CAPÍTULO 21

LAS FLECHAS CORTARON EL CIELO NOCTURNO COMO HERIDAS negras a través de las estrellas, desapareciendo entre la hirviente seda negra de las nubes. Esperamos a oír, en esa noche invernal, gritos que nos dejaran saber que los disparos habían encontrado su blanco, pero no hubo otra cosa que silencio.

Estaba de pie en el suelo, ciñendo a mí alrededor el abrigo que había tomado prestado. Estaba sobre la capa de Holly, que él había colocado sobre el suelo para proteger mis pies descalzos del suelo áspero y helado.

– La capa me impide manejar bien el hacha -me dijo, como si tuviera miedo de que yo pudiera pensar que él estaba siendo galante. Luego avanzó hasta alcanzar a su hermano y a los demás guerreros.

Sólo Jonty y otro Gorra Roja se quedaron atrás conmigo, aunque cada uno de los Gorra Roja que habían salido a la noche, más o menos una docena, me habían tocado antes de situarse en su lugar en las filas. Habían puesto sus bocas contra mi hombro como en una extraña clase de beso, allí donde el abrigo estaba empapado por la sangre que caía de la gorra de Jonty. Uno de ellos atrapó el abrigo entre sus dientes puntiagudos y lo desgarró antes de que Jonty le empujara mandándole lejos. Los demás que llegaron luego habían ensanchado el agujero hasta que los últimos labios que me besaron tocaron mi hombro desnudo donde la sangre ya había comenzado a secarse sobre mi piel. Yo no había concedido tal confianza a los Gorras Rojas, ni se me había solicitado; Jonty los llamó y les había hablado en un gaélico tan arcaico que yo no pude entenderlo.

Fuera lo que fuera lo que Jonty les dijo, hizo que sus rostros se giraran a mirarme, y en esos ojos vi la misma intensa mezcla de sexo, hambre, e impaciencia que había visto en la cara de Holly. No había entendido el significado de esa mirada y no tenía tiempo para preguntarlo, pero aunque no me gustó que presionaran sus labios contra mi hombro, lo permití. Inmediatamente noté que cada uno de los Gorras Rojas que me había tocado comenzaba a sangrar de nuevo después de tocar la sangre de Jonty en mi cuerpo.

Yo luchaba contra el impulso de gritar por la impaciencia, pero los Gorras Rojas no eran los que nos estaban retrasando; eran los otros trasgos los que reñían discutiendo por su lugar en las filas. Si Kurag, Rey de los Trasgos, hubiera venido, no habría habido discusión alguna, pero Ash y Holly, aunque eran guerreros temidos, no eran reyes, y cualquier otro rango de mando entre los trasgos estaría siempre supeditado a un constante estado de lucha por el liderazgo. La sociedad trasgo representaba el ejemplo más extremo de la Teoría de la Evolución de Darwin: sólo los más fuertes sobreviven, y sólo el más fuerte los lidera.

Si yo realmente hubiera sido lo bastante reina para liderarlos, habrían hecho lo que les ordenara, pero todavía no me había ganado su respeto, así que sabía que lo mejor sería intentar dirigirlos desde aquí. Eso también habría desprestigiado a Ash y a Holly, y yo no habría ganado nada con ello. Además, la táctica en el campo de batalla no era mi fuerte, y yo lo sabía. Mi padre me había entrenado a una edad temprana para conocer mis puntos fuertes y mis debilidades. Y también, me dijo, para encontrar aliados que me complementaran. La verdadera amistad era una clase amor, y en todo amor hay poder.

Jonty se inclinó y me dijo:

– Llama a tu mano de poder, Princesa.

– ¿Cómo sabes que ya están heridos?

– Somos trasgos -me dijo, como si eso lo explicara todo.

Otra ráfaga de llamas verdes destelló entre los árboles, y estaba lo bastante cerca para ver cómo los zarcillos negros retrocedían ante ella. No volví a discutir y llamé a mi mano de sangre.

