CAPÍTULO 8

LA TIERRA ERA BLANDA BAJO NUESTROS PIES MIENTRAS caminábamos hacia donde estaba el cuerpo de Aisling. La punzante y seca vegetación se había ablandado sobre la tierra árida. Si el aguacero continuaba todo se iba a convertir en barro. Tuve que proteger mis ojos con la mano para mirar fijamente hacia arriba, al cuerpo que pendía del árbol.

Un cuerpo, solamente un cuerpo. Yo ya me estaba distanciando de él. Estaba haciendo ese cambio mental que me había permitido trabajar en los casos de homicidio en Los Ángeles. Era el cuerpo, no él, y sobre todo no era Aisling. Eso estaba colgado allí, con una rama negra más gruesa que mi brazo sobresaliéndole del pecho. Tenía que haber como mínimo unos 60 cm. de rama sobresaliendo de su cuerpo. ¿Qué fuerza había sido necesaria para conseguir perforar el pecho de un hombre de esta manera, de un guerrero de la Corte Oscura? Un ser casi inmortal, una vez adorado como un dios. Seres así no mueren fácilmente. Él no había gritado hasta… o… ¿lo había hecho? ¿Había gritado él en el momento de su muerte?, y mis oídos… ¿habían estado sordos para él? ¿Mis gritos de placer habían ahogado los suyos de desesperación?

No, no, tenía que dejar de pensar de esta manera, o si no empezaría a gritar.

– Él est… -comenzó a decir Abe.

Ninguno de los hombres le contestó o terminó la frase. Miramos hacia arriba, mudos, como si no diciéndolo, pudiéramos negar la realidad. Él colgaba fláccido, como una marioneta rota, pero más grande y musculoso, y mucho más real que cualquier muñeca. Estaba completamente quieto y laxo de esa manera pesada, que ni el sueño más profundo podía llegar a imitar.

Hablé en ese silencio empapado por la lluvia.

– … muerto.

Y esa única palabra sonó mucho más fuerte de lo que en realidad era.

– ¿Cómo? ¿Por qué? -preguntó Abe.

– El cómo parece bastante evidente -dijo Rhys. -El por qué es un misterio.

Aparté la mirada de lo que colgaba del árbol para mirar hacia el final de los jardines. No es que quisiera apartar la mirada de Aisling, más bien es que estaba buscando a los demás. Traté de ignorar la opresión en mi garganta, la aceleración de mi pulso. Traté de ignorar la idea que me había hecho girarme y buscar en la penumbra. ¿Había allí otros hombres muertos, o moribundos, en la oscuridad? ¿Alguien más habría sido atravesado por un árbol mágico?

No había nada que ver, excepto ramas muertas estirándose desnudas hacia las nubes. Ninguno de los otros árboles sostenía otro espantoso trofeo. La opresión en mi pecho se alivió cuando estuve segura de que, salvo éste, todos los demás árboles estaban vacíos.

Apenas conocía a Aisling. Nunca había sido mi amante, y había sido uno de mis guardias sólo durante un día. Sentí su pérdida, pero había otros de entre mis guardias por los que me preocupaba más, y todavía estaban perdidos. Me sentía feliz de que no decoraran esos árboles, pero eso no evitaba que siguiera preguntándome qué podría haber pasado con ellos. ¿Dónde estaban?

Doyle habló tan cerca de mí que pegué un salto.

– No veo a ninguno de los demás en los árboles.

Negué con la cabeza.

– No, no.

Busqué a Frost. Él estaba cerca, pero no lo bastante como para abrazarme. Quería ser consolada por uno de ellos, pero sabía que era un deseo infantil. El deseo de un niño que necesita que le mientan en la oscuridad, que le digan que el monstruo no está bajo la cama. Pero yo había crecido en un mundo donde los monstruos eran muy reales.

– Tú sujetabas a Galen, y Nicca estaba contigo -le dije. -¿Qué les ocurrió?

Frost se retiró el pelo empapado de la cara, y su pelo plateado parecía gris, tan gris como se veía el del Mistral bajo una luz mortecina.

– A Galen se lo tragó la tierra. -Sus ojos mostraron dolor. -Yo no pude sujetarle. Fue como si una gran fuerza tirara de él.

