Bobby salió de la oficina detrás de Jackie y la chica de pelo castaño. Era como si hubiese pasado un mes en el Jammer's, y sentía que nunca podría quitarse de la boca el gusto del lugar. Las estúpidas lucecitas empotradas mirando hacia abajo desde el techo negro, los biombos de madera tallada... Beauvoir estaba sentado sobre la barra con el detonador a su lado y la ametralladora surafricana en su regazo de piel de tiburón gris.
—¿Por qué los dejaste entrar? —preguntó Bobby cuando Jackie se fue con la chica a una mesa.
—Jackie —dijo Beauvoir— entró en trance mientras tú estabas retenido en el hielo. Legba. Nos dijo que la Virgen estaba subiendo con este tipo.
— ¿Quién es?
Beauvoir se encogió de hombros. —Un mercenario, parece. Un soldado de los zaibatsu. Un samurai callejero de alto nivel. ¿Qué fue lo que te pasó en la matriz?
Bobby le contó lo de Jaylene Slide.
—Los Ángeles —dijo Beauvoir—. Taladrará un diamante para atrapar al tipo que cocinó a su hombre, pero si un hermano necesita ayuda, no cuentes con ella.
—No soy un hermano.
—Creo que tienes algo de razón.
—Entonces, ¿no podré intentar alcanzar a los Yakuza?
—¿Qué dice Jammer?
—Bobadas. Ahora está allí mirando cómo el mercenario atiende una llamada.
—¿Una llamada? ¿De quién?
—Un tipo blanco con el pelo teñido. Pinta de malo.
Beauvoir miró a Bobby, miró hacia la puerta, volvió a mirarlo. —Legba dice que debemos quedarnos quietos y observar. Esto ya se está complicando bastante, sin contar a los Hijos del Crisantemo de Neón.
—Beauvoir —dijo Bobby en voz baja—, esa chica, fue ella. La de la matriz, cuando traté de correr aquel...
Beauvoir asintió; las gafas de montura plástica resbalaron por su nariz. —La Virgen.
—Pero, ¿qué es lo que está sucediendo? Quiero decir...
—Bobby, sólo te puedo aconsejar que aceptes las cosas tal como vienen. Para mí ella es una cosa, tal vez algo diferente para Jackie . Para ti, ella es sólo una niña asustada. No la pongas más nerviosa. Está lejos de su casa, y nosotros todavía estamos lejos de poder salir de aquí.
—De acuerdo... —Bobby miró el suelo. — Siento lo de Lucas. Él era... Era un profesional.
—Ve a hablar con Jackie y la muchacha —dijo Beauvoir—. Yo vigilaré la entrada.
—Está bien.
Atravesó el salón hacia donde Jackie estaba con la chica. Ella no parecía gran cosa, y sólo una pequeña parte de él le decía que había sido ella. La chica no levantó la vista, y él pudo ver que había estado llorando.
—Me agarraron —dijo a Jackie —. Tú habías desaparecido del todo.
—Tú también —dijo la bailarina—. Entonces Legba vino a mí...
—Newmark —la interrumpió el hombre llamado Turner, desde la puerta del despacho de Jammer—, queremos hablar contigo.
—Tengo que irme —dijo Bobby, deseando que la chica levantase la vista, que viera que el profesional lo llamaba—. Quieren que vaya.
Jackie le apretó la muñeca.
—Olvida a los Yakuza —dijo Jammer—. Esto es más complicado. Vas a meterte en el reticulado de Los Ángeles, vas a entrar en la consola de una jockey de primera. Cuando Slide te atrapó no se dio cuenta de que mi consola registró su número.
—Ah, sí; recuerdo que ella dijo que tu consola debería estar en un museo.
—Qué sabrá ella —dijo Jammer—. Yo sé dónde vive, ¿o no? —Aspiró de un inhalador y lo puso de nuevo sobre la consola. — El problema es que ella te ha descartado. No quiere saber nada de ti. Tienes que llegar a ella y decirle lo que quiere saber.
—¿Que——Que fue un tipo llamado Conroy el que liquidó a su novio —dijo el hombre alto, estirado en una de las sillas del despacho de Jammer, la enorme pistola en el regazo—. Conroy. Dile que fue Conroy. Conroy contrató a esos peludos de ahí fuera.
—Prefiero intentar con los Yakuza —dijo Bobby.
—No —dijo Jammer—, esta Slide lo encontrará primero. Los Yaks considerarán mi favor, querrán verificar todo antes. Además, creí que te morías de ganas de aprender a usar una consola.
—Yo iré con él —dijo Jackie desde la puerta.
Conectaron.
Ella murió casi de inmediato, en los primeros ocho segundos.
Él lo sintió, fue hasta el borde y estuvo a punto de conocerlo de veras. Gritaba, giraba, aspirado por el glacial cilindro blanco que los había estado esperando...
