15 Marea estival menos ocho

Darya Lang hizo lo más natural; se sentó y lloró. Pero, tal como le había dicho hacía tanto su tío Matra, el llanto no solucionaba los problemas. Después de unos minutos se detuvo.

Al principio sólo había quedado perpleja. ¿Por qué Atvar H’sial había decidido drogaría y abandonarla en medio de la nada, en una región de Sismo que sólo habían elegido porque parecía un buen lugar donde aterrizar? No se le ocurría ninguna explicación para que la cecropiana hubiese desaparecido mientras ella dormía.

Darya estaba a miles de kilómetros del Umbilical. Sólo tenía una vaga idea de la dirección en que se encontraba. No tenía otra forma de viajar que no fuese caminando. La conclusión era simple. Atvar H’sial se proponía dejarla varada en Sismo, para que muriese durante la Marea Estival.

Pero en ese caso, ¿por qué dejarle las provisiones? ¿Por qué proporcionarle una máscara y un filtro de aire, junto con un primitivo purificador de agua? Y lo más desconcertante de todo, ¿por qué dejarle un generador de señales que podía ser utilizado para emitir una señal de socorro?

A su confusión le había seguido la angustia y luego la ira. Era una secuencia de emociones que nunca hubiese podido imaginar en los días tranquilos antes de abandonar Puerta Centinela. Siempre se había considerado una persona razonable, una científica, la ciudadana de un universo metódico y lógico. La ira no era una reacción razonable; nublaba su proceso de pensamiento. Pero su mundo había cambiado, y se había visto forzada a cambiar con él. La intensidad de sus propios sentimientos la sorprendía. Si tenía que morir, no lo haría sin luchar.

Se agachó junto al lago más cercano e inspeccionó sistemáticamente cada objeto que le había dejado. El purificador era una pequeña unidad de evaporación instantánea, que podría producir agua pura y potable de los alcalinos más amargos de cualquier lago. En su máxima producción, la unidad podría proporcionarle unos dos litros de agua diarios. Los alimentos apilados eran simples e insípidos, pero eran nutritivos y le alcanzarían al menos para dos semanas. Hasta donde ella era capaz de discriminar, el generador de señales estaba en perfectas condiciones. Y la manta impermeable que lo cubría todo la protegería del calor, el frío o la lluvia.

Conclusión: si moría, no sería por hambre, por sed o por exposición a los elementos.

Ése era un pequeño consuelo. La muerte sería más inmediata y mucho más violenta. El aire era caluroso y se recalentaba más momento a momento. Cada pocos minutos podía sentir la tierra que se estremecía debajo de ella, como un durmiente que no lograba encontrar una posición cómoda. Y, lo peor de todo, una brisa cada vez más fuerte soplaba un fino polvillo blanco que le hacía arder los ojos y le producía un sabor metálico en la boca. La máscara y el filtro de aire sólo le proporcionaban una protección parcial.

Darya regresó a la orilla del lago y vio el reflejo espectral de Gargantúa en las aguas oscuras. El planeta se volvía más brillante y abultado hora tras hora. Aunque todavía faltaba mucho para su aproximación máxima con Mandel, al alzar la vista, ya pudo ver sus tres lunas más grandes, moviéndose a su alrededor en unas órbitas extrañamente alteradas. Casi podía sentir las fuerzas que Gargantúa, Mandel y Amaranto ejercían sobre aquellos satélites, empujándolos en diferentes direcciones. Las mismas fuerzas gravitatorias estaban actuando sobre Sismo. El planeta sobre el cual se hallaba soportaba unas tensiones terribles. Su superficie debía de estar pronta a desintegrarse. Así pues, ¿por qué Atvar H’sial la había dejado para luego alimentarla y brindarle protección, cuando de todos modos quedaría atrapada por la Marea Estival?

Debía existir una explicación para lo que había ocurrido. Tenía que pensar.

Darya se agachó junto al agua, buscando un sitio que estuviese algo protegido del polvo que volaba. Si Atvar H’sial hubiera querido matarla, podía haberlo hecho muy fácilmente mientras dormía. Sin embargo, la había dejado con vida. ¿Por qué?

Porque Atvar H’sial la necesitaba con vida. La cecropiana no quería que estuviese presente cuando llevara a cabo sus planes, cualesquiera que éstos fuesen, pero más tarde la necesitaría. Tal vez por algo que ella sabía sobre Sismo o sobre los Constructores. ¿Pero qué? Nada que Darya pudiese imaginar.

Cambiemos la pregunta. ¿Qué pensaba Atvar H’sial que sabía ella?

