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SÉPTIMO DÍA
JUEVES, 8 DE AGOSTO
148/104/01

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Palabra(s) clave: Neanderthal


Marissa Crothers, diputada de la oposición, denunció hoy en el Parlamento que el falso Neanderthal era un débil intento por parte del Gobierno del Partido Liberal por ocultar el abyecto fracaso del proyecto del Observatorio de Neutrinos de Sudbury, que costó 73 millones de dólares…


«¡Dejen de acosar al cavernícola!» Ése era el sentimiento expresado en la pancarta que llevaba un manifestante estadounidense durante la larga protesta celebrada hoy ante la embajada canadiense en Washington. «¡Compartan a Ponter con el mundo!», decía otra…


Invitaciones enviadas a Ponter Boddit para visitas con todos los gastos pagados recibidas en el Sudbury Star: de Disneylandia; del Anchor Bar and Grill, los creadores de las alitas de pollo originales, en Buffalo, Nueva York; del palacio de Buckingham; del Centro Espacial Kennedy; de Science North; del museo de ovnis en RosweIl Nuevo México; del club de striptease Zanzibar, de Toronto; de la sede de Microsoft; de la Convención Mundial de Ciencia Ficción del año que viene; del Museo Neanderthal de Mettmann, Alemania; del Yankee Stadium. También se recibieron ofertas de encuentros con los ministros francés y mexicano; el primer ministro japonés y la familia real; el Papa; el Dalai Lama; Nelson Mandela; Stephen Hawking y Anna Nicole Smith.

Pregunta: ¿Cuántos Neanderthales hacen falta para enroscar una bombilla? Respuesta: Todos ellos.


… y por eso este columnista insta a que se ciegue la mina Creighton, para impedir que un ejército de Neanderthales invada nuestro mundo a través del portal que hay en sus entrañas. La última vez que nuestra especie luchó con ellos, ganamos. Esta vez el resultado podría ser muy distinto…


Propuesta de trabajo: Memética y disyuntiva epistemológica entre el H. neanderthalensis y el H. sapiens…


Un portavoz del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, Georgia, alabó hoy la rápida respuesta del Gobierno canadiense ante la llegada de un potencial vector de plaga. «Creemos que actuaron adecuadamente —dijo la doctora Ramona Keitel—. Sin embargo, no hemos encontrado ningún patógeno en los especímenes que nos han enviado para analizar…»


Todo salió a la perfección. Ponter y Mary salieron de la casa de Reuben poco después de las ocho de la mañana, se abrieron paso entre los árboles de la parte trasera de su propiedad y saltaron la verja sin ser vistos. El sentido del olfato de Ponter los ayudó a evitar al oficial de policía que patrullaba por la zona a pie.

El amigo de Louise estaba en efecto esperándolos. Garth resultó ser un canadiense nativo guapo y musculoso de unos veinticinco años. Era extremadamente amable y llamaba a Mary (para su deleite) «señora» y a Ponter «señor». Los llevó en coche hasta la cercana mina Creighton. Los guardias de seguridad reconocieron a Mary (y a Ponter también, naturalmente) y los dejaron entrar. Allí, Mary y Ponter pasaron a su Neon rojo alquilado, que había adquirido una pátina de polvo y cagadas de pájaro mientras esperaba en el aparcamiento.

Mary sabía adónde ir. La noche anterior, le había preguntado a Ponter:

—¿Hay algún sitio concreto a donde te gustaría ir mañana? Y Ponter asintió.

—A casa —dijo—. Llévame a casa.

Mary se sintió muy triste por él.

—Ponter, lo haría si pudiera, pero no hay manera. Lo sabes: no tenemos la tecnología necesaria.

—No, no —dijo Ponter—. No me refería a mi casa en mi mundo. Me refiero a mi casa en este mundo: al lugar en esta versión de la Tierra que se corresponde con donde está mi casa.

Mary parpadeó. Nunca había pensado en eso.

—Um, sí, claro. Si quieres verlo… ¿Pero cómo lo encontraremos? Quiero decir: ¿qué puntos característicos reconocerás?

—Si me enseñas un mapa detallado de esta zona, yo puedo localizar el lugar, y luego iremos allí.

La clave de acceso de Reuben les permitió entrar en la web privada de Inco, que contenía mapas geológicos de toda la cuenca de Sudbury. Ponter no tuvo ningún problema para reconocer los contornos de la tierra y en encontrar el lugar que quería, situado a unos veinte kilómetros de la casa de Reuben.

