CAPÍTULO 14

TUVE TIEMPO PARA TOMAR AIRE, LUEGO NOS SUMERGIMOS. El rostro de Segna apareció bajo el agua sucia. Su boca se abrió, gritándome, la sangre brotaba de su boca. Mis manos arañaron desesperadamente sus brazos, demasiado pequeñas para rodearlos, mientras los forzaba a alejarse de mí, y ella me arrastraba más profundamente bajo el agua.

Demasiado tarde comprendí que además de sus garras había otras maneras de asesinarme, y que ella intentaba empalarme en un hueso sumergido. Di una patada con mis pies para mantenerme por encima del hueso, para no dejar que me clavara en él. La punta del hueso ya me rozaba y empujé y pataleé para impedir que perforara mi piel. Segna empujaba y luchaba contra mí. La fuerza de su cuerpo y de sus brazos casi podía conmigo. Estaba herida, muriéndose, y eso era todo lo que yo podía hacer para impedir que me matara.

Mis pulmones estaban colapsados; necesitaba respirar. Las garras, los huesos, y hasta el agua misma podían matar. Si no podía alejarla de mí, todo lo que ella tenía que hacer era simplemente mantenerme bajo el agua.

– ¡Diosa, ayúdame! -Recé.

Una mano pálida se destacó sobre el agua, y Segna fue echada hacia atrás, arrastrándome con ella porque estaba agarrada a sus brazos. Salimos a la superficie juntas, ambas jadeando en busca de aire. Su aliento terminó en una tos congestionada que cubrió mi cara con su sangre. Durante un momento no pude ver quién la había apartado. Tuve que limpiar su sangre de mis ojos para ver a Sholto que la rodeaba por el torso con su brazo. La estaba sujetando y gritó…

– ¡Fuera, Meredith, sal!

Hice lo que me decía: la dejé ir y me impulsé hacia atrás, confiando en que no hubieran huesos justo detrás de mí.

Segna no trató de cogerme y usó sus manos recién liberadas para arañar profundamente el brazo de Sholto, haciendo una ruina carmesí de su carne blanca.

Yo flotaba en el agua, mirando alrededor buscando a Doyle, a Frost, y a los demás. No había nadie. Nadaba en un lago profundo y frío, no como la laguna de agua estancada y poco profunda por la que habíamos estado vadeando hasta ahora. Cerca, había una pequeña isla, pero la orilla estaba lejos, y no era una orilla que me fuera conocida.

– ¡Doyle! -Grité, pero no hubo ninguna respuesta. En realidad, no había esperado ninguna, ya que por lo que podía ver estábamos en una visión, o en algún otro lugar del sithen. No sabía cuál, y no sabía dónde.

Sholto lanzó un grito detrás de mí. Me giré a tiempo para ver cómo se hundía bajo una estela roja. Segna apuñaló el agua donde él había desaparecido con la daga de su cinturón. ¿Se daba cuenta que era a él a quien ella atacaba ahora, o todavía pensaba que me mataba a mí?

– ¡Segna! -Grité, y el sonido pareció alcanzarla porque vaciló. Se volvió en el agua y parpadeó hacia mí.

Me impulsé lo suficientemente alto en el agua como para que pudiera verme. Sholto no había emergido todavía.

Segna gritó hacia mí, el sonido terminó en una tos húmeda. La sangre resbaló por su barbilla, y aún así ella comenzó a moverse hacia mí.

– ¡Sholto!-grité, esperando que Segna comprendiera lo que había hecho y volviera atrás para rescatarlo. Pero ella siguió nadando débilmente hacia mí.

– Ahora él es sólo carne blanca -gruñó ella, con aquella voz tan ronca, tan gutural. -Sólo es sidhe, no sluagh.

Si esa era toda la ayuda que Sholto iba a obtener de ella, era obvio que me tocaba rescatarlo a mí. Tomé un profundo aliento y me zambullí. Aquí el agua era más clara, y vi a Sholto como una sombra pálida que se hundía hacia el fondo, su sangre flotando hacia arriba en una nube.

Grité su nombre, y el sonido hizo eco a través del agua. Su cuerpo se sacudió, y en ese momento algo me agarró del pelo y tiró de mí hacia arriba.

