincide con nuestra visión del mundo. No sabemos cómo construían, ni qué construían. Sin embargo, nuestros científicos nos dicen que sólo existe un conjunto de leyes físicas que gobiernan todo el universo… ¡Lo mismo que nuestros filósofos, quienes nos dicen que tenemos un sistema de ética universal! Me pregunto si la ética de los Constructores nos resultaría tan extraña como su ciencia. O si ellos, al ver cómo tratamos a nuestras diferentes especies, no quedarían consternados ante nuestra parcialidad y nuestros errores de juicio.

»Yo planteo que todos tenemos una lección que aprender, capitán. Es tan simple como esto: las reglas establecidas por cualquier consejo deben ser dinámicas. No pueden ser eternamente las mismas, grabadas en piedra y acero. Debemos estudiarlas sin cesar y preguntarnos si pueden ser mejoradas.

De pronto Graves miró a Rebka con fervor, giró y ascendió la rampa hacia el nivel superior de la cápsula.

Rebka permaneció sentado y lo miró partir. Había habido un contrapunto en aquellas oraciones finales, casi de dos voces. ¿Sería posible que Julius y Steven Graves estuviesen manteniendo alguna clase de diálogo interno, en el cual Rebka no era más que un observador? Tal vez Julius quería hacer una cosa, y Steven, otra.

Era descabellado, pero no más improbable que el desarrollo de una conciencia independiente en el gemelo mnemotécnico. Y si trabajar con Julius Graves en la superficie de Sismo sería difícil, trabajar con una mezcla fluctuante de Julius y Steven sería imposible.

¿Gemelos, disputándose el dominio dentro de un solo cerebro? Rebka se levantó y, al hacerlo, notó que la plataforma ejercía mucha menos presión en la suela de sus zapatos. Su peso había descendido algunos kilos. Debían estar acercándose a la Estación Intermedia. Se dirigió hacia la rampa mientras se preguntaba si Max Perry todavía estaría sentado, petrificado en su contemplación de Sismo. Cada vez más, se sentía como el guardián de unos lunáticos con talento.

En su primer viaje a Sismo, Rebka había insistido bastante en entrar en la Estación Intermedia y examinarla. Aunque los humanos la habían modificado y desarmado, seguía siendo tecnología de los Constructores, y eso la volvía fascinante. Sin embargo, cuando Max Perry decidió pasar de largo —cuando se vio competido a pasar de largo—, Rebka no había discutido la decisión, ya que él mismo sentía una gran curiosidad por ver Sismo.

Ahora la urgencia por llegar a Sismo era mucho mayor. Según el reloj interno de Rebka, faltaban trece días de Dobelle para la Marea Estival; ¡sólo ciento diez horas! No obstante, Perry insistió esta vez en detenerse en la Estación Intermedia.

—Mírelo usted mismo. —Perry señaló el tablero de la cápsula—. ¿Ve el consumo de potencia? Está demasiado alto.

Rebka miró y no pudo deducir nada. Lo mismo le ocurrió a Graves. Si Perry decía que las cosas no estaban bien, ellos tenían que creerle. No había ningún sustituto para la experiencia y, cuando se encontraban en el Umbilical, prevalecían los conocimientos de Perry.

—¿Estamos en peligro? —preguntó Graves.

—No en peligro inmediato. —Perry se frotaba la nariz con expresión pensativa—. Pero no podemos arriesgarnos a descender en Sismo hasta que sepamos por qué ha aumentado el consumo de potencia. Como los controles centrales están en la Estación Intermedia, debemos detenernos allí y averiguar qué es lo que ocurre.

Bajo su dirección, la cápsula ya había abandonado sus correderas invisibles para girar hacia la figura deforme que ocupaba la mitad del cielo a su izquierda.

Cuando los humanos la descubrieron, la Estación Intermedia era una cueva sofocante de tres kilómetros de ancho y casi vacía. Las paredes eran transparentes. Un hombre con traje espacial podía volar hasta el lado que miraba a Ópalo y detectar que caía suavemente en aquella dirección. Un fuerte puntapié en la pared de vidrio lo haría pasar al interior, donde continuaría flotando, cada vez más lento, hasta que al fin se viera detenido por la pared opuesta. La estación marcaba el centro de masa exacto del sistema Sismo/Ópalo.

