Capítulo 30 Hombre alquilado

Turner contempló el rostro de Conroy en la pantalla del teléfono. —Ve —dijo a Angie—. Ve con ella. —La alta chica negra con resistencias hilvanadas en el pelo se adelantó y suavemente abrazó a la hija de Mitchell, entonando en voz baja una canción en el mismo creóle infestado de sonidos fricativos. El chico de la camiseta seguía mirándola boquiabierto.

—Vamos, Bobby —dijo la muchacha negra. Turner miró al otro lado del escritorio al hombre de la mano herida, quien llevaba un arrugado esmoquin blanco y una corbata con cintas trenzadas de cuero negro. Jammer acunaba su mano en el regazo, sobre una toalla a rayas azules del club. Tenía una cara larga, el tipo de barba que requería constantes afeitadas, los ojos entrecerrados de un profesional de piedra. Cuando sus miradas se encontraron Turner se dio cuenta de que el hombre se había ubicado fuera del campo de visión de la cámara del teléfono.

El chico de la camiseta, Bobby, salió arrastrando los pies detrás de Angie y la muchacha negra, con la boca aún abierta.

—Podrías habernos evitado a ambos una buena cantidad de complicaciones, Turner —dijo Conroy—. Podrías haberme llamado. Podrías haber llamado a tu agente en Ginebra.

—¿Y la Hosaka? —preguntó Turner—. ¿Podría haberlos llamado a ellos?

Lentamente, Conroy meneó la cabeza.

—¿Para quién trabajas, Conroy? Esta vez hiciste doble juego, ¿verdad?

—Pero no contigo, Turner. Si todo hubiese marchado como yo lo planeé, ya estarías en Bogotá, con Mitchell. El misil no podía detenerse hasta que el jet despegara, y, si lo hacíamos bien, la Hosaka habría supuesto que la Maas había volado el sector entero para detener a Mitchell. Pero Mitchell no llegó, ¿no es así, Turner?

—Nunca pensó hacerlo —dijo Turner.

Conroy asintió. —Sí. Y el equipo de seguridad de la meseta detectó a la chica, cuando salía. Es ésa, ¿verdad?, la hija de Mitchell...

Turner no respondió.

—Claro —dijo Conroy—, es lógico...

—Maté a Lynch —lo interrumpió Turner, para apartar a Angie de la conversación—. Pero justo antes de que estallara la bomba, Webber me dijo que ella trabajaba para ti...

—Ambos lo hacían —dijo Conroy—, pero ninguno sabía acerca del otro. —Se encogió de hombros.

—¿Para qué?

Conroy sonrió. —Porque los habrías echado de menos si no hubiesen estado allí, ¿verdad? Porque conoces mi estilo, y si yo no hubiese jugado con las cartas de siempre habrías empezado a hacerte preguntas. Y yo sabía que tú no te venderías. El señor Lealtad Instantánea, ¿correcto? El señor Bushido. Eras confiable. La Hosaka lo sabía. Por eso insistieron en que te contratara...

—No has respondido a mi primera pregunta, Conroy. ¿Para quién más trabajabas?

—Un hombre llamado Virek —dijo Conroy—. El hombre de oro. Eso mismo, ése mismo. Hacía años que intentaba comprar a Mitchell. Si vamos a eso, pretendía comprar a la Maas. No pudo. Se están haciendo tan ricos que no podía tocarlos. Había en circulación una oferta permanente para Mitchell. Una oferta ciega. Cuando Mitchell contactó con la Hosaka y éstos me llamaron, decidí verificar el origen de esa oferta. Sólo por curiosidad. Pero antes de que pudiese hacerlo el equipo de Virek se puso en contacto conmigo. No fue un negocio difícil de concertar, Turner, créeme.

—Te creo.

—Pero Mitchell nos jodió a todos, ¿no es así, Turner? De pies a cabeza.

—Por eso lo mataron.

—Se suicidó —dijo Conroy—, según los topos que Virek tenía en la meseta. En cuanto vio a su chiquilla salir en aquel ultraligero. Se cortó la garganta con un escalpelo.

—En todo esto hay muchos muertos, Conroy —observó Turner—. Oakey está muerto, y el japonés que te pilotaba ese helicóptero.

—Fue lo que pensé al ver que no regresaban. —Conroy se encogió de hombros.

—Trataban de matarnos —dijo Turner.

—No, hombre, sólo querían hablar... De todos modos, en aquel momento no sabíamos lo de la chica. Sólo sabíamos que tú habías desaparecido y que el condenado jet no había llegado a la pista en Bogotá. No empezamos a pensar en la muchacha hasta que echamos un vistazo en la granja de tu hermano y encontramos el jet. Tu hermano no quiso decirle nada a Oakey. Estaba furioso porque Oakey le quemó los perros. Oakey dijo que parecía haber una mujer viviendo allí, también, pero ella no apareció...

