Will no podía evitar sonreír. No podía imaginar nada menos parecido a un feroz jabalí a la carga.
—¿Cómo sabías que estaba ahí? —preguntó a Halt en voz baja.
El montaraz se encogió de hombros.
—Le vi hace unos minutos. Acabarás aprendiendo a sentir cuándo te vigila alguien. Después, sabes cómo buscarlos.
Will movió la cabeza, admirado. La capacidad de observación de Halt era increíble. Nadie del castillo, por milagroso que fuera, le había asombrado tanto.
—Entonces —dijo Halt con seriedad—, ¿por qué andas merodeando? ¿Quién te ha dicho que nos espíes?
El viejo juntó las manos con nerviosismo, sus ojos en un vaivén entre la expresión imponente de Halt y la punta de la flecha, entonces abajo pero aún engarzada en la cuerda del arco de Will.
—¡Espiando no, señor! ¡No, no! ¡Espiando no! ¡Les oí llegar y pensé que era ese puerco monstruoso que volvía!
Las cejas de Halt se juntaron.
—¿Pensaste que yo era un jabalí? —preguntó.
Otra vez, el granjero negó con la cabeza.
—No. No. No —balbució—. ¡Por lo menos, no desde el momento en que les vi! Pero después no estuve muy seguro de quiénes podían ser. Podía tratarse de bandidos, o algo así.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Halt—. No eres de estos parajes, ¿verdad?
El granjero, ansioso por agradar, sacudió la cabeza una vez más.
—¡Vengo de Willowtree Creek, sí señor! —dijo—. Siguiéndole los pasos al puerco y con la esperanza de encontrar a alguien que lo transformase en panceta.
De pronto, Halt mostró un gran interés. Abandonó el burlesco tono severo en el que había estado hablando.
—¿Has visto al jabalí, entonces? —preguntó, y el granjero juntó las manos de nuevo y, nervioso, miró alrededor, como si temiese que el puerco pudiera aparecer de entre los árboles en cualquier momento.
—Lo he visto. Lo he oído. No lo quiero ver más. Es malo, señor, ya lo verá.
Halt volvió a observar las huellas.
—Desde luego que es grande, al menos —se dijo.
—¡Y malvado, señor! —continuó el granjero—. Ése tiene un verdadero demonio por carácter. ¡Vaya, si es capaz de descuartizar a un hombre o un caballo como el que se toma el desayuno, sí señor!
—¿Y qué tenías pensado hacer con él? —preguntó Halt, y después añadió—: ¿Cómo te llamas, por cierto?
El granjero hizo una reverencia con la cabeza y se tocó con los nudillos en la frente a modo de saludo.
—Peter, señor. Peter Sal, me llaman, a cuenta de que me gusta echarle un poco de sal a la carne, sí señor.
Halt asintió.
—Estoy seguro de ello —dijo con paciencia—. Pero ¿qué esperabas hacer con ese jabalí?
Peter Sal se rascó la cabeza y pareció un poco perdido.
—No lo sé muy bien. Esperaba quizás encontrarme con un soldado o un guerrero o un caballero para librarme de él. O quizás un montaraz —añadió como una ocurrencia de último momento.
Will sonrió. Halt se levantó de donde había estado apoyado sobre una rodilla para examinar las huellas. Se sacudió un poco de nieve de la rodilla y caminó de vuelta hasta donde permanecía Peter Sal, cambiando nervioso su apoyo de un pie a otro.
—¿Ha estado creando muchos problemas? —preguntó el montaraz, y el viejo granjero asintió rápidamente varias veces.
—¡Sí que lo ha hecho, señor! ¡Sí que lo ha hecho! Ha matado a tres perros, destrozado campos y vallas, sí señor. Y casi mata a mi yerno cuando trató de detenerle. ¡Como dije, señor, es malo!
Halt se frotó la barbilla, pensativo.
—Mmm —dijo—. Bien, no cabe duda de que sería mejor que hiciéramos algo al respecto —levantó la mirada hacia el sol, que descendía sobre el horizonte en el cielo del oeste, después se volvió hacia el chico—. ¿Cuánto tiempo de luz dirías que nos queda, Will?
Will estudió la posición del sol. Aquellos días, Halt nunca dejaba pasar una oportunidad de enseñarle, o preguntarle, o poner a prueba sus conocimientos y habilidades en desarrollo. Sabía que era mejor valorar cuidadosamente la respuesta antes de darla. Halt prefería las respuestas exactas, no las rápidas.
—¿Un poco más de una hora? —dijo Will.
Vio cómo las cejas de Halt se unían al fruncir el ceño y recordó también que al montaraz le disgustaba que le respondieran con una pregunta.
—¿Me lo estás preguntando o me lo estás diciendo? —dijo Halt.
Will negó con la cabeza, molesto consigo mismo.
—Algo más de una hora —respondió con más confianza, y, esta vez, el montaraz hizo un gesto de acuerdo.