Me concentré en mi mano izquierda, que no emitió ningún rayo de luz, o algo parecido a lo que uno ve en las películas; era algo tan simple como la marca, o llave, que la mano de sangre ponía en la palma de mi mano izquierda. O quizás, la palabra que lo definiría mejor sería portal. Abrí la marca en la palma de aquella mano, y aunque no hubiera nada que ver a simple vista, había un mundo de sensaciones.

Era como si la sangre de mis venas se hubiera convertido de repente en metal fundido. Mi sangre parecía hervir con su poder. Grité, y señalé con mi mano hacia la nube. Proyecté ese ardor, ese poder desgarrador hacia fuera. Comprendí en aquel momento que no eran sólo los arqueros los que disparaban a ciegas, yo nunca antes había intentado usar la mano de sangre con un objetivo al que no pudiera ver.

En un latido de corazón el poder volvió a mí, y cada pequeña herida que me había hecho en estas últimas veinticuatro horas, sangró. Cada diminuta herida sangró como una fuente, y luché contra mi cuerpo, luché contra mi propia magia para impedir que me destruyera.

Un relámpago golpeó la nube, y la iluminó, igual que lo hizo en el sithen de los sluaghs. Pero esta vez no me horroricé, me sentía feliz; una alegría feroz por el triunfo. Si yo podía verlos, podía hacerlos sangrar.

Tuve sólo un momento para divisar mis objetivos. Un sólo aliento para ver que la masa de tentáculos era blanca, plateada y dorada, no negra, gris y blanca como había sido anteriormente. Tuve sólo un instante para notar que la jauría era de una terrible belleza antes de que yo proyectara mi poder sobre aquella masa brillante y gritara…

– ¡Sangra!

Una llama verde subió de entre los árboles y un relámpago estalló detrás, de forma que ambos poderes se encontraron con el mío alcanzando los tres la nube al mismo tiempo. La nube destelló en diferentes tonos de verde. “Sangra”, ordené y grandes surtidores de chorros negros explotaron en medio de una llamarada verde amarillenta.

La luz murió, dejando una noche más oscura que antes. Mi visión nocturna se había arruinado al mirar fijamente hacia la luz. Algo salpicó el costado izquierdo de mi rostro, algo húmedo, pero no sentí ninguna diferencia de temperatura. Sólo podían ser dos cosas: agua a la temperatura del cuerpo o sangre muy fresca. Si hubiera sido un guerrero, me habría girado rápidamente con las armas preparadas, pero me di la vuelta lentamente, igual que el protagonista de una película de terror cuando realmente no quiere ver lo que se le viene encima.

Todo lo que encontraron mis ojos fue al más bajo de mis guardias Gorra Roja, Bithek. Alguien le había cortado limpiamente el cuero cabelludo y la sangre se derramaba como una máscara sanguinolenta por su cara, de forma que ni siquiera se le veían los ojos, perdidos en medio de esa oscura cortina de flujo. Entonces sacudió la cabeza como un perro mojado, salpicándome de gotas calientes. Cerré los ojos, alzando una mano para protegerme.

Jonty reprendió a Bithek.

– Estás malgastando la sangre.

– Es demasiada, no puedo mantenerla fuera de mis ojos. Me había olvidado de cómo era esto -gruñó Bithek.

Miré detrás de mí a Jonty, y lo encontré tan empapado en sangre como el otro guardia. Eso hizo que mirara a mi alrededor, hacia todos ellos. Todos estaban cubiertos de sangre, e incluso a la débil luz de la luna y las estrellas, ahora podía ver que la sangre rezumaba de las gorras de sus cabezas.

– Tu magia atrae nuestra sangre, Princesa -dijo Jonty.

– No te entiendo…

– Hazlos sangrar para nosotros -dijo este último Gorra Roja.

Lo miré.

– No puedo recordar tu nombre -le dije.

– Por sentir esta magia, yo te seguiría sin discusión, aún sin tener nombre, princesa Meredith. Desangra a nuestros enemigos, y cúbrenos con su sangre.

Me di la vuelta, alejándome de los Gorras Rojas. No los entendía del todo, pero esperaría. Un misterio por resolver, más tarde intentaría aclararlo.

