CAPÍTULO 20

EL CIELO HERVÍA CON NUBES DE TORMENTA SOBRE LOS pequeños bosques que lindaban con el aparcamiento. La jauría salvaje ya no era una pesadilla llena de tentáculos. Parecía más una tormenta, si es que las tormentas podían cernirse sobre las cumbres de los árboles y cubrirlas con algo parecido a seda negra goteando entre los troncos.

Un relámpago destelló hasta el suelo de entre las nubes. Mistral todavía estaba luchado y resistía. ¿Quién más? Una llama verde titiló a través de los árboles, y algo duro y tirante se alivió en mi pecho. Esa era la llama de la mano de poder de Doyle. Él también estaba vivo. En aquel momento, nada más me importó. Ni la corona, ni el reino, ni siquiera los elfos en sí mismos; nada me importó salvo que Doyle estaba vivo, y no gravemente herido ya que todavía seguía luchando.

Ash y Holly aumentaron la velocidad para llegar por delante de Jonty y de mí cuando alcanzáramos el claro más cercano a los árboles. No había suficientes lugares para guarecerse en campo abierto, hasta desde las sombras más tenues los trasgos aparecían. No se materializaron, surgían desde su escondite como francotiradores en un campo de batalla, salvo que el único camuflaje que tenían los trasgos era su propia piel y ropa.

Ash había llamado a Kurag, el Rey de los Trasgo, mientras corríamos a este lugar. Para hacerlo, había desenvainado su espada y había puesto una mano sobre mi hombro para que la sangre corriera por la hoja. Sangre y metal afilado: la vieja magia que se utilizaba mucho antes de que los teléfonos fueran siquiera un sueño en la mente de los seres humanos. Personalmente yo no habría querido llevar una hoja desnuda mientras corría por un terreno helado. Pero Ash no era humano, y él hizo que todo pareciera más fácil.

Ash y su hermano corrían por delante de Jonty. Quienquiera que llegara en primer lugar lideraría a los trasgos sin discusión. Pero yo no me preocupé por eso; mientras salváramos a mis hombres, no me importaba quién se lo adjudicara. Habría seguido a cualquiera en aquel momento sólo para salvarlos.

Uno de los hermanos comenzó a hablar con las fuerzas que estaban esperando. Pero hasta que el otro hermano no se acercó lo suficiente como para ver destellar sus ojos carmesí no supe que era Holly el que había vuelto junto a Jonty y a mí. Holly luchaba por respirar con normalidad. El superar a alguien cuyas piernas eran casi tan altas como uno, comportaba bastante esfuerzo, incluso para un guerrero tan formidable como era él. Su voz mostraba sólo un indicio de este sofoco que hacía que sus hombros y pecho subieran y bajaran rápidamente.

– Los arqueros estarán listos en breves momentos. Necesitamos a la princesa.

– Yo no soy un gran arquero -dije, todavía acunada por el calor del cuerpo de Jonty, y la sangre. La sangre que fluía de su gorra deslizándose por mi cuerpo era caliente. Igual de caliente que la que manaba de una herida abierta.

Holly me dirigió una mirada que pareció irritada incluso bajo el indulgente brillo de la luz de la luna.

– Eres la portadora de la mano de sangre -dijo él, dejando que esa cólera que siempre subyacía en su interior se oyera en su voz.

Casi pregunté que qué tenían que ver los arqueros con eso. Pero un momento antes de que dijera algo, lo supe.

– Ah… -dije.

– A menos que Kitto exagerara con lo que le hiciste en Los Ángeles al Innombrable -añadió Holly.

Negué con la cabeza, la sangre caliente se deslizaba por mi cuello, entre mi piel y el abrigo que había tomado prestado. La sangre debería haber sido molesta, pero no lo era, más bien parecía una manta caliente durante una fría noche: era consoladora.

– No, Kitto no exageró -le dije.

No me gustó que Kitto contara nuestros asuntos a los trasgos, pero me había visto obligada a aceptar que él era mitad suyo, y todavía tenía que responder ante su rey. Probablemente no habría tenido demasiadas opciones para escoger lo que podía decirles.

– Una completa mano de sangre -dijo Holly, y su voz no sonó tan enojada como escéptica. -Cuesta creer que recaiga en una criatura tan frágil.

– Mira mi gorra, si dudas de su poder -bramó Jonty.

Holly miró fijamente hacia arriba, pero sus ojos no se quedaron mirando la gorra mucho tiempo. Su mirada bajó para deslizarse sobre mí, y algo en aquella mirada era tanto de carácter sexual como predador. Yo podía sentir la sangre apelmazando mi pelo en la espalda, en mis hombros y brazos; debía de parecer la victima de un accidente. La mayoría de los hombres lo habrían encontrado repulsivo, pero Holly me miró como si estuviera sólo cubierta de perfume y lencería. La pesadilla de un hombre, era la fantasía de otro.

Él alzó una mano, titubeante, como si pensara que Jonty o yo protestaríamos. Cuando no lo hicimos, tocó mi hombro. Creo que sólo tenía intención de tomar un poco de sangre en sus dedos, pero en el momento en que sus dedos me rozaron, una mirada de pura maravilla llenó su cara. Él se inclinó hacia mí, el asombro desapareciendo de su rostro para ser reemplazado por algo que era en parte deseo y en parte violencia.

