LA MANO DE FROST ME SUJETÓ POR EL HOMBRO, presionándome contra el asiento.
– Por favor, Merry, no hagas que el sacrificio de Doyle sea en vano.
Tomé su mano, presionándola contra mí, y en ella había más sangre.
– ¿Cómo puedo permitir que nos conduzcas a la seguridad y no oponerme?
– Debes hacerlo. Estoy demasiando herido para ayudar, y tú eres muy frágil. Yo moriría con mucho gusto por ellos, pero tú no debes morir.
El agente Charlie nos llevaba por un camino estrecho, conduciendo demasiado rápido para la poca visibilidad que había y la nieve que había caído. Topó con una placa de hielo y el coche patinó.
– Reduce la velocidad o nos meteremos en una zanja -dijo Bancroft. -Y usted, Frost, póngase bien, apóyese en el asiento y déjeme seguir haciendo presión sobre la herida. Si muere desangrado, no podrá proteger a la princesa.
– ¿Viste eso? -Dijo Charlie mientras reducía la velocidad. -¿Viste eso?
– Lo vi -dijo Bancroft con voz tensa. Se puso casi encima de Frost. -Déjeme encargarme de la herida como me pidió su capitán.
Frost me soltó, despacio, dejando caer su mano. Comencé a taparme con el abrigo, no sabía de quién era, pero estaba helada. Pero helada de una manera en la que el abrigo no podría ayudarme, aún así era todo lo que tenía.
El agente Charlie redujo la velocidad al tomar una curva cerrada, y pude ver algo entre los árboles. No era la jauría salvaje, y tampoco eran nuestros hombres.
– Deténgase -le dije.
Él redujo la velocidad, hasta casi detenerse.
– ¿Qué? ¿Qué es eso?
Los vi entre los árboles: trasgos. Trasgos que caminaban en fila india, protegidos contra el frío, portando sus armas bajo la fría luz de la luna. Se alejaban de la lucha, aunque algunos de ellos seguían echando miradas hacia atrás. Eso me bastó para saber que ellos sabían lo que estaba pasando y abandonaban a mis hombres para morir.
– Conduce -ordenó Bancroft.
– Deténgase -le volví a pedir.
El agente Charlie no me hizo ningún caso, haciendo que el coche acelerara.
– Deténgase -repetí. -Hay trasgos ahí fuera. Podríamos equilibrar la balanza con ellos. Pueden salvar a mis hombres.
– Hacemos lo que su guardia nos exigió -dijo Bancroft. -Iremos a un hospital.
Tenía que detener el coche. Tenía que hablar con esos trasgos, ellos eran mis aliados. Estaban obligados a ayudarnos si yo se lo requería o convertirse en perjuros y traidores si no lo hacían.
Me alcé, tocando la cara del agente, y pensé en sexo. Nunca había hecho esto con un humano antes, nunca había usado esa parte de mi herencia de esta manera. No estaba bien, yo no le conocía, ni le quería, pero hice que me deseara.
El agente pisó de golpe los frenos, lanzándome hacia adelante, y lanzando a los hombres sobre el suelo del coche.
Bancroft gritó:
– ¿Qué demonios estás haciendo?
El agente Charlie lanzó el coche dentro del parque, arrollando todo lo que encontraba en su camino. Luego se desabrochó el cinturón de seguridad, tiró de mí hacia él, y trató de besarme, con sus manos recorriendo todo mi cuerpo. No me importaba, mientras el coche se detuviera.
Bancroft se incorporó sobre el asiento.
– Charlie, por Dios, Charlie. ¡Detente!
Aproveché esta lucha para alcanzar el otro lado y abrir la puerta, mientras los hombres forcejeaban casi encima de mí. Abrí la puerta y me caí de espaldas sobre el suelo. Charlie trató de gatear detrás de mí. Bancroft se deslizó sobre el asiento y terminó encima de su compañero.
Me puse de pie en el camino congelado, acurrucándome todo lo que podía dentro del abrigo.
Los trasgos estaban allí en la oscuridad, justo fuera del alcance de los faros del coche. Dos caras me miraron, dos caras casi idénticas: Ash y Holly. El viento hizo volar el cabello dorado fuera de sus capuchas. No podía diferenciar qué gemelo era cada cual con esta luz incierta, y la única diferencia que había entre los dos era el color de sus ojos.
– Saludos, trasgos -les llamé.
Uno de ellos tocó al otro y señaló con la cabeza hacia la oscuridad. Comenzaban a darse la vuelta para marcharse. Les grité…
– Os llamo como aliados. Si os negáis será traición. La jauría salvaje está ahí fuera y los perjuros son carne dulce para ellos.