A Darya no se le ocurrió nada razonable, pero por el momento no necesitaba la respuesta. La nueva Darya insistía en que los motivos para actuar eran menos importantes que las mismas acciones. Lo que importaba era que había sido dejada conservada en frigorífico —o en horno— durante un período indefinido de tiempo; era posible que alguien, en algún momento, regresase por ella. Aunque, si no hacía nada, moriría rápidamente.

Pero no ocurriría de ese modo. Ella no lo permitiría.

Darya se levantó y examinó lo que la rodeaba. Una vez había sido engañada por Atvar H’sial, para que la ayudara a realizar su viaje por el Umbilical. Había sido la última vez.

El lago junto al cual se hallaba era el más alto de media docena de ellos conectados entre sí. Sus tamaños variaban de menos de cien metros de ancho a unos cuatrocientos. El flujo del estanque más cercano, a unos cuarenta pasos de distancia, caía en una pequeña catarata de uno o dos metros de alto hacia el lago siguiente.

Darya estudió la costa buscando alguna clase de refugio. A juzgar por el clima, eso sería bastante sustancial. El viento se tornaba más fuerte, y una arena fina se introducía en cada espacio abierto…, incluyendo los suyos; la sensación no era nada agradable.

¿Adonde ir? ¿Dónde ocultarse? ¿Dónde encontrar refugio? La decisión de vivir —¡ella iba a vivir!— había ido en aumento.

Darya se sacudió el fino talco de los brazos y el cuerpo. Los terremotos podían constituir un peligro a largo plazo; por el momento, la mayor amenaza era este molesto polvillo. Debía alejarse de él, aunque no estaba segura de que hubiese algún lugar protegido.

¿Qué hacen los animales nativos?

La pregunta apareció en su mente mientras observaba la costa del lago, horadado con lo que parecían perforaciones de animales. En Sismo, los seres vivos no permanecían en la superficie durante esta época del año. Se ocultaban bajo tierra o, mejor aún, bajo el agua. Darya recordó las grandes manadas de animales con lomo blanco, que se dirigían sin vacilar hacia los lagos.

¿Podría ella hacer lo mismo? El fondo de un estanque alcalino no era un proyecto muy cautivador, pero al menos la alejaría del polvo.

Claro que ella no podía sobrevivir en el lecho de un lago. Necesitaba respirar. No tenía forma de llevar consigo un suministro de aire.

Darya se introdujo en el agua hasta que ésta le llegó a las rodillas. El agua estaba agradablemente tibia, y la temperatura aumentaba un poco a medida que avanzaba. A juzgar por el declive del fondo, en medio del estanque tendría la cabeza cubierta. Si avanzaba hasta que el agua le llegase al cuello, la obturación de su máscara y el filtro de aire quedarían sumergidos. Sólo su cabeza asomaría. Eso la protegería del polvo.

¿Pero cuántas horas podría permanecer de ese modo? No las suficientes.

Era una solución que no resolvía nada.

Comenzó a seguir el flujo de la cadena de lagos, descendiendo de un nivel de roca al otro. La primera catarata caía dos metros mediante una serie de pequeños rápidos, corriendo sobre las rocas suaves hasta que finalmente se descargaba en el más grande de los lagos. Seguramente, el polvillo que volaba era peor aquí que en el nivel más bajo.

Darya siguió caminando. Ese lago era toscamente elíptico, con unos trescientos metros de ancho y tal vez quinientos de largo. Su desagüe era una catarata considerable que ella pudo escuchar cuando todavía estaba a unos cuarenta pasos de distancia.

Cuando llegó a la ruidosa cascada, se encontró con una pared de agua de tres metros de altura, que caía en forma vertical hacia el siguiente lago de la cadena. La humedad se elevaba y le empañaba la máscara, pero al menos limpiaba un poco el aire de polvo. Si no lograba encontrar nada mejor, éste podía ser un lugar adonde regresar.

Se disponía a dirigirse hacia el siguiente estanque cuando vio que la cascada caía sobre un saliente en la roca. Había un espacio detrás. Si lograba atravesar la cascada sin ser arrastrada por el torrente de agua, se encontraría en un recinto cerrado, protegido del polvo por un muro de roca de un lado y por el agua que caía del otro.

Darya se acercó al borde de la cascada, apretándose todo lo posible a la roca, y se introdujo de costado en el torrente de agua. Apenas estuvo entre la lluvia blanca y espumosa supo que podría atravesarla. La parte más fuerte de la cascada no la tocaba. Pasaba por encima de su cabeza en un raudal de agua que sólo producía ruido y salpicaba con fuerza el muro de roca oculto. Tal como ella había pensado, atrás había un espacio.

