SI NO HUBIERA TENIDO MIEDO DE CLAVARME LOS HUESOS, habría nadado hasta donde Sholto y Agnes todavía sostenían a Segna. Los otros dos guardias, Ivar y Fyfe, estaban aún en el agua, manteniéndose cerca, pero sin sostener a la mujer caída. El agua me llegaba a los hombros, y me ardía en las marcas que las garras de Segna me habían hecho, y era lo suficientemente profunda para poder nadar en ella, si aquellos huesos no estuvieran ocultos bajo la superficie. Mi sangre se deslizaba en el agua negra, perdiéndose.
Sholto sostenía la cabeza y la parte superior del cuerpo de Segna tan bien como su único brazo sano se lo permitía. Agnes aún estaba a su lado, ayudándolo a sostener a su hermana sobre el agua. Tropecé en el fondo blando y me hundí. Salí escupiendo.
La voz de Agnes me llegó claramente cuando le dijo a Sholto…
– ¿Cómo puedes desear a esa débil cosa? ¿Cómo puede ser eso lo que deseas?
Escuché la tierra deslizarse, el agua moverse. Me giré para encontrar a Doyle y a Frost en el agua, caminando hacia mí.
– Ésta es su matanza o nunca será reina -dijo Agnes.
– No venimos a matar por ella -dijo Doyle.
– Venimos para protegerla, igual que la guardia de vuestro rey le protege -dijo Frost, y su cara era una máscara arrogante. Su carísimo y claro traje estaba empapado de agua sucia. Su largo cabello plateado se arrastraba por el agua tras él. De alguna forma, parecía como si el agua lo ensuciara más a él que a los otros, como si el agua estropeara su blanca y plateada belleza más severamente.
La oscuridad de Doyle parecía fundirse con el agua. El hecho de que su larga trenza se arrastrara por ella no parecía molestarlo. La única cosa que le preocupaba era mantener limpia su arma. Las armas modernas disparan muy bien aunque estén mojadas, pero él había comenzado a usar armas de fuego cuando la pólvora seca significaba la diferencia entre la vida y la muerte, y los viejos hábitos son difíciles de eliminar.
Esperé a que llegaran hasta mí, porque necesitaba el consuelo de su presencia mientras hacía esto. Lo que realmente quería hacer era lanzarme en sus brazos y empezar a gritar. No quería asesinar más, quería la vida para mi gente. Quería traer el retorno de la vida a las hadas, no la muerte. No la muerte.
Esperé, y dejé que sus manos me ofrecieran consuelo. Dejé que me levantaran del blando y traicionero fondo y me guiaran por el agua. No me desplomé sobre ellos, pero me permití obtener coraje de la fuerza de sus manos.
Un hueso rozó mi pierna.
– Un hueso -dije.
– Un espinazo, por lo que parece -dijo Doyle.
– ¿Estás esperando a que Segna se muera antes de que consigas llegar hasta aquí? -Preguntó Agnes con voz burlona. Las lágrimas que brillaban en su rostro hicieron que no le tuviera en cuenta su tono. Estaba perdiendo a alguien con quien había vivido, había luchado, había amado durante siglos. Ella ya me odiaba antes de esto; ahora me odiaría mucho más. No la quería como mi enemiga, pero parecía que hiciera lo que hiciera, no podría evitarlo.
– Estoy intentando no compartir su destino -dije.
– Espero que lo hagas -me contestó Agnes.
Sholto, con lágrimas en su rostro, la miró.
– Si alguna vez levantas una mano contra Meredith otra vez, tú y yo habremos terminado.
Agnes le contempló, buscando en su rostro, mientras sostenía el cuerpo de Segna. Miró fijamente el rostro del hombre que amaba y lo que allí vio le hizo inclinar la cabeza.
– Haré lo que mi rey desee.
Las palabras eran amargas; pareció que mi garganta se encogía sólo de oírlas. Debían de haber quemado en la garganta de Agnes.
– Júralo -dijo Sholto.
– ¿Qué juramento me pedirías? -preguntó Agnes, con la cabeza todavía inclinada.
