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TERCER DÍA
DOMINGO, 4 DE AGOSTO
148/103/26

BÚSQUEDA DE NOTICIAS

Palabra(s) clave: Neanderthal

La noticia de esta mañana en Sudbury, Canadá, es que las propuestas de matrimonio superan las amenazas de muerte dos a uno a favor del visitante Neanderthal. Veintiocho mujeres han enviado cartas o e-mails a este periódico declarándose, mientras que la policía de Sudbury y la Real Policía Montada del Canadá han registrado sólo trece amenazas de muerte contra su vida…


ENCUESTA DE USA TODAY:

• Porcentaje que cree que el supuesto Neanderthales un fraude: 54%.

• Que cree que es realmente un Neanderthal, pero viene de algún lugar de esta Tierra: 26%

• Que cree que viene del espacio exterior: 11%

• Que cree que viene de un mundo paralelo: 9%


La policía desactivó hoy una bomba en la entrada del pozo de la mina que conduce a la caverna que alberga el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, donde el supuesto Neanderthal apareció por primera vez…

Una secta religiosa de Baton Rouge, Louisiana, recibe la llegada del Neanderthal de Canadá como la Segunda Venida de Cristo. «Claro que parece un humano antiguo —declaró el reverendo Hooley Gordwell—. El mundo tiene seis mil años de antigüedad, y Cristo vino por primera vez hace un tercio de ese tiempo. Nosotros hemos cambiado un poco, quizá debido a una nutrición mejor, pero él no.» El grupo está planeando una peregrinación a la ciudad minera de Sudbury, Ontario, donde el Neanderthal vive actualmente.


A la mañana siguiente, temprano, después de procurar que no los vieran por el camino, Ponter y el doctor Montego se reunieron con Mary en el laboratorio de la Universidad Laurentian. Era hora de analizar el ADN de Ponter, de responder a la gran pregunta.

Secuenciar los 379 nucleótidos requería un trabajo meticuloso. Mary estaba sentada a una mesa de plástico blanco lechoso, con la superficie iluminada por los tubos fluorescentes que tenía debajo. Había colocado la película auto-radiactiva en la mesa y, con un rotulador, iba escribiendo las letras del alfabeto genético para la cadena en cuestión: GGC, que indicaba el aminoácido glicina; TAT, el código de la tirosina; ATA, en el ADN mitocondrial, opuesto al ADN nuclear, especificaba metionina; AAA, la nomenclatura de la lisina…

Por fin terminó: las 379 bases de una parte específica de la región de control de Ponter quedaron identificadas. El ordenador portátil de Mary tenía incorporado un programa de análisis de ADN. Empezó a teclear las 379 letras que acababa de escribir en la película y luego le pidió a Reuben que las tecleara de nuevo, sólo para asegurarse de que las había introducido correctamente.

El ordenador informó inmediatamente de tres diferencias entre lo que había introducido Mary y lo que había introducido Reuben, advirtiendo (era un programita inteligente) un error causado porque Mary se había dejado accidentalmente una T en un punto; los otros dos errores eran erratas de Reuben. Cuando estuvo segura de que habían introducido correctamente las 379 letras, hizo que el programa comparara la secuencia de Ponter con la que había extraído del espécimen tipo de Neanderthal del Rheinisches Landesmuseum.

—¿Bien? —dijo Reuben—. ¿Cuál es el veredicto?

Mary se echó atrás en su asiento, anonadada.

—El ADN que tomé de Ponter difiere en siete puntos del ADN recuperado del fósil de Neanderthal. —Alzó una mano—. Era de esperar un poco de variación individual, y naturalmente habrá habido alguna deriva genética con el paso del tiempo, pero…

—¿Sí? —dijo Reuben.

Mary alzó los hombros.

—Es un Neanderthal, en efecto.

—Guau —dijo Reuben, mirando a Ponter como silo viera por primera vez—. Guau. Un Neanderthal viviente.

Ponter habló un poco de su propio lenguaje, y su implante interpretó:

—¿Mi especie desaparecida? —dijo la voz masculina.