El problema era que el reborde y el sitio protegido eran demasiado pequeños. No podía levantarse sin introducir la cabeza en el torrente. Tampoco podía tenderse. El reborde era muy desigual. Y no había ni un centímetro cuadrado que no estuviese mojado por la lluvia constante.

Comenzó a desanimarse, pero enseguida se contuvo. ¿Qué había estado esperando? ¿Un apartamento de lujo en la Alianza? No era cuestión de comodidad; se trataba de su supervivencia.

Protegida bajo la manta, podría acurrucarse con la espalda contra la roca. Dejaría afuera los alimentos y la bebida, y cada vez que lo necesitase, podría dejar su caverna tantas veces como fuera necesario para traer algo de comer o para estirar las piernas. Podría lavar la máscara y el filtro de aire mientras estaba dentro, para mantenerlos libres de polvo. Y estaría lo suficientemente abrigada, aunque nunca llegase a secarse por completo ni a descansar. Si era necesario, podría sobrevivir allí durante muchos días.

Darya regresó e hizo tres viajes para trasladar sus provisiones. En los dos primeros llevó todo a través de la cascada, a excepción del generador de señales, y pasó un largo rato decidiendo qué cosa debía tener adentro consigo y cuáles dejar afuera.

En el tercer viaje tuvo que tomar la decisión más difícil.

Podía llevar el generador de señales hasta un sitio alto cerca del lago, colocarlo sobre una pila de rocas y de ese modo aumentar al máximo su alcance. Podía asegurarse de que tuviese la potencia adecuada. ¿Pero haría algo más?

Después de pensar el asunto, comprendió que no tenía alternativa. Si Atvar H’sial llegaba a regresar, ella seguiría estando a su merced. La cecropiana decidiría si quería utilizarla, rescatarla o abandonarla. Dos meses atrás era posible que Darya lo hubiese aceptado como inevitable; ahora era diferente.

Envolvió el generador en la manta y lo llevó consigo a la caverna. Acomodó la cubierta impermeable para que tanto ella como el aparato estuviesen protegidos de las gotas. Era casi el mediodía de Mandel, y la luz se filtraba entre la caída de agua.

Lenta y cautelosamente, apagó el generador y comenzó a desarmarlo. No tenía por qué apresurarse, ya que el tiempo parecía ser lo único de lo que disponía en abundancia. Aunque conocía los circuitos básicos que necesitaba, tuvo que improvisar para lograr la impedancia que estaba buscando. Cogió los conductores alternos de alto voltaje y conectó su salida en paralelo con el paso r/f, a través del transformador, y luego a la caja de mensajes. Fue una prueba de memoria y de viejos cursos en electrónica neural. El enrollador que necesitaba era poco más que un oscilador no lineal, y en el generador de señales había reóstatos y condensadores capaces de desempeñar funciones dobles. No podía probar el aparato, pero los cambios que había hecho eran bastante simples. Tenía que funcionar. El mayor peligro estaba en que fuese demasiado potente.

Mandel comenzó a ocultarse antes de que hubiese terminado. El generador modificado volvió a salir, bajo la luz rojiza de Amaranto y la fuerte tempestad de polvo, para regresar a su lugar sobre las rocas. Darya lo activó y asintió con satisfacción al ver que la luz parpadeaba indicando que el aparato volvía a funcionar.

Regresó a la cueva de la cascada, se envolvió por completo en la manta y se acurrucó en el saliente de la roca. Unas protuberancias de piedra se clavaban en su costado. La catarata proporcionaba una lluvia de gotas constante y el ruido del agua. Debajo estaban los movimientos de Sismo, que gruñía a medida que el planeta era estirado con más fuerza sobre el potro de las mareas.

Nadie podía esperar dormirse en semejantes condiciones. Darya mordisqueó unos bizcochos secos, cerró los ojos y fijó su mente en un pensamiento: se estaba defendiendo. Lo que había hecho era bastante poco, pero era todo lo que podía hacer.

Mañana encontraría alguna nueva idea para salvarse.

Con ese pensamiento en la mente y los bizcochos todavía en la mano, se sumió en el sueño más tranquilo desde que abandonara Puerta Centinela.

Hans Rebka tenía otro motivo para querer estar a solas. Justo antes de que abandonaran Ópalo, había recibido otro mensaje en clave de las oficinas centrales del Círculo Phemus. No había tenido tiempo de examinarlo con la prisa de la partida pero, mientras la cápsula descendía hacia Sismo por el Umbilical, le había echado un primer vistazo. Para cuando aterrizaron, ya había logrado descifrar lo suficiente para sentirse bastante incómodo. Cuando el coche despegó hacia el norte de Sismo, el mensaje parecía quemarle en el bolsillo de la chaqueta. Rebka activó el piloto automático del vehículo, dejó de lado el panorama que se extendía debajo suyo y se puso a trabajar con ahínco con el mensaje.