– El juramento que Meredith hizo y el que hará.
Ella tembló, y no fue debido al frío.
– Juro por la oscuridad que devora todas las cosas que no dañaré a la princesa aquí y ahora.
– No -dijo Sholto-, jura que nunca la dañarás.
Ella se inclino más, arrastrando su seco y negro cabello por el agua.
– No puedo hacer ese juramento, mi rey.
– ¿Por qué no puedes hacerlo?
– Porque pretendo hacerle daño.
– ¿No jurarás no hacerle daño nunca? -Sholto parecía sorprendido.
– No lo haré; no puedo.
Ivar, el de la voz de pájaro, dijo…
– Puedo sugerir, Alteza, que ella haga el juramento de no dañar a la princesa ahora, para que todos podamos salir de aquí de una vez. Podemos tratar con su traición más tarde, una vez que nos hayamos ocupado de la urgencia que tenemos en este momento.
Sholto sostenía a Segna contra él, y las amarillentas manos de ella con sus garras rotas le aferraban.
– Tienes razón -dijo, mirando a Agnes, que todavía estaba inclinada sobre el cuerpo de Segna y el agua. -Haz el juramento que ibas a hacer, Agnes.
Ella se enderezó y el agua se escurrió de su cabello.
– Juro por la oscuridad que devora todas las cosas que no dañaré a la princesa en este momento.
– ¿Puedo sugerir algo, Rey Sholto? -preguntó Doyle.
– Sí -contestó Sholto, aunque sus ojos permanecían fijos en la mujer que agonizaba en sus brazos.
– Agnes la Negra debería añadir a su juramento que no dañará a la princesa mientras estemos aquí en tu jardín.
Sholto sólo asintió y susurró…
– Hazlo como él dice, Agnes.
– ¿Es que ahora los guardias sidhe dan órdenes a nuestro rey? -dijo ella.
– ¡Hazlo, Agnes! -le gritó él, y su grito terminó en un sollozo. Sholto inclinó su cuerpo sobre Segna y lloró abiertamente.
Ella me fulminó con la mirada mientras hablaba, a mí, no a Doyle, y cada palabra pareció salir de ella casi a la fuerza.
– Juro por la oscuridad que devora todas las cosas que no dañaré a la princesa mientras estemos en los jardines muertos.
– Creo que eso es lo mejor que obtendremos de ella -dijo Frost, en voz baja.
– Sí -Asintió Doyle.
Ambos me miraron, como si supieran que eso era una mala idea. Respondí a su mirada hablando en voz alta…
– No hay forma alguna de evitar esto, hay que afrontarlo. Tenemos que sobrevivir a este momento para pasar al siguiente.
– Segna no sobrevivirá a este momento -dijo Sholto, levantando su rostro durante un momento.
Él no había estado tan trastornado en Los Ángeles cuando yo le había hecho algo mucho más horrible a Nerys la Gris, su otra arpía. No se lo señalé, pero no pude menos que notarlo. Ambas habían sido sus amantes, pero de nuevo, yo sabía mejor que la mayoría, que no sientes lo mismo por todos tus amantes. Segna significaba algo para él, y Nerys no. Simple y doloroso, pero verdadero.
Miré más allá de la arpía agonizante a Agnes la Negra, que observaba a Sholto atentamente. Comprendí en ese momento que ella no sólo lloraba por la muerte de Segna, sino que también recordaba que él no había llorado por Nerys. ¿Se preguntaba si él lloraría por ella? ¿O ya sabía que él había amado más a Segna? No estaba segura, pero diría que era un pensamiento crudo y doloroso el que se reflejaba en sus rasgos. Ella contempló al lloroso rey, y la idea de su pérdida pareció grabarse en su rostro. No iba a ser sólo el duelo por la pérdida de Segna lo que ella obtendría del trabajo de esta noche.
Agnes pareció notar el peso de mi mirada, porque se giró. Me miró y la pena en su rostro se transformó en un odio afilado, ardiente. Pude ver mi muerte en sus ojos. Agnes me mataría, si pudiera.
