—Quizá podrías explicármelo de nuevo —dijo Bobby mientras engullía un bocado de arroz con huevos—. Ya has dicho que no es una religión.
Beauvoir se quitó las gafas y examinó una de las patillas. —No fue eso lo que dije. Dije que no tenías que preocuparte por eso, nada más; sea una religión o no. Es una estructura y basta. Nos permite conversar sobre algunas cosas que están pasando; de lo contrario podríamos no tener palabras para eso, conceptos...
—Pero tú hablas como si esos, ¿cómo se llaman?, lows, fueran...
—Loa — corrigió Beauvoir, dejando las gafas en la mesa. Respiró hondo, sacó uno de los cigarrillos chinos del paquete de Dos-por-Día, y lo encendió con la calavera de peltre—. Se dice igual en plural que en singular. —Inhaló con fuerza y sopló hilos de humo gemelos por sus dilatadas fosas nasales.— Cuando piensas en religión, ¿en qué piensas, exactamente?
—Bueno, la hermana de mi madre es de la Iglesia de Cristo Científico, bien ortodoxa, ¿sabes? Y hay una mujer que vive en mi edificio, una católica. Mi madre —hizo una pausa, ya sin sentirle el gusto a la comida— solía poner hologramas en mi cuarto, a veces, Jesucristo o Hubbard o algún otro. Supongo que pienso en eso.
—El vudú no es así —dijo Beauvoir—. No tiene que ver con nociones de salvación y trascendencia. De lo que se trata es de hacer cosas. ¿Entiendes? En nuestro sistema, hay muchos dioses, espíritus. Son parte de una gran familia, con todas las virtudes, y todos los vicios también. Existe una tradición ritual de manifestación colectiva, ¿ves? El vudú dice que Dios existe, claro, Gran Met, pero Él es grande, demasiado grande, y está demasiado lejos para preocuparse si es tas sin un céntimo o si no consigues mujeres. Vamos, muchacho, ya sabes cómo funciona esto, es religión callejera, que nació en el lugar más pobre hace un millón de años. El vudú es como la calle: si un matón liquida a tu hermana, tú no vas a instalarte en la puerta de los Yakuza, ¿verdad? De ninguna manera. Lo que sí haces es ir en busca de alguien que pueda encargarse del asunto. ¿No es así?
Bobby asintió masticando con aire pensativo. Otro dermo y dos vasos de vino tinto habían ayudado mucho; el otro hombre había llevado a Dos-por-Día a dar un paseo por los árboles y las varillas fluorescentes, dejando a Bobby con Beauvoir. Luego había aparecido Jackie , muy contenta, con un gran cuenco de arroz con huevos que no sabía nada mal y, al ponerlo sobre la mesa, frente a él, le había apoyado una de las tetas en el hombro.
—Así que —dijo Beauvoir— nos ocupamos de que las cosas se hagan. Nos ocupamos de sistemas, si lo prefieres así. Y tú también, o por lo menos eso quieres, porque de lo contrario no serías un vaquero y no tendrías un título, ¿no es así? —Dejó caer lo que quedaba del cigarrillo en un sucio vaso lleno hasta la mitad de vino tinto. — Parece que Dos-por-Día estaba a punto de meterse en algo gordo; algo iba a reventar.
—¿Qué iba a reventar? —preguntó Bobby, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—Tú —dijo Beauvoir, frunciendo el ceño—. Pero nada de eso es por tu culpa. Aunque Dos-por-Día así lo quiera presentar.
—¿Sí? Ahora parece muy tenso. Y muy hijo de puta, también.
—Exacto. Eso mismo. Tenso. Cagado de miedo, más bien.
—¿Y por qué?
— Bueno, verás, las cosas con Dos-por-Día no son lo que parecen. Quiero decir, sí, de hecho se encarga del tipo de asuntos que tú sabes, trafica software pirata con los inocentes, perdón —y sonrió—, de Barrytown, pero su meta principal, quiero decir, su verdadera ambición, ya me entiendes, es otra. —Beauvoir tomó un mustio canapé, lo examinó con manifiesta desconfianza y lo arrojó por encima de la mesa hacia los árboles. — Su asunto es servir de intermediario para un par de oungans del Sprawl, de los grandes.
