16

Ahora que Jasmel había accedido a declarar en favor de Adikor, el siguiente paso habría sido llevarla al Borde y mostrarle el escenario del supuesto crimen. Pero Adikor suplicó la indulgencia de Jasmel durante un diadécimo o así, diciendo que había más de un encargo que tenía que hacer en el Centro.

Ponter, naturalmente, había tenido a Klast como su mujer-pareja; Adikor la recordaba con cariño, y se entristeció mucho cuando ella murió. Pero Adikor tenía una mujer propia y ella, maravillosamente, seguía viva. Adikor conocía a la hermosa Lurt Fradlo desde hacía el mismo tiempo que a Ponter, y Lurt y él tenían un hijo, Dab, un 148. Sin embargo, a pesar de conocerla desde hacía tanto tiempo, Adikor sólo había estado ocasionalmente en el laboratorio de química de Lurt; después de todo, cuando Dos se convertían en Uno, era fiesta y nadie iba a trabajar. Por fortuna, su Acompañante conocía el camino, y lo dirigió hasta allí.

El laboratorio de Lurt estaba hecho por completo de piedra; aunque sólo había un riesgo mínimo de explosión en cualquier laboratorio químico, la seguridad dictaba que la estructura estuviera hecha de algo que pudiera contener explosiones e incendios.

La puerta principal del edificio del laboratorio estaba abierta. Adikor entró.

—Día sano —dijo una mujer, disimulando, pensó Adikor, de un modo admirable su sorpresa de ver a un hombre allí en esa época del mes.

—Día sano —repuso Adikor—. Estoy buscando a Lurt Fradlo.

—Está al final de ese pasillo.

Adikor sonrió y se encaminó pasillo abajo.

—Día sano —dijo tras asomar la cabeza por la puerta del laboratorio de Lurt.

Lurt se dio la vuelta, con una enorme sonrisa en su hermoso rostro.

—¡Adikor! —Cubrió la distancia entre ellos y le dio un abrazo—. ¡Qué agradable sorpresa!

Adikor no recordaba haber visto jamás hasta entonces a Lurt durante un Últimos Cinco. Parecía perfectamente sana y racional… igual que Jasmel, por cierto. Tal vez todo aquel asunto de los Últimos Cinco era una exageración de los hombres…

—Hola, preciosa —dijo Adikor, apretujándola otra vez—. Me alegro de verte.

Pero Lurt conocía bien a su hombre.

—Algo va mal —dijo, soltándolo—. ¿Qué es?

Adikor miró por encima del hombro, asegurándose de que estaban solos. Entonces tomó de la mano a Lurt y la guió hasta un par de sillas de laboratorio junto a una gráfica de la tabla periódica; las otras únicas entidades animadas del laboratorio eran un par de robots de servicio. Uno vertía líquido en vasos picudos de análisis; otro montaba una estructura con tubos y cristal. Adikor se sentó y Lurt ocupó el asiento frente a él.

—Me han acusado de asesinar a Ponter —dijo.

Lurt abrió mucho los ojos.

—¿Ponter ha muerto?

—No lo sé. Lleva desaparecido desde ayer por la tarde.

—Estuve en una fiesta de troceado de carne anoche —dijo Lurt—. No me había enterado.

Él le contó toda la historia. Ella era compasiva, y en ningún momento manifestó incredulidad en lo concerniente a la inocencia de Adikor; la confianza de Lurt era algo con lo que Adikor podía contar siempre.

—¿Quieres que hable en tu favor? —preguntó Lurt.

Adikor apartó la mirada.

—Bueno, de eso se trata. Verás, ya se lo he pedido a Jasmel. Lurt asintió.

—La hija de Ponter. Sí, eso impresionará a un adjudicador, creo.

—Es lo que yo creo. Espero que no te sientas despreciada. Ella sonrió.

—No, no, por supuesto que no. Pero, mira, si hay algo más que pueda hacer para ayudar…

—Bueno, hay una cosa —dijo Adikor. Sacó un frasquito de la bolsa que llevaba colgando de la cadera—. Es una muestra de un líquido que recogí en el lugar de la desaparición de Ponter: había charcos por todo el suelo. ¿Podrías analizarlo para mí?

Lurt tomó el frasquito y lo alzó a la luz.