Incluso alejándome de los Gorras Rojas, todavía podía sentirlos. Era como si su poder se complementara con el mío, lo alimentara. No; nuestros poderes se alimentaban mutuamente; los sentía como una cálida fuente de energía a mi espalda, reconfortante y a pleno rendimiento.

Lancé ese calor, esa carga de poder contra nuestros enemigos. Llamé a su sangre para unirme al relámpago y al destello de la llama verde y dorada. Llamé a su sangre y supe que los Gorras Rojas a mi espalda sangraban con ellos. Podía sentirlo. Otros que esperaban por delante de nosotros sangraron también.

Un trasgo vino corriendo hacia nosotros a toda velocidad, de manera que avergonzaría incluso al sidhe más orgulloso. No era más alto que yo, pero tenía cuatro brazos como yo dos, y una cara sin nariz que parecía, por ello, extrañamente inacabada. Cayó de rodillas, pero no buscó mis ojos. En realidad puso dos de sus brazos sobre el suelo, postrándose bruscamente, y en la sociedad trasgo, cuanto más se rebaja uno, más respeto siente hacia la persona a la que se dirige. Por norma general yo no consentiría esa forma de saludo de nadie. Pero él dijo…

– Te traigo un mensaje de Ash y Holly: -“Apunta tu magia mejor, Princesa, antes de que nos desangres a todos nosotros hasta morir”.

Ahora entendí por qué se estaba humillando de esa manera, tenía miedo de que me tomara el mensaje de mala manera.

– Diles que apuntaré mejor -le dije irónicamente.

Él inclinó la cabeza, dándose un golpetazo en el suelo con la frente, luego se incorporó de un salto y salió zumbando de la misma forma en la que había venido. Retiré mi magia, controlando la mano de sangre. El dolor fue instantáneo, ardiente y agudo, como cristal roto fluyendo por mis venas. Grité de dolor, silenciosamente, pero aún así controlé la magia manteniéndola en mi interior.

Luché por visualizar a las criaturas que había dentro de la nube. Tentáculos, prolongaciones plateadas y doradas, blanca y poderosa magia. Caí de rodillas ante el dolor. Jonty intentó sujetarme.

– No, no me toques -Siseé. -La magia quiere hacer sangrar a alguien, a cualquiera, y si me tocas serás su blanco.

Entonces, cerré los ojos y mentalmente proyecté la imagen que necesitaba. Cuando pude verla, brillante y retorciéndose en mi visión interior, alcé mi mano izquierda otra vez, y lancé el dolor sobre esa imagen tan clara como el cristal. Mi dolor se intensificó durante un esplendoroso momento, dejándome sin aliento; durante un segundo sólo hubo dolor, muchísimo dolor. Luego éste se alivió, y casi pude respirar… y supe que la mano de sangre estaba ocupada en otro objetivo.

Mantuve los ojos cerrados para que nada más pudiera ocupar mi visión. Temía que si miraba a los guerreros trasgos otra vez, volvería a hacerlos sangrar sin querer. Sabía lo que quería hacer sangrar, y eso estaba sobre nuestras cabezas, en el cielo. Pensé en todas las cosas hermosas que podrían estar volando encima de nosotros. ¿Tenían que ser tan espantosos? Había tal belleza en nuestro mundo de las hadas, ¿por qué tenían que ser como una pesadilla?

Oí el sonido de alas batiendo en lo alto, y abrí los ojos. Estaba en el suelo sobre la capa de Holly, aunque no recordaba haberme caído. Sobre nosotros, tan cerca que las grandes alas blancas casi rozaban la cabeza de Jonty, volaban cisnes. Cisnes de un blanco resplandeciente bajo la luz de la luna: Habría por lo menos más de una veintena, y… ¿había visto lo qué pensé que había en sus cuellos y hombros? ¿Cadenas y collares de oro? Eso no podía ser, era sólo materia de leyenda.

Pero fue el anónimo Gorra Roja quién expresó lo que yo pensaba:

– Llevan cadenas en sus cuellos.

