CAPÍTULO 11

¾ESA MIRADA EN TU CARA, MEREDITH. TÚ NO LO SABÍAS. Realmente no lo sabías. ¾Su voz sonó más calmada, a medias entre aliviada y herida, como si él no lo hubiera esperado.

Yo me obligué a apartar la mirada de la herida, y fijarla en su rostro. Los ojos estaban muy abiertos, la boca abierta como si jadeara. Parecía estar en estado de shock. Encontré mi voz, pero era un susurro ronco.

¾Yo no lo sabía. ¾Me lamí los labios y traté de dominarme. Era la Princesa Meredith NicEssus, esgrimidora de dos manos de poder, con posibilidad de ser reina; tenía que hacerlo mejor que esto. Estaba acurrucada contra Doyle, pero me aparté. Si Sholto podía sobrevivir a semejante herida, entonces lo menos que yo podía hacer era no encogerme ante ello.

De nuevo, la voz aguda vino de uno de los guardias más bajos, y Sholto habló en respuesta.

¾Ivar tiene razón. La expresión en vuestros rostros lo deja claro. Ninguno lo sabía. Por una parte, me siento menos traicionado; por otra, me doy cuenta de que tenemos un complot político en marcha y eso me dice que es muy peligroso para nuestra corte, para nuestras dos cortes.

Fui hacia él, lentamente, de la manera en que me acercaría a un animal herido. Despacio, para no asustarlo más.

¾¿Quién te hizo esto? ¾Le pregunté.

¾La corte dorada.

¾¿Quieres decir los Luminosos?

Él asintió levemente.

¾Sólo el mismo Taranis podría ser capaz de separarte de tus sluagh. Ningún otro noble de su corte es lo bastante poderoso como para prenderte así ¾dijo Doyle.

Sholto miró Doyle, una larga, pensativa mirada.

¾Eso es un gran elogio viniendo de la Oscuridad de la Reina.

¾Es la verdad. La princesa lo dijo mejor: los sluagh son los últimos que quedan de la jauría salvaje. Lo últimos dentro del mundo de las hadas. Sólo a ti y a tu gente os queda todavía la magia salvaje corriendo por vuestras venas. No es un poder pequeño, Rey Sholto.

¾Deberíamos haber oído la batalla incluso desde dentro de nuestro propio sithen ¾dijo Frost, y había una pregunta en su voz.

Los ojos de Sholto saltaron hacia él y luego se apartaron, como si se diera cuenta de repente de que no quería encontrarse con la mirada de nadie.

La voz de Segna la Dorada se oyó quejumbrosa desde su sucia capucha amarilla.

¾Lo que no puede ser tomado con la fuerza de las armas, puede ser fácilmente ganado con una carne suave.

Sholto no le dijo que se callara. Dejó caer la cabeza, de modo que una cortina de pálido cabello ocultara su cara. No entendí lo que había dicho Segna, pero estaba claro que le había acertado de pleno.

¾Yo no te preguntaría esto ¾dijo Doyle¾, pero si la gente de Taranis te ha herido, entonces es un desafío directo a la autoridad de nuestra reina. O él cree que nosotros no vamos a responder, o cree que no somos lo bastante fuertes para responder.

Entonces Sholto alzó la mirada.

¾¿Ahora entiendes por qué pensé que la Reina Andais tenía que saberlo?

Doyle asintió.

¾Porque si ella no había dado su permiso, entonces este ataque tiene todavía menos sentido.

¾Hay guerras que han empezado por menos ¾dijo Mistral.

El comentario le ganó una mirada de Sholto.

¾La última vez que te vi, te sentabas en la silla del consorte, a los pies de la Princesa Meredith.

Mistral se inclinó.

¾Fue un honor.

¾Yo me he sentado en esa silla, y fue un honor vacío. ¿Lo has encontrado tú así?

Mistral vaciló, y entonces dijo…

¾Yo he encontrado todo lo que esperaba encontrar, y más.

Luché para no girarme y mirarlo. Su voz era tan cuidadosa, supe que había visto algo en el rey que estaba ante nosotros que yo no había visto hasta ahora. Sholto estaba desesperado por conocer el roce de otro sidhe; Quería otro resplandor de alta magia para emparejarlo con el suyo. No se me había ocurrido que Sholto había estado aquí en su propio reino depositando sus esperanzas en que yo mantuviera mi promesa y le ofreciera mi cuerpo. Intentos de asesinato, crímenes y más maquinaciones políticas de las que yo podía recordar me habían impedido cumplirlo. Pero yo no había pensado ignorar a Sholto.