Los gemelos se giraron hacia nosotros, los demás trasgos sólo eran formas oscuras difuminadas en la penumbra.
– Nosotros no hicimos ese juramento -dijo uno de ellos.
– Kurag, el Rey de los Trasgos, lo hizo, y vosotros sois su pueblo. ¿Estás llamando a tu rey mentiroso? O… ¿es que eres tú ahora el Rey de los Trasgos, Holly?
No tenía que haberme arriesgado tanto, sin estar segura de qué hermano era, pero lo había adivinado basándome en el hecho de que Holly sería el que estaba peor predispuesto de los dos. Él inclinó la cabeza por el reconocimiento.
– La princesa ve muy bien en la oscuridad.
– No, simplemente tiene buenos oídos -dijo su hermano. -Tú te quejas más que yo.
Holly comenzó a avanzar por el margen del camino, sin hacer caso de mi súplica, y algunos de los demás le siguieron. La mayoría se quedó en las sombras en el borde del camino. Eran como una veintena. Los suficientes para que se notara una diferencia, los suficientes, tal vez, para no perder… a mis hombres.
Oí que una puerta del coche se abría detrás de mí. Frost avanzaba lentamente, casi desplomándose sobre la nieve y el hielo del camino. Fui hacia él, pero seguí manteniendo la mirada sobre los trasgos.
– Ésta no es nuestra lucha -decía Holly.
– Necesito tu ayuda como mi aliado; y esto lo convierte en tu lucha -dije. -¿O es que los trasgos han perdido el gusto por la batalla?
– Uno no lucha contra la jauría salvaje, princesa. Huyes de ella, te alías con ella, o te escondes de ella. Pero no luchas -dijo Holly.
Podía ver sus ojos verdes ahora. Su capucha enmarcaba una cara tan hermosa como la de los que formaban parte de la Corte de la Luz, los de dorado cabello; sólo el más puro verde de sus pupilas, y un cuerpo más voluminoso y compacto bajo su capa dejaban traslucir su herencia mixta.
– ¿Incumplirás el juramento? -Pregunté.
Me agarré a la mano de Frost en la nieve.
– No -dijo Ash. Pero no parecía muy feliz por ello.
– Salimos para ver qué era lo que ocurría -dijo uno de los otros trasgos-, no para ser asesinados por una panda de sidhes. -El trasgo era casi dos veces más grande que cualquier sidhe. Giró su rostro a la luz, revelando una faz llena de duros quistes redondeados. -Puedes echarme un vistazo, Princesa -dijo, echándose hacia atrás la capucha para que pudiera verle. Sus brazos estaban, como su cara, cubiertos de protuberancias, que eran señales de belleza entre los trasgos. Pero estas marcas eran de colores pastel: rosados, lavandas, verde menta, no eran tonos de piel por los que los trasgos pudieran alardear mucho.
– Así es, soy medio sidhe -dijo él. -Igual que ellos, pero no soy tan bello, ¿verdad?
– Bajo los estándares trasgos eres el más hermoso -le dije.
Él parpadeó con sus ojos ligeramente hinchados.
– Pero tú no nos juzgas según los estándares trasgo, o… ¿sí lo haces, Princesa?
– Requiero tu ayuda como aliado. Requiero tu alianza por el juramento de sangre hecho con tu rey para ayudarme. Llama a Kurag y convoca a más trasgos.
– ¿Por qué no convocas a los sidhe? -preguntó el trasgo desfigurado.
La verdad era, que yo no estaba segura de que algunos de ellos se arriesgaran en esta gran caza contra mi persona. Tampoco estaba segura de si la reina se lo permitiría. Ella no había estado muy contenta conmigo la última vez que nos encontramos.
– ¿Me estás diciendo que un trasgo es menos guerrero que un sidhe? -Pregunté, evitando la pregunta.
– Nadie es mejor guerrero que los trasgos -dijo él.
Ash dijo…
– Lo que sabes es que ningún sidhe vendría.
Había llegado el momento de no dar tantos rodeos.
– No, no lo sé -confesé. -Ayúdame, Ash, ayúdame, como mi aliado, ayúdanos.
– Ruéganoslo -dijo Holly. -Ruega pidiendo nuestra ayuda.
– Los trasgos tratan de perder tiempo -dijo Frost con voz ronca. -Seguirán así hasta que la lucha haya concluido. ¡Cobardes!
Miré fijamente a los tres altos trasgos, y a los demás que estaban esperando entre las sombras. Hice la única cosa en que pude pensar. Registré a Frost hasta encontrar una pistola. La saqué de la pistolera y me puse de pie.