De repente me sentía helada, y esta lluvia tibia no era suficiente para mantener el frío a raya. Dije:

– Cuando Amatheon hizo lo mismo en mi visión, él se fue por voluntad propia. Sólo se fue hundiendo en el barro. No hubo ninguna fuerza desgarradora.

– Sólo puedo decirte lo que pasó, Princesa.

Su voz se había tornado algo malhumorada. Si pensaba que yo lo estaba criticando, entonces que así fuera; no tenía tiempo para cogerle de la mano y consolarle.

– Era una visión -dijo Mistral. -A veces, en este lado del velo, la realidad no es tan suave.

– ¿Qué no es tan suave? -Pregunté.

– El ser consumido por su poder -dijo él.

Sacudí la cabeza, limpiando impacientemente la lluvia de mi cara. Comenzaba a sentirme irritada. El milagro de que lloviera en los jardines muertos no era bastante para calmar el frío del miedo.

– Desearía que esta lluvia dejara de caer -dije sin pensarlo. Estaba enojada y asustada, y quejarme de la lluvia era algo que podía hacer sin dañar ningún sentimiento.

La lluvia cedió. De ser un aguacero pasó a una ligera llovizna. Otra vez notaba el pulso en mi garganta, pero no por la misma razón. Era un milagro que lloviera aquí, y no era mi intención hacerla desaparecer.

Doyle tocó mi boca con la yema de uno de sus callosos dedos.

– Silencio, Meredith, no destruyas la bendición de esta lluvia.

Asentí con la cabeza para avisarle de que le había entendido. Él retiró su dedo, despacio.

– Olvidé que el sithen escucha todo lo que digo. -Tragué tan fuerte que me dolió. -No deseo que la lluvia se detenga.

Nos quedamos ahí de pie, juntos, esperando. Sí, Aisling estaba muerto, y muchos más faltaban, pero los jardines muertos habían sido una vez el corazón de nuestra Colina de las Hadas, y eso era más importante que cualquier otra vida. Había sido el corazón de nuestro poder. Cuando este lugar murió, nuestro poder había comenzado a morir con él.

Vi con alivio que la tibia llovizna primaveral seguía cayendo. Despacio, dejamos escapar el aliento.

– Ten cuidado con lo que dices, Princesa -susurró Mistral.

Sólo asentí con la cabeza.

– Nicca se levantó, contemplando sus manos -dijo Frost, como si yo le hubiera preguntado. -Tendió una mano hacia mí, pero antes de que pudiera tocarlo, desapareció.

– ¿Desapareció… cómo? -preguntó Abe.

– Sólo desapareció, como si se convirtiera en aire.

– Él fue absorbido por su círculo de influencia -dijo Mistral.

– ¿Qué significa eso? -Pregunté.

– Aire, tierra.

Agité las manos en su dirección, como si intentara sacudir lejos la neblina de confusión que había entre nosotros.

– No lo entiendo.

– Hawthorne fue absorbido por el tronco de ese árbol de ahí -dijo Rhys, señalando un gran árbol grisáceo. -No luchó contra él. Se fue sonriendo. Casi apostaría que si pudiéramos identificarlo, sería un árbol de espino.

– Pero Galen y Nicca no se fueron sonriendo -dijo Frost.

– Ellos nunca han sido adorados como dioses -dijo Doyle. -Por lo que no saben que hay que relajarse ante ese poder. Si luchas contra él, se defenderá. Si le dejas tomarte, entonces será más suave.

– Sé que en tiempos remotos, algunos sidhe podían viajar a través de la tierra, los árboles y el aire. Pero perdonad, chicos, eso fue miles de años antes de que yo naciera. Miles de años antes de que Galen naciera. Nicca es mayor, pero siempre ha sido demasiado débil para ser una deidad.

– Eso puede haber cambiado -dijo Abe.

– Igual que el poder de Abe que regresó -dijo Doyle.

Abe asintió.

– Una vez, hace ya tanto tiempo que no quiero ni acordarme, no sólo creé reinas. Creé diosas.

– ¿Qué dices? -Pregunté.

Él puso el cáliz frente a él.

