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– Susana, te presento a Benazir Rajman. Benazir, Susana Sánchez, la Dama Delfín.

La etóloga frunció el ceño.

– Me han hablado mucho de usted y su excelente labor -Benazir le estrechó calurosamente la mano.

– Muchas gracias. Yo… -trató de encontrar una expresión amable que no revelase su ignorancia sobre la otra mujer. Sintiéndose una boba, repitió-: Muchas gracias.

Benazir Rajman sonrió con dulzura. Era una mujer de unos treinta y cinco años, alta y de largo pelo negro, con las cejas finamente arqueadas, nariz recta y cuello nefertítico. Sus rasgos eran grandes y atractivos. Llevaba un vestido occidental y una cadena de oro al cuello, con grandes discos de ese metal.

– ¿Me acompaña? -Benazir hizo un gesto de invitación-. ¿Qué le parecería recorrer el Sistema Solar? A pie.

Casanova soltó una risa discreta y Susana consideró que también debía hacerlo.

– Esto es Hoyle, la segunda Gran Pirámide de Elysium -dijo Benazir-. Está enteramente dedicada a la visión cosmogónica de los marcianos. Describe el Sistema Solar y la Galaxia, tal y como eran hace quinientos millones de años, según los conocimientos científicos que poseían.

Se encontraban en la base de la pirámide, un perfecto triángulo equilátero de ochocientos metros de lado. Los cuerpos del Sistema Solar estaban representados en hologramas a escala, iluminados por el globo solar que ocupaba el centro.

Les guió a través de aquella increíble maqueta.

– Éste era el Sistema Solar de los marcianos. A escala. Mercurio está a siete metros del Sol; la Tierra, a dieciocho metros; Marte, a veintisiete metros, etcétera. Similar al nuestro, aunque con ciertas diferencias.

Se detuvo junto a una diminuta esfera roja que flotaba en la oscuridad. Marte, comprendió Susana. Cuando Benazir se acercó al holograma que lo representaba, éste se hinchó como un globo. Susana no pudo evitar un sobresalto.

Marte era claramente un mundo habitado.

La esfera mostraba luces de ciudades en su lado nocturno, así como la torre orbital. Parecía una Tierra en miniatura, con grandes mares y extensas zonas de bosque. Sus dos grandes cicatrices actuales, el Valle Marineris y Olympus Mons, no aparecían por ningún lado.

Susana, fascinada, localizó la Tierra y se acercó a ella. Era tal y como debería de haber sido hacía quinientos millones de años, con las masas terrestres desplazadas de su posición, antes de que se formase el supercontinente de Pangea.

También estaba representada una casi irreconocible Luna.

– Bien, tiene la proporción y el tamaño adecuados -explicó Benazir sobre su hombro-, sin embargo, está mucho más lejos.

La superficie lunar estaba repleta de cúpulas y hábitats.

Susana se acercó a Venus, moviéndose entorno al Sol como un cometa de período corto.

El planeta estaba ocupado por un gran océano, del que sobresalían dos continentes-isla.

– Los hemos identificado como la Tierra de Isthar y la Tierra de Afrodita -Benazir apuntó con el dedo-, así como numerosos archipiélagos, correspondientes a las regiones Alfa y Beta, el monte Hator y otros inexistentes en la actualidad.

– ¿Por qué Venus ha sido representado girando al revés?

– Es curioso -dijo la astrónoma- pero una segunda mirada al Sistema Solar actual puede mostrarnos muchas cosas; algunos indicios nos hablan de un pasado tormentoso. Venus, por ejemplo, es hoy el único planeta que tiene giro retrógrado. Algo debió golpearlo tan fuerte que le hizo dar una vuelta de campana. Al igual que Marte, que fue convertido en el mundo desierto que conocemos.

– ¿Y la Tierra? -preguntó Susana-, si sufrió un destino similar, ¿dónde están los restos de esa civilización?

– Eso fue antes de la Era Primaria -recordó Casanova-. No se han conservado muchos fósiles de esa época; y los que hay son algo enigmáticos. Hay pocas rocas sedimentarias tan antiguas. Los procesos metamórficos debieron borrar toda huella de fósiles.

– Los restos únicamente han perdurado en Marte, un planeta frío y seco, sin apenas actividad orogénica -añadió la astrónoma-. Quizá por eso fue el elegido como emplazamiento de todo esto.


El Júpiter del pasado se parecía mucho al actual, aunque sin la mancha roja. Benazir tocó su superficie holográfica; esta vez no se formó una representación clara de una criatura, sino una estilizada forma verde brillante, casi enceguecedora, rodeada de ideogramas.