Bobby asintió sin comprender.
—Vaqueros de ciudad, de los que trabajan con las dos manos.
—No entiendo nada.
—Se trata de una secta profesional, si así quieres llamarlo. Si no, sólo imagina un par de vaqueros de primera, vaqueros de consola, entre otras cosas, que se encargan de hacer cosas para otra gente. «Trabajar con las dos manos» es una expresión que usamos, más o menos quiere decir que trabajan en los dos extremos. Blanco y negro, ¿me entiendes?
Bobby tragó saliva y sacudió la cabeza.
—Hechiceros —dijo Beauvoir—. No importa. Tipos malos, mucho dinero, eso es todo lo que tienes que saber. Dos-por-Día actúa como esbirro de esta gente. A veces encuentra algo que les puede interesar, se encarga de que llegue hasta ellos y más tarde recibe algún favor. Quizá reciba unos cuantos favores de más, y entonces ellos le hacen llegar algo a él. No es precisamente lo mismo, ¿me sigues? Digamos que ellos están en posesión de un chisme que, según ellos, tiene potencial, pero les asusta. Estos tipos tienden a ser más bien conservadores, ¿comprendes? ¿No? Bueno, ya aprenderás.
Bobby asintió con la cabeza.
—La clase de software que alguien como tú le alquilaría a Dos-por-Día no vale nada. Quiero decir, Junciana, pero no es nada de lo que alguien importante se ocuparía. Has visto muchos kinos de vaqueros, ¿verdad? Bueno, las cosas que inventan para esas historias no son nada comparadas con el tipo de mierda a la que puede enfrentarse un operador de los verdaderamente grandes. En particular cuando se trata de rompehielos. Los rompehielos pesados son un poco difíciles de manejar, hasta para los chicos grandes. ¿Sabes por qué? Porque el hielo, todo lo que es duro de verdad, los muros que rodean todas las principales fuentes de datos en la matriz, siempre es producto de una IA, una inteligencia artificial. No hay nada capaz de tejer tan rápido un buen hielo, y constantemente alterarlo y actualizarlo. Así que cuando un rompehielos poderoso de verdad aparece en el mercado negro, ya están en juego un par de factores de mucho riesgo. Como, para empezar, ¿de dónde salió el producto? Nueve de cada diez veces sale de una IA, y las IA están permanentemente vigiladas, más que nada por los de Turing, para asegurarse de que no se hagan demasiado listas. Así que tal ve/ termines con la maquinaria de Turing a tus talones, porque tal vez una IA en algún lado quiere aumentar su flujo de caja privado. Algunas IA gozan de ciudadanía, ¿sabes? Otra cosa de la que debes cuidarte es que tal vez sea un rompehielos militar, y ésos son de los peligrosos también, o quizás haya salido del brazo de espionaje industrial de algún zaibatsu, y tampoco querrás meterte con eso. ¿Estás entendiendo toda esta mierda, Bobby?
Bobby asintió. Se sentía como si hubiese esperado toda su vida para escuchar a Beauvoir explicar los mecanismos de un mundo cuya existencia sólo había adivinado.
—De todos modos, un rompehielos que corte de verdad vale mega, quiero decir beaucoup. Así que tal vez tú eres el grande en el mercado, alguien te ofrece una cosa de éstas, y tú no quieres decirles que se vayan a paseo de buenas a primeras. Así que la aceptas. La aceptas muy discretamente, pero no la corres, no. ¿Qué haces con ella? La llevas a tu casa, haces que tu técnico la arregle para que no parezca algo fuera de lo común. Por ejemplo, haces que la coloquen en un formato como éste —y tocó una pila de software que tenía enfrente—, y se la llevas a tu aprendiz, que te debe unos cuantos favores, como de costumbre...
—Espera un poco —dijo Bobby—. Creo que no me gusta...