En sus códigos, las oficinas centrales habían abandonado los números primos y los ciclos imaginarios para comenzar a utilizar un método fijo e invariante. Se suponía que los mensajes eran casi inviolables… y mucho más difíciles de leer, incluso conociendo la clave. Rebka se apropió de casi toda la potencia de la computadora del coche y comenzó a desentrañar el mensaje, símbolo por símbolo. Para empeorar las cosas, en las Transiciones Bose solía haber alguna pérdida ocasional de datos, lo que añadía mayor confusión a las cifras.

La señal recibida contenía tres mensajes independientes. El primero, descifrado después de cuarenta y cinco minutos de paciente labor, hizo que deseara arrojar todo el facsímil por la ventanilla del coche.


… EL MIEMBRO DE UN CONSEJO DE LA ALIANZA QUE SE DIRIGE A DOBELLE UTILIZA EL NOMBRE DE JULIUS GRAVES, O APARENTEMENTE EN ALGUNOS CASOS STEVEN GRAVES. HA SIDO INCREMENTADO CON UN GEMELO MNEMOTÉCNICO INTERNO, DISEÑADO COMO UNA MEMORIA SUPLEMENTARIA, PERO ESA UNIÓN NO ESTÁ SIGUIENDO LOS PATRONES NORMALES. NUESTRO ANÁLISIS SUGIERE LA POSIBILIDAD DE UNA INTEGRACIÓN INCOMPLETA. ESTO PODRÍA CONDUCIR A UNA CONDUCTA VELEIDOSA O CONTRADICTORIA. SI GRAVES LLEGA A DOBELLE Y MUESTRA IRREGULARIDADES EN SU CONDUCTA, USTED COMPENSARÁ ESAS TENDENCIAS Y NEUTRALIZARÁ CUALQUIER DECISIÓN ILÓGICA QUE ÉL PUDIESE TOMAR. POR FAVOR, RECUERDE QUE UN MIEMBRO DEL CONSEJO POSEE UN PODER DE DECISIÓN QUE EXCEDE AL CONTROL DE LOS GOBIERNOS PLANETARIOS. USTED DEBERÁ TRABAJAR DENTRO DE ESTOS LÍMITES…


—Gracias, muchachos. —Rebka arrugó el mensaje en una bola y lo arrojó por encima del hombro—. Está loco y puede hacer todo lo que quiera…, pero yo debo controlarlo y detenerlo. Y si no lo hago, ¡mi cabeza rodará! Simplemente perfecto.

Era otro buen ejemplo de acción a distancia, de un gobierno que trataba de controlar los sucesos a ochocientos años luz. Rebka se puso a trabajar con el siguiente mensaje.

Le llevó otra hora. No le pareció de gran utilidad cuando lo tuvo, pero al menos proporcionaba información y no pedía imposibles.


… TAL VEZ NO TENGA UNA PERTINENCIA DIRECTA CON SU SITUACIÓN, PERO EXISTEN INFORMES DIFUNDIDOS E INDEPENDIENTES SOBRE CAMBIOS EN LOS ARTEFACTOS DE LOS CONSTRUCTORES A TODO LO LARGO DEL BRAZO ESPIRAL. ESTRUCTURAS QUE SE HAN MANTENIDO ESTABLES E INVARIANTES A TRAVÉS DE TODA LA HISTORIA HUMANA Y CECROPIANA, ASÍ COMO EN LOS RESTANTES REGISTROS ZARDALU, ESTÁN MOSTRANDO SINGULARIDADES FUNCIONALES Y PROPIEDADES FÍSICAS MODIFICADAS. ESTO ESTÁ ALENTANDO A MUCHOS EQUIPOS DE EXPLORACIÓN A REVISAR LA POSIBILIDAD DE INVESTIGAR LOS INTERIORES DESCONOCIDOS DE VARIOS ARTEFACTOS…


—¡Díganmelo a mí! —Rebka miró con furia a la computadora que mostraba la irritante transcripción—. ¿No recuerdan que estaba a punto de partir para explorar Paradoja antes de recibir esta misión idiota? ¡Antes de que ustedes me apartaran de ello, imbéciles!