—¿De aquí? —preguntó Mary—. Sí, su especie desapareció de aquí… hace al menos 27.000 años.

Ponter bajó la cabeza, reflexionando sobre esto.

Mary reflexionó también. Hasta la aparición de Ponter, los parientes vivos más cercanos al Homo sapiens eran los dos miembros del género Pan: el chimpancé y el bonobo. Ambos estaban relacionados con los humanos y compartían aproximadamente el 95% del ADN de la humanidad. Mary estaba lejos de terminar sus estudios con el ADN de Ponter, pero suponía que compartiría hasta un 99% con su especie Homo sapiens.

Y ese 1% restante explicaba todas las diferencias. Si era un Neanderthal típico, su cavidad craneana era probablemente más grande que la de un hombre normal. Y era más musculoso que ningún humano que Mary hubiera conocido: sus brazos eran tan gruesos como los muslos de la mayoría de los hombres. Además, sus ojos eran de un increíble marrón dorado; Mary se preguntó si habría variantes de color entre su especie.

También era bastante velludo, aunque lo parecía menos a causa de su color claro. Sus antebrazos y, supuso, su espalda y su pecho, estaban bien cubiertos. Y tenía barba, y una cabeza llena de pelo partido por la mitad.

Entonces se dio cuenta: ya había visto ese tipo de peinado. Los bonobos, los pequeños simios llamados a veces chimpancés pigmeos, llevaban el mismo peinado. Fascinante. Se preguntó si toda su gente tenía el pelo así o era sólo un estilo que cultivaba.

Ponter volvió a hablar en su propio idioma, en voz baja, quizás hablando solo, pero el implante tradujo las palabras al inglés de todas formas.

—Mi especie desaparecida.

Mary habló con toda la amabilidad de la que fue capaz. —Sí. Lo siento.

Más sílabas brotaron de los labios de Ponter, y su Acompañante dijo:

—Yo… no hay otros. Yo… todos…

Sacudió la cabeza y volvió a hablar. La Acompañante pasó a su voz femenina, hablando por sí misma.

—No tengo vocabulario para traducir lo que está diciendo Ponter.

Mary asintió con lentitud, apenada.

—La palabra que estás buscando —dijo amablemente— es «solo».


El dooslarm basadlarm de Adikor Huld tuvo lugar en el edificio del Consejo Gris, en la periferia del Centro. Los varones podían llegar allí sin internarse mucho en el territorio femenino; las hembras podían entrar en él sin salir técnicamente de su tierra. Adikor no estaba seguro de cómo influiría en sus posibilidades que los interrogatorios preliminares fueran durante Últimos Cinco, pero la adjudicadora, una mujer llamada Komel Sard, parecía pertenecer a la generación 142, así que hacía tiempo que debía de haber dejado atrás la menopausia.

La acusadora de Adikor, Daklar Bolbay, se alzaba ahora en la gran cámara cuadrada. Los ventiladores soplaban el aire desde el lado norte de la cámara hacia el sur, y la adjudicadora Sard se encontraba en el extremo sur, contemplando el desarrollo de la acción con expresión neutra en su rostro sabio y arrugado. El aire servía a un doble propósito: le traía las feromonas del acusado, a menudo para ella algo tan significativo como las palabras pronunciadas, e impedía que sus propias feromonas (que podrían haber traicionado qué argumentos la impresionaban) fueran detectadas por la acusadora o el acusado, ambos situados en el lado norte.

Adikor había visto a Klast muchas veces, y siempre se había llevado bien con ella; su hombre-compañero, después de todo, era Ponter. Pero Bolbay, que había sido la mujer-compañera de Klast, no parecía tener ni su calidez ni su simpatía.

