MADERA, METAL, CARNE; TODO SE PRECIPITÓ SOBRE nosotros. Nos dejó abrazados en el centro de una ráfaga de poder que levantó el lago sobre la isla. Nos hundimos durante un momento, y entonces literalmente el mundo se movió. Pareció como si la isla se elevara y cayera otra vez.
El agua se asentó, la tierra dejó de moverse, y el cáliz y la lanza se habían ido. Quedamos mojados y jadeantes, desnudos y acurrucados el uno contra el otro. Temía el tener que separarnos, como si nuestros brazos rodeando al otro y nuestros cuerpos todavía unidos, fuesen todo lo que nos impedía caer de cara a tierra.
Las voces llegaron, gritos, alaridos. Reconocí la voz de Doyle, la de Frost, y la áspera llamada de Agnes. Las voces hicieron que nos giráramos, con el agua resbalando por nuestros ojos. En la orilla, que estaba mucho más lejos de lo que había estado antes, estaban todos nuestros guardias. Habíamos vuelto a los jardines muertos de los sluagh, pero ahora el lago estaba lleno de agua, y la Isla de los Huesos estaba en su centro.
Doyle se zambulló en el agua, su cuerpo oscuro cortando la superficie. Frost lo siguió. Los otros guardias hicieron lo mismo. Los tíos de Sholto se quitaron sus capas y se lanzaron al agua tras mis guardias. Sólo la Negra Agnes se quedó en la orilla.
Miré a Sholto, que todavía estaba debajo de mí.
– Estamos a punto de ser rescatados.
Él me sonrió.
– ¿Necesitamos que nos rescaten?
– No estoy segura -le dije.
Sholto se rió entonces, y el sonido hizo eco contra la piedra desnuda de la caverna. Me abrazó con fuerza, y puso un beso suave en mi mejilla.
– Gracias, Meredith -me dijo, pronunciando las palabras contra mi piel.
Presioné mi mejilla contra la suya y susurré en respuesta…
– Eres más que bienvenido, Sholto.
Él hundió su mano en mi pelo mojado y dijo, suavemente…
– He deseado mucho tiempo que susurrases mi nombre así.
– ¿Así cómo? -pregunté, mi rostro aún presionado contra el suyo.
– Como una amante.
Oí movimiento detrás de nosotros, y Sholto liberó mi pelo de su agarre. Lo besé en los labios, antes de levantar mi cuerpo para ver quién había llegado a la isla primero.
Doyle, por supuesto, caminaba hacia nosotros. Resplandecía negro y brillante, el agua goteando a lo largo de su cuerpo desnudo. La luz atrapaba destellos azules y purpúreos en su piel mientras avanzaba hacia nosotros. La luz parecía danzar sobre su piel y sobre el agua, reflejando su brillo. Mi piel estaba tibia debido a la luz. Luz solar, era la luz del sol otra vez. Como el mediodía llegando a este oscuro lugar.
Había una neblina verde sobre la roca desnuda donde Sholto y yo yacíamos. Esa neblina tomó la forma de tallos diminutos, extendiéndose sobre la roca, enraizando mientras Doyle se acercaba y se detenía junto a nosotros.
Su rostro luchaba por componer una expresión, y finalmente se decidió por esa expresión severa que tanto me había asustado siendo una niña y él se encontraba de pie junto a mi tía. De alguna forma, la expresión no era ni de cerca tan espantosa estando él desnudo, sobre todo teniendo en cuenta mi actual e íntimo conocimiento de él. La Oscuridad de la Reina era mi amante, y yo nunca podría verlo otra vez como esa figura amenazante, el asesino de la reina, su perro negro adiestrado para la caza y la muerte.
Alcé la vista para mirarlo, todavía firmemente rodeada por los brazos de Sholto. Me senté, y sus brazos se alejaron de mí, de mala gana. Dado que aún montaba su cuerpo, no era como si hubiera dejado de tocarme. Sus manos se deslizaron hacia abajo por mis brazos, manteniendo el contacto. Eché un vistazo a la cara de Sholto para ver que no me miraba a mí sino a Doyle.