… MIENTRAS DESEMPEÑA SUS OTRAS TAREAS, DEBE OBSERVAR CON ATENCIÓN EL ARTEFACTO DEL SISTEMA DOBELLE CONOCIDO COMO EL UMBILICAL, Y DETERMINAR SI HA HABIDO CAMBIOS SIGNIFICATIVOS EN SU FUNCIONAMIENTO O SU ASPECTO. HASTA EL MOMENTO NO SE HA INFORMADO NADA AL RESPECTO…


Rebka se volvió para mirar atrás. El Umbilical había desaparecido hacía mucho. Todo lo que podía ver era una línea quebrada en el límite del planeta, como una ristra brillante de cuentas anaranjadas sobre la curva del horizonte. Una erupción de importancia se había iniciado allí. Rebka bajó la vista hacia la superficie sobre la cual volaba, vio que todo estaba tranquilo y pasó al tercer mensaje.

Este le recompensaba por los otros dos. Era la respuesta a su propia pregunta.


… UNA CECROPIANA QUE RESPONDE A SU DESCRIPCIÓN. ESTÁ INTERESADA EN LA EVOLUCIÓN DE LAS FORMAS DE VIDA BAJO PRESIÓN DE LAS CONDICIONES AMBIENTALES, TAL COMO USTED SUGIERE, PERO TAMBIÉN ES CONOCIDA COMO ESPECIALISTA EN TECNOLOGÍA DE LOS CONSTRUCTORES…

… UTILIZA UNA VARIEDAD DE NOMBRES (A GTIN H’RIF, ARIOJ H’MINEA, ATVAR H’SIAR, AGHAR H’SIMI) Y CAMBIA SU ASPECTO EXTERNO. SE LA PUEDE RECONOCER POR UN ESCLAVO QUE LA ACOMPAÑA Y OFICIA DE INTÉRPRETE, PERTENECIENTE A LA FAMILIA DE LOS LO’TFIANOS. ES PELIGROSA TANTO PARA HUMANOS COMO PARA CECROPIANOS; RESPONSABLE DE AL MENOS DOCE MUERTES DE INTELIGENCIAS CONOCIDAS Y VEINTISIETE MUERTES DE INTELIGENCIAS A PRUEBA.

NOTA: LOUIS NENDA, HUMANO DE KARELIA, EN LA COMUNIÓN ZARDALU, TAMBIÉN SE DIRIGE HACIA DOBELLE. ESTÁ ACOMPAÑADO POR UNA ESCLAVA HYMENOPT. NO HAY DETALLES DISPONIBLES, PERO LA RED DE KARELIA SUGIERE QUE NENDA TAMBIÉN PODRÍA SER PELIGROSO.

NI LA CECROPIANA NI EL KARELIANO DEBERÍAN SER ADMITIDOS EN EL SISTEMA DOBELLE…


Rebka no arrojó la impresión fuera del coche… Éste volaba demasiado alto y rápido para eso. Pero sí arrugó el mensaje y lo arrojó por encima del hombro para que fuese a reunirse con los otros dos. Había pasado más de tres horas descifrando aquellas misivas del Círculo, y todo lo que le ofrecían eran malas noticias.

Rebka alzó la cabeza y miró por la ventanilla delantera. Amaranto se encontraba a sus espaldas. El techo del coche ocultaba su luz. Miró hacia el oeste y alcanzó a ver el último resplandor de Mandel, antes de que la primaria se perdiese bajo el oscuro semicírculo de Sismo. El borde del sol se ocultó detrás del horizonte.

Sus ojos se adaptaron, y al hacerlo, alcanzaron a ver el ligero parpadeo de una diminuta lucecita roja junto a la consola de controles. En el mismo momento, un insistente beep se inició en el interior de la cabina.

El circuito de auxilio.

Rebka sintió un hormigueo en la nuca. Faltaban sesenta horas para la Marea Estival, y alguien o algo se enfrentaba con graves problemas allá, en la oscura y amenazadora superficie de Sismo.


El origen de la señal lo haría descender en el límite de la zona de los Mil Lagos, bastante cerca de la región donde, según Max Perry, podían encontrarse las gemelas Carmel. Rebka revisó la reserva de potencia del coche. Era abundante. Cada coche aéreo podía dar toda la vuelta a Sismo y todavía conservar para un poco más. No había motivos para preocuparse en ese aspecto. Envió un breve mensaje a Perry y Graves y luego aumentó la velocidad del coche, estableciendo su nuevo curso sin aguardar una respuesta de ellos. Mandel todavía estaba oculta, pero Gargantúa se encontraba alto en el cielo y proporcionaba la luz suficiente como para aterrizar. Rebka miró hacia delante. Estaba sobrevolando una cadena de lagos circulares, con aguas humeantes y agitadas. Las turbulentas superficies coincidían con su estado de ánimo. En ninguna parte, de horizonte a horizonte, había señales de vida. Para encontrarlas tendría que buscar en las aguas de los Mil Lagos o en las hondonadas más profundas de la Depresión Pentachne. O más profundo aún… Las formas de vida más tenaces se enterraban bien abajo de la violenta superficie de Sismo. ¿Las gemelas Carmel habrían tenido el juicio de hacer lo mismo?