Bolbay llevaba un pantalón naranja oscuro y un top naranja oscuro: el naranja había sido siempre el color de los acusadores. Por su parte, Adikor iba de azul, el color de los acusados. Cientos de espectadores, igualmente divididos entre varones y hembras, se sentaban a cada lado de la sala; un dooslarm basadlarm por asesinato se consideraba algo digno de ver. Jasmel Ket estaba allí, al igual que su hermana menor, Megameg Bek. La mujer-compañera de Adikor, Lurt, estaba presente también; le había dado un gran abrazo cuando llegó. Sentado a su lado estaba Dab, el hijo de Adikor, de la misma edad que la pequeña Megameg.

Y, naturalmente, casi todos los exhibicionistas de Saldak estaban presentes: no había nada más interesante en aquel momento que esa audiencia. A pesar de su actual situación, Adikor se alegró de ver a Hawst en persona, pues había usado mucho su mirador para enterarse de cosas en el pasado. También reconoció a Lulasm, el favorito de Ponter, y a Gawlt y Talok y Repeth y a un par de otros más. Los exhibicionistas eran fáciles de detectar: tenían que llevar ropa plateada, lo que indicaba a cuantos tenía alrededor que sus emisores implantados eran públicamente accesibles.

Adikor estaba sentado en un taburete. Había espacio de sobra por todas partes para que Bolbay caminara a su alrededor mientras hablaba, y lo hacía con gran teatralidad.

—Díganos, sabio Huld, ¿tuvo éxito su experimento? ¿Consiguieron hallar el factor numérico elegido?

Adikor negó con la cabeza.

—No.

—Así que hacerlo bajo la superficie no sirvió de nada —dijo Bolbay—. ¿De quién fue la idea de hacer ese experimento bajo tierra? —Su voz era grave para tratarse de una hembra, un rumor profundo.

—Ponter y yo lo acordamos juntos.

—Sí, sí, ¿pero quién fue el primero en sugerir la idea? ¿Usted o el sabio Boddit?

—No estoy seguro.

—Fue usted, ¿verdad?

Adikor se encogió de hombros.

—Es posible.

Bolbay estaba ahora delante de él. Adikor se negó a reconocer su presencia mirándola.

—Ahora, sabio Huld, díganos por qué eligió usted esa localización.

—No he dicho que la eligiera. He dicho que es posible que lo hiciera.

—Bien. Díganos por qué se eligió esa localización para su trabajo.

Adikor frunció el ceño, pensando cuántos detalles era apropiado dar.

—La Tierra es bombardeada continuamente por los rayos cósmicos —dijo por fin.

—¿Y eso qué es?

—Radiación ionizante que procede del espacio exterior. Una corriente de protones, núcleos de helio y otros núcleos. Cuando chocan con núcleos de nuestra atmósfera, producen radiación secundaria… principalmente piones, muones, electrones y rayos dutar.

—¿Y son peligrosos?

—En realidad no. Al menos, no en las pequeñas cantidades producidas por los rayos cósmicos. Pero afectan a los instrumentos delicados, y por eso quisimos emplazar nuestro equipo en algún lugar que estuviera protegido de ellos, y, bueno, la mina de níquel Debral estaba cerca.

—¿No podrían haber utilizado otra instalación?

—Supongo que sí. Pero Debral es única no sólo por su profundidad (es la mina más profunda del mundo), sino también por la baja radiación de fondo de sus rocas. El uranio y otros materiales radiactivos presentes en muchas otras minas desprenden partículas cargadas que habrían lastrado nuestros instrumentos.

—¿Entonces estaban bien protegidos allí abajo?

—Sí… de todo excepto de los neutrinos, supongo.

Adikor captó la expresión del rostro de la adjudicadora Sard.

—Son partículas minúsculas que atraviesan la materia sólida; nada puede ser protegido contra ellos.

—Bien, ¿no estaban protegidos también contra algo más allá abajo? —preguntó Bolbay.

—No comprendo —dijo Adikor.

—Mil brazadas de roca entre ustedes y la superficie. Ninguna radiación (ni siquiera las partículas de rayos cósmicos que han recorrido sin impedimentos enormes distancias) podían alcanzarlos.

—Correcto.

—Y ninguna radiación podía llegar a la superficie desde donde estaban ustedes trabajando, ¿no es cierto?

