Capítulo 34 Una cadena de nueve millas

Ayudó a Beauvoir a llevar a Jackie hasta el escenario, donde la acostaron frente a un equipo de tambores acústicos color rojo cereza y la cubrieron con un viejo abrigo negro que encontraron en el guardarropa, cuello de terciopelo y años de polvo sobre los hombros; hacía tanto tiempo que estaba colgado ahí... —Mapje jubile mnan —dijo Beauvoir, tocando con el pulgar la frente de la muchacha muerta. Miró a Turner—. Es un autosacrificio —tradujo, y acomodó el abrigo negro, cubriéndole la cara.

—Fue rápido —observó Turner. No se le ocurrió otra cosa que decir.

Beauvoir sacó un paquete de cigarrillos mentolados de un bolsillo del albornoz gris y encendió uno con un Dunhill de oro. Ofreció el paquete a Turner, pero éste sacudió la cabeza. —Hay un dicho en creóle —dijo Beauvoir.

—¿Qué dice?

—«El mal existe.»

—Eh —dijo Bobby Newmark con voz apagada desde su posición en cuclillas junto a las puertas de vidrio, los ojos contra el borde de la cortina—. Debe haber funcionado, de un modo u otro... Los Gothicks comienzan a marcharse y casi todos los Kasuals ya se han ido...

—Eso está bien —dijo Beauvoir. Y es mérito tuyo, Conde. Has hecho un buen trabajo. Te mereces el título.

Turner miró al muchacho. Dedujo que seguía moviéndose en la bruma de la muerte de Jackie . Había salido de la matriz gritando, y Beauvoir le había dado tres bofetadas, duro, en la cara, para que se callase. Pero todo lo que les dijo sobre su corrida, la corrida que le costara la vida a Jackie , fue que le había dado a Jaylene Slide el mensaje de Turner. Turner lo miraba mientras Bobby se levantaba, acalambrado, y caminaba hacia el bar; vio el cuidado con que el chico evitó mirar hacia el escenario. ¿Habrían sido amantes? ¿Socios? Ninguna de las dos cosas parecía probable.

Se levantó de donde estaba sentado, en el borde del escenario, y regresó al despacho de Jammer, deteniéndose para echarle un vistazo a Angie, quien dormía sobre la alfombra debajo de la mesa, acurrucada en su anorak. También Jammer estaba dormido en su silla, su mano quemada envuelta en la toalla de rayas, inmóvil sobre el regazo. Qué tipo duro, pensó Turner, un jockey veterano. Él había vuelto a enchufar el teléfono en cuanto Bobby regresó de su corrida, pero Conroy no había vuelto a llamar. Ya no lo haría, y Turner supo que eso significaba que Jammer había estado en lo cierto acerca de la velocidad con que Jaylene atacaría para vengar a Ramírez, y que lo más probable era que Conroy estuviese muerto. Y ahora su ejército de peludos mercenarios suburbanos estaba levantando el si tío, según Bobby...

Turner fue al teléfono, pidió la recopilación de noticias y se instaló en una silla para mirar. Un aerodeslizador había chocado con un minisubmarino en Macau; los salvavidas del hidrofoil no respondieron a los estándares de seguridad, y se estimaba que al menos quince personas habían muerto ahogadas, mientras que el submarino, una nave de cruceros con bandera de Irlanda, aún no había sido localizado... Alguien se había valido, así lo indicaban las apariencias, de un fusil de retroceso amortiguado para disparar una andanada de cartuchos incendiarios contra dos pisos de un edificio comunitario en Park Avenue, y los equipos de las unidades de Incendios y Tácticas permanecían aún en el lugar de los hechos; aún no se conocían los nombres de los ocupantes, y hasta el momento nadie había reivindicado la acción... (Turner pidió una repetición de esa noticia.) Los investigadores de la Autoridad de Fisión que trabajaban en el lugar donde se produjera la supuesta explosión nuclear en Atizona, insistían en que los niveles de radiactividad registrados allí eran demasiado bajos para ser el resultado de cualquier forma conocida como arma táctica nuclear... En Estocolmo, había sido anunciado el fallecimiento de Josef Virek, el inmensamente adinerado mecenas, y el anuncio afloraba en medio de un confuso ambiente de rumores según los cuales hacía décadas que Virek estaba enfermo, y que su muerte era el resultado de un fallo cataclísmico en los sistemas de supervivencia artificial, ubicados, bajo una estrecha vigilancia, en una clínica privada en las afueras de Estocolmo... (Turner pidió una repetición de esa noticia, luego otra, frunció el ceño, y se encogió de hombros.) Como noticia de interés humano de esa mañana, la policía de un barrio de las afueras de Nueva Jersey había comunicado que...

—Turner...

Apagó la recopilación de noticias y se volvió para encontrar a Angie en la puerta del despacho.

—¿Cómo estás, Angie?

—Bien. No tuve sueños. —Abrazó el enorme jersey negro que la envolvía, y lo miró desde el fondo de un lacio flequillo de pelo castaño.— Bobby me enseñó dónde hay una ducha. Una especie de vestuario. Iré allí dentro de poco. Tengo el pelo horrible.

