CAPÍTULO 17

ALCANZAMOS LA ORILLA LEJANA, PERO YO TROPECÉ CON UN esqueleto sepultado en el suelo. Doyle me levantó y siguió corriendo. Los disparos retumbaron, y vi a Frost luchando con Agnes mientras ella se lanzaba sobre él. Pude vislumbrar su rostro; algo estaba mal en ella, como si sus huesos se movieran bajo la piel.

– Frost -Grité, cuando un destello de metal apareció en su mano. Sonaron más disparos. Mistral estaba junto a Frost, las espadas centelleaban.

– ¡Doyle, para! -Grité.

Él no me hizo caso, y siguió corriendo conmigo en sus brazos. Abe y Rhys estaban con él.

– ¡No podemos dejar a Frost! -Le dije.

– No podemos arriesgarte por nadie. -Me contestó Doyle.

– Haz que aparezca una puerta -dijo Abe.

Doyle echó un vistazo detrás de nosotros, pero no hacia donde Mistral y Frost luchaban con la arpía nocturna. Miraba más arriba. Eso me hizo alzar la vista, también.

Al principio mis ojos percibieron nubes, nubes negras y grises en movimiento, o humo, pero eso era sólo mi mente que trataba de darle un sentido. Pensé que había visto todo lo que los sluagh tenían que ofrecer, pero me había equivocado. Lo que se vertía hacia la isla donde Sholto estaba de pie no era nada que mi mente pudiera aceptar. Cuando trabajaba para la agencia… algunas veces en la escena de un delito, si éste era lo bastante malo, tu mente rechazaba hacerse una imagen de lo que estabas viendo. Se convertía en algo confuso. Tu mente te da un momento para no ver cosas horribles. Si tienes la posibilidad de cerrar los ojos y no mirar una segunda vez, puedes salvarte. El horror no entrará en tu mente y manchará tu alma. En la mayoría de las escenas del delito no tenía la opción de no ver. Pero aquí… de momento aparté la mirada. Si no conseguíamos escapar, entonces tendría que mirar.

Teníamos que escapar.

Doyle gritó…

– No mires. Llama a una puerta.

Hice lo que me pidió.

– Necesito una puerta a la Corte Oscura. -La puerta apareció, colgando en medio de ninguna parte, igual que la vez anterior.

– Que no haya puerta -gritó Sholto detrás de nosotros.

La puerta desapareció.

Rhys blasfemó.

Frost y Mistral estaban con nosotros ahora. Había sangre en sus espadas. Eché un vistazo atrás a la orilla, y vi a Agnes la Oscura, todavía yaciendo sobre el suelo.

Doyle comenzó a correr otra vez, y los demás se unieron a nosotros.

– Llama a algo más -dijo Abe, cerca de perder el aliento por intentar mantenerse a la altura del paso de Doyle. -Y hazlo silenciosamente, así Sholto no puede oír lo que haces.

– ¿Qué? -Pregunté.

– Tienes el poder de la creación -jadeó él. -Úsalo.

– ¿Cómo? -Mi cerebro no trabajaba bien bajo esta presión.

– Conjura algo -dijo él, y tropezó, cayendo. Se reincorporó y nos alcanzó, la sangre manaba de su pecho por el nuevo corte.

– Deja que la tierra tenga hierba suave bajo nuestros pies. -La hierba fluyó bajo nuestros pies como agua verde. Hierba que no se extendió sobre todo el terreno como las hierbas en la isla. Apareció por el camino por donde corríamos, y en ninguna otra parte.

– Intenta algo más -dijo Rhys al otro lado de nosotros. Él era más bajo que el resto, y su voz mostró la tensión de mantenerse al paso de los demás que tenían las piernas más largas.

¿Qué podía llamar de la tierra, de la hierba, que pudiera salvarnos? Yo lo pensé y encontré la respuesta; una de las plantas más mágicas.

