Más adelante aquella tarde, después de que todo el ruido y las celebraciones se hubieran apagado, Will se sentó a solas en la minúscula veranda de la pequeña cabaña de Halt. En la mano sostenía un pequeño amuleto de bronce, con la forma de una hoja de roble y una cadena de acero enganchada con un anillo en la parte superior.
—Es nuestro símbolo —le había explicado su maestro cuando se lo dio tras los eventos del castillo—. El equivalente a un escudo de armas de un montaraz.
Luego se había puesto a rebuscar entre su propia ropa y había sacado una hoja de roble con idéntica forma, en una cadena alrededor de su cuello. La forma era idéntica pero el color era diferente. La hoja de roble que Halt llevaba era de plata.
—El bronce es el color de los aprendices —le había contado Halt—. Cuando termines tu entrenamiento, recibirás una hoja de roble de plata como ésta. Todos la llevamos en el Cuerpo de Montaraces, ya sea de plata o de bronce —había desviado su mirada del muchacho por unos minutos, luego había añadido, su voz un poco ronca—: En rigor, no deberías recibirla hasta haber pasado tu primera evaluación. Pero dudo que nadie vaya a discutirlo, tal y como han resultado las cosas.
La pieza de metal de curiosas formas tenía ahora un brillo pálido en la mano de Will mientras pensaba en la decisión que había tomado. Le parecía muy extraño haber abandonado de manera voluntaria algo en cuya esperanza había centrado la mayor parte de su vida: la oportunidad de pasar por la Escuela de Combate y ocupar su lugar como caballero en el ejército del castillo de Redmont.
Jugueteó con la hoja de roble de bronce y la cadena girando alrededor de su dedo índice, dejaba que subiera dando vueltas por el dedo y aflojaba después el movimiento en espiral. Suspiró profundamente. La vida podía ser muy complicada. Muy dentro de sí, sentía que había tomado la decisión correcta. Y un poco más profundo incluso, quedaba un minúsculo hilo de duda.
Se dio cuenta con un sobresalto de que había alguien de pie a su lado. Era Halt, vio en cuanto se giró con rapidez. El montaraz se agachó y se sentó junto al muchacho sobre la tarima de pino de la estrecha veranda. Ante ellos, el sol bajo del atardecer se filtraba a través de las luminosas hojas del bosque y la luz parecía danzar y girar según la brisa ligera sacudía el follaje.
—Un gran día —dijo en voz baja, y Will asintió—. Y una gran decisión la que has tomado —dijo el montaraz después de un silencio de varios minutos entre ellos.
Esta vez Will se giró y le miró.
—Halt, ¿tomé la decisión correcta? —preguntó por fin con una clara angustia en la voz.
Halt apoyó los codos en las rodillas y se inclinó un poco hacia delante, entrecerrando los ojos hacia el destello veteado a través de los árboles.
—En lo que a mí respecta, sí. Yo te elegí como aprendiz y puedo ver todo el potencial que tienes para ser un montaraz. Incluso casi ha llegado a gustarme tenerte por aquí dándome la lata —añadió con el mínimo signo de una sonrisa—. Pero mis sentimientos, mis deseos, no son importantes en esto. La decisión correcta para ti es la que tú desees más.
—Siempre quise convertirme en un caballero —dijo Will, y entonces se fijó, con una sensación de sorpresa, en que había construido la frase en pasado. Aunque sabía que una parte de él aún lo quería.
—Es posible, por supuesto —dijo Halt con calma—, querer hacer dos cosas diferentes al mismo tiempo. La elección se convierte entonces sólo en saber cuál de las dos deseas más.
No era la primera vez que le daba la sensación de que Halt tenía algún modo de leer su mente.
—Si eres capaz de resumirlo en una idea, ¿cuál es la razón principal por la que te sientes un poco desilusionado por haber rechazado la oferta del barón? —continuó Halt.
Will valoró la pregunta.
—Imagino… —dijo despacio—. Siento que al rechazar la Escuela de Combate en cierto modo estoy defraudando a mi padre.
Las cejas de Halt se elevaron de golpe por la sorpresa.
—¿Tu padre? —repitió, y Will asintió.
—Fue un guerrero poderoso —le dijo al montaraz—. Un caballero. Murió en el monte Hackham combatiendo a los wargals, un héroe.