– También los griegos creían en ello, Princesa. Que la bebida de los dioses podía hacerte inmortal; podía convertirte en un Dios.

– Pero ellos no la bebieron.

– La bebida es… -él pareció buscar una palabra más apropiada-… sólo una metáfora, a veces. Era mi poder, y el de Medb, eso les dio a los dioses y a las diosas de nuestro panteón sus marcas de poder. Esos dibujos, Princesa, que pintaban en su piel.

Rhys miró abajo, a su brazo, donde antes había habido el borroso contorno de un pez. Ahora había dos, uno que nadaba hacia abajo, y el otro nadando hacia arriba. Formaban un círculo, como una versión en peces del yin y el yang. Las líneas azules no eran tan débiles ahora, eran brillantes, de un azul claro, más intenso que un cielo de verano. Los rizos de Rhys estaban apelmazados por la lluvia, y cuando su cara se giró hacia nosotros parecía asustado y desencajado.

– Tú ahora llevas ambas señales -dijo Doyle.

Con su pelo peinado en una apretada trenza, él se veía como siempre. Permanecía de pie en medio de todo ese desorden como la roca oscura a la que yo siempre podía agarrarme.

Rhys alzó la vista hacia él.

– No puede ser tan fácil.

– Inténtalo -dijo él.

– ¿Intentar el qué? -Pregunté.

Los hombres se miraban los unos a los otros reflejando comprensión en la mirada. Pero yo no lo entendí.

– Rhys era un dios de la muerte -dijo Frost.

– Lo sé; él era Cromm Cruach.

– ¿No recuerdas la historia que te contó? -me preguntó Doyle.

En aquel momento no la podía recordar. Todo en lo que podía pensar era en que Galen y Nicca podrían estar muertos, o heridos, y que de alguna forma era culpa mía.

– Antes yo podía traer algo más que la muerte, Merry -dijo Rhys, todavía mirando fijamente su nueva marca en su brazo.

Finalmente, mi mente comenzó a funcionar.

– Según cuenta la leyenda, las deidades celtas de la muerte también eran deidades sanadoras… -dije.

– Según la leyenda -dijo Rhys, mirando fijamente hacia a Aisling.

– Inténtalo -le dijo Doyle a Rhys, otra vez.

Miré a Rhys.

– ¿Estás diciendo que puedes hacerlo regresar de la muerte?

– Cuando yo tenía estos símbolos en mi brazo, podía.

Él me miró, y había tanto dolor en su rostro. Ahora recordaba lo que me había contado. En un tiempo lejano, sus fieles le adoraban haciéndose daño o cortándose, ofreciéndole su sangre o su dolor, porque él era capaz de curarlos. Pero luego, una vez que Rhys perdió su facultad para curarlos, sus seguidores pensaron que le habían disgustado. Pensaron que lo que él deseaba era la muerte de otros, y empezaron a ofrecerle sacrificios. Él tuvo que matarlos a todos para detener esas atrocidades. Matar a parte de su propia gente para salvar al resto.

Él nunca había perdido la capacidad de matar a pequeñas criaturas con su contacto. En Los Ángeles, había recuperado la capacidad de matar a otros duendes con un toque o una palabra. Había matado a un trasgo de ese modo, al menos.

Rhys miró fijamente la forma de Aisling.

– Lo intentaré.

Entregó sus armas a Doyle y a Frost y luego tocó al árbol. Pareció esperar un momento a ver lo que hacía el árbol. Por primera vez comprendí que se estaba preguntando si el árbol también le mataría a él, cosa que no se me había ocurrido antes.

– ¿Es seguro para Rhys hacer esto? -Pregunté.

Rhys miró hacia atrás en mi dirección. Sonriendo abiertamente.

– Vaya, si fuera más alto, no tendría que trepar.

– Lo digo en serio, Rhys. No voy a cambiarte por Aisling. Y la verdad tampoco quiero que haya dos de vosotros colgados allí arriba.

– Si realmente pensara que me amabas, no podría arriesgarme.

– Rhys…

– Está bien, Merry, sé cuál es mi posición.

Entonces se giró hacia el árbol y comenzó a subir.

Doyle tocó mi hombro.