La expresión de Sholto era desafiante, casi triunfante. No entendí la mirada. Eché un vistazo a Doyle, y vi detrás de ese rostro severo un destello de cólera. Por primera vez en semanas recordé cómo ambos me habían encontrado en Los Ángeles. Habían luchado, los dos tratando de convencerme de que la reina había enviado al otro a matarme.
Pero había algo personal en aquella lucha. No podía recordar lo que ellos se habían dicho que me hacía pensar que tenían una especie de mala historia detrás, pero lo había sentido. Las miradas que se lanzaban ahora confirmaban que me estaba perdiendo algo. Había algún desacuerdo, o desafío, o incluso alguna envidia entre estos dos hombres. Nada bueno.
Rhys subió a la roca, goteando como marfil mojado. Se detuvo a corta distancia de nosotros, como si él también sintiera, o viera, la tensión.
¿Qué se hace cuándo se está desnuda con un amante, y otro amante está también ahí mismo? Sholto no era mi rey, o mi marido. Aparté mi mano de él y se la ofrecí a Doyle. Vaciló un momento, su mirada fija en su rival y no en mí. Entonces esos ojos negros se movieron hacia mí. Su expresión nunca cambió realmente, pero algo de ese halo de dureza lo abandonó. O quizás un poco de suavidad volvió a él.
Hubo movimiento detrás suyo, y Frost y Mistral subieron la cuesta. Estaban vestidos, y las armas abultaban por todas partes. Frost sujetó a Mistral por el brazo cuando el otro hombre resbaló. La ropa y las armas los habían hecho más lentos.
Ahora estaban ahí parados, la mano de Frost en el brazo de Mistral, que estaba casi de rodillas debido a su resbalón, pero ambos se habían congelado, contemplándonos. Debían captar un indicio de tensión. Su reacción decía claramente que había mala sangre entre Sholto y Doyle.
Doyle tomó mi mano en la suya. En el momento en que me tocó, la opresión en mi pecho, de la que yo no había sido consciente, se aflojó.
Me levantó, separándome del otro hombre. Las manos de Sholto, todo su cuerpo, me dejaron ir renuentemente. La sensación de él saliendo de lo más profundo de mi cuerpo me hizo estremecer. Sólo la sujeción de Doyle impidió que mis rodillas se doblaran.
Sholto levantó las manos, poniéndolas en mis muslos para ayudar a sostenerme. Doyle tiró de mí contra su cuerpo, levantándome a medias sobre el cuerpo de Sholto. Éste me dejó ir; de no haberlo hecho habría parecido una pelea entre dos hombres que tiraban de una cuerda, no era el comportamiento correcto para un rey.
Quedé de pie allí, abrigada en los brazos de Doyle, mirando su rostro, tratando de descifrar lo que estaba pensando. A mi alrededor, las diminutas plantas desplegaron unas diminutas hojas, y el mundo de repente olió a tomillo, ese dulce olor a hierbas verdes que Sholto había dicho sentir cuando yo olía a rosas.
Las delicadas hierbas hacían cosquillas en mis pies, como recordándome que había algunas cosas más importantes que el amor. Alzando la vista, para mirar a Doyle, no estaba segura de que eso fuera correcto. En ese momento quería que fuera feliz. Quería que él supiera que yo lo quería feliz. Quería explicarle que Sholto había sido encantador, y el poder había sido inmenso, pero que al final, Sholto no significaba nada para mí, no cuando tenía los brazos de Doyle rodeándome.
Pero una no podía decir según qué en voz alta, no con el otro hombre que estaba detrás de nosotros. Era como hacer juegos malabares con demasiados corazones, incluyendo el mío.