La escala de la cosa era imposible, demasiado vasta, como si el tipo de megaestructura cibernética que representaba una multinacional entera apoyase todo su peso sobre Bobby Newmark y una bailarina llamada Jackie . Imposible...
Pero en algún sitio, en el límite de la conciencia, en el instante en que la perdió, hubo algo... Algo que le tocaba el brazo...
Yacía de bruces sobre una superficie áspera. Abrió los ojos. Un sendero de piedras redondas, húmedas de lluvia. Se incorporó, rodando sobre sí mismo, y vio el panorama brumoso de una extraña ciudad, con el mar a lo lejos. Había torres, algo así como una iglesia, nervaduras insensatas y espirales de piedra tallada... Se volvió y descubrió un enorme lagarto que se deslizaba en su misma dirección a lo largo de una pendiente, las fauces abiertas. Bobby pestañeó. Los dientes del lagarto eran pedazos de cerámica manchada de verde, un lento hilo de agua lamía sus labios de porcelana azul. La cosa era una fuente, sus flancos recubiertos por miles de fragmentos de cerámica destrozada. Dio media vuelta, enloquecido por la proximidad de la muerte. Hielo, hielo, y una parte de él supo entonces con toda exactitud lo cerca que en realidad había estado de ella en la sala de su madre.
Había unos bancos extrañamente curvos, cubiertos con el mismo vertiginoso mosaico de porcelana, y árboles, hierba... Un parque.
—Extraordinario —dijo alguien. Un hombre, se levantó de su asiento en uno de los bancos en forma de serpiente. Tenía una prolija mata de pelo gris, un rostro bronceado y redondo, gafas sin montura que magnificaban sus ojos azules—. Pasaste directo aquí, ¿verdad?
—¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
—En el Parque Güell. Barcelona, si prefieres.
—Usted mató a Jackie .
El hombre frunció el ceño. —Ya veo. Creo que entiendo. Sin embargo, no deberías estar aquí. Ha sido un accidente.
—¿Accidente? ¡Usted mató a Jackie !
—Mis sistemas están sobreextendidos, hoy —dijo el hombre, con las manos en los bolsillos de un holgado abrigo marrón—. Realmente, esto es extraordinario...
—Eso no se hace —dijo Bobby, los ojos nublados por las lágrimas—. No se hace. No se puede matar a alguien sólo por estar allí...
— ¿Allí dónde? —El hombre se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas con un inmaculado pañuelo blanco que sacó del bolsillo de su abrigo.
—Sólo por estar viva —dijo Bobby, dando un paso hacia adelante.
El hombre volvió a ponerse las gafas. —Esto nunca había sucedido antes.
—No se hace. —Más cerca, ahora.
—Esto se está poniendo aburrido. ¡Paco!
—Señor.
Bobby se volvió al oír la voz del niño y vio a un muchachito con un extraño traje almidonado, con botines de cuero negro abrochados con botones.
—Quítalo.
—Señor —dijo el chico; hizo una rígida reverencia y extrajo una diminuta Browning automática azul de la oscura chaqueta de su traje. Bobby miró los ojos negros bajo el lustroso mechón y vio una mirada que ningún niño pudo haber tenido jamás. El chico apuntó a Bobby con la pistola.
—¿Quién es usted? —Bobby ignoró el arma, pero no intentó acercarse más al hombre del abrigo.
El hombre lo miró con los ojos entrecerrados. — Virek. Josef Virek. Casi todo el mundo, tengo entendido, reconoce mi cara.
—¿Usted actúa en Gente de Importancia o algo así?
El hombre parpadeó, frunciendo el ceño. —No sé de qué hablas. Paco, ¿qué está haciendo esta persona aquí?
—Un trasvase accidental —dijo el niño, con voz dulce y hermosa—. Hemos concentrado el grueso de nuestro sistema vía Nueva York, en un intento de impedir la fuga de Ángela Mitchell. Éste trató de meterse en la matriz, junto a otra operadora, y se encontró con nuestro sistema. Aún estamos intentando determinar cómo atravesó nuestras defensas. Usted no corre ningún peligro. —El cañón de la pequeña Browning estaba absolutamente firme.
Y de nuevo la sensación de que algo le tocaba el brazo. No el brazo, exactamente, sino una parte de su mente, algo...
—Señor —dijo el niño—, estamos experimentando fenómenos anómalos en la matriz, tal vez como resultado de nuestra propia sobreextensión actual. Recomendamos enfáticamente que nos permita cortar sus lazos con la estructura hasta que podamos determinar la naturaleza de la anomalía.
Ahora la sensación era más intensa. Algo que rascaba, en el fondo de su mente...
—¿Qué? —dijo Virek—. ¿Y regresar a los tanques? Dudo mucho de que eso garantice que...
—Existe una posibilidad de peligro real —dijo el chico, y ahora el tono de su voz había cambiado. Movió ligeramente el cañón de la Browning—. Tú —dijo a Bobby—, acuéstate sobre los adoquines con los brazos y las piernas abiertas.