—Muy bien. Eso significa que te estás volviendo listo, o por lo menos más listo. Porque eso fue lo que hicieron. Ellos se la trajeron a tu amable distribuidor de software, el señor Dos-por-Día, y le contaron su problema. «Campeón», le dicen, «queremos verificar esta mierda, correrla en prueba, pero no lo vamos a hacer nosotros. Está en tus manos, muchacho.» Así que, tal como son las cosas, ¿qué va a hacer Dos-por-Día con eso? ¿La va a conectar él? De ninguna manera. No hace más que repetir la mala jugada que los chicos grandes le hicieron a él, sólo que ni se va a preocupar de decírselo al tipo a quien se la va a hacer. Lo que hace es elegir una base en el Medio Oeste que está llena de programas de evasión de impuestos y tablas de flujo de lavado de yens de algún burdel de Kansas City, y cualquiera que tenga un mínimo de experiencia sabe que la maldita cosa está hasta el tope de hielo, hielo negro, programas de retroalimentación absolutamente letales. No existe un vaquero en el Sprawl que se meta con esa base: en primer lugar, porque está copada de defensas; segundo, porque lo que tiene adentro no le sirve a nadie más que a la autoridad fiscal, y lo más probable es que ya esté al tanto de los hábitos del dueño del programa.
—Eh —dijo Bobby—, deja que lo entienda...
—¡Estoy haciendo que lo entiendas, muchachito blanco! Él escogió esa base, luego revisó su lista de salchicheros, punks ambiciosos de Barrytown, wilsons lo bastante tontos como para correr un programa que nunca habían visto antes contra una base que un bromista como Dos-por-Día había preparado para ellos, y les dijo que sería una tarea fácil. ¿Y a quién escoge? Escoge a alguien nuevo en el oficio, no, alguien que ni si quiera sabe dónde vive él, que ni siquiera tiene su número, y dice, toma, amigo, llévate esto a casa y gana un poco de dinero. Si sacas algo bueno, yo te lo pongo en el mercado. —Beauvoir tenía los ojos muy abiertos; no estaba sonriendo. — ¿Te suena a alguien conocido, muchacho, o tal vez procuras no andar con perdedores?
—¿Quieres decir que él sabía que me iban a matar si invadía esa base?
—No, Bobby, pero sabía que era una posibilidad si el paquete no funcionaba. Lo que en realidad quería era observar tu intento. Cosa que ni siquiera se molestó en hacer por sí mismo; se lo encargó a un par de vaqueros. Podía haber funcionado de dos o tres formas. Por ejemplo, si el rompehielos hubiera hecho lo suyo con el hielo negro, habrías entrado, encontrado una cantidad de cifras que para ti no significarían nada, y habrías vuelto a salir, quizás sin dejar rastro. Bueno, habrías regresado al Leon's y le habrías dicho a Dos-por-Día que había señalado los datos equivocados. Oh, te aseguro que te habría pedido mil disculpas, y tú habrías obtenido un nuevo objetivo y un nuevo rompehielos, y él habría llevado el primero de regreso al Sprawl, diciendo que parecía estar bien. Mientras tanto, te habría seguido la pista, sólo para monitorear tu estado de salud y para asegurarse de que nadie viniera a buscar el rompehielos que tal vez supieran que habías utilizado. Otra cosa que podría haber sucedido, como casi sucedió, era que el rompehielos tuviese algo extraño; el hielo podía haberte liquidado, y uno de esos vaqueros habría tenido que colarse en casa de tu mamá y recuperar el software antes de que encontraran tu cadáver.
—No sé, Beauvoir, eso es endiabladamente difícil de...
—Difícil una mierda. La vida es difícil. Quiero decir, estamos hablando de negocios, ¿sabes? —Beauvoir lo contempló con cierta severidad; tenía los marcos de plástico casi en la punta de la estrecha nariz. Su piel era más clara que la de Dos-por-Día o la del otro hombre, color café con un poco de blanqueador, la frente alta y lisa bajo una mota negra cortada al ras. Parecía delgado dentro del albornoz gris de piel de tiburón y, de hecho, Bobby no lo encontraba en absoluto amenazador. — Pero nuestro problema, la razón por la que estamos aquí, la razón por la que tú estás aquí, es llegar a entender lo que sí ocurrió. Y eso es otra cosa.