Segna me arrastró a través del agua. Me di cuenta de que se dirigía hacía la isla desierta. Las rocas golpearon mi espalda desnuda, arañándome, mientras ella luchaba contra el agua. Tiró de mí hasta que las dos estuvimos fuera del agua. Jadeaba sobre la roca, su mano todavía enredada en mi pelo. Traté de alejarme de aquella mano, pero ésta se tensó más fuerte, como si pensara arrancármelo de raíz. Segna comenzó a arrastrarme para acercarme más hasta donde ella estaba.

Luché para ponerme a gatas para evitar que ella rasgara todavía más mi piel sobre la roca desnuda. Pero para poder hacerlo, tuve que apartar mi mirada durante un instante. Y eso fue un error. Ella me tumbó con aquella fuerza que podría haber desgarrado a un caballo, derribándome sobre mi estómago. Mantuve un brazo bajo mi cuerpo para protegerme de las rocas.

Entonces vi que aún sostenía la daga. La presionó contra mi mejilla. La miré fijamente por encima del filo de la hoja. Se estaba cayendo, recostándose contra las rocas.

– Te marcaré -dijo. -Arruinaré esa bonita cara.

– Sholto se está ahogando…

– Los Sluagh no pueden morir por el agua. Si él es lo bastante sidhe para ahogarse, déjale.

– Él te ama -dije.

Ella dejó escapar un sonido áspero que salpicó su barbilla de más sangre.

– No tanto como ama la idea de tener carne sidhe en su cama.

Yo no podía discutir eso.

La punta de su hoja vaciló sobre mi mejilla.

– ¿Cuán sidhe eres? ¿Cómo de bien puedes curarte?

Pensé que era una pregunta retórica, así que no contesté. ¿Moriría a causa de sus heridas antes de hacerme daño, o se curaría?

Segna tosió sangre sobre las piedras, y dio la sensación de que ella se preguntaba lo mismo. Aprovechó que me tenía cogida del pelo para ponerme de espaldas arrastrándome más cerca cuando lo hizo. Yo no podía detenerla, no podía luchar contra una fuerza así. Se arrastró sobre mí y puso su hoja contra mi garganta. Agarré su mano, rodeándola con las mías, e incluso usando las dos temblaba por el esfuerzo de alejarla de mí.

– Tan débil… -jadeó sobre mí. -¿Por qué seguimos a los sidhe? Si yo no fuera a morir, no podrías retenerme.

Mi voz salió ahogada por la tensión cuando dije…

– Soy sidhe sólo en parte.

– Pero eres lo bastante sidhe para que él te desee -gruñó ella. -¡Brilla para mí, sidhe! Muéstrame la preciosa magia de la Corte. Muéstrame la magia que nos hace seguir a los sidhe.

Sus palabras fueron fatídicas. Ella tenía razón. Yo tenía magia. Una magia que nadie más tenía. Llamé a mi mano de sangre. Cuando la convoqué, traté de no pensar en que podía haberla convocado antes, antes de que ella le hiciera daño a Sholto.

Esgrimí la mano de sangre. Yo podría haberla hecho sangrar a partir de sólo un corte diminuto, y esos cortes no eran diminutos. Comencé a brillar bajo la presa de su cuerpo. Mi cuerpo brillaba a través de la sangre que goteaba sobre mí. Susurré…

– No magia luminosa, Segna, magia de la corte oscura. Sangra para mí.

Ella no lo entendió al principio. Seguía tratando de hundir la daga en mi garganta, y yo continuaba deteniéndola justo a ras de mí. Hundió su mano en mi pelo de forma que sus garras arañaron mi cuero cabelludo, haciéndome sangrar. Llamé a la sangre, y sus heridas se desbordaron.

La sangre manó sobre mí, caliente, más caliente que mi propia piel. Giré mi cabeza lejos para proteger mis ojos de ella. Mis manos resbalaban en su sangre, y temía que su cuchillo sobrepasara mis defensas antes de que pudiera desangrarla. Tanta sangre; ésta manó y manó y manó. ¿Podía una arpía nocturna morir desangrada? ¿Podían llegar a ser asesinadas de esta manera? No lo sabía, yo no lo sabía.

La punta de su cuchillo perforó mi piel con una mordedura aguda. Mis brazos temblaban por el esfuerzo de mantenerla alejada de mí.