No se comprendía qué uso habían dado los Constructores a la Estación Intermedia. Eso no tenía demasiada importancia para la mayoría de los humanos. Éstos habían llenado la esfera vacía con varias cámaras presurizadas, convirtiéndola en un hábitat provisional y en un depósito de diversas cosas, desde botas termales hasta alimentos deshidratados y congelados. Respondiendo a cierto viejo instinto cavernícola que favorecía los espacios cerrados, también habían cubierto las paredes externas con una capa opaca. Después de cuatro mil años de Expansión, al parecer los humanos todavía se sentían incómodos ante el vacío infinito del espacio abierto.

La cápsula atravesó una primera esclusa de aire y luego avanzó como un topo por un corredor oscuro que apenas si era lo suficientemente ancho para permitir su paso. Dos minutos después llegó a una cámara cilíndrica llena de monitores y tableros de control. Perry aguardó un par de minutos mientras se equiparaban la presión interna y la externa. Entonces, abrió la compuerta de la cápsula y salió flotando. Para cuando los otros lo alcanzaron, él ya estaba trabajando frente a una de las pantallas.

—Aquí —señaló—. Ése es el problema. Otro coche recorría el Umbilical al mismo tiempo que nosotros.

—¿Dónde? —Rebka observó las pantallas. Mostraban cámaras y monitores a lo largo de todo el Umbilical. No vio nada.

—No lo verá. —Perry había notado el sitio donde miraba Rebka—. El consumo de potencia ya ha pasado. Eso significa que la otra cápsula ya no se encuentra en el Umbilical.

—¿Dónde está entonces? —preguntó Graves.

Perry se encogió de hombros.

—Lo averiguaremos. Espero que haya alguien de servicio allá abajo. Estoy enviando una señal de emergencia. —Ya se había acercado a una unidad de comunicaciones y pulsaba un código.

Veinte segundos después, el rostro de Birdie Kelly aparecía en la pantalla. Estaba agitado y tenía el cabello despeinado.

—¿Max? ¿Comandante Perry? ¿Qué ocurre?

—Usted nos lo dirá, Birdie. Mire su consumo de potencia de las últimas horas. Hemos tenido dos cápsulas en funcionamiento.

—Es cierto. No hay problema; lo hemos verificado y hay suficiente reserva.

—Tal vez. Pero sí hay un problema. La otra cápsula no tenía autorización.

El rostro de Birdie pareció confundido.

—Por supuesto que sí. Esa mujer tenía una autorización suya. Personal. Aguarde un segundo.

Desapareció por unos momentos de la pantalla y regresó sosteniendo una hoja.

—Ése es su sello… ¿Lo ve? Aquí…

—¿Le ha entregado un coche?

—Por supuesto que sí. —El tono de Birdie pasó de ser defensivo a mostrar fastidio—. Tenía la autorización y debía de conocer los códigos de comando del Umbilical. De no haber sido así, jamás se hubiesen elevado ni un metro sobre el nivel del mar.

—¿Se hubiesen?

—Claro. Hemos supuesto que estaba al tanto de esto. La mujer… —Birdie Kelly miró la hoja—. Darya Lang. Con los dos alienígenas. Una cecropiana y otro de una especie que no he podido reconocer. ¿Qué está ocurriendo ahí?

—La autorización era falsa, Birdie. Mi sello fue falsificado. —Perry se volvió hacia otro tablero de control—. Según esto, ya no se encuentran en el Umbilical.

—Correcto. Deben de estar en Sismo. Espero que lo estén pasando mejor allá arriba que nosotros aquí. —La pared de detrás de Birdie tembló y se ladeó; se escuchó el silbido del viento. Birdie apartó la vista de la pantalla durante una fracción de segundo—. Comandante, a menos que pueda decirle alguna otra cosa, debo partir al instante.

—¿Otra tormenta?

—Peor que nunca. Hace cinco minutos recibimos una llamada a través del Sistema de la Eslinga. Mono Araña comienza a quebrarse. Tenemos preparado un puente aéreo, pero tienen problemas para aterrizar en la Eslinga y llevarse a la gente.

