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Palabra(s) clave: Neanderthal
Playgirl le ha enviado una carta a Ponter Boddit, preguntándole si le gustaría posar desnudo…
«¿Tiene alma? —dijo el reverendo Peter Donaldson, de la Iglesia del Redentor de Los Ángeles—. Ésa es la pregunta clave. Y yo digo, no, no la tiene…»
«Creemos que la prisa por conceder a Ponter la ciudadanía canadiense está calculada para permitirle representar a Canadá en los próximos Juegos Olímpicos, y solicitamos al COI que prohíba específicamente que compita cualquiera que no sea Homo sapiens…»
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Los Escépticos Alemanes, con sede en Nuremberg, anunciaron hoy que no había ningún buen motivo para creer que Ponter Boddit procede de un universo paralelo. «Ésa sería la última interpretación que cabría aceptar —dijo el director ejecutivo Karl von Schlegel—, y sólo debería serlo cuando todas las otras alternativas, más sencillas, hayan sido descartadas…»
La policía arrestó hoy a tres hombres que intentaban rebasar el dispositivo especial montado en torno a la casa del doctor Reuben Montego, en Lively, una ciudad situada catorce kilómetros al sudoeste de Sudbury, donde el hombre de Neanderthal permanece en cuarentena…
Había muchas formas de pasar el tiempo, y parecía que Louise y Reuben habían encontrado una de las más antiguas. Mary no había mirado realmente a Reuben bajo esa luz, pero, ahora que lo hacía, advertía que era bastante guapo. Las cabezas afeitadas no eran lo suyo, pero Reuben tenía rasgos firmes, una sonrisa deslumbrante y ojos inteligentes, y era esbelto y de músculos bien proporcionados.
Y, naturalmente, tenía aquel maravilloso acento… pero eso no era todo. Resultó que hablaba fluidamente francés, lo que significaba que Louise y él podían conversar en ese idioma. Además, a juzgar por su casa, ganaba obviamente sus buenos dineritos, lo que no era sorprendente puesto que era médico.
Un verdadero hallazgo, como diría la hermana de Mary. Naturalmente, Mary tenía bastante mundo para comprender que, una vez terminada la cuarentena, la relación de Reuben y Louise probablemente terminaría también. Con todo, se sentía incómoda: no porque fuera una puritana; le gustaba pensar, a pesar de su educación de niña buena católica, que no lo era. Sino más bien porque tenía miedo de que Ponter se hiciera una idea equivocada sobre la sexualidad en este mundo, que pudiera pensar que ahora se esperaba que él se emparejara con Mary. Y la atención de un hombre era lo último que ella quería en aquel preciso momento.
De cualquier manera, el romance de Louise y Reuben implicaba que Ponter y ella pasaban mucho tiempo juntos y a solas. Pasado un día, resultó que Reuben y Louise se pasaban la mayor parte del tiempo abajo, en el sótano, viendo vídeos de la enorme colección de Reuben, mientras que Mary y Ponter solían estar juntos en la planta baja. Y como Reuben y Louise dormían ahora juntos, se habían quedado con la cama de matrimonio de Ponter. Mary no sabía qué le había dicho Reuben para conseguir el cambio, pero la nueva cama de Ponter era el sofá del despacho de Reuben del piso superior, lo que dejaba todo el salón para Mary.
Algunos domingos Mary iba a misa. No había ido esa semana… aunque podría haberlo hecho, ya que el CLCE no había ordenado la cuarentena hasta el domingo por la tarde. Pero ahora lamentaba habérsela perdido.
Por fortuna, había misas televisadas. El canal Vision transmitía una misa católica en directo desde una iglesia de Toronto a diario. Reuben tenía una tele en su despacho, además del aparato que Louise y él utilizaban en el sótano. Mary subió al despacho para ver allí la misa. El cura iba vestido con una opulenta casulla verde. Tenía el pelo blanco y las celas negras, y una cara que le recordó a Mary un Gene Hackman delgado.
—… la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros —anunció el sacerdote, un tal monseñor DeVries, según el rótulo superpuesto en la pantalla.
Mary, sentada en el sofá que esa noche le serviría de cama a Ponter, se persignó.
—Jesús fue enviado para aliviar a los que sufren —anunció DeVries—. Señor, ten piedad.
Mary se unió a la congregación televisiva y repitió:
—Señor, ten piedad.
—Vino para llamar a los pecadores —dijo DeVries—. Cristo, ten piedad.
—Cristo, ten piedad —repitieron Mary y los demás.
—Reza por todos nosotros a la derecha del Padre. Señor, ten piedad. —Señor, ten piedad.
—Que el Señor Todopoderoso tenga misericordia de todos nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
—Amén —dijo la congregación.
La lectura, a cargo de una mujer negra con el pelo muy corto que vestía una túnica púrpura, era del Libro del profeta Jeremías. Tras ella, una hermosa vidriera mostraba a Jesús en un halo y a los doce apóstoles, con la Virgen María mirando. Mary no estaba exactamente segura de por qué había sentido la necesidad de escuchar misa. Después de todo, no era ella quien necesitaba perdón por haber pecado…
Ahora sonaba un órgano y un joven cantaba: «Sálvame, Señor, en tu firme amor…»
Mary no había hecho nada malo. Ella era la víctima.
La eucaristía continuó. El sacerdote leyó a Lucas:
—Di que estos dos hijos míos se sentarán a tu derecha y a tu izquierda en tu reino…
Naturalmente, Mary conocía la historia que el sacerdote estaba leyendo: la de la mujer que encontró a Cristo en el camino de Jerusalén. Conocía el contexto. Pero las palabras resonaron en su cabeza: dos hijos, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda…
¿Podría haber sido así? ¿Podrían dos especies de humanidad haber convivido pacíficamente? Caín era agricultor, cultivaba trigo. Abel era carnívoro y criaba ovejas para el sacrificio. Pero Caín había matado a Abel…
El sacerdote vertía ahora el vino.
—Bendito seas, señor Dios todopoderoso y eterno. Te ofrecemos este vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que será bebido por nosotros…
—Oremos, hermanos…
—Dios todopoderoso y eterno que a través de tu hijo Jesucristo…
—Te pedimos que santifiques estos dones en la comunión de tu espíritu…
—Tomad y comed todos de él, porque éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros…
—Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros para el perdón de vuestros pecados…
Mary deseó poder estar con la congregación, comulgando. Cuando la ceremonia terminó, se persignó de nuevo y se levantó.
Y fue entonces cuando vio a Ponter Boddit, de pie en silencio junto a la puerta, observando, con la boca barbuda y sin barbilla abierta.