– ¡Sangra para mí! -Grité, escupiendo su sangre de mi boca, y aún así su cuchillo se deslizó otra fracción de milímetro en mi garganta. Apenas, casi bajo la piel, aún no estaba herida, pero lo estaría pronto.

Entonces su mano vaciló, apartándose. Parpadeé hacia ella a través de una máscara de su propia sangre. Sus ojos se veían muy abiertos y asustados. Una lanza blanca sobresalía de su garganta.

Sholto estaba de pie sobre ella, sin vendas, con su herida al descubierto, y con ambas manos agarraba la lanza. La sacó con un movimiento desgarrador. Una fuente de sangre se derramó de su cuello.

– Sangra -Susurré y ella se desplomó en un mar carmesí, todavía sosteniendo el cuchillo en su mano.

Sholto, todavía de pie sobre ella, le clavó la lanza blanca en la espalda. Ella convulsionó bajo él, abriendo y cerrando la boca, los pies y las manos arañando la roca desnuda.

Sólo cuando ella dejó de moverse completamente retiró Sholto la lanza. Él estaba tambaleándose, pero usó la punta de la lanza para enviar su daga al lago. Entonces se desplomó de rodillas a su lado, apoyándose en la lanza como si fuera una muleta.

Cuando me tambaleé hacia él, no brillaba. Estaba cansada, herida, y cubierta con la sangre de mi enemigo. Caí de rodillas a su lado en la roca ensangrentada, y toqué su hombro, como si no estuviera segura de que fuera real.

– Vi cómo te ahogabas -dije.

Él parecía tener problemas para concentrarse en mí, pero dijo…

– Soy sidhe y sluagh. No podemos morir ahogados. -Tosió con tanta fuerza que se dobló, lanzando agua sobre la roca mientras se agarraba al astil blanco de la lanza. -Pero duele como si me estuviera muriendo.

Lo abracé, y él se estremeció, cubierto de nuevas y viejas heridas. Lo sostuve con más cuidado, agarrándome a él, cubriendo su torso de la sangre de Segna.

Su voz llegó ronca por las toses.

– Sostengo la lanza de hueso. Hubo un tiempo en que éste era uno de los signos de la monarquía para mi gente.

– ¿De dónde vino? -Pregunté.

– Estaba en el fondo del lago, esperándome.

– ¿Dónde estamos? -Pregunté de nuevo.

– En la Isla de los Huesos. Solía estar en el centro de nuestro jardín, pero llegó a ser objeto de leyenda.

Toqué lo que yo había creído que era roca, y me di cuenta de que tenía razón. Era roca, pero roca que una vez había sido hueso. La isla estaba hecha de fósiles.

– Parece horriblemente sólida para ser una leyenda -dije.

Él se las arregló para sonreír.

– En nombre de Danu, Meredith… ¿qué está pasando?

Olí a rosas, un olor denso y dulce.

Sholto alzó la cabeza, mirando a su alrededor.

– Huelo a hierba.

– A rosas -dije suavemente.

Él me miró.

– ¿Qué pasa, Meredith? ¿Cómo llegamos aquí?

– Recé.

Él me miró frunciendo el ceño.

– No lo entiendo.

El olor a rosas se hizo más denso, como si estuviéramos en una pradera en verano. Un cáliz apareció en mi mano, en la que se apoyaba en la espalda desnuda de Sholto.

Sholto se alejó de su contacto como si le hubiera quemado. Intentó girarse demasiado rápido, lo que hizo que la herida abierta en su estómago le doliera, ya que se estremeció aspirando bruscamente. Se cayó de costado, la lanza todavía agarrada en su mano.

Sostuve el cáliz de oro y plata de forma que reflejara la luz. Fue realmente entonces cuando me percaté de que había luz allí. Era la luz del sol que destellaba en la copa y calentaba mi piel.

Ni a costa de mi vida podía recordar si había luz hace un momento. Se lo podía haber preguntado a Sholto, pero él estaba concentrado en lo que había en mi mano.

– No puede ser lo que creo que es -susurró.

– Éste es el cáliz.

Él sacudió un poco la cabeza.

– ¿Cómo?

– Soñé con él, como soñé con la copa de cuerno de Abeloec, y cuando desperté estaba a mi lado.