—Estás seguro de todo eso, ¿verdad? —le preguntó Halt, y Will asintió.
Éste era el sueño que le había sustentado durante los largos y solitarios años en los que no sabía quién era o quién iba a ser. El sueño se había hecho realidad ahora para él.
—Fue un hombre del que cualquier hijo estaría orgulloso —dijo finalmente, y Halt asintió.
—Eso seguro que es cierto.
Había algo en su voz que hizo vacilar a Will. Halt no estaba simplemente reconociéndolo por educación. Will se volvió rápidamente hacia él, percatándose de todas las implicaciones de las palabras del montaraz.
—¿Le conociste, Halt? ¿Conociste a mi padre?
Había un rayo de esperanza en los ojos del muchacho, que pedían la verdad a gritos, y el montaraz asintió con sobriedad.
—Sí, lo hice. No le conocí por mucho tiempo, pero creo que podría decir que le conocí bien. Y tienes razón, puedes estar totalmente orgulloso de él.
—Fue un guerrero poderoso, ¿verdad? —dijo Will.
—Fue un soldado —reconoció Halt—. Un luchador fuerte…
—¡Lo sabía! —dijo Will, feliz—. ¡Fue un gran caballero!
—Un sargento —dijo Halt en voz baja, no falto de amabilidad.
Will se quedó con la boca abierta, las siguientes palabras que iba a pronunciar se congelaron en su garganta. Finalmente, desconcertado, consiguió decir:
—¿Un sargento?
Halt asintió. Podía ver la decepción en los ojos del muchacho y le pasó un brazo por encima de los hombros.
—No juzgues la valía de un hombre por su posición en la vida, Will. Tu padre, Daniel, fue un soldado leal y valiente. No tuvo la oportunidad de ir a la Escuela de Combate porque su comienzo en la vida fue como un granjero. Pero, si lo hubiera hecho, habría sido uno de los caballeros más grandes.
—Pero él… —empezó triste el chico.
El montaraz le detuvo y prosiguió en el mismo tono de voz suave, amable, convincente.
—Porque sin tomar ninguno de los votos o el entrenamiento especial de los caballeros, vivió según los más altos ideales de la caballería, la nobleza y el valor. En realidad fue unos días después de la batalla del monte Hackham, mientras Morgarath, sus wargals se defendían en su retirada hacia el Paso de los Tres Escalones. Un contraataque repentino nos cogió por sorpresa y tu padre vio a un compañero rodeado por una tropa de wargals. El hombre estaba en el suelo y a punto de ser descuartizado cuando tu padre le echó una mano.
La luz comenzó de nuevo a brillar en los ojos del muchacho.
—¿Lo hizo? —preguntó Will con los labios formando apenas las palabras, y Halt asintió.
—Lo hizo. Y abandonó la seguridad de la formación de combate y saltó al frente, armado tan sólo con una lanza. Se mantuvo sobre su compañero herido y le protegió de los wargals. Mató a uno con la lanza, después otro le partió la cabeza de la pica y dejó a Daniel sólo con el asta. Así que la usó como un bastón y tumbó a otros dos, ¡izquierda, derecha! ¡Así!
Sacudió la mano de izquierda a derecha para demostrárselo. La mirada de Will se concentraba en él, viendo la batalla según el montaraz se la describía.
—Le hirieron entonces, cuando le rompieron el asta de la lanza en otro ataque. Habría sido suficiente para matar a la mayoría de los hombres. Pero él, sencillamente, tomó la espada de uno de los wargals que había matado y acabó con tres más, sangrando todo el tiempo de la herida enorme en su costado.
—¿A tres? —preguntó Will.
—Tres. Tenía la velocidad de un leopardo. Y recuerda, como lancero nunca había entrenado en serio con la espada.
Hizo una pausa recordando aquel lejano día.