Mary llevó en coche a Ponter lo más cerca que pudo del lugar indicado. La mayoría del terreno que rodeaba la ciudad de Sudbury estaba cubierto de macizos rocosos, bosques y matorrales bajos. Tardaron horas en recorrerlo, y aunque Mary no era buena atleta (jugaba de vez en cuando un ocasional y mediocre partido de tenis) disfrutó del ejercicio, al menos durante un rato, después de haber estado retenida tanto tiempo en casa de Reuben.

Finalmente, rebasaron un risco, y Ponter dejó escapar un gritito de placer.

—¡Allí! —dijo—. ¡Allí mismo! Ahí es donde estaba mi casa… quiero decir: ahí es donde está mi casa.

Mary miró alrededor, observando el lugar: a un lado había grandes álamos mezclados con delgados abedules, de corteza blanca; al otro lado, un lago, en cuya superficie flotaban los patos. Una ardilla negra correteaba por el terreno. En el lago desembocaba un arroyo borboteante.

—Es precioso —dijo Mary.

—Sí —dijo Ponter, entusiasmado—. Naturalmente, la vegetación es completamente distinta a la de mi Tierra. Me refiero a que las plantas son principalmente del mismo tipo aunque distribuidas de un modo distinto. Pero los macizos de roca son muy similares… ¡y ese peñasco del arroyo! ¡Cómo conozco ese peñasco! A menudo me siento allí para leer.

Ponter había echado a correr, alejándose de Mary.

—Aquí…, ¡aquí mismo! está nuestra puerta trasera. Y allí… eso es nuestro comedor. —Corrió un poco más—. Y el dormitorio está aquí, justo bajo mis pies.

Hizo un ademán para abarcarlo todo.

—Ésta es la vista que tenemos desde el dormitorio.

Mary siguió su mirada.

—¿Y puedes ver mamuts, aquí, en tu mundo?

—Oh, sí. Y ciervos. Y alces.

Mary llevaba un top suelto y pantalones anchos.

—¿No tienen mucho calor los mamuts en verano, con toda esa piel?

—Cambian casi todo el pelaje en verano —dijo Ponter, acercándose a ella. Cerró los ojos—. Los sonidos —dijo ansiosamente—. El rumor de las hojas, el zumbido de los insectos, el arroyo y… ¡allí! ¿Lo oyes? La llamada de un somormujo. —Sacudió levemente la cabeza, asombrado—. Suena igual.

Abrió los ojos, y Mary pudo ver que sus iris dorados estaban ahora rodeados de rosa.

—Tan cerca —dijo, y la voz le temblaba un poco—. Tan cerca. Si pudiera…

Cerró de nuevo los ojos, con fuerza, y todo su cuerpo se sacudió ligeramente, como si estuviera intentando por pura fuerza de voluntad cruzar al otro mundo.

Mary sintió que se le rompía el corazón. Debe de ser horrible, pensó, ser arrancado de tu mundo y lanzado a otro lugar… a un sitio tan similar y sin embargo tan extraño. Alzó la mano, sin estar segura del todo de lo que pretendía. Ponter se volvió hacia ella, y ella no supo decir, no sabía, no estaba segura de cuál de los dos se movió primero hacia el otro, pero de repente estuvo rodeando con sus brazos el ancho torso de él, y él apoyó la cabeza contra su hombro y su cuerpo se estremeció mientras lloraba y lloraba y lloraba y Mary acariciaba su largo pelo rubio.

Mary trató de recordar la última vez que había visto llorar a un hombre. A Colm, supuso… no por ninguno de los problemas de su matrimonio; no, ésos los soportó en pétreo silencio. Fue cuando la madre de Colm murió. Incluso entonces, él había intentado hacerse el fuerte y dejó caer sólo unas pocas lágrimas. Pero Ponter lloraba sin pudor, por el mundo que había perdido, el amante que había perdido, las hijas que había perdido, y Mary lo dejó llorar hasta que se sintió bien y estuvo dispuesto a dejarlo.

Cuando lo hizo, la miró y abrió la boca. Mary esperaba que Hak tradujera sus palabras por «Lo siento»: ¿no es eso lo que se supone que dice un hombre después de llorar, después de bajar la guardia, después de revolcarse en la emoción? Pero no, no fue eso lo que sucedió.

—Gracias —dijo Ponter, simplemente.

Mary le sonrió cálidamente y él le devolvió la sonrisa.


Jasmel Ket empezó el día yendo a buscar a Lurt, la mujer de Adikor. Como no era de extrañar, Lurt se hallaba en su laboratorio de química, concentrada en el trabajo.