Sholto se apoyó pesadamente sobre la lanza, y alargó una mano hacia el resplandeciente cáliz. Se lo ofrecí, pero sus dedos se detuvieron justo antes de rozarlo, como si temiera tocarlo.

Su reticencia me recordó lo que podía pasar si tocaba a uno de los hombres con el cáliz. ¿Pero no estábamos en una visión? ¿Y de ser así, se convertiría en realidad? Miré el cuerpo de Segna, sentía cómo su sangre se secaba sobre mi piel. ¿Era una visión, o era real?

– ¿Y no son las visiones reales? -dijo la voz de una mujer.

– ¿Quién dijo eso? -preguntó Sholto.

Una figura apareció. Estaba completamente cubierta por un manto gris con capucha. Ella estaba de pie bajo la clara luz del sol, pero daba la sensación de ser una sombra, una sombra sin nada para darle la forma.

– No temas el toque de la Diosa -dijo la figura.

– ¿Quién eres? -susurró Sholto.

– ¿Quién crees que soy? -dijo la voz. En el pasado, ella siempre parecía ser más sólida o era sólo una voz, un olor en el viento.

Sholto se lamió los labios y susurró…

– Diosa…

Mi mano se elevó por propia voluntad. Le ofrecí el cáliz, pero era como si alguien más moviera mi mano.

– Toca el cáliz -susurré.

Él continuó apoyándose en la lanza, inclinándose sobre ella, cuando alargó la otra mano.

– ¿Qué pasará cuando lo toque?

– No lo sé -dije.

– ¿Entonces por qué quieres que lo haga?

– Ella quiere que lo hagas -dije.

Él vaciló otra vez con sus dedos justo encima de la brillante superficie. La voz de la Diosa nos envolvió dejando a nuestro alrededor un olor de rosas de verano:

– Elige.

Sholto tomó aire en un aliento profundo y lo dejó escapar como si estuviera a punto de echar a correr, luego tocó el oro de la copa. Olí a hierbas, como si me hubiera rozado contra un parterre de tomillo y lavanda que rodeara mis rosas. Una figura negra embozada en una capa apareció al lado de la gris. Más alto, más ancho de hombros, y aunque cubierto por el manto, más masculino. Así como la capa no podía esconder la feminidad de la Diosa, tampoco el manto podía ocultar la masculinidad del Consorte.

La mano de Sholto rodeó el cáliz, cubriendo mi mano con la suya, de modo que ambos sostuviéramos la copa.

La voz llegó profunda, y rica, y aún así cambiante. Yo conocía la voz del Consorte, siempre masculina, pero nunca la misma.

– Han derramado su sangre, arriesgado sus vidas, asesinado en esta tierra -entonó él. Aquella capucha oscura se giró hacia Sholto, y durante un momento pensé que veía una barbilla, labios, pero cambiaban incluso mientras los estaba mirando. Era mareante. -¿Qué darías para devolver la vida a tu gente, Sholto?

– Cualquier cosa -susurró él.

– Ten cuidado con lo que ofreces -dijo la Diosa, y su voz, también, era la de todas las mujeres a la vez y la de ninguna en particular.

– Yo daría mi vida para salvar a mi gente -dijo Sholto.

– No deseo tomarla -respondí, porque la Diosa ya me había ofrecido una opción similar una vez. Amatheon había expuesto su cuello a una espada, de modo que la vida pudiera volver a la tierra de las hadas. Yo me había negado, porque había otros modos de dar la vida a la tierra. Descendía de deidades de la fertilidad, y sabía bien que la sangre no era la única cosa que hacía crecer la hierba.

– Ésta no es tu elección -dijo ella. ¿Había una nota de pesar en su voz?

Una daga apareció en el aire delante de Sholto. Su puño y hoja eran blancos, y brillaba de una manera extraña a la luz. La mano de Sholto dejó el cáliz y agarró el cuchillo, casi por reflejo.

– El puño es de hueso. Es la compañera de la lanza -dijo Sholto, y se oía una suave maravilla en su voz cuando miró fijamente la daga.

– ¿Recuerdas para qué era usada la daga? -dijo el Consorte.

– Fue usada para matar al viejo rey. Para derramar su sangre en esta isla -contestó Sholto obedientemente.

– ¿Por qué? -preguntó el Consorte.