– Dame un campo de tréboles de cuatro hojas. -La hierba se desarrolló ante nosotros extensa y lisa, el trébol blanco comenzó a crecer entre la hierba, hasta que estuvimos de pie en el centro de un campo repleto de ellos. Capullos blancos de flores perfumadas emergieron como estrellas a través de todo ese verde.

Doyle redujo la marcha, y los demás la redujeron con él. Rhys dijo en voz alta:

– No está mal, nada mal en absoluto. Piensas bien en una crisis.

– La jauría salvaje tiene mala intención -dijo Frost. -Deberían quedar detenidos en el borde del campo.

Doyle me sentó entre el trébol alto que me llegaba por los tobillos. Las plantas se rozaban contra mí como si fueran pequeñas manos.

– El trébol de cuatro hojas es la planta de protección más poderosa de las hadas -dije.

– Sí -dijo Abe-, pero parte de lo que nos persigue no tiene que caminar, Princesa.

– Haznos un techo, Meredith -dijo Doyle.

– ¿Un techo de qué?

– De serbal, espino y fresno -dijo Frost.

– Por supuesto -dije. Cualquier sitio donde los tres árboles crecieran juntos era un lugar mágico, un lugar de protección y un lugar donde la realidad entre los mundos se desvanecía. Tal lugar te salvaría de la magia, o atraería a la magia; como tantas cosas relacionadas con nosotros, nunca era un sí, o un no, sino un sí, un no, y un a veces, todo al mismo tiempo.

La tierra bajo nosotros tembló como si empezara un terremoto; entonces los árboles emergieron del suelo, lanzando roca, tierra y tréboles sobre nosotros. Los árboles se elevaron hacia el cielo, parecía como si la madera gritara, haciendo el ruido de una tormenta o de un tren, arrasándolo todo a su paso. No se parecía a nada que hubiera escuchado antes. Mientras los árboles se entrelazaban juntos encima de nuestras cabezas, miré hacia atrás. No pude evitarlo.

Sholto estaba cubierto por las pesadillas que él mismo había convocado. Los tentáculos se retorcían; trozos y pedazos que no tenía ninguna palabra para describir o catalogar. Había dientes por todas partes, como si el viento pudiera estar hecho de colmillos sólidos hechos para rasgar y destruir. Los tíos de Sholto atacaron a las criaturas con espadas y músculo, pero estaban perdiendo. Perdiendo, pero luchando con la fuerza suficiente para darnos tiempo para acabar de construir nuestro santuario.

Frost se movió de forma que su amplio pecho bloqueara mi visión.

– No está bien mirarlos fijamente durante mucho tiempo. -Había un surco sangriento que bajaba por un costado de su rostro, como si Agnes hubiera tratado de arrancarle los ojos. Hice el intento de tocar la herida, y él me alejó, tomando mi mano en la suya. -Me curaré.

No quería que me preocupara excesivamente por él delante de Mistral. Si eso hubiera pasado estando delante sólo Doyle y Rhys, él podría habérmelo permitido. Pero no dejaría que Mistral lo viera débil. No estaba segura de cómo se sentía acerca de Abe, pero sabía que él veía a Mistral como una amenaza. A los hombres no les gusta parecer débiles delante de sus rivales. Independientemente de lo que yo pensara de Mistral, así era como Frost y Doyle lo veían.

Tomé la mano de Frost y traté de no parecer preocupada por sus heridas.

– Sholto llamó a la jauría. ¿Por qué le están atacando a él? -Pregunté.

– Le advertí de que parecía muy sidhe -dijo Rhys. -No lo decía sólo para convencerlo de que no hiciera algo peligroso para nosotros.

Algo caliente goteó sobre mi mano. Miré hacia abajo para encontrar la sangre de Frost resbalando sobre mi piel. Luché contra el pánico y pregunté tranquilamente…

– ¿Estás muy mal herido? -La sangre seguía brotando, y eso no era bueno.

– Me curaré -repitió Frost con voz ronca.