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que las señales de sus Acompañantes, el suyo y el del sabio Boddit, no podían llegar desde allí hasta la superficie —dijo Bolbay.

—Sí, eso es cierto, aunque no le había dado importancia a ese detalle hasta que un controlador me lo mencionó ayer.

—¿No le había dado importancia? —El tono de Bolbay denotaba incredulidad—. Desde el día en que nació, tiene usted un cubo de registro personal en el pabellón de archivos de coartadas que está junto al edificio de este mismo Consejo. Y ha grabado todo lo que ha hecho, cada momento de su vida, a medida que lo transmitía su Acompañante. Cada momento de su vida en la superficie de la Tierra, es decir, excepto el tiempo que pasó allá abajo.

—No soy ningún experto en esos asuntos —dijo Adikor, sin demasiada sinceridad—. En realidad no sé mucho de la transmisión de datos de los Acompañantes.

—Vamos, sabio Huld. Hace un momento nos estaba contando historias de muones y piones, ¿y ahora espera que creamos que no comprende una sencilla emisión de radio?

—No he dicho que no la comprendiera. He dicho que nunca había pensado en ese tema.

Bolbay estaba de nuevo tras él.

—¿Nunca pensó en el hecho de que, mientras estaba allí abajo, por primera vez desde su nacimiento, no habría ningún registro disponible de lo que estaba haciendo?

—Mire —dijo Adikor, hablando directamente a la adjudicadora, antes de que Bolbay diera la vuelta y bloqueara de nuevo su línea de visión—. No he tenido motivos para acceder a mi propio archivo de coartadas desde hace muchísimos meses. Cierto, el hecho de que mis acciones se registran normalmente es algo de lo que soy consciente, en un sentido abstracto, pero no pienso en ello cada día.

—Y sin embargo —dijo Bolbay—, cada día de su vida, disfruta usted de la paz y la seguridad que esas mismas grabaciones hacen posibles. —Miró a la adjudicadora—. Sabe que cuando pasea de noche las posibilidades de ser víctima de un robo o asesinato o lasagklat son casi cero, porque no es posible escapar a semejante crimen. Si se acusa a alguien de eso… bien, digamos de que yo le he atacado en la plaza Peslar. Si usted pudiera convencer a un adjudicador de que su acusación era plausible, el adjudicador podría ordenar que se abriera su archivo o su mina de coartadas por el lapso de tiempo en cuestión, lo cual demostraría que soy inocente. El hecho de que un crimen no pueda cometerse sin que quede constancia hace que todos nos relajemos.

Adikor no dijo nada.

—Excepto cuando alguien idea el modo de recluirse con su víctima en un lugar, prácticamente el único donde no puede hacerse ningún registro de lo que suceda.

—Eso es ridículo —dijo Adikor.

—¿Lo es? Esa mina fue explotada mucho antes del comienzo de la Era de los Acompañantes, y, naturalmente, llevamos ya siglos empleando robots para trabajar en las minas. Es casi inaudito que un humano tenga que bajar a esas minas, y por eso nunca nos hemos ocupado de la falta de comunicación entre los Acompañantes que están allí y el pabellón de archivos de coartadas. Pero usted lo dispuso para estar con el sabio Boddit en un escondite subterráneo durante lapsos de tiempo prolongados.

—Ni siquiera pensarnos en eso.

—¿No? —dijo Bolbay—. ¿Reconoce el nombre de Kobast Gant? El corazón le dio un vuelco a Adikor, y la boca se le secó. —Es un investigador de inteligencia artificial.

—Así es. Y él declarará que hace meses mejoró su Acompañante y el del sabio Boddit, añadiéndoles sofisticados componentes de inteligencia artificial.

—Sí. Eso hizo.

—¿Porqué?

—Bueno, um…

—¿Por qué?

—Porque a Ponter no le gustaba estar desconectado de la red de información planetaria. Con nuestros Acompañantes desconectados de la red, allá abajo, le parecía bien concentrar mucha más capacidad de proceso en ellos, para que pudieran ayudarnos mejor con nuestro trabajo.