Las hierbas me rozaron otra vez, envolviéndose alrededor de mi tobillo. Eché un vistazo a la vegetación, y pensé en mis variedades preferidas de tomillo. Mi abuela las había cultivado en el jardín de hierbas detrás de la casa donde mi padre me había educado, tantas clases de tomillo. Tomillo de limón, tomillo plateado, tomillo dorado. A ese pensamiento, de repente, las plantas alrededor de mi tobillo se vieron teñidas de amarillo. Algunas hojas en otras plantas se volvieron plateadas, otras se volvieron de un amarillo pálido, y algunas de un brillante y luminoso amarillo. Había un débil olor a limón en el aire, como si hubiera aplastado una de las hojas amarillo pálido entre las yemas de mis dedos.
– ¿Qué hiciste? -susurró Doyle, su profunda voz vibrando a lo largo de mi columna, de modo que temblé contra él.
Mi voz fue suave, como si no quisiera decirlo en voz demasiado alta…
– Sólo pensé que había más de una clase de tomillo.
– Y las plantas cambiaron -dijo él.
Asentí con la cabeza, contemplándolas.
– No lo dije en voz alta, Doyle. Sólo lo pensé.
Él me abrazó.
– Lo sé.
Mistral y Frost estaban junto a Rhys ahora. No se acercaron a nosotros, y otra vez no estaba segura del por qué. Esperaban, como si necesitaran permiso para acercarse, de la misma forma en que habrían esperado para acercarse a la Reina Andais.
Pensé que era a mí a quien esperaban, pero yo debería haberlo sabido mejor. Sholto dijo desde detrás de mí…
– Los sidhe por lo general no se andan con ceremonias, pero si necesitáis permiso, entonces lo doy. Acercaos.
– Si pudieras verte a ti mismo, Rey Sholto, no preguntarías por qué nos andamos con ceremonias.
El comentario me hizo mirar a Sholto. Él estaba sentado, pero donde antes había estado acostado había un contorno de hierbas. Reconocí la hierbabuena, la albahaca, olía sus perfumes. Pero las hierbas que se esparcían por donde él había estado, donde habíamos yacido, no eran lo que hacía detenerse a los hombres. Sholto llevaba puesta una corona; una corona de hierbas. Incluso mientras mirábamos, las delicadas plantas se entretejían como dedos vivos a través de su pelo, creando una corona de tomillo y menta. Sólo las más delicadas de las plantas, entrelazándose mientras observábamos.
Él levantó una mano, y las móviles plantas rozaron sus dedos tal como habían tocado mi tobillo. Yo llevaba puesta una pulsera de tobillo hecha de tomillo vivo, veteada con hojas doradas, oliendo a vida verde y limones. La rama se enroscó alrededor de sus dedos como un feliz animal doméstico. Sholto bajó la mano y la contempló. La planta se tejió formando un anillo mientras la mirábamos, un anillo que parecía florecer en su mano en un delicado conjunto de flores blancas más preciosas que cualquier joya. Entonces de su corona nacieron flores, de matices blancos, azules y de color lavanda. Finalmente, las flores se propagaron a través de la isla, de modo que la tierra quedó casi cubierta de diminutas y etéreas flores, moviéndose no debido a la brisa -ya que no había ninguna- sino moviendo sus pétalos como si las flores se hablasen entre ellas.
– ¡Una corona de flores no es una corona para el rey de los sluagh! -gritó Agnes, ásperamente, desde la orilla. Ella estaba a gatas sobre sus manos y rodillas, oculta completamente bajo su capa negra. Vi el destello de sus ojos, como si hubiese un brillo en ellos; entonces bajó la cabeza, escondiendo la luz. Ella era una arpía nocturna. No salían al mediodía.
Ivar habló, pero yo no podía verlo.
– Sholto, Rey, no podemos acercarnos a ti bajo esta luz ardiente.
Sus tíos eran mitad trasgos, y dependiendo del tipo de trasgo, la luz del sol podía ser un problema. Pero también eran mitad aves nocturnas, y eso, definitivamente, hacía que la luz del sol fuera un problema.
– Quisiera que pudieseis llegar hasta mí, Tíos -dijo Sholto.
Los brazos de Doyle se apretaron alrededor de mí, en advertencia.