—Día sano —dijo Jasmel, tras atravesar la puerta cuadrada.

—¿Jasmel? ¿Qué estás haciendo aquí?

—Adikor me pidió que viniera.

—¿Se encuentra bien?

—Oh, sí. Está bien. Pero necesita un favor.

—Por él, lo que sea —dijo Lurt. Jasmel sonrió.

—Esperaba que dijeras eso.


Habían tardado más de lo previsto en ir caminando desde el coche de Mary hasta el emplazamiento de la casa de Ponter, y, naturalmente, el mismo tiempo a la vuelta. Para cuando llegaron al coche, eran más de las siete de la tarde.

Los dos tenían bastante hambre después de aquella caminata y, mientras conducía, Mary sugirió que tomaran algo. Cuando llegaron a un pequeño albergue campestre, con un cartel que anunciaba que servían venado, Mary paró.

—¿Qué te parece? —preguntó.

—No soy ningún adjudicador de esas cosas —dijo Ponter—. ¿Qué clase de comida proporcionan?

—Venado.

Bliip.

—¿Qué es eso?

—Ciervo.

—¡Ciervo! —exclamó Ponter—. ¡Sí, ciervo sería maravilloso!

—Yo nunca he probado el venado.

—Te gustará —dijo Ponter.

El comedor del albergue sólo tenía seis mesas, y a esa hora no había nadie comiendo. Mary y Ponter se sentaron el uno frente al otro, con una vela blanca encendida entre ellos. El plato principal tardó casi una hora en llegar, pero ella, al menos, disfrutó de un poco de pan con mantequilla. Mary hubiese querido ensalada César como entrada, pero ya se sentía bastante molesta cuando el aliento le olía a ajo delante de humanos normales: desde luego, no quería arriesgarse a molestar a Ponter. Por eso, tomó la ensalada de la casa, con salsa vinagreta y tomates secos. Ponter también tomó la ensalada de la casa, y aunque dejó a un lado los trocitos de pan frito, pareció gustarle todo lo demás.

Mary también pidió un vaso del tinto de la casa, que resultó notablemente potable.

—¿Puedo probarlo? —preguntó Ponter cuando se lo sirvieron. Mary se sorprendió. Él había rechazado probarlo cuando le ofrecieron el vino de Louise en la cena en casa de Reuben.

—Claro.

Le tendió el vaso y él tomó un sorbito, luego dio un respingo.

—Tiene un sabor fuerte —dijo.

Mary asintió.

—Acaba por gustarte.

Ponter le devolvió el vaso.

—Tal vez —dijo.

Mary se tomó despacio el vino, saboreando la taberna rústica y encantadora… y la compañía de aquel hombre tan agradable.

El tabernero, un hombre algo calvo, obviamente sabía quién era Ponter: su aspecto, después de todo, era sorprendente, y hablaba en voz baja en su propio lenguaje, para que Hak pudiera traducir sus palabras. Finalmente, acabó por ser demasiado para el hombre.

—Lo siento —dijo, acercándose a la mesa—, pero, señor Ponter, ¿podría darme su autógrafo?

Mary oyó pitar a Hak, y Ponter alzó la ceja.

—Autógrafo —dijo Mary—. Eso es tu propio nombre, escrito. La gente colecciona esas cosas de los famosos.

Otro bliip.

—Famosos —repitió Mary—. Gente que es conocida. Celebridades. Eso es lo que tú eres.

Ponter miró al hombre, asombrado.

—Yo… me sentiría honrado —dijo por fin.

El hombre le tendió un bolígrafo a Ponter, y luego la libretita que usaba para anotar las comandas, ofreciendo su reverso de cartulina blanca. La colocó en la mesa ante Ponter.

—Normalmente se escriben unas cuantas palabras además de tu nombre —dijo Mary—. «Con mis mejores deseos», o algo así.

El tabernero asintió.

—Sí, por favor.

Ponter se encogió de hombros, claramente turbado por todo, y luego escribió una serie de símbolos en su propio idioma. Le devolvió el bolígrafo y la libreta al hombre, quien se marchó encantado.

—Le has alegrado el día —dijo Mary cuando desapareció.

—¿El día? —repitió Ponter, sin comprender la expresión.

—Quiero decir que siempre recordará el día de hoy gracias a ti.

—Ah —dijo Ponter, sonriéndole por encima de la vela—. Y yo siempre recordaré este día gracias a ti.

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