—Claro —dijo—. Y si hay algo más que pueda hacer, sólo tienes que pedirlo.


Jasmel, la hija de Ponter, acompañó a Adikor al Borde. Fueron directamente a la mina de níquel; Adikor quería enseñarle el lugar exacto donde había desaparecido su padre. Pero cuando llegaron al ascensor del pozo, Jasmel pareció vacilar.

—¿Qué ocurre? —preguntó Adikor.

—Yo… Um, tengo claustrofobia.

Adikor sacudió la cabeza, confundido.

—No, no tienes. Ponter me contó que cuando eras pequeña te gustaba esconderte dentro de cubos de dobalak. Y te llevó a explorar cavernas el último diezmes.

—Bueno, Um… —Jasmel se calló.

—Oh —dijo Adikor, asintiendo, comprendiendo—. No te fías de mí, ¿verdad?

—Es que… bueno, mi padre fue la última persona que bajó ahí contigo. Y nunca volvió a subir.

Adikor suspiró, pero comprendía su actitud. Alguien (algún ciudadano privado) tenía que acusar a Adikor del crimen, o los procedimientos legales no podrían continuar. Y si se deshacía de Jasmel y Megameg y Bolbay, tal vez no quedara nadie para presentar la acusación…

—Podemos pedirle a alguien que baje con nosotros —dijo Adikor.

Jasmel lo consideró, pero también ella debía de estar pensando que todo cobraba un nuevo significado en un momento como aquél. Sí, podía pedir escolta, alguien a quien conociera bien, alguien en quien confiara implícitamente. Pero podían llamar a esa persona a declarar también, si el asunto acababa en un tribunal pleno. «Sí, adjudicadores, sé que Jasmel habla en defensa de Adikor, pero incluso ella le tenía demasiado miedo para bajar a la mina a solas con él. ¿Y pueden reprochárselo ;Después de lo que él le hizo a su padre?»

Finalmente, consiguió esbozar una débil sonrisa… una sonrisa que a Adikor le recordó un poco la del propio Ponter.

—No —dijo—. No, por supuesto que no. Estoy nerviosa, supongo. —Sonrió un poco más, quitándole importancia—. Es esta época del mes, después de todo.

Pero cuando se acercaron al ascensor, un hombre particularmente fornido se alzó tras él.

—Deténgase, sabio Huld —dijo.

Adikor estaba seguro de que no había visto a ese hombre en la vida.

—¿Sí?

—¿Está pensando en bajar a su laboratorio?

—Sí, en efecto. ¿Quién es usted?

—Gaskdol Dut —dijo el hombre—. Mi contribución es el cumplimiento.

—¿El cumplimiento? ¿De qué?

—De su escrutinio judicial. No puedo dejarlo bajar.

—¿Escrutinio judicial? —dijo Jasmel—. ¿Qué es eso?

—Significa que las transmisiones del Acompañante del sabio Huld están siendo controladas directamente por un ser humano que vive y respira según se reciben en el pabellón de archivos de coartadas —dijo Dut—, y así será diez décimos al día, veintinueve días al mes, hasta que se demuestre su inocencia, si es el caso.

—No sabía que estuviera permitido hacer eso —dijo Adikor, sorprendido.

—Oh, pues sí—dijo Dut—. En el momento en que Daklar Bolbay cursó su queja contra usted, un adjudicador ordenó que lo colocaran bajo escrutinio judicial.

—¿Por qué? —dijo Adikor, intentando controlar su furia.

—¿No le transfirió Bolbay un documento explicándoselo? —preguntó Dut—. Un fallo, si no lo hizo. De cualquier forma, un escrutinio judicial garantiza que no intenta usted salir de esta jurisdicción, alterar pruebas potenciales y ese tipo de cosas.

—Pero no estoy intentando hacer nada de eso —dijo Adikor—. ¿Por qué no me deja bajar a mi laboratorio?

Dut miró a Adikor como si no pudiera creer la pregunta.

—¿Por qué no? Porque las señales de su Acompañante no se podrán detectar desde allá abajo. No podríamos mantenerlo bajo escrutinio.

—Hueso sin tuétano —dijo Adikor en voz baja.

Jasmel se cruzó de brazos.