Los árboles se cerraron sobre nosotros con el sonido de las olas del océano precipitándose sobre la orilla. Las hojas se desprendieron y llovieron sobre nosotros cuando las ramas tejieron un escudo de hojas, espinas, y brillantes bayas rojas por encima de nosotros. La sombra que creó la bóveda de hojas hizo que la piel de Frost pereciera gris durante un momento, y eso me asustó.

– Te curas de heridas de bala aunque la bala te atraviese de lado a lado. Te curas de heridas de espada si éstas no son mágicas. Pero Agnes la Negra era una arpía de la noche y también fue una diosa una vez. ¿Tu herida es de espada o de garra?

Frost trató de retirar la mano, pero no le iba a dejar hacerlo. A menos que él quisiera parecer poco digno, no podía liberarse. Nuestras manos estaban cubiertas de su sangre, pegajosa y caliente.

Doyle estaba al lado de Frost.

– ¿Cómo son de graves tus heridas?

– No tenemos tiempo que perder con mis heridas -dijo Frost, sin mirar a Doyle, ni a ninguno de nosotros. Compuso en su cara aquella máscara arrogante que le hacía parecer imposiblemente hermoso, y tan frío como su nombre. Pero las terribles heridas en el lado derecho de su rostro arruinaban su máscara. Era como una grieta en su armadura y él no podía esconderse detrás de ella.

– Tampoco tenemos tiempo para perder, mi fuerte brazo derecho, – dijo Doyle-, no, si hay un tiempo límite para salvarte.

Frost le miró, con la sorpresa mostrándose a través de su máscara. Me pregunté si Doyle había alguna vez, en todos estos largos años, llamado a Frost, el fuerte brazo derecho de la Oscuridad. La mirada en su rostro sugería que no. Y tal vez esto era lo más cerca que Doyle iba a estar de darle una disculpa por abandonarlo en su lucha con Agnes a fin de poder salvarme. ¿Pensaría Frost que Doyle le había dejado atrás a propósito?

Todo un mundo de emoción pareció pasar entre los dos hombres. Si hubieran sido humanos podrían haber intercambiado alguna blasfemia o alguna metáfora deportiva, que es lo que parece pasar entre amigos humanos cuando existe un profundo afecto entre ellos. Pero ellos eran quiénes eran, y Doyle dijo, simplemente…

– Quítate las armas suficientes para que podamos ver la herida. -Él sonrió cuando dijo esto, debido a que de todos los guardias, Frost era el que mayor número de armas cargaba, con Mistral en un segundo lugar aunque a bastante distancia.

– Lo que sea que vayáis a hacer, hacedlo rápido -dijo Rhys.

Todos le miramos, y luego miramos más allá de él. El aire hervía de color negro, gris, blanco, y horrible. La jauría venía hacia nosotros como un alud de pesadillas. Me costó un momento localizar a Sholto en la isla. Era una pequeña, pálida figura corriendo, corriendo a toda la velocidad que podía desarrollar un sidhe. Pero aunque era rápido, no se movía con la suficiente velocidad; y lo que le perseguía se movía con la rapidez de las aves, del viento, del agua. Era como tratar de superar al viento; simplemente no podías hacerlo.

Doyle se volvió hacia Frost.

– Quítate la chaqueta. Taponaré la herida. No tendremos tiempo para más.

Eché un vistazo hacia la isla. Los guardias de Sholto, sus tíos, trataban de comprarle tiempo. Se ofrecían como un sacrificio para retrasar la marcha de la jauría. Funcionó, durante un momento. Algunos de los integrantes de aquel horrible hervidero de formas redujeron la marcha y les atacaron. Creo que oí a uno de ellos gritar por encima de los agudos chillidos de las criaturas. Pero la mayor parte de la jauría salvaje fue tras su objetivo. Y aquel objetivo era Sholto.

Él cruzó el puente y siguió corriendo.

– Diosa ayúdanos -dijo Rhys, – viene hacia aquí.

– Finalmente entiende lo que ha llamado a la vida -dijo Mistral. -Ahora corre aterrorizado. Corre hacia el único santuario que puede ver.