– Ten cuidado con lo que dices, Sholto; no entiendes el poder de las palabras de alguien que la misma magia ha coronado.
– No necesito tu consejo, Oscuridad -dijo Sholto, y otra vez hubo amargura en su voz.
La luz del sol bajó de intensidad, y un suave crepúsculo comenzó a desplegarse. Hubo un sonido de salpicaduras, y luego Ivar y Fyfe subieron a la isla. Estaban desnudos excepto por la ropa necesaria para sostener sus armas. Cayeron sobre una rodilla ante él, las cabezas inclinadas.
– Rey Sholto -dijo Ivar-, te agradecemos el que hayas hecho marchar a la luz.
Sholto dijo…
– Yo no hice…
– Has sido coronado por la magia -dijo Doyle otra vez-. Tus palabras, quizás hasta tus pensamientos, transformarán lo que sucederá esta noche.
– Pensé, sólo pensé, que había más de una variedad de tomillo, y eso cambió las hierbas. Lo que pensé se volvió real, Sholto -le dije.
Agnes llamó desde la orilla.
– Nos has librado de la luz, Rey Sholto. Nos has devuelto el Lago Perdido y la Isla de los Huesos. ¿Te vas a parar aquí, o nos devolverás nuestro poder? ¿Harás renacer a los sluagh mientras la magia de la creación todavía arde a través de ti, o vacilarás y dejarás perder esta posibilidad para devolvernos a lo que éramos?
– La arpía tiene razón, Alteza -dijo Fyfe-. Nos has devuelto la magia del renacimiento, la magia salvaje, la magia de la creación. ¿La usarás para nosotros?
Bajo la agonizante luz observé cómo Sholto se lamía los labios.
– ¿Qué obtendríais de mí? -preguntó él cuidadosamente. Oí en su voz lo que comenzaba a haber en mi mente, un poco de miedo. Uno puede vigilar sus palabras, pero vigilar sus propios pensamientos, era más difícil, mucho más difícil.
– Llama a la magia salvaje -dijo Ivar.
– Está aquí ya -dijo Doyle-, ¿No puedes sentirla? -Su corazón se aceleró bajo mi mejilla. Yo no estaba segura de entender exactamente lo que sucedía, pero Doyle parecía asustado y excitado a la vez. Incluso su cuerpo comenzaba a reaccionar, presionándose contra la parte frontal del mío.
Las dos figuras arrodilladas miraron a Doyle.
– No miréis a la Oscuridad -dijo Sholto-. Yo soy el rey aquí.
Ellos volvieron su mirada hacia él, y se inclinaron otra vez.
– Eres nuestro rey -dijo Ivar-. Pero hay lugares donde no podemos seguirte. Si la magia salvaje es real otra vez, entonces tienes dos opciones, rey nuestro: puedes convertirnos en un grupo con coronas de flores y sol de mediodía, o puedes llamar a la antigua magia, y devolvernos a lo que una vez fuimos.
– La Oscuridad tiene razón -dijo Fyfe-. Puedo sentirla como un peso creciente dentro de mí. Puedes transformarnos en lo que ella quiere que seamos -dijo señalándome- o puedes devolvernos lo que hemos perdido.
Entonces Sholto preguntó algo que me hizo pensar aún mejor de él de lo que ya lo hacía.
– ¿Qué haríais vosotros en mi lugar, Tíos, qué me haríais hacer?
Ellos le miraron, primero a él, luego intercambiaron una mirada entre ellos para después volver a mirar cuidadosamente hacia abajo, al suelo otra vez.
– Queremos ser como una vez fuimos. Queremos cazar como lo hicimos una vez. Devuélvenos lo que ha sido perdido, Sholto. -dijo Ivar alargando su mano hacia su rey.
– No nos transformes a imagen de la perra sidhe -gritó Agnes desde la orilla. Eso fue un error.
