CAPÍTULO 15

SHOLTO YACÍA DESNUDO FRENTE A MÍ. YO NUNCA LE HABÍA visto así, yaciendo desnudo, y esperando, sabiendo que no teníamos que detenernos.

La primera y única vez que yo lo había visto completamente desnudo él todavía tenía tentáculos. Pero había usado su propia magia personal para hacer que su estómago pareciera una perfecta tabla de desarrollados abdominales. Incluso tocándolo, yo no había sido capaz de sentir lo que sabía que había allí. Él era muy bueno con el encanto, dado que había pasado años escondiendo aquella deformidad.

Ahora yacía de espaldas, usando sus propios pantalones como un pequeño cojín contra la piedra. Los sidhe de la Corte de la Luz le habían desollado toda la piel del estómago, desde las costillas a la ingle. Yo había visto la herida, pero ahora parecía más grande. El dolor debió haber sido horrible.

Él había puesto la lanza blanca y el cuchillo de hueso a uno de sus lados. Yo había puesto el cáliz al otro. Haríamos el amor entre el cáliz, símbolo de la Diosa, y los otros dos símbolos que eran… oh, tan masculinos.

El aire encima de su cuerpo tembló, como vacilaba el aire caliente sobre la carretera, y al momento siguiente ya no había ninguna herida. Él estaba de vuelta, creando la ilusión de unos abdominales perfectos. De todos mis amantes, sólo los de Rhys eran reales.

– No tienes que esconderte, Sholto -le dije.

– La mirada en tu cara no es la mirada que quiero ver la primera vez que hagamos el amor, Meredith.

– Llévate el encanto, Sholto, déjame verte realmente.

– No es más hermoso que lo que solía estar allí -su voz fue triste.

Toqué la piel lisa de su hombro.

– Eras hermoso. Eres hermoso.

Él me dirigió una sonrisa tan triste como su tono.

– Meredith, no me mientas, por favor.

Estudié su rostro. Era tan bello de rostro como Frost, que era uno de los hombres más perfectos que yo había visto alguna vez. Le dije en voz alta…

– La reina una vez te llamó el cuerpo sidhe más perfecto que había visto alguna vez. Fuiste herido, te curarás; eso no ha cambiado tu perfección.

– Lo que la reina dijo fue que era una lástima que uno de los cuerpos sidhe más perfectos que había visto alguna vez estuviera arruinado por tal deformidad.

Bien, tal vez mencionar lo que había dicho la reina no había sido una buena idea. Lo intenté otra vez. Me acerqué lentamente hacia su cara y me incliné para tocar sus labios con los míos. Pero fue un beso frío, y él apenas respondió. Retrocedí.

– ¿Qué está mal?

– En Los Ángeles, incluso verte vestida endurecía mi cuerpo. Esta noche estoy débil.

Bajé la mirada a lo largo de su cuerpo para encontrar que él todavía no tenía una erección. Él era uno de esos hombres naturalmente dotados, aún en reposo; un tipo de los que se entregan, no de los que crecen.

Yo poseía la magia que podría traer a un hombre a la vida, si fuera necesario, pero era magia luminosa. Yo quería usar lo menos posible la magia de la Corte de la Luz en esta unión. Aunque Sholto había tomado la decisión de aceptar el riesgo, temía por los sluagh. Temía que perdieran su identidad como pueblo.

Por supuesto, había otros modos de excitar a un hombre además de la magia.

Avancé lentamente, con cuidado, sobre las rocas desnudas, hasta que me arrodillé junto a su cadera.

– No eres débil, Sholto, estás herido. No hay ninguna vergüenza en eso.

– Verte desnuda y no reaccionar es vergonzoso.

– Creo que podemos arreglar eso -le dije, sonriendo.

– ¿Magia? -dijo él, apartando la vista desde su cuerpo al mío.

Sacudí la cabeza.

– Nada de magia, Sholto, sólo esto -Remonté mi mano sobre sus muslos, deleitándome en la piel lisa. Los sidhe no tenían mucho pelo en el cuerpo, pero creo que era debido a que él fuera en parte ave nocturna, una criatura que de hecho no tiene pelo, lo que le hacía ser completamente lampiño. Liso como una mujer y tan suave, aunque terriblemente masculino desde las plantas de sus pies a la coronilla. Acaricié a lo largo el interior de sus muslos y él los extendió para mí, de modo que yo pudiera acariciarle hacia arriba y tocar la piel de seda entre sus piernas. Él no estaba todavía excitado cuando hice rodar esas delicadas pelotas en mi mano.

El roce le hizo arquear la columna, echar la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Pero con el placer llegó un gemido de dolor. El movimiento había herido la zona despellejada en el centro de su cuerpo. El progreso que había logrado se marchitó ante tal dolor.

Él se cubrió los ojos con el antebrazo y dejó escapar un sonido entre sollozo y grito.