Después oí el graznido salvaje de los gansos. Volaban sobre nosotros siguiendo la dirección que los cisnes habían tomado. Me puse de pie, tropezando con el abrigo que había tomado prestado. Jonty me sujetó, pero eso no pareció dañarnos, ni a él, ni a mí. Me sentía ligera y etérea, como si la mano de sangre hubiera hecho algo más. ¿Qué había estado pensando justo antes de que los cisnes volaran sobre nosotros? ¿Que la belleza en las hadas a menudo parecía ser una pesadilla?

Entonces volaron grullas: el ave de mi padre, uno de sus símbolos. Las grullas volaban bajo y parecieron inclinar sus alas hacia nosotros, casi en una especie de saludo.

– ¡Están cayendo! -gritó Bithek.

Miré hacia donde él señalaba. El nubarrón había desaparecido, y con él la mayoría de las criaturas. Había sido tantas, una masa convulsa, pero ahora sólo había unas pocas, tal vez menos de diez, y una de ellas se había estrellado contra los árboles. Otra cayó sobre el suelo, y escuché el agudo ruido de los árboles al quebrarse como si hubieran caído bajo el impacto de un cañonazo. Los hombres estaban dispersos, demasiado lejos de mí para saber quién era quién. ¿Estaría Doyle a salvo? ¿Y Mistral? ¿La magia había llegado a tiempo?

Muy dentro de mí, finalmente admití, que era a Doyle a quien necesitaba para poder sobrevivir. Amaba a Rhys, pero no como amaba a Doyle. Me permití admitir la verdad. Me permití conocerla, al menos dentro de mi propia mente, y la verdad era que si Doyle moría, una parte de mí moriría también. Había sucedido en ese momento en el coche, cuando él nos había empujado a Frost y a mí dentro, y me había cedido a Frost.

Si no soy yo, debes de ser tú -Le había dicho a Frost. También amaba a Frost, pero por fin lo había comprendido. Si yo pudiera haber elegido a mi rey en ese momento, sabía quién sería.

Lástima que no era yo quien tenía que hacer la elección.

Unas figuras comenzaron a avanzar hacia nosotros, y los trasgos se separaron para formar un pasillo para mis guardias. Cuando finalmente reconocí a la alta y oscura figura algo en mi pecho se alivió, y repentinamente empecé a llorar. Entonces, comencé a andar hacia él. No noté la hierba congelada bajo mis pies desnudos. No noté los rastrojos cortándome. Sólo corrí, con los Gorras Rojas corriendo a mi lado. Recogí los bordes del abrigo que había tomado prestado como si fuera un vestido de gala, manteniéndolos fuera de mi camino para poder correr hacia él.

Doyle no estaba solo; había perros, enormes perros negros que se arremolinaban entre sus piernas. De repente recordé una visión que yo había tenido donde estaba él con perros como estos, y la tierra tembló bajo mis pies, sueño y realidad mezclados delante de mis propios ojos. Los perros me alcanzaron primero, presionando su cálido pelaje contra mí cuando me arrodillé a su lado; noté su aliento jadeante y caliente en mi rostro cuando alargué mis manos para acariciarlos. Su piel negra se estremeció con un hormigueo de magia.

Los cuerpos se retorcieron bajo mi mano, la piel se hizo menos gruesa y más lisa, los cuerpos se hicieron más pequeños. Alcé la vista para mirar a uno de los perros que corrían, era blanco y lustroso, con orejas de un rojo brillante. La cara del otro perro era mitad roja y mitad blanca, como si alguna mano le hubiera dibujado una línea de arriba abajo por el centro. Yo nunca había visto nada tan hermoso como aquella cara.

Entonces Doyle se paró delante de mí y yo me lancé hacia sus brazos. Él me levantó del suelo y me abrazó con tanta fuerza que casi me hizo daño. Pero quería que me abrazara fuerte. Quería sentir su cuerpo contra el mío. Quería saber que todavía seguía vivo. Tenía que tocarlo para saber que era real. Necesitaba que me tocara, y necesitaba saber que él todavía era mi Oscuridad, y lo que era más importante, mi Doyle.

Él susurró sobre mi pelo.

– Merry, Merry, Merry.

Yo sólo me agarré a él, muda, y lloré.

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