– Estamos rodeados por tréboles de cuatro hojas, serbales, fresnos y espinos. La jauría salvaje no puede tocarnos aquí -dije, pero mi voz fue tenue y no transmitía la seguridad que yo deseaba que tuviera.

Doyle había rasgado la camisa y la chaqueta de Frost en pedazos lo bastante pequeños para ser usados como compresas.

– ¿Es muy grave? -Pregunté.

Doyle sacudió la cabeza, presionando la tela en un área que parecía ir desde la axila de Frost hasta su hombro.

– Sácanos de aquí, Meredith. Atenderé a Frost. Pero sólo tú puedes sacarnos.

– La jauría salvaje pasará sobre nosotros -dije. -Estamos de pie en medio de cosas por las cuales ellos no pueden pasar.

– Si no fuéramos su presa, entonces estaría de acuerdo -dijo Doyle, mientras trataba de conseguir que Frost se acostara sobre el trébol, pero el otro hombre se resistía. Doyle presionó más fuerte sobre la herida, lo que hizo a Frost contener el aliento. Doyle continuó… -Pero Sholto nos dijo que si éramos sidhe, corriéramos. Él los ha conjurado para cazarnos.

Comencé a girarme, pero no podía apartar completamente mis ojos de Frost. Una vez él había sido el Asesino Frost: frío, temible, arrogante, intocado, e intocable. Ahora él era Frost, y no era temible, o frío, y yo conocía el roce de su cuerpo de casi cada posible manera. Quería ir con él, sostener su mano mientras Doyle atendía su herida.

– Merry -dijo Doyle, -si no consigues sacarnos de aquí, Frost no será el único herido.

Encontré la fija mirada de Frost. Vi dolor allí, pero también algo esperanzador, o bueno. Creo que le gustaba que estuviera tan preocupada por él.

– Sácanos, Merry -dijo Frost, entre sus dientes apretados. -Estoy bien.

No le llamé mentiroso, pero me giré para así no tener que mirarle. Eso me habría distraído demasiado, y yo no tenía tiempo para ser débil.

– Necesito una puerta a la Corte Oscura -dije claramente, pero no pasó nada.

– Inténtalo otra vez -dijo Rhys.

Lo intenté otra vez, y otra vez nada pasó.

– Sholto dijo ninguna puerta -dijo Mistral. -Por lo visto su palabra prevalece.

Los pies de Sholto habían tocado el borde del campo que yo había creado. Él estaba a sólo unos metros de donde empezaba el trébol. El aire encima de él estaba lleno de tentáculos, bocas y garras. Aparté la mirada de todo eso, porque no podía pensar mientras lo miraba fijamente.

– Llama a algo más -dijo Abe.

– ¿El qué? -Pregunté.

Fue Rhys quien dijo…

– Donde el serbal, el fresno y el espino crecen juntos, el velo entre los mundos es muy tenue.

Alcé la vista al círculo de árboles que había llamado a la vida. Sus ramas habían formado un techo abovedado por encima de nosotros. Murmuraban y se movían sobre nosotros de la misma forma que las rosas en la Corte de la Oscuridad, como si estuvieran más vivos que un árbol ordinario.

Comencé a caminar hacia el interior del círculo de árboles, buscando no con mis manos, sino con aquella parte de mí que sentía la magia. La mayoría de los médiums humanos tienen que hacer algo para conseguir entrar en un trance adecuado para hacer magia, pero yo tenía que protegerme constantemente para no ser abrumada por ella. Sobre todo en la tierra de las hadas. Allí había tanta que hacía un ruido parecido al motor de algún gran barco; al rato dejabas de oírlo, pero siempre temblaba sobre tu piel, haciendo tus huesos vibrar a su ritmo.

Me desprendí de mis escudos y busqué un lugar entre los árboles que pareciera más… tenue. No podía buscar simplemente magia; había demasiada a mí alrededor. Demasiado poder fluyendo hacia nosotros. Tenía que atrapar algo más específico.

– Los tréboles han hecho que redujeran la marcha -dijo Mistral.

