Adikor Huld no soportaba estar en casa. Todo en ella le recordaba al pobre, desaparecido Ponter. La silla favorita de Ponter, su bloque de datos, las esculturas que Ponter había seleccionado… todo. Por eso había salido, para sentarse en el patio y contemplar tristemente el paisaje. Pabo salió también y miró a Adikor un rato; Pabo era la perra de Ponter: la tenía desde mucho antes de que Adikor y Ponter empezaran a vivir juntos. Adikor la conservaría, aunque sólo fuera para que la casa no estuviera tan solitaria. Pabo regresó al interior. Adikor sabía que iba a la puerta delantera para ver si Ponter regresaba. Llevaba moviéndose de un lado a otro, asomándose a ambas puertas, desde que Adikor había vuelto a casa el día anterior. Adikor nunca había vuelto del trabajo sin Ponter hasta entonces; la pobre Pabo estaba desconcertada y muy triste sin duda.
Adikor estaba también profundamente triste. Se había pasado llorando casi toda la mañana. No gimoteaba, ni sollozaba: sólo lloraba, a veces incluso sin darse cuenta él mismo hasta que una gruesa lágrima le caía en el brazo o en la mano.
Los equipos de rescate habían registrado exhaustivamente la mina pero no habían encontrado ningún rastro de Ponter. Habían usado equipo portátil para localizar a su Acompañante, pero no habían conseguido detectar sus transmisiones. Perros y humanos habían recorrido túnel tras túnel, intentando captar el olor de un hombre que podría estar inconsciente, oculto a la vista.
Pero no había nada. Ponter había desaparecido total y absolutamente, sin dejar rastro.
Adikor cambió de postura. La silla que ocupaba estaba hecha de tablas de pino, con un respaldo que sobresalía y amplios y planos reposabrazos donde podía sostenerse fácilmente un tubo de bebida. No había ninguna duda de que la silla era útil. Su fabricante (Adikor había olvidado el nombre de la mujer, pero estaba marcado en el respaldo) sin duda consideraba que había contribuido suficientemente a la sociedad. Los muebles eran necesarios; Adikor tenía una mesa y dos armaritos hechos por la misma carpintera.
Pero ¿cuál sería la contribución de Adikor, ahora que Ponter ya no estaba? Ponter era el brillante de la pareja; Adikor reconocía eso y lo aceptaba. Pero ¿ cómo contribuiría él ahora, sin Ponter, el querido, querido Ponter?
El trabajo de cálculo cuántico se había acabado, por lo que a Adikor se refería. Sin Ponter, no continuaría. Otros (había un grupo femenino al otro lado del océano, en Evsoy, y otro masculino en la costa oeste de aquel continente) continuarían trabajando en líneas paralelas. Les deseaba suerte, suponía, pero aunque leería sus informes con interés, una parte de sí siempre lamentaría que no fueran Ponter y él los que hicieran los descubrimientos.
Álamos y abedules formaban un frondoso dosel alrededor del patio y los lirios blancos florecían al pie musgoso de los árboles. Una ardilla pasó correteando y Adikor oyó a un pájaro carpintero picoteando un tronco. Inspiró profundamente, inhalando pólenes y los olores de hojas y suelo.
Se oyó algo moviéndose; de vez en cuando, un animal grande se acercaba a la casa durante el día y…
De repente, Pabo salió corriendo por la puerta trasera. También ella había detectado la llegada. Adikor hinchó las aletas de la nariz. Era una persona (un hombre) quien venía.
¿Podría ser…?
Pabo dejó escapar un gemido lastimero. El hombre apareció a la vista. No era Ponter. Por supuesto que no.
A Adikor le dolía la cabeza. Pabo regresó a la casa, a la puerta delantera, para continuar su vigilia.
—Día sano —le dijo Adikor al hombre que llegaba. No era nadie a quien hubiera visto antes: un tipo rechoncho, de pelo rojizo. Llevaba una camisa suelta azul oscuro y un pantalón gris.
—¿Se llama usted Adikor Huld, y reside aquí, en el Borde de Saldak?
—Sí a lo primero —dijo Adikor—, y obviamente a lo segundo.
El hombre alzó el brazo izquierdo, apuntando a Adikor con el interior de su muñeca. Quería transferir algo al Acompañante de Adikor, sin duda.
Adikor asintió y sacó una clavija de control de su Acompañante. Vio cómo la pantallita de su unidad destellaba al recibir datos. Esperaba que fuese una carta de presentación: quizás era un pariente que visitaba la zona, o tal vez un mercader buscando trabajo, transfiriendo sus credenciales. Adikor podría borrar la información fácilmente si no era de interés.
—Adikor Huld —dijo el hombre—, es mi deber informarle que Daklar Bolbay, actuando como tabant de las menores Jasmel Ket y Megameg Bek, le acusa del asesinato del padre de éstas, Ponter Boddit.
—¿De Qué? —dijo Adikor, alzando la cabeza—. Está usted bromeando.
—No, no bromeo.
—Pero Daklar es… era la mujer-compañera de Klast. Me conoce desde hace años.
—Da lo mismo —dijo el hombre—. Por favor, muéstreme su muñeca para que pueda confirmar que se han transferido los documentos apropiados.
Adikor, aturdido, así lo hizo. El hombre simplemente miró la pantalla (decía «Bolbay acusa a Huld, transferencia completa»), y luego miró de nuevo a Adikor.
—Habrá un dooslarm basadlarm —(una antigua fórmula que significaba literalmente «preguntar pequeño antes de preguntar grande»)—, para determinar si debe usted enfrentarse a un tribunal completo por este crimen.
—¡No ha habido ningún crimen! —dijo Adikor, la furia creciendo en su interior—. Ponter ha desaparecido. Puede que esté muerto, eso lo reconozco, pero si es así, fue un accidente.
El hombre lo ignoró.
—Puede elegir libremente a cualquier persona para que hable en su favor. El dooslarm basadlarm ha sido fijado para mañana por la mañana.
—¡Mañana! —Adikor sintió que cerraba los puños—. ¡Eso es ridículo!
—La justicia pospuesta no es justicia en absoluto —dijo el hombre mientras se marchaba.