Sholto le gritó en respuesta…
– Yo soy el rey aquí. Gobierno aquí. Creí que una vez me amaste. Pero ahora sé que sólo me impulsaste a tomar el trono porque deseabas sentarte en él. No puedes gobernar, pero pensaste que podrías gobernar a través de mí. Tú y tus hermanas creísteis convertirme en vuestra marioneta -Él se puso de pie y le gritó-. No soy la marioneta de nadie. Soy el Rey Sholto de los Sluagh, soy el Señor de Aquello que Transita Por en Medio, Señor de las Sombras. Hace mucho tiempo que he estado solo entre mi propia gente. Mucho tiempo deseando que alguien observara lo que hacía -Él se golpeó una mano contra el pecho, haciendo un sonido fuerte, carnoso-. Ahora me dices que tengo el poder de hacer exactamente eso. Has envidiado a los sidhe su piel lisa, su belleza que hacía volver mi cabeza. Entonces, tendrás aquello que envidias.
Un gemido vino de Agnes, pero estaba demasiado oscuro para ver lo que estaba sucediendo en la orilla. Ella gritó, un sonido horrible, un sonido de pérdida, y de dolor, como si fuera lo que fuera lo que estaba sucediendo, eso la hiriese.
Oí que Sholto decía, suavemente…
– Agnes… -El sonido de esa única palabra me permitió saber que él no estaba demasiado seguro de lo que quería, o de lo que había hecho.
¿Qué había hecho?
Sus tíos se postraron, sus rostros presionados contra la hierba.
– Por favor, Rey Sholto, te lo pedimos, no nos conviertas en sidhe. No hagas de nosotros versiones inferiores de los sidhe de la Corte Oscura. Somos sluagh, y es una cosa de la cual estar orgulloso. ¿Nos despojarías de todo lo que hemos preservado durante años?
– No -dijo Sholto, y ahora no había ninguna cólera en su voz. Los gritos de la orilla se habían llevado su cólera. Ahora entendía cuán peligroso era en este momento-. Quiero que los sluagh sean poderosos otra vez. Quiero que seamos una fuerza para ser considerada, con la cual negociar. Quiero que seamos una cosa temible.
Hablé antes de que poder pensar.
– No sólo temible, seguramente.
– Quiero que tengamos una belleza terrible entonces -dijo él, y fue como si el mundo contuviera el aliento, como si toda la magia hubiese estado esperando a que dijera esas palabras. Lo sentí en el hueco de mi estómago como el repique de una gran campana. Era un sonido hermoso, pero tan grande, tan pesado, que podría aplastar con la música de su voz.
– ¿Qué has hecho? -preguntó Doyle, y no estaba segura de a quién se lo había preguntado.
– Lo que tenía que hacer -le contestó Sholto. Él estaba ahí de pie, erguido y pálido en la creciente oscuridad. El tatuaje de sus tentáculos brilló como si hubiera sido perfilado con pintura fosforescente. Las flores de su corona parecían fantasmalmente pálidas, y pensé que habrían atraído abejas, si no hubiera estado oscuro. Las abejas no son criaturas nocturnas.
La oscuridad comenzó a clarear.
– ¿En qué pensaste exactamente? -preguntó Doyle.
– En que si la luz del sol hubiese permanecido, habría habido abejas para alimentarse de las flores.
– No, habrá noche aquí -dijo Sholto, y la oscuridad comenzó a espesarse otra vez.
Intenté un pensamiento más neutro. ¿Qué podría ser atraído por sus flores en la oscuridad? Pequeñas polillas aparecieron entre las flores, haciendo juego con la polilla en mi estómago. Pequeños destellos de luz centellearon encima de la isla, como si hubiesen sido lanzadas joyas desde el aire. Luciérnagas, docenas de ellas, de forma que realmente brillaban lo suficiente para alejar un poco la oscuridad.
– ¿Tú las llamaste? -dijo Sholto.
– Sí -le dije.
– Despiertan la magia salvaje juntos -dijo Ivar.
– Ella no es sluagh -dijo Fyfe.
– Pero ella es la reina para su rey esta noche; la magia es suya también -dijo Ivar.
