Reuben Montego estaba encantado de que Mary Vaughan acudiera desde Toronto. Una parte de él esperaba que pudiera demostrar genéticamente que Ponter no era un Neanderthal, que demostrara que era una simple variedad de ser humano. Eso devolvería cierta racionalidad a la situación. Después de una noche de sueños inquietos, para Reuben era más fácil aferrarse a la idea de que algún chalado se había hecho alterar para parecer un Neanderthal que aceptar que fuera uno de verdad. Tal vez Ponter era en efecto miembro de algún culto extraño, como Reuben había pensado al principio. Si hubiera llevado una serie de cascos apretados mientras crecía, cada uno esculpido en forma de cabeza de Neanderthal, su cráneo podría haber desarrollado esa forma. Y, en algún momento, obviamente, se había sometido a cirugía submaxilar para dar a su mandíbula inferior ese aspecto prehistórico…
Sí, podría haber sucedido así, pensó Reuben.
No tenía sentido ir directamente al aeropuerto de Sudbury; todavía faltaban un par de horas para que llegara la profesora Vaughan. Reuben se dirigió al centro de salud St. Joseph's para ver cómo se encontraba Ponter.
Lo primero que advirtió cuando entró en la habitación del hospital fueron los oscuros semicírculos bajo los ojos de Ponter. Reuben se alegró de no mostrar él mismo casi nunca tal signo de fatiga. Sus padres, allá en Kingston (la de Jamaica, no de Ontario, aunque había vivido una temporada allí también) nunca tenían modo de saber cuándo se había quedado despierto la mitad de la noche leyendo cómics.
Tal vez, pensó Reuben, el doctor Singh debería haberle recetado un sedante a Ponter. Aunque fuera de verdad un Neanderthal, casi con toda certeza todo lo que funcionara en un humano corriente sería efectivo también con él. Pero claro, si la responsabilidad hubiera sido suya, Reuben también se habría pasado de cauto.
En cualquier caso, ahora Ponter estaba sentado en la cama tomando un desayuno tardío que le había traído una enfermera. Se había quedado mirando la bandeja un rato después de su llegada, como si faltara algo. Finalmente envolvió la mano derecha en la servilleta de lino blanco, y estaba usando esa mano cubierta para comer con ella, cogiendo tiras de bacón una a una. Sólo usó los cubiertos para los huevos revueltos, aunque empleó la cuchara en vez del tenedor.
Ponter apartó la tostada después de olisquearla. También rechazó el contenido de la cajita de copos de cereales Kellogg's, aunque pareció disfrutar de las perforaciones que permitían transformar la caja en un cuenco. Después de un sorbo tentativo, apuró la tacita de plástico de zumo de naranja de un solo trago, pero no quiso saber nada del café ni del cartón de 250 mililitros de leche semi-desnatada.
Reuben se metió en el cuarto de baño para llevarle a Ponter un vaso de agua… y se detuvo en seco.
Ponter era de alguna otra parte. Tenía que serlo. Oh, era bastante corriente que una persona se olvidara de vaciar la cisterna, pero…
Pero Ponter no sólo no había tirado de la cadena: se había limpiado con la larga y fina tira de «Esterilizado para su protección» en vez de con el papel higiénico. Nadie de ninguna parte del mundo civilizado podría cometer ese error. Y Ponter pertenecía sin duda a una cultura tecnológica, con aquel intrigante implante que tenía en la parte interior de la muñeca izquierda.
Bueno, pensó Reuben, la mejor forma de descubrir cosas sobre ese hombre era hablar con él. Estaba claro que no sabía, o no quería, hablar inglés, pero, como solía decir la vieja abuela de Reuben, hay entre nueve y sesenta maneras de despellejar un gato.
—Ponter —dijo Reuben, usando la única palabra que el otro había pronunciado anoche.
El hombre guardó un prolongado silencio durante un largo instante, y ladeó levemente la cabeza. Luego asintió, como si reconociera a alguien aparte de Reuben.
—Reuben —dijo.
Reuben sonrió.
—Eso es. Mi nombre es Reuben. —Habló despacio—. Y su nombre es Ponter.
—Ponter, ka.
Reuben señaló el implante que Ponter tenía en la muñeca izquierda.—¿Qué es eso? —dijo.
Ponter alzó el brazo.
—Pasalab —dijo. Lo repitió despacio, sílaba a sílaba, al parecer comprendiendo que había comenzado una lección de lenguaje—. Pasalab.
Reuben advirtió el error cometido; no había ninguna palabra inglesa equivalente que intercambiar. Oh, tal vez «implante», pero parecía un término demasiado genérico. Decidió probar con algo diferente. Alzó un dedo.
—Uno —dijo.
—Kolb —dijo Ponter.
Hizo el signo de la paz.