¾Yo no quise que fuera un honor vacío, Rey Sholto ¾dije¾. Pienso cumplir la promesa que te hice.

¾Ahora te acostarás con él. ¾La voz de Segna otra vez, sonando como un áspero gañido¾. Eso es lo que la ramera luminosa dijo, que una vez que él se curase, ella se acostaría con él.

Levanté la vista para mirarlo.

¾¿Tú has permitido que alguien te hiciera esto?

Él sacudió la cabeza.

¾Nunca.

Se oyó la voz de Agnes, más refinada, más humana que la voz de su hermana arpía.

¾Sholto, tú has soñado con ser sidhe, completamente sidhe, desde que eras pequeño. No le mientas a alguien que ayudó a criarte.

¾También quise que las alas de un ave nocturna salieran de mi espalda cuando era pequeño ¿Recuerdas?

Ella asintió, con aquella cabeza que parecía ser demasiado grande para los estrechos hombros.

¾Lloraste cuando te diste cuenta de que nunca tendrías alas.

¾Queremos muchas cosas cuando somos niños. Admito que a veces yo deseé que no estuvieran. ¾Hizo un movimiento como si tocase lo que ya no estaba allí, de la misma forma en que una persona con una extremidad amputada trataba de rascarse el miembro fantasma. La mano cayó antes de tocar la ruina en carne viva que era su estómago.

¾¿Cómo te atraparon, y por qué te hicieron esto? ¾Preguntó Doyle.

¾Soy rey por derecho propio, no sólo un noble de la guardia de la reina. Si los luminosos no me vieran como una cosa impura, yo podría haberme acostado con una de sus mujeres sidhe hace mucho tiempo. Pero soy considerado un crimen peor que un mero sidhe oscuro. La reina Andais me llama su Criatura Perversa, y los Luminosos lo creen sinceramente. Soy para ellos una criatura, una cosa, una abominación.

¾Sholto… ¾susurré.

¾No, Princesa. También he visto como tú te estremecías, apartándote de mí.

Me moví hacia él.

¾Al principio, sí. Pero desde entonces te he visto resplandeciendo con tu poder, con todo un juego de colores que hacía que esos apéndices extras brillaran como joyas al sol. He sentido tu cuerpo vibrar con la magia y el poder, tu desnudez dentro de mi cuerpo¾. Le toqué el brazo.

Él no se apartó.

¾Tú no lo jodiste, ¾dijo Segna.

¾No, pero lo he tenido en mi boca, y si no me hubieses interrumpido esa noche, nosotros quizás habíamos hecho más. ¾Yo no había gozado de los apéndices extra de Sholto, pero una vez que él había empezado a resplandecer con el poder, su magia respondiendo a mi toque, yo lo había visto claramente durante un resplandeciente momento. Le había encontrado atractivo y había visto ese nido de tentáculos no como una deformidad sino como otra parte de él. Dudaba de haber podido dormir en la misma cama con él, pero en cuanto al sexo… el sexo me había parecido una buena idea en ese momento. Ahora traté de dejárselo ver en mi cara, pero quizás ya se reflejaba, porque él se apartó y comenzó a explicar la historia del engaño.

¾Debería de haber sabido que era una mentira ¾dijo él¾. Lady Clarisse se ofreció a encontrarse conmigo. Ella me mandó una nota en la que decía que me había visto fugazmente sin camisa, y no había podido dejar de fantasear sobre ello. Salté ante la oportunidad, no parándome a preguntar. Quería tanto estar con otro sidhe, incluso aunque sólo fuera por una noche.

Yo no me sentía culpable muy a menudo, pocas hadas lo hacen, pero en ese momento supe que si le hubiera tomado en mi cama, él no habría sido vulnerable a la artimaña de la luminosa. O quizás habría sido más vulnerable, nunca lo sabríamos.

Intenté abrazarlo sin hacerle daño, pero Segna me alcanzó y me apartó.

¾No vuelvas a tocarla ¾le espetó Sholto a Segna, y su voz estaba repleta de una ira sofocante.