– Seré inútil para ti esta noche, Meredith. Seré inútil para mi gente. No nos traeré de vuelta a la vida con la muerte, y no puedo hacerlo con la vida.

– Yo esperaría hasta que estuvieras curado, Sholto, si pudiera. Pero esta noche es para restaurar la vida con la magia. Consuélate, tendremos otras noches, o días. Otras ocasiones, después de que estés curado, para hacer lo que queramos hacer. Esta noche, haremos lo que debemos hacer.

Él descubrió sus ojos y me miró fijamente. Su cara contenía tanta desesperación.

– No puedo pensar en ninguna posición sexual que no te haga daño, y a ti no te gusta el dolor -le dije.

– No dije que no me gustara el dolor, pero no tan agudo como éste.

Reservé esto para futuras ocasiones.

– Lo sé. Hay límites para la mayor parte de nosotros más allá de los cuales el dolor es sólo dolor.

– Lo siento, Meredith, pero temo que yo ya he alcanzado ese punto con estas heridas.

– Veremos -dije. Me incliné sobre su cuerpo hasta que pude besar su sexo. Lo introduje, suavemente, en mi boca. La única otra vez que yo lo había tenido en mi boca él había estado excitado y duro, e impaciente. Esta noche su cuerpo estaba tranquilo, flácido e inmóvil.

Al principio, yo estaba casi impaciente, pero me controlé. No era momento para ser impaciente o meter prisas. Ésta era la primera vez de Sholto con otro sidhe. Era uno de sus sueños más atesorados, y estaba herido y no en su mejor momento. Probablemente debía haber fantaseado con este momento, y ahora ninguna de sus fantasías se realizaba. La realidad era una amante más áspera que la imaginación.

Dejé marchar la impaciencia. Dejé de preguntarme lo que Doyle, Frost y los demás debían de estar pensando. Dejé ir el pensamiento de que mis poderes crecían y no tenía ni idea de lo que harían después. Dejé que todas las preocupaciones se fueran y me dediqué a este momento. Me dediqué a la sensación de él en mi boca.

Me había sido negada la posibilidad del sexo oral por la mayoría de mis amantes. Ellos no querían arriesgarse a derramar su semilla en ningún otro lugar que no fuera entre mis piernas, perdiendo una posibilidad de engendrar al siguiente heredero al trono, y con ello la posibilidad de hacerse a sí mismos rey y a mí reina. No los culpaba, pero me gustaba el sexo oral, y había extrañado hacerlo. Las pocas veces que había sido capaz de persuadir a alguien, él ya había estado excitado, grande y duro, lo que era un placer en sí mismo, pero me gustaba la sensación de un hombre cuando no estaba erecto. Era mucho más fácil tomarlo todo en mi boca. Nada de estiramientos, nada de pelear contra toda esa longitud o anchura.

Lo hice rodar en mi boca, chupando suavemente, al principio. Pero quería disfrutar de toda la sensación mientras él permaneciera flácido, entonces aumenté la intensidad. Yo podía sentirlo moviéndose en mi boca, el deslizamiento de piel, su carne tan fácil de trabajar. Succioné rápido y más rápido, hasta que él lanzó un grito…

– Suficiente, basta.

Me moví hacia sus blandas pelotas, lamiendo a lo largo de la piel, deslizando toda esa sedosidad entre mis labios y lengua. Observé cómo se endurecía cuando jugué con sus pelotas. Hice rodar un testículo, con cuidado, en mi boca antes de jugar con los dos. Él era demasiado grande para mí como para intentar coger ambos al mismo tiempo; sería demasiado fácil perjudicar esas partes sensibles. La última cosa que quería hacer era causarle cualquier nuevo dolor.

Su mirada era salvaje cuando descendió por su cuerpo para llegar hasta mí. El triple dorado de sus ojos empezó a brillar, oro fundido en el centro, luego ámbar moteado por el sol, y por último un dorado amarillo pálido como las hojas del olmo en otoño. En un momento sus ojos resplandecían y al otro, esa luz explotó por su cuerpo, como si la luz blanca fuera líquido corriendo bajo su piel. Su piel brilló hasta debajo de la roja herida, como si estuviera tallado en rubíes sobre marfil, con el sol brillando a través del blanco y rojo de su cuerpo.

Me moví sobre su cuerpo, no con él dentro, sino con una rodilla a cada lado de sus caderas. Lo miré fijamente, queriendo recordar su belleza la primera vez. El brillo se había extendido a las puntas de su cabello, como si cada hebra estuviera bañada en la luz de la luna. Él era todo luz y magia, pero cuando usé mi mano para ayudarle a deslizarse dentro de mí, era todo piel de seda y músculo.

Deslicé su sexo dentro de mí, y me percaté de que yo estaba demasiado cerrada. Le había preparado con toda una serie de juegos previos pero yo no había recibido ninguno. Estaba mojada por el placer, pero cerrada, muy cerrada.

Él logró decir con voz entrecortada…

– No estás lo suficiente abierta.

