Marly pasó la hora a la deriva en la lenta tormenta, contemplando la danza del hacedor de cajas. La amenaza de Paco no la había atemorizado, aunque no dudaba de que estuviese dispuesto a cumplirla. Ignoraba qué ocurriría si abrían la escotilla. Morirían. Ella moriría, y Jones, y Wigan Ludgate. Tal vez el contenido de la cúpula se dispersaría en el espacio, una nube floreciente de encaje y plata manchada, canicas y pedazos de cordel, hojas marrones de libros viejos, en órbita perpetua alrededor de los núcleos. Aquello tenía el tono adecuado, de algún modo; el artista que había puesto al hacedor de cajas en movimiento se sentiría complacido...
La caja nueva giraba a través de una ronda de garras acolchadas. Descartados fragmentos rectangulares de madera y vidrio salían en remolino del foco de creación para unirse a las mil cosas, y ella estaba perdida en el remolino, cautivada, cuando Jones, con los ojos muy abiertos, la cara cubierta de polvo y sudor, se izó hasta el interior de la cúpula, arrastrando el traje rojo atado a una cuerda. —No consigo meter al Wig en un lugar que pueda sellar —dijo—, así que esto es para ti... —El traje giraba debajo de él, y Jones lo agarró, nervioso.
—No lo quiero —dijo Marly mientras contemplaba la danza.
— ¡Póntelo! ¡Ahora! ¡No queda tiempo! —Su boca se movía, pero no emitía sonido alguno. Trató de sujetarla por el brazo.
—No —dijo ella, esquivando su mano—. ¿Y tú?
—¡Ponte el maldito traje! —rugió Jones, despertando la gama más profunda de ecos.
—No.
Detrás de él, Marly vio que la pantalla titilaba al encenderse, y en ella aparecieron las facciones de Paco.
—Señor ha muerto —anunció Paco, el rostro inexpresivo—, y sus diversos intereses están en proceso de reorganización. En el ínterin, se requiere mi presencia en Estocolmo. Estoy autorizado para informar a Marly Krushkhova de que ya no está al servicio del difunto Josef Virek, ni tampoco al de sus herederos. Su pago está disponible en su totalidad en cualquier sucursal del Banco de Francia, previa presentación de una identificación válida. Las declaraciones fiscales pertinentes obran en poder de las autoridades impositivas francesas y belgas. Las líneas de crédito operativo han sido invalidadas. Los antiguos núcleos empresariales de la Tessier-Ashpool S.A. son propiedad de una de las entidades subsidiarias del fallecido Herr Virek, y todo individuo que se encuentre en dicho recinto será acusado de invasión de propiedad.
Jones permaneció inmóvil, con el brazo en alto, la mano tensa, abierta para endurecer el borde de la palma con el que se disponía a golpear...
Paco desapareció.
—¿Me vas a pegar? —preguntó ella.
El dejó caer el brazo. —Estaba a punto. Desmayarte y meterte en este maldito traje... —Se echó a reír.—Pero me alegra no tener que hacerlo... Mira, ha hecho otra.
La nueva caja salió dando volteretas de la inquieta danza de brazos.
Marly la atrapó con felicidad.
El interior, bajo el rectángulo de cristal, estaba prolijamente forrado con los fragmentos de cuero recortados de su chaqueta. Siete etiquetas numeradas de holoficha se alzaban del fondo de cuero negro de la caja como lápidas de miniatura. El estrujado envoltorio de un paquete de Gauloise estaba montado contra el cuero negro de la pared posterior, y al lado había una caja de cerillas gris a rayas negras, de una brasserie de la Court Napoleón.
Y eso era todo.
Más tarde, cuando Marly lo ayudaba a buscar a Wigan Ludgate en el laberinto de pasillos al otro extremo de los núcleos, él se detuvo, sujeto de un mango soldado, y dijo: —¿Sabes?, lo curioso de esas cajas...
—¿Sí?
—Es que a Wig le pagaban mucho por ellas, en algún sitio en Nueva York. Dinero, quiero decir. Pero a veces también otras cosas, cosas que volvían a subir...
—¿Qué tipo de cosas?
—Software, supongo. Es endiabladamente reservado respecto de lo que él cree que las voces le dicen que haga... Una vez, fue algo que él juraba que era biosoft, ese material nuevo...
—¿Qué hizo con él?
—Lo descargó todo en los núcleos. —Jones se encogió de hombros.
—¿Lo conservó, entonces?
—No —respondió él—, lo que hacía era tirarlo en lo que fuera que hubiésemos logrado recoger para el próximo envío. Sólo lo conectaba a los núcleos y luego lo revendía por lo que le diesen.
—¿Sabes por qué lo hacía? ¿De qué se trataba?
—No —dijo Jones, perdiendo interés en su relato—, sólo decía que los designios del Señor son extraños... —Hizo un gesto de indiferencia.— Decía que a Dios le gustaba hablar consigo mismo...