Tal vez ya era demasiado tarde. Las gemelas no eran ningunas especialistas en supervivencia, y allá debajo las fuerzas de las mareas se incrementaban momento a momento.

Rebka volvió a aumentar la velocidad, exigiendo al coche hasta sus límites. No había nada más que pudiese hacer. Su mente comenzó a vagar especulando sobre sus preocupaciones.

La gravedad es la fuerza más débil de la naturaleza. La interacción fuerte, la electromagnética, hasta la más débil que gobierna la desintegración beta, es más poderosa en muchos órdenes de magnitud. Dos electrones, con una separación de cien años luz, se repelen entre sí con una fuerza eléctrica tan grande como la atracción gravitatoria de dos electrones separados por medio milímetro.

Pero consideremos la fuerza gravitatoria de las mareas. Aún es más débil. Sólo está causada por una diferencia de las fuerzas gravitatorias. Mientras que la gravedad es gobernada por una ley inversa con el cuadrado —al doble de distancia, un cuarto de la fuerza—, las mareas gravitacionales se rigen por una ley cúbica inversa. Al doble de distancia, un octavo de fuerza; al triple de distancia, un veintisieteavo de fuerza.

Las mareas gravitacionales deberían ser insignificantes.

No obstante, no lo son. Arrastran millones de lunas alrededor de la galaxia, obligándolas a presentar siempre el mismo rostro a sus planetas. Las mareas trabajan sin cesar en el interior de los mundos, estrujando y tirando. Liberan tensiones geológicas y cambian la figura del planeta en cada uno de sus ciclos. Desgarran y parten cualquier objeto que cae en un agujero negro, de tal modo que, sin importar lo resistente que pueda ser el intruso, las mareas lo demolerán hasta sus componentes subatómicos más elementales.

Ya que esa relación de distancia cúbica inversa puede ser fácilmente invertida: a la mitad de distancia, ocho veces la fuerza de las mareas; a un tercio de distancia, veintisiete veces la fuerza de las mareas; a un décimo de distancia…

En su punto más próximo con Mandel, el sistema Dobelle se encontraba a un onceavo de su distancia promedio con la primaria. Sobre sus componentes se ejercía mil trescientas treinta y una veces la fuerza término medio de la marea.

Eso era la Marea Estival.

Max Perry le había explicado todo esto a Rebka, y éste pensaba en ello mientras sobrevolaba la superficie de Sismo. Cada cuatro horas, la inmensa mano invisible que era la gravedad de Mandel y Amaranto estrujaba y tiraba de Ópalo y Sismo, tratando de convertir sus formas casi esféricas en elipsoides. Y, cerca de la Marea Estival, la energía de las mareas, equivalente a una docena de guerras nucleares a gran escala, era ejercida sobre el sistema… no una, sino dos veces en cada día de Dobelle.

Rebka había visitado mundos en donde la guerra nuclear acababa de tener lugar. Basado en esa experiencia, había esperado ver un planeta cuya superficie era una gran confusión, un caos hirviente en donde la existencia de vida era un imposible.

Al no ocurrir eso, se sentía desconcertado.

Había erupciones locales, eso era innegable. Pero, cuando miraba la tierra que pasaba debajo de él, no podía ver nada que se equiparase con lo que había imaginado.

¿Qué ocurría?

Rebka y Perry habían pasado por alto un hecho conocido desde los tiempos de Newton: la gravedad es una fuerza de masas. Ninguna materia conocida podía protegerse contra ella; cada partícula, sin importar su ubicación en el universo, siente la fuerza gravitatoria de cada otra partícula.

Por lo tanto, mientras la guerra nuclear confina su furia a la atmósfera, los océanos y a unas cuantas decenas de metros en la superficie terrestre del planeta, las fuerzas de las mareas estrujan, tiran y retuercen cada centímetro cúbico del mundo. Son fuerzas repartidas, sentidas desde la parte más alta de la atmósfera hasta el átomo más profundo del núcleo superrecalentado y supercomprimido.

Rebka examinó la superficie, pero vio muy poco que sugiriese un inminente Armagedón. Su error era natural y elemental. Debió haber mirado mucho más profundo; entonces quizás hubiese tenido su primer indicio sobre la verdadera naturaleza de la Marea Estival.


