Capítulo 26 El Wig

—Sabes —dijo Rez, colgando cabeza abajo frente a Marly— que no es asunto mío, pero, ¿habrá alguien esperándote cuando lleguemos? Quiero decir, yo te llevaré hasta allá, por supuesto, y si no puedes entrar, te traeré de regreso a la terminal de la JAL. Pero si nadie quiere dejarte pasar, no sé si querré quedarme allí mucho tiempo. Todo eso está para el desguace, y siempre hay gente rara merodeando alrededor de los cascos, ahí fuera. —Rez, o Thérése, supuso Marly, por la licencia de piloto sujeta a la consola del Sweet Jane, se había quitado la chaqueta de trabajo para el viaje.

Marly, aturdida por el arco iris de dermos que Rez le había pasado por la muñeca para contrarrestar la náusea convulsiva del síndrome de adaptación espacial, contempló la rosa tatuada. Había sido ejecutada en un estilo japonés de cientos de años de antigüedad y, en el mismo aturdimiento, Marly decidió que le gustaba. Que, de hecho, le gustaba Rez, quien era a la vez dura y aniñada y se preocupaba por su extraña pasajera. Rez había admirado su chaqueta y bolsa de cuero antes de meterlas en una especie de estrecha hamaca de red de nailon que ya estaba abarrotada de cassettes, libros impresos y ropa por lavar.

—No sé —alcanzó a decir—, lo iónico que puedo hacer es tratar de entrar...

—¿Sabes qué es ese lugar a donde vamos, hermana? —Rez ajustaba la red de gravedad en torno a los hombros y las axilas de Marly.

—¿Qué lugar?

—A donde vamos. Es parte de los antiguos núcleos de la Tessier-Ashpool. Eran los ordenadores principales del sistema de memoria de la empresa...

—He oído hablar de ellos —dijo Marly cerrando los ojos—. Me lo dijo Andrea...

—Seguro, todo el mundo ha oído hablar de ellos; eran los dueños de todo Zonalibre. Incluso lo construyeron. Luego se fueron al diablo y lo vendieron todo. Hicieron cortar la casa de la familia y la remolcaron a otra órbita, pero antes de eso borraron todas las memorias, las quemaron y las vendieron a un chatarrero. El chatarrero nunca hizo nada con ellas. Nunca oí decir que hubiera gente viviendo allí, pero aquí fuera uno vive donde puede... Supongo que eso vale para cualquiera. Como lo que dicen de la lady Jane, la hija del viejo Ashpool, que todavía vive en la vieja casa, loca de remate... —Dio a la red de gravedad un último tirón experto. — Bueno. Relájate. Voy a quemar duro al Jane durante unos veinte minutos, pero nos llevará rápido hasta allá, que es para lo que supongo que estás pagando...

Y Marly se dejó hundir en un paisaje construido todo con cajas, vastas construcciones de Cornell en madera donde los restos sólidos del amor y la memoria se exhibían tras hojas de cristal manchadas de polvo y salpicadas de lluvia, y la figura del misterioso hacedor de cajas huía delante de ella por avenidas pavimentadas con mosaicos de dientes humanos, las botas de París de Marly taconeando ciegamente sobre símbolos bosquejados con opacas coronas de oro. El hacedor de cajas era un hombre y llevaba puesta la chaqueta verde de Alain, y él le temía más que a nada en el mundo. —Lo siento —exclamaba corriendo detrás de él—, lo siento...

—Sí. Thérése Lorenz, del Sweet Jane. ¿Quieres los números? ¿Qué? Sí, claro que somos piratas. Y yo soy el maldito Capitán Garfio... Mira, Jack, déjame darte los números, puedes verificarlo... Ya lo dije. Tengo un pasajero. Solicito autorización, y maldita sea, todo lo demás... Marly Algo, habla francés cuando está dormida...

Marly parpadeó, abrió los ojos. Rez estaba frente a ella, en su red, cada uno de los pequeños músculos de la espalda definidos con toda precisión. —Eh —dijo Rez volviéndose hacia ella—, lo siento. Hice la llamada por ti, pero suenan un poco raros. ¿Eres religiosa?

—No —dijo Marly confundida.