– Esta daga es el corazón de los sluagh, o lo fue una vez.

– ¿Qué necesita un corazón?

– Sangre, y vidas -contestó Sholto como si estuviera respondiendo en un examen.

– Tú derramaste sangre y vida en esta isla, pero no está viva.

Sholto negó con la cabeza.

– Segna no era un sacrificio adecuado para este lugar. Necesita la sangre de un rey. -Él ofreció el cuchillo a la figura encapuchada del Dios. -Derrama mi sangre, toma mi vida, y devuelve el corazón de los sluagh a la vida.

– Tú eres el rey, Sholto. ¿Si tú mueres, quién tomará la lanza, y devolverá el poder a tu gente?

Me arrodillé, la sangre cada vez más pegajosa sobre mi piel. Sostuve el cáliz en mis manos, y tuve el mal presentimiento de que sabía a dónde se dirigía esta conversación.

Sholto bajó el cuchillo y preguntó:

– ¿Qué quieres de mí, Señor?

La figura me señaló.

– Hay sangre real para derramarse. Hazlo, y el corazón de los sluagh vivirá una vez más.

Sholto me miró, el shock reflejado en su rostro. Me pregunté si yo había mirado igual a Amatheon cuando tuve que elegir.

– ¿Quieres que mate a Meredith?

– Ella es de sangre real, un sacrificio adecuado para este lugar.

– No -dijo Sholto.

– Dijiste que harías cualquier cosa -dijo la Diosa.

– Puedo ofrecer mi vida, pero no la suya -dijo Sholto. -No es mía para darla. -Su mano estaba amoratada por la fuerza con que sujetaba la empuñadura del cuchillo.

– Tú eres rey -dijo el Consorte.

– Un rey cuida de su gente, no los mata.

– ¿Condenarías a tu gente a una muerte lenta por la vida de una mujer?

Las emociones se sucedieron en el rostro de Sholto, pero finalmente dejó caer el cuchillo sobre la roca. Sonó como si fuera del metal más duro en vez de hueso.

– No puedo, no lastimaré a Meredith.

– ¿Por qué no?

– Ella no es sluagh. No debería morir para devolvernos la vida. Éste no es su lugar.

– Si ella desea ser la reina de todas las hadas, entonces será sluagh.

– Entonces déjala ser reina. Si muere aquí, no será reina, y entonces sólo nos quedará Cel. Yo devolvería la vida a los sluagh y destruiría a todas las hadas de un golpe. Ella sostiene el cáliz. El cáliz, mi Señor. Después de todos esos años el cáliz ha vuelto. No entiendo cómo podéis pedirme que destruya la única esperanza que tenemos.

– ¿Es ella tu esperanza, Sholto? -preguntó el Consorte.

– Sí -susurró Sholto y había tanta emoción en aquella única palabra.

La figura oscura miró a la gris. La Diosa habló…

– No hay ningún miedo en ti, Meredith. ¿Por qué?

Traté de expresarlo con palabras.

– Sholto tiene razón, mi Señora. El cáliz ha vuelto, y la magia ha regresado a las hadas. Tú usas mi cuerpo como su instrumento. No creo que desperdicies todo esto en un sacrificio sangriento. -Eché una mirada a Sholto. -Y he sentido su mano en la mía. He sentido su deseo por mí. Creo que se destruiría algo en él si me asesina. No creo a mi Diosa y su Consorte tan despiadados como para hacer eso.

– ¿Entonces él te ama, Meredith?

– No lo sé, pero él ama la idea de sostenerme en sus brazos. Eso lo sé.

– ¿Amas a esta mujer, Sholto? -preguntó el Consorte.

Sholto abrió la boca, la cerró, luego dijo…

– Éste no es lugar para que un caballero responda a tales cuestiones delante de una dama.

– Éste es un lugar para la verdad, Sholto.

– Está bien, Sholto -le dije. -Responde con la verdad. No te lo tendré en cuenta.

– Eso es lo que me temo -dijo él suavemente.

La mirada en su rostro me hizo reír. La risa resonó en el aire como el canto de los pájaros.

– La alegría bastará para devolver la vida a este lugar -dijo la Diosa.

– Si la alegría devuelve la vida a este lugar, entonces el mismo corazón de los sluagh cambiará. ¿Lo entiendes, Sholto? -preguntó el Consorte.