La mano de Doyle se tensó en mi brazo. Frost pasó por encima de los huesos escondidos bajo el agua hasta situarse delante de nosotros, e interpuso sus amplios hombros en el camino de la mirada de Agnes, como si su sola mirada pudiera hacerme daño de alguna manera. Aquel momento pasó. Pero habría más noches, y más oportunidades para convertirme en una princesa mortal asesinada.
– Ella ha hecho su juramento -dijo Sholto con voz ahogada. -Es todo lo que podemos hacer esta noche. -Esto último era casi una admisión de que él también había visto lo mismo en el rostro de Agnes. Me habría gustado poder creer que él podría mantener sujetas las riendas que controlaban a la arpía, pero la mirada de Agnes me dijo que no había rienda, de honor o amor, más fuerte que su odio.
No quería matar a Segna, no quería acabar con su vida mientras Sholto lloraba por ella. Y ahora supe también que debería matar a Agnes o ella me vería muerta. No podría hacerlo yo misma, y quizás no sería hoy, pero tendría que ordenar su muerte. Era demasiado peligrosa, demasiado poderosa entre los sluagh para permitir que viviera.
Cuando dejé que el pensamiento aflorara desde el fondo de mi mente, no supe si reír o llorar. Yo no quería matar a una arpía, y había odiado tener que matar a la primera, y aún así planeaba ya la muerte de la tercera.
Frost y Doyle me levantaron sobre el rosario escondido de huesos. Me llevaron casi flotando hasta Sholto, donde él lloraba por la arpía. Intentaron soltarme, pero me hundí hasta la barbilla cuando me dejaron. Me sujetaron al mismo tiempo, los dos alzándome sobre el agua negra.
– Ella debe mantenerse sobre sus propios pies para llevar a cabo esta matanza -dijo Agnes y su voz contenía algo del calor mortal de su mirada.
– No sé si soy suficientemente alta -dije.
– Tengo que estar de acuerdo con la arpía -dijo Fyfe. -La princesa debe mantenerse de pie sola para poder reclamar la matanza como suya.
Frost y Doyle intercambiaron una mirada, todavía sosteniéndome entre los dos.
– Bajadme despacio -les dije. -Creo que puedo tocar fondo.
Hicieron lo que les pedí. Incluso manteniendo la barbilla alzada, apenas podía mantener la boca por encima del agua sucia.
– No llevamos ningún arma con nosotros que pueda matar a un inmortal -dijo Doyle.
– Ni nosotros -dijo Ivar.
Sholto me miró, su rostro inundado por la pena, y luché por hacer frente a esa mirada. Él se movió, y una ola diminuta golpeó mi rostro. Comencé a patalear en el agua, así podría mantener mi cabeza por encima de la superficie. Cuando lo hice, mi pierna rozó algo, y pensé que era un hueso, pero se movió. Era el brazo de Segna, flotando como muerto en el agua. Mi pierna lo rozó otra vez, y el brazo se convulsionó.
– Los huesos pueden ser un arma -dije.
Entonces Segna dijo con una voz rota y ronca que nunca debería salir de la garganta de alguien vivo…
– Bésame una… última… vez.
Sholto se inclinó con un sollozo.
Ivar nos movió a todos hacia atrás para darles espacio. Consiguió que también Agnes retrocediera, logrando que el cuerpo de Segna comenzara a hundirse bajo el agua. Avancé, intentando ayudar para sujetarla, mientras luchaba con el agua. Conseguí poner una mano en su cuerpo, sentir el peso de su capa alrededor de mis piernas. Sentí que se tensaba un latido antes de que su brazo, que ahora estaba detrás de mí, avanzara. Tuve tiempo para girarme y poner ambas manos en su brazo, intentando mantener sus garras alejadas de mí.
– ¡Merry!-gritó Doyle.
Pude ver el otro brazo deslizándose detrás de mí. Solté el brazo que sujetaba e intenté alejar de mí el otro brazo. El cuerpo de Segna rodó bajo el agua, y me llevó con ella.