27

Mary había pasado la noche incómoda.

Reuben Montego tenía campanitas en el patio; Mary opinaba que habría que fusilar a la gente que tiene campanitas que suenan con el viento, pero bueno, ya que Reuben tenía un par de acres de tierra, era probable que no molestaran a nadie más. Sin embargo, el tintineo constante le había impedido conciliar el sueño.

Hubo mucha discusión a la hora de acostarse. Reuben tenía una cama de matrimonio en su cuarto, un sofá en el despacho del primer piso y otro abajo, en el salón. Por desgracia, ninguno era sofá—cama. Al final, acordaron dejarle a Ponter la cama; la necesitaba más que los demás. Reuben se quedó con el sofá de arriba, Louise con el sofá de abajo para la primera noche, y Mary durmió en un sillón reclinable, también en el salón.

Ponter estaba enfermo, pero Hak no. Mary, Reuben y Louise acordaron turnarse para darle nuevas lecciones de lengua al implante. Louise dijo que era noctámbula, de todas formas, así que Hak podría aprender las veinticuatro horas sin interrupción. Y Louise, en efecto, desapareció en la habitación de Ponter poco antes de las diez de la noche, y no bajó de nuevo al salón hasta pasadas las dos. Mary no estaba segura de si había sido el sonido de la llegada de Louise lo que la despertó, o si ya estaba despierta, pero sabía que tenía que subir y ayudar a Hak a aprender más inglés.

Hablar a la Acompañante le resultaba molesto a Mary, no porque la pusiera nerviosa hablar con un ordenador (nada de eso: la fascinaba), sino porque tenía que estar a solas en el dormitorio de Ponter, y porque tenía que cerrar la puerta para que el ruido de sus conversaciones con la Acompañante no molestara a Reuben, que dormía en la habitación de al lado.

Le sorprendió lo mucho más fluida que se había vuelto Hak en las horas que la Acompañante había pasado hablando con Louise.

Por fortuna, Ponter durmió durante toda la lección de lenguaje, aunque Mary tuvo un breve momento de pánico cuando de repente se movió y se puso de costado. Si Mary comprendía bien lo que Hak estaba tratando de explicarle, la Acompañante suministraba ruido blanco a través de los implantes auditivos de Ponter, de modo que las conversaciones que Hak mantenía no lo molestaran.

Mary sólo consiguió aguantar una hora diciendo sustantivos y verbos para Hak antes de sentirse demasiado cansada para continuar. Se excusó y bajó al salón. Louise se había quedado con el sujetador y las bragas y estaba tendida en el sofá, tapada en parte por una manta.

Mary ocupó el sillón reclinable y, esta vez, por puro cansancio, se quedó rápidamente dormida.


Por la mañana, la fiebre de Ponter había desaparecido. Tal vez las aspirinas y antibióticos que Reuben le había suministrado le estaban sirviendo de ayuda. El Neanderthal se levantó de la cama y bajó las escaleras… y, para sorpresa de Mary, iba absolutamente desnudo. Louise seguía dormida, y Mary, enroscada en el sillón reclinable, acababa de despertarse. Durante medio segundo, tuvo miedo de que Ponter hubiera bajado a buscarla… no, desde luego, si estaba interesado en alguna, era en la joven y hermosa francocanadiense.

Pero aunque miró brevemente a Louise y a Mary, resultó que lo que buscaba en realidad era la cocina. Al parecer no se había dado cuenta de que Mary tenía los ojos abiertos.

Ella iba a hablar, a protestar por su desnudez, pero, bueno…

Dios mío, pensó Mary, mientras él atravesaba el salón. Dios mío. Puede que no fuera gran cosa de cuello para arriba, pero…

Giró la cabeza para verle los glúteos mientras desaparecía en la cocina, y miró de nuevo cuando volvió a salir, con una de las latas de Coca-Cola de Reuben en la mano: Reuben tenía todo un estante del frigorífico dedicado a esa bebida. La científico que había en Mary se sintió fascinada de ver a un Neanderthal en carne y hueso, y…

Y la mujer que había en ella simplemente disfrutó viendo moverse el musculoso cuerpo de Ponter.

Mary se permitió una sonrisita. Había creído que tal vez nunca podría mirar de nuevo a un hombre de esa forma.

Era bueno saber que aún podía.

Mary, Reuben y Louise habían sido entrevistados ya varias veces por teléfono, y Reuben, con permiso de Inco, había organizado una rueda de prensa. Los tres se situaron ante un micrófono en conexión con los periodistas, que grababan la sesión a través de la ventana del salón con lentes zoom.