Bancroft finalmente había conseguido esposar a su compañero al volante, aunque el Agente Charlie todavía trataba de escapar y acercarse a mí, y se unió a nosotros en la nieve.
– ¿Qué va a hacer, Princesa?
– Voy a volver y a luchar.
Esperé que ante mi determinación, los trasgos no pudieran hacer otra cosa que seguirme.
– No -dijo Bancroft, y comenzó a rodear a Frost para llegar hasta mí.
Le apunté con el arma y quité el seguro.
– No deseo pelearme con usted, Agente Bancroft.
Él permaneció callado durante un momento.
– Me alegra oírlo. Ahora déme el arma.
Comencé a retroceder ante él.
– Voy a regresar para ayudar a mis hombres.
– Sólo está alardeando -dijo el trasgo lleno de verrugas.
– No -contestó Frost-, no lo hace. -Luchó por ponerse en pie, luego volvió a caer sobre la nieve. -¡Merry!
– Bancroft, llévelo al hospital.
Alcé la pistola apuntando al cielo y eché a correr por donde habíamos venido. Traté de pensar en el calor del verano. Intentaba llevar la sensación de calidez como un escudo, pero todo lo que yo podía sentir era el hielo bajo mis pies. Si era lo bastante humana como para congelarme, pronto perdería el conocimiento.
Ash y Holly avanzaron para llegar hasta mí, uno a cada lado. Corrieron a largas zancadas mientras yo intentaba ir más rápido. Podrían haberme dejado atrás y haberse puesto a luchar mucho antes, pero ellos sólo cumplirían estrictamente con su parte del pacto. Si yo luchaba y pedía su ayuda, entonces tenían que ayudarme, pero no tenían que unirse a la batalla un segundo antes de que yo lo hiciera.
En ese momento recé.
– Diosa, ayúdame a mí y a mis aliados a llegar a tiempo para salvar a mis hombres.
Sentí a alguien corriendo detrás de nosotros, pero no eché un vistazo hacia atrás, segura de que era uno de los trasgos más grandes.
Entonces vi unas manos, plateadas por la luz de la luna. Y antes de darme cuenta, fui alzada sobre un pecho que era tan ancho como yo de alta. Jonty, un Gorra Roja, de 3 metros de puro músculo trasgo. Él me echó una mirada, con ojos que con una buena iluminación serían óvalos rojos como si mirases el mundo a través de una cortina de sangre fresca. Sus ojos eran dignos rivales de los de Holly. Esto me había hecho preguntarme si el trasgo gemelo era medio Gorra Roja. La sangre que goteaba continuamente de la gorra en su cabeza brilló con la luz. Pequeñas gotas salían despedidas hacia atrás mientras tomaba velocidad y corría hacia la lucha. Los Gorras Rojas habían ganado su nombre porque bañaban sus gorras en la sangre de sus enemigos. Una vez, uno de sus caudillos tuvo que poseer la suficiente magia para hacer que su sangre goteara indefinidamente. Jonty era el único Gorra Roja que yo me había encontrado alguna vez que podía hacer ese truco, aunque él no era un líder, porque los Gorras Rojas ya no formaban un reino por ellos mismos.
Esto hizo que Ash y Holly se vieran forzados a mantener un ritmo más rápido que el hombre más grande; Jonty era como un pequeño gigante entre ellos. Los gemelos se habían hecho responsables de esta expedición, porque eran los trasgos más resistentes. Si dejaban que Jonty llagara a la batalla primero, ellos quedarían como la parte más débil, más lentos, y entonces no podrían ser responsables del resultado final de esta noche. Y en la sociedad trasgo la supervivencia es de los más fuertes.
Aparté el arma con cuidado, manteniéndola lejos de Jonty. Nadie nos adelantó, nadie tenía unas piernas tan largas, y los demás sólo lucharon por mantener el ritmo. Para ser una criatura tan grande, corría con la gracia y la velocidad de alguien ágil y hermoso.
Le pregunté…
– ¿Por qué me ayudas?
Con su vos profunda y áspera, me contestó…
– Hice un juramento personal para protegerte. No faltaré a mi palabra. -Él se inclinó, a fin de que una gota de la sangre mágica cayera sobre mi cara. Luego susurró… -La Diosa y el Dios todavía me hablan.
Susurré mirando hacia atrás.
– Oíste mi ruego.
Él asintió levemente. Toqué su cara, y mi mano se separó cubierta de sangre, de sangre caliente. Me abracé más cerca de su calor. Él levantó su mirada una vez más, y luego corrió más deprisa.