– ¿Lucharás contra mí por el corazón de mi gente, Meredith? -dijo Sholto.
– Intentaré no hacerlo -dije suavemente.
– Yo gobierno aquí, Meredith, no tú.
– No quiero tomar tu trono, Sholto. Pero no puedo ser menos de lo que soy.
– ¿Qué eres?
– Soy sidhe.
– Entonces si eres sidhe y no sluagh, corre.
– ¿Qué? -Pregunté, tratando de alejarme un poco de Doyle y acercarme más a Sholto. Pero Doyle me mantuvo sujeta y no me dejó hacerlo.
– Corre -dijo Sholto otra vez.
– ¿Por qué? -Pregunté.
– Porque voy a llamar a la jauría salvaje, Meredith. Si no eres sluagh, entonces serás la presa.
– ¡No, Sholto! Déjanos llevar a la princesa a la seguridad primero, te lo ruego -dijo Doyle con urgencia.
– La Oscuridad por lo general no ruega. Me siento adulado, pero si ella puede llamar al sol para ahuyentar a la noche, debo llamar a la caza ahora. Ella debe ser la presa. Lo sabes.
Me asusté. ¿Éste era el mismo hombre que había rechazado sacrificarme sólo momentos antes? ¿El que me había mirado con tal ternura? La magia en efecto trabajaba poderosamente en él, para lograr este cambio.
La voz de Rhys se oyó, cautelosa…
– Llevas puesta una corona de flores, Rey Sholto. ¿Tan seguro estás de que la jauría salvaje te reconocerá como sluagh?
– Soy su rey.
– Ahora mismo pareces lo bastante sidhe como para ser bienvenido en la cama de la reina -dijo Rhys.
Sholto tocó su plano estómago con su carne curada y el tatuaje. Vaciló, luego sacudió la cabeza.
– Llamaré a la magia salvaje. Llamaré a la caza. Si ellos me ven como la presa y no como sluagh, entonces que así sea -Él sonrió, e incluso bajo la incierta luz no parecía particularmente feliz. Se rió, y la noche hizo eco de ello. Se oyó la llamada de un ave expresada en una suave y soñolienta voz, desde la orilla distante.
Sholto habló otra vez.
– Esta es una larga tradición entre nosotros, Lord Rhys, matar a nuestros reyes para devolver la vida a la tierra. Si por mi vida, o mi muerte, puedo devolver a mi gente su poder, lo haré.
– Sholto -dije-, no lo hagas. No digas eso.
– Está hecho -dijo él.
Doyle comenzó a empujarnos hacia el otro lado de la isla.
– Salvo asesinándolo, no podemos detenerlo -me dijo-. Vosotros dos portáis la más antigua de las magias. No estoy seguro de que él pueda ser asesinado ahora mismo.
– Entonces tenemos que marcharnos -dijo Rhys.
Abeloec finalmente alcanzó la orilla. Todavía llevaba su copa en la mano, y parecía como si su peso le hubiera impedido llegar más pronto.
– No me digáis que tengo que regresar al lago -dijo-. Si ella ha sido tocada con la magia de la creación, permitidle crear un puente.
No esperé.
– Quiero un puente hasta la otra orilla -Dije. Un elegante puente blanco apareció, así como así.
– Estupendo -dijo Rhys-. Vamos.
Sholto habló con voz resonante.
– Llamo a la jauría salvaje, por Herne y el cazador, por el cuerno y el sabueso, por el viento y la tormenta, y por la destrucción del invierno, os llamo a casa.
La oscuridad cercana al techo de la hendidura de la caverna se abrió como si alguien la hubiese cortado con un cuchillo. Se dividió y algo saltó de ella.
Doyle giró mi rostro hacia el otro lado y dijo…
– No mires hacia atrás -comenzó a correr, arrastrándome con él. Comenzamos a correr. Sólo Sholto y sus tíos se quedaron en la isla cuando la noche misma se rasgó y vertió sus pesadillas detrás de nosotros.