Turner se acercó a ella y le puso las manos en los hombros. —Has aguantado todo esto muy bien. Pronto estarás fuera de aquí.

Angie suspiró. — ¿Fuera de aquí? ¿Adonde? ¿Quizás en Japón?

—Bueno, puede que no sea Japón. Puede que no sea la Hosaka.

—Ella vendrá con nosotros —dijo Beauvoir.

—¿Por qué querría yo ir?

—Porque —explicó Beauvoir— nosotros sabemos quién eres. Esos sueños tuyos son reales. Conociste a Bobby en uno de ellos, y le salvaste la vida, lo libraste del hielo negro. Dijiste: «¿Por qué te están haciendo esto...?».

Angie abrió los ojos asombrada, miró fugazmente a Turner, y de nuevo a Beauvoir.

—Es una larga historia —continuó Beauvoir, y está abierta a distintas interpretaciones. Pero si vienes con nosotros, si regresas con nosotros a los Proyectos, podremos enseñarte cosas. Podemos enseñarte cosas que nosotros no entendemos, pero que tú quizá sí...

— ¿Por qué?

—Por lo que tienes dentro de la cabeza —Beauvoir hizo un gesto solemne, para luego subirse la montura plástica de sus gafas—. No tienes por qué quedarte con nosotros, si no quieres. De hecho, sólo estamos aquí para servirte...

—¿Servirme a mí?

—Como he dicho, es una larga historia... ¿A usted qué le parece, señor Turner?

Turner se encogió de hombros. No se le ocurría ningún otro lugar a donde ella pudiera ir; la Maas pagana por recuperarla, sin duda, viva o muerta, y la Hosaka también. —Tal vez eso sea lo mejor —dijo.

—Quiero quedarme contigo —dijo Angie—. Jackie me cae bien, pero, claro, ella...

—No te preocupes —dijo Turner—. Ya lo sé. —No sabes nada, gritó una voz dentro de él.— Estaremos en contacto... —Nunca volverás a verla.— Pero hay una cosa que será mejor que te diga ahora. Tu padre ha muerto. Se suicidó. Los equipos de seguridad de la Maas lo mataron; los mantuvo a raya mientras tú salías de la meseta con el ultraligero.

—¿En serio? ¿Es cierto que los mantuvo a raya? Quiero decir, podía sentirlo, que estaba muerto, pero...

—Sí —dijo Turner. Sacó de su bolsillo la cartera negra de Conroy, y le puso el lazo al cuello—. Ahí dentro hay un biosoft. Para cuando seas mayor. No cuenta toda la historia. Recuerda eso. Nada cuenta toda la historia, nunca...

Bobby estaba de pie junto a la barra cuando el tipo grandote salió del despacho de Jammer. El tipo grandote fue hasta donde la muchacha había estado durmiendo y recogió su sufrido abrigo militar, se lo puso, y caminó hasta el borde del escenario donde yacía Jackie , tan pequeña, bajo el abrigo negro. El hombre se metió la mano en el abrigo y sacó el arma, la descomunal Smith & Wesson táctica. Abrió el cilindro y extrajo los cartuchos, los metió en el bolsillo de su abrigo y luego dejó el arma junto al cuerpo de Jackie , con cuidado de no hacer ningún ruido.

—Lo hiciste bien, Conde —dijo, volviéndose hacia Bobby, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo.

—Gracias, hermano. — Bobby sintió que una marejada de orgullo atravesaba su aturdimiento.

—Hasta la vista, Bobby. —El hombre fue hasta la puerta y se puso a manipular los distintos cerrojos.

— ¿Quieres salir? —Bobby corrió hacia la puerta.— Aquí, Jammer me enseñó. ¿Te vas? ¿Adonde quieres ir? —Y la puerta quedó abierta, y Turner se alejaba entre los puestos desiertos.

—No lo sé —contestó, sin detenerse—. Primero tengo que comprar ochenta litros de queroseno, des pues pensaré en eso...

Bobby se quedó mirándolo hasta que desapareció por la detenida escalera mecánica; entonces cerró la puerta y echó el cerrojo. Sin mirar hacia el escenario, pasó junto a Jammer, llegó a la puerta del despacho y se asomó. Angie estaba llorando, con la cara apoyada en el hombro de Beauvoir, y Bobby sintió un cuchillazo de celos que lo tomó por sorpresa. El teléfono estaba reciclando, a espaldas de Beauvoir, y Bobby vio que era la recopilación de noticias.

—Bobby —dijo Beauvoir—, Ángela se viene a los Proyectos a vivir con nosotros. ¿Quieres venir tú también?

En la pantalla del teléfono apareció la cara de Marsha Newmark, Marsha-mamá, su madre: «...ticias de interés humano de esta mañana, la policía de un barrio suburbano de Nueva Jersey comunicó que una ve ciña cuyo edificio fue objeto de un reciente bombardeo, se sorprendió anoche cuando regresaba de descu...».

—Sí —se apresuró a decir Bobby—, claro que sí, hermano.

Загрузка...