—¿Y eso se le olvidó? —dijo Bolbay.

—Como ha dicho usted —replicó Adikor con aspereza—, eso fue hace meses. Me he acostumbrado a tener un Acompañante que es más charlatán de lo corriente. Después de todo, estoy seguro de que Kobast Gant también declarará que, aunque eran primeras versiones de su software de inteligencia artificial para Acompañantes, su intención era que estuvieran disponibles para todos los que lo quisieran. Esperaba que la gente los encontrara útiles, aunque nunca estén desconectados de la red… y consideraba que todos se acostumbrarían rápidamente, y que pronto sería tan natural para ellos como tener un Acompañante menos listo. —Adikor cruzó las manos sobre el regazo—. Bueno, yo me acostumbré rápidamente al mío y, como dije al principio, ni siquiera pensé mucho en el tema, ni por qué había sido originalmente necesario… pero… ¡espere! ¡Espere!

—¿Sí? —dijo Bolbay.

Adikor miró directamente a la adjudicadora Sard, sentada al otro lado de la sala.

—¡Mi Acompañante podría decirles lo que sucedió allá abajo!

La adjudicadora miró firmemente a Adikor.

—¿Cuál es su contribución, sabio Huld? —preguntó.

—¿Yo? Soy físico.

—Y programador informático, ¿no es así? —dijo la adjudicadora—. De hecho, usted y el sabio Boddit estaban trabajando en ordenadores complejos.

—Sí, pero…

—Entonces —dijo la adjudicadora—, difícilmente creo que podamos confiar en nada de lo que diga su Acompañante. Sería un asunto trivial para alguien de su experiencia programarlo para que nos diga lo que usted quisiera.

—Pero yo…

—Gracias, adjudicadora Sard —dijo Bolbay—. Ahora díganos, sabio Huld, ¿cuántas personas están relacionadas normalmente con un experimento científico?

—Esta pregunta no tiene sentido —respondió Adikor—. Algunos proyectos los emprende un solo individuo y…

—… y otros los emprende una docena de investigadores, ¿no es cierto?

—A veces, sí.

—Pero su experimento implicaba sólo a dos investigadores.

—Eso no es correcto —dijo Adikor—. Otras cuatro personas trabajaron en diversas etapas de nuestro proyecto.

—Pero ninguna de ellas fue invitada a bajar a la mina. Sólo ustedes dos, Ponter Boddit y Adikor Huld, bajaban allí, ¿verdad?

Adikor asintió.

—Y sólo uno de ustedes regresó a la superficie.

Adikor permaneció impasible.

—¿No es eso, sabio Huld? Sólo uno de ustedes regresó a la superficie.

—Sí, pero como ya he explicado, el sabio Boddit desapareció.

—Desapareció —dijo Bolbay, como si nunca hubiera oído la palabra antes, como si se estuviera esforzando por comprender su significado—. ¿Quiere decir que se desvaneció?

—Sí.

—En el aire.

—Eso es.

—Pero no hay absolutamente ningún registro de esa desaparición.

Adikor sacudió levemente la cabeza. ¿Por qué lo perseguía así Bolbay? Nunca había sido desagradable con ella, y no podía imaginar que Ponter lo hubiera presentado jamás ante Bolbay en términos desfavorables. ¿Qué era lo que la motivaba?

—No se ha encontrado ningún cadáver —dijo Adikor, desafiante—. No han encontrado ningún cadáver porque no hay ningún cadáver.

—Eso dice usted, sabio Huld. Pero a un millar de brazadas bajo tierra podría haber eliminado el cuerpo dejándolo en un montón de sitios: poniéndolo en una bolsa hermética para impedir que sus olores escapen, y luego arrojándolo por una fisura, enterrándolo bajo una roca suelta o tirándolo a una máquina trituradora de rocas. El complejo minero es enorme, después de todo, con decenas de miles de túneles y galerías. Sin duda podría haberse usted librado del cadáver allí abajo.

—Pero no lo hice.

—Eso dice usted.

—Sí—dijo Adikor, obligándose a adoptar un tono de calma—, eso digo.