– No nos puedes amar a todos por igual. No hay que avergonzarse por eso.

Asentí con la cabeza, creyéndole, pero aún así todo esto hacía que me doliera el corazón.

Rhys parecía un fantasma blanco contra la oscuridad del árbol. Estaba justamente debajo de donde colgaba Aisling. Estaba a punto de alargar la mano hacia él, cuando la magia avanzó lentamente a través de mi piel, bloqueando el aliento en mi garganta.

Doyle lo sintió, también, ya que gritó…

– ¡Espera! ¡No le toques!.

Rhys comenzó a bajar del árbol, deslizándose por la corteza alisada por la lluvia.

– ¡Rhys! ¡Date prisa! -le grité.

El aire alrededor del cuerpo de Aisling brilló como una neblina de calor, luego estalló. No en una lluvia de carne, sangre y hueso, sino en una nube de aves. Aves diminutas, muy pequeñas, más delicadas que los gorriones. Docenas de pájaros cantores volaron sobre nuestras cabezas. Caímos al suelo, protegiéndonos las cabezas. Frost colocó su cuerpo sobre el mío, resguardándome del revoloteo, de la muchedumbre que gorjeaba. Las aves parecían encantadoras, pero podía ser un engaño.

Cuando Frost se levantó lo suficiente para que yo pudiera ver claramente otra vez, las aves habían desaparecido entre la penumbra de los árboles. Me estiré hacia arriba, tratando de ver.

– ¿La pared de la caverna está más lejos que antes? -Pregunté.

– Sí -me dijo Doyle.

– Ahora el bosque se extiende a lo largo de kilómetros… -dijo Mistral, y en su voz se oía temor.

– Ellos lo llamaban los jardines muertos, no el bosque muerto -le dije.

– Era las dos cosas a la vez -contestó Doyle, suavemente.

Rhys lo explicó…

– Era un mundo en otro tiempo, Merry, un mundo subterráneo al completo. Había bosques y arroyos, y lagos, y toda clase de maravillas para contemplar. Pero fue desapareciendo gradualmente, cuando nuestro poder fue también desapareciendo lentamente. Hasta que, al final, era sólo lo que viste cuando entramos, un árido terreno donde una vez creció un jardín de flores rodeado por una franja de árboles muertos. -Él señaló hacia los árboles que se extendían. -La última vez que vi algo parecido a esto dentro de cualquier sithen fue hace siglos.

Abe me abrazó por detrás. Me asusté, poniéndome tensa, por lo que él empezó a separar su brazo de mí, pero se lo acaricié y le dije…

– Me asustaste, eso es todo.

Él vaciló, luego me abrazó para tenerme más cerca.

– Has creado todo esto, Princesa.

Me di la vuelta lo suficiente para ver su cara. Sonreía.

– Pues creo que tú también me ayudaste -le dije.

– Y Mistral -añadió Doyle.

Su profunda voz sonó neutra o casi, casi como si esas palabras le hicieran daño al pronunciarlas. Él estaba casi convencido de que el anillo de la reina, que ahora lucía en mi mano, había elegido a Mistral como mi rey. Sólo más tarde fui capaz de convencerle de que no había sido tanto Mistral, como el hecho de que había sido la primera vez que había tenido sexo dentro de la Corte llevando el anillo, lo que había hecho que éste reaccionara. Doyle lo había aceptado, pero ahora parecía que dudaba otra vez.

– Doyle… -le llamé.

Él agitó su cabeza hacia mí.

– Por milagros como éste, ¿qué importa la felicidad de una persona, Princesa?

Casi lo había convencido de que dejara de llamarme princesa. Finalmente había llegado a ser para él, Meredith, o simplemente Merry. Pero por lo visto, volvíamos a las andadas. Toqué su brazo. Él se apartó, suave pero firmemente.

– Te rindes demasiado fácilmente, amigo mío -fue Frost quien dijo esto.

– Hay un cielo encima de nosotros, Frost -le contestó Doyle, señalándolo con su brazo extendido-. Hay un bosque por el cual caminar -dijo, alzando su rostro y dejando que cayera la tibia lluvia sobre sus ojos cerrados. -Llueve dentro del sithen una vez más. -Doyle abrió los ojos y miró a Frost, agarrando su brazo, oscuridad contra pálida luz. -¿Qué mensaje más claro necesitas para entenderlo, Frost? Parece que Mistral lo consiguió.

