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El laboratorio de genética de la Universidad Laurentian no disponía del equipo especial para extraer ADN degradado de especímenes antiguos, como el laboratorio de Mary en York. Pero nada de eso haría falta. Era una cuestión sencilla tomar las células de la boca de Ponter y extraer ADN de una de las mitocondrias: en cualquier laboratorio genético del mundo podría haberlo hecho.

Mary introdujo dos imprimaciones, pequeñas piezas de ADN mitocondrial que encajaban con el principio de la secuencia que había identificado hacía años en el fósil del Neanderthal alemán. Luego añadió la enzima polimerasa ADN y disparó la reacción en cadena de polimerasa, que haría que la sección en la que estaba interesada se ampliara, reproduciéndose una y otra vez, duplicándose en cada ocasión. Pronto tendría millones de copias de la cadena para analizar.

Como había dicho Reuben Montego, el laboratorio realizaba mucho trabajo forense, y por eso tenían cinta selladora para cristal. La cinta se usaba para que los genetistas pudieran declarar sin ningún género de duda que no había manera de que el contenido de un frasco hubiera sido alterado cuando no lo tenían delante. Mary selló el bote donde estaba teniendo lugar la amplificación RCP y firmó en la cinta.

Usó entonces uno de los ordenadores del laboratorio para acceder a su correo en York. Había recibido más correo electrónico en el último día que en todo el mes anterior, y muchos mensajes eran de expertos en Neanderthal de todo el mundo que de algún modo se habían enterado de que ella estaba en Sudbury. Había mensajes de la Universidad de Washington, la Universidad de Michigan, la UCB, la UCLA, Brown, SUNY Stony Brook, Stanford, Cambridge, el Museo de Historia Natural de Inglaterra, el Instituto de Prehistoria Cuaternaria y Geología de Francia, de sus viejos amigos del Rbeinisches Landesmuseum, y más, todos pidiendo muestras del ADN del Neanderthal, al mismo tiempo que hacían bromas al respecto, como si, naturalmente, aquello no pudiera estar sucediendo de verdad.

Ella ignoró todos aquellos mensajes, pero sintió la necesidad de enviar una nota a su estudiante graduada en York:


Daria:

Lamento dejarte en la estacada, pero sé que puedes encargarte de todo. Estoy segura de que has visto los informes en la prensa, y todo lo que puedo decir es, sí, parece que existe la posibilidad de que sea un Neanderthal. Ahora mismo estoy haciendo pruebas de ADN para averiguarlo con seguridad.

No sé cuándo volveré. Probablemente me quede aquí unos cuantos días más, como mínimo. Pero quería decirte…, advertirte, en realidad…, que creo que un hombre intentó seguirme cuando salí del laboratorio el viernes por la noche. Sé precavida… si vas a trabajar hasta tarde, haz que tu novio venga a recogerte al final del día o que alguien te acompañe hasta la residencia.

Ten cuidado.

MNV


Mary leyó la nota un par de veces y luego pulsó: «Enviar ahora.» Luego permaneció sentada contemplando la pantalla durante mucho, mucho tiempo.

Maldición.

Maldición. Maldición. Maldición.

No podía quitárselo de la cabeza, ni siquiera cinco minutos. Calculaba que la mitad de sus pensamientos de aquel día se habían centrado en los horribles acontecimientos de… Dios mío, ¿había sido apenas ayer? Parecía mucho más lejano, aunque los recuerdos de las cosas que él le había hecho estaban todavía marcados a fuego.

Si hubiera estado en Toronto, podría haberlo hablado con su madre, pero…

Pero su madre era una buena católica, y no había forma de evitar temas desagradables cuando se hablaba acerca de una violación. A mamá le preocuparía que Mary pudiera estar embarazada… y no admitiría jamás un aborto. Mary y ella habían discutido sobre el edicto de Juan Pablo II por el que las monjas violadas en Bosnia debían tener sus hijos. Y decirle a su madre que no había nada de lo que preocuparse porque Mary tomaba la píldora no iba a ser mucho mejor. En lo que a los padres de Mary se refería, el método Ogino era la única forma aceptable de control de la natalidad… Mary pensaba que era un milagro que sólo tuviera tres hermanos en lugar de una docena.

Y, claro, podía hablar con sus hermanos, pero… le resultaba imposible hablar con un hombre, con cualquier hombre, de aquello. Eso descartaba a sus hermanos, Bill y John. Y su única hermana, Christine, se había mudado a Sacramento, y no parecía un tema adecuado para hablarlo por teléfono.

Y sin embargo tenía que hablar con alguien. Con alguien en persona. Con alguien, allí.

Había un ejemplar del calendario de la universidad en una mesa del laboratorio; Mary encontró el mapa del campus en él y localizó lo que estaba buscando. Se levantó y recorrió el pasillo hasta las escaleras, pasó del edificio de Ciencia Uno al de las aulas y se encaminó por lo que los estudiantes de la Laurentian llamaban «el callejón de los bolos», el largo pasillo de cristal de la planta baja que corría entre el edificio de las aulas y la sala de actos. Lo recorrió seguida por el sol de la tarde, dejó atrás un puesto de donuts y unos cuantos kioscos dedicados a actividades estudiantiles. Finalmente giró a la izquierda al fondo del callejón de los bolos, dejó atrás las oficinas, subió las escaleras, dejó atrás la librería del campus y recorrió un corto pasillo.