Rez hizo una mueca. —Bueno, espero que puedas sacar algo en limpio de toda esta mierda, entonces. —Se salió de la red y ejecutó una apretada voltereta hacia atrás que la llevó hasta escasos centímetros de la cara de Marly. Una cinta óptica iba de su mano a la consola, y por primera vez Marly vio el delicado conector azul cielo insertado a ras de piel en la muñeca de la chica. Puso un auricular en la oreja derecha de Marly y ajustó el tubo transparente del micrófono que salía del dispositivo.

—No tenéis derecho a molestarnos aquí —dijo la voz de un hombre—. ¡Nuestra tarea es la tarea del Señor, y sólo nosotros hemos visto Su verdadero rostro!

—¿Hola? ¿Hola? ¿Pueden oírme? Mi nombre es Marly Krushkhova, y tengo un asunto urgente que tratar con ustedes. O con alguien en estas coordenadas. Mi asunto se refiere a una serie de cajas, collages. El creador de estas cajas puede estar en grave peligro. ¡Debo verlo!

—¿Peligro? —El hombre tosió.— ¡Sólo Dios determina el destino de los hombres! No tenemos ningún temor. Pero tampoco somos necios...

—Por favor, escúcheme. Fui contratada por Josef Virek para ubicar al creador de las cajas. Pero ahora he venido a advertirles. Virek sabe que están aquí, y sus agentes me seguirán...

Rez la miraba fijamente.

—¡Deben dejarme entrar! Puedo decirles más...

—¿Virek? —Se produjo una larga pausa llena de estática.— ¿Josef Virek?

—Sí —respondió Marly—. El mismo. Usted ha visto su retrato toda la vida, ese con el rey de Inglaterra... Por favor, por favor...

—Déme con su piloto —dijo la voz, pero el tono histérico y pedante había desaparecido, siendo reemplazado por algo que a Marly le gustó menos aún.

—Es de repuesto —dijo Rez mientras sacaba el casco espejado del traje rojo—. Puedo permitírmelo, me has pagado bastante...

—No —protestó Marly—, de veras, no hace falta... Yo... —Movió la cabeza. Rez estaba desabrochando los cierres de la cintura del traje espacial.

—No puedes meterte en un sitio así sin un traje —dijo—. No sabes qué tipo de atmósfera tienen. ¡Ni siquiera sabes si tienen atmósfera! Y cualquier tipo de bacteria, esporas... ¿Qué pasa? —Bajó el casco plateado.

—¡Tengo claustrofobia!

—Ah... He oído hablar de eso... ¿Significa que te da miedo meterte dentro de cosas? —Parecía francamente intrigada.

—De cosas pequeñas, sí. —¿Como el Sweet Jane?

—Sí, pero... —Echó un vistazo a la abarrotada cabina, luchando contra el pánico.— Eso puedo soportarlo, pero no el casco. —Se estremeció.

—Bueno —dijo Rez—, ¿sabes qué? Te pondrás el traje, pero sin el casco. Te enseñaré cómo sujetarlo. ¿De acuerdo? Si no, no sales de mi nave... —La miró con expresión inflexible.

—Sí —dijo Marly—, sí...

—Muy bien — dijo Rez—. Ya estamos acoplados. Cuando se abra esta escotilla, tú entras y yo la cierro. Luego abro la otra. Entonces estarás en lo que sea que tengan de atmósfera ahí dentro. ¿Estás segura de que no quieres ponerte el casco?

—No —dijo Marly bajando la vista hacia el casco que sostenía entre los guantes rojos del traje, mirando su pálido reflejo en la máscara espejada.

Rez chasqueó la lengua. —Es tu vida. Si quieres regresar, haz que envíen un mensaje al Sweet Jane a través de la terminal de la JAL.

Marly se impulsó con torpeza y entró girando en una esclusa del tamaño de un ataúd vertical. El peto del traje rojo chocó violentamente contra la escotilla exterior, y oyó cómo la interior se cerraba a sus espaldas. Se encendió una luz junto a su cabeza que le hizo pensar en las luces de los refrigeradores.

—Adiós, Thérése.

No pasó nada. Estaba sola con el latido de su corazón.

Entonces la escotilla exterior del Sweet Jane se abrió. Una ligera diferencia de presiones fue suficiente para hacerla caer en una oscuridad con un olor viejo y tristemente humano, un olor como el de un vestuario abandonado desde hace años. El aire era denso, húmedo, impuro y, aún cayendo, vio que la escotilla del Sweet Jane se cerraba. Un haz de luz pasó junto a ella como una puñalada, vibró, viró, y la encontró girando.