Un viento de polvo sofocante aullaba sobre la superficie cuando el coche aéreo se posó. Rebka llevó el vehículo directamente hacia ese ventarrón, confiando en que los sensores de onda ultracorta le advertirían sobre la presencia de rocas lo bastante grandes para causar problemas. Aunque el aterrizaje fue suave, hubo una dificultad inmediata. El sistema de búsqueda y rescate le indicaba que el generador de señales se encontraba directamente enfrente suyo, a menos de treinta metros, pero el detector de masa insistía en que no había nada del tamaño de un coche o de una nave a menos de trescientos. Frente al vehículo, el mundo acababa en una cortina de polvo y arena, a no más de doce pasos de la nariz del coche.

Rebka volvió a inspeccionar el SBR. No cabían dudas sobre la ubicación del generador. Calibró su trayectoria y su distancia desde la puerta del coche. Se obligó a sentarse y aguardar durante cinco minutos, al escuchar la tempestad de arena que aullaba y azotaba el coche, esperando que el viento amainase. Éste continuó soplando más fuerte que nunca. La visibilidad no mejoraba. Al fin, se colocó las gafas protectoras, la careta antigás y la ropa resistente al calor y abrió la puerta. Al menos la combinación le resultaba familiar. Un viento rugiente, una atmósfera recalentada, un sabor desagradable y un aire casi venenoso…, igual que en casa. Él había luchado contra todo eso durante su niñez en Teufel.

Rebka salió del vehículo.

La arena que volaba era increíble, tan fina que lograba atravesar las aberturas más pequeñas del traje, para pegarse a su cuerpo. Durante los primeros segundos pudo saborear en los labios un talco polvoriento que de alguna manera lograba escurrirse a través de la careta antigás. Millones de dedos diminutos lo tocaban y le tiraban del traje, ansiosos por alejarlo de allí. Su ánimo decayó. Esto era peor que Teufel. Sin la protección de un coche, ¿cómo sería posible sobrevivir tan sólo una hora a semejantes condiciones? Era un aspecto de Sismo sobre el que Perry, preocupado por los volcanes y los terremotos, no lo había puesto sobre aviso. Pero, con las suficientes alteraciones atmosféricas, la actividad interior de un planeta no era necesaria para que la vida resultase inhóspita. Al no permitir que una persona respirase o escapase, la arena impulsada por el viento sería suficiente.

Rebka se aseguró de tener una cuerda amarrada con firmeza al coche para poder regresar. Luego, se inclinó contra el viento y comenzó a avanzar con dificultad. Al fin pudo ver el generador, cuando lo tuvo a menos de cuatro metros de distancia. ¡No era extraño que los sensores de masa no lo hubiesen registrado! Era diminuto; una unidad independiente, la más pequeña que jamás hubiese visto. No medía más de treinta centímetros cuadrados y unos pocos centímetros de espesor, con una antena corta y gruesa que se alzaba de su parte central. La sólida pila de piedras sobre la cual descansaba se erguía sobre una pequeña elevación del terreno. Alguien se había tomado el trabajo para asegurarse de que, por más débil que fuese, el generador pudiera ser escuchado en el máximo radio posible.

Alguien. ¿Pero quiénes y dónde? Si habían dejado el generador para buscar refugio a pie, sus probabilidades eran pocas. Un humano sin protección no lograría recorrer ni cien metros. Se sofocaría, incapaz de evitar ese polvo asfixiante.

Pero tal vez hubieran registrado lo que estaban haciendo. Cada generador de auxilio contenía un hueco con un mensaje en su base. Si habían partido hacía sólo unos minutos…

Un pensamiento optimista, se dijo Rebka mientras se quitaba el guante y se disponía a deslizar la placa en el fondo del generador. Había estado recibiendo la señal de auxilio durante una hora. ¿Quién sabía cuánto tiempo había estado enviando su grito de ayuda antes de que él lo escuchara?

Rebka colocó la mano en la estrecha abertura. Cuando sus dedos tocaron la base, una gigantesca descarga de dolor se esparció por su mano, su brazo y luego por todo su cuerpo. Sus músculos sufrieron una convulsión demasiado rápida y fuerte como para permitirle gritar. No pudo retirar la mano. Rebka se dobló, desvalido, sobre el generador de señales.

Un enrollador neural, dijo su mente un instante antes de que le golpeara la siguiente descarga, más fuerte que la primera. Ya no pudo respirar. En los segundos previos a que perdiera el conocimiento, su mente se llenó de ira. Ira contra toda aquella estúpida misión, ira contra ese planeta… pero, por encima de todo, ira contra sí mismo.

Había cometido una estupidez suprema, que iba a matarlo. Atvar H’sial era peligrosa, y mucho más en la superficie de Sismo. Lo había sabido antes de aterrizar. Sin embargo, había salido a caminar como un niño en un día de campo, sin molestarse en tomar las precauciones más elementales…

Pero estaba tratando de ayudar, murmuró en su interior.