Mientas tanto, se estaban haciendo análisis de viruela, peste bubónica y toda una gama de otras enfermedades. Las muestras de sangre habían sido enviadas en un jet de las Fuerzas Aéreas Canadienses al Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Atlanta y al cuarto nivel del laboratorio de emergencias del Centro Canadiense de Ciencias para la Salud Humana y Animal de Winnipeg. Los resultados del primer grupo de cultivos llegaron a las 11.14 de la mañana. No se había encontrado todavía ningún patógeno en la sangre de Ponter, y nadie que hubiera estado con él (incluidos todos los que ahora estaban en cuarentena en el St. Joseph's) mostraba ningún síntoma de enfermedad. Mientras se probaban los otros cultivos, los microbiólogos también buscaban en las muestras sanguíneas algún patógeno desconocido: células u otras inclusiones de tipos que nunca hubiesen visto antes.

—Es una lástima que sea físico en vez de médico —le dijo Reuben a Mary, tras la rueda de prensa.

—¿Por qué?

—Bueno, tenemos suerte de contar con antibióticos efectivos que ofrecerle. Las bacterias se hacen inmunes con el tiempo: normalmente le administro a mis pacientes eritromicina, porque la penicilina es muy poco eficaz hoy en día, pero a Ponter le administré penicilina primero. Se basa en el moho del pan, naturalmente, y si la gente de Ponter no hace pan, entonces puede que nunca la hayan descubierto, así que podría ser efectiva contra cualquier tipo de infección bacteriana que hubiera traído consigo de su mundo. Luego le di eritromicina y un puñado de otros medicamentos, para combatir cualquier cosa que pueda haber pillado aquí. De todas formas, la gente de Ponter tendrá probablemente antibióticos propios, pero es probable que sean distintos de los que nosotros hemos descubierto. Si pudiera decirnos qué utilizan, tendríamos una nueva arma en la guerra contra la enfermedad… un arma contra la que nuestras bacterias no han desarrollado todavía ninguna resistencia.

Mary asintió.

—Interesante —dijo—. Lástima que el portal entre su mundo y el nuestro se cerrara casi inmediatamente. Probablemente hay montones de posibilidades comerciales fascinantes entre dos versiones de la Tierra. Las farmacéuticas seguro que son tan sólo la punta del iceberg. La mayoría de los alimentos que consumimos no crecen de forma natural. Puede que a él no le gusten los productos derivados del trigo, pero la patata, el tomate, el maíz modernos, los pollos domésticos y los cerdos y las vacas… todos son formas de vida que hemos creado esencialmente mediante cría selectiva. Podríamos intercambiarlas por los alimentos que ellos tengan.

Reuben asintió.

—Y eso es sólo el comienzo. Hay indudablemente montones de cosas más por hacer en términos de intercambio de vetas mineras. Apuesto a que nosotros sabemos dónde hay minerales valiosos, fósiles y similares que ellos no han encontrado, y viceversa.

Mary se dijo que probablemente él tenía razón.

—Todo lo que sea natural y tenga más de unas pocas decenas de miles de años estaría presente en ambos mundos, ¿no? Otra Lucy, otra Tyrannosaurus Sue, otro grupo de fósiles de Burgess Shale, otro diamante Hope… al menos, la piedra original, sin tallar.

Hizo una pausa, considerando concienzudamente todas aquellas posibilidades.


Hacia mediodía, Ponter se sentía claramente mucho mejor. Mary y Louise lo contemplaban, cubierto por una manta, tendido en la cama, mientras dormía tranquilamente.

—Me alegro de que no ronque —dijo Louise—. Con esa nariz tan grande…

—Lo cierto es que probablemente por eso no ronca: tiene aire de sobra.

Ponter se volvió en la cama.

Louise lo miró un instante, luego se volvió hacia Mary.

—Voy a darme una ducha —dijo.

A Mary le había bajado el periodo esa mañana; desde luego, le apetecía una ducha también.

—Yo me ducharé después de ti.

Louise entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella. Ponter volvió a agitarse, luego se despertó.

—Mare —dijo en voz baja. Dormía con la boca cerrada y su voz al despertar sonaba áspera.

—Hola, Ponter. ¿Has dormido bien?

Él alzó su larga y rubia ceja (Mary todavía no se había acostumbrado a eso), como si pensara que era una pregunta ridícula.

Ponter ladeó la cabeza: Louise había empezado a ducharse. Y entonces distendió las aletas de la nariz, cada agujero del diámetro de una moneda de veinticinco centavos, y miró a Mary.

Y de repente ella advirtió lo que estaba sucediendo, y se sintió enormemente avergonzada e incómoda. Él podía oler que estaba menstruando. Mary retrocedió, no veía el momento de ducharse. La expresión de Ponter fue neutral.

—Luna —dijo.

Sí, pensó Mary, es esa época del mes. Pero desde luego no quería hablar del tema. Bajó rápidamente las escaleras.

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