– ¿Qué nos estás haciendo, Princesa, para sentirte de esta manera?

– No sé lo que estás sintiendo, por lo que no sé qué contestarte.

Mi voz sonó tenue. De todos los hombres con los que había consentido tener sexo, Holly y su hermano eran los que me habían dado más tiempo para llevarlo acabo.

Los brazos de Jonty se apretaron a mi alrededor, casi posesivamente. Eso era bueno y malo a la vez. Si todo en Jonty era proporcionado, entonces no podría satisfacerlo y vivir para contarlo. Pero era difícil saberlo con un Gorra Roja; su posesividad podría no tener nada que ver con el sexo, y sí mucho con la magia de la sangre.

Holly retiró su mano de mi hombro y comenzó a lamer la sangre de su mano como un gato que metiera la pata en un tazón de leche. Pestañeó con los ojos casi cerrados, mientras se lamía.

– Ella convoca a la sangre -dijo él, en voz baja, más apropiada para el dormitorio que para un campo de batalla.

– Sí -dijo Jonty, y esa sola palabra tenía el mismo tono, demasiado íntimo.

Yo me estaba perdiendo algo, pero no quise confesar que no entendía lo que ocurría, o por qué ellos estaban tan fascinados por el hecho de que mi toque hiciera que un Gorra Roja sangrara más. Perdida, cambié de tema.

– Si deseas que llame a la sangre de nuestros enemigos, tenemos que acercarnos más a los arqueros.

Luché por mantener mi voz neutral, como si supiera exactamente lo que pasaba y no me preocupara y dejara esa discusión por zanjada.

– ¿Quién te sostendrá mientras convocas la sangre?, para que así esos pies tan delicados no toquen la tierra helada -dijo Holly.

– Me mantendré de pie yo sola.

– Yo te sostendré -dijo Jonty.

– Eres un trasgo, Jonty. Los trasgos luchan entre sí sólo como deporte, lo que quiere decir que es muy probable que tengas algún corte en alguna parte de tu cuerpo. Si tienes una herida, aunque sea una muy pequeña, cuando llame a la sangre, también tú sangrarás.

– No soy ningún Gorra Roja para pelearme sólo por diversión. Ahorro mi carne para otras cosas -dijo Holly, lamiéndose la última gota de sangre de su mano con un movimiento pausado que debería de haber sido sensual, pero que al final sólo fue un gesto inquietante.

– Me mantendré de pie yo sola -repetí.

– Tu hermano está haciendo gestos para llamar nuestra atención-dijo entonces Jonty a Holly, y dio un paso hacia delante.

Holly vaciló, como si quisiera detener nuestro avance, pero luego se hizo a un lado, hablando cuando Jonty le adelantó.

– Sobrevive a esta noche, Princesa, pues tengo la intención de tenerte.

– Recuerdo muy bien nuestro trato, Holly -le dije.

El trasgo más pequeño avanzó a toda prisa para equiparar las zancadas más largas de Jonty. Me recordó a un niño persiguiendo a un adulto, aunque Holly no me hubiera dado las gracias por esta comparación.

– Escucho cierta renuencia en tu voz, Princesa, y el sexo será por ello más dulce.

– No la atormentes antes de la batalla, Holly -dijo Jonty.

Holly no discutió; sólo abandonó el tema por el momento.

– Los arqueros los herirán para ti, pero tienes que debilitarlos lo suficiente para poder derribarlos -me dijo él.

– Sé lo que quieres que haga.

– Es que no pareces muy segura.

No expresé mis dudas, porque esto era la jauría salvaje. La verdadera jauría salvaje, lo que quería decir que era la esencia de los elfos. ¿Estas criaturas podían sangrar?, porque si no… ¿cómo se mata algo que está formado de pura magia? De la antigua magia, caótica, primitiva y horripilante. ¿Cómo podría alguien matar algo así? ¿Incluso si los desangrase lo bastante para hacerlos caer a tierra, realmente podríamos matarlos con espadas y hachas? La verdad, yo nunca había oído que alguien se hubiera enfrentado a ellos y hubiera conseguido tal hazaña.

Por supuesto, yo nunca había oído que la jauría espectral sangrara si se la hería. Sholto los había llamado a la vida, usando la magia que él y yo habíamos creado en nuestra unión. ¿Había sido mi sangre mortal lo que había hecho que la jauría fuera vulnerable al derramamiento de sangre? ¿Mi mortalidad era realmente contagiosa como algunos de mis enemigos reclamaban?

Después de pensarlo con lógica, si eso era verdad y yo me sentaba en el trono de nuestra Corte, estaría condenando a todos los sidhe a envejecer y a morir. Pero en este momento, si mi carne mortal era la que había hecho que mi enemigo fuera también mortal, estaba agradecida por ello. Significaba que ellos podían sangrar y morir, y yo los necesitaba muertos. Teníamos que ganar esta batalla. Yo no propagaría mi mortalidad entre todas las hadas, pero el haberla compartido con estas criaturas, eso sí que sería una bendición.

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