—Soy Jasmel Ket, y…

—Sé quién es usted —dijo el controlador.

—Bueno, entonces sabe que Ponter Boddit era mi padre. El controlador asintió.

—Este hombre está intentando rescatarlo. Tiene usted que dejarlo bajar a su laboratorio.

Dut sacudió la cabeza, asombrado.—Este hombre está acusado de haber matado a su padre.

—Pero es posible que no lo hiciera —respondió Jasmel—. Puede que mi padre esté todavía vivo. La única forma de averiguarlo es repetir el experimento de cálculo cuántico.

—No sé nada de experimentos cuánticos —dijo Dut.

—¿Por qué no me sorprende eso? —dijo Adikor.

—Vaya, es usted un bocazas, ¿eh? —contestó Dut, mirando a Adikor de arriba abajo—. En cualquier caso, mis órdenes son sencillas. Impedirle que salga de Saldak, e impedir que baje a su laboratorio. Y recibí una llamada del pabellón de archivos de coartadas diciendo que iba usted a hacer exactamente eso.

—Tengo que bajar.

—Lo siento —dijo Dut, cruzando sus enormes brazos delante de su enorme pecho—. No sólo no se le puede controlar allí abajo, sino que podría intentar deshacerse de pruebas que todavía no se hayan encontrado.

Jasmel tenía en efecto la rápida mente de su padre.

—No hay nada que me impida a mí bajar al laboratorio, ¿no? Yo no estoy bajo escrutinio judicial.

Dut lo consideró.

—No, supongo que no.

—Muy bien —dijo Jasmel, volviéndose hacia Adikor—. Dime qué tengo que hacer para traer a mi padre de vuelta.

Adikor negó con la cabeza.

—No es tan fácil. El equipo es muy complejo y, ya que Ponter y yo lo montamos, la mitad de las clavijas de control ni siquiera están etiquetadas.

Jasmel no ocultó su frustración. Miró al hombretón.

—Bueno, ¿y si baja usted con nosotros? Así verá qué hace Adikor.

—¿Bajar ahí? —Dut rió—. ¿Quiere que baje al único sitio donde mi Acompañante no puede ser controlado… y que lo haga con la persona que puede haber cometido allí un asesinato anteriormente? Me está cepillando el pelo de la espalda.

—Tiene que dejarle bajar —insistió Jasmel.

Pero Dut negó con la cabeza.

—No. Lo que tengo que hacer es impedirle que baje.

Adikor sacó la mandíbula.

—¿Cómo? —dijo.

—¿Qqué… qué dice? —replicó Dut.

—¿Cómo? ¿Cómo va a impedirme que baje?

—Usando todos los medios necesarios —dijo Dut, con tranquilidad.

—Muy bien, pues —dijo Adikor. Permaneció inmóvil un momento, como pensando si realmente quería intentar hacer eso—. Muy bien, pues —repitió, y empezó a caminar resueltamente hacia la entrada del ascensor.

—Alto —dijo Dut, sin ningún énfasis.

—¿O qué? —dijo Adikor, sin mirar atrás. Trató de parecer intrépido, pero la voz le falló y no produjo el efecto que quería—. ¿Va a darme un golpe en el cráneo?

A su pesar, los músculos de su cuello se contrajeron, preparándose para el golpe.

—Ni hablar —dijo Dut—. Lo dormiré con un dardo tranquilizante. Adikor dejó de andar y se dio media vuelta.

—Oh.

Bueno, nunca se había topado con la ley antes… ni conocía a nadie que lo hubiera hecho. Supuso que tenía sentido que tuvieran un modo de detener a la gente sin causarle daño.

Jasmel se interpuso entre Adikor y el lanzador de dardos que Dut sostenía ahora en la mano.

—Tendrá que dispararme a mí primero —dijo—. Va a bajar.

—Como quiera. Pero se lo advierto: despertará con un dolor de cabeza terrible.

—¡Por favor! —dijo Jasmel—. Está intentando salvar a mi padre, ¿no lo entiende?

Por una vez, la voz de Dut tuvo algo de calor.

—Está agarrando usted humo. Sé que debe de ser muy duro, pero tiene que aceptar la realidad. —Hizo un gesto con el lanzador para que los dos se marcharan de la mina—. Lo siento, pero su padre está muerto.

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