– ¿Qué significa? -preguntó Susana.

– ¿Te recuerda a algo en concreto? -preguntó a su vez Benazir.

– Un cohete. -Susana se encogió de hombros-. Un submarino. Un delfín. Un pez. Un cigarro puro. ¿Qué es?

– Markus piensa que es una especie de deidad de los marcianos -dudó Benazir-. Lo ha llamado Taawatu.

– ¿Qué piensas tú?

– No lo sé -admitió Benazir-. Lo cierto es que los marcianos se preocuparon de diferenciarlo del resto de los hologramas. Realmente parece un dios, pero… me cuesta admitir que seres tan avanzados tuvieran supersticiones. Creo que más bien hace referencia a algo real, y de una gran importancia.

– Ahora comprendes por qué necesitábamos a alguien con experiencia en comunicación con no-humanos -dijo Casanova. Parecía dubitativo-. Quizá tú puedas darnos algo de luz.

– Creo que… -musitó Susana, sin apartar la mirada del estilizado ideograma- esperáis demasiado de mí.

– En realidad -suspiró Benazir- cualquier aportación será de gran importancia.

A Susana no le hacía ninguna gracia toda aquella responsabilidad, pero dijo:

– Me pondré a trabajar inmediatamente.

– Estupendo, pero antes quiero mostrarte algo más -dijo Benazir.

Caminaron hacia el borde de aquel Sistema Solar en miniatura, a casi setecientos metros. Tras atravesar la órbita dé Neptuno vieron un intenso resplandor rojo que se formaba ante ellos, tomando el aspecto de unos ideogramas de aspecto siniestro.

– Una advertencia -musitó Benazir antes de que Susana tuviera tiempo de preguntar.

– El color de la sangre de los marcianos era roja, igual que la nuestra -dijo Casanova-. Quizás el color rojo tuviera para ellos las mismas connotaciones que para nosotros…

Susana no estaba muy convencida. En China, el rojo es el color de la buena suerte, pero siguió escuchando.

– Con bastante fiabilidad -siguió diciendo Casanova-, nuestras sondas interplanetarias han establecido que el haz de positrones fue disparado desde un año luz de distancia… -inspiró aire- y empleo deliberadamente la palabra disparado.

– ¿Qué clase de arma podría hacer algo así?

Casanova se encogió levemente de hombros.

– Nuestros misteriosos enemigos tienen la capacidad de crear antimateria en grandes cantidades, y empujarla hasta alcanzar velocidades relativistas. Para hacer algo así necesitarían disponer de un acelerador lineal del tamaño de un planeta, por lo menos…

– Pero esa precisión… -dudó Susana- desde un año-luz de distancia…

– El haz viajaba a velocidad relativista -explicó Benazir-. Por ello no tuvo mucho tiempo de dispersarse por la repulsión eléctrica -Susana la miró con cara de no entender-; el tiempo transcurría más despacio para esos positrones, debido a la velocidad, muy cercana a la de la luz. Eso debió facilitar la labor de apuntar el rayo con precisión.

»La anchura del haz, al llegar al Sistema Solar interior, la estimamos en unos diez segundos luz, lo que implica que en su origen debió tener menos de un segundo de apertura… para ser más precisos, si hubiera procedido de con exactitud un año-luz de distancia, unas 7 centésimas de segundo.

– ¿Y es posible que…? -Susana buscó las palabras adecuadas-. Quiero decir, al parecer, nuestros enemigos provienen, o se han establecido, en la nube de cometas que rodea el Sistema Solar…

Benazir asintió.

– Hace años que se especula con la posibilidad de que la vida naciera en los cometas, en la nube de Oort…

– La hipótesis de la panespermia -comentó Susana pensativa -, propuesta por Fred Hoyle hace más de sesenta años…

– Precisamente. ¿Qué opinas tú?

– Nunca me ha convencido. Y Hoyle era astrónomo, no biólogo.

Benazir sonrió ante la evidente falta de tacto de Susana.

– Orwel y Crick eran biólogos, y pensaban igual…

– El que Crick ganara el Nobel por el descubrimiento de la doble hélice debió subírsele a la cabeza.

– De cualquier forma -intervino Casanova intentando reconducir el tema- creemos que, los que nos dejaron estos hologramas, querían advertirnos sobre un peligro que vendría de la Nube de Oort… Y hay algo que continuamente nos ha estado visitando desde Oort…

– ¿Te refieres a los cometas de período largo? -preguntó Susana.