—Vaya a ayudar. Nosotros seguiremos nuestro camino. Buena suerte, Birdie.

—Gracias. Vamos a necesitarla. Lo mismo para ustedes.

Birdie Kelly se marchó.

Lo mismo hizo Perry. Para cuando Rebka y Graves lograron alcanzarlo, ya comenzaba a sellar la cápsula.

—Nos llevan nueve horas —dijo—. Estando tan cerca de la Marea Estival, es más que suficiente para matarlos a todos.

Pulsó una última secuencia de comandos, y la cápsula comenzó a retornar por el estrecho corredor.

Hans Rebka se reclinó en su asiento y miró hacia delante, aguardando la primera vista de Sismo cuando emergieran de la Estación Intermedia.

Se sentía tenso y sin embargo experimentaba una extraña satisfacción. Sus instintos no le habían engañado. El golpe que había estado esperando, desde que Max Perry les dijo a los demás que Sismo estaba prohibido, había sido asestado.

O al menos un golpe.

Su sensación de inminentes revelaciones no había desaparecido por completo. Su vieja voz interior le aseguraba que habría más.


ARTEFACTO: FAGIA

UAC#: 1067

Coordenadas galácticas: No aplicable

Nombre: Fagia

Asociación estrella/planeta: No aplicable

Nodo de Acceso Bose: Todos

Antigüedad estimada: Varias. Entre 3,6 y 8,2 Megaaños.


Historia de su exploración: Los humanos informaron sobre las primeras Fagias durante la exploración de Antorcha, en E. 1233. Posteriormente, se supo que las Fagias habían sido observadas y evitadas por exploradores cecropianos durante al menos cinco mil años. La primera entrada humana en una Fagia fue efectuada en E. 1234 durante el conflicto Remolino (sin sobrevivientes).

Los sistemas de prevención de Fagias alcanzaron un uso generalizado en E.2103; ahora forman parte del equipo corriente en la exploración de los Constructores.


Descripción física: En su aspecto externo, las Fagias son idénticas, y probablemente sean similares en su interior aunque varíen en sus funciones. Ningún sensor (ni ningún explorador) ha regresado jamás del interior de una Fagia.

Cada Fagia tiene la forma de un dodecaedro gris y regular, de cuarenta y ocho metros de lado. La superficie tiene una textura áspera, con sensores de masa al borde de cada cara. En el centro de cualquier cara pueden abrirse fauces, que son capaces de ingerir objetos de hasta treinta metros de radio y una longitud aparentemente indefinida, (En E.2238, Sawyer y S’kropa introdujeron en una Fagia del artefacto Dendrita fragmentos sólidos silíceos de sección cilíndrica y veinticinco metros de radio. Con una velocidad de ingestión de un kilómetro diario, fueron absorbidos cuatrocientos veinticinco kilómetros de material, correspondientes a toda la longitud del fragmento. No se detectó ningún cambio de masa en la Fagia, ni tampoco cambio alguno en ningún otro de sus parámetros físicos.)

Las Fagías son capaces de mostrar una locomoción independiente, con una velocidad mínima de uno o dos metros por día estándar. Ninguna Fagia ha sido vista jamás moviéndose a más de un metro por hora con relación a un marco determinado.


Objetivo propuesto: Desconocido. De no haber sido por el hecho de que se han encontrado Fagias asociadas con más de trescientos de los mil doscientos artefactos conocidos, y sólo en asociación con ellos, cualquier relación con los Constructores sería cuestionada. Muestran una gran diferencia en escala y en número con todas las otras obras de los Constructores.

Se ha especulado que las Fagias funcionaban como grandes basureros de los Constructores, dado que, al parecer, son capaces de ingerir y desmenuzar cualquier materia creada por las especies. Lo mismo ocurre con todo lo hecho por los Constructores, con la sola excepción de los cascos estructurales y las paraformas (p. ej., el casco externo de Paradoja, la superficie de Centinela y los tubos huecos concéntricos de Remolino).


Del Catálogo Universal de Artefactos Lang, cuarta edición.

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