¿Y qué? Su mente rechazó esa excusa mientras la corriente retorcía su cuerpo y confundía su mente por tercera y última vez.

Lo has dicho muchas veces: la gente que es lo suficientemente estúpida para dejarse matar nunca ayuda a nadie…, se reprochó.

Y ahora, maldita sea, nunca sabría cómo se veía Sismo durante la Marea Estival. El planeta había ganado; él había perdido…

El viento, cargado de polvo, aulló triunfante sobre su cuerpo inconsciente.


ARTEFACTO: ELEFANTE

UAC#: 859

Coordenadas galácticas: 27.548, 762 / 16.297, 442 / 201, 33

Nombre: Elefante

Asociación estrella/planeta: Cam H’ptiar/Emserin

Nodo de Acceso Bose: 1121

Antigüedad estimada: 9,233 ± 0,31 Megaaños


Historia de su exploración: Descubierto por observación a distancia en E.4553. Alcanzado y recorrido por una flota de exploración cecropiana en E.3227. Miembros de la misma flota llevaron a cabo el primer acceso a Elefante y midieron sus parámetros físicos (véase más adelante). Los siguientes equipos de inspección realizaron el primer recorrido completo de Elefante (E.2068), hicieron intentos de comunicación (E.1997, E. 1920, E. 1883, todos sin éxito) y retiraron grandes muestras de material para efectuar pruebas (E 1882 E. 1551). En cada visita sucesiva hubo informes de cambios en los parámetros físicos y en el aspecto, y se estableció sobre Emserin un puesto de observación cecropiano (Estación Elefante), a cuatro minutos luz de distancia, en E.1220. Dos mil novecientos años después, en E.1668, se sumaron observadores humanos a la Estación Elefante. Este artefacto ha sido vigilo continuamente durante más de cinco mil años estándar.


Descripción física: Elefante es una masa gaseosa alargada y amorfa, de unos cuatro mil kilómetros en su dimensión máxima y un ancho nunca mayor a los novecientos kilómetros. En realidad no es un verdadero gas, sino una masa interconectada de fibras polímeras y conductos de transferencia. El interior es altamente conductor (sobre todo superconductor), tanto del calor como de la electricidad.

Estímulos aplicados sugieren que todo el cuerpo reacciona a cualquier influencia externa, pero inicia el regreso a su condición original con una primera respuesta a los veinte años aproximadamente. La restauración física se lleva a cabo por duplicación de subsectores, y cualquier materia incidente (p. ej. fragmentos comentarios) se emplea catabólica y anabólicamente para sintetizar los componentes necesarios. Los cambios de temperatura locales se corrigen para lograr una temperatura promedio de 1,63 grados Kelvin, compatible con el uso del helio II líquido como agente de transferencia del calor. No está claro el mecanismo de enfriamiento que mantiene por debajo de los 2 Kelvin a las subunidades de Elefante.

Los agujeros de Elefante (incluyendo fragmentos extirpados de hasta veinte kilómetros de largo y cortes longitudinales completos) son reemplazados desde el interior, con pequeñas reducciones en las dimensiones generales. La forma externa se mantiene constante, y la impresión de un cuerpo amorfo es totalmente engañosa. A menos que se agregue o se retire materia del cuerpo, tanto el tamaño como la forma de Elefante son invariables en cualquier dirección, salvo por fracciones de milímetros.


Objetivo propuesto: ¿Elefante tiene vida? ¿Elefante posee conocimiento? Ese debate continúa. Según el consenso de hoy, Elefante es un artefacto activo con una capacidad limitada de renovarse a sí mismo. Cualquier sección extirpada se vuelve inerte lentamente, su conductividad disminuye y el sistema pierde su carácter homeostático. Si Elefante tiene vida, el tiempo de respuesta a los estímulos externos es muy largo (cientos de años), y el ritmo metabólico implícito, correspondientemente lento.

Sin considerar la posibilidad de que este artefacto posea conciencia de sí mismo, sin duda es cierto que Elefante puede funcionar, en conjunto o en partes, como una calculadora de utilidad general. Siguiendo los trabajos pioneros de Demerle y T’rusig, Elefante ha sido ampliamente utilizado en aplicaciones que requerían enorme capacidad de almacenamiento y velocidad de cálculo.

Si Elefante es una entidad inteligente y consciente de sí misma, la noción de objetivos y usos es inadecuada. Para probar su estado de conciencia se necesitarían pruebas mucho más complejas.


Del Catálogo Universal de Artefactos Lang, cuarta edición.

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