Pero Bobby miraba detrás de él, un cantero de flores, marchitándose y muriendo poco a poco, la hierba haciéndose gris y polvorienta mientras miraba, el aire sobre el cantero retorciéndose y arremolinándose. La sensación de que algo rascaba dentro de su cabeza era más fuerte, más urgente.
Virek se había vuelto para mirar las flores moribundas. —¿Qué sucede?
Bobby cerró los ojos y pensó en Jackie . Se oyó un sonido, y supo que era él quien lo hacía. Se estiró, dentro de sí mismo, y tocó la consola de Jammer. ¡Ven!, gritó, dentro de sí, sin saber ni preocuparse por saber a qué se dirigía. ¡Ven ahora! Sintió que algo cedía, algún tipo de barrera, y la sensación de algo que rascaba desapareció.
Cuando abrió los ojos, había algo en el cantero de flores muertas. Parpadeó. Parecía una sencilla cruz de madera pintada de blanco; alguien había colocado las mangas de una viejísima túnica naval sobre los brazos horizontales, una especie de frac manchado de moho con pesadas charreteras ribeteadas con deslucidos galones dorados, botones herrumbrosos, más galones en los puños... Un oxidado alfanje estaba apoyado contra el poste vertical blanco, y al lado había una botella medio llena de un fluido traslúcido.
El niño giró violentamente, la pequeña pistola fue como un borrón... Y se desmoronó, se replegó sobre sí mismo como un globo al desinflarse, un globo succionado hacia la nada, y la Browning cayó sobre el sendero de piedra como un juguete olvidado.
—Mi nombre —dijo una voz, y Bobby quiso gritar cuando se dio cuenta de que salía de su propia boca— es Samedi, y tú has matado a la montura de mi primo... Y Virek echó a correr, el holgado abrigo agitándose a sus espaldas, por los meandros del camino de bancos serpenteantes, y Bobby vio que otra de las cruces blancas esperaba allí, justo donde el sendero desaparecía en una curva. En ese momento también Virek debió verla; lanzó un grito, y el barón Samedi, el Señor de los Camposantos, el loa cuyo reino era la muerte, se cernió sobre Barcelona como una lluvia fría y oscura.
—¿Qué demonios pretendes? ¿Quién eres? —Una voz conocida, de mujer. No era la de Jackie .
—Bobby —dijo él, atravesado por pulsaciones de oscuridad—, Bobby...
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Jammer. Él sabía. Su consola te detectó cuando me atrapaste. —Acababa de ver algo, algo descomunal... No recordaba... — Me envió Turner. Conroy. Dijo que le dijera que fue Conroy. El que usted busca es Conroy.... —Oía su voz como si fuese la de otro. Había estado en algún lugar, y regresado, y ahora estaba aquí, en el croquis esquemático de neón de Jaylene Slide. Cuando regresaba, había visto que la cosa enorme, la cosa que los había chupado, empezaba a mudar y desplazarse, pantagruélicos bloques que giraban, se fundían, adoptando nuevas posiciones, cambiando toda la configuración...
—Conroy —dijo ella. El sensual garabato se apoyó junto a la ventana de vídeo, algo en sus brazos expresaba cierto agotamiento, incluso fastidio—. Ya me parecía. —La imagen de vídeo quedó en blanco, y volvió a formarse como una toma de un antiguo edificio de piedra.— Park Avenue. Está allá arriba con todos esos euros, maquinando algún nuevo embrollo. — Suspiró. — Cree que está a salvo, ¿sabes? Aplastó a Ramírez como a una mosca, me mintió en la cara, salió volando a Nueva York y su nuevo trabajo, y ahora cree que está a salvo... —La figura se movió, y la imagen volvió a cambiar. Ahora la cara del hombre de pelo blanco, el hombre que Bobby había visto hablar con el tipo grandote, en el teléfono de Jammer, llenó la pantalla. Ella se ha metido en su línea, pensó Bobby...
—O no —dijo Conroy, cuando entró el audio—. En cualquiera de los casos, la tenemos. No hay problemas. —El hombre parecía cansado, pensó Bobby, pero lo superaba. Duro. Como Turnen
—Te he estado observando, Conroy —dijo Slide con suavidad—. Mi buen amigo Bunny me ha hecho el favor de observarte. No eres el único que sigue despierto en Park Avenue esta noche...
—No —decía Conroy—, podemos tenérsela mañana mismo en Estocolmo. Sin lugar a dudas. —Sonrió a la cámara.
—Mátalo, Bunny —dijo la mujer—. Mátalos a todos. Vuela todo el maldito piso y el de abajo también. Ahora.
—Muy bien —dijo Conroy, y entonces sucedió algo, algo que sacudió la cámara, desenfocando la imagen del hombre—. ¿Qué pasa? —preguntó con un tono de voz completamente distinto, y la pantalla quedó en blanco.
—Muere, hijo de puta —dijo Jaylene Slide.
Y Bobby fue impulsado de nuevo hacia la oscuridad...