– No me rendiré y entregaré mi esperanza, Oscuridad. No la perderé, cuando tan recientemente la hemos ganado. Y tú no deberías, tampoco.

– Me he perdido algo -dijo Rhys.

– No te has perdido nada -dijo Doyle negando con la cabeza.

– Vaya, eso está demasiado cerca de ser una mentira, y nosotros nunca mentimos -dijo Rhys.

– No discutiré sobre ello, estando él aquí -dijo Doyle, mirando por encima de Rhys hacia la alta figura de Mistral. Fue apenas una mirada de reojo, pero suficiente para decirme que estaba celoso.

– Contempla tu propio poder, Oscuridad -dijo Abe.

– Ya basta -dijo Doyle. -Debemos explicar a la reina lo que ha pasado.

– Mira tu pecho, Oscuridad -dijo Abe.

Doyle le miró frunciendo el ceño, luego miró hacia abajo. Mi mirada le siguió. Era difícil ver en su piel negra, y con aquella la luz incierta, pero…

– … hay marcas en tu piel, líneas rojas. -Me acerqué, tratando de descifrar qué poder de Abe había marcado la piel de Doyle.

Comencé a alargar la mano para trazar las líneas en su pecho. Pero Doyle se apartó moviéndose fuera de mi alcance.

– No puedo soportar mucho más, Princesa.

– Su cuerpo lleva impreso su símbolo otra vez -dijo Abe. -No es sólo Mistral quién ha regresando.

– Pero ha sido él, el que ha devuelto la magia a la Colina de las Hadas -dijo Doyle. -Yo estaba preparado para seguir intentándolo, ya que mi corazón no me iba a dejar perder esta lucha. Pero eso fue antes de que esta maravilla ocurriera, de que los jardines muertos volvieran a la vida, y de que mi signo de poder regresara. He servido a esta Corte siglo tras siglo, mientras nosotros perdíamos todo aquello que éramos. ¿Cómo podría no servirla cuando comenzamos a reconquistar lo qué fue perdido? O mi juramento de obediencia representa algo, o no significa nada en absoluto. O hago esto por el bienestar de nuestra gente, o nunca habré sido la Oscuridad de la Reina. Lo hago, o no soy nada, ¿no lo entiendes?

Abe fue hacia él, tocando su brazo.

– Te escucho, honorable Oscuridad, pero te digo que este poder es generoso. La Diosa es una diosa generosa. El Consorte es un dios generoso. No dan con una mano y toman con la otra. No son tan crueles.

– He encontrado el servicio muy cruel.

– No, tú has encontrado el servicio de Andais muy cruel -dijo Abe, con voz suave.

Se escuchó el suave gorjeo de un ave en la penumbra de los bosques mientras se acomodaba para pasar la noche, soñolienta e indecisa.

Una voz salió de esa misma penumbra…

– Pensé que eras un tonto borracho, Abeloec, pero ahora compruebo que no es la bebida lo que te hace así. Simplemente es tu estado natural.

Giramos hacia la voz. La reina Andais caminaba por la pared más lejana, de donde ella había surgido poco antes. Habíamos sido muy descuidados por no pensar que ella podría regresar.

Abe cayó sobre una rodilla en el barro.

– No quise ofenderte, mi reina.

– Sí, lo hiciste -dijo mientras caminaba un pequeño tramo hacia nosotros, luego se detuvo y haciendo una mueca, prosiguió -me siento muy feliz de ver la lluvia y las nubes, pero el barro, podría haber pasado de él.

– Sentimos que te disguste, mi reina -dijo Mistral.

– La disculpa sería más creíble si estuvieras de rodillas -dijo ella.

Mistral cayó de rodillas en el barro, al lado de Abe. Su pelo era demasiado largo, estaba empapado y pesaba; lo arrastraba por el barro. No me gustó verles así. Me hizo sentir miedo por ellos.

Ella caminó por el barro, que ahora le llegaba a los tobillos hasta que pudo haberlos tocado, pero pasó de largo por delante de ellos. En cambio, avanzó hasta que sus dedos pudieron acariciar el pecho de Doyle.