– No exactamente.

– El corazón de los sluagh está basado en la muerte, la sangre, el combate, y el terror. La risa, la alegría, y la vida forjarán un corazón diferente para los sluagh.

– Lo siento, mi Señor, pero no lo entiendo.

– Meredith, explícaselo -dijo la Diosa, mientras comenzaba a desvanecerse, como los sueños cuando la luz del amanecer se filtra por la ventana.

– No lo entiendo -dijo Sholto.

– Eres un sluagh y un sidhe de la corte oscura -dijo el Consorte; -Eres una criatura de terror y oscuridad. Es lo que eres, pero no todo lo que eres. -Con estas palabras, la forma oscura comenzó a desvanecerse, también.

Sholto tendió la mano hacia él.

– Espera, no lo entiendo.

El Dios y la Diosa desaparecieron, como si nunca hubieran estado, y la luz del sol se atenuó con su marcha. Nos dejaron sumidos en la penumbra que en esos días era el anochecer en el país subterráneo de las hadas, y no la aberración de aquella luz solar metafísica que nos había bañado momentos antes.

Sholto gritó:

– ¡Mi Dios, espera!

– Sholto -le dije. Tuve que repetirlo otras dos veces antes de que me mirara.

Parecía estar desconsolado.

– No sé lo que ellos quieren de mí. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo devuelvo el corazón a mi gente con la alegría?

Me reí de él, y la máscara de sangre que llevaba pegada a mi piel se cuarteó por ello. Tenía que limpiar todo ese desastre.

– Ah, Sholto, consigues tu deseo.

– ¿Mi deseo? ¿Qué deseo?

– Déjame que antes me limpie un poco toda esta sangre.

– ¿Antes de qué?

Toqué su brazo.

– Sexo, Sholto, ellos quisieron decir sexo.

– ¿Qué? -La mirada en su rostro, tan sorprendida, hizo que me volviera a reír. El sonido resonó a través del lago, y otra vez pensé que escuchaba el canto de los pájaros.

– ¿Oíste eso?

– Oí tu risa, como música.

– Este lugar está listo para volver a la vida, Sholto, pero si usamos la risa, la alegría y el sexo para hacerla volver, entonces será un lugar diferente al que era antes. ¿Entiendes eso?

– No estoy seguro. ¿Vamos a tener sexo aquí, ahora?

– Sí. Deja que me lave un poco toda esta sangre, y entonces sí. -No estaba segura de que hubiera escuchado algo más de lo que había dicho. -¿Has visto el nuevo jardín a la salida de las puertas del salón del trono en el sithen de la corte oscura?

Pareció como si tuviera que luchar para concentrarse, pero finalmente asintió con la cabeza.

– Ahora es un prado con un riachuelo, no el campo de tortura que la reina había hecho de él.

– Exactamente -dije. -Era un lugar de dolor y ahora es un prado con mariposas y conejitos. Soy parte de la corte de la luz, Sholto, ¿entiendes lo qué digo? Esa parte de mí afectará a la magia que haremos aquí y ahora.

– ¿Qué magia realizaremos aquí y ahora? -preguntó él, sonriendo. Todavía se apoyaba pesadamente sobre la lanza, la herida abierta que le habían inflingido los luminosos estaba descubierta y al aire. Yo había sufrido bastantes heridas propias para saber que la herida le dolería con sólo que un toque de aire le rozara. El cuchillo de hueso estaba tirado junto a las rodillas de Sholto. Sinceramente, pensé que iba a desaparecer cuando el Consorte y la Diosa se fueron, ya que él había rechazado usarlo para su verdadero objetivo. Sin embargo, Sholto todavía estaba rodeado de las principales reliquias de los sluagh. Él había sido tocado por la deidad. Nos arrodillábamos en un lugar de leyenda, teníamos la posibilidad de traer a su gente un renacimiento de sus poderes. Y en todo lo que él parecía ser capaz de pensar era en el hecho de que podíamos tener sexo.

Le miré a la cara. Traté de ver más allá de la anticipación casi tímida que se reflejaba en su rostro. Él parecía tener miedo de ser demasiado impaciente. Era un buen rey, pero aún así, la promesa de sexo con otro sidhe había alejado todas las precauciones de su mente. Sin embargo, yo no podía permitir que se precipitara, hasta estar segura de que entendía lo que podría pasarle a su gente. ¿Él tenía que entenderlo… o no?