—¿Qué pasó con Rudy?

El rostro de Conroy era un vacío perfecto. Luego dijo: — Oakey encontró lo que quería en los monitores. Fue entonces cuando supimos lo de la muchacha.

A Turner le dolía la espalda. La cinta de la funda le cortaba el pecho. No siento nada, pensó, no siento nada en absoluto...

—Quiero hacerte una pregunta, Turner. Tengo dos, pero la principal es: ¿qué mierda estás haciendo allí?

—He oído decir que es un club de moda, Conroy.

—Sí. De lo más exclusivo. Tan exclusivo que tuviste que romper a dos de mis porteros para entrar. Ellos sabían que irías, Turner, los negros y ese punk. Si no, ¿por qué te habrían dejado entrar?

—Eso lo tendrás que averiguar tú solo, Connie. Parece que tienes una cantidad de fuentes, últimamente...

Conroy se acercó más a la cámara del teléfono. —Tú lo has dicho. Hace meses que Virek tenía gente sembrada por todo el Sprawl, recogiendo un rumor, un comentario entre vaqueros, de que había un biosoft experimental flotando en el ambiente. Al fin su gente se centró en el Finlandés, pero se presentó otro equipo, un equipo de la Maas que obviamente andaba detrás de lo mismo. Así que el equipo de Virek se apartó y observó a los muchachos de la Maas, y los muchachos de la Maas empezaron a liquidar gente. Entonces el equipo de Virek dio con los negros y el pequeño Bobby y todo lo demás. Me lo explicaron cuando les dije que suponía que de la granja de Rudy irías hacia allí. Cuando vi lo que pensaban hacer contraté fuerza bruta para que los retuvieran hasta que pudiese encontrar a alguien en quien poder confiar para que los persiguiera...

—¿A esos drogadictos de ahí fuera? —Turner sonrió. Estás quemado, Connie. Ya no sabes buscar ayuda profesional, ¿eh? Alguien se ha enterado de que jugaste doble, y un montón de profesionales han muerto. Entonces contrataste a esos imbéciles de peinados raros. Todos los profesionales saben que la Hosaka te está buscando, ¿verdad, Connie? Y todos saben lo que has hecho. —Ahora Turner sonreía; vio por el rabillo del ojo que el hombre del esmoquin también sonreía, una sonrisa delgada que mostraba muchos dientes pequeños y regulares, como blancos granos de maíz...

—Es esa maldita Slide —dijo Conroy—. Podría haberla liquidado en la plataforma... Se tecleó la entrada por alguna parte y empezó a hacer preguntas. No creo que haya llegado a nada todavía, pero ha estado haciendo ruido en algunos círculos... De todos modos, sí, así están las cosas. Pero eso no te sirve de nada, ahora no. Virek quiere a la muchacha. Ha retirado a su gente del otro asunto y ahora yo me estoy encargando de sus cosas. Dinero, Turner, dinero como un zaibatsu...

Turner contempló la cara, recordando a Conroy en el bar de un hotel de la selva. Recordándolo después, en Los Ángeles, haciendo su propuesta, explicando la economía sumergida de la deserción empresarial... —Hola, Connie —dijo Turner—. Te conozco, ¿no es así?

Conroy sonrió. —Seguro, muñeco.

—Y ya sé cuál es el negocio. Quieres a la muchacha.

—Así es.

—Y el reparto, Connie. Tú sabes que yo sólo trabajo a partes iguales, ¿verdad?

—Vaya —dijo Conroy—, ahí está lo bueno. Yo no lo haría de otro modo.

Turner miró la imagen del hombre.

—¿Y bien? —dijo Conroy, todavía sonriendo—, ¿qué dices?

Y Jammer estiró el brazo y arrancó el cable del teléfono del enchufe de la pared. —Escoger el momento —dijo—. Siempre es importante escoger el momento adecuado. —Soltó el enchufe.— Si se lo hubieses dicho, él se habría puesto en seguida en movimiento. Así ganamos tiempo. Él tratará de volver, de averiguar lo que ha pasado.

—¿Cómo sabes qué era lo que yo iba a decir?

—Porque he visto gente. Mucha gente, demasiada. Y sobre todo he visto gente como tú. Lo llevas escrito en el rostro, jefe, y tú le ibas a decir que comiera mierda y se muriese. —Jammer se acercó haciendo rodar la silla, gesticulando mientras su mano se movía dentro de la toalla. — ¿Quién es esa Slide que mencionó? ¿Una vaquera?

—Jaylene Slide. Los Ángeles. De primera.

—Ella fue la que secuestró a Bobby —dijo Jammer—. Así que le está pisando los talones a tu amigo del teléfono...

—Pero es probable que ella no lo sepa.

—Veamos cómo podemos solucionar eso. Dile al muchacho que venga.

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