– Cachorritos -dijo, sonriendo.

Doyle permaneció inmóvil, impasible bajo la caricia de su mano, aunque Andais hubiera hecho una tortura con sus caricias. Ella jugaría y les atormentaría, para después negarles la liberación. Había jugado a esto durante siglos.

Después tocó el brazo de Frost.

– Tu árbol es oscuro contra tu piel ahora.

Se movió hacia Rhys, tocando el dibujo de los dos peces. Luego se giró hacia mí, y luché por no apartarme lejos de ella. Puso su mano sobre mi estómago donde se encontraba la impresión exacta de una polilla, como uno de los mejores tatuajes del mundo.

– Hace unas horas esta polilla revoloteaba, luchando por escapar de tu piel.

Bajé la mirada mirando dónde tocaba y esperando que no bajara más. No me gustaba, pero ella podría tocar mis partes más íntimas simplemente porque sabía que yo la aborrecía. El sexo y el odio siempre era una mezcla gratificante para mi tía.

– Mis guardias me dijeron que se acabaría convirtiendo en un tatuaje.

– ¿Te dijeron qué era?

– Una marca de poder.

Ella sacudió la cabeza.

– Los demás tienen el contorno de una criatura, o una imagen, pero tu polilla parece real. Es más bien una fotografía impresa en tu piel. No es algo que la magia de Abeloec pueda darte. Esto… -dijo, presionando con fuerza contra mi estómago-…quiere decir que tú puedes marcar a otros. Significa que aquellos que marcas son poderes menores que se congregan al calor de tu fuego. -Ella pasó su brazo alrededor de mi cintura, y presionó mi cuerpo contra su vestido negro, susurrando contra mi oído… -A los hombres no les gusta esto, no, no les gusta. No les gusta que yo te toque, ni un… -ella lamió el borde de mi oído -…poco… -volvió a lamer, bajando por la curva de mi cuello-… nada -. Entonces me mordió, fuerte y repentinamente, sin llegar a sacar sangre, pero haciendo que me sobresaltara.

Ella apartó la cabeza y dijo en voz baja:

– Pensaba que te gustaba el dolor, Meredith.

– No, de esta manera no.

– No es eso lo que yo oí. -Me dejó ir y caminó a nuestro alrededor. -¿Dónde están todos los hombres que desaparecieron del dormitorio contigo?

– El jardín los ha tomado -dijo Doyle.

– Los ha tomado, ¿cómo?

– Ellos fueron tomados por el árbol, la flor y la tierra -dijo él, sin mirarla a los ojos.

– Al igual que Amatheon que resurgió de la tierra, ¿ellos volverán? o, ¿es su muerte el precio que tenemos que pagar por este milagro? -dijo susurrando, aunque su voz pareció hacer eco.

– No lo sabemos -dijo Doyle.

Un ave comenzó a cantar otra vez. Un trino agudo, como una cascada de música cayó del cielo, bailando sobre nosotros. Y si el sonido pudiera ser como una caricia, éste nos rodeó como algo hermoso, aunque invisible. Pareció un recordatorio de que el alba vendría y la muerte no sería para siempre. Era el sonido de la esperanza que llega con cada primavera para avisarnos de que el invierno no durará y la tierra no está muerta.

No pude menos que sonreír. Mistral y Abe alzaron sus cabezas al cielo, como si agradecieran la llegada de un cálido sol.

Cuando la última y dulce nota cayó desde el aire, Andais empezó a retroceder, apoyándose en el trozo de pared que todavía quedaba sumido en la oscuridad, como si el regreso de la magia no tuviera que ver con ella.

– Harás de la Corte Oscura una pálida imitación de la Corte de la Luz que gobierna tu tío, Meredith. Llenarás la oscuridad que es nuestra vida con luz y música, y moriremos como pueblo.

– Una vez hubo muchas cortes -dijo Abeloec-. Unas eran oscuras, otras luminosas, pero todas estaban formadas por hadas y duendes. No nos dividíamos en buenos y malos como los cristianos hacen con su religión. Éramos todos por igual, como lo que somos.