¾Ahora ella te abrazará ¾gimoteó Segna¾, ahora te tocará, porque esas cosas repulsivas ya no están. Ahora ella te quiere, como la otra ramera sidhe.

¾Ella me habría tocado esa noche en Los Ángeles si tú nos hubieses dejado solos ¾dijo él.

Agnes alcanzó a la otra arpía y la empujó hacia atrás.

¾Él tiene razón, Segna. También tenemos parte de culpa en esta atrocidad.

Una lágrima cayó desde el ojo amarillo enfermizo de Agnes. Ella se giró para que yo no la viera. La mayor parte de las hadas lloran cuando otras hadas lloramos, y demostramos cualquier emoción abiertamente. Era sólo cuando estábamos cerca de un trono que aprendíamos a esconder lo que sentíamos. Y nosotros creíamos que éramos un pueblo más libre que ellos.

¾Lady Clarisse ¾continuó Sholto¾, me llevó dentro del sithen de la luz. Me llevó a escondidas por caminos apartados hasta su cuarto. Entonces me dijo que aunque los tentáculos la fascinaban, también los temía. Me dijo que no podría soportar que los tentáculos la tocaran mientras hacíamos el amor. Sinceramente, en ese momento fui un tonto porque permití que me atara de modo que yo no la rozara accidentalmente con las partes que ella tanto temía, y también dijo que anhelaba. ¾De nuevo, no miró a nadie a los ojos. Vi cómo enrojecía incluso a través de las hebras de su blanco cabello. El ardía por la vergüenza¾. Cuando estuve indefenso, otros sidhes se deslizaron sigilosamente en la habitación. Ellos me hicieron lo que ves.

¾¿Estaba su rey con ellos? ¾Preguntó Doyle.

Sholto negó con la cabeza.

¾Él no es un rey que haga su propio trabajo sucio. Tú lo sabes, Oscuridad.

¾¿Lo sabía el rey? ¾Preguntó Doyle.

¾Ellos no habrían hecho esto sin su conocimiento ¾dije¾. Le temen demasiado.

¾Pero no estando presente, se ha dejado margen para negarlo ¾dijo Sholto¾. Si pudiera ver lo que él esperaba ganar con esto, yo lo creería de él. ¿Pero qué espera lograr con ello?

¾Algunos de entre tu gente creyeron que la Reina Andais te hizo esto o permitió que te lo hicieran. Quizás esta atrocidad fue cometida con esa intención. Tú eres su aliado más poderoso, Rey Sholto. ¿Si tú dejases su bando, qué pasaría entonces? ¾ Preguntó Doyle.

¾La única razón que puede tener el rey para querer a nuestra reina separada de sus aliados es que piense en declarar la guerra. Y si cualquier sithen entra en guerra con otro, nuestro tratado con América será violado. Todos seremos expulsados del último país que nos acogería. Si Taranis provoca eso, el resto de hadas se alzaría contra él, y sería destruido.

Nosotros ya sabíamos que Taranis había hecho algo casi tan malo o más que eso a principios del año. Liberó al Innombrable, un ser sin forma. Este ser fue creado a partir del poder desechado al que todos los sidhes habían sido forzados a renunciar a fin de que se les permitiera quedarse en América, una de las restricciones que nos impuso el Presidente Jefferson cuando nos permitió quedarnos. Habíamos llevado a cabo dos vaciados mágicos de poder en Europa, intentando controlarnos a nosotros mismos lo suficiente para convivir pacíficamente con los humanos, pero habíamos hecho otro aquí. No creo que cualquiera de los otros sidhe entendiese a lo que renunciábamos. Nací mucho tiempo después del hechizo, de modo que conozco nuestro glorioso pasado a través de historias, leyendas y rumores.

Taranis había liberado toda esa magia atrapada, y trató de utilizarla para matar a Maeve Reed. Reed fue la diosa dorada de Hollywood, y durante un tiempo, también la diosa del cine. Ella conocía su secreto, que él era estéril, y que la larga sucesión de esposas que él seguía reemplazando no tenían la culpa de no darle hijos. De él era el problema, y él lo había sospechado durante cien años, cuando expulsó a Maeve Red del sithen por rehusar compartir su cama. Ella lo rechazó porque la última esposa que él había dejado de lado se había quedado embarazada de otra persona. Maeve le dijo a Taranis, a la cara, que creía que él era estéril, y muchos años más tarde, él había tratado de vengarse.