—¡Luces! —gritó una voz ronca—. ¡Luces para nuestra invitada! ¡Jones! —Era la voz que oyera por el auricular. Resonaba de un modo extraño en la inmensidad de hierro de aquel lugar, de aquel hueco por el que caía; luego se oyó un crujido y vio el destello de un lejano anillo de violento azul revelándole la curva distante de un muro o un casco de acero recubierto en parte por rocas lunares. La superficie aparecía surcada por canales y depresiones esculpidos con toda precisión donde en un tiempo estuvieran empotrados alguna clase de equipos. Escabrosas matas de espuma expansiva marrón permanecían aún adheridas a algunos de los cortes más profundos, y otras se perdían en sombras de un negro absoluto.— Será mejor que le tiendas una línea, Jones, antes de que se rompa la cabeza.

Algo chocó contra el hombro de su traje con un golpe húmedo, y Marly volvió la cabeza para ver una figura de plástico rosa brillante, la cual arrastraba una fina línea también rosa, que quedó tensa mientras miraba, haciéndola girar. El espacio de catedral en ruinas se llenó con el gemido laborioso de un motor, y, con extrema lentitud, la izaron con la ayuda de un tomo.

—Ha tardado mucho en llegar —dijo la voz—. Me preguntaba quién sería el primero, y resulta ser Virek... Mamón... —Y entonces llegó hasta ellos, y la hicieron volverse. Casi perdió el casco: se alejaba a la deriva; pero uno de ellos lo empujó hacia sus manos. Su bolsa, con las botas y la chaqueta dentro, ejecutó su propio arco sobre la correa y dio contra su cabeza.

—¿Quién es usted? —preguntó ella.

—¡Ludgate! —bramó elviejo—. Wigan Ludgate, como usted bien sabe. ¿A quién más él la habría enviado a engañar? — Su cara, arrugada y llena de pústulas, estaba afeitada, pero sus largos y grises cabellos flotaban libres, como algas marinas en una marea de aire enrarecido.

—Perdóneme —dijo Marly—. No he venido a engañarlo. Ya no trabajo para Virek... He venido porque... Quiero decir, no estoy del todo segura de por qué vine, para empezar, pero mientras venía me enteré de que el artista que hace las cajas está en peligro. Porque hay algo más, algo que Virek cree que él tiene, algo que Virek piensa que lo liberará de sus cánceres... —Sus palabras se desvanecieron en el silencio, frente a la locura casi palpable que emanaba de Wigan Ludgate, y vio que él llevaba la agrietada coraza plástica de un viejo traje de trabajo, con crucifijos de metal barato pegados a modo de collar en torno al bruñido anillo de acero del casco. Su cara estaba muy cerca. Podía sentir el olor de sus dientes cariados.

—¡Las cajas! —Pequeñas bolas de saliva salieron de entre los labios, obedeciendo las elegantes leyes de la física newtoniana. — ¡Puta! ¡Son creación de Dios!

— Cálmate, Lud —dijo una segunda voz—, estás asustando a la señora. Tranquila, señora, pero ocurre que el viejo Lud no recibe muchas visitas. Y entonces se excita un poco, verá, pero en realidad es un tipo inofensivo... —Ella se volvió y encontró la relajada mirada de un par de grandes ojos azules en un rostro muy joven.— Yo soy Jones —dijo el muchacho—. Vivo aquí, también...

Wigan Ludgate echó la cabeza hacia atrás y lanzó un aullido salvaje que resonó contra las paredes de acero y piedra.

—La mayor parte del tiempo, ¿sabes? —dijo Jones mientras Marly se arrastraba detrás de él, sujetando una cuerda con nudos tendida a lo largo de un pasillo que parecía no tener fin—, es bastante silencioso. Escucha sus voces, ¿sabes?. Habla consigo mismo, o tal vez con las voces, no lo sé, y a veces le viene algo y queda así... —Cuando dejó de hablar, ella todavía podía oír tenues ecos de los aullidos de Ludgate. — Quizás te parezca una crueldad de mi parte el que yo lo deje así, pero en realidad es lo mejor. Pronto se cansará. Tendrá hambre. Y entonces vendrá a buscarme. Quiere su cena, ¿sabes?.