—Sabes, por supuesto, que no hay prácticamente nada a lo que teman los wargals, ¿no? Los llaman los Descerebrados, y una vez que comienzan una batalla, casi siempre la terminan. Casi siempre. Aquélla fue una de las pocas veces que he visto a los wargals atemorizados. Mientras que tu padre golpeaba de uno a otro lado, comenzaron a retroceder. Despacio al principio. Después corrieron. Simplemente se dieron la vuelta y corrieron. Nunca he visto a ningún otro hombre, ningún caballero, ningún poderoso guerrero, que pudiera hacer huir corriendo de miedo a los wargals. Tu padre lo hizo. Pudo haber sido un sargento, Will, pero fue el guerrero más poderoso que yo jamás he tenido el privilegio de ver. Entonces, cuando los wargals se retiraban, cayó sobre una rodilla junto al hombre al que había estado protegiendo, aún intentaba protegerle, aunque sabía que él mismo se estaba muriendo. Había recibido una media docena de heridas, pero probablemente fue la primera la que le mató.
—¿Y su amigo se salvó? —preguntó Will con un hilo de voz.
Halt le miró un poco confuso.
—¿Su amigo? —preguntó.
—El hombre al que protegió —le explicó Will—. ¿Sobrevivió?
En cierto modo, pensó que habría sido una tragedia si el valeroso intento de su padre no hubiera tenido éxito.
—No eran amigos —dijo Halt—. Hasta aquel momento, él nunca había visto al otro hombre —hizo una pausa, después añadió—: Ni yo a él.
La importancia de aquellas cuatro últimas palabras se hundió bien profundo en la conciencia de Will.
—¿Tú? —susurró—. ¿Eras tú el hombre al que salvó?
Halt asintió.
—Como te dije, sólo le conocí durante unos minutos. Pero él hizo más por mí que cualquier otro hombre, antes o después de aquello. Cuando se estaba muriendo, me habló de su mujer, y de cómo estaba ella sola en su granja, esperando un bebé para uno de aquellos días. Me suplicó que me encargase de que alguien la cuidara.
Will miró al rostro barbudo, adusto, que tan bien había llegado a conocer. Había una profunda tristeza en los ojos de Halt al recordar aquel día.
—Llegué demasiado tarde para salvar a tu madre. Fue un parto difícil y murió poco después de que tú nacieses. Yo te traje aquí y el barón Arald estuvo de acuerdo en que debías ser educado en la Sala, hasta que tuvieras la edad suficiente para convertirte en mi aprendiz.
—Pero todos estos años, tú nunca… —Will se detuvo, sin saber qué decir.
Halt le sonrió con algo de tristeza.
—¿Nunca revelé que te había dejado en la Sala? No. Piénsalo, Will. La gente es… rara con los montaraces. ¿Cómo habrían reaccionado contigo cuando fueras creciendo? ¿Haciéndose preguntas sobre qué tipo de criatura extraña serías? Decidimos que sería mejor que nadie conociese mi interés por ti.
Will asintió. Halt tenía razón, por supuesto. La vida como pupilo había sido bastante difícil. Lo habría sido mucho más si la gente hubiera sabido que existía algún tipo de conexión entre él y Halt.
—Entonces, ¿me tomaste como aprendiz por mi padre? —dijo Will, pero esta vez Halt negó con la cabeza.
—No. Me aseguré de que cuidaran de ti por tu padre. Te escogí porque demostraste tener las capacidades y habilidades que son necesarias. Y también pareces haber heredado algo del coraje de tu padre.
Se produjo un largo silencio entre ellos mientras Will asimilaba el relato del increíble combate de su padre. De alguna forma, la verdad era más conmovedora, más inspiradora que cualquier fantasía que se hubiera podido inventar a lo largo de los años para sustentarse. Al cabo del tiempo, Halt se levantó para irse y él sonrió agradecido a la figura entrecana, ahora silueteada contra el cielo mientras se apagaba la última luz del día.
—Creo que a mi padre le hubiera gustado que escogiera como lo he hecho —dijo deslizando la cadena con la hoja de roble de bronce por encima de su cabeza.
Halt simplemente asintió una vez, después se volvió y se metió en la cabaña, dejando a su aprendiz con sus propios pensamientos.
Will permaneció sentado en silencio durante algunos minutos. Casi sin querer, su mano se dirigió a tocar el símbolo de la hoja de roble de bronce que colgaba de su cuello. La brisa del anochecer le traía los leves sonidos del patio de instrucción de la Escuela de Combate y el incesante martilleo y el golpeteo de las armaduras que llevaban oyendo, noche y día, durante la última semana. Eran los sonidos del castillo de Redmont, preparándose para la guerra que se avecinaba.
Y extrañamente, por primera vez en su vida, se sintió en paz.