La noche anterior, en casa de Reuben, Louise y Ponter habían intentado idear un experimento que pudiera demostrar a los demás que lo que Ponter decía era cierto: que procedía de un mundo paralelo.

Los análisis químicos de las fibras de sus ropas podrían hacerlo. Ponter había dicho que eran sintéticas, y presumiblemente no coincidirían con ningún polímero conocido. Igualmente, algunos de los componentes del extraño implante Acompañante de Ponter casi con toda certeza serían desconocidos para la ciencia de este mundo.

Un dentista podría demostrar que Ponter nunca había estado expuesto a agua fluorada. Incluso sería posible demostrar que había vivido en un mundo sin armas nucleares, dioxinas, ni motores de combustión interna.

Pero, como había señalado Reuben, todas esas cosas simplemente demostrarían que Ponter no procedía de esta Tierra, no que viniera de otra Tierra. Podía, después de todo, ser un alienígena.

Louise había argumentado que no había modo alguno en que la vida de otro planeta se pareciera tantísimo a los resultados aleatorios que la evolución había producido en el nuestro, pero admitió que para algunos la idea de alienígenas era más aceptable, y desde luego más familiar, que la idea de universos paralelos… un comentario que instó a Reuben a decir que Kira Nerys estaba más atractiva vestida de cuero.


Finalmente, el propio Ponter proporcionó una prueba adecuada. Su implante, dijo, contenía mapas completos de la mina de níquel que estaba supuestamente situada cerca, en esa versión de la Tierra; después de todo, había sido el emplazamiento de las instalaciones donde trabajaba él también. Naturalmente, la mayoría de los yacimientos principales ya habían sido encontrados por su gente y por el personal de Inco, pero, comparando los mapas de la Acompañante con los de la página web de Inco, el implante de Ponter identificó un lugar rico en cobre que no había detectado Inco. De ser acertada, era exactamente el tipo de información que sólo podría tener alguien procedente de un universo paralelo.

Así que ahora, Ponter Boddit (ya sabían su nombre completo), Louise Benoit, Bonnie Jean Mah, Reuben Montego y una mujer a quien Louise veía por primera vez, una genetista llamada Mary Vaughan, estaban todos ellos en los tupidos bosques, exactamente a 372 metros de distancia del edificio de la ONS en la superficie. Los acompañaban dos geólogos de Inco, que manejaban una barrena de toma de muestras. Uno de ellos insistía en que Ponter no podía tener razón en que hubiera cobre en aquel punto. Sondearon a 9,3 metros, tal como Hak había dicho que hicieran, y retiraron el tubo de muestra. Louise se sintió aliviada de que la barrena con punta de diamante se parara por fin: el sonido rechinante le había producido dolor de cabeza.

El grupo llevó la muestra al aparcamiento, cada uno sujetándola en algún momento del trayecto. Y allí, donde había espacio para hacerlo, los geólogos retiraron la opaca membrana externa. En la parte superior, naturalmente, había humus, y debajo, un residuo de barro, arena, grava y guijarros. Debajo de eso, dijo uno de los geólogos, había roca norita del Precámbico.

Y debajo, exactamente a la profundidad que había dicho Hak, había…

Louise aplaudió, entusiasmada. Reuben Montego sonreía de oreja a oreja. El geólogo, incrédulo, murmuraba para sí. La profesora Mah sacudía lentamente la cabeza adelante y atrás, asombrada. Y la genetista, la doctora Vaughan, miraba a Ponter con los ojos muy abiertos.

Estaba allí, exactamente donde él había dicho que estaría: cobre nativo, retorcido y bulboso, pero sin duda metálico.

Louise le sonrió a Ponter y pensó en el mundo verde y limpio que le había descrito la noche anterior.

—Dinero caído del cielo —dijo en voz baja.

La profesora Mah se acercó a Ponter y tomó su mano gigantesca en la suya, estrechándola con firmeza.

—No lo habría creído —dijo—, pero bienvenido a nuestra versión de la Tierra.

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