– Sholto -dije. Él tendió la mano hacia mí. Tomé su mano para impedir que tocara mi cara. -Necesito que me escuches, Sholto, que me escuches realmente.

– Escucharé todo lo que digas.

Él estaba listo para seguir mi guía. Yo había notado eso sobre él en Los Ángeles, que el dominante y aterrador rey de los sluagh se volvía sumiso en situaciones íntimas. ¿Se lo había enseñado Agnes la Negra, o Segna? ¿O ya era así desde un principio?

Acaricié su mano, de forma más amistosa que sexual.

– Mi magia sexual trae prados y mariposas. Algunos pasillos en el sithen de la corte oscura se volvieron de mármol blanco con vetas doradas.

Su expresión se volvió un poco más seria, menos divertida.

– Sí, la reina estuvo muy disgustada -dijo él. -Te acusó de rehacer su sithen a la imagen de la Corte de la Luz.

– Exactamente -le dije.

Sus ojos se ensancharon.

– No lo hice a propósito -le dije. -No controlo lo que la energía le hace al sithen. La magia sexual no es como otras magias; es más salvaje, y tiene una voluntad propia.

– La magia de los sluagh también es salvaje, Meredith.

– Sí, pero la magia salvaje de los sluagh y la magia salvaje de los luminosos no son la misma cosa.

Él giró mi palma.

– Esgrimes la Mano de la carne y la sangre. Estos no son poderes de la corte luminosa.

– No. En combate parezco pertenecer totalmente a la Corte Oscura, pero en la magia sexual es mi sangre de la Corte de la Luz la que prevalece. ¿Entiendes lo que esto podría significar para tus sluagh?

Toda la luz pareció desaparecer de su rostro, tan sombrío parecía ahora.

– Si tenemos sexo, y los sluagh son devueltos a la vida, tú podrías hacer a los sluagh a tu semejanza.

– Sí -dije.

Él contempló mi mano como si nunca la hubiera visto antes.

– Si yo hubiera tomado tu vida, entonces los sluagh habrían permanecido como son ahora: una oscuridad terrible para arrasar todo lo que se le pone por delante. Si usamos el sexo para devolver la vida a mi gente, entonces ellos pueden llegar a ser más parecidos a los sidhe, incluso como los sidhe luminosos.

– Sí -le dije-, sí-. Estaba aliviada de que él finalmente lo entendiera.

– ¿Sería tan terrible si fuéramos más sidhe? -Casi lo susurró, como si hablara para sí mismo.

– Tú eres su rey, Sholto. Sólo tú puedes hacer esta elección por tu gente.

– Ellos podrían odiarme por hacer esta elección -dijo, mirándome. -¿Pero qué otra opción hay? No derramaré tu vida, ni siquiera por devolverle la vida a todo mi reino. -Cerró los ojos y soltó mi mano. Comenzó a brillar, suave, y blanco como si la luna se elevara por su piel. Abrió los ojos, y el oro triple de sus iris brilló. Trazó una yema brillante a través de la palma de mi mano, y dibujó una línea de frío fuego blanco a través de mi piel. Me estremecí por aquel pequeño roce.

Él sonrió.

– Soy sidhe, Meredith. Ahora lo entiendo. Soy sluagh también, pero también soy sidhe. Quiero ser sidhe, Meredith. Quiero ser totalmente sidhe. Quiero saber qué se siente al ser quien soy.

Retiré mi mano, así podría pensar sin la presión de su poder contra mi piel.

– Tú eres el rey aquí. Debes elegir. -Mi voz era un poco ronca.

– No hay elección -dijo. -¿Tú mueres, y perdemos todos, o tenerte en mis brazos? Esa no es ninguna elección. -Él se rió entonces, y su risa, también, hizo eco a través del lago. Oí repiques de campanas, o aves, o ambos. -Además, la Oscuridad y Frost me matarían si te tomara como sacrificio.

– Ellos no matarían al rey de los sluagh y traerían la guerra a los sidhes -dije.