—¿Quieres decir que me embaucó, que Dos-por-Día me engañó para que me liquidaran? —Bobby estaba aún en la silla de ruedas de la maternidad de St. Mary's, aunque sentía que ya no la necesitaba.— ¿Y ahora está con la soga al cuello con estos tipos, esos duros del Sprawl?
—Ahora lo has entendido.
—Y por eso actuaba así, como si nada le importase, como si me odiara, ¿no es cierto? ¿Y ahora está muy asustado?
Beauvoir asintió.
—Y —dijo Bobby, comprendiendo de pronto qué era lo que realmente preocupaba a Dos-por-Día, y por qué estaba asustado— ¡es porque me atacaron en el Gran Campo de Juego y los Lobes de mierda me robaron la consola con el software dentro! —Se inclinó hacia adelante, excitado por haber armado el rompecabezas.— Y esos tipos parece que lo van a liquidar, o algo así, a menos que él recupere el software, ¿verdad?
—Se nota que ves mucho kino —dijo Beauvoir—, pero de hecho es más o menos como tú dices.
—Muy bien. —Bobby se acomodó en la silla de ruedas y apoyó los pies descalzos en el borde de la mesa. — Bueno, Beauvoir, ¿quiénes son esos tipos? ¿Cómo los llamaste, jungans? ¿Hechiceros, dijiste? ¿Qué mierda significa eso?
—Bueno, Bobby —dijo Beauvoir—, yo soy uno de ellos, y el tipo grande, puedes llamarlo Lucas, es el otro.
—Probablemente hayas visto uno de éstos antes —dijo Beauvoir mientras el hombre a quien él llamaba Lucas depositaba el tanque de proyección sobre la mesa tras despejar metódicamente un espacio.
—En el colegio —dijo Bobby.
— ¿Fuiste al colegio, muchacho? —espetó Dos-por-Día—. ¿Por qué mierda no te quedaste allí? —Había estado fumando un cigarrillo tras otro desde su regreso con Lucas, y parecía en peor forma que antes.
—Cállate, Dos-por-Día —dijo Beauvoir—. No te vendría mal un poco de educación.
—Usaban uno para enseñamos el modo en que debíamos manejarnos en la matriz, cómo acceder a material de la biblioteca de impresos, y eso...
—Muy bien —dijo Lucas, enderezándose y sacudiéndose un polvo imaginario de las grandes y rosadas palmas de sus manos—, ¿alguna vez lo utilizaste para eso, para acceder a libros impresos? —Se había quitado la chaqueta de su inmaculado traje negro; su impecable camisa blanca estaba atravesada por un par de delgados tirantes marrones, y había aflojado el nudo de su corbata negra.
—No leo muy bien —dijo Bobby—. Quiero decir, puedo hacerlo, pero me cuesta. Pero, sí, lo hice. Miré algunos libros muy viejos acerca de la matriz y ese tipo de cosas.
—Me lo imaginaba —dijo Lucas al mismo tiempo que conectaba un pequeño teclado a la consola que conformaba la base del tanque—. Cuenta a cero. Interrupción de cuenta a cero. Vieja jerga de programadores. —Pasó el teclado a Beauvoir, quien comenzó a introducir órdenes.
Complejas figuras geométricas empezaron a aparecer en el tanque, alineadas con los planos casi invisibles de una trama tridimensional. Bobby notó que Beauvoir bosquejaba las coordenadas de Barrytown en el ciberespacio. —Diremos que tú eres esta pirámide azul, Bobby. Aquí estás. —Una pirámide azul comenzó a pulsar suavemente en el centro mismo del tanque. — Ahora te mostraremos lo que vieron los vaqueros de Dos-por-Día que te vigilaban. De ahora en adelante estarás viendo una grabación. —Una línea de puntos de luz azul surgió de la pirámide siguiendo una de las líneas de la retícula. Bobby miró, se vio a sí mismo solo en la sala de estar de su madre, la Ono-Sendai en su regazo, las cortinas corridas, sus dedos moviéndose sobre el teclado.
