—Será mejor que vaya a buscar al viejo Wig —dijo el muchacho.
Ella estaba mirando los manipuladores, hipnotizada por la forma en que se movían; a medida que se abrían paso entre el remolino de cosas, también lo provocaban asiendo y rechazando: los objetos rechazados se alejaban caracoleando, chocando con otros, flotando a la deriva para entrar en nuevas configuraciones. El proceso los movía de un modo lento, suave, perpetuo.
—Será mejor —dijo él.
—¿Qué?
—Que vaya a buscar a Wig. Si aparece la gente de tu jefe podría meterse en problemas. No quiero que se lastime, tú sabes. —Parecía sentirse incómodo, vagamente avergonzado.
—Muy bien —dijo Marly—. Yo estoy bien, observaré. —Recordó los ojos dementes de Wig, la locura que ella había sentido emanar de él en olas; recordó la desagradable astucia que había percibido en su voz, en la radio del Sweet Jane. ¿Por qué demostraría Jones semejante preocupación? Pero entonces pensó en cómo sería vivir en el Lugar, en los núcleos muertos de la Tessier-Ashpool. Cualquier cosa humana, cualquier cosa viva, podría llegar a parecer muy valiosa... —Tienes razón —dijo—. Ve a buscarlo.
El muchacho sonrió, nervioso, y se dio impulso, girando sobre sí mismo hasta llegar a la abertura donde estaba sujeta la cuerda. —Volveré por ti —dijo—. Recuerda dónde dejamos tu traje...
La torreta giró de un lado a otro, zumbando, los manipuladores empezaron a moverse, terminando un nuevo poema...
Nunca llegó a estar segura, cuando todo hubo terminado, de que las voces fuesen reales, pero en algún momento sintió que habían formado parte de una de esas situaciones donde lo real se reduce a un mero concepto más.
Se había quitado la chaqueta porque el aire en la cúpula parecía haberse calentado, como si el incesante movimiento de los brazos generase calor. Había sujetado la chaqueta y la bolsa a un puntal junto a la pantalla-púlpito. La caja ya casi estaba concluida, pensó, aunque se movía tan rápido, entre las garras acolchadas, que era difícil de ver.... De pronto la caja comenzó a flotar dando volteretas; Marly dio un salto instintivo para atraparla, y, cuando lo hubo hecho pasó girando junto a los destellantes brazos con su tesoro en las manos. Aturdida, incapaz de detenerse, acunó la caja, viendo a través del rectángulo de cristal una disposición de mapas viejos y marrones y espejos sin brillo. Los mares de los cartógrafos habían sido recortados, dejando al descubierto los descascarillados espejos, continentes a la deriva sobre plata sucia... Elevó los ojos a tiempo para ver un brazo cromado quedarse con la manga de su chaqueta de Bruselas. Su bolsa, medio metro detrás, fue la siguiente presa, enganchada por un manipulador rematado con un sensor óptico y una simple garra.
Vio cómo sus cosas eran arrastradas hacia la incesante danza de los brazos. Minutos más tarde la chaqueta volvió a salir, girando. Cuadrados y rectángulos parecían haber sido meticulosamente recortados, y se sorprendió de su propia risa. Soltó la caja que sostenía. —Adelante —dijo—. Es un honor. —Los brazos giraron y brillaron, y oyó el gemido de una sierra diminuta.
Es un honor es un honor es un honor... El eco de su voz en la cúpula creaba un susurrante bosque de sonidos menores, parciales, y detrás de ellos, muy débiles... Voces...
—Estás aquí, ¿verdad? —dijo, contribuyendo a la espiral de sonidos, olas y reflejos de su voz fragmentada.
—Sí, estoy aquí.
— Wigan diría que siempre has estado aquí, ¿no es así?
—Sí, pero no es cierto. Mi existencia comenzó aquí. Antes no era. Antes, durante un tiempo brillante, tiempo sin duración, yo estaba también en todas partes... Pero el tiempo brillante se cortó. El espejo tenía una falla. Ahora soy sólo uno... Pero tengo mi canción, y tú la has oído. Yo canto con estas cosas que flotan a mi alrededor, fragmentos de la familia que financió mi nacimiento. Hay otros, pero ellos no quieren hablarme. Vanidosos, los dispersos fragmentos de mí mismo, como niños. Como hombres. Ellos me envían cosas nuevas, pero yo prefiero las cosas viejas. Tal vez yo haga su voluntad. Ellos confabulan con los hombres, mis otras partes, y los hombres imaginan que son dioses...
—Tú eres lo que Virek busca, ¿no?
—No. Él imagina que puede traducirse a sí mismo, codificar su personalidad en mi materia. Ansia ser lo que yo una vez fui. Lo que él podría llegar a ser es lo que más se asemeja a la más insignificante de mis partes quebradas.
—¿Estás..., estás triste?
—No.
—Sin embargo, tus canciones son tristes.
—Mis canciones son del tiempo y la distancia. La tristeza está en ti. Observa mis brazos. Sólo existe la danza. Estas cosas que tú atesoras son cáscaras.
—Yo..., yo lo sabía. Una vez.
Pero ahora los sonidos eran sólo sonidos; no había detrás de ellos un bosque de voces que hablara como una sola voz, y Marly vio cómo salían girando los globos perfectos de sus lágrimas para sumarse a los olvidados recuerdos humanos en la cúpula del hacedor de cajas.
—Entiendo —dijo ella algo más tarde, sabiendo que ahora hablaba por la tranquilidad de escucharse a sí misma. Habló en voz baja sin deseos de despertar aquel choque y oleaje de sonidos—. Tú eres el collage de otra persona. Tu creador es el verdadero artista. ¿Fue la hija loca? No tiene importancia. Alguien trajo la máquina hasta aquí, la soldó a la cúpula y la conectó a los rastros de la memoria. De algún modo derramó toda la gastada y triste evidencia de la humanidad de una familia, y dejó todo para que fuese mezclado, ordenado por un poeta. Para que quedase sellado en cajas. No conozco una obra más extraordinaria que ésta. Ningún gesto más complejo... —Un peine de carey con incrustaciones de plata y los dientes rotos pasó flotando a la deriva. Ella lo atrapó, como a un pescado, y pasó los dientes por su pelo.
Al otro lado de la cúpula, la pantalla se iluminó, apareciendo en ella el rostro de Paco. —El viejo se niega a dejamos entrar, Marly —dijo el español—. El otro, el vagabundo, lo ha escondido. Señor está muy ansioso de que entremos en los núcleos para encargarnos de su propiedad. Si usted no puede convencer a Ludgate y al otro de que abran su escotilla, nos veremos obligados a abrirla nosotros mismos despresurizando la estructura entera. —Apartó la vista de la cámara, como si consultase un instrumento o a un integrante de su equipo. —Tiene usted una hora.