—¿Eres australiano? —preguntó Marly.

—De Nueva Melbourne —dijo él—. O lo era, antes de subir por el pozo...

—¿Te importa si te pregunto por qué estás aquí? Quiero decir, aquí en este, esta... ¿Qué es lo que es?

El muchacho rió. —En general, lo llamo el Lugar. Lud le da muchos nombres, pero más que nada lo llama el Reino. Piensa que ha encontrado a Dios. Supongo que lo ha hecho, si quieres verlo de esa manera. Hasta donde yo conozco, él era una especie de maleante de consola antes de que subiera por el pozo. No sé cómo fue que llegó hasta aquí, sólo sé que al pobre diablo esto le gusta... Yo, yo vine aquí huyendo, ¿entiendes? Tuve problemas en otro lado, no voy a ser demasiado específico, y tuve que salir de allá. Llegué hasta aquí, ésa es otra larga historia, y me encontré con el loco de Ludgate casi muriéndose de hambre. Se había armado una especie de negocio vendiendo desechos que recogía, y esas cajas que tú buscas, pero ya estaba demasiado ido para seguir con aquello. Los compradores venían, digamos, tres veces por año, pero él los echaba. Bueno, pensé yo, aquí puedo esconderme tan bien como en cualquier sitio, así que me puse a ayudarlo. Eso es todo, supongo...

—¿Puedes llevarme a ver al artista? ¿Está aquí? Es sumamente urgente...

—Te llevaré, no te preocupes. Pero, ¿sabes?, este lugar no fue construido para que viviera gente, quiero decir, no para moverse dentro, así que es un viaje un poco largo... Pero no es muy probable que se vaya a ningún lado. No puedo asegurarte que haga una caja para ti. ¿De veras trabajas para Virek? ¿Ese viejo de mierda fabulosamente rico que aparece en la tele? Es alemán, ¿verdad?

—Sí, trabajé para él —respondió Marly— durante algunos días. En cuanto a su nacionalidad, imagino que Virek es el único ciudadano de una nación constituida por Herr Virek...

—Entiendo lo que quieres decir —dijo Jones, alegremente—. Con estos viejos tan ricos supongo que da igual, aunque es más divertido que observar a un maldito zaibatsu... No es muy probable que un zaibatsu se meta en problemas que lo destruyan, ¿no lo crees? Por ejemplo, el viejo Ashpool, que era compatriota mío, que construyó todo esto; dicen que su propia hija lo degolló, y ahora está tan loca como el viejo Lud, encerrada en algún lado en el castillo de la familia. El Lugar era antes parte de todo eso, ¿sabes?

—Rez..., quiero decir, la dueña de la nave que me trajo, dijo algo por el estilo. Y una amiga mía, en París, mencionó a los Tessier-Ashpool hace poco... ¿El clan está decayendo?

—¿Decayendo? ¡Dios! Más bien caídos del todo. Piensa en ello: estamos arrastrándonos, tú y yo, por lo que una vez fueron los núcleos de información de su empresa. Un contratista en Paquistán compró todo el asunto; el casco está en buen estado, y hay una buena cantidad de oro en los circuitos, pero no es tan barato rescatarlo como podría parecer... Ha estado a la deriva aquí arriba desde entonces, con el viejo Lud por única compañía, y a la vez acompañándolo a él. Hasta que llegué yo, quiero decir. Supongo que algún día vendrán los equipos de Paquistán y se pondrán a desarmarlo todo... Sin embargo, es curioso, porque parece que en gran medida sigue funcionando, al menos durante parte del tiempo. Una historia que me contaron los que me trajeron aquí la primera vez, decía que la T-A borró todos los núcleos antes de soltarlos del resto de huso...

—¿Pero tú piensas que siguen siendo operativos?

—Sí, por supuesto. Más o menos como Lud, si a eso se puede llamar operativo. ¿Qué crees que es tu hacedor de cajas?

—¿Qué sabes de los Biolaboratorios Maas?

—¿Los Moss qué?

—Maas. Fabrican biochips...

—Aja. Ésos. Bueno, eso es todo lo que sé...

—¿Ludgate habla de ellos?

—Tal vez. No puedo decirte que escuche todo lo que él dice. Lud habla mucho...

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