– Si realmente crees que su lealtad todavía pertenece más a la Corte Oscura que sólo a ti, entonces no ves sus ojos cuando ellos te miran. Su venganza sería terrible, Meredith. El hecho de que existan tentativas de asesinato contra ti sólo demuestra que algunos sidhe no entienden todavía lo escaso que es el poder que todavía ejerce la reina sobre la Oscuridad y Frost. Sobre todo con la Oscuridad -dijo él en voz baja. Su rostro parecía obsesionado. Él alejó ese pensamiento y me miró de nuevo. -He visto la caza de la Oscuridad. Si los Sabuesos del Infierno, los Sabuesos de Yeth, todavía existieran entre nosotros, pertenecerían a los sluagh, a la jauría salvaje, y la sangre de aquella jauría salvaje todavía corre por las venas de Doyle, Meredith.

– ¿Entonces no me matas por miedo a Doyle y Frost?

Él me miró, y durante un momento dejó caer un poco el velo de esos ojos resplandecientes. Me dejó ver su necesidad, una necesidad tal que parecía como si hubiera sido esculpida con palabras escritas en el aire.

– No es el miedo lo que me obliga a preservar tu vida -susurró.

Le brindé una sonrisa, y el cáliz todavía sujeto en mi mano latió una vez contra mi piel. El cáliz sería parte de lo que haríamos.

– Déjame limpiarme un poco esta sangre. Entonces pondré mi brillo contra el tuyo.

Su propio brillo comenzó a desvanecerse un poco, sus ardientes ojos se enfriaron hasta casi volverse tan normales como podían llegar a ser. Aunque incluso bajo los estándares sidhe era difícil describir sus iris de un triple matiz dorado como normales.

– Estoy herido, Meredith. Habría querido que nuestra primera vez justos hubiera sido perfecta. No estoy seguro cómo de bien voy a resultar para ti esta noche.

– Yo también estoy herida -le dije, -pero ambos haremos todo lo posible. -Me levanté y noté mi cuerpo rígido por las heridas que había sufrido sin haberme dado cuenta y que debía haber recibido en la lucha.

– No seré capaz de hacer el amor de la forma en que tú lo deseas – me dijo él.

– ¿Cómo sabes lo que yo deseo? -Pregunté mientras caminaba lentamente a través de la áspera roca.

– Tenías mucha audiencia cuando trajiste de vuelta a Mistral contigo. Los rumores han crecido, pero aunque sólo una parte de eso fuera verdad, no seré capaz de dominarte como lo hizo él.

Me deslicé en el agua. Ésta encontró cada pequeño corte y raspadura. El agua era fresca y calmante, pero al mismo tiempo hizo que me ardieran las heridas.

– Ahora mismo no quiero ser dominada, Sholto. Hazme el amor, deja que sea gentil entre nosotros, si es lo que queremos.

Él se rió otra vez, y oí campanas.

– Creo que de ser gentil es todo de lo que soy capaz esta noche.

– No siempre me gusta la rudeza, Sholto. Mis gustos son más variados que eso. -Ahora estaba hundida hasta los hombros en el agua, tratando de limpiarme la sangre, que comenzaba a disolverse en el agua, desapareciendo más fácilmente de lo que yo había pensado.

– ¿Son muy variados tus gustos? -preguntó.

Me reí de él.

– Mucho-. Me hundí bajo el agua en un intento de quitar la sangre de mi cara, de mi pelo. Subí jadeando, aclarando los ríos de agua rosácea de mi cara. Me sumergí dos veces más hasta que el agua corrió clara.

Sholto estaba en la orilla de la isla cuando emergí por última vez. Estaba de pie, usando la lanza como una muleta. El cuchillo blanco estaba metido con cuidado en la tela de sus pantalones, de la misma forma en que se prendería un alfiler a la ropa: dentro, y luego fuera, de modo que la punta quedaba expuesta al aire. Me ofreció su mano. La tomé, aunque podría haber salido sola del agua, y sabía que le debía doler al inclinarse.

Sholto me levantó del agua, pero sus ojos nunca se fijaron en mi rostro. Su mirada se quedó fija en mi cuerpo, en mis pechos, mientras el agua corría por ellos. Hay mujeres que lo habrían tomado como una ofensa, pero yo no era una de ellas. En aquel momento él no era un rey, era un hombre, y eso estaba muy bien para mí.

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