Andais no se molestó en responder. En cambio, simplemente dijo…

– Has traído la vida a los jardines muertos. No intentaré burlar mi promesa. Ven al Vestíbulo de la Muerte y salva a la gente de Nerys si puedes. Trae esa brillante magia Luminosa al otro corazón de la Corte Oscura y veamos si sobrevive.

Y con esto, se fue.

Esperamos unos cuantos latidos de corazón; entonces Mistral y Abe se pusieron de pie, el barro les cubría las pantorrillas. Ninguna oscura voz les ordenó que se volvieran a arrodillar. Dejé escapar el aliento, lo que me hizo darme cuenta de que lo había estado reteniendo.

– ¿Qué quiso decir cuándo dijo que nuestra corte tiene dos corazones? -Pregunté.

Abe contestó…

– Antes cada Colina de las Hadas tenía un jardín o bosque o lago en su corazón o centro. Pero cada Corte también tenía otro corazón, otro núcleo de poder que refleja la clase de magia en la que la corte se especializa.

– Tú has devuelto un corazón a la vida -dijo Mistral-. Pero no estoy seguro de si es sabio despertar de nuevo al otro.

– El vestíbulo es una cámara de tortura, donde casi ninguna magia funciona. Es un lugar neutral -dije.

– Pero antes, Meredith, fue algo más.

Miré a los hombres.

– ¿Más… a qué os referís?

– Todo lo que era más antiguo que las Hadas, más antiguo que nosotros, fue depositado allí. Los restos del poder de los pueblos que habíamos derrotado.

– No estoy segura de entenderlo, Mistral.

Él miró a Doyle.

– Ayúdame a explicarlo.

– Hubo una vez objetos en el Vestíbulo de la Muerte que podrían llegar a matar realmente a un sidhe. Fueron confinados allí para ser utilizados como métodos de ejecución, o tortura, o simplemente como amenaza. La reina no les tenía mucho aprecio porque, como tú bien sabes, a ella le gusta crear sus propias torturas. Ver cómo algo nos desgarraba miembro a miembro no era ni la mitad de divertido que si lo hacía ella misma.

– Y nos curábamos mucho mejor si ella era la que nos atormentaba -dijo Rhys.

Doyle afirmó con la cabeza.

– Sí, ella podía torturarnos más tiempo y más a menudo si no utilizaba esos otros objetos.

– ¿Qué tipo de objetos? -Pregunté. No me gustaba lo serios que se habían puesto.

– Cosas terribles. Un mortal enloquecería con sólo echarles un vistazo -contestó.

– ¿Cuándo desaparecieron esas cosas del sithen?

– Hará unos mil años, tal vez más -dijo Doyle.

– No hace tanto tiempo que desaparecieron los bosques -dije.

– No, no hace tanto tiempo de eso.

– ¿Por qué estáis tan preocupados todos?

– Por que si tú, o el poder de la Diosa a través de ti, puede provocar esto -dijo Abe, señalando el bosque que se hacía más grande -Entonces debemos prepararnos para el hecho de que el segundo corazón de nuestro Corte pueda volver a la vida, también.

– ¿Puede ser, quizás, que Merry sea demasiado Luminosa para poder conseguir que renazcan tales horrores? -preguntó Mistral, casi con esperanza.

– Sus dos manos de poder son la carne y la sangre-dijo Doyle. -No son poderes Luminosos.

– Busqué a la princesa para que ayudara a la Casa de Nerys, pero ahora no la pondría en peligro, y menos por una casa llena de traidores -dijo Mistral.

– Si los salvamos, ya no serán traidores -contesté.

– Pero todavía creen que tu mortalidad es contagiosa -dijo Rhys-. Todavía piensan que si te sientas en el trono, todos comenzaremos a envejecer y a morir.

– ¿Crees que a la Casa de Nerys todavía le queda el suficiente honor para entender que estoy intentando conseguir que el sacrificio de su dirigente no fuera en vano? Nerys dio su vida para que su Casa no muriese, y creo que eso quiere decir algo.

Los hombres parecieron pensar sobre esto durante un momento. Finalmente Doyle dijo…

– Tienen honor, pero no sé si se sentirán agradecidos.

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