Eso me hizo echar un vistazo atrás, lejos de los árboles. La nube de pesadillas rodaba por encima de los tréboles como una jauría de sabuesos que hubiera perdido el rastro.

Sholto seguía corriendo, su pelo volando tras él; era hermoso ver su desnuda belleza en movimiento, como observar a un caballo corriendo a través de un campo. Era una belleza que no tenía nada que ver con el sexo; simplemente belleza en estado puro.

– Concéntrate, Merry -dijo Rhys. -Te ayudaré a buscar una puerta.

Asentí y volví a centrar mi mirada en los árboles. Temblaban con un poder intrínsecamente mágico, y estaban dotados de un poder adicional porque habían sido creados por una de las magias más antiguas.

Rhys llamó desde más allá del claro.

– ¡Aquí!

Corrí hacia él, los tréboles golpeando mis piernas y pies como si me acariciaran suaves manos verdes. Pasé a Frost recostado en el suelo, junto a Doyle que sentado a su lado ejercía presión sobre su herida. Frost estaba herido, muy mal herido, pero no tenía tiempo para ayudar. Doyle tendría que cuidar de él. Yo tenía que cuidar de todos nosotros.

Rhys estaba junto a un grupo de tres árboles que realmente no parecían ser diferentes de los demás. Pero cuando alargué mi mano hacia ellos, fue como si la realidad aquí hubiera sido estirada hasta ser muy fina, como una moneda de la buena suerte muy pulida en tu bolsillo.

– ¿Lo sientes? -preguntó Rhys.

Asentí.

– ¿Cómo lo abrimos?

– Atravesándolo -dijo Rhys. Él miró atrás hacia los demás. -Todos, rodeadnos. Tenemos que caminar juntos.

– ¿Por qué? -Pregunté.

Él sonrió abiertamente hacia mí.

– Porque las entradas que aparecen de forma natural como ésta, no siempre conducen al mismo sitio cada vez. Sería una mala cosa que quedáramos separados.

– Malo es una manera suave de decirlo -dije.

Doyle tuvo que ayudar a Frost a levantarse. Incluso así, tropezó. Abe vino y ofreció su hombro para que se apoyara, todavía sosteniendo el cáliz de cuerno en una mano, como si ésta fuera la cosa más importante en el mundo. Se me ocurrió entonces que el cáliz de la Diosa había vuelto a dondequiera que se iba cuando no estaba fastidiándome. Nunca me había agarrado a él del modo en que Abe lo hacía, pero entonces, yo había tenido miedo de su poder. Abe no tenía miedo del poder de su cáliz; tenía miedo de perderlo otra vez.

Mistral se giró hacia nosotros.

– ¿Esperamos al Señor de las Sombras o lo abandonamos a su destino?

Me costó un segundo comprender que él se refería a Sholto. Miré hacia el lago. Sholto estaba casi aquí, casi a la altura de los árboles. El cielo detrás de él estaba totalmente negro, como si la madre de todas las tormentas estuviera a punto de estallar, salvo que en vez de relámpagos habría tentáculos y bocas que chillaban.

– Él puede escapar por el mismo camino -dijo Rhys. -La puerta no se cerrará detrás de nosotros.

Lo miré.

– ¿No queremos que lo haga?

– No sé si podemos cerrarla, pero si lo hacemos, Merry, él estará atrapado. -Había una mirada muy seria en su único ojo. Era la mirada que yo comenzaba a temer de todos mis hombres. Una mirada que decía: la decisión es tuya.

¿Podía dejar morir a Sholto? Él había llamado a la jauría salvaje. Se había ofrecido como presa. Nos había atrapado aquí sin ninguna puerta. ¿Se lo debía?

Miré lo que lo perseguía.

– No podría abandonar a nadie a eso.

– Así sea -dijo Doyle a mi lado.

– Pero podemos pasar antes que él -dijo Mistral. -No tenemos que esperarlo.

– ¿Estás seguro de que sentirá la puerta? -Pregunté.

Todos contestaron al mismo tiempo…

– Sí -dijo Mistral.