– Exacto -dijo Benazir señalando a su alrededor-. Aquí también están catalogados más de un centenar de cometas. Ninguno de ellos se corresponde con cometas de la actualidad, claro, pues ya sabemos que los cometas son efímeros, muy pocos sobreviven a unas pocas aproximaciones al Sol. Pero es evidente que los cometas preocupaban a los antiguos marcianos; y ahora también deberían empezar a preocuparnos a nosotros.

Benazir meditó un momento antes de continuar:

– Acompañadme.

Condujo a Susana y a Casanova hasta una pequeña sala adosada al gran espacio del planetario. En ella había una pequeña litera, aparatos proyectores, ordenadores… Parecía a la vez el lugar de descanso y de trabajo de la astrónoma. Quizás ella no hacía grandes distinciones entre una cosa y otra.

Benazir tomó un micro y dijo: reproduce. El ordenador de la sala atenuó las luces e iluminó una pantalla mural.

Apareció un panorama desértico, cuyo cielo azul indicaba la Tierra. En la arena rojiza se destacaban matas de hierbas espinosas y cactus. Una gran mancha blanca, reluciendo cegadora bajo el sol, indicaba un lago salado seco.

La mujer dijo: pasa. El cuadro siguiente mostraba un cráter de impacto. La lava se había solidificado, formando una pendiente no muy pronunciada de roca volcánica. Con esfuerzo, un hombre trepaba por la resquebrajada costra; era la única referencia para calcular las verdaderas dimensiones del cráter.

– Mar de Aral -explicó Benazir-, en la frontera entre Kazakistán y Uzbekistán. Esta filmación fue obtenida hace casi diez años, por el padre Álvaro.

– ¿Quién? -preguntó Susana.

– Álvaro. Un franciscano -explicó Casanova-, ya lo conocerás…

Nueva diapositiva. Mostraba el interior del cráter, tapizado por una singular vegetación.

– Más tarde fueron encontradas formaciones similares repartidas por toda la Tierra. Se calcula que algunas tenían varios años de edad. Fíjate en todas esas flores. No hay nada en la Tierra semejante a eso, los botánicos lo juran por lo más sagrado. Pero eso no es lo más extraño. Pasa.

Un mapamundi con discos rojos sobre varios continentes. Casi todos caían entre ambos trópicos. Habría un centenar.

– En toda la Tierra, en cada una de esas formaciones vegetales, todas sus corolas apuntaban un mismo punto en el firmamento, a pesar de la rotación del planeta… Dirigimos nuestros telescopios hacia ese punto, y encontramos esto. Pasa.

La imagen presentaba un cometa sobre el cielo estrellado; desplegaba una espectacular cola, adornada con extraños rizos, abultamientos y volutas.

– Éste es el cometa Arat -explicó la astrónoma acercándose a la pantalla-. Cuando lo encontramos aún no había desarrollado esa cola. Pero no tuvimos mucho tiempo para disfrutar del espectáculo. Nuestro mundo fue destruido poco después de su descubrimiento. Justo en el momento de máxima aproximación entre la Tierra y este cometa. Como si hubiera viajado hasta el Sistema Solar interior sólo para presenciar la muerte de nuestro planeta.

»Todos sabemos como la supersticiones populares atribuyen a los cometas la capacidad de anunciar las grandes catástrofes. Para nuestra desgracia -tuvo una sonrisa de amarga ironía-, la leyenda se ha transformado en una terrible realidad.

– ¿Quieres decir… -a Susana le costaba admitirlo- que esas plantas establecieron alguna especie de comunicación con el cometa…?

– Sí.

– ¿Cómo?

– Por radio, quizá -contestó la astrónoma-. Estamos ante un organismo biocibernético, similar a los encontrados aquí. No es difícil imaginar a todas esas plantas actuando como potentes emisoras de radio; sobre todo si crecen con esa forma de antena parabólica.

¿Cómo podía haberse desarrollado una invasión tan silenciosa?, se preguntó Susana. Estudió con atención las imágenes; las plantas alienígenas debieron germinar en puntos poco habitados, incluso en el superpoblado planeta.

– Quizá la Tierra ha sido vigilada por alienígenas desde tiempo inmemorial -dijo Benazir-. No sabemos desde cuando, pero sí cómo podrían haberlo hecho: cometas. ¿Se imaginarán los peces y crustáceos abisales que un batiscafo es un portentoso signo celeste?

– Un pensamiento extraordinariamente paranoico -dijo Susana.

– Creo que nos conviene ser un poco paranoicos. Nos guste o no, estamos en guerra contra una especie alienígena…

»Y ellos ya han dado el primer golpe…

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