Acudir al centro de crisis de violación de la Universidad de York quedaba completamente descartado. Los consejeros de allí eran voluntarios en su mayoría, y aunque sin duda se protegía la confidencialidad, el chismorreo de que una docente hubiera sido atacada resultaría irresistible. Además, podían verla entrar o salir de la oficina.

Pero la Universidad Laurentian, por pequeña que fuera, tenía también un centro de crisis de violación. La triste verdad era que todas las universidades necesitaban uno: había oído que incluso había uno en la Universidad Oral Roberts. Allí nadie conocía a Mary, y todavía no la habían entrevistado en televisión, aunque sin duda sería conocida cuando tuviera los resultados de las pruebas de ADN de Ponter. Así que, si quería un poco de anonimato, eso no podía esperar.

La puerta estaba abierta. Mary entró en la pequeña zona de recepción.

—Hola —dijo la joven negra sentada tras la mesa. Se levantó y se acercó a Mary—. Pasa, pasa.

Mary comprendió su solicitud. Muchas mujeres probablemente llegaban hasta el umbral, pero luego se marchaban, incapaces de expresar lo que les había sucedido.

Aunque la mujer probablemente se daba cuenta de que si Mary era la víctima de una violación, no acababa de suceder. No llevaba la ropa desaliñada, y su maquillaje y su pelo estaban en orden. Además el centro debía de recibir visitantes que no eran víctimas: gente que venía a ofrecerse voluntaria, a investigar, a usar la fotocopiadora.

—¿Te han herido? —preguntó la mujer.

Herido. Sí, ésa era la forma correcta de abordarlo. Era más fácil admitir que habías sido herida que aceptar la palabra con «V». Mary asintió.

—Tengo que preguntarlo —dijo la mujer. Tenía grandes ojos marrones y llevaba una joya pequeña en la nariz—. ¿Ha sido hoy? Mary negó con la cabeza.

Durante medio segundo, la mujer pareció…, bueno, decepcionada no era la palabra adecuada, pensó Mary, pero los hechos recientes eran sin duda mucho más interesantes, si se utilizaba el material preciso para recabar pruebas, si…

—Ayer —dijo Mary, hablando por primera vez—. Anoche.

—¿Fue… fue alguien que conozcas?

—No —respondió Mary… pero entonces calló. En realidad, no estaba segura de la respuesta a esa pregunta. El monstruo tenía puesto un pasamontañas. Podría haber sido cualquiera: un estudiante a quien le hubiera dado clase; otro miembro del claustro; alguien del personal no docente; un chorizo de la zona de Driftwood. Cualquiera—. No lo sé. El… llevaba una máscara.

—Sé que te hirió —dijo la joven, rodeando a Mary con un brazo y haciéndola pasar—, ¿pero te hizo daño? ¿Necesitas ver a un médico? —La mujer alzó una mano—. Tenemos una doctora excelente.

Mary volvió a negar con la cabeza.

—No —dijo—. Tenía un… —La voz de Mary se quebró, sorprendiéndola. Lo intentó de nuevo—. Tenía un cuchillo, pero no lo utilizó.

—Animal —dijo la mujer.

Mary asintió.

Entraron en una habitación interior, con paredes pintadas de rosa pálido. Había dos sillones, pero ningún sofá: incluso allí, incluso en ese santuario, la visión de un sofá podría ser excesiva. La mujer le indicó a Mary que ocupara uno de los sillones, cómodo y acolchado, y ocupó el otro, sentándose frente a ella, pero se inclinó hacia delante y tomó amablemente la mano izquierda de Mary.

—¿Quieres decirme tu nombre? —preguntó la mujer.

Mary pensó en darle un nombre falso, o tal vez… No quería mentirle a esa dulce joven que intentaba ayudarla; tal vez su segundo nombre, Nicole: eso no sería realmente una mentira, pero seguiría ocultando su identidad. Pero cuando abrió la boca, salió «Mary».

—Mary Vaughan.

—Mary, yo me llamo Keisha.

Mary la miró.

—¿Qué edad tienes? —preguntó.

—Diecinueve —dijo Keisha.

Tan joven.

—¿Alguna vez… tú…?

Keisha apretó los labios y asintió.

—¿Cuándo?

—Hace tres años.

Mary notó que los ojos se le abrían de par en par. Entonces sólo tendría dieciséis. Podía… Dios mío, su primera vez podía haber sido una violación.

—Lo siento mucho —dijo Mary.

Keisha ladeó la cabeza, aceptando el comentario.

—No te diré que lo superarás, Mary, pero podrás sobrevivir. Y nosotras te ayudaremos a hacerlo.

Mary cerró los ojos y tomó aire. Luego lo dejó escapar lentamente. Podía sentir a Keisha apretando amablemente su mano, transfiriéndole fuerzas. Por fin, Mary volvió a hablar.

—Lo odio —dijo. Abrió los ojos. El rostro de Keisha mostraba preocupación, apoyo—. Y… —añadió, despacio, en voz baja—, me odio a mí misma por dejar que sucediera.

Keisha asintió y extendió el otro brazo, abrazando y sosteniendo también amablemente la mano derecha de Mary.

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