– Probablemente -dijo Rhys.

– No lo sé -dijeron Doyle y Frost.

Abe sólo se encogió de hombros.

Sacudí la cabeza y susurré…

– Diosa asísteme, pero no puedo abandonarlo. Todavía puedo saborear su piel en mi boca. -Caminé delante de los hombres, más cerca de donde acababan los árboles. -¡Sholto, nos marchamos, date prisa, apresúrate! -Grité.

Sholto tropezó, se cayó sobre los tréboles, y rodó poniéndose en pie, con tal rapidez que parecía estar borroso. Se zambulló entre los árboles, y pensé que lo había logrado, pero algo largo y blanco se enredó alrededor de su tobillo justo antes de que alcanzara el círculo mágico. Eso lo agarró en el instante en que su cuerpo estaba saltando en el aire, ya no tocaba los tréboles, pero todavía no llegaba a los árboles. El tentáculo trató de levantarlo hacia el cielo, pero sus manos alcanzaron desesperadamente los árboles. Se agarró a una rama con sus manos, y quedó suspendido por encima del suelo.

Yo corrí hacia él antes siquiera de haberlo pensado. No sabía qué iba a hacer cuando llegara allí, pero no tenía de qué preocuparme, porque un borroso movimiento se precipitó por delante de mí. Mistral y Doyle estaban allí antes de yo.

Doyle llevaba la espada de Frost en sus manos. Saltó en el aire en un arco imposiblemente elegante, y cortó el tentáculo en dos. Olí a ozono un segundo antes de que el relámpago estallara desde la mano del Mistral. El relámpago golpeó la nube y pareció saltar de una criatura a otra, iluminándolos. Era demasiada luz. Grité y me cubrí los ojos, pero era como si las imágenes hubieran quedado grabadas en mis retinas.

Unas manos fuertes tomaron las mías, separándomelas de mis ojos. Mantuve los ojos cerrados, y oí la voz profunda de Doyle que me decía…

– Cerrar los ojos no ayudará, Meredith. Ahora está dentro de ti. No puedes dejar de verlo.

Abrí la boca y grité. Grité y grité y grité. Doyle me recogió en sus brazos y comenzó a correr hacia los demás. Yo sabía que Mistral y Sholto estaban detrás de nosotros. Mis gritos se convirtieron en gemidos. No tenía ninguna palabra para describir lo que había visto. Allí había cosas que no deberían haber estado. Cosas que no podían haber estado vivas, pero se movían. Yo las había visto.

Si hubiera estado sola, me habría tirado al suelo y habría chillado hasta que la jauría salvaje me alcanzara. En cambio me aferré a Doyle y hundí mi nariz y la boca contra la curva de su cuello, manteniendo mis ojos fijos en los tréboles, los árboles, y en mis hombres. Quería sustituir las imágenes que estaban grabadas a fuego dentro de mí; era como si tuviera que limpiar mis ojos de la visión de la jauría. Aspiré el aroma del cuello de Doyle, de su pelo, y eso me ayudó a calmarme. Él era real, y sólido, y yo estaba segura en sus brazos.

Rhys se movió para ayudar a Abe con Frost. Doyle todavía tenía la espada de Frost desenvainada y ensangrentada en la mano, sosteniéndola lejos de mí. La sangre olía de la manera en que toda la sangre huele: roja, ligeramente metálica, dulce. Si esas criaturas derramaban sangre de verdad, entonces no podían ser lo que yo había visto; esas no eran pesadillas. Lo que yo había visto en aquel momento besado por el relámpago no era algo que vertiera alguna vez sangre de verdad.

Doyle le dijo a Mistral que entrara primero, porque no sabíamos a dónde nos conducía la entrada. El Señor de la Tormenta no discutió, sólo hizo lo que le dijeron. Todos, incluido Sholto, seguimos su ancha espalda entre los árboles. En un momento estábamos en el círculo de tréboles; al siguiente estábamos bajo la luz de la luna, en el extremo de un aparcamiento cubierto de nieve.

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