—Rompehielos en camino —dijo Beauvoir. La línea de puntos azules alcanzó la pared del tanque. Beauvoir tocó el teclado y las coordenadas cambiaron. Un nuevo conjunto de formas geométricas reemplazó la disposición original.
Bobby reconoció el agrupamiento de rectángulos anaranjados en el centro de la retícula. —Ése —dijo.
La línea azul progresaba desde el borde del tanque, dirigida hacia la base anaranjada. Tenues planos de anaranjado fantasmal palpitaron en torno a los rectángulos, moviéndose y destellando a medida que la línea se acercaba.
—Puedes advertir que ahí hay algo que está mal —dijo Lucas—. Es el hielo de ellos; ya te había detectado. Te atacó antes de que pudieras fijar tu posición.
En cuanto la línea de puntos azules tocó el cambiante plano anaranjado, fue rodeada por un cilindro traslúcido anaranjado de diámetro ligeramente mayor. El tubo comenzó a alargarse, retrocediendo sobre la línea, hasta que alcanzó la pared del tanque...
— Mientras tanto —dijo Beauvoir—, en Barrytown... —Tocó de nuevo el teclado y la pirámide azul de Bobby apareció en el centro. Bobby vio cómo el tubo anaranjado emergía de la pared del tanque de proyección, seguía la línea azul y se aproximaba lentamente a la pirámide. — Bueno, en este punto se suponía que quedarías bien frito, vaquero. —El tubo alcanzó la pirámide; surgieron de pronto unos planos anaranjados y triangulares que la encerraron. Beauvoir congeló la proyección.
—Bien —dijo Lucas—, cuando los ayudantes de Dos-por-Día, que en definitiva son un par de duros y experimentados jockeys de consola, vieron lo que estás a punto de ver, muchacho, llegaron a la conclusión de que su teclado estaba listo para el desguace. Como son profesionales tenían un teclado de repuesto. Lo pusieron en línea y vieron lo mismo. Fue entonces cuando decidieron telefonear a su patrón, el señor Dos-por-Día, quien, como podemos ver por este desorden, estaba por dar una fiesta...
—¡Eh! —exclamó Dos-por-Día con voz quebrada por la histeria—, ya te lo dije. Tenía aquí unos clientes a los que debía atender. Yo pagué a esos muchachos para que vigilaran, y estaban vigilando, y me telefonearon. Yo te llamé por teléfono. Al fin y al cabo, ¿qué mierda quieres?
—Lo que nos pertenece —respondió Beauvoir con suavidad—. Ahora mira esto, muy de cerca. Esta putada es lo que nosotros llamamos un fenómeno anómalo, en serio... —Tocó de nuevo el teclado, poniendo en marcha la grabación.
Del fondo del tanque surgieron flores líquidas de color blanco lechoso; Bobby, inclinándose hacia adelante, vio que parecían estar formadas por miles de esferas o burbujas diminutas que se alinearon exactamente con la retícula cúbica coagulándose en una densa estructura asimétrica de cabeza voluminosa, un objeto parecido a un hongo rectilíneo. Las superficies, las facetas, eran blancas y perfectamente lisas. La imagen del tanque no era más larga que la mano abierta de Bobby, pero para cualquiera que estuviese conectado a una consola habría sido enorme. El objeto desplegó un par de cuernos; éstos se alargaron, se curvaron, se convirtieron en pinzas que se abrieron en arco para abrazar la pirámide. Vio las puntas hundirse suavemente en los palpitantes planos anaranjados del hilo enemigo.
—Ella preguntó: «¿Qué estás haciendo?» —se oyó decir a sí mismo—. Quería saber por qué estaban haciendo eso, haciéndomelo a mí, matándome...
—Ah —dijo Beauvoir con voz queda—, ahora estamos llegando a algo.