—Dos.
—Dak.
El honor de los scouts.
—Tres.
—Narb.
Cuatro dedos. —Cuatro.
—Dost.
Una mano completa, los dedos separados.
—Cinco.
—Alm.
Reuben continuó, añadiendo cada vez un dedo de su mano izquierda hasta completar las cifras del uno al diez. Después intentó alternar los números, sin seguir ninguna secuencia, para ver si Ponter daba siempre la misma palabra por respuesta o si se lo estaba inventando todo sobre la marcha. Por lo que Reuben podía decir (tenía problemas para seguir la pista de aquellas extrañas palabras) Ponter no se equivocó ni una sola vez. No era sólo un truco: parecía un verdadero lenguaje.
A continuación, Reuben indicó partes de su propio cuerpo. Se señaló con un dedo índice la cabeza afeitada.
—Cabeza —dijo.
Ponter señaló su propia cabeza.
—Kadun —dijo.
A continuación, Reuben se indicó el ojo izquierdo.
—Ojo.
Y entonces Ponter hizo algo sorprendente. Alzó la mano derecha, la palma hacia afuera, como pidiéndole a Reuben que esperara un momento, y empezó a hablar rápidamente en su propio lenguaje, con la cabeza levemente gacha y ladeada, como si hablara por teléfono con alguien invisible.
—¡Esto es patético! —dijo Hak a través de los implantes en el caracol del oído de Ponter.
—¿Sí? —replicó Ponter—. Nosotros no somos como vosotros, ¿sabes? No podemos descargar información.
—Tanto peor para vosotros —dijo Hak—, pero de verdad, si hubieras prestado atención a lo que se han estado diciendo entre sí y a lo que te han estado diciendo desde que llegamos, ya habrías pillado mucho más de su lenguaje que una simple lista de nombres. He catalogado de forma fiable 116 palabras de su lenguaje, y con razonable fiabilidad he deducido otras 240, basándome en el contexto en que fueron utilizadas.
—Bien —dijo Ponter, algo picado—, si crees que puedes hacerlo mejor que yo…
—Con el debido respeto, un chimpancé aprendería mejor que tú un lenguaje.
—¡Bien! —dijo Ponter. Extendió la mano y tiró de la clavija de control de su Acompañante que conectaba con el altavoz externo—. ¡Hazlo tú!
—Con sumo gusto —dijo Hak, a través de los implantes en el oído, y luego pasó al altavoz…
—Hola —dijo una voz femenina. El corazón de Reuben dio un brinco—. ¡Yuju! Aquí.
Reuben miró hacia abajo. La voz procedía del extraño implante que Ponter llevaba en la muñeca izquierda.
—Háblele a la mano —dijo el implante.
—Umm —dijo Reuben. Y luego añadió—: Hola.
—Hola, Reuben —dijo la voz femenina—. Mi nombre es Hak. —Hak —repitió Reuben, sacudiendo levemente la cabeza—. ¿Dónde está?
—Estoy aquí.
—No, quiero decir dónde está. Supongo que esa cosa es una especie de teléfono móvil… por cierto, que está prohibido usarlos en los hospitales: pueden interferir en los equipos médicos. ¿Podríamos llamarla…?
¡Bliiip!
Reuben dejó de hablar. El pitido había surgido del implante. —Aprendizaje de lenguaje —dijo Hak—. Siga.
—¿Aprendizaje? Pero…
—Siga —repitió Hak.
—Um, sí, vale. Muy bien.
De repente Ponter asintió, como si hubiera oído una petición que Reuben no hubiera advertido. Señaló la puerta de la habitación.
—¿Eso? —dijo Reuben—. Oh, eso es una puerta.
—Demasiadas palabras —dijo Hak.
Reuben asintió.
—Puerta —dijo—. Puerta.
Ponter se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Puso su manaza sobre el pomo, y la abrió.
—Um —dijo Reuben. Y luego—: ¡Oh! Abrir. Abrir.
Ponter cerró la puerta.
—Cerrar.
Ponter abrió y cerró repetidas veces la puerta.
Reuben frunció el entrecejo, y luego comprendió.
—Abrir. Está abriendo la puerta. O cerrándola. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar.
Ponter se dirigió a la ventana. La indicó con un gesto de ambas manos. —Ventana —dijo Reuben.
Dio un golpecito al cristal.
—Cristal —informó Reuben.
De nuevo la voz femenina cuando Ponter subió la ventana, exponiendo la pantalla.
—Estoy abriendo la ventana.
—¡Sí! —dijo Reuben—. ¡Abriendo la ventana! ¡Sí!
Ponter bajó la ventana.
—Estoy cerrando la ventana —dijo la voz femenina.
—¡Sí! —dijo Reuben—. ¡Sí, eso es!