– ¿Te hace daño? -Mi propia voz parecía un susurro.

– No -susurró él.

– Entonces quiero sentir que fuerzas tu camino dentro de mí. Quiero sentir cada centímetro empujar dentro de mí mientras estoy así de cerrada -Moví mis caderas un poco más abajo, luchando por cada delicioso centímetro. Yo estaba tan apretada que él rozaba cada milímetro de mí, deslizándose pesada y lentamente sobre ese punto sensible en mi interior.

Esperaba tenerlo dentro de mí tan profundamente como pudiera antes de mi liberación, pero mi cuerpo tenía otras ideas. Era como si mi cuerpo al estar tan ceñido alrededor del suyo, hiciera que su cuerpo presionara justo, exacta y directamente contra ese punto. En un momento yo trataba de ir con mucho cuidado, aliviándolo dentro de mí, y al siguiente gritaba mi orgasmo, mi cuerpo pulsando alrededor del suyo, el movimiento forzándome más abajo sobre su verga y más rápido de lo que podría haber manejado sin la liberación. Y mientras podía seguir empujándolo dentro de mí, el orgasmo continuaba creciendo. Siguió cuando me presioné contra él, y en algún momento, antes de que el último centímetro de él estuviera dentro, Sholto comenzó a ayudar a empujar.

Me senté encima de él con nuestros cuerpos unidos tan cerca como un hombre y una mujer podrían estarlo, el orgasmo haciéndome danzar encima de él. Yo era vagamente consciente de que mi piel estaba brillando con un brillo lunar que se equiparaba al suyo. El viento de mi propio poder hizo volar mi pelo alrededor de mi cara como granates centelleando en el fuego. Mis ojos brillaban tan intensamente que yo podía ver los coloreados matices de verde y oro de mis propios ojos bailando en los bordes de mi visión. Grité y me retorcí encima de ola tras ola de placer. No había sido planeado, o conseguido con habilidad, sino más bien con suerte; una llave deslizándose en una cerradura en el momento exacto. Nuestros cuerpos tomaron ese momento y lo aprovecharon.

Oí que él gritaba mi nombre, sentí su cuerpo empujar bajo el mío, lo sentí conducirse a casa con fuerza y tan rápido como podía. Golpeó en lo más hondo de mí y eso me hizo llegar al orgasmo otra vez. Eché mi cabeza hacia atrás y grité su nombre al cielo.

Sholto estaba todavía debajo de mí, pero yo no podía enfocar mis ojos para verle, no del todo. Todavía veía ráfagas de colores. Me desplomé hacia delante, y olvidé. Olvidé que él todavía estaba herido. Olvidé que yo llevaba puesto el anillo de la reina en mi mano derecha; un anillo que había pertenecido una vez a una verdadera diosa de la fertilidad.

Tuve un segundo para comprender que la piel de su estómago bajo mis manos ya no estaba rasgada, sino que la notaba lisa y perfecta. Parpadeé, luchando a través de la sensación de bienestar del placer para verlo. Su estómago estaba tan plano y perfecto como cuando su ilusión había estado allí, pero esto no era ninguna ilusión. Sus tentáculos habían regresado, pero como un tatuaje tan brillante y real que en un primer vistazo parecían verdaderos. Eran un cuadro, dibujado sobre su piel.

Vi todo eso en apenas el tiempo de tres parpadeos, pero ya no hubo ninguno más porque de repente el anillo cobró vida. Fue como ser sumergido en agua tocada por una corriente eléctrica. No era bastante para matar, pero suficiente para que doliera.

Sholto gritó bajo mí, y no de placer.

Traté de alejar el anillo de su cuerpo, pero mi mano parecía pegada a su piel recién decorada. El poder sopló desde nosotros, como si la magia se derramara lejos por encima de la roca desnuda. Yo podía respirar otra vez.

Sholto jadeó…

– ¿Qué fue eso?

– El anillo.

Él bajó la mirada, mirando fijamente mi mano presionada contra su abdomen. Sus dedos tocaron el tatuaje, una mirada de maravilla en su cara, y de pérdida. Era como si le hubieran otorgado su deseo más querido, y en el mismo momento experimentase una pérdida que lo acompañaría para siempre.

Oí algo metálico deslizándose por encima de la roca. El sonido hizo que me diera la vuelta. El cáliz rodaba hacia nosotros aunque el suelo era completamente plana. Miré hacia el otro lado y vi la lanza de hueso rodando desde allí. Iban a tocarnos al mismo tiempo.

– Espera -le dije.

– ¿A qué?

– A mí.

Él agarró mis brazos, y mi mano se vio liberada de su estómago. Me sujeté a sus brazos sin pensarlo, poniendo el anillo contra su piel desnuda, otra vez. A veces la Diosa nos extiende la mano en nuestro camino, y otras veces se pone detrás de nosotros y nos empuja por el borde del acantilado.

Estábamos a punto de ser lanzados.

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