No sabía adonde estaban yendo, pero se alegraba de haber salido de aquella silla. Beauvoir se inclinó para esquivar una lámpara fluorescente que pendía de un par de cables en espiral; Bobby lo seguía, casi resbalando en un charco de agua cubierta por una película verde. Fuera del claro donde Dos-por-Día tenía su sala de estar, el aire parecía más denso. Había un olor a invernadero, a humedad y a cosas que crecían. —De modo que así fue —dijo Beauvoir—, Dos-por-Día envió a algunos de sus amigos a los Covina Concourse Courts, pero tú ya te habías ido. También tu consola se había ido.
—Entonces —dijo Bobby—, no veo que sea precisa mente culpa de él. Quiero decir, si yo no hubiese ido al Leon's, y yo estaba buscando a Dos-por-Día, incluso tratando de llegar hasta aquí, él me habría encontrado, ¿verdad? —Beauvoir se detuvo para admirar una planta de cáñamo indio, floreciente y de abundante follaje, extendiendo un delgado y moreno dedo para acariciar suavemente las flores pálidas y sin color.
—Cierto —dijo—, pero esto es un asunto de negocios. Él debería haber asignado a alguien para que vigilase tu casa durante toda la ejecución del programa, asegurándose de que ni tú ni el software tomaran rumbos no programados.
—Bueno, mandó a Rhea y a Jackie al Leon's, porque yo las vi allí. —Bobby se llevó la mano al cuello de su pijama negro y rascó la herida sellada que le cruzaba el pecho y el vientre. Entonces recordó el objeto parecido a un ciempiés que Pye había utilizado como sutura, y rápidamente retiró la mano. Picaba, una línea recta de escozor, pero no quería tocarla.
—No, Jackie y Rhea son nuestras. Jackie es una mambo, una sacerdotisa, el caballo de Dambala. —Beauvoir continuó su camino, siguiendo lo que Bobby supuso debía de ser un sendero a través de la abigarrada selva de hidropónicos, aunque parecía avanzar sin rumbo determinado. Algunos de los arbustos más grandes estaban plantados en bolsas de basura de plástico verde llenas de humus negro. Muchas de éstas habían reventado, y pálidas raíces buscaban el fresco alimento en las sombras que dejaban las luces de neón, donde el tiempo y la progresiva caída de las hojas habían conspirado para producir una delgada capa de abono. Bobby llevaba un par de zapatillas de nailon negro que Jackie le consiguiera, pero ya había tierra húmeda entre los dedos de sus pies.
—¿Un caballo? —preguntó a Beauvoir, esquivando algo espinoso que sugería una palmera vuelta del revés.
—Dambala es su jinete, Dambala Wedo, la víbora. Otras veces, ella es el caballo de Aida Wedo, su esposa.
Bobby decidió cambiar de tema. —¿Cómo es que Dos-por-Día tiene un apartamento tan enorme? ¿Para qué sirven todos estos árboles y eso? —Sabía que cuando Jackie y Rhea lo empujaban en la silla de ruedas habían cruzado un umbral, pero desde entonces no había visto otra pared. Sabía también que la arcología ocupaba un número x de hectáreas, de forma que sí era posible que la casa de Dos-por-Día fuese muy grande; pero parecía muy poco probable que un traficante de software, incluso uno muy hábil, pudiese pagar por tanto espacio. Nadie podía pagar tanto espacio, y, ¿por qué querría alguien vivir en una selva hidropónica llena de goteras?
El último dermo estaba perdiendo su efecto, y la espalda y el pecho empezaban a arderle.
—Árboles de ficus, árboles de mapou... Todo este nivel de los Proyectos es un lieu saint, un lugar santo. —Beauvoir dio a Bobby un golpecito en el hombro y señaló unos retorcidos cordeles bicolores que colgaban de un árbol cercano. — Los árboles están consagrados a diferentes loa. Aquél es para Ougou, Ougou Feray, dios de la guerra. Hay muchas otras cosas que se cultivan aquí, hierbas que los curanderos necesitan, y otras que sólo son para diversión. Pero esto no pertenece a Dos-por-Día; esto es comunitario.