—Correcto —se volvió de nuevo al viejo granjero—. Muy bien, Peter Sal, quiero que lleves un mensaje al barón Arald.
—¿El barón Arald? —preguntó nervioso el granjero.
Halt frunció el ceño otra vez.
—¿Ves lo que has hecho? —le dijo a Will—. ¡Aquí le tienes ahora respondiendo con preguntas a las preguntas!
—Lo siento —farfulló Will, sonriendo sin querer.
Halt meneó la cabeza y continuó hablando a Peter Sal.
—Eso es, el barón Arald, encontrarás su castillo un par de kilómetros más adelante por este camino.
Peter Sal oteó con una mano a modo de visera, al tiempo que miraba por el camino como si pudiera ver ya el castillo.
—¿Un castillo, dice? —articulo, asombrado—. ¡Nunca he visto un castillo!
Halt suspiró impaciente. Mantener la mente del viejo charlatán centrada en el asunto estaba empezando a irritarle.
—Eso es, un castillo. Luego, ve al guardia de la puerta…
—¿Es un castillo grande? —preguntó el viejo.
—¡Es un castillo enorme! —le gruñó Halt.
Peter Sal retrocedió asustado. Su rostro mostraba una mirada herida.
—No hace falta gritar, joven —le dijo malhumorado—. Sólo estaba preguntando, eso es todo.
—Bien, entonces, deja de interrumpirme —dijo el montaraz—. Aquí estamos perdiendo el tiempo. Ahora, ¿me estás escuchando?
Peter Sal asintió.
—Bien —prosiguió Halt—. Ve al guardia de la puerta y dile que tienes un mensaje de Halt para el barón Arald.
Una mirada de reconocimiento se extendió por el rostro del viejo.
—¿Halt? —preguntó—. Pero no el montaraz Halt, ¿no?
—Sí —respondió Halt, cansado—, el montaraz Halt.
—¿El que dirigió la emboscada sobre los wargals de Morgarath? —preguntó Peter Sal.
—El mismo —dijo Halt con una peligrosa voz grave.
Peter Sal miró a su alrededor.
—Bueno —dijo—. ¿Dónde está?
—¡Yo soy Halt! —tronó el montaraz mientras le plantaba la cara a unos pocos centímetros a Peter Sal.
Otra vez, el granjero reculó algunos pasos. Reunió entonces coraje y negó con la cabeza en un gesto de incredulidad.
—No, no, no —dijo sin dudarlo—, usted no puede ser él. Vaya, el montaraz Halt es tan alto y corpulento como dos hombres. ¡Un gigantón, sí señor! Valiente, feroz en la batalla, sí señor. Usted no puede ser él.
Halt se volvió y se alejó en un intento por recuperar la calma. Will no podía evitar que la sonrisa brotase en su rostro de nuevo.
—Yo… soy… Halt —dijo el montaraz espaciando sus palabras para que Peter Sal no pudiera cometer ningún error—. Era más alto de joven, y mucho más ancho. Pero éste es el tamaño que tengo ahora —clavó sus ojos refulgentes en los del granjero y se le quedó mirando—. ¿Entiendes?
—Bueno, si usted lo dice… —concedió Peter Sal. No creía aún al montaraz, pero un brillo muy peligroso en sus ojos le avisó de que no sería inteligente seguir negándolo.
—Bien —dijo Halt con mucha frialdad—. Entonces, le dices al barón que Halt y Will…
Peter Sal abrió la boca para hacer otra pregunta. Halt se la tapó con la mano de inmediato y señaló al lugar donde permanecía Will junto a Tirón.
—Ese de ahí es Will —Peter Sal asintió, sus ojos de par en par sobre la mano que le sujetaba la boca con firmeza para detener ulteriores preguntas e interrupciones. El montaraz continuó—: Dile que Halt y Will están rastreando un jabalí. Cuando encontremos su madriguera, volveremos al castillo. Mientras tanto, el barón deberá organizar a sus hombres para una cacería mañana por la mañana —retiró despacio la mano de la boca del granjero—. ¿Lo has captado todo? —le preguntó el montaraz.
Peter Sal asintió con cuidado.
—Entonces repítemelo.
—Ir al castillo, decirle al guardia de la puerta que tengo un mensaje de usted… Halt… para el barón. Decirle al barón que usted… Halt… y él… Will… están rastreando un jabalí para encontrar su madriguera. Decirle que tenga a sus hombres listos para la cacería mañana.
—Bien —dijo Halt. Le hizo un gesto a Will y se subieron a sus sillas.
Peter Sal permaneció dubitativo en el camino, mirándolos.
—Márchate —le dijo Halt mientras señalaba en la dirección del castillo.
El viejo granjero dio entonces unos pocos pasos y después, cuando juzgó encontrarse a una distancia segura, se volvió y le voceó al montaraz de rostro adusto:
—¿Sabe? ¡No le creo! ¡Nadie mengua y se encoge!
Halt suspiró y giró su caballo hacia el interior del bosque.