Una de las cosas que incitó a la Reina Andais a llamarme del exilio había sido descubrir, gracias a los médicos humanos, que ella era estéril. El gobernante de la Tierra de las Hadas es la misma tierra, y si no es fértil y saludable, las personas y la tierra se mueren. Es una magia muy vieja, y es cierto. Si Taranis había sabido acerca de su esterilidad durante cien años sin revelarlo, entonces había condenado a sabiendas a su gente a la muerte. En el Mundo de las Hadas se mataba a los gobernantes por tales delitos.

¾Todos vosotros estáis demasiado tranquilos ¾nos dijo Sholto¾. Tú sabes algo. Algo que necesito saber.

¾No somos libres de discutirlo, no en público al menos ¾dijo Doyle.

¾No te será permitido estar a solas con él ¾dijo Agnes¾. No somos tan tontas como eso.

¾Yo no puedo discutir con Agnes por esto ¾dijo Sholto. Otra vez hizo el gesto como de acariciar los miembros perdidos¾. Ya me he puesto a merced de los sidhe demasiado a menudo últimamente.

¾Nosotros no podemos contar esta historia sin el permiso de nuestra reina ¾dijo Doyle. ¾Nos ganaría, como mínimo, un viaje al Vestíbulo de la Muerte.

¾Y yo no demandaría eso de nadie ¾dijo Sholto¾. Agachó la cabeza, y un sonido se le escapó. Fue casi un sollozo. Quise abrazarlo, pero yo no quería enojar más a sus arpías. Además, ellas tenían parte de razón, ahora yo lo podría tocar sin estremecerme. De todos modos, yo lo veía como lo que era, alguien a quién cruelmente se le había practicado una amputación. Yo había sentido esos musculosos tentáculos en mi cuerpo, apenas un roce, pero habían sido reales, y habían tenido una utilidad que ahora él había perdido.

Sholto habló con voz queda…

¾Los Luminosos dijeron que me hacían un favor. Si me curaba sin que la deformidad regresara, la dama en cuestión cumpliría su palabra y se acostaría conmigo una noche.

Compasivamente, inicié una caricia allí donde los tentáculos habían estado, y entonces me paré porque la heridas estaban abiertas y sangraban, y si le tocaba le dolería.

¾Pero los tentáculos forman parte de ti. Es como cortarte un brazo, o peor.

¾¿Sabes con qué frecuencia yo he soñado con parecerme a ellos? ¾Me dijo señalando hacia los hombres que estaban a mi espalda. ¾Agnes tiene razón. He soñado con parecer completamente sidhe durante demasiado tiempo, y ahora es como tú dices, he perdido trozos de mí mismo. He perdido brazos, y más que eso.

¾La reina no sabe esto ¾dijo Doyle.

¾¿Estás seguro de eso, Oscuridad? ¿Más allá de cualquier duda?

Doyle empezó a decir simplemente , y entonces se paró.

¾No, no estoy seguro, pero ella no nos ha dicho otra cosa; ni existen rumores de lo contrario que hayan tocado nuestra corte.

¾Ha habido guerras que han empezado por menos que esto, Oscuridad. Guerras entre cortes de las hadas.

Doyle asintió.

¾Lo sé.

¾Agnes dice que Andais tuvo que haberle dado a Taranis su aprobación, aunque fuera tácita, o Taranis no se habría arriesgado. ¿Piensas que mi arpía tiene razón? ¿Piensas que la reina permitió que esto sucediera?

¾Los sluagh son demasiado importantes para la reina, Rey Sholto. Yo no puedo imaginarme un conjunto de circunstancias en las que Andais se arriesgaría a dañar de tal forma los votos de alianza de los sluagh a su corte. Yo pienso que el motivo más probable por lo que se ha hecho esto, al menos en parte, es para intentar despojar a nuestra reina de su fuerza. ¿Por qué no llamaste a la reina, a la corte?

¾Creí que ella debía saberlo. Que ella tenía que haber dado el permiso. Estaba de acuerdo con las arpías, no pensaba que Taranis osara hacer esto sin el conocimiento de Andais.

¾No puedo discutir tu argumento, pero no creo que ella lo sepa ¾dijo Doyle.

¾¿Por qué no me llamaste, Sholto? ¾Pregunté¾. Una vez me dijiste que sólo nosotros dos entendíamos lo que quiere decir ser casi sidhe. Casi lo suficiente alto, casi lo suficiente esbelto, casi, pero no lo bastante puro para ser aceptado.