—¿Quieres decir que todos los habitantes de los Proyectos se dedican a esto? ¿A todos les gusta el vudú y esas cosas? —Era peor que las más oscuras fantasías de Marsha.
—No, hombre —y Beauvoir se echó a reír—. Hay una mezquita en lo alto, y diez o veinte mil bautistas esparcidos por el edificio, algunas iglesias de Cristo Cientí... Lo de siempre. Con todo —sonrió—, nosotros somos los que por tradición hacemos las cosas... Pero cómo empezó todo esto, este nivel, eso se remonta muy atrás. La gente que diseñó estos sitios, hace tal vez ochenta, cien años, se habían propuesto que fueran lo más autosuficientes posible: que produjesen alimentos, que se calentaran por sí mismos, que generaran energía, lo que fuese. Éste, si perforas lo bastante, está emplazado sobre una gran cantidad de agua geotérmica. Allá abajo está caliente de verdad, pero no tanto como para hacer andar un motor, así que no les proporcionaría la energía necesaria. Buscaron energía, en la azotea, con unos cien rotores Darrieus, de ésos a los que llaman batidoras de huevos. Instalaron una fábrica de viento, ¿entiendes? Hoy en día obtienen la mayoría de sus vatios de la Autoridad de Fisión, como todo el mundo.
Pero el agua geotérmica la bombean hasta un conmutador de calor. Es demasiado salada para beber, así que el conmutador no hace más que calentar el agua corriente normal de Nueva Jersey, que de todos modos hay muy poca gente a quien le guste...
Por fin se acercaban a una especie de muro. Bobby miró hacia atrás. Los charcos del barroso suelo de hormigón reflejaban las ramas de los árboles enanos cuyas pálidas y desnudas raíces se arrastraban hasta improvisadas cubas de fluido hidropónico.
—Entonces lo bombean dentro de los estanques de camarones, y crían muchos. El camarón crece muy rápido en el agua tibia. Después lo envían por canalizaciones abiertas en el hormigón, hasta aquí, para mantener este lugar caliente. Para eso era este nivel, para cultivar amaranto hidropónico, lechuga, cosas así. Luego lo bombean hasta los tanques de barbos donde las algas se comen la mierda de los camarones. Los barbos se comen las algas, y todo vuelve a empezar. O en todo caso la idea era ésa. Supongo que nadie se imaginó que alguien subiría al techo a tirar abajo los rotores Darrieus para levantar la mezquita, y tampoco se imaginaron otro montón de cambios. Así que terminamos con esto. Pero aún puedes conseguir unos camarones excelentes en los Proyectos... Y barbos, también.
Habían llegado a la pared. Estaba hecha de vidrio y cubierta por gruesas gotas de condensación. Pocos centímetros más allá había otra pared hecha de lo que parecía ser herrumbroso acero laminado. Beauvoir sacó una especie de llave de un bolsillo de su albornoz de piel de tiburón y la introdujo en un orificio abierto en un desnudo perfil de aleación que dividía una ventana en dos. En algún sitio cercano un motor se puso en marcha gimiendo. La gran persiana de acero rotó hacia arriba y hacia afuera, moviéndose espasmódicamente para revelar un panorama que Bobby había a menudo imaginado.
Debían de estar cerca del techo, en lo más alto de los Proyectos, porque el Gran Campo de Juego se había reducido a un punto que podía taparse con las dos manos. Los edificios de Barrytown parecían hongos grisáceos extendiéndose hasta el horizonte. Era casi de noche, y Bobby podía distinguir un resplandor rosado, más allá de la última fila de bloques de apartamentos.
—Aquello es el Sprawl, ¿verdad? Allá, eso rosado.
—Correcto, pero cuanto más te acercas, menos bonito se ve. ¿Te gustaría ir allí, Bobby? ¿El Conde Cero está listo para el Sprawl?
— Sí —dijo Bobby, las manos apoyadas contra el transpirado cristal—, no tienes idea... —El dermo había perdido todo su efecto, y la espalda y el pecho le dolían endemoniadamente.