Él casi sonrió, casi.

¾Podemos haber tenido esto en común, pero como te dije en Los Ángeles, ningún hombre se había quejado jamás acerca de tu cuerpo; sólo mujeres envidiosas.

Le sonreí.

¾Acerca de mis pechos, tenías razón. ¾Eso me ganó una sonrisa a cambio, que, dada esa herida atroz, me hizo respirar más fácilmente¾. Pero soy demasiado baja, y parezco demasiado humana para que la mayor parte de los sidhe, sean hombres o mujeres me permitan olvidarlo.

¾Yo te lo dije entonces: Eran tontos ¾dijo Sholto. Me tomó la mano en la suya y la levantó para besarla, pero cuando trató de inclinarse, el dolor lo paró a medio gesto.

Presioné su mano contra mi mejilla.

¾ Sholto, oh, Sholto.

¾Había esperado oír ternura en tu voz, pero no por esta razón. No me compadezcas, Meredith, no podría soportarlo.

Yo no supe cómo responder. Sólo le sostuve la mano contra mi cara, y traté de pensar en algo que pudiese decir que no le hiciera sentirse peor. ¿Cómo podría no compadecerle?

¾¿Cuándo pasó esto, Rey Sholto? ¾Preguntó Doyle.

Sholto miró más allá de mí al otro hombre.

¾Hace dos días, justo antes de vuestra segunda rueda de prensa.

¾Ésa durante la cual se cometieron dos asesinatos ¾dijo Rhys.

Sholto lo miró.

¾Tú cogiste a tu asesino aunque la policía humana no lo sepa todavía. He oído que intentas dejar que se cure de su tortura antes de mostrarlo a la policía humana.

¾Nuestra reina lo dejó hecho un desastre ¾dijo Rhys.

¾¿Él es culpable? ¾Preguntó Sholto.

¾Eso creemos ¾dijo Doyle.

¾¿Pero no estás seguro?

¾Lo mismo que se hizo con tu estómago, la Reina Andais lo hizo con cada centímetro de Lord Gwennin.

Sholto hizo una mueca de dolor y asintió.

¾Uno haría cualquier cosa para que tal dolor cesara.

¾Incluso confesar algo que no hizo ¾dijo Doyle.

Miré a Doyle entonces.

¾¿Piensas que Gwennin es inocente?

¾No. Ni tampoco creo que actuara completamente solo. Andais estaba usando sus propios intestinos como correa para sujetarlo, Meredith. Él habría sido un tonto si no hubiera confesado.

Sholto presionó mi mano contra su cara. Segna trató de intervenir pero Agnes la detuvo y los otros dos guardias se movieron entre Sholto y las arpías. Vislumbré el rostro de uno de los guardias. Los ojos rasgados pero de un solo color, la boca fina sin labios, y una cara que era una combinación extraña de humanoide y ave nocturna. Ellos eran como Sholto, pero nadie los confundiría jamás con un sidhe. Los ojos, eran ojos de trasgo. El guardia me miró fijamente con una cara que parecía sólo medio formada, las fosas nasales eran meras aberturas. Yo no aparté la mirada. Lo miré fijamente, memoricé su cara, ya que yo nunca había visto a otro exactamente así.

¾No me encuentras feo. ¾La voz del guardia tenía ese filo de gorjeo, casi parecido a un pájaro, pero más profundo.

¾No ¾dije.

¾¿Sabes lo que soy?

¾Los ojos son de sangre trasgo, pero la cara es de ave nocturna. No estoy segura sobre el resto ¾le dije.

¾Soy medio trasgo y medio ave nocturna.

¾Ivar y Fyfe son tíos míos por lado de mi padre ¾dijo Sholto.

El segundo guardia habló por primera vez. Su voz era más profunda, más "humana". Me ofreció una vista completa de su cara. Sus ojos eran igualmente oblongos, el color de un profundo y rico azul, pero él tenía más nariz, más mandíbula inferior. Si hubiese sido más alto quizás habría pasado por un trasgo. Pero la piel no tenía exactamente la textura correcta.

¾Soy Fyfe, el hermano de Ivar ¾dijo, echando a las arpías una mirada hostil¾. Nuestro rey sintió la necesidad de tener algunos guardias masculinos, que no entraran en conflicto con sus necesidades físicas. Nosotros lo protegemos, y eso es todo.

¾Este insulto no ha sido por nuestra falta de habilidad para protegerlo ¾dijo Agnes¾. Tú, también, te verás impotente cuando él persiga su próximo pedacito de carne sidhe. Él no querrá tener audiencia, e irá con ella solo.

¾Basta, Agnes. Basta, todos vosotros. ¾Sholto presionó más mi mano contra su cara¾. ¿Que por qué no te lo dije, Princesa? ¿Cómo podría admitir que los Luminosos me hicieron esto? ¿Que yo no fui lo suficiente guerrero para salvarme? ¿Que caí en su trampa, porque ellos me ofrecieron lo que tú me habías prometido? Agnes tiene razón en una cosa: Estoy tan cegado por mi deseo de estar con otro sidhe, tan cegado que le permití a una mujer de la corte de la luz atarme. Tan cegado que me creí su mentira de que estaba fascinada con mis tentáculos, pero atemorizada de ellos, también. ¾Él sacudió la cabeza¾. Soy el Rey de los Sluagh, e incluso atado debería de haber tenido la suficiente magia como para salvarme de esto. ¾Sholto me soltó y retrocedí.

¾Los luminosos tienen una magia que nosotros no tenemos ¾dijo Frost.

¾Los sluagh tienen una magia que los luminosos nunca han poseído, ¾dije. Toqué el brazo de Sholto. Él se estremeció, pero no se apartó. Apreté su brazo, queriendo desesperadamente sostenerlo, tratar de ahuyentar ese dolor. Descansé la cabeza contra su brazo desnudo. Mi garganta se cerró, y de repente me ahogaron las lágrimas. Comencé a llorar agarrada a su brazo. No podía parar.

Sholto me separó de él lo bastante para poder ver mi cara.

¾Estás desperdiciando tus lágrimas conmigo, ¿por qué?

Tuve que luchar para hablar.

¾Tú eres hermoso, Sholto, no debes permitirles que te hagan creer otra cosa.

¾Hermoso ahora que han hecho una carnicería con él ¾dijo Segna, asomando sobre nosotros, abriéndose camino por delante de los tíos.

Sacudí la cabeza.

¾Tú nos interrumpiste en Los Ángeles. Viste lo que hacía con él. ¿Por qué habría estado haciendo yo esas cosas si él no fuera hermoso para mí?

¾Todo lo que recuerdo de esa noche, carne blanca, es que mataste a mi hermana.

Lo hice, pero por casualidad. Esa noche, temiendo por mi vida, yo había arremetido con una magia que no sabía que tenía. Fue la primera noche que mi mano de carne se había manifestado. Era un terrible poder, esa habilidad de volver a los seres vivos del revés, sin que murieran. Vivían, imposiblemente seguían viviendo, con sus bocas perdidas dentro de una pelota de carne, y aún así todavía chillaban. Finalmente había tenido que cortarla a pedacitos con un arma mágica para terminar con su angustia.

Yo no sé qué sombras se dejaron ver en mi cara, pero Sholto se acercó hacia mí. Fue hacia mí para sostenerme, para darme consuelo, y eso fue demasiado para Segna. Empujó lejos a los otros dos guardias como si fueran pajas bajo un viento tempestuoso y me golpeó gritando de rabia.

De repente hubo movimiento detrás y delante de mí. Todos los guardias se movieron inmediatamente, pero Sholto estaba más cerca. Él utilizó su propio cuerpo para protegerme, de modo que las garras afiladas como navajas de Segna le cortaron su propia la piel blanca. Recibió la peor parte del golpe que me estaba destinado, pero incluso el resto me hizo tambalear hacia atrás, entumeciéndoseme el brazo desde el hombro hasta el codo al recibir el golpe. No me dolía porque no podía sentirlo.

Sholto me empujó a los brazos de Doyle, y se giró, todo en el mismo movimiento. El movimiento fue tan rápido que sorprendió a Segna, haciéndola tropezar acercándose a la orilla del lago. El brazo sano de Sholto fue una pálida mancha borrosa cuando se estrelló contra ella. El golpe la mandó sobre la orilla. Por un momento pareció colgar allí en el aire, su cuerpo